Discurso de José Narro Robles en asamblea de Futuro 21

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¡El país es nuestro y lo haremos de todos los demás! 1

José Narro Robles

En México, ni todo está bien, ni todo está mal. Sin embargo, es posible asegurar que la nuestra es una gran nación. Lo digo con frecuencia y hoy lo reitero: México es grande y tiene grandeza. Su extensión geográfica y su demografía, el tamaño de su economía y el capital natural de que dispone documentan su magnitud. Por su parte, la grandeza se explica con su historia y su cultura, con el régimen de instituciones de que dispone y a partir de los personajes que han hecho aportes fundamentales al pensamiento universal, al arte, la cultura y al progreso de la humanidad. Al país le aplica la voz de un poeta latinoamericano que un día escribió: "Lo que tiene el árbol de florido, vive de lo que tiene sepultado". Este es también el caso de las sociedades y la nuestra no es excepción. Nuestras raíces son fuertes, antiguas y profundas y explican lo que hoy tenemos, lo que hoy representamos en el concierto internacional. También es cierto que son muchos los problemas que enfrentamos. Algunos de ellos son recientes, pero muchos tienen siglos con nosotros. Ahí están la pobreza y la desigualdad; el desapego al estado de derecho, la corrupción y la impunidad; la ignorancia, la enfermedad y la muerte evitables; al igual que la violencia, la inseguridad o el deterioro del ambiente. En nuestro país, los más queremos que se tenga una estrategia para combatir esos males frontalmente. Igualmente queremos que la lucha se desarrolle por la vía democrática, con la participación de todos los sectores, formando ciudadanía, con pleno respeto a

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Palabras pronunciadas en la Primera Asamblea de Futuro 21. Ciudad de México, 24 de agosto de 2019

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los derechos humanos, sin deteriorar a nuestras instituciones, fortaleciendo los valores cívicos y sin generar falsas ilusiones. El momento de México debería ser estelar. Tendría que ser así, porque existe la posibilidad de zanjar algunos de los problemas que nos han acompañado a lo largo de la historia y que ahora duelen más por la magnitud que han alcanzado, por la frustración que produce saber que no los hemos resuelto al paso de los años. En lugar de estar en esa posibilidad, a muchos nos preocupa reconocer que México no va bien, que el camino que seguimos no es el conveniente, que las cosas incluso pueden ir peor de no cambiarse la ruta por la que se transita y que la forma como se conduce al país no es la pertinente. Hoy menos que nunca, la forma de atacar esos problemas, graves y añejos, podrán ser el autoritarismo o la descalificación del que piensa diferente. Tampoco lo serán la exclusión, el enfrentamiento o la amenaza, ni ayudará la formación de nuevas clientelas políticas. Los riesgos que se corren tienen múltiples dimensiones y sus efectos pueden ser severos. Las afectaciones potenciales alcanzan el ámbito de lo público, pero también de lo privado. Lo mismo de lo político que lo social, lo económico o lo laboral, pero tal vez lo más delicado tiene que ver con la fractura que se está gestando entre nuestra población. La historia nos demuestra que cuando la sociedad está dividida, a México no le va bien. Por ello, una tarea primordial de quién gobierna consiste en convocar y articular a la población. Los políticos que dividen, se escinden de una parte de esa población y en consecuencia se rezagan y dificultan el progreso, mientras que quienes procuran la unidad de la colectividad avanzan porque integran. Preocupa, y mucho, que esos riesgos pasen a formar parte del inventario de calamidades del país. No es deseable el regreso del presidencialismo desbordado y del centralismo asfixiante que parecían haber quedado atrás 2


hace apenas algunos años. No se puede coincidir con el uso de la justicia selectiva, con el abuso del poder o con la afectación de la fama pública de una persona, por expresar ideas o deseos que no coinciden con los de los gobernantes. Snyder ha alertado que la historia enseña que "las sociedades pueden quebrarse, que las democracias (fácilmente) pueden caer y la ética venirse abajo". Que algunos de los regímenes totalitarios y antidemocráticos más severos del siglo XX, se originaron como reacciones frente a las desigualdades generadas y por la incapacidad de los gobiernos para resolverlas. Que las instituciones creadas en democracia son vulnerables y en general no cuentan con mecanismos de auto protección, por lo que existe una responsabilidad permanente y colectiva de velar por su conservación y perfeccionamiento. Hannah Arendt alertó sobre los riesgos del totalitarismo cuando señaló: "Una vez que los movimientos han llegado al poder, proceden a modificar la realidad conforme a sus afirmaciones ideológicas. El concepto de enemistad es reemplazado por el de conspiración y ello produce una mentalidad en la que la realidad.... ya no es experimentada y comprendida en sus propios términos, sino que se asume automáticamente que significa algo más". A casi doscientos años de la primera Constitución del México independiente, sus altos propósitos siguen siendo vigentes, pero en parte todavía aspiración de nuestro tiempo. Hoy, como en aquellos días, nos orientan estos pensamientos: "Crear un gobierno libre y liberal sin que sea peligroso.... hacer reinar la igualdad ante la ley, la libertad sin desorden, la paz sin opresión.... demarcar sus límites a las autoridades supremas de la Nación.... arreglar la marcha legislativa poniéndola al abrigo de toda precipitación y extravío.... asegurar al Poder Judicial una independencia tal que jamás cause inquietudes a la inocencia, ni menos preste seguridades al crimen".

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Una democracia verdadera demanda de demócratas reales y comprometidos, al igual que de instituciones democráticas, entre ellas de los partidos políticos. Es cierto que han fallado de muchas maneras, pero eso no implica que se deban debilitar. Por el contrario, lo que se requiere es su fortalecimiento. El siglo XX mexicano ejemplifica el caso de una democracia incipiente con una transición prolongada, que evolucionó de un partido de Estado a uno hegemónico y de este a un sistema de partidos que ha posibilitado, entre otros: la alternancia en los gobiernos en todos los niveles, la participación de los ciudadanos, la existencia de poderes públicos fortalecidos, el cambio pacífico de autoridades y la expresión política de la pluralidad. Esto es lo que no debe debilitarse. Esto es lo que todos debemos consolidar. La democracia y sus instituciones son siempre perfectibles, pero también están en riesgo de debilitarse todo el tiempo. Los problemas que las aquejan deben resolverse, como recuerda la conseja, con más y mejor democracia. Por eso somos muchos los que no aceptamos la apariencia como realidad, los que nos resistimos frente a la imposición de reglas que no fueron procesadas de forma democrática y que son impuestas por voluntad unipersonal. En la política, el compromiso con la participación y las buenas prácticas adquiere importancia superlativa, pero también exige la capacidad de levantar la voz para decir ¡No, así no! Permitir que se transgreda la realidad, renunciar a la verdad y tolerar que se gobierne desde la falacia y el rencor deterioran la convivencia colectiva. Censurarse por temor o comodidad son prácticas indebidas que limitan la libertad. En todos los tiempos, muchos mexicanos lucharon por la libertad y la democracia. A nuestras generaciones les toca consolidar el legado que otros construyeron. La pregunta que debemos responder, es cuál es el país que les vamos a dejar a nuestros nietos y a los suyos.

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Creo que muchos de quienes hoy nos hemos dado cita en este lugar, asistimos con el interés de observar y contribuir, de mostrar compromiso y solidaridad con las causas del país. La convocatoria es por la generosidad, la libertad y la democracia; por el rechazo al totalitarismo y la defensa de las instituciones; por la superación de la injusticia y la exclusión; por la lucha en favor de un México seguro, sin violencia, sin corrupción ni impunidad; por el progreso y el desarrollo armónico y sustentable. Estamos aquí para pronunciarnos por la pluralidad y el respeto a las minorías y a los diferentes. Venimos en razón de que queremos sostener que el nuestro no puede ser el país de una sola voz, el de la verdad única. Acudimos por responsabilidad y con la convicción de que, si bien es cierto que hay mucho que cambiar, también lo es que mucho se debe cuidar y consolidar. Yo vengo también a decirle a esta Asamblea y a quien me quiera oír, que la política tiene que cambiar. Que se requiere de formas diferentes y de políticos distintos. Que la supuesta crisis de la política refleja más bien el apuro de muchos políticos indignos. Que no queremos políticos más preocupados por su pasado nebuloso, que ocupados en el futuro de la colectividad. Que deben acabarse los negocios que crecen al amparo de la acción política y que el político corrupto no debe tener espacio en este oficio que tiene que recuperar su dignidad y cumplir con la ética fundamental. Al respecto conviene recordar a un gran intelectual que escribió: "Sí un día el quehacer del político se acerca al del escritor y pone su trabajo al servicio de la verdad y de la libertad, ese día la política será otra y el político se habrá salvado y habrá cumplido". El mensaje es claro, la política nunca debe estar al servicio de la mentira y menos al de la servidumbre. La política debe cambiar. Deben terminar la doble moral, el engaño y la traición. Se demanda de congruencia y de no usar el poder para amenazar, acosar o acusar sin prueba alguna. Se requiere entender que libertad, democracia y

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desarrollo van juntas o no funcionan; que el sistema económico debe tener en el centro de su acción al conjunto y no sólo a una de sus partes; que lo social es indispensable y el apego al Estado de derecho simplemente obligatorio. Se debe luchar para convencer a los demás que este país es de todos, y que todos, unidos, hemos de trabajar por él. El político, como el intelectual o el hombre de ciencia, debe cumplir con la doble tarea que le da significado a su oficio: trabajar por la verdad y por la libertad, y como señaló Camus, "mantener la negativa a mentir respecto de lo que se sabe y la resistencia a la opresión". Para actuar como fuerza de la democracia, se tiene que batallar desde la oposición y cumplir desde el poder. Se debe luchar para llegar y prepararse para transformar cuando se llega; para construir en favor de los demás y con todos ellos, y no sólo en la línea de lo que uno cree o piensa. Para buscar el equilibrio entre los poderes y no para atropellar la potestad de los otros órganos del Estado nacional. Para atender las necesidades de los olvidados de siempre y de sus generaciones venideras, y no para incorporarlos al rebaño de los seguidores,

jamás

para

convertirlos

en

fieles

creyentes

de

quién

transitoriamente es poderoso. Para realmente erradicar la corrupción y no para rodearse de corruptos cortesanos. Para servir a los demás y trabajar por su porvenir. Una nueva formación política debe ser progresista y tener en el centro de su interés a los más necesitados, a los excluidos del progreso, a los pueblos originarios con quienes, como país, tenemos una deuda secular; a los marginados de ayer y siempre; pero también a las mujeres todavía rezagadas e increíblemente amenazadas, incluso por la autoridad que debería darles seguridad; y a los jóvenes a quienes se les escamotea la esperanza y dificulta el porvenir. En un país como el nuestro, con los niveles de pobreza y desigualdad que nos abruman, de igual forma se debería dar impulso integral y consistente a los

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grandes igualadores de la colectividad: la salud, la educación de calidad y el empleo completo. Para dar respuestas como las que se demandan, se requiere de trabajo sistemático; de decisiones validadas por el conocimiento y la experiencia; de confianza, orden y certidumbre; de un pacto colectivo en el que el interés de México se ponga por delante. Hoy, como hace treinta años, son valederas las demandas de ".... democracia, libertades, igualdad ante la ley.... tolerancia, solidaridad, justicia, autonomía del ciudadano, de la colectividad y de la nación". Por ello se requiere "renunciar a ser un simple observador". El país demanda de ciudadanos activos, actuantes y comprometidos, de patriotas que trabajen para que no se pierda lo logrado, de personajes que cumplan con lo que les toca hacer y que no caminen solo por la ruta de la comodidad, que puedan levantar la voz y exigir lo que a ellos y a los demás les corresponde. México requiere decencia y democracia, generosidad y entrega. México nos ha dado todo, regresemos a la Patria un poco de lo que hemos recibido. Al respecto, permítanme recordar el verso de la gran Griselda Álvarez: Madre casualidad, te doy las gracias porque he nacido aquí, en esta tierra que sabe resurgir de las desgracias, que ama la paz encima de la guerra, que es mucha patria al descubrir falacias y a una nueva esperanza nos aferra. El tiempo es el presente. Octavio Paz escribió que: "La reflexión sobre el ahora no implica renuncia al futuro ni olvido del pasado: el presente es el sitio de encuentro de los tres tiempos.... el presente es una esfera donde se unen.... dos mitades, la acción y la contemplación.... los poetas saben (que).... el presente es el manantial de las presencias", la de todas y todos ustedes ahora

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y más adelante, ayudará a construir el porvenir de nuestra sociedad. ¡Qué así suceda! ¡El país nos necesita. El país reclama de nuestro compromiso. El país cuenta con nosotros. El país es nuestro y lo haremos de todos los demás! Hoy, cobijados por nuestras ilusiones y por los valores de la República, debemos iniciar la hazaña. ¡Esa es, ni más ni menos, la tarea!

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