Zonazero [extracto]

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MIKEL MURILLO

PRÓLOGO DE ALFONSO ZAMORA

EDITORIAL SOLDESOL



A la memoria de mi abuela Custodia, lo que recuerdo de ti es todo un regalo. A Almudena, por su infinita paciencia y amor. Y a Jos茅 Ram贸n, por su enorme apoyo e implicaci贸n en esta obra.



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PROLOGO

Todos tenemos alguna ilusión en nuestras vidas; alguno fantasea con llegar a ser un futbolista de éxito, otros con pisar la luna y están los que se conforman con alcanzar la fama al precio que sea. Sin embargo, mi sueño era ser escritor, poder plasmar en un papel todo aquello que rondaba por mi cabeza y que la gente pudiese disfrutar de esas historias que antes estaban atrapadas en mi mente. Y lo conseguí, aquel mes de enero de 2014, cuando mi primera novela «De Madrid al Zielo» vio la luz en todas las librerías de España. El camino desde entonces no ha sido nada fácil, aunque si muy satisfactorio. Ha merecido la pena. Y ahora, lector, tienes entre tus manos la novela de un joven autor con el que me siento identificado. Ya no sólo por la temática Z de su novela, sino por la ilusión y sus ganas de cumplir su sueño, que hoy se ha hecho realidad. Me siento muy orgulloso de formar parte de esa ilusión, de ese tremendo trabajo que hay detrás de la escritura de una novela: horas robadas al sueño, quebraderos


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de cabeza, miedos, inseguridad y fantasmas que te rondan pensando si lo estás haciendo bien y si estás logrando transmitir lo que realmente quieres. Mikel Murillo lo ha conseguido. Ha logrado reunir en esta novela todas las condiciones que se necesitan para que no puedas parar de leer hasta el final. Una historia trepidante, de la cual no pienso revelarte nada, como entenderás. Si has leído más historias de zombis, esta no te dejará indiferente y le acabarás pidiendo al autor que continúe la historia con un segundo volumen. Si te acabas de iniciar en el mundo de los podridos, prepárate. Busca una luz tenue y sumérgete en este mundo post apocalíptico que Mikel nos describe con verdadera maestría. No es recorrido apacible. Yo solo te lo advierto. Te dejo solo, te dejo sola. Yo no continúo el viaje; aquella maldita mordedura está apunto de cumplir su objetivo. Ahora bien, si algún día tienes la mala suerte de encontrarte conmigo, apunta bien a la cabeza o acabarás paseando a mi lado por el resto de los días. Que lo disfrutes. ALFONSO ZAMORA LLORENTE.

Autor de la saga «De Madrid al Zielo».




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26 DE JUNIO DE 2015. DÍA 1 DE LA CUARENTENA

1 INFECCION EN LOS PEDROCHES

Cuando el reloj de la mesita marcaba las 15:36 h. Mikel Murillo, quien aún no había pasado la barrera de los treinta, vecino de Fuente la Lancha, no podía dejar de moverse de un lado a otro de la cama. Era imposible dormir la siesta. La entrada del verano comenzaba con un calor insoportable y pegajoso. Absorto en sus pensamientos, vagabundeó en los recuerdos del día anterior. Calles solitarias y entristecidas abrazadas por el cantar de gorriones, jilgueros y verderones que, como una proyección de vídeo, persistía en su conciencia. La causa, un viaje a Portugal durante unos cuantos días, acontecimiento que suponía una ausencia de población importante. Sus padres y su hermano Alberto aprovecharon la ocasión. ¿Quién podría resistirse a visitar una de las ciudades más elegidas por los españoles para sus vacaciones? Maletas preparadas y rumbo a Lisboa.


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A su cargo, el huerto y dos perrillos: Kevin, un yorkshire inseparable de su dueña y Flipped, un perro sin raza que vigilaba entre los olivos con ladrido constante. Sin olvidar a la gata y a sus cuatro cachorros nacidos días atrás, aunque dos de ellos habían desaparecido. Cuando volvió a la realidad, conectó la radio que había sobre la mesita y, tras un corto silencio, la pri­ mera emisora comenzó a romperlo. Era extraño, radio Pozoblanco no emitía a esas horas. Se ladeó y apegó el oído. Estaban retransmitiendo un programa especial. Hacían referencia al hallazgo de más de doscientos cadáveres de reses vacunas en una explotación cerca del término de Dos Torres. Los pe­ riodistas hacían hincapié en la noticia, el entrevistado decía no saber la causa al mismo tiempo que sollozaba por la gran pérdida económica. Cuando el locutor puso fin a la conversación, Mikel se sentó sobre el colchón, bajó los pies al suelo frío y, tras colocarse las chanclas, llamó a Almudena, quien estaba echada en el sillón del comedor leyendo Persuasión, una novela de Johanna Lindsey. Le contó lo que había escuchado. Ella arrugó el rostro en señal de desconcierto y una minúscula fracción de segundo des­ pués, apoyó el libro en la mesa al mismo tiempo que meditaba sobre el asunto. La lavadora había finalizado el programa y se marchó a tender la ropa. Era la hora de escribir de Mikel. Inició el ordenador, abrió el Word y continúo por donde lo dejó. Su novela, El factor RH, iba tomando forma. Los personajes le pe­ dían bailar sobre las teclas en el instante que movía


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piezas sobre un tablero de ajedrez. El protagonista de su historia se había encontrado con un descubrimiento inesperado. Un rato después, Almudena y él se dirigían a la vi­ vienda de su madre; su otro hogar en la calle Nueva, número treinta y cinco. Pasaban de las siete y media de la tarde, y el huerto requería que lo regara hasta cerca de las nueve de la noche. Antes de ir a abrir la llave que daba paso al agua desde la alberca, se pasarían a recoger a Kevin, ya que no estaba acostumbrado a estar encerrado y necesitaría una buena distracción. A pesar de la hora que era, no se habían encontrado con nadie en el camino hacia su otra casa. En la víspera de esa tarde se toparon con dos ve­ cinos que cuidaban de las pertenencias de otros excur­ sionistas. Pero en esos momentos todo estaba en calma. Un sudor caliente se adhería a sus pieles, la ola de calor que atravesaba España estaba haciendo estragos. Durante el paseo, Almudena y él hablaron de libros: una nueva editorial de romántica estaba consolidando gran número de seguidores en la red. Cuando se disponían a dejar atrás la calle Virgen de Guía para poner un pie en la plaza Sotomayor y Zúñiga, un grito se propagó al otro lado, provenía de enfrente del ayuntamiento. Corrieron tan rápido como sus ligamentos lo permitieron. Ante la mirada sofoca­ da de su mujer, tomó una bocanada de aire caliente y la dejó atrás. El corazón le latía a una velocidad verti­ ginosa. Cuando giró la vista a sus espaldas, se cercioró de que le llevaba una ventaja considerable y ella le im­ ploró que no fuera tan rápido.


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Junto a un banco de piedra y, bajo la sombra de un gran árbol, algo se movía. Aquello, por increíble que pareciese, estaba allí alimentándose. Era... un ser con aspecto demacrado. Un lugareño con la cara llena de sangre, el pelo enmarañado y la ropa destrozada. ¡Dios! Tenía un pie magullado y le faltaba una oreja. Cuando se percató de su presencia, Almudena ya había echado a correr hacia la morada de los padres de Mikel. En un instante de aturdimiento, el extraño apartó a un lado el cadáver que estaba tendido bajo sus pies: una señora irreconocible de no más de cincuenta años. Mikel creyó que le había visto. El varón monstruoso cojeaba y pensó que no podría alcanzarles de esa for­ ma. El joven volvió a mirarlo de arriba abajo cuando dos chicos a los que conocía irrumpieron por las esca­ leras, convertidos en algo desconocido. Uno de ellos, ataviado con pantalón corto y camiseta del Córdoba, el equipo que había vuelto a bajar a segunda. El otro cha­ val parecía estar enrabietado, tenía la ropa hecha trizas y emitía un grito aterrador. No había tiempo para pensar. No había tiempo para respirar. No había tiempo ni siquiera para reaccionar. A la primera oportunidad, Mikel intentó escapar de allí. La adrenalina que corría por sus venas incitó a la carrera y, en cuestión de unos segundos, alcanzó a Al­ mudena calle abajo. Acababa de llegar frente a la puer­ ta de su otra casa. Su mujer, aterrada, no acertó con la llave en la cerra­ dura. Se la tendió y este, sin apenas respirar, la introdujo y giró. El chasquido que oyeron les avisó de que la puer­ ta estaba encajada. Almudena, sin perder ni un segundo,


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empujó y entraron en la vivienda con la idea de man­ tenerse a salvo. Los humanos con aspecto podrido no dejaban de golpear al otro lado. Se sentían acorralados. Estaban ahí fuera y, por sus alaridos, vendrían más. Su mujer no reaccionó, no podía creer lo que aca­ baba de ver en la calle. Cayó aterrada al suelo. Sus ojos despiertos estaban sumidos en una incredulidad abrumadora. El chico zarandeó su cuerpo con la in­ tención de hacer que su mente volviera a la realidad. Los porrazos aún perduraban en el tiempo. Los gritos que provenían del exterior componían una partitura aterradora, pero aquellas personas grotescas no habla­ ban. No había duda de que los vecinos de su madre habían salido a la calle y estaban siendo testigos del triste acontecimiento. Al cabo de unos minutos, los golpes que retum­ baban en la puerta cedieron. La turba de atacantes pare­ cía haberse espantado. Almudena estaba más calmada, pero sus constantes estremecimientos eran fruto del miedo que todavía invadía su cuerpo. A pesar de que la puerta era fuerte, tenían la certe­ za de que no resistiría más embestidas. Pensaron unos segundos. El balcón. Si aquellos seres alcanzaban la barandilla del balcón estaban perdidos. Era posible que subiesen con la ayuda de la única ventana más baja que daba a la calle. Otra vía accesible se encon­ traba en el patio, el último lugar de la casa, pero era segura. Las paredes estaban tan levantadas que era im­ posible que nadie trepase sin una escalera de por me­ dio. Además, esas cosas no parecían tener inteligencia ni conocimiento... sus pensamientos eran absurdos.


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Con la ayuda de Almudena, el chico arrastró el mue­ ble recibidor hasta la puerta, proporcionándole mayor resistencia. Los golpes volvían a repetirse; uno abajo, dos arriba. El sonido del estallido de los cristales de la puerta de entrada a la casa resonó junto a los bramidos agonizantes de las últimas personas que intentaban huir en el exterior. Si querían mantenerse con vida debían pensar en algo rápido y preciso. Fijaron su mente en la planta alta de la vivienda. Mikel entrelazó sus dedos con los de Almudena y tiró de ella. Así, llegaron hasta el come­ dor. Kevin no paraba de ladrar alertado por la sinfonía que resonaba al otro lado de la estructura del edificio. Abrió la puerta del patio, fue hasta el lugar donde se encontraba un grifo y agarró el primer cubo que encontró. Regresó dentro, Almudena había cogido un cepillo... la idea era absurda. Sin perder un segundo, entró en la cocina, llegó hasta la despensa y cogió una garrafa de aceite de oliva que estaba justo por la mi­ tad­­. Su madre le enseñó a no malgastar el aceite, pero la situación requería de un sacrificio. Volcó los más de tres litros en el cubo, hasta la última gota, mientras Al­ mudena lo observaba intrigada. Buscó más productos inflamables en la despensa; un limpiador químico y las pastillas de encender la can­ dela de su padre. Solo quedaban seis. Las machacó con la ayuda de un martillo y vertió el resultado en el cubo lleno de aceite. Después, hizo lo mismo con el líquido de limpiar el horno. Una vez que preparó la mezcla inflamable, agarró una caja de cerillas del cajón y subió las escaleras como


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un poseso. Llegó hasta la habitación de su hermano, todo estaba inundado de cacharros para crear músi­ ca. Levantó la persiana y deslizó la puerta a un lado. Volvió la mirada a su espalda, Almudena venía armada con un palo que había cogido del patio. Le recalcó que era mejor opción que la anterior. Salió al balcón, la estampa que observó desde la baranda era aterradora. En mitad de la calle yacían dos cadáveres irreconocibles. El grupo de poseídos había crecido. Se habían unido tres más: dos varones forta­ chones y una mujer sin brazo. El adoquinado estaba impregnado de sangre y había un gran charco en me­ dio de la calle, junto a uno de los cadáveres. Las sirenas de vehículos de auxilio hacían eco unidas a los aullidos de los perros que permanecían vivos. Los raros trepaban valiéndose de la reja de hierro de la ventana, tal y como lo había pensado Mikel unos momentos antes. Algo que le pareció chocante, «¡creo que son unos putos zombis!», a menos que supieran lo que estaban haciendo. Uno de ellos alcanzó la barandil­ la cuando Almudena se armó de valor y lo apaleó con dureza en la cabeza. El monstruo perdió el equilibr­io y se desplomó de bruces contra otro de ellos. —Buen golpe —felicitó su marido. Tras el desconcierto del grupo, Mikel derramó la mezcla inflamable sobre sus cuerpos y encendió una cerilla. Por desgracia, una leve brisa se llevó la llama. Probó fortuna otra vez, pero tampoco hubo suerte. El caos tomó protagonismo cuando otro individuo, de pelo largo y apelmazado, le agarró un pie y le lanzó hacia atrás. El batacazo contra el suelo fue terrible, las


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nalgas se le entumecieron. En una sabia y rápida reac­ ción, Almudena cogió la caja de cerillas y entró en la habitación. Mikel intentó deshacerse del cuerpo ago­ nizante del monstruo que le agarró cuando su mujer, sin pensarlo dos veces, arrojó parte de un periódico ardien­do contra la multitud. La llamarada los empujó hacia atrás, al mismo tiempo que el pie del joven quedó libre del amarre. Aquella idea, que era suficiente para licuar el cerebro de los engendros, se saldó con dos muertos abrasados. La joven pareja observaba, con mirada es­ peluznante, cómo aquellos seres inhumanos corrían hacia el callejón. Mikel pateaba el suelo; su zapatilla ardía, aunque, por fortuna, aún seguían con vida. De momento.


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DOMINGO, 28 DE JUNIO. 22:56 H.

Bajo el haz de luz de la linterna, Mikel hizo una llamada desde el teléfono fijo. «Por favor, que mis pa­ dres respondan», se dijo así mismo. El autobús debería estar ya en Badajoz. Alguien contestó al otro lado, solo escuchó susurros. Unos instantes después, la línea co­ municaba.


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PRIMERA PARTE...



Esta novela se edit贸 en Almer铆a y se envi贸 a la imprenta Grafo, Basauri-Bizkaia el 1 de abril de 2016. Ninguna persona implicada fue herida o mordida durante el proceso de la edici贸n. ...o eso creemos


ZONA ZERO EN LOS PEDROCHES Autor: Mikel Murillo

Edita: Soldesol (www.editorialsoldesol.com)

© Textos: Mikel Murillo © Ilustración de cubierta, diseño y maquetación: Sol Ravassa (www.solravassa.es)

Impreso en Grafo, Basauri-Bizkaia (www.grafo.es)

Primera edición: abril de 2016 Depósito Legal: al 398-2016 ISBN: 978-84-945119-4-3

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros medios, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual. (Art. 270 y siguientes del Código Penal).




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