En la otra orilla del Támesis [Extracto]

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SARAH THOMAS

EDITORIAL SOLDESOL


EN LA OTRA ORILLA DEL TÁMESIS Autora: Sarah Thomas @Sarah_Thomas6 https://www.facebook.com/sarahthomaswriter © Textos: Sarah Thomas. 2014 www.elblogdesarahthomas.blogspot.com.es © Edición: Editorial Soldesol www.editorialsoldesol.com © Diseño de portada y maquetación: Sol Ravassa www.solravassa.es Impreso en España ISBN: 978-84-943873-2-6 DEPÓSITO LEGAL: AL 1190-2015

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros medios, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal). Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.


Para mi madre: «Llevo tu corazón donde guardo el amor, llevo tu corazón en el único rincón que es mío, mi corazón.»



PRÓLOGO

Cada ciudad tiene un olor diferente para cada persona, de la misma manera que las páginas de un libro no huelen igual para cada lector... ni te cambian para siempre de igual forma. Hay ciudades —y libros— cuyo aroma se te queda impregnado en la piel y te acompaña por el resto de tu vida. La experiencia de una persona debería poder medirse según el número y la calidad de los libros que ha leído a lo largo de su existencia, pero también contarse según las ciudades que ha vivido, que ha descubierto o que ha visitado, y en cuyas calles ha dejado sus huellas para siempre. No recuerdo bien en qué orilla del Támesis sentí por primera vez el olor de Londres. Fue hace muchos años, más de veinte. Viajaba solo y llegué a uno de los aeropuertos del extrarradio, porque en ellos suelen aterrizar los vuelos más baratos. Tuve que tomar un tren y el metro para llegar a la ciudad, pero de ese trayecto no me acuerdo bien del todo, para ser sincero. Un fundido inverso en color negro es la primera imagen que tengo de la gran ciudad. Conforme subía las escaleras de la salida del metro, el círculo de luz sobre fondo oscuro se iba haciendo cada vez mayor. Y de repente, respiré Londres. 7


El tráfico apabullante de la urbe, los autobuses de dos pisos de color rojo, el cielo gris de primeros de otoño y las gotas de lluvia resbalando en los escaparates, el humo que salía de las alcantarillas, la gente corriendo para cruzar la calle, el ruido de los semáforos... Todos estos elementos forman parte de la primera foto que conservo en mi memoria de la ciudad, pero ninguno ellos me ha llegado tan dentro como el olor de Londres, que se me quedó dentro para siempre. No sabría definirlo con precisión, pero estoy seguro de que podría reconocerlo entre el de miles de ciudades. Londres huele diferente, transmite una sensación especial de humedad y viento fresco y, al mismo tiempo, sabe a una mezcla de comidas exóticas y sabores costumbristas, a tradición pero también a modernidad y vanguardia. Nunca podré olvidarlo, su fragancia me acompaña desde entonces. Dicen que los libros huelen a nuevo. No les falta razón a quienes hacen esa afirmación pero, si acercas tu nariz a las páginas de esta novela que tienes ahora entre tus manos, además de rozarte con el papel recién impreso, podrás sentir cerca de ti el olor que desprende Londres... y quizá quedártelo para siempre. La verdadera protagonista de estas páginas, que como verás, están salpicadas de cientos de personajes con historias comunes, cotidianas, alegres y algunas tristes, es la ciudad: Londres. De la misma manera que Madrid alumbró a Camilo José Cela y le dio alas para escribir las historias que conforman “La Colmena”, el retrato más perfecto que jamás se hizo de la capital de España, la ciudad partida 8


en dos por el Támesis es la que alberga en su regazo, en cada una de las dos orillas, las historias que componen este lienzo de grandes dimensiones al que llena de color la novela que estás a punto de empezar a leer. Todo en este relato huele a Londres. Las andanzas de cada una de las personas que aparecen en “En la otra orilla del Támesis” no son más que unos cuantos reflejos sobre el agua del río de las aventuras que conforman cada día la naturaleza de la ciudad. En Londres las historias se suceden y entrecruzan como lo hacen las vidas de los personajes que aparecen en esta novela en la que la protagonista es la ciudad. De la mano de cada una de estas personas, a modo de pinceles, se dibuja el perfil de la urbe en la que cuando se apagan las últimas luces de la noche comienzan a encenderse las primeras de la mañana. Londres casi nunca duerme, está viva, como lo están las historias de esta novela, que podrían no acabarse jamás. Me gustaría darle las gracias a Sarah Thomas, autora de “En la otra orilla del Támesis”, por pedirme que escribiera el prólogo de su primera novela. Nos sonríe una gran amistad y nuestras familias se encuentran unidas de algún modo, para siempre, de la misma forma que el cauce del río Támesis une de forma indivisible las dos orillas de la ciudad de Londres. Estoy convencido de que a estas letras, sin duda, le seguirán muchas más en forma de historias que alguien nos debía contar. Y Sarah lo hará. Tras haber cosechado excelentes críticas durante su venta online, era justo que “En la otra orilla del Támesis” se convirtiera en un relato impreso sobre papel. Gracias 9


a eso tengo la oportunidad de darle las gracias a Sarah y de recordar con cariño las tardes de lluvia en la niñez. Pero también tengo la posibilidad de darte la enhorabuena a ti lector por haberte hecho con este ejemplar. Estoy convencido de que no te defraudará la lectura y de que podrás disfrutar el singular olor a Londres que desprenden sus páginas. Créeme, no hay otro igual.

Manuel Moreno, periodista y escritor.

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La desembocadura



~ Sarah Thomas ~

BARRERA DEL TÁMESIS

Sus ojos ausentes observaban la torre del Big Ben. Sintió el movimiento de alguien a su lado y a continuación el crujido de las tablas de madera del banco donde estaba sentado. —Me gusta este lugar —dijo una voz—, sobre todo al atardecer, cuando el cielo se llena de tonalidades ro­ sáceas. Es tranquilo y solitario. —Sus palabras se que­ daron en suspenso durante un instante—. La ciudad parece tan lejana al otro lado, como si el puente nos distanciara de la vida de la otra orilla. Quizás ése sea el motivo por el que te gusta tanto este lugar, pre­cisamente porque intentas distanciarte, Adrian, y no se puede huir de los fantasmas. —La voz suspiró cansada—. El miedo no desaparece aunque no te enfrentes a él. Adrian le dejó hablar pero continuó concentrado en la imagen de la otra orilla. Intentaba aparentar que no le afectaba, que sus palabras no estaban dirigidas a él, y permanecía inmóvil sin volverse hacia la voz. —Estoy seguro de ello... —empezó a decir Adrian, y luego se calló, como si se le hubiera olvidado lo que iba a decir o estuviera cansado de hablar. Y volvió a su silencio entretejido durante horas. 15


~ La otra orilla del Támesis ~

Sonó la primera de una sucesión de campanadas que anunciaba la llegada de la noche. Era como si la ciudad se detuviera en ese instante y la vida no volviera a latir en las calles de Londres, hasta que se apagaba el sonido de la última de las campanadas. Adrian inspiró con fuerza y se detuvo a contarlas. Su mente y su corazón, que hasta ese momento estaban llenos de pérdida y traición, se concentraron en ese sonido. Poco a poco sintió como se desprendía la rabia de su cuerpo. La sensación de estar a la deriva se esfumó durante esos segundos. Cuando el Big Ben terminó de dar la hora, la ciudad retomó su pulso, él cerró sus ojos y aspiró como si el aire tuviera el poder de calmarlo y reconstruirlo de nuevo. Adrian había permanecido sentado allí durante horas, esperando. Sin saber exactamente lo que espe­ raba. Quizás un milagro; quizás el paso del tiempo; quizás aprender la receta para no cometer los mismos errores. No estaba seguro, pero se había detenido en ese banco y había permanecido allí durante horas. Tenía una conexión con aquel lugar que no tenía con ningún otro sitio en la ciudad, le ayudaba a meditar, y en ese instante sólo podía pensar en lo fácil que sería todo si pudiera dar marcha atrás en el tiempo y deshacer su pasado reciente. Parpadeó queriendo despertar, pero al abrir los ojos todo seguía ahí. Allí frente a él continuaba el Big Ben, una persona a su lado, y en su conciencia una voz con una única pregunta: «¿Y ahora qué?» —Necesito un porqué... —empezó a hablar sin atreverse a terminar la frase. Las palabras parecían 16


~ Sarah Thomas ~

incapaces de salir de sus labios, pero aun así, Adrian estaba seguro de que su acompañante entendería perfectamente a qué se refería. Esperó, pero no obtuvo respuesta. —¿Y no pensaste que quizás... me importaba?, ¿que quizás necesitaba una explicación?, ¿que quizás la merecía?, ¿que quizás yo fuera...? —Adrian hablaba en alto, como si estuviera enfadado consigo mismo y la voz le saliera de la rabia, con la mirada empañada en un espejismo perdido en la otra orilla, atragantándose con todo lo que quería decir. —¿Feliz? ¿Eso es lo que ibas a añadir? ¿Lo eres ahora?, feliz, quiero decir... ¿Menos que antes, más que antes? Porque eso es lo que importa. El ahora. El presente. El pasado no cuenta, Adrian, no puede importar. Sólo el presente. Recuérdalo. Si continuas aferrándote de esa manera al pasado, nunca podrás avanzar. Ése es tu error, Adrian, piensas y sientes demasiado en pasado. Adrian guardó silencio durante un rato ante la ve­ hemencia de su acompañante. Sus palabras le habían entrado dentro y se habían instalado allí, en alguna parte de su dolor. Probaba la idea despacio, mirándola con rabia, con comprensión, con desconcierto, sin ser capaz de saber si quería seguir escuchándolo. —¿Y...? —Reaccionó por fin. Se le quebró la voz—. ¿Fuiste tú? —Su convencimiento era casi un reproche—. Has sido tú —sentenció sin un ápice de duda. —Adrian, eso no importa. —Para mí sí es importante —dijo con rabia. —Debes confiar en mí. 17


~ La otra orilla del Támesis ~

—No sé si puedo hacerlo —repitió, convenciéndose a sí mismo. —Pues no lo hagas, pierde esta oportunidad, huye a otra ciudad como haces siempre. Enciérrate en tus emociones, acostúmbrate a la traición, y por supuesto, aférrate a la soledad con uñas y dientes: eso lo haces muy bien. —Sus palabras colmadas de esa experiencia caían con rencor sobre Adrian. Después, volvió de nuevo ese minuto de silencio. —Creo que ha llegado la hora de irme. Si quieres... en fin, ya sabes dónde encontrarme, Adrian. Sin mirarle supo que se había levantado del asiento. Lo escuchó dar el primer paso, caminar, y luego suspirar para acabar dándose la vuelta y decirle una última cosa antes de desaparecer definitivamente: —Todos tenemos secretos, Adrian, incluido tú. No intentes hacer el trabajo de Dios, no juzgues a los demás por sus secretos. Adrian, no le vio marchar. No quería ver cómo se alejaba. No quería saber hacia dónde iba o si esa sombra, que se difuminaba con la distancia, iba sola o acompañada. No quería enfrentar el hecho de que todo aquello se había acabado de la misma y sorprendente manera que había empezado: en el más absoluto secreto. Él se desvanecía, como la niebla al amanecer. Desapareciendo, quizás para siempre. Adrian mantuvo sus ojos fijos en la otra orilla. Las luces de la ciudad se encendieron de pronto. Estaba solo de nuevo. Él, sus pensamientos, y el anochecer. 18


La orilla derecha



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