Juan Pablo II Maestro y Testigo

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Juan Pablo II Maestro y testigo

Myriam Castelli

© SAN PABLO 2014

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Prólogo

L © SAN PABLO 2014 (Protasio Gómez, 11-15. 28027 Madrid) Tel. 917 425 113 - Fax 917 425 723 E-mail: secretaria.edit@sanpablo.es - www.sanpablo.es © Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano 2011 Título original: Il Santo Padre Giovanni Paolo II. Maestro e testimone Traducido por Myriam Castelli Distribución: SAN PABLO. División Comercial Resina, 1. 28021 Madrid Tel. 917 987 375 - Fax 915 052 050 E-mail: ventas@sanpablo.es ISBN: 978-84-285-4440-5 Depósito legal: M. 5.871-2014 Impreso en Artes Gráficas Gar.Vi. 28970 Humanes (Madrid) Printed in Spain. Impreso en España © SAN PABLO 2014

a hermana Myriam Castelli nos presenta su libro El papa Juan Pablo II, publicado en 2011 en lengua italiana y ahora en lengua española, como homenaje al dentro de poco santo Juan Pablo II. Esta edición en lengua española quiere ser también un reconocimiento a nuestro actual pontífice, el papa Francisco, y un tributo de admiración por la presencia de Cristo en el mundo de la juventud gracias a la óptima mediación del papa Francisco en la Jornada Mundial de la Juventud de 2013, celebrada en la maravillosa ciudad de Río de Janeiro. Sor Myriam ha recorrido en su libro muchas etapas de la vida de Juan Pablo II, de las que, al ser periodista televisiva, pudo ser testigo inmediato. Se nota en el libro su «apasionado genio femenino», que hace resplandecer de una manera especial la grandiosa figura de Juan Pablo II, «el Grande», como empezamos a llamarlo después de su muerte. Su libro es una suerte de «enchiridion» temático; como un colorido caleidoscopio en el cual giran 30 temas especiales del luminoso magisterio © SAN PABLO 2014

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de Juan Pablo II. Es fruto de un trabajo paciente e inteligente de la hermana Myriam Castelli, que ha sabido entresacar las partes esenciales y más significativas del mensaje pontificio. Séame permitido, en este modesto prólogo, el tratar de engarzar sencillamente algún aspecto del mensaje evangélico presentado por Juan Pablo II con facetas del mensaje actual del papa Francisco, sin olvidar el rico legado que nos otorgó el papa Benedicto XVI. Quien guía a la Iglesia es nuestro Padre Dios a través de su Hijo Jesucristo, que nos envuelve en el amor infinito del Espíritu Santo. No en vano, la Iglesia no es más que la llamada que nos hace nuestro Padre Dios a la felicidad. No es de extrañarse que los rasgos de nuestro Señor Jesucristo se encuentren, en nuestros sumos pontífices, en una secuencia melodiosa del mismo tema que canta la felicidad salvadora, según la plenitud armoniosa de los diversos instrumentos personales que el Espíritu Santo ha escogido para conducir a su Iglesia. Es una bella sinfonía que toca el espíritu de Dios y de la cual nos gozamos especialmente al escuchar sus profundas y alegres cadencias en el pastoreo de nuestros últimos papas. En este simple prólogo al hermoso libro de la hermana Myriam quisiera resaltar brevemente algunos temas de nuestros tres últimos papas que suenan como una prodigiosa armonía dentro de su propia y personal diversidad, dándonos un preludio de inicio al rico y variado pensamiento de Juan Pablo II. Nos encontrábamos en 1979, en vísperas de la IV Conferencia Episcopal Latinoamericana. El papa

Pablo VI ya la había aprobado cuando murió. Juan Pablo I también la aprobó y, a los 33 días de su pontificado, murió. Se había propuesto para llevar a cabo la IV Conferencia del Episcopado Latinoamericano la ciudad de Puebla de los Ángeles, en México. Pero había un eslogan que recorría Latinoamérica que decía así: «Pueblo, sí; Puebla, no». Se temía una dirección de la Iglesia en Latinoamérica distinta de aquella que juzgaban que hasta entonces dirigía la Iglesia en Latinoamérica, el capitalismo. Y opinaban que ahora tenía que caminar por las directivas del socialismo. A quienes se esforzaban por mantener la urgencia de la IV Conferencia del Episcopado Latinoamericano se les decía: «Ya han matado a dos papas: Pablo VI y Juan Pablo I, a quienes se había pedido aprobar y aprobaron la celebración de la IV Conferencia del CELAM, ¿quieren ahora matar a un tercero, a Juan Pablo II, haciéndole también aprobar la celebración de la pretendida IV Conferencia Episcopal Latinoamericana? No obstante, después de muy arduos trabajos, y de las dudas de la propia Conferencia Episcopal Mexicana, que no estaba muy segura de la oportunidad de la celebración poblana, la IV Conferencia Latinoamericana se celebró en Puebla, México. La presidió Juan Pablo II a inicios de 1979, en su primer viaje continental, en el que aprendió, según él mismo, su vocación misionera de viajero pastoral mundial. Habiendo vivido en carne propia el capitalismo salvaje nazi y el asesino socialismo marxista, respondió de una manera magistral al dilema de escoger entre el capitalismo o el socialismo para la conducción de la Iglesia en Latinoa-

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mérica. «Ni capitalismo ni socialismo, sino comunión y participación». Este magisterio de comunión y participación de Juan Pablo II ha marcado luminosamente el caminar de la Iglesia latinoamericana que, guiada por el Documento de Puebla y de Santo Domingo, y ahora por el de Aparecida, sigue recorriendo un amplio camino: ser discípulo y misionero del Señor Jesús. El papa Benedicto XVI destaca en muchos de sus mensajes que el mal que aqueja a la Iglesia y al mundo es el relativismo, fruto del desencanto de las ideologías capitalista y marxista. Nos dice que el mundo actual es un mundo en el que el hombre se ha hecho la ilusión de haberlo construido todo por sí solo y que todo lo que escapa a su mano técnica no existe, o bien es una protuberancia maligna de épocas pasadas oscurantistas. Y aquí se incluye todo el mundo de los valores, en especial de los valores religiosos. Frente a esta desoladora realidad, opone la única verdad objetiva, que es el Amor, que es el Señor Jesús, nuestra única verdad, la verdad última de toda la humanidad. Más aún, de todo el universo. La única roca firme contra cualquier relativismo. Para el papa Francisco la cultura actual, como ha dicho repetidas veces, tanto en la Jornada Mundial de la Juventud en Río como en anteriores intervenciones, es un mundo eminentemente consumista, una cultura del desecho, del descarte, «úsese y tírese» (en italiano, la cultura dello scarto), en la que solidaridad aparece como «una mala palabra». El papa Francisco, dirigiéndose a los jóvenes, les ha dicho repetidas veces: «Rebelaos», id contracorriente, que nadie os robe vuestra esperanza,

privilegiad a los pobres, compartid con todos. Es la cultura del compartir. Privilegia el papa Francisco a los dos extremos de la humanidad: los jóvenes y los ancianos; la fuerza y la sabiduría que se encuentran y tienen participación. Compartir dentro de la auténtica virtud cristiana de la pobreza, aquí se encuentra la destrucción del vicio del consumismo. Uno de los puntos centrales del magisterio litúrgico que Juan Pablo II valoraba como de primera importancia fue el abandono total a la divina misericordia. Sabemos cómo instituyó la fiesta del Señor Jesucristo Misericordioso, exactamente el domingo de la Octava pascual de la Resurrección. El significado profundo de unir la misericordia del Señor con la resurrección de Jesucristo nos llena de gozo por la convicción de que, en la resurrección de Jesucristo, fructifica misericordiosamente la resurrección de todos los que creemos en Él. En este ambiente de misericordia es de notar también que la muerte de Juan Pablo II acaeció unas cuantas horas antes del Domingo de la Misericordia, como una señal que Dios nos enviaba de su futura canonización. Todos nos enteramos de la actitud del papa Benedicto XVI respecto al espinoso problema de la extracción de documentos por parte de su mayordomo. Fue una actitud de misericordia y de perdón. Su prudencia se manifestó una vez más en la discreción acerca de no hacer público el resultado de la encuesta encomendada a una comisión cardenalicia sobre el problema, del cual informó detalladamente solo al papa Francisco. El mayordomo recibió por su parte un amplio perdón del Santo Padre. A la ofensa real más profunda respondió con toda

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misericordia y un amplio perdón. Podríamos decir que con la misericordia y el perdón selló su pontificado. Como un pensamiento frecuente en el magisterio del papa Francisco encontramos con insistencia el tema de la misericordia de Dios hacia todos nosotros. Así, una vez más, lo pronunció repetidamente en la Jornada Mundial de la Juventud de 2013 y lo había hecho antes con frecuencia en su magisterio. Su mensaje lo suele expresar diciendo: «Dios no se cansa de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón». Para el papa Francisco la misericordia y el perdón son una especie de pilar que sustenta su pontificado. Frente a la violencia y la destrucción, frente al crimen organizado, el Papa nos repite: misericordia y perdón. Como hemos recordado al inicio de estas reflexiones, Juan Pablo II, en su primer viaje pastoral a México, se dio cuenta de que su misión se acentuaría al salir del centro romano hacia la periferia, hacia todo el mundo. No descuidaba su diócesis de Roma, pero al mismo tiempo era consciente de presidir en la caridad todas las Iglesias particulares. Yo mismo, como obispo de Zacatecas, México, tuve el privilegio de ser visitado por el Santo Padre Juan Pablo II, quien regaló a mi diócesis una hermosa celebración litúrgica y un luminoso mensaje sobre el valor evangélico del trabajo. Se trataba de una diócesis particularmente minera, y él, como minero que había sido, comprendía perfectamente los rasgos evangélicos que debía comunicar a mis diocesanos. Por cierto, recuerdo el sentido de su visita como visita a la periferia, dado que en 1990 visitó mi diócesis, una diócesis pobre, cuando no había relaciones entre la Iglesia y

el Estado. Más aún, no se le reconocía personalidad jurídica a la Iglesia católica en todo el país. Esta situación había causado problemas muy serios de parte gubernamental que obstaculizaban la visita pastoral del Papa. Cuando le informé de estos problemas al Santo Padre, él, viendo la gran multitud que asistió a la santa misa, calculada en unos dos millones de fieles, me dijo: «No se preocupe, mire (indicando a la multitud); después del Viernes Santo viene el Domingo de Resurrección». Estas periferias jurídicas no impedían la acción pastoral llena de alegría y optimismo de Juan Pablo II, el cual no permanecía en casa, sino que iba hasta las periferias materiales y existenciales, aunque fueran jurídicas, en búsqueda de las ovejas del Señor. El papa Benedicto XVI también siguió las huellas de su predecesor, tanto material como existencialmente. A pesar de su avanzada edad, no dudó en emprender viajes a otros continentes, desplazándose también del centro a la periferia, a lugares tan lejanos de Roma como Australia. El papa Juan Pablo II, como hemos dicho anteriormente, comenzó sus viajes pastorales yendo a México. Benedicto XVI, en cambio, los terminó también con su visita pastoral a México, donde se encontró con más de tres millones de fieles. En cuanto a sus visitas a la periferia existencial, tenemos el cúmulo de intervenciones presentando el Evangelio a los cristianos no católicos y, con frecuencia, a creyentes de religiones distintas del cristianismo o hasta a quienes se profesaban ateos. El papa Francisco, desde el inicio de su pontificado, no ha cesado de exhortar a todos a salir a la periferia,

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tanto material como existencial. A los sacerdotes los exhorta a ir donde las ovejas, quiere que «huelan a oveja». Dice que el Señor Jesús ahora toca la puerta no solamente para entrar en la Iglesia, sino para salir de la Iglesia hacia las periferias. También afirma afectuosamente que la santísima Virgen les dice a todos que abran sus puertas y lleven a Cristo donde las ovejas. A los tres millones de jóvenes reunidos en la XXVIII Jornada Mundial de la Juventud les dijo y les sigue diciendo que la Jornada no debía ser una especie de fuegos de artificio, sino una llamada a ir a las calles, a encontrar a todo el mundo siendo jóvenes discípulos y misioneros, para conducir la sociedad a Cristo, al encuentro amistoso con Cristo. Les dijo que hicieran ruido, que protestasen frente a la injusticia consumista, que se hicieran notar como portadores de Cristo y su Evangelio para toda la gente, especialmente para los más pobres espiritual y materialmente. Terminamos este espigar entre pasados recuerdos. Ojalá que esta obertura de un triple subtema con tres variaciones sirva de alguna manera para introducir la maravillosa sinfonía del magisterio del dentro de poco santo Juan Pablo II, que nos ofrece la ágil pluma de la hermana Myriam Castelli. † Card. Javier Lozano Barragán Ciudad del Vaticano, 4 de agosto de 2013. Fiesta de Santa María, «Salus Populi Romani»

Presentación

La beatificación de Juan Pablo II llenó de gozo y de agradecimiento nuestros corazones. El acontecimiento reavivó su recuerdo y su memoria, a decir verdad, nunca empañada. El alma recibe nuevas luces y nuevos impulsos. En este camino espiritual es de gran ayuda el bello libro de Myriam Castelli El Papa Juan Pablo II. Maestro y testigo, que tengo el placer de presentar. La autora es una profesional de la televisión, conocida por sus apreciadas transmisiones religiosas. Sor Myriam tuvo la feliz idea de consultar el valiosísimo archivo de la RAI, restituyéndonos al papa Wojtyla en los momentos más significativos de su largo pontificado. Nos permite vivir de nuevo episodios y gestos memorables y oír sus inolvidables palabras. Sor Myriam meditó en espíritu de agradecimiento filial este patrimonio único. Y logró transmitir la riqueza espiritual en un estilo fluido. ***

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El cardenal Wyszyński dijo al nuevo elegido: «Si el Señor te ha llamado, tú debes introducir a la Iglesia en el tercer milenio». La previsión se verificó. El papa Wojtyla fue el papa de la esperanza y de la nueva evangelización. El impresionante número de sus innovaciones corresponde en realidad a las muchas partes de un programa orgánico que emana de su oración. En una serie de breves capítulos densos y de gran claridad, el libro introduce en la comunión de un diseño pastoral y misionero de profundo aliento. Lo que está escrito se nos presenta como un retrato vivo, pero también como un breviario. Se nos ofrecen actos y palabras del Pontífice en su genuina originalidad. Participamos en un continuo surgir de iniciativas innovadoras que traducen una constante atención a los «signos de los tiempos», a las necesidades pastorales, como indicaciones de la voluntad divina. Con cuánta emoción leemos esta confidencia, hecha después de una estancia en el Hospital Gemelli: «He comprendido que debo introducir a la Iglesia de Cristo en este tercer milenio con la oración, con diversas iniciativas, pero he visto que no basta: será necesario introducirla con el sufrimiento, con el atentado de hace trece años y con este nuevo sacrificio». *** 14 © SAN PABLO 2014

Si podemos hablar de breviario es porque el libro presenta un corpus de doctrina, a partir de los principales documentos y declaraciones del pontificado que impresionaron de modo particular. El papa Wojtyla tenía un sentido extraordinario de las «fórmulas de gran efecto». Transcribo algunas a título de ejemplo. Sobre la paz: «No se escribe la paz con letras de sangre, sino con la inteligencia y con el corazón». Sobre su afinidad con los jóvenes: «El cristianismo es la religión de los jóvenes. Esta no es una frase hecha. Esta, sin embargo, revela una afinidad particular con la edad juvenil, por su íntima virtud de recuperación y de regeneración, por su misteriosa capacidad de relacionar continuamente el ritmo del itinerario espiritual sobre el impulso, la generosidad, el entusiasmo que son típicos de la etapa juvenil». En relación con la sacralidad de la vida humana y el humanismo cristiano: «La vida humana es un valor fundamental, que se basa en la dignidad misma del hombre, la única criatura que, a diferencia de todas las demás del mundo visible, es persona, ser corpóreo y espiritual, dotado de inteligencia y libertad, llamado a un destino inmortal y sobrenatural. Y esto vale para cada hombre y cada mujer, independientemente de la situación física, racial, social, económica y cultural». El testimonio de Juan Pablo II fue fundamentalmente un testimonio de fe. Sobre la fe deja palabras límpidas y claras: «La fe es la obediencia de la razón y de la voluntad a Dios que revela. Esta obediencia consiste, antes que nada, en © SAN PABLO 2014

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aceptar como verdad lo que Dios revela: el hombre permanece en armonía con la propia naturaleza racional en este acoger el contenido de la revelación». Espero que estos ejemplos despierten el deseo de acercarse a la fuente viva que la meditación filial de sor Myriam pone a nuestra disposición.

Introducción

† Card. Georges Cottier, OP

«El Santo Padre», así llaman al papa, a cada papa. Es uno de los apelativos más directos y coloquiales atribuidos al sucesor del príncipe de los apóstoles, vicario de Jesucristo en la tierra. Pero estas palabras asumen un significado particular si se atribuyen a Karol Wojtyla, el papa que el mundo quería hacer santo desde el día de su funeral y que ahora la Iglesia canoniza. Y al Santo Padre Juan Pablo II está dedicado este libro de reflexiones y recuerdos de un testigo de la fe, de la valentía, de la santidad, que tocó el corazón de toda la humanidad. Son el fruto de una relectura atenta del magisterio del papa Wojtyla, con la intención de encontrar algunas palabras clave de su enseñanza, esas palabras que han hecho de hilo conductor en sus discursos y en sus escritos. Un magisterio rico de ideas, conceptos y pensamientos expuestos por el papa Wojtyla durante su pontificado itinerante por el mundo, pronunciados en el Vaticano y plasmados en los diversos documentos. Un magisterio que nos ha mostrado a un hombre, el papa Wojtyla, que reveló al mundo lo más grandioso

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que puede haber: el amor de Dios. Un testigo eminente de Dios en el mundo, el más visible, el más fidedigno en cuanto a autoridad moral se refiere. En una cultura habituada como la nuestra a agotar rápidamente cada tema como si fuera una inevitable moda pasajera, estas páginas reproponen temas y reflexiones del Papa que han tocado el corazón del mundo. En estas páginas se recogen una treintena de temas que presentan la enseñanza del papa Wojtyla que, de modo más resumido, se presentaron en un programa televisivo con el título «Palabra de Karol», emitido por la RAI un año antes de la muerte de Juan Pablo II. Aquí encontraremos palabras que han atravesado todo el pontificado de Wojtyla, palabras que representan las bases del cristianismo: desde las virtudes teológicas: fe, esperanza y caridad, hasta el compromiso social en el trabajo, el perdón y la misericordia, la vida y la familia, los jóvenes y el deporte, el sufrimiento y la solidaridad, el arte y la ciencia, la paz y el trabajo, el ecumenismo y la comunión, la Eucaristía y la santidad. Este libro quiere honrar al Papa que conocí, gracias a la tarea que me fue encomendada por mi carisma vocacional, evangelizar a través de la radio y la televisión. Llamada a formar parte del equipo constituido por la RAI para el Jubileo 2000, tuve la alegría de trabajar, durante los años de preparación del gran evento en cuestión, con Juan Pablo II para la renovación y la resurrección espiritual de la cristiandad. En Roma seguí cada etapa: los encuentros, los viajes, las homilías, los discursos, los mensajes, los documentos del Papa, así como las actividades de la Santa Sede. En el fervor de

aquellos años asistí a muchas conferencias y encuentros en toda Italia, pero, sobre todo, trabajé en la redacción de programas y de noticias radiotelevisivas sobre el cristianismo. Uno de mis primeros trabajos consistió en reorganizar y catalogar la enorme cantidad de imágenes relativas a los primeros viajes papales. Un trabajo arduo, largo pero interesante, gracias al cual repasé las imágenes de los eventos más importantes del pontificado del papa Wojtyla: las audiencias, los encuentros, las expresiones paternales del Pontífice y los gestos que marcaron su pontificado, y también volví a escuchar sus palabras cargadas de fe y de humanidad. En ese conjunto de imágenes que me transportaban a los inicios del pontificado de Juan Pablo II pude captar, incluso en los detalles, la fuerza comunicativa de un papa verdaderamente excepcional. Fue precisamente este trabajo el que imprimió en mi corazón y en mi mente la fuerza divina que inspiraba al papa Wojtyla, al cual tengo grabado para siempre en mis pensamientos y meditaciones, sobre todo sus gestos, gestos como expresión de lo inexpresable. De entre las muchas imágenes de Juan Pablo II que no tuve la oportunidad de volver a ver, recuerdo una que ahora intentaré describir. Durante uno de los primeros encuentros del Papa polaco con los jóvenes universitarios, mientras los estudiantes llenaban la clase, el Pontífice comenzó a agitar en alto el solideo blanco, y mientras realizaba ese gesto repetidamente susurraba: «Paraíso, paraíso...». Los estudiantes lo miraban sorprendidos, casi diría que divertidos, sin comprender el

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significado del gesto. Unos instantes más tarde comprendieron que el Papa había intentado imitar un gesto de san Felipe Neri, el santo de la alegría, famoso por la fundación de los oradores, una creación que había antepuesto al birrete cardenalicio, considerando más importante indicar a los jóvenes el camino que los habría conducido a la salvación eterna. El Jubileo fue una verdadera mina de gestos del papa Wojtyla, que permanecieron en la memoria colectiva. Y precisamente, mientras el Jubileo llegaba a su fin y con él se concluía también el espectáculo mediático, nacía en la RAI Internacional el programa televisivo y radiofónico «Cristiandad», que lleva mi firma y que desde hace once años, cada domingo, hace llegar a todas partes del mundo el mensaje leído, naturalmente en italiano, del Santo Padre durante el Ángelus. Sí, porque el Papa, cualquiera que sea su origen, habla en italiano y Roma representa, de algún modo, el corazón de la cristiandad. El programa se centra también en los gestos papales y los de la multitud que ondean banderas, pañuelos, o muestran carteles y mensajes en todas las lenguas. Lo que me marcó fue el evento que tuvo lugar en la Plaza de San Pedro el 8 de abril de 2005, mientras el mundo estaba ahí, representado por los jefes de Estado, reyes, príncipes, embajadores. De pronto, un fuerte e inesperado viento agitó las vestiduras rojas de los cardenales y los hábitos de ceremonia de los ilustres presentes, creando una atmósfera irreal. Y, en el centro de la plaza, encima del ataúd de madera colocado en el suelo desnudo, las páginas del Evangelio comenza-

ron a moverse. Todos los ojos puestos ahí, esas páginas bailarinas fueron grabadas por las cámaras de televisión de todo el mundo. Este fue mi comentario durante la transmisión en directo que dirigía, frente al fenómeno singular de las páginas en movimiento: «El papa Wojtyla parece querer decir: Yo en mi vida he hecho una sola cosa, he hojeado por vosotros y con vosotros el Evangelio, ahora os toca a vosotros...». Creo que esas hojas movidas por el viento representaban el último gesto de Juan Pablo II, esta vez post mortem. Por eso me pareció extremamente significativa la intuición del francés André Frossard, que en una entrevista dijo: «Este Papa no viene de Polonia, sino de Galilea. Es uno del grupo de los Doce, que llega directamente del Evangelio, con la red sobre la espalda y el Nuevo Testamento bajo el brazo». Muchos se sintieron cercanos a él: quien lo vio de lejos, durante sus viajes, y quien tuvo la suerte de acercarse a él, como me ocurrió a mí, y hablarle, recibir su bendición y, no podía faltar, el rosario bendecido, y quien se dejó penetrar por la mirada que contenía una llamada, una fuerza de fe y de amor indescriptible. Era la energía divina que poseía al estar tan cerca de Dios. Gracias a los medios de comunicación, a su capacidad de comunicación a través de la luminosidad de las imágenes, el calor de la palabra y del sonido, la fuerza de los gestos, pudimos entrever la inmensidad y la complejidad de la persona de Juan Pablo II, una figura verdaderamente fascinante. El clima de simpatía nos envolvió a todos y sobre todo a los jóvenes.

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Lo oí, durante las Jornadas Mundiales de la Juventud, decir a los jóvenes que no cesaban de pronunciar claramente en todas las lenguas «Juan Pablo, Juan Pablo». «Gritáis Juan Pablo. Pero yo os grito: Jesucristo, Jesucristo». El papa Wojtyla nos permitió profundizar en la función, el servicio papal que él asumió con tanta valentía en el corazón de nuestra historia, tan llena de contradicciones y de incertidumbres. Para mí fue un papa que supo enfrentar la noche del mundo con la cara descubierta, solamente con el rostro de Dios. Fue un papa que construyó puentes, que abatió barreras, tenaz promotor del diálogo entre las religiones y las culturas, intenso partidario de la dignidad de cada hombre, intrépido defensor de la paz y de la vida, testigo valiente de la esperanza y del amor, de la fecundidad de la verdad y de la ternura de Dios. Un papa que sabía unir la palabra de autoridad, nunca formal, y las fórmulas comunicativas que usan la misma palabra, pero solo como pretexto para establecer un contacto que iba más allá del mensaje verbal: una persona viva, llena del calor de los aplausos y las aclamaciones de la gente. Un papa de las multitudes que sabía ser cercano con improvisaciones originales, con jovialidad y, a la vez, con humor. Un pontificado itinerante que llevó al papa Wojtyla a encontrar pueblos de cada cultura y nación. En veintiseis años de pontificado estrechó muchas manos, de cualquier color y procedencia, de los oprimidos y los opresores, nunca se detuvo ni siquiera frente a aquellas aún bañadas de sangre, de quien se había manchado de delitos horrendos. Juan Pablo II quiso apretar también

las manos de aquel que había intentado matarlo, porque sabía que Cristo puede encontrarse con quien sea sin ofrecer justificaciones. Estas páginas desean dar testimonio, con sentimiento de profundo agradecimiento, a Karol Wojtyla, que con la palabra y el ejemplo nos instruyó constantemente, nos animó y nos impulsó a «adentrarnos» en la navegación del reino de Dios en la historia de la humanidad, dentro de sus situaciones contradictorias y, sin embargo, abiertas a la evangelización. Necesitamos una fe vivida y Wojtyla lleva en el testimonio de su propia carne el sufrimiento que lo ha hecho similar al Cristo en el Gólgota. Esas cicatrices permanecieron en nuestra memoria para recordar que la esperanza pertenece a un pueblo, el pueblo de Dios. El papa Wojtyla, el místico, nos enseñó que se ha iniciado el tiempo nuevo en el cual los cristianos deberán nutrir una gran esperanza que introducir dentro de la historia como dinamismo propulsor. Este es el sello de un pontificado realmente de época, del cual estas páginas recogen algunos fragmentos, las palabras que constituyen, por así decir, el hilo conductor del pensamiento del pontificado de Wojtyla; y esto, en el intento de dar a conocer, de recordar y de interiorizar la sabiduría de un gran maestro, ya beato y, muy pronto, santo. Testigo de nuestro tiempo pero también y sobre todo testigo de la fe y del amor misericordioso de Dios, hombre de oración, con la mirada fija en Dios y con la mano y el corazón sobre el pulso del tiempo y de las necesidades del hombre, de cada hombre. Al respecto,

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es significativa la última pregunta al Papa de André Frossard: «¿Qué pide en su oración?». Él respondió: «La misericordia». Se marchó el Día de la Misericordia de 2005, y seis años después, en el mismo domingo de la octava de Pascua, fue beatificado en la Plaza de San Pedro. Próximamente, el 27 de abril, también domingo de la Divina Misericordia, será canonizado. Con su vida gritó al mundo la certeza alegre de que Dios está vivo y atrae fuertemente el corazón de los hombres. Y los hombres hoy se regocijan por su Pastor, por aquel papa que había comenzado su pontificado agitando la Cruz como un estandarte para luego cargársela sobre la espalda, como queriendo liberar al mundo de los males que lo oprimen, justo como hizo Cristo. La figura humana y sobrenatural que aquí se propone, a través de fragmentos breves y temáticos del papa Wojtyla, es para todos un faro que ilumina el camino e indica la meta: el reino de los cielos que se inicia en la tierra y tiene su realización en la eternidad de Dios. El papa Wojtyla, como un joven apóstol de Cristo, fue incluido aquí abajo entre los pequeños según el Evangelio: ahora pertenece a este Reino que, como dice el poeta Dante, «solo el Amor y la Luz tiene como límite». Mientras, el papa Juan Pablo II ha dejado en el corazón de cada uno de nosotros un fragmento de sí mismo y también un brillo de luz divina. Myriam Castelli

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El último adiós: «Santo subito»

Como destellos encendidos, las almas de los justos resplandecen por toda la eternidad (Dan 12,3).

Es la octava de Pascua, 2 de abril de 2005, primer sábado del mes, las primeras vísperas del domingo de la Divina Misericordia. El hijo, el «Totus tuus», «Todo tuyo» es conducido al cielo por la mano de María, la Madre que lo acompañó en la vida terrena, en cada momento de su existencia. El papa Wojtyla, el primer papa eslavo de la historia, el hombre venido desde lejos, nació en Polonia, en Wadowice, a poca distancia de Cracovia, el 18 de mayo de 1920 y se convirtió en papa el 16 de octubre de 1978. Su pontificado, que duró casi veintisiete años, atravesó el siglo XX ofreciendo una huella indeleble al nuevo milenio. Un pontificado que ha alcanzado las fronteras del mundo. No existe un rincón del globo que Juan Pablo II no hubiera visitado para volver tangible la presencia de Jesús a todos los pueblos de la tierra. Los mismos que el día de su funeral llegaron al atrio de la Basílica de San Pedro simplemente para decirle: gracias. © SAN PABLO 2014

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El mundo se detuvo Miles y miles de personas llegaron, por diversos medios, a rendirle homenaje. Ningún sacrificio, ninguna fatiga y cansancio eran demasiados para llegar y tocar, aunque fuera un momento, ese ataúd. Para poder decir: lo saludé, me vio y me amó. Colas larguísimas pero serenas y ordenadas. Una espera de horas y horas vivida con gran sentimiento solo para sentir ese breve instante de cercanía con él, a pesar de pasar toda la noche en la calle y dormir a la intemperie junto a los hijos. Escogió ser colocado sobre la tierra desnuda, como Pablo VI, junto a la tumba de Pedro. Su ataúd estaba desnudo y era sencillo, como lo fue su corazón. Su corazón paterno. Alrededor de él, el día de su funeral, se reunieron los jefes de Estado y de gobierno, los representantes de las delegaciones de varios países, los cardenales, los obispos y el pueblo de Dios de todo el mundo, como testimonio de la consideración universal a este Papa que había tocado el corazón de todos. Ese día Roma superó el desafío más difícil: gestionar y vigilar una muchedumbre sin precedentes en la historia de la ciudad, un pequeño ejército de diez mil agentes y cinco mil voluntarios fueron movilizados para asistir y controlar a la multitud de peregrinos.

Santo subito

Su cuerpo estaba ahí, bajo la mirada de la gente. Como si quisiera despedirse del mundo, silenciosamente, desde

Ante su muerte el mundo se detuvo, como conteniendo la respiración. No es casualidad que el pueblo, la gente que lo amó profundamente, reivindicara su canonización inmediata: «Santo subito», santo ya. Esta petición, escrita, hablada e incluso declamada en voz alta, fue el mejor tributo del mundo al hombre que, con extrema eficacia, supo acercar a los hombres a Dios en todo el mundo. Por eso, sobre todo por eso, el papa Wojtyla ha sido llamado el «Grande». Un verdadero «hombre de Dios», reconocido por todos como tal, porque fue grande en la fe y en el amor, como por esa fuerza divina que lo llevó a recorrer incansablemente todos los caminos del mundo para conquistar a toda la gente a Cristo, contribuyendo de este modo, con su testimonio, a acortar las distancias entre el hombre y Dios, entre el cielo y la tierra.

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aquel ataúd de madera colocado sobre la tierra desnuda. Un ataúd desnudo coronado únicamente por un gran evangelio. Dio su último adiós con un gesto original, inesperado, con el viento que movía por él las páginas de aquel libro sagrado. Él, el pastor que más que ningún otro supo llenar de gestos sus propias palabras, quiso recordarnos el compromiso absoluto y prioritario obtenido a lo largo de su vida terrena: enseñándonos el evangelio de Cristo, abrazándolo siempre como un peregrino de la fe, listo en cada instante para anunciar al mundo el Dios de la salvación y de la esperanza.

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Así, al repensar la claridad del compromiso generoso en su vida terrena a favor de la humanidad, no puede sorprender que a solo dos meses de su fallecimiento, el 28 de junio de 2005, en la Basílica de San Juan de Letrán, se abriera la causa de beatificación de Juan Pablo II. Precisamente el papa Joseph Ratzinger, de quien era muy amigo, dio la autorización para iniciar la causa de beatificación sin esperar los habituales cinco años desde la muerte, como está previsto por la praxis de la Iglesia. Para el último adiós sobre el patio del mundo, miles de medios de comunicación, entre radios y televisiones, se unieron en una espontánea y maravillosa «competencia divulgativa» para rendir homenaje a un hombre que supo, quiso y pudo desarrollar su propio papel de «testigo de Dios» en algo absolutamente inolvidable, en presencia de las delegaciones de las Iglesias y comunidades cristianas de todo el mundo, sin faltar los exponentes más representativos y de gran autoridad de las diferentes comunidades religiosas del cristianismo, provenientes de todo el planeta.

Durante el rito solemne de despedida, el entonces decano del colegio cardenalicio Joseph Ratzinger recorrió la vida de Juan Pablo II, reconduciendo a la palabra evangélica su excursus vitae. Sígueme. En esta exhortación lapidaria, dicha por Cristo a Pedro, Karol reflejó la íntima esencia de su existencia.

En ella se contienen las «líneas directrices» que acompañaron y caracterizaron toda la vida del papa Wojtyla, Juan Pablo II. A partir de su juventud, que lo vio como un apasionado estudiante de literatura y teatro, obrero de una fábrica, seminarista clandestino. Prosiguiendo en el sacerdocio, donde manifestó una interpretación plena y realizada hasta tal punto que mereció, sucesivamente, las responsabilidades de obispo y de cardenal. Hasta llegar a ser digno sucesor de Pedro, el 263º en la historia de la Iglesia. Karol siguió el ejemplo de Cristo siempre. Y, como Pedro, siempre sintió íntimamente la inevitable exigencia de responder, de testimoniar con todo su ser: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo». Un amor que lo proyectó felizmente a consumarse por el Señor, dispuesto a sobrepasar cualquier límite razonable de sufrimiento humano y físico, conducido por la motivación y la fuerza superior con que solo Dios puede colmar a sus hijos, hasta la última Pascua de su vida. Un evento, una imagen que, para cada uno de nosotros, permanece inolvidable, dejando huella en nuestras conciencias y nuestra memoria más evocativa para descubrir el sentido auténtico de la fe absoluta. Karol tenía el rostro marcado por el más profundo sufrimiento físico, ciertamente no espiritual. A pesar de eso no renunció a asomarse, por última vez, a la ventana del Palacio Apostólico. Un instante de inmensa conmoción, en la Plaza San Pedro, en el que todas las mujeres y los hombres que lo amaban ofrecieron una mano, un pensamiento, un latido de amor hacia quien, consumando sin reservas toda su existencia, no cedió nunca al cansancio,

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Cristo: «Pedro, sígueme...»

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la enfermedad y el sufrimiento físico para convertirse en el mediador auténtico entre los hombres y Dios. Intentando hacer esta cercanía más próxima en todo el mundo. Karol, en ese momento que para él representó la extrema emoción humana, una vez más, la última, obtuvo la fuerza para impartir la bendición Urbi et orbi. Aquel signo de la cruz, el último trazado sobre su figura exhausta, fue testimonio extremo de un inmenso significado. Una bendición «muda», universalmente acogida, abrazada y comprendida, con la cual supo gritar al mundo su fe en el Crucificado. Días de sufrimiento físico extremo en los que, a pesar de todo, su anuncio del Evangelio fue aún más profundo, intenso y eficaz. Mostró al mundo cómo el misterio del amor puede llegar absolutamente intacto en su dimensión espiritual, aun estando extremadamente cansado por la natural caducidad de la condición humana terrena, hasta el corazón mismo de toda la humanidad. Un testimonio pleno y consciente, hasta el extremo de sus posibilidades humanas y físicas. Siempre respondiendo, obediente y fiel en toda su existencia terrena, al imperativo de Jesús: «Sígueme», el papa Wojtyla supo presentar de modo límpido, afín, sencillo y familiar el misterio de la resurrección pascual como esperanza y certeza en la Divina Misericordia. Un misterio que Karol siempre reflejó del modo más puro, haciendo referencia, con todo su ser, con significados y atribuciones a María. A la Virgen Santísima. «¡Esta es tu madre!». Juan Pablo II, Karol, supo seguir literalmente las palabras del Señor crucificado, como si estas hubieran

sido dirigidas personalmente a él, acogiendo íntimamente el significado: «Totus tuus», aprendiendo de la Madre a referirse plenamente a Cristo como redentor de la humanidad, haciéndose digno testigo. Fue un largo pontificado el de Karol Wojtyla, caracterizado por el primado de Cristo y el renacimiento consciente del hombre en su fe. Con su testimonio y con su amor Karol nos contó, nos brindó, de modo sencillo, profundo y eficaz, a pesar de las diversidades de los pueblos, lenguas y contextos, el misterio de Dios. Quizá, si alguno hubiera preguntado al Papa tan cansado y encorvado: «¿Por qué caminas aún?, ¿por qué te afanas en dar testimonio?», él habría respondido: «Lo hago por amor a Dios». Si, en los últimos meses, observando su dificultad en expresarse, le hubieran preguntado: «¿Por qué intentas hablarnos aún de Dios?», Juan Pablo II, Karol, nos habría respondido: «Para deciros que Dios es amor. Un amor con el que toda la humanidad debe continuar relacionándose para reconocer el significado más auténtico de la propia existencia. Un amor en donde el significado de la vida, como el de la muerte y la resurrección, encuentra plena acogida».

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Índice

Págs. Prólogo (Card. Javier Lozano Barragán).................. 5 Presentación (Card. Georges Cottier)...................... 13 Introducción........................................................... 17 El último adiós: «Santo subito»................................ «Si me equivoco, corregidme»................................ Sus gestos, más elocuentes que las palabras............ Desde la ventana más famosa del mundo............... El caminante incansable ........................................ Totus tuus: el lema de su pontificado....................... El pontificado bajo la protección de la Virgen........ Peregrino de la esperanza........................................ La cultura de la vida............................................... La familia, cuna de la vida...................................... Te escribo, mujer..................................................... Los niños, fuente de esperanza................................ La paz: una obra abierta.......................................... Los centinelas de la mañana................................... El atleta de Dios...................................................... Los servidores de la «polis»..................................... © SAN PABLO 2014

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Págs. La dignidad del trabajo........................................... ¡Abrid, es más, abrid de par en par las puertas a Cristo!................................................................. La fe y la razón........................................................ La belleza de Dios................................................... El magisterio del sufrimiento.................................. El peregrino de la Verdad........................................ La belleza de la creación......................................... Samaritanos del tercer milenio............................... La fuerza del perdón................................................ Jesús, vida del mundo............................................. El respeto de los derechos humanos....................... La moral de los mandamientos............................... La unidad de los cristianos...................................... La grandeza de los santos........................................ Oración al Padre..................................................... Agradecimientos.....................................................

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