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Diario de a bordo. Tati
from Ateuves 50
by Grupo Asís
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Beatriz Navarrete
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Tati
Os voy a contar la historia de Tati tal y como me la ha contado a mí su dueña. Tati era una hembra de Labrador color canela con las orejas más suaves que hayáis podido tocar jamás. El día que fuimos a buscarla nos trajeron dos cachorritas de Labrador adorables pero Tati, nada más entrar al salón donde estábamos, se puso a hacer caca y no paró en toda la visita de moverse y buscarnos los pies para sentarse encima. Su pobre hermana no tuvo nada que hacer: Tati nos había conquistado, así que decidimos quedarnos con ella. Siempre fue un bichito. En cuanto llegó a casa no tuvo ningún reparo en ponerse a investigar en el jardín y actuaba como si ya hubiese estado allí. Era valiente y decidida, pero en cuanto me sentaba en el suelo, venía enseguida y se acurrucaba en mis piernas. ¡Qué a gustito estábamos las dos así! Siempre le estaban pasando cosas. A la semana de estar en casa se comió la trucha que había pescado mi hermano, con espina y todo. Resultado: cólico tremendo y de urgencias al veterinario. Esa fue siempre la cruz de Tati, que era voraz. Devoraba la comida y cualquier cosa que encontrara (palos, plantas, tierra, migas de pan…) del mismo modo que devoraba alegre la vida, a bocados. Era un trasto pequeño, daba gusto verla meterse en el río y bucear para atrapar piedras, nadar como una nutria y coger palos en el agua. Un día le rompí un diente al tirarle una piedra al río que cogió al vuelo. No lo sabe nadie, pero guardo el trozo de diente que le sacó el veterinario, porque me sentía culpable de que por mi causa se hubiera quedado mellada. Tati nunca me guardó rencor por ello. Siempre estaba dispuesta a meterse en el agua; yo la llamaba rana, porque era “acuática”. Al poco de estar en casa, se metió en la piscina de cabeza y tuvimos que rescatarla, en pleno invierno, empapadita.
Y llegó el día en que Tati no quiso comer, y eso en ella era preocupante, muy preocupante. También llegó el resultado de las pruebas, y la pregunta al veterinario en el momento en que el medicamento entraba por la vía: “Dime que de verdad no hay otra solución, dime que estamos haciendo lo que es mejor para ella”. Y llegó el momento definitivo con Tati entre mis brazos. Gracias Tati, por doce años de felicidad y alegría. Gracias por los maravillosos momentos que hemos compartido. Gracias por haber sido un bichito. Y perdóname por no haber sabido reconocer tu dolor un poco antes, por haber perdido los nervios algunas veces y por guardar de ti sólo una mata de pelo. Te echo de menos, Tati. Te echo tanto de menos…