Nuestro México - Antología de la editorial Winged

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Esta es nuestra primera antología digital gratuita basada en pueblos mexicanos con motivo de la celebración de la independencia de México del 2019. ¡Disfrútenla! Winged


Nuestro México. Antología de cuentos mexicanos.

Libro #1 Colección de libros digitales gratuitos de Winged. Primera edición. Septiembre 2019. Diseño de portada: Winged. Edición a cargo de Winged. D.R. ©Ruby Martinez, ©Paty Castaldi, ©Génesis Durán, ©Lali Blue, ©Paty Camarena y ©Reina Marentes. Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía o el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamos públicos.


Creo en tu gente, Tamaulipas Ruby MartĂ­nez



Hace un poco más de veinte años que vivo en Tamaulipas. De hecho aquí nací. Toda mi vida he estado aquí. He tenido la oportunidad de migrar a lo que dicen ser «un Estado mejor, una Ciudad mejor o un País mejor», pero lo cierto es que yo siento esta tierra como lo mejor. Aunque muchos de sus hijos digan lo contrario. No. No me interesa resaltar la condición de sus calles, los paisajes y lugares turísticos que hay, la condición de las escuelas, los apoyos que se dan, mucho menos la tan anhelada seguridad. Me interesa más 7


destacar la calidad de personas con las que día a día me topo, las que voltean a ver el cielo, sonríen, y tan solo con eso te das cuenta que alguien más va con ellos… Y entonces te permites creer en lo imposible. Atesoro los momentos en los que se comparte con la familia de sangre y con aquellos a los que escogemos: los amigos. Estas personas se encuentran dispersas por todo el Estado. Algunos ya los conozco, a otros estoy por conocerlos. Soy una viajera sin rumbo que se deja abrigar por cuantos la quieren. Soy una persona que ve en los demás un tesoro que no quiere perder. Soy una enamorada de la vida. Se llegó la Semana Santa y yo ya estaba instalada en Reynosa, en casa de una amiga. No suelo viajar en estas fechas, pues mi fe está primero, por siempre y para siempre. Sin embargo, me invitaron a vivir una verdadera Semana Santa en este lugar, es por eso que acepté. Durante toda esa semana se desarrollan una serie de actividades religiosas a las que nos corresponde ir. 8


Y no lo hacemos porque nos lo piden, lo hacemos porque queremos. Vivimos con más intensidad el jueves, viernes y sábado santos; vamos al viacrucis y a la procesión del silencio, la cual me gusta mucho porque toda la comunidad se reúne, partícipe del dolor, con sus ropas blancas y candiles. El sábado de gloria es lo máximo, pues celebramos que Jesús ha vencido a la muerte con poder. El domingo siguiente todos nos preparamos para ir a esconder los huevos de pascua. Podía ver cómo a los niños, y a los no tan niños de la familia de mi amiga Valeria, se les llenaba la cara de emoción por llegar al lugar de la reunión. Ya en el rancho donde se daría pie a esta adoptada celebración, los mayores nos dispusimos a esconder los huevos, sintiéndonos parte de ese espíritu divertido e intrépido de los chicos. Posteriormente ellos no aguantaron más las ganas y se apresuraron a buscarlos, y en el camino se los quebraban en la cabeza a uno que otro sin vacilar. Todo ocurrió en armonía y sin prisas. Disfrutábamos el 9


momento. No tenía el gusto de conocer a toda su familia, pero al hacerlo ese día me sentí bien, como en casa. Llegamos a noviembre y en sus primeros días está el día de muerto agendado. En la universidad en la que estoy, en Matamoros, se hacen concursos de catrinas y altares de muertos. Y ahí voy yo a degustar de la cultura, y por qué no, también de un panecito. Desde muy temprano se empiezan a armar los altares en honor a una persona de común acuerdo. Cada alumno lleva algún platillo que en vida le gustaba al difunto, así como bebidas, dulces, frutas, entre otras cosas. Se hacen flores de papel crepé y papel picado para decorar, las velas y la cruz de cal que no pueden faltar para iluminar el camino de la persona del otro lado. Las catrinas hermosamente maquilladas y con los vestidos más elegantes jamás vistos, comenzaban a llegar para su presentación. Una rivalidad sin fines maliciosos se crea. Mientras, en cada esquina, puedes ver 10


los puestos que venden arreglos florales, la tradicional flor de cempasúchil y coronas para llevar al panteón a nuestros difuntos. Se les hace una visita especial, se les recuerda, se les conmemora y agradece por los años compartidos. Vuelvo a estar en una ciudad ajena a la mía, pero ¿saben qué? Me siento como en casa. Entonces me dirigí a las tierras que me vieron nacer: Valle Hermoso… Si hay una fecha que tanto me gusta para celebrar, esa sería la víspera de navidad, la muy llamada Nochebuena. No cambio por nada ese deje de emoción por la mañana, cuando te despiertas más temprano de lo normal como si un niño fueras, pero sabes que un sinfín de quehaceres te esperan. En mi caso, mi madre ya está esperándome para que nos vayamos a realizar las compras de último momento. Aquellos regalos que, por desidia o por descuido, olvidamos comprar. Mis tantas tías esperándome para que les ayude en la cocina, porque, no sé 11


si seamos solo nosotros, cada familia lleva un platillo, y al final, pareciere que de una boda se tratara. Antes de las ocho de la noche empiezan a llegar todos con sus mejores ropas, totalmente transformados, porque a las ocho en punto la abuela nos convoca a rezar el rosario por el acostamiento del Niño Jesús. Y una vez que terminamos… ¡Todos al ataque! La cocina se ha abierto. Degustamos tamales con su respectivo guacamole, carne asada, menudo o en su defecto pozole (o quizá los dos), buñuelos, frijoles charros, quesadillas y no puede faltar el champurrado o chocolate caliente. Cuando se nos ha bajado la comida, todos nos ponemos a la altura de los más pequeños, haciendo salir ese niño que aún albergamos dentro. Destrozamos la piñata. Nos atravesamos arriesgándonos a un golpe, todo con tal de alcanzar los dulces; procedemos con el karaoke, donde el tío pasadito de copas empieza a calentar la voz, sacando su acordeón imaginaria, creyéndose Ramón Ayala. Luego una de mis primas grita: 12


—¡Ya es hora! Y entonces todos nos concentramos frente al televisor, haciendo la cuenta regresiva junto a los presentadores… El cero se oye; los cuetes y gritos lo confirman. Nos fundimos en abrazos calurosos, deseando paz y bien para todos. Nos despojamos de rencores, de envidias, inseguridades, malos ratos y recuerdos pasados… Nos deseamos feliz navidad. Estoy en casa. Dejando mi ciudad atrás, voy con la otra parte de mi familia, allá en Rio Bravo, a las vísperas de año nuevo (no tan lejos, a decir verdad). Todos se emocionan por mi llegada, a pesar de que hago esto año con año. La tía Jacinta, la mayor de todos, me achucha, dejando besos por todo mi rostro; me examina con la mirada y me halaga diciéndome que estoy más bella que el año pasado que me vio. Hay cosas que nunca cambian… La celebración no es tan diferente a la navidad en Valle Hermoso, solo que ahora omitimos el rosario y piñata, y en su lugar 13


vamos a misa a dar gracias por un año más concluido. De regreso a casa nos esperan esos deliciosos antojitos preparados con tanto amor. Suelen ser los mismos que en navidad. Cosas más, cosas menos. Pero no nos importa eso, porque al menos tenemos la dicha y fortuna de tener comida sobre la mesa. Hay algo muy peculiar con esta familia. Y eso es que ellos escogen una temática, como por ejemplo aquel año en que todos debían ir en pijama. Así fue. Todos sin excepción alguna, recibimos el año en pijamas. Volvimos a hacer la cuenta regresiva desde dentro de casa, pues si hay algo que no me gusta de esta celebración, es que tiren balazos al aire. Aun así, eso no empaña nada, a las doce en punto nos estábamos felicitando todos por haber dejado un año más atrás y aceptar el reto de vivir el siguiente. A pesar de haber estado a unas horas de mi lugar natal, me sentí como si estuviera en mi hogar. Me hace falta mencionar muchos lugares más a los que fui y me sentí como en casa. 14


Si diera continuidad a esto, sé que saldrían cien páginas más, pero la idea es algo corto. A lo que voy es que, en todos estos lugares, me sentí en familia, no porque conocía a la gente, sino por la calidad de personas que son, que te hacen sentir esa confianza a donde vayas. Eso es algo que en lo personal creo que distingue a los Tamaulipecos. Personas honradas, trabajadoras, luchonas, líderes que se parten el lomo día y noche para ver a los suyos realizarse. Tratan de hacer las cosas con amor. Y no es para menos, para esto fuimos diseñados. Es por eso que rescato el buen ejemplo de las personas que se suman por hacer de esta tierra la mejor. Quizás el avance no se nota, pero más vale un paso pequeño y firme, que uno grande en el que logremos perdernos. Veamos el lado bueno de las cosas, pasemos más tiempo en familia, amemos con el corazón. Soy una soñadora que no cree en lo imposible, pues ha visto demasiados 15


milagros como para dejar de creer a estas alturas. Soy una soñadora que aún cree en la humanidad y en lo que esta puede ofrecer. Soy una soñadora apasionada por la tierra que la vio nacer. Soy una soñadora que aún cree en tu gente, Tamaulipas.

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El violĂ­n Paty Castaldi



Esa noche, cuando me bajé del autobús, no dejaba de pensar en el frío que hacía. ¿Cómo podía bajar tanto la temperatura en pleno mes de mayo? Era imposible para una norteña como yo pues en mis tierras, desde el mes de marzo, alcanzábamos los treinta y cinco grados centígrados, si bien nos iba pues a veces fácilmente llegábamos a los cuarenta. Ahora, llegando por simple casualidad a la ciudad de Zacatecas un 25 de mayo a las once de la noche, deseé llevar ropa un poco más gruesa encima. Ese día, un poco más temprano, había decidido ponerle una solución a mi 19


infelicidad y huir de toda mi vida. Quizá no fuera a huir para siempre, pero un viaje de un par de semanas me parecía urgente y necesario. El estrés, los fracasos, la falta de amor, la rutina y muchas otras cosas más, hicieron que ese día preparara una pequeña maleta, juntara mis ahorros en varias tarjetas como en efectivo y dejara una nota de «estoy bien, no se preocupen». Sin pensarlo dos veces compré un boleto para un pueblo de Michoacán que había conocido cuando era joven y me había gustado tanto que había prometido volver algún día. Después de veinte años, por fin había llegado ese día. Después de varias horas de viaje y notando ciertos problemas mecánicos en el autobús, al llegar a Zacatecas, el chofer anunció que no podíamos continuar más ese día. El autobús necesitaba ser reemplazado, sin embargo no había disponibles por el momento. Nos bajó en el taller de la línea y nos dieron a cada uno de los pasajeros una 20


cortesía por una noche en un hotel cercano. La cortesía incluía desayuno. Al principio me enfadé un poco, pero como a fin de cuentas no llevaba prisa alguna, lo tomé con calma y me dirigí a pie hacia el hotel. Como ya lo he dicho, hacía frío y, por si fuera poco, el ambiente estaba bastante húmedo. El cielo comenzaba a pintarse casi de blanco por tantas nubes que lo llenaban. No era que me disgustase el frío, en lo absoluto, lo prefería mil veces sobre el calor infernal al que estaba acostumbrada. Era solo que odiaba no haber previsto el clima y empacar algo no tan ligero. Caminé abrazándome a mí misma mientras mis converse pisaban en silencio las calles adoquinadas de la hermosa ciudad. De pronto, al pasar por un pequeño bar, me detuve en seco. A través de la puerta podía escuchar el sonido de un violín. La melodía era mágica e hipnótica. Tuve que entrar. Fue una gran sorpresa ver que el lugar no iba nada con la melodía que una chica de 21


cabello largo y ojos cerrados interpretaba. Era un bar oscuro, solitario. Hasta un poco sucio, quizá. En total habría no más de quince personas sentadas al azar. Ninguna de ellas le prestaba atención a la chica del violín. El hombre que atendía la barra limpiaba copas, vasos y platos mientras no despegaba el ojo de una pantalla chica que tenía un poco escondida solo para su uso. Me acerqué a la barra, bajé mi pequeña maleta al suelo pegajoso y me senté en un banco alto. Pedí ver el menú y, después de dedicarle dos segundos a él dándome cuenta que solo vendían hamburguesas y alcohol, pedí una hamburguesa y una cerveza. La chica seguía tocando el violín sin abrir los ojos y las personas seguían sin prestarle atención. ¿Qué tipo de lugar es este?, me pregunté. Un bar de este tipo, con personas que solo conversan sin escándalo alguno, con música de violín... Bastante raro. ¿El autobús habrá llegado a un pueblo mágico? 22


El encargado se había ido a la cocina y, detrás de mí, se escuchó la campanilla de la puerta. Alguien había entrado. No me di la vuelta, pero justo en ese momento recordé algo importante. En mis sueños recurrentes siempre había música de violín. Y en esos mismos sueños, él siempre llegaba a mis espaldas. Me contuve las ganas de mirar por sobre mis hombros, era un disparate pensar que todo eso era parte de un sueño o que quizás uno se me estuviera volviendo realidad. Seguí escuchando el violín y, sin querer, me transporté a mis noches de insomnio en mi cama vacía; al momento justo en que por fin empezaba a caer en la inconsciencia para dar paso a la música del violín la cual iba aumentando gradualmente de volumen hasta que yo me hubiera dormido por completo. ¿Acaso estaré dormida en el autobús y esto no es real?, me pregunté de nuevo. —No pude resistir entrar en este bar — dijo la voz detrás de mí— la música es genial 23


pero el lugar no tanto. —Casi pude adivinar la mueca de desagrado que hacía. Pero la voz. Esa voz era su voz. Me quedé inmóvil. Quería que siguiera hablando pero no quería verlo porque cuando lo viera sabía que él no iba a ser, no podía ser él. Y me iba a decepcionar. —¿Venden algo bueno siquiera? — preguntó la voz y supe que era a mí a la que le estaba hablando. No había nadie más cerca. Aunque no quería, me obligó a voltear a verlo. Estaba lista para la decepción que me iba a llevar. —No lo sé —contesté—, primera vez que vengo. Lo vi mientras le contestaba. ¿Cómo podía ser posible que él estuviera ahí frente a mí? Me quedé callada esperando su respuesta, pero el silencio se acomodó entre nosotros. Al parecer él también esperaba que yo siguiera hablando. —¿Te conozco de alguna parte? — preguntó, por fin. 24


Eso era imposible, ¿cómo podía reconocerme si yo era la que soñaba con él? —No lo creo —dije—, no soy de por aquí. —Yo tampoco, ¿de dónde eres? —De más al norte —dije mientras señalaba con el dedo hacia arriba. Cuando me di cuenta que lo estaba haciendo, dejé de hacerlo—. ¿Y tú? —De más al sur —dijo él y apuntó hacia abajo. Cuando se dio cuenta que lo había hecho se puso un poco nervioso, pero enseguida lanzó una ligera carcajada. Me reí junto con él. En mis sueños, él siempre llegaba para darme paz y, aunque sabía que no era real, al despertar me sentía mejor, más segura. Sentía que no estaba sola. Se sentó junto a mí arrastrando un banco alto y enseguida comenzó a ver el menú. —Parece que tendré que pedir una hamburguesa y una cerveza —dijo más para él mismo. Nos quedamos en silencio. El encargado del bar me sirvió mi comida junto con mi 25


cerveza helada. Después regresó a la cocina para preparar la hamburguesa del hombre que estaba sentado junto a mí. —Hace muchos años —comenzó a decir mientras yo masticaba en silencio— trabajaba en un hotel de mi pueblo. No hacía mucho la verdad: ayudaba con las maletas, hacía recados, cosas por el estilo. »El hotel era de un tío y, como en esa época yo solía ser muy rebelde, mi mamá habló con él para que me diera trabajo y así poder ocuparme en algo bueno —yo seguía comiendo mientras él hablaba, se suponía que me estaba contando a mí pero, como realmente no lo conocía, no me atrevía a mirarlo—. En fin, para no hacer esto tan largo, un día llegó una familia que venía de muy lejos. Era una familia normal, de cuatro integrantes. Les ayudé con las maletas y les indiqué dónde había un buen restaurante para comer. Apenas les presté atención, pero, en la noche me pasó algo muy extraño, soñé con la hija menor. No era como si yo hubiera querido hacerlo, muy apenas la 26


vi, pero a partir de esa noche comenzó a aparecerse en mis sueños. La familia estuvo unos días y se fue para siempre, pero ella se quedó en mis sueños. Se interrumpió para empezar a comer la hamburguesa que ya le habían servido y aproveché para mirarlo de reojo. Se le veía cansado, como si hubiera tenido un día realmente pesado y solo quisiera irse a dormir. —¿Qué pasó después? —pregunté porque el silencio empezó a incomodarme—. ¿La volviste a ver? —Sí —dijo y siguió masticando. Después de unos segundos se limpió la comisura de los labios y me miró. Su mirada la conocía bien, esos ojos que siempre me habían mirado a través del velo de los sueños—. Me parece que sí la volví a ver. Me quedé callada esperando que me contara lo que había pasado pero él hizo lo mismo y se me quedó mirando. Enseguida volvió a su hamburguesa y tras haber masticado otro rato, me preguntó: 27


—¿Tú has tenido sueños recurrentes con alguna persona? —Pues sí… Creo que sí. ¿Cómo podía decirle que él era el protagonista de todos esos sueños si ni siquiera lo conocía? Esperé que cambiara el tema o me siguiera contando su historia. —¿También hay música de violín? Me refiero a tus sueños recurrentes. No supe qué decir. Comenzaba a creer que en verdad estaba dormida, que en ese momento estaba sentada en el autobús mientras atravesábamos una carretera oscura llena de camiones de carga, mi cabeza se movía al compás de las imperfecciones del asfalto. Escuché la música proveniente del violín que sostenía la chica en su brazo izquierdo mientras que su mano derecha se movía de arriba abajo y a los lados, como poseída. Sus ojos aún estaban cerrados. ¿Será la misma chica que toca el violín en todos mis sueños? ¿Cómo podía saberlo? En mis sueños solo se escuchaba la música, jamás había visto a la persona que lo tocaba. 28


—Lo sabía —dijo él y sonrió. —¿Qué sabías? ¿De qué estás hablando? —Me hice la que no sabía de lo que hablaba, quería ver cómo me lo podía explicar sin mencionar un «estás loca». —No soy muy experto en el tema pero creo que tus sueños y los míos son los mismos. No, no me mires como si no supieras de lo que estoy hablando. Tú estuviste en mi pueblo y fuiste al hotel donde yo trabajaba, esos ojos que llevas ahí en tu cara son los mismos que veo casi cada noche al dormir. »Los sueños son tan reales que muchas veces he pensado que tú realmente estás ahí, junto a mí. Y hoy, cuando te vi de frente noté tu expresión, me habías reconocido. Entonces no hay otra explicación. Tú y yo nos soñamos. Era nuestro destino vernos aquí, es decir, en este mundo, justo en este bar y en esta ciudad. —No entiendo nada —dije—, dices que me viste en aquel hotel, pero, ¿de qué ciudad hablas? ¿De cuál hotel? 29


—De Uruapan, Michoacán en 1999 ¿no recuerdas? ¿Que si no recordaba?, ¡claro que recordaba esa ciudad! Era a donde me dirigía, pero el autobús tuvo que descomponerse y… ¡Claro!, tuve que llegar a Zacatecas para encontrarme con él. Ahora todo encajaba. Al volver de aquel viaje que hice junto con mi familia en el que habíamos recorrido varias ciudades de Michoacán así como de Guanajuato, fue que comencé a tener esos sueños sobre ese chico misterioso que yo pensaba nunca había conocido antes. —¿Y qué haces aquí esta noche? — pregunté, curiosa. —Viaje de negocios, aunque, lo más curioso es que ni siquiera vine a esta ciudad, solo iba pasando por aquí y mi carro desde unos kilómetros atrás me empezó a dar lata. Entrando a la urbanización se murió y ya no encontré un taller abierto. En ese momento una gran carcajada salió de mi boca aunque nadie me prestó 30


atención y todos siguieron en sus pláticas casi silenciosas. —¡Vaya! —dije sorprendida—. Yo iba para Uruapan pero el autobús se descompuso y aquí me tienes, en este bar tan… —Raro. —Sí, en este bar tan raro. Contigo. Nos miramos y por fin pudimos saber que todo eso era real. Nosotros. Lo que sentíamos. Lo que habíamos vivido. Era

tan

extraño.

En

los

sueños

teníamos ya una vida formada, una historia construida, habíamos compartido nuestros pensamientos, sentimientos, gustos y demás por muchos años. Éramos amigos, también éramos amantes. A veces discutíamos y nos peleábamos. Pero ahora, frente a frente, en este mundo real como él lo había llamado, me tendió la mano, se la tomé y mi cuerpo enteró tembló al sentir su tacto. Mi piel se estremeció como si fuera la primera vez que nos tocáramos, aunque era verdad, nuestra piel física se tocaba por primera vez. 31


—¿En qué hotel te hospedas? —preguntó y le mostré el cupón que me habían dado al bajarme del autobús—. ¡Por supuesto! No sé ni por qué te lo pregunté. Me hospedo en el mismo. Vamos, caminemos juntos. Dejamos pagada la comida, él tomó mi maleta y, sin soltarnos de las manos, caminamos juntos bajo una lluvia tan fina que apenas se sentía.

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Felipe, el vagabundo GĂŠnesis DurĂĄn



Había una vez, un pueblo llamado La florida, en Coahuila. Este era un pueblo sin ley, sin restricción alguna y tristemente olvidado. Su gente era muy trabajadora, los hombres del hogar muy temprano salían por la mañana a las minas donde sacaban carbón de las entrañas de la tierra. Sus mujeres, al contrario, se dedicaban a tiempo completo al hogar mientras los pequeños iban a la escuela. Pero en el pueblo no todos era una familia feliz, algunas mujeres no respetaban su cuerpo y vida y hacían cosas inmorales mientras que los pequeños no sabían de valores y sus vida caminaban por una cuerda 35


floja; en tanto algunos hombres ebrios de alcohol volvían a brindar por su mala vida y su currículum lleno de asesinatos, robos y demás. Un día, en una tarde de verano donde el sol apenas calentaba, un hombre de piel morena, barba larga y un poco gordo estaba acostado en una banca de la plaza pública y causaba la sensación entre las personas. Todos miraban a ese vagabundo que nadie conocía; después de unas horas todo el pueblo ya sabía del nuevo inquilino y se preguntaban quién sería ese pobre hombre. La pregunta se quedaba en el aire ya que su vida era un misterio para el pueblo. Y así pasaron las semanas y él dormía en las calles, comía de la vegetación: nopales, tunas, vainas de mezquite y, de vez en cuando, la gente le daba un taco de los animales que mataban y disfrutaban en la comida pero jamás se atrevieron a preguntar quién era en realidad. En el pueblo vivía una joven no tan alta, morena y muy pero muy curiosa. Un día que 36


su mamá la mandó con el vagabundo para llevarle comida ella le dijo: —¿Cuál es tu nombre? El señor, con la boca llena, contestó: —Felipe. Ella, con mucho miedo pero mucho valor, le preguntó: —¿Quién eres en realidad? ¿De dónde vienes? ¿Dónde está tu familia? Él la miró, le dio el plato, agarró sus cosas y se fue. Al día siguiente, a la misma hora, la pequeña joven le volvió a llevar comida, pero esta vez no dijo nada, solo miró al pobre hombre cómo comía tan aprisa del hambre que tenía. Y así pasaron semanas; la gente curiosa ya empezaba a murmurar sobre la niña y el misterioso vagabundo. Pero a ella no le importaba lo que la gente dijera, a ella le importaba saber la vida de ese hombre y el porqué estaba ahí. Fue un lunes por la tarde cuando él habló: —Me llamó Felipe, soy del sur de México. Tengo 2 hijos y soy un asesino. 37


Ella, con los ojos muy abiertos y temblando de miedo, le preguntó: —¿Por qué dices que eres un asesino? —Porque maté a un señor en una casa de juegos de apuestas —contestó—. Él había ganado y yo había perdido hasta el último centavo que me quedaba, no podía dejarlo así, mis hijos morirían de hambre y sería un perdedor. Con el miedo que tenía, la joven se echó a correr para su casa y Felipe el vagabundo se levantó de la banca y se fue. Pasaron días y la pequeña joven no iba a la banca donde siempre se veían para que Felipe comiera hasta que una tarde ella llegó con un plato de comida y él le dijo: —Siéntate, no te haré daño. —Ella, con la piel chinita, se sentó. —No soy un hombre peligroso, solo estoy pagando en esta vida lo que me corresponde. Perdí a mi familia: a mi esposa y a mis hijos, por un tonto vicio de apuestas y licor. 38


»Hace algunos años me gané la lotería. 2 millones de pesos. Estaba tan contento porque al fin mi familia iba a vivir como se merecen vivir una reina y dos príncipes. Hasta que una noche, un hombre alto, bien vestido y de clase se paró en mi casa y me invitó al bar donde bebimos alcohol del bueno y jugamos un rato en la casa de apuestas. Nunca pensé que se convertiría en mi gran vicio hasta el punto de dejar desprotegida a mi familia. En una noche aposté todo, todo lo que me quedaba en el banco y traía en el bolsillo sin preocupación ninguna porque creía firmemente que iba a ganar. »La vida dio un giro inesperado, perdí esa noche todo por mi avaricia porque no pensé antes de actuar. Esa noche, mientras mi esposa e hijos dormían, abrí el joyero de mi esposa donde guardaba su única cosa de valor. Su anillo de oro de nuestra boda, el más hermoso anillo que existe en el país. Entonces agarré el anillo y, confiado de que recuperaría todo lo perdido, lo aposté 39


y cuando la suerte otra vez se volteó a mi favor fue tanto mi enojo que aventé mi vaso de cristal al hombre. Desafortunadamente le golpeó la cabeza y murió. Por el miedo que tenía y la desesperación, corrí y me escondí por un momento. »Dentro de unas horas estaba ahí afuera de mi hogar tomándome la última cerveza que tenía en mis manos y preparándome para lo que se iba venir el día siguiente. Cuando mi esposa se enteró, se llenó de rabia y de tristeza al saber lo estúpido que fui esa noche. De tanto estrés salí a caminar por las calles y cuando llegué a mi casa, mi esposa e hijos ya no estaban, había perdido todo lo que tenía en esta vida, lo que más amaba en el mundo. Enseguida la policía llegó a mi hogar y mis impulsos me hicieron saltar la ventana de atrás de mi casa y escaparme. »Y ahora estoy aquí, de ser un hombre fino y de clase, a un vagabundo que lo perdió todo por su estupidez humana pagando todos mi actos, sufriendo cada día por el hubiera. 40


Ella, con cara de sorprendida y al mismo tiempo de miedo, solo se quedó ahí mirando cómo el pobre hombre sollozaba por su gran tragedia. En unos segundos el hombre se levantó y se fue. La pequeña joven se quedó en la banca pensando en la suerte que tenía de ir a la escuela, tener su familia, y tener comida no de clase, pero digna. Y así pasaron los días y ella no había hablado sobre lo que el hombre le había confesado, aunque la gente siempre le preguntaba ella solo callaba y seguía. Hasta que una tarde, mientras ella salía de la escuela, se topó al vagabundo y se sentó a su lado. —¿Dónde está tu familia? —Desde hace años que no sé dónde están. Me preocupa que estén pasando cosas feas, pero es como si la tierra se los haya tragado, no los encuentro. Niña, aunque yo no sé de ti, se ve que eres una buena hija, estudiante y persona, me has inspirado confianza para contarte mi pequeña y desdichada vida. 41


Eres mi pequeña amiga, sin embargo, me voy de aquí, necesito encontrar mi familia y a Dios; necesito enfrentar a mis problemas y dejar de ser solo un mendigo. Te voy a extrañar a ti y a tu familia. Gracias por todos los días de comida, juro pagarlos algún día. En cuanto a ti, que no se te olvide que esta vida da muchas vueltas, un día estás abajo, al otro eres el más rico del mundo. Siempre ten humildad y fe en tu corazón. Esas fueron las últimas palabras de Felipe, el vagabundo. Se marchó del pueblo en busca de lo que había perdido. Pasaron los días, las semanas y toda la gente del pueblo se preguntaba en dónde había quedado el vagabundo misterioso, le preguntaban con frecuencia a la pequeña joven, pero ella jamás dijo nada. Pasaron los años y a la gente se le comenzaba a olvidar el pobre hombre, y de vez en cuando lo contaban en leyendas de terror para los niños. Hasta hoy, que mi pequeña hija me cuenta sobre el misterioso vagabundo, no podía creer lo que me estaba contando, cuando terminé solo la abracé y le dije: 42


—Muy bien, gracias por habérmelo contado, anda a tu habitación. Después tratamos de localizar al pobre hombre desdichado, pero no lo encontramos. Ya han pasado casi cuatro años de ese evento y aun para el pueblo sigue siendo un misterio del pasado, nadie sabe dónde quedó ese hombre. Saco la conclusión de que tal vez está con su familia reconstruyendo su matrimonio y su vida, o tal vez está en la cárcel pagando la muerte de un hombre inocente, o a lo mejor anda aún por las calles arrastrando su alma con la tristeza. Felipe, el vagabundo misterioso.

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YOLOTZIN Lali Blue



Tepoztlán, pueblo mágico.

Emilio caminaba más lento que el palpitar de un reloj. Con su mano derecha cerraba el abrigo sobre su cuello, como queriendo abrazar su angustia. Lloraba en silencio sin recoger las gotas que resbalaban sobre el rostro. Con la mano izquierda apretaba un puño de monedas en el bolsillo. Su presencia se mimetizaba con el exagerado gris del cielo que amenazaba con una gran tormenta. Era la hora del rezo intenso, «no nos dejes caer en la tentación» repetía la multitud reunida en el cementerio. Era 10 de noviembre, el último que día se le ofrendaba a los muertos 47


según las costumbres de Tepoztlán. Tenía apenas 32, era un hombre delgado y pequeño de estatura, atractivo para las mujeres, aunque ninguna había sido importante para él, tenía los ojos café claro y grandes como de asombro constante, unas cejas medianas que acompañaban el gesto invariable y el cabello rubio alborotado, como si de algún modo reflejara su interior. Le encantaba viajar, se dejaba atrapar por los pueblos místicos, sobre todo aquellos que están llenos de historia; gesticulaba como italiano y su español mal hablado hacía notar que tenía poco de haber llegado a México, sin embargo, era muy sociable pues su optimismo lo hacía sonreír contagiosamente antes de aquel suceso que cambiaría su vida para siempre, pues ese día las ganas de sonreír habían desaparecido junto con las ganas de vivir. Decidió apartarse del lugar y caminó con dirección del viento, el mismo que alborotaba aún más su cabello, pero nada importaba, ni siquiera que le cubriera el 48


rostro de tal manera que no veía hacia dónde se dirigía, su mente estaba perdida al igual que la mirada, parecía que el mismo viento era quien movía su cuerpo, pues el no daba señal de estar consciente de lo que hacía, estaba aturdido por la noticia, podía haber imaginado cualquier cosa menos lo que en realidad ocurría. Había pasado los mejores días de su vida, se había enamorado como nunca de quien él consideraba la mujer más especial sobre la tierra, jamás preguntó sobre sus orígenes, solo se encargó de disfrutar a manos llenas del gran amor que había nacido entre los dos tras su llegada al pueblo; había escuchado tantas cosas sobre él, que se vio convencido a pasar una temporada allí para conocer sus costumbres, su gente y sus tradiciones, para ello eligió el mes de octubre en el que se honra a los muertos, su regreso a la tierra que lo vio nacer estaba planeado para fin de año, sin embargo ahora no sabía qué hacer. Tras la fuerte brisa y un gran silencio, las calles de pronto le parecieron tristes y 49


todos los recuerdos se unieron en un caos en su corazón, fue un bullicio nostálgico como sonidos de violines amargos. La noticia se repetía una y otra una vez en su cabeza, se sentía sin alma, sin comprensión, destrozado, con lágrimas ocasionadas por la destrucción de sus sentimientos, como tortura de gotas ácidas que horadan, no solo la piedra, sino también el corazón. Recordó cómo fue que llegó ahí. Venía de otro continente con la ilusión de descubrir un mundo totalmente nuevo, atrapado por todo lo relativo a ese lugar que había encontrado por internet, y es que había leído tanto que nadie pensaría que fue una decisión repentina lo que lo llevó a viajar para conocer este mágico pueblo. El vuelo salió retrasado, se hizo perdidiza su maleta en el aeropuerto, tomó un autobús equivocado, la carretera se hizo eterna, su paciencia se iba esfumando entre los brincoteos del camino y un niño que lloraba. Se decía a sí mismo «ya estás en México, ya falta muy poco, aguanta», para darse ánimos. 50


Al llegar a este extraordinario lugar, admiró primeramente las insólitas montañas a cuyo pie se encontraba el poblado vestido completamente de verde, pues la lluvia de esos días le hacía resaltar su majestuosidad, como postrado a sus pies donde aún se encuentra el templo al dios Tepoztécatl. Después se maravilló al contemplar la austera iglesia de la Natividad, al lado de la cual está el ex convento dominico, que ahora alberga un interesante museo y una excelente librería. Desde lejos también podían verse las casas de adobe con sus fachadas de colores que invitan a todo el mundo a no quererse ir de ahí nunca, sus habitantes siempre sencillos y serviciales le provocaron un enorme deseo de recorrer las callecitas empedradas y probar cada uno de los platillos que se encontraban a su paso; el aroma de los itacates cociéndose en el comal y ver las tortillas recién hechas inflándose, le abrieron aun más el apetito. Continuó caminando hasta llegar al mercado en donde venden flores, verduras, 51


frutas, dulces típicos de la región y todo tipo de artesanías como las casitas de pochote, y las pequeñas esculturas talladas en espinas de pochoizcatl, y no podían faltar las deliciosas quesadillas rellenas de diferentes ingredientes y bañadas de salsa de peculiares sabores como mango, guayaba, tamarindo, durazno, coca cola, y las tradicionales de habanero, de árbol, verde roja, etcétera. Al salir se encontró con los vendedores de nieves ofreciendo degustación de cada uno de sus sabores, no pudo resistirse a probar el curado de pulque, al mismo tiempo que escuchaba las risas de la gente que disfrutaba su estancia en el pueblo. El clima era agradable, no hacía ni frío ni calor y se podía percibir un aroma a tierra mojada lo cual hacía de ese sitio un lugar mágico e inolvidable, cualquiera que estuviese ahí querría volver una y otra vez. Tepoztlán siempre ha sido un pueblo lleno de historias, costumbres, mitos, leyendas y tradiciones por lo que casi todo el año tienen festividades, una de las más 52


grandes es la del 8 de septiembre: «El reto al tepozteco», que sin duda alguna, marca una gran pauta en la historia del pueblo, pues se realiza para recordar el cambio de religión a la católica; otra de las fiestas principales es la del día de muertos, festividad que dura muchos días más que en cualquier otra parte del país, comenzando el 18 de octubre con una campanada en la iglesia a las 7 de la noche y así sucesivamente todos los días a la misma hora aumentando las campanadas hasta llegar a 15 el día 1 de noviembre, día en que las puertas de las casas se abren para todos los visitantes puedan admirar las enormes ofrendas adornadas de grandes banquetes, dulces típicos, flores, fotografías de los familiares difuntos y veladoras, los niños salen a pedir dulces cantando y llevando en sus manos una especie de calavera o esqueleto elaborada por ellos mismos con ayuda de un chilacayote o de carrizo, y poniendo dentro de ella una vela que alumbra su camino, concluyendo el 10 de noviembre, día en que los habitantes 53


del pueblo despiden a sus difuntos en el panteón llevando lo que más les agradaba acompañando con rezos, cantares, leyendas y viejos recuerdos. Todo esto provocó su gran interés por querer estar ahí. Cuenta la leyenda que en estas fechas nuestros difuntos vienen a visitarnos y como turista no sabes si estás platicando con un vivo o un muerto, pues los portales del más allá están abiertos y ellos se encuentran entre nosotros. Los chamanes, curanderos y brujos en estos días reciben a miles de personas en busca de respuestas, tal vez la fama de este pueblo mágico es lo que nos ha llevado a creer que esas cosas sobrenaturales existen, y lo hacen un mundo místico donde todo es posible, alejado del bullicio de la ciudad, y resguardado por las grandes montañas que guardan con celo grandes secretos. Después de varias horas de caminar y probar cuanto su pequeño estómago le permitió, decidió buscar un lugar dónde alojarse; preguntó a los lugareños por 54


varios sitios, hasta que encontró uno que le parecía perfecto. Comenzaba a oscurecer y la lluvia comenzaba a caer, así que apresuró su paso y, sin darse cuenta, tropezó con una chiquilla, sus ojos eran enormes, oscuros, tenía una mirada profunda, su cabello largo hasta la cintura adornado con una pequeña trenza que hacía la función de diadema y terminaba en forma de flor en su costado, de complexión delgada y un poco más baja de estatura que él, tendría si acaso unos 20 años y era de tez morena. Llevaba en sus manos una canasta con pequeños ramos de flores que acostumbraba a vender a los turistas, todos quedaron regados en el suelo tras aquel accidental choque entre ambos, se apenó tanto que su rostro de piel clara se tornó completamente roja como si estuviera ardiendo, nunca antes había sentido una sensación igual, y por un momento colapsó. No supo qué hacer hasta que miró esas delicadas manos recoger cada uno de los ramos, pidió disculpas varias veces mientras ayudaba a recoger las flores y de pronto sus 55


manos se tocaron al intentar tomar el último que quedaba en el suelo. Levantaron sus rostros de tal modo que sus miradas se cruzaron, algo mágico pasó en ese momento, la mirada de ella lo atrapó que perdió la noción del tiempo, parecía como si todo hubiera desaparecido a su alrededor y solo existieran ellos dos, como atrapados en una burbuja, nada ni nadie importaba, ni siquiera la lluvia que en ese momento los empapaba y fue ahí cuando se dio cuenta que estaba perdido. Se levantaron al mismo tiempo sin dejar de mirarse, él la tomó de la mano y preguntó: —¿Cómo te llamas? —Yolotzin —ella respondió—, ese es mi nombre. Intercambiaron un par de palabras más mientras intentaba llegar a su alojamiento, fue todo tan rápido que en un pestañeo ella ya no estaba ahí. Después se registró en una pequeña posada de ambiente familiar y acogedor, tomó las llaves de su habitación y se 56


dirigió hacia donde le habían indicado. Consternado aún por lo sucedido, trataba de volver en sí; abrió la puerta, se acostó sobre la cama mirando hacia el techo y por su mente solo pasaban ese par de ojos que parecían haberlo embrujado, ni siquiera se puso la pijama, mucho menos movió el equipaje de donde lo había colocado. De estar pensando se le pasaron las horas hasta que quedó completamente dormido. Al siguiente día despertó sorprendido por no saber ni cómo ni a qué hora concilió el sueño; no sabía si lo que había sucedido era verdad o lo había imaginado, creyó que el cansancio le hizo alucinar, pero a pesar de eso no lograba sacar de su mente esa mirada que lo había cautivado. Se dio un baño y salió a recorrer el pueblo de nuevo, quería aprovechar cada instante en él para conocer lo que más pudiera, tanto del lugar como de su gente. Su plan de ese día era subir el cerro para llegar a la pirámide, justo cuando iba a comenzar la subida se encontró con esos 57


ojos hermosos de nuevo y, sin pensarlo, exclamó: —Yolotzin… —Al mismo instante en que ella se dirigía hacia él, no dejaban de mirarse, ambos se atraían mutuamente, era como si hubiese un imán que los hacía querer estar juntos. Después de saludarse, ella preguntó su nombre. —Me

llamo

Emilio

—respondió,

también le comentó sobre sus planes de subir a la pirámide y, en cuestión de minutos, le explicó por qué razón había llegado hasta ahí. Ella se ofreció para ser su guía y mostrarle todas las maravillas del pueblo, y así fue, los siguientes días fue como vivir un sueño, conoció todos los rincones, probó tantos platillos que se deleitaba como un rey, recorrió cada centímetro del pueblo conociendo cada costumbre, cada tradición, mas nunca se le ocurrió preguntar por su casa y su familia, estaba enloquecido por esa mujer de ojos hermosos que lo único que quería era permanecer a su lado. 58


Cada día, al llegar la noche, ella llegaba con él a la posada y en cuanto se dormía, ella desaparecía, al siguiente día al amanecer ella ya estaba afuera esperándolo para seguir viviendo esa gran aventura, caminaban por las calles recorriendo el pueblo, como dos grandes enamorados inseparables. Se les veía felices, sonreían en todo momento, él llegó a pensar que nunca más se iría de ese lugar pues ahí había encontrado su felicidad. Habían pasado poco más de quince días y la fiesta de los difuntos estaba en pleno apogeo, era el primero de noviembre y, a pesar de que era una fiesta solemne por recordar a quienes ya no están con nosotros, la gente se veía alegre adornando sus casas con papel picado de colores, flores, velas y grandes ofrendas. Disfrutaban de la preparación de cada alimento que ofrendaban a sus difuntos, dentro de tanta felicidad él quería sorprenderla pidiéndole que vivieran juntos sin importar las condiciones que ella pusiera, fue cuando se 59


preguntó a quién tendría que pedir permiso para formalizar su relación, a qué lugar debía dirigirse para conocer a su familia y descubrió que no sabía nada de aquella mujer y que solo se había enamorado de ella por su forma de mirarlo y de tratarlo, pero que en realidad seguía siendo una extraña. Preguntó a la gente de la posada si sabían dónde encontrarla, pero nadie le supo dar razón y, como si ella presintiera que algo estaba por suceder, no volvió a encontrarse con él. Al siguiente día él recorrió los lugares que frecuentaba con ella para ver si la encontraba, pero todo fue en vano, todas las personas a las que Emilio preguntaba sobre Yolotzin le decían que no la conocían, algunos dijeron que pensaron que habían llegado juntos al pueblo, porque nunca antes la habían visto, y así pasaron las horas y él más desesperado se sentía por no tener razón alguna sobre la mujer que amaba locamente. No quería regresar a la posada pues creía que algo malo le había sucedido, 60


se fue a buscar por todo el pueblo, preguntó por ella en la clínica, en la estación de policía, pero no hubo ningún indicio de ella. Volvió derrotado y se encerró en su habitación sin percatarse que no había probado alimento en todo el día; dominado por la tristeza y el agotamiento se quedó profundamente dormido y en sus sueños estaba ella que, con voz baja, le susurró algo al oído. —Emilio, ya no me busques. No pertenezco a este lugar, no podrás encontrarme. —Entreabrió sus ojos y le pareció ver una silueta de mujer que se alejaba, pero no pudo despertar. Pasaron varios días sin saber de ella, la tristeza lo estaba consumiendo, cuando a lo lejos vio a una anciana que llevaba una canasta de flores como la que Yolotzin traía el día que se encontraron. Corrió desesperadamente hacia donde esta mujer se encontraba y le pidió que le dijera dónde había encontrado esa canasta y qué había pasado con la mujer que vendía las flores. La anciana no pudo contestar, solo 61


se le derramaban las lágrimas y siguió su camino. Era el día 10 de noviembre, el último que se le ofrendaba a los muertos, en el cual se acostumbraba a ofrecer todo aquello que en vida les había hecho felices. Toda la gente del pueblo acudía al panteón para despedirse de sus parientes y pedirles que regresaran al siguiente año. Había niños, mujeres y gente mayor, algunos compartiendo entre ellos los alimentos, otros llorando por la pérdida de sus seres queridos, pero todos estaban ahí reunidos. La anciana se dirigió al cementerio, Emilio, incrédulo, se quedó parado como mirando hacia el infinito, y de pronto ya no vio hacia dónde se había ido la anciana, se sentó en la banqueta para tratar de comprender qué era lo que estaba pasando, pero por su mente pasaban tantas cosas que creía que se volvería loco. Ya no aguantó más y corrió hacia el cementerio recorriendo cada una de las tumbas en busca de la anciana con la canasta de flores, él buscaba respuestas hacia tantas preguntas y no iba a descansar 62


hasta obtenerlas. Pasó un buen rato pues, aunque él creía apresurarse, su caminar era lento y la multitud le impedía moverse rápido, de pronto miró hacia un punto fijo y se percató de la canasta de flores que estaba junto a una lapida adornada con las mismas. La anciana parecía platicar con alguien en voz baja, como si no quisiera ser escuchada. Secaba sus lágrimas con un pañuelo y seguía hablando, no se entendía si rezaba o platicaba. Emilio se fue acercando poco a poco, pues dentro de él sentía pánico, estaba a punto de descubrir lo que había sucedido con aquella mujer tan misteriosa que le había robado hasta el alma. Intentó no ser imprudente, pero al estar más cerca de la tumba y ver la fotografía de la persona que ahí yacía se quedó atónito y sin habla, era como si la tierra se hubiera abierto justo en el lugar donde él estaba de pie y caía en un abismo profundo. Sentía que perdía la fuerza en sus piernas y brazos y caía de rodillas al suelo, no podía creer lo que sus ojos estaban viendo, era Yolotzin, 63


su amada, y estaba ahí en esa tumba, fue cuando reaccionó y comprendió por qué había desaparecido de su vida. Al verlo de rodillas, la anciana se acercó. —Joven, ¿se encuentra bien? Él no podía aún pronunciar una palabra y no parpadeaba observando la fotografía, fue cuando la anciana le dijo: —Es mi hija Yolotzin y murió hace más de 30 años, desde entonces me he quedado sola, ya no tengo a nadie. Incrédulo se puso de pie y todo a su alrededor se tornó gris. Era la hora del rezo intenso. «No nos dejes caer en la tentación», repetía la multitud reunida en el cementerio. Era 10 de noviembre, el último día que se le ofrendaba a los muertos según las costumbres de Tepoztlán.

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Relato de la abuela Chila Paty Camarena



Siempre he sido mujer de rancho y me gusta eso de vivir lejos de las grandes ciudades; no cambiaría por nada la paz que da el arroyo ni el gusto que me da cuando vienen a visitarme todos. Y aprovechando que están todos aquí y antes de que saquen la lotería para jugar debajo del mezquite, como cada domingo, me voy a sentar en este tronco para contarles algo que me pasó y que hace mucho quiero platicarles. Creo que nunca lo he platicado, pero ya es hora de hacerlo. Un día vi cómo en el potrero ese que está abandonado, el que queda de camino al pueblo, como no crecía 67


nada en un pedazo de tierra, pensé «ahí hay dinero enterrado», y que voy ya muy entrada la noche, con una pala, la pistola, la carrillera y el rosario que no falte, y el frasquito de agua bendita que siempre cargo. Y a cavar se ha dicho y pa’ no pensar en cosas malas, me puse a rezar el rosario en voz alta. No sabía a quién dedicárselo así que dije: «Siriaco, toma tu taco». Terminado el rosario escuché un gemido y rápida como soy, eché bala… Lo único que tenía cerca era una nopalera y hasta allá fui y nada, no había nadie… Así que tapé el pozo que había hecho, le eché el agua bendita, por si acaso. Me regresé al rancho y me fui a dormir. No sé si soñé o qué pasó, por debajo de mi puerta entraban un humo blanco y uno negro, el blanco a mis pies y el negro a mi cabeza; el blanco parecía tener voz y me dijo: «Gracias, Chila, por el rosario y el agua bendita. No me llamo Siriaco, me llamo Manuel Mendoza y mi trabajo estaba en Ameca, yo les pagaba cada semana a los 68


trabajadores de los hornos de cal. Un día los escuché haciendo planes para robarme, así que antes de llegar enterré el dinero en el camino, ellos me mataron, Chila, y al no encontrar el dinero aventaron mi cuerpo a los hornos. El dinero es tuyo si lo quieres, te lo doy, no necesitas cavar tanto, está más a la derecha de donde cavaste. Solo te pido una cosa, saca mis restos de los hornos de cal y ponlos en tierra santa». Los dos humos se fueron por debajo de la puerta por donde habían entrado. Desde ese día duermo con una vela encendida y pongo trapos por debajo a la puerta, ya no salgo al potrero ese y no paso por los hornos. Bonita me voy a ver: «¿Me deja pasar a sacar unos huesitos?». No, no, ni loca, que vaya otro. Ameca es tierra de valientes, debe haber alguno que quiera ese dinero y acepte las condiciones de ese Manuel Mendoza, yo así me quedo mejor. Relato contado por mi abuela en un ranchito cerca de Ameca, Jalisco, en 1986.

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Amor por mis raĂ­ces Reina Marentes



Lo contaré como me lo contaron mis abuelos y los abuelos de mis abuelos. En el pasado remoto, aproximadamente unos sesenta y cinco millones de años, siendo finales del Cretácico, en la región peninsular cayó un meteorito, o quizá un pequeño fragmento de él, que hizo que desaparecieran los seres vivos incluyendo a los dinosaurios. Fueron millones de especies y formas de vida que dejaron de existir, mientras que otras comenzaron a surgir. 73


Entonces, la noble y divina naturaleza se fue adaptando para que luego la vida continuara para dar un nuevo comienzo maravilloso. Se dice que después del cambio climático, una de las especies que surgió de ese grandioso milagro fue la nuestra, la humanidad. En nuestra cultura fueron los mayas los herederos de una grandiosa naturaleza llena de ecología virgen, de una selva rebosante de grandiosas sensaciones sin igual, de cenotes, cuevas y ríos subterráneos llenos de magia y color. Mi próspera e inigualable población se llama Dzidzantún, y está enclavada en el Noreste de Yucatán. Sus linderos actuales se encuentran de la siguiente manera; *Al Norte con los tibios holanes del Golfo de México. *Al Sur con el municipio de Cansahcab. *Al Oriente con los municipios de Dzilam González y Temax. 74


*Al Poniente con el municipio de Yobaín. Su origen suele perderse en el recuerdo del tiempo. «Dzidzantun»: Lo que está rociado o escrito en piedra. AMOR Y PASIÓN POR MI PUEBLO 1969 Para entonces contaba con doce años de edad cuando por primera vez describí mi pueblo y mis costumbres para que mi abuelo, que vivía en la ciudad de Tijuana, Baja California Norte, pudiese imaginarlo tal cual era, aunque lamentablemente falleció antes y nunca pudo conocerlo en cuerpo presente. —Abuelito, la naturaleza suele vestir de color verde a mi lindo pueblo en el verano, porque la lluvia todo lo reverdece, hasta las albarradas lucen llenas de enredaderas con flores de campanillas moradas, donde revolotean los colibrís y las mariposas. Las calles siempre huelen a flores silvestres poco después de la lluvia y las ranas dan un 75


verdadero concierto gratuito durante toda la noche. Mi abuelo siempre cerraba sus ojos para poder imaginarlo, sentado ahí, en su silla de ruedas, mientras yo seguía narrando. —Mi casa fue construida sobre un altillo en la calle 23, por lo tanto no se inunda cuando llueve, pero en ambas esquinas de la calle se encharca tanto que el agua sube hasta unos ochenta centímetros de altura. ¡Parece una alberca cuando eso pasa! Todos los niños de mi calle solíamos jugar a nadar en ella, porque el agua estaba cristalina, no había contaminantes y el suelo era de sascab, que era un polvo de piedras calizas. Había niños que sacaban de su casa la batea de madera que usaba su mamá para lavar, y la utilizaban de lancha para jugar en el agua. ¡Ay, abuelito, eso era diversión a lo grande! —Abuelo, no lo vas a creer, pero mi pueblo es mi casa y todos los que vivimos en ese lugar formamos una gran familia. Es un pueblo pequeño, pero muy bonito. 76


Se encuentra en la región del Mayab, que en lengua maya significa que somos pocos, pero que vamos creciendo poquito a poquito. Si vieras, abuelito, cómo hace mucha humedad y bastante calor en mi pueblo durante casi todo el año, por eso las puertas de las casas siempre permanecen abiertas de par en par, siendo comprensible porque, en esa gran familia que somos, nos respetamos todos y respetamos también lo ajeno. Nunca se pierde nada. Mi abuelito sonreía con sus ojos cerrados, parecía un ángel. —Las calles de mi pueblo no están pavimentadas todavía, tampoco contamos con bardas muy altas como las de acá, por lo tanto ahí les decimos albarradas que están hechas de rocas enormes. »Aunque no existe una regla en la vestimenta, nuestro traje típico que porta orgullosamente la mujer yucateca es un elegante terno o hipil blanco de suave tela de lino o de algodón, con flores multicolores en el bordado del cuello con encajes y en 77


la parte baja del hipil. Este consta de tres partes: Jubón, solapa y fustán, siendo así el traje de gala. »Para bailar la vaquería regional, los varones portan con elegancia un sombrero tejido, sus alpargatas de tacón, guayabera y su pantalón blanco con su paliacate rojo en el bolsillo. Solamente así bailarán la jarana, que es un baile de música melodiosa que tiene su clásica “bomba yucateca”, que aparte de ser un descanso, son una muestra del ingenio de mi tierra que en verdad que hace vibrar no solo al escenario, sino a todo mi Yucatán, con la elegancia que nos caracteriza en su zapateado. »En mi pueblo siempre hay mucho que explorar porque también tiene sus festividades que son en honor a la virgen de Santa Clara de Asís, que es la patrona del pueblo. Esta imagen fue encontrada en las playas del puerto de Santa Clara, bueno, así le pusieron el nombre en honor a la virgen. »Un día tienes que acompañarme, 78


abuelito, a una de las fiestas que son en el mes de agosto. Me gustaría que vieras la peregrinación que es una tradición de muchos años llevar a la virgen al puerto donde fue encontrada. Es bueno imaginar que la virgen va sonriendo durante todo el camino, mientras deja sus bendiciones para los feligreses y sobre las cosechas de temporada. »Son catorce kilómetros de distancia entre el pueblo y la playa, entonces la peregrinación tiene que salir de la iglesia del pueblo muy de madrugada para que no nos ganen los rayos solares, ya que vivimos en una zona costera. »Aunque las personas van sudando en el camino, van con la fe muy en alto. Al llegar a la orilla del mar, con una pequeña reverencia, la inmaculada saluda a las aguas cristalinas del inmenso piélago, mientras los peregrinos se ponen de rodillas. »Al regreso de la virgencita, le hacen sus novenas, empieza la vaquería, llegan los juegos mecánicos, los puestos de comida 79


de dulces regionales y también hay las anheladas corridas de toros. Casi todo el pueblo viste de fiesta en esos días. »Ahora, abuelito, cierra muy bien tus ojitos para que te pueda describir el centro del pueblo. Pues verás, hay un mercado que está abierto desde las cinco de la mañana, como en todos los municipios, pero este se caracteriza por estar lleno de bicicletas en la entrada, que son el medio de transporte de casi todos los habitantes. También está su palacio municipal, la iglesia y en pleno corazón del centro, se encuentra su enorme parque arbolado por grandes framboyanes y almendros con ramas extendidas que dan cobijo de sombra a las bancas de madera donde acostumbran sentarse los grupos de amigos y familias que salen a platicar o a ver jugar a sus hijos. »¡Como puedes imaginar, abuelito, el escenario está completo como en todos los pueblos! »La mayoría de las personas se dedican a la agricultura y a la pesca; esa actividad 80


es realmente lo relevante porque son los encargados de llevar los alimentos a nuestra mesa. También se dedican al comercio, a la educación, a la construcción, hay trovadores, poetas y también escritores. ¡Ay, abuelito!, por tanto pasear por el pueblo con mi imaginación, ya me dio mucha hambre, así que ahora hablaremos de la gastronomía yucateca. Para eso nos pintamos solos… Desde temprano, en el mercado, puedes encontrar tamales envueltos con hojas de plátano. También venden atole de arroz, atole de maíz, de xixim, tacos o tortas de cochinita, empanadas, panuchos, polcanes y los salbutes que son un clásico culinario. ¡Mi abuelito ríe a carcajadas cuando le cuento todo esto! —Definitivamente que mi precioso estado de Yucatán es maravilloso, porque a la hora de la comida también podemos elegir entre una gran variedad de ricos platillos suculentos… Pan de cazón, pavo en sac col, pescado frito, langostas en las 81


brasas, pipián, huevo con chaya, puerco entomatado, sopa de lima y muchos platillos más. Ya al caer la tarde se escuchan por las calles del pueblo las palmadas del panadero que lleva su globo de pan cargando en su cabeza. —¡Pan, ya llegó el pan dulce y francés! Y, ¿qué crees, abuelito? El panadero, ¡es mi papá! ¡Abuelo, el panadero es tu hijo!, al que no le has visto desde hace 15 años. Tienes que ir a darle un fuerte abrazo, porque es un buen panadero y el mejor de los papás. Ese día, mi abuelo lloró y me dio el mejor de los abrazos, prometiendo ir pronto a mi pueblo, Dzidzantún. —Ya por último, abuelito, sin que me olvide mencionarlo, nosotros no dormimos en camas, dormimos como reyes, en suaves hamacas de algodón o de nailon. Mi abuelo me dijo una frase ese día que jamás olvido: —Se le llama pueblo mágico, porque los 82


habitantes hacen esa magia al ser gentiles, honrados, amigables, por la limpieza de sus casas, la limpieza del pueblo, la honestidad de sus gobernantes y el respeto al prójimo y a la naturaleza. Si no es así, el nombre mágico sale sobrando. ¡Definitivamente he pensado, abuelito, que es un privilegio haber nacido en Dzidzantún, y de haberte conocido!

A la memoria de mi padre, al que amé y me enseñó a caminar con ese suave andar de la vida yucateca; Manuel Marentes Cervera. A mi amado abuelito; Joaquín Marentes Miranda, que imaginó y amó a mi pueblo a través de mis narraciones, hasta el día de su muerte.

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