A.M. Tolosana
EL FANTASMA DE LA ELECTRICIDAD Subpoesía
El fantasma de la electricidad A. M. Tolosana Tapa por Tenshi Virago Editorial SubpoesĂa Buenos Aires, 2014 www.subpoesĂa.com.ar editorialsubpoesia@gmail.com
A Mariana, siempre, todo. A Bob Dylan, por supuesto.
Breve introducción. De entre todas las cosas que ha escrito Bob Dylan y desearía haber escrito yo, que son muchas (demasiadas), hay una oración, en particular, que me parece la mejor frase escrita por un poeta, desde que a los poetas se les dio por escribir. La frase, sacada de la canción Visions of Johanna (que se puede traducir como Visiones de Johanna o Imágenes de Johanna, si prefieren) es la siguiente: El fantasma de la electricidad aúlla en los huesos de su rostro. En estas doce palabras (once, en su Inglés original) se resume, para mí, el núcleo vital de la poesía, como concepto o, qué se yo, como la cosa orgánica y viviente y respirante y transformadora que, creo, debe ser la poesía. Y, si a veces, como en este libro, siento la necesidad de sentarme a escribir acerca de aquello que circula por mi mente, en forma de poemas, no es más que con la infundada esperanza de que, un día, tal vez, me sea concedida la gracia de escribir algo que provoque en otro lo que provoca en mí ese breve y maravilloso texto de Bob Dylan, tan evocativo e indescifrable como todo poema que merezca la pena de ser leído.
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EL FANTASMA DE LA ELECTRICIDAD
1. Cuando era poeta era como un perro. Era el nido del trueno y de la alquimia. Me tendía a lo largo de mi soledad como una sábana larga y en mí se ejecutaban todos los movimientos secretos del mundo. Escribía con pudor, envanecido, rugiendo en los tambores de mi sangre, subiendo como la náusea ígnea del magma indigesto de la tierra, de garganta en garganta, de puño en puño apretado alrededor de la ausencia de dios. En los pies me dolían caminos por andar. Era mío en mi cuerpo; una casa abandonada con muy pocos cuartos, con demasiados sótanos. Despertaba, día tras día, en la piel de otro, con el cuerpo surcado de trincheras de una guerra de otro, sudado del sudor de otro, incendiado de una música secreta, herrumbrado en las cuevas de mis huesos, escribiendo anfetamina de palabras para la falsa memoria del mundo. Sin lenguas, sin dientes, sin promesas. Siempre del lado equivocado de la lluvia. 7
2. Humo de asado del día de la madre en la noche cerrada. Velas de cumpleaños en el basurero; anteojos solitarios sobre el mueble del pasillo; lomos de libros desteñidos por el sol, hablándome en su idioma de colores. Ya en la calle, el alcohol se sublima, desde la carne de los borrachos hacia la nariz asqueada de dios, y cuervos metafóricos hierven sobre las terrazas de San Cristóbal como una larga gangrena de sombra y brea. Ahora mismo veo acercárseme un eco aterrador de nada, de nada en absoluto. Una obstinación de no-ser. A la distancia, pero no tan lejos, la siento embebiéndose de facto entre los pliegues de mi cuerpo; siento cómo galopa torpemente, cómo se yergue y cómo se cae; cómo vuelve a caerse, pero igual se acerca: un paso atrás, dos adelante. Y las noches de insomnio me laceran los ojos, 8
se me meten dentro de los ojos, más adentro, aún, que en sus cuencos huecos y más adentro, aún, que donde todo se detiene y todo sigue moviéndose sin mí, o conmigo, o a través de mí, o a través de ciertas cosas que me nombran.
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3. Me aburro en el cuenco de la tierra; me aburro entre los trópicos del cielo; me aburro en la prisión insomne de mi cama nuestra, de mi frente en llamas refulgiendo camposantos en la noche; el rostro azul, imperfecto, vegetal, del ha sido, del tal vez mañana, que me pone a flotar como una mosca en una sopa de ideas que lastiman. El retorno asimétrico del mundo, con su suelo y con sus astros, su vacío, sus heraldos de muerte y la cadencia rota de mis pies cansados (metafóricamente cansados) que me hibernan intacto y me suicidan, intacto también; que me caminan quieto, inmóvil en mí mismo, en tu vereda y en todas las veredas y en ninguna vereda. Hasta tal punto todo da lo mismo, que pienso en vos y es como no pensar. 10
Y todo bulle; aminoรกcidos en plena pirotecnia. Bullen mis muslos; mi sexo se despierta; gritan los pumas de mi sangre un grito antiguo, rojo, urgente.
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4. Algo se cuece detrás de los pinos. Entre las babas de diablo, las voces extranjeras y los gemidos de perros tristes persiguiendo ruedas de coches en sueños. Algo se cuece y no es la primavera, no. Algo anda ahí; algo te busca, preguntándole por vos a las viejitas del barrio, al del quiosco de revistas, a porteros que baldean la vereda; mostrando documentos con tu nombre, documentos en regla, bien sellados; documentos dignos de valijas negras. Algo se cuece, sí: una música nocturna. El pentagrama de la lluvia que ahora cae; el haber y el debe de todos los poemas: los escritos, los ausentes, olvidados, los que quieras olvidar (especialmente esos, que son tus enemigos, que son bichos rabiosos en sus madrigueras y no son la primavera, no. No son la primavera). 12
5. Creo que aún me quedan cosas por decir. O parece (digo yo) que palabras se me escapan de la carne, como un tendal de hormigas azuzadas que me empujan como mula a un carro viejo. Comenzando, siempre comenzando. Urdiendo un metalenguaje de sangre que también es ancla y también es boya donde muerde el amor, donde un pasear púbico en la ceniza del día, donde aprieta las quijadas y no brilla, nunca brilla, este esperpento emotivo, esta triste cordillera; el Max Schreck que me habita y huye de la brusquedad homicida del sol y del sentimiento ambivalente, que a veces son la misma cosa, como mentes siamesas en un único cuerpo.
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6. Aprendí a vivirme como quien habita una casa en ruinas que se empina, amenazante, pero nunca cae. Y si nunca cae: ¿qué problema hay? Y si un día cae: ¿qué problema hay? No conozco otra vida, no conozco otro sol que el sol, ni otra noche que la noche. No siento lo que toco, no veo lo que miro. Voy comprendiendo mi cuerpo a las trompadas. Voy comprendiendo, digo, y quiero decir que entendiendo y abarcando a un mismo tiempo, aunque: ¿quién entiende y quién abarca? ¿Quién, acaso, ha podido formular la ecuación que lo despierte a algo, a alguien, a qué, a algo? Alguien que haya amanecido a su cordura, como quien le abre ventanas a la brisa.
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—para Herbie.
Dios y los conejos: mi obsesión de poeta, me dijeron. Y algo de eso hay. Algo cierto, algo siniestro, algo que es yo y es más que yo mismo. Dios y los conejos. Es un chiste (supongamos que es un chiste), aunque dios sea más bien lobo, como en los cuentos Nórdicos; el que se come al sol en un bocado. Dios me incinera en su pira de promesas, me pide lo imposible para ayer y anda enojado (dios es un tipo que siempre anda enojado) No es extraño, entonces, que me traiga fascinado. Y los conejos, bueno: ¿quién lo sabe? Allí, al centro de mi obra; ojos ardiendo de reproches rojos, en sus conejeras, en los sótanos de mi subconsciente.
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8. Volviendo a todo aquello que me duele: el no he sido me cose a dentelladas. Es una bestia cruel, libidinosa, que me acecha todo el tiempo; me acorrala, llena mis intersticios de preguntas. Ya ni duermo. Yo, que he mirado al zen con ojos dulces; yo, que he olvidado olvidarme del olvido; yo, que encendido, como buques en la niebla, buscaba a Baudelaire entre polleras y a Bukowski en el negro de promesas imposibles; ya no puedo ni entregarme, ni estar vivo mĂĄs que asĂ, entre espejos enfrentados, dividido entre fragmentos que, sumados, no llegan ni a la suela de las botas del hombre que esperaba ser un dĂa.
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9. Hay palabras que la boca evita, sí, pero que igual resuenan desde dentro, como campanadas de Navidades ajenas, tañendo tibiamente a la distancia. Palabras que a simple vista, o a simple oída, pareciera que yacen desnutridas como ovejas enfermas; como bichos o nieve derretida, incapaces del mal, inofensivas. Y la verdad es que penden, como espadas de Damocles, hambrientas de venganza y homicidas. Y un buen día, un día como otros, se columpian un poco más y caen sobre el orden neurótico del mundo que creíamos (al fin) haber impuesto. y rompen todo lo que pueden, destrozan y se van y no queda otra que empezar de nuevo, con ladrillos 17
de silencio, a alzar murallas que las contengan hasta nuevo aviso.
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10. Estos poemas, creo, son como mapas. Un testimonio cartográfico de mí. Y en ellos: todo. En ellos, la súbita comprensión y el apetito por ser dicho, por decirme. El éxodo perpetuo y pródigo retorno de mi melancolía; el cabello extraviado; la broma idiota de ponerme viejo. En ellos, todo, sí, excepto dios, porque al ponerme viejo dios me sobra. Me sobra como verbo, como techo, como cifra del átomo y la nada, como anhelo, qué se yo, como todo eso, me sobra; como lumbre de memoria hilada en viento y en baraja y en pampa y rascacielos; como fuerza cohesiva de las cosas: dios Euclides, dios orfebre del omóplato, la rueca y el mortero; del coatí, del abrazo y de la bruma; cincelando y cincelándose a sí mismo 19
en mis uñas, tras del blanco de mis dientes, en el círculo polar de mis pupilas. Dios me sobra en todo eso, y eso es todo, y todo es todo lo que hay, y estos poemas, entonces, son mis mapas, o tal vez folletines algo mustios, o quizás fotografías, placas de Polaroid que han capturado cierta cifra de mis goces y mis penas, pero nunca, nunca, nunca Biblias.
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11. Tu estar acá es mi casa y mi descanso; mi frontera que no me pide visa. Y te estoy agradecido, lo que pasa es que no sé escribirlo, ni decirlo con palabras que no hayan sido de otros, o que no parezcan tanto no ser mías. No sé si es bueno o malo, pero es cierto, que sé vivirte, sé extrañarte; te conozco; me abro a vos aún cuando me duele, aún si no estoy seguro de mí mismo, y esta ausencia de palabras me da miedo. Es como una amputación o una renguera. Pienso qué puede pasar si ya no alcanza, un día (cualquier día), con lo puesto para seguir entrando en vos sin visa. Pienso si no me pararán en seco en la frontera y entonces: ¿qué me queda? ¿Con qué excusa, si acaso, seguir estando vivo?
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12. Me siento hijo de perro y dios; de la belleza que Rimbaud injuriaba por amarga; de la mugre, de los matorrales. Me siento hijo del silencio de los libros, de las miradas y los desmirares. Me siento hijo y padrastro de la nada; de los baldíos que, desde hace algún tiempo, son especie en extinción; de los albores roncos de quinientas madrugadas llegando tarde a casa, siempre solo, para horror de mi ya difunta madre; hijo de clase media malherida y de la culpa católica; del ruido de llaves que no abren en puertas que no importan; de las razas mezcladas, entreveradas (jamás un pura sangre, en todo caso: un hijo de la sangre alborotada).
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13. Desde arriba, llama el cenit de tu sexo. Y mi sexo es el sexo de la muerte. Y la muerte es la voz de lo que calla. Y esto que llevo adentro: esto no es mío. No sé de quién será, pero es tan raro decirlo y que no tenga sentido; y pensar en lo que pienso: en el ritmo de las letras danzando en mis ideas, como aves, como duros colibríes alcalinos; y otras veces ofrecerme a tajo abierto. Es curiosa la dulzura bovina de mis ojos, cuando estoy, así, entregado, subvertido como un niño en su albedrío; y otras veces la erosión que nos alcanza; otras veces el cinismo, el desengaño; los martillos incesantes del recuerdo.
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14. Hay semillas que germinan para adentro. No me creas, pero es así, te lo digo yo, que lo aprendí de la peor manera: arrancando raíces encarnadas en mis costillas, metidas en mis huesos como manos que excavan una tumba, tan adentro que las sentía mías y las amaba con dolor, sinceramente, pero igual me mataban, me rompían, me iban agrietando, como tierra seca. No me creas (está bien), pero te digo, igual te digo lo que he aprendido: hay semillas que germinan para adentro. Ni yo mismo (al principio) lo creía, pero, luego de estropear mis manos desmalezándome melancolías, ya no quiero saber nada de semillas, si no me dicen, de antemano, cómo habrán de germinar. 24
—para Ernesto Sábato, desde allá lejos y hace tiempo.
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Imagen, semejanza (así las cosas: todo lo que inventamos nos delata). Qué suerte que aún nos queda el artificio a algunos que callamos con torpeza; o creemos callar, cuando gritamos; y escondemos mensajes en botellas y el mar siempre tan lejos, tan allá. No hay caso: no hay cura, no parece haber cura para algunos afligidos pintores de ventanas, que rondamos los túneles aprisa, urgentemente, a tientas, ardiendo como hogueras en la noche.
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16. Nunca es ahora. Puede que a veces parezca que es ahora, pero es que ayer y mañana confabulan para hacerte una broma de mal gusto. Aunque el tazón desprenda humo y tus pupilas, negras como dos carbones negros, se fijen sobre el filo de la espuma; aunque el cuerpo duela y goce (todo él o de a poco, de a mareas); aunque Cohen le cante a tus derrotas; aunque las moscas coronen tu osamenta: nunca es ahora, siempre es nunca, todo es nada. No te dejes vender gato por liebre, ni pienses que vivir es la gran cosa. Es apenas una vasta burocracia de ayeres y mañanas superpuestos. Es la tómbola estruendosa del destino; la elipsis de los átomos insomnes. Siempre es nunca, todo es nada: da lo mismo. Pero nunca es ahora y nunca es siempre, y el futuro es un tren que nunca pasa, y el pasado es un pájaro, a lo lejos. 26
17. Alucino y, así, sé que estoy vivo. Amamanto corderos imaginarios con deseos del viejo que ya he sido antes de ser el joven del que huyo. Mi paciencia es un péndulo, un fragmento de algo que me espera allá en la esquina de Nunca y No Recuerdo. Y busco como un ciego, como un zorro en celo, como un parto sin madre, como el paria que nunca me ha pedido ser el mundo, sin más patria que el canto de algo herido que resuena en las tumbas de mis sienes, de las sienes de los muertos que maté de puro aburrido, pretérito en la cima de la noche, ausente de las nupcias funerales entre mi amor y dios. Y así estoy vivo, como me voy dejando y como puedo, en mi absurdo transcurrir, que persevera.
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18. El pozo está seco de noche y de sangre y de huella y de fuego y de sexo y de astros Nerudianos temblando, a lo lejos. El pozo está seco y el poeta ha muerto, y el poeta muerto, con venas de sierpe llenas de veneno y un hueco en el pecho de carne y de tiempo, escuálido, quieto (abajo otros muertos, en fosas sin marca, bullen en silencio, atados de manos, atados entre ellos, los pómulos duros y los muslos maltrechos; la sangre cuajada como queso viejo), cruje, intermitente, sobre los esteros. El pozo está seco, el poeta está muerto y refulgen sus huesos en el cementerio de su propio encierro.
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19. Voy arropando, como empanadas en su masa tierna, fantasías de días extraviados y algo lejanos, y algo ajenos, que van trocando lentamente y, en silencio, abandonan su mausoleo de calma. De pronto noto que se sacuden como ciempiés y que bullen y relinchan y piaran y gimen, como juglares indeseables del hastío, como algo que, no sé, como bestias, eso, como hienas de sí mismas y de mí, chaperonas de la muerte; o bueyes de melancolía que estampidan estampidamente (¿y de qué otro modo habrían de estampidar?); como áspides de vientre bruñido y colmillo firme que avanzan, a rencor puro, a pura dentellada. Y, aunque me las sacudo como voy pudiendo, como un borracho a sus delirium tremens, 29
siempre vencen; siempre caigo derrotado, con los puĂąos cerrados de perpetuo adolecer forjado en fragua de palabras sordas para oĂdos necios. Y, asĂ, soy aldea esplendiendo en fuego hambriento, tras del paso de los Hunos que comanda el tiempo.
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20.
—para Kurt Cobain.
Quiero para mí lo que otros van dejando. Quiero a la clase obrera en tus camisas y el tifón de tus guitarras lastimadas, que aúllan como lobas, como brujas ardiendo en sus hogueras. No quiero becerros de oro, no, ni remeras con tu efigie. Te quiero mío, pero sin poseerte. Mío en mí, como yo en mí mismo, como Dylan Thomas en su whisky, como Allen Ginsberg desnudo entre papeles; una identidad que no requiera explicaciones. Te quiero mío con tu amor en grietas; con tu urgencia de hachazos en la noche. Quiero ser tu abogado, tu custodio, el guardián de tu inocencia; tu espada de San Jorge de las márgenes del Wishkah. Quiero abrirme a vos como a un hermano, como a un profeta. Quiero ser vos, pero sin poseerte. Quiero ser vos en vos en mí en nosotros.
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21. Nada, en el agua. No hay nada en el agua, nadando en el agua del estanque helado. La carne del agua, su piel arrugada y el otoño reflejándose en ella. Y el cielo ahí arriba, y los pájaros suspendidos como notas negras sobre un pentagrama. Los miembros del agua, sus brazos, sus bocas, su vientre espejado, sus piernas eternas, sus rodillas blandas, sus largas enaguas, su sabor a nada que nada en el agua. Y el cuerpo suicida flotando en el agua al caer la tarde sobre los batracios que nadan de nada, nadan en el agua con sus renacuajos flanqueándoles la melancolía.
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Este pliego se terminó de armar e imprimir en Taller Subpoesía en el año 2014.