La lectura poliédrica
Metáforas para hablar de la lectura
Jesús Ballaz · Francisco RincónEl libro es un cerebro que habla; cerrado, un amigo que espera; olvidado, un alma que perdona; destruido, un corazón que llora...
El libro es un cerebro que habla; cerrado, un amigo que espera; olvidado, un alma que perdona; destruido, un corazón que llora...
PRÓLOGO 8
1. LA METÁFORA 11
1.1 Las metáforas 13
1.2 El alcance de las metáforas 14
1.3 La metáfora en el tiempo 17
1.4 La metáfora natural 19
1.5 Las metásforas de la lectura 20
2. LA DIMENSIÓN ANTROPOLÓGICA DE LA METÁFORA 25
2.1 Las metáforas y la comprensión del texto 28
2.2 Metáfora y acción: la dimensión práctica de la metáfora 30
2.3 Posesión de un universo metafórico y cultura propia 32
3. METÁFORAS DE LA LECTURA Y DEL LIBRO 35
A. ACTIVIDADES FÍSICAS 37
A 3.1 Rastreo 37
A 3.2 Adiestramiento 39
A 3.3 Inmersión 41
A 3.4 Aeróbic 43
A 3.5 Combate 44
B. ACTIVIDADES MENTALES 46
B 3.6 Conversación 47
B 3.7 Adivinación 49
B 3.8 Laberinto 50
B 3.9 Creación compartida 52
B 3.10 Sacudida 54
C. ACTITUDES SOCIALES 56
C 3.11 Amistad 56
C 3.12 Consuelo 57
C 3.13 Consejo 59
C 3.14 Compromiso 60
C 3.15 Flechazo 61
D. NECESIDADES BÁSICAS 63
D 3.16 Alimento 64
D 3.17 Abrigo 65
D 3.18 Aventura 66
D 3.19 Placer 70
D 3.20 Medicina 72
E. INSTRUMENTOS 74
E 3.21 Llave 75
E 3.22 Detonador 77
E 3.23 Archivador 79
E 3.24 Activador de la memoria 81
E 3.25 Lupa 84
E 3.26 Ventana 86
F. VEGETALES Y ESPACIOS CREADOS 87
F 3.27 Capas de la cebolla 87
F 3.28 Árbol 89
F 3.29 Jardín 90
F 3.30 Construcción arquitectónica 91
F 3.31 Hoguera 92
4. LA LECTURA, UN SÍMIL DE LA VIDA 95
4.1 La lectura y el esfuerzo humano 98
4.2 La lectura, experiencia rescatada 100
4.3 La lectura, el exorcismo de los miedos y el triunfo de lo cognoscible 101
4.4 La lectura y la libertad 103
4.5 La lectura, la vida y el viaje 105
4.6 La realidad como libro 107
5. EL LECTOR, INTÉRPRETE 111
6. ALGUNAS NOVELAS CUYO TEMA ES LA LECTURA 115
6.1 Firmin. La rata que comía libros, de Sam Savage 116
6.2 Una lectora nada común, de Alan Bennett 120
6.3 El lector, de Bernhard Schlink 123
6.4 La ladrona de libros, de Markus Zusak 127
6.5 Mendel el de los libros, de Stefan Zweig 130
6.6 Leer Lolita en Teherán, de Azar Nafisi 134
6.7 Balzac y la joven costurera china, de Dai Sijie 138
6.8 Palabras de Caramelo, de Gonzalo Moure 143
7. LOS SOPORTES DEL TEXTO Y LA LECTURA 147
7.1 El soporte digital 148
7.2 El tema del autor 149
7.3 La transformación del lector 150
REFERENCIAS 155
Este libro quiere ser una pequeña colaboración a la labor de explicar —de entender— qué es leer. En él presentamos una serie de objetos y acciones que funcionan como metáforas de la lectura porque cada uno de ellos explicita mejor que los demás alguna de las dimensiones del acto de leer.
La lectura es una actividad compleja que aúna la percepción de unos signos a través del sentido de la vista —o del tacto, en el caso de los ciegos— y la descodificación de los mismos a partir de un código compartido entre el escritor y el lector. La acción de apoderarse mentalmente de un texto, aparentemente tan sencilla por ser tan cotidiana, va más allá de lo que sería la duplicación de esos signos gráficos en la mente, como si esta fuera un espejo.
El lector, en contra de lo que a veces se cree, no es receptor pasivo del contenido de lo escrito. A partir de los signos leídos, reelabora un discurso en su propia mente. En otras palabras, la lectura de un mismo escrito no es unívoca sino que cada lector hace la suya. Cada uno lee inevitablemente desde sus propias circunstancias. La comprensión supone, por tanto, un cierto diálogo entre el autor del texto y el lector, aunque aquel haya escrito en un pasado lejano.
Las preguntas a las cuestiones importantes de la vida se repiten. Las respuestas varían con los tiempos y las personas; se complementan y, en ocasiones, contradicen otras anteriores.
No es fácil explicar una actividad física y mental tan compleja. Habrá que dar cuenta de ella a través de sucesivas aproximaciones que nunca serán definitivas. De ahí que la lectura, como todo asunto escurridizo y sumamente poliédrico, sea un tema propicio explicar mediante metáforas.
Algunas metáforas, que de tan comunes parecen obviedades, son a menudo las de más calado. La unión de todas ellas nos descubre el rico universo que es la lectura. Sin embargo, ese universo no se agota; de aquí que siempre quedarán por inventar otras metáforas que den razón de nuevos contenidos que todavía quedan en la penumbra. Cada una pone de relieve alguna recóndita dimensión de la lectura. A través de todas ellas, iremos describiendo ese complejo fenómeno de aprehensión de la realidad, tanto intelectual como emotiva, que designamos con el verbo leer.
Este libro no inventa metáforas nuevas que encandilen al lector, cosa harto difícil, por otra parte. Ese es heroico empeño de poetas. Únicamente presenta algunas que, en conjunto, nos darían la valoración global de la lectura. Aunque las metáforas sean bastante corrientes, la explicitación de su significado ayuda a comprender mejor —y tal vez a valorar más— esa fascinante actividad que llamamos leer.
Sabemos, por otra parte, que la lectura también tiene la cualidad de virtualidad; esto es, de remitirnos a otros espacios semánticos. Por ese motivo, rastrearemos la utilización de la lectura —y del libro— como representación análoga de otras realidades.
Hemos puesto el acento en aquellas metáforas que hacen valorar esta actividad e impulsan a practicarla. Este texto tiene, por decirlo sin ambages, un tono de militancia: pretende incitar a la práctica de la lectura. Por tanto, el lector implícito en el que pensamos es toda persona que tenga curiosidad por este tema, en especial los animadores culturales de bibliotecas, escuelas, clubes de lectura, tertulias, etc. Ojalá cumpla su fin.
Las experiencias fundamentales de la vida son pocas. Actualmente —no siempre fue así— leer es una de ellas; esta actividad se ha revelado fundamental para el hombre que, además de elemento de la naturaleza, es también partícipe de la cultura. Precisamente la lectura es una expresión privilegiada de la dimensión cultural del ser humano.
Las maneras de hablar de esas experiencias fundamentales parecen no tener límite. De aquí que el eterno objetivo de la creatividad sea ensanchar los universos de expresión y de comprensión de esas experiencias básicas, lo que explica que no cese el hallazgo de nuevas metáforas que ofrecen aspectos de la realidad que se nos escapan a primera vista.
Hay que rastrear las metáforas en el lenguaje oral y escrito. Se pueden encontrar en frases en las que han sido colocadas de forma explícita (la poesía suele estar cargada de metáforas que exploran y empalabran nuevos espacios de la experiencia humana) o en otras en las que aparecen como expresiones automatizadas.
La metáfora es un modo de representación del conocimiento, una forma figurada y expresiva del mismo. Tanto es así que la expresividad es parte de su esencia. Más que de la investigación, forma parte de la comunicación del conocimiento. Pretende dar una versión de la realidad desde un punto de vista particular. Su coincidencia con la realidad que trasluce es independiente de la identificación con ella, en la medida en que la metáfora define a partir de elementos parciales de esa realidad. Gerardo Diego retrata la guitarra como un pozo de viento:
La guitarra es un pozo
Con viento en vez de agua.
El pozo refleja la profundidad que es capaz de expresar el instrumento. La sustitución del agua por el viento recoge el apasionamiento de su forma de expresión. De las partes físicas que la componen —caja de resonancia, mástil, cuerdas, etc.— solo ha tomado la boca redonda de la caja de resonancia, que recuerda el brocal del pozo. A partir de ahí construye toda la metáfora, en la que esa caja es un manantial del viento del sentimiento. El viento se une con frecuencia a él.
El libro completo de Dámaso Alonso, El viento y el verso, se escribe sobre una metáfora básica:
Muele pan, molino, muele. Trenza, veleta, poesía.
La metáfora es también un modo de representación del sentimiento. Francisco Brines dice:
Reposa el huerto anclado en el otoño.
No solo percibimos su visión del huerto de otoño, ya sin frutos, similar al barco en reposo, tras la travesía de la siembra, la maduración, la cosecha..., sino que el verso nos transmite también la paz del reposo, tras los densos trabajos de la vida que llevan hasta la recolección última. Es una imagen melancólica de la vida, de su acabamiento, tras tantas travesías, probablemente fecundas, como el huerto, pero ya pasadas, posiblemente para siempre. No en vano el poema se titula: «Desaparición de un personaje en el recuerdo».
La metáfora es, pues, un instrumento lingüístico para la expresión del conocimiento y del sentimiento. Tiene su inicio en lo parcial, pero tiende a dar una imagen de la totalidad de una realidad dada, de una percepción dada. La metáfora más completa, desde el punto de vista del significado, es el sinónimo. En la medida en que el sinónimo perfecto no existe, la designación de cualquier realidad por otro nombre distinto al que el hablante ha elegido utilizar por primera vez es, siempre, una metáfora. No es lo mismo rostro que semblante, o aspecto, o cara, o figura, o faz, o talante, o facciones, o imagen u otro cualquiera de los sinónimos que los diccionarios proponen para la palabra rostro. Cada una de estas palabras añade un matiz a la primera que la diferencia de ella lo suficiente para que en determinados contextos utilicemos una u otra. Y muy pocas veces se pueden intercambiar sin modificar previamente, al menos, algún otro elemento de la frase en que se sitúa. Se suele decir de una persona que tiene «dos caras», raramente que tiene «dos rostros». Puedo decir lo mismo afirmando que presenta dos perfiles diferentes, aunque se pierde buena parte del matiz despectivo de
la frase original. Aun si se emplea la misma estructura gramatical, la frase cambia de sentido. Una persona que presenta dos perfiles no es una persona hipócrita, como la de dos caras, sino la que ofrece vertientes distintas que enriquecen su personalidad.
A medida que las definiciones de una palabra que se sustituye por otra se alejan en sus contenidos, el sinónimo se enriquece de intención, de sentimiento, y se transforma en metáfora. En el fondo, el sentido gramatical es el mismo: la definición de una realidad por el lenguaje. La diferencia reside en la intención de los términos escogidos. El sinónimo pretende aproximarse el máximo al significado original, de forma que sean intercambiables. El sinónimo perfecto se compondría de palabras totalmente permutables en cualquier contexto significativo o construcción gramatical. No existe.
La metáfora no intenta definir la realidad de la que habla en todo su significado, sino destacar un aspecto de su contenido. Cuanto más reducido sea el aspecto que se define, se considera que la metáfora es más brillante. Por tanto, cuanto menor sea el nivel de coincidencia, o de sinonimia, entre la palabra definida y la definición, más acertada o más atrevida es la metáfora. De esta forma, teóricamente la metáfora más rica es la que se produce entre realidades sin ningún tipo de coincidencias. Lo cual lleva al absurdo, o a la metáfora surrealista. Solo la coincidencia subconsciente, en las realidades, afectos o recuerdos que provocan, permite su construcción.
De una metáfora se puede decir que es pobre. Tanto más pobre cuanto más se acerque al sinónimo. Se puede decir que es incomprensible, cuando las coincidencias significativas de definición-definido son nulas y no se intuye ninguna aproximación de otro tipo. Entre estos dos extremos se sitúan todos los niveles posibles de coincidencias o desencuentros de las palabras. Pero sin perder nunca de vista la constitución de la metáfora. No son falsas o malas por el hecho de la no coincidencia total de las realidades. Desde esa perspectiva ninguna metáfora sería verdadera. Por eso resulta muy fácil la ridiculización de la metáfora o su descalificación. Toda metáfora es parcial. En ningún caso puede definir la totalidad del objeto que describe. No lo pretende.
Algo similar habría que decir de la objetividad de las definiciones metafóricas. La vivencia de estas realidades contiene una importante dosis de experiencia personal, y se halla muy ligadas no solo a las respectivas sensibilidades individuales, sino también a las de la época en la que se sitúa. De esa forma es muy fácil contraponer sensibilidades y condicionantes temporales. Esto es legítimo para entender o expresar la evolución o las perspectivas desde las que la misma realidad es contemplada, no para demostrar la falsedad de una metáfora. El hecho de que las vivencias personales permitan entender experiencias radicalmente distintas de las de otra persona o lleven a comprender la misma realidad de una forma diferente no quiere decir que una de las dos sea falsa. Simplemente son diferentes. Lo mismo habría que decir de los intereses que imperan en cada época y de las perspectivas que cada tiempo favorece acerca de la realidad. La representación más objetiva de la metáfora es la igualdad matemática. En efecto, el signo igual (=) une dos términos que se parecen y que tienden a la igualdad, sin llegar nunca a ella. Solo la abstracción de una serie de los elementos que los diferencia permite introducir entre ellos el signo de la igualdad. Tres cervezas más dos limonadas son iguales a cinco refrescos. Naturalmente, para llegar a esta síntesis ha habido que suprimir el sabor amargo de la cerveza y la burbuja estimulante de la limonada para conseguir cinco refrescos, que es lo que en común tienen ambos productos.
Esto se acentúa hasta el extremo cuando, en vez de refrescos, manejamos términos abstractos, y cuando la igualdad se sustituye por el «semejante a», o el «mayor y menor que». Y si eso es así en las operaciones matemáticas, en las mediciones, que sirven de base tanto a la geometría como a la aplicación de las matemáticas a la vida, al comercio o al desarrollo científico, en el elemento metafórico llega a su máxima expresión.
Toda medida, en definitiva, es una comparación, sean las más antiguas, de longitud, por ejemplo, como la pulgada, el pie, los palmos o los codos, que comparan las distancias con las dimensiones del cuerpo humano, o las más abstractas mediciones de lo ínfimo, como el nanómetro, el angstrom o el yoctómetro, que comparan con la abstracción de lo mínimo que somos capaces de concebir. Lo mismo ocurre con las medidas de capacidad y de peso.
Lo que pretendió el sistema métrico no fue superar la metáfora sino objetivarla, lexicalizarla, evitando toda subjetividad. Los referentes comparativos dejan de ser elementos humanos —dedo, mano, pie, brazo, hablando de la longitud— para ser tomados de los polos y el ecuador o de parte de los meridianos terrestres, líneas metafóricas donde las haya, ideados para marcar las dimensiones y orientaciones terrestres inabarcables e inexistentes, de forma respectiva, que carecían de previa fijación de puntos de referencia.
Es imposible hablar de casi nada sin la metáfora comparativa que las mediciones suponen. Y menos avanzar en cualquier proceso científico sin la capacidad de medir sus progresos, causas y consecuencias.
Por eso hay que convenir que la ciencia matemática no solo es la expresión más fiel de la metáfora sino la mayor hacedora de metáforas existentes, a pesar de su aire de objetividad, o precisamente por ese aire. La diferencia entre las matemáticas y la poesía no está en el lenguaje ni en la estructura de sus respectivas expresiones metafóricas, sino en los objetivos, como afirma Michael Guillen en Cinco ecuaciones que cambiaron el mundo: «La poesía nos ayuda a ver más profundamente en nuestro interior, la poética matemática nos ayuda a ver mucho más allá de nosotros mismos». Y la matemática pura, la más abstracta de las ciencias, es para Einstein, «la poesía de las ideas lógicas».
Las metáforas nacen, son jóvenes, vigorosas y sugerentes, permanecen un tiempo activas, ya maduras, y se apagan. Pueden hacerlo en dos direcciones: o cayendo en desuso por obsoletas o fundiéndose en el lenguaje común. Muchas metáforas las utilizamos desde hace tanto tiempo que se han petrificado en el lenguaje corriente. Por expresarlo también metafóricamente, son como esas conchas que quedaron fosilizadas hace tantos millones de años que nos cuesta dilucidar si son fósiles o piedras. De igual manera, esas metáforas parecen tan naturales en una lengua que solo
Este libro, ameno y amable, presenta algunas de las metáforas que se han utilizado para referirse a la lectura, una actividad compleja que muestra muchas aristas. Con una declarada intención activista, pretende ayudar a comprender –y tal vez a valorar más– esa fascinante actividad que llamamos leer.
la mirada de un entendido sabrá distinguir sin son expresiones originarias o metáforas desgastadas.
Una lectura estimulante para maestros, padres, bibliotecarios y todos aquellos que promocionan los libros y la lectura.
Hay metáforas que nacen, crecen y mueren sin perpetuarse en el tiempo. Son metáforas temporales, unidas a determinadas realidades y condiciones de las que no han llegado a desprenderse. Sería el caso de toda la intensa metáfora medieval, referida a la vida de los animales, que hoy poco dice a los habitantes de las ciudades sin apenas referencias de esos animales:
La lectura de ficciones se ha considerado a menudo una forma de perder el tiempo, idea que sigue muy arraigada en personas que tienen un concepto tan pragmático de la vida que consideran que alimentar su universo interior no tiene ningún valor.
Malherida iba la garza enamorada, sola va y gritos daba.
Jesús Ballaz es historiador. Trabajó durante muchos años como editor de libros para niños y jóvenes. Es autor de más de treinta obras para este público. Es un crítico reconocido y un ávido lector que organiza grupos de lectura y participa en ellos.
Sin embargo, no es así. Leer es una poderosa forma de acceso a universos diseñados por las mentes más creativas y sensibles. Como el que nunca ha salido al campo es tal vez incapaz de experimentar la grandeza de la naturaleza, el que no ha leído difícilmente penetra en los mundos humanos complejos explorados por esos escritores.
La belleza salvaje que se desprende del poema se corresponde para nosotros más con la fuerza de la expresión que con la imagen misma. Entendemos que la garza enamorada es la mujer prendida del amor. Pero casi nos cuesta trabajo imaginar al ave a la que se refiere.
Francisco Rincón es doctor y catedrático de Literatura. Es cofundador y coordinador de la Sociedad Nacional de Didáctica de las Lenguas y creador del proyecto ELE, un exitoso programa de extensión lectora en el municipio de Cerdanyola del Vallès, en Barcelona.
Cualquier lector de poemas sabe que sin sorpresa no hay poesía. El poeta utiliza palabras fuera de su ámbito habitual o hace con ellas asociaciones inéditas. De esta manera descubre —o inventa— nuevos espacios, que son como agujeros inexistentes hasta que él los ha captado.
Otras se fosilizan, se lexicalizan, se hacen lenguaje y pierden su condición de metáforas. Son metáforas que han cumplido plenamente su función y se perpetúan en el lenguaje, a costa de perder su capacidad sugestiva. Sería el caso de expresiones como de la vida» —la juventud—, Otras nacen y se mantienen en el tiempo, enriqueciéndose y transformándose. Es el caso de la transparente metáfora de Manrique:
El sentido de las palabras se puede multiplicar de manera ilimitada. Desde el momento en que alguien se refiere a algo con una palabra nueva, ese algo adquiere una nueva dimensión. Precisamente la tarea de todo escritor es luchar contra la insuficiencia del lenguaje para ensanchar sus posibilidades de expresión.
Pues bien, a todo ese invisible universo llegamos a través de nuevas metáforas. Por eso Benjamín Prado ha definido así la metáfora en maneras de decir manzana: las cuales las palabras modifican, renuevan y ensanchan su significado inicial, les damos el nombre de metáfora».
Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar...
O sea, la metáfora puede verse como un foco para iluminar una zona oscura, un espacio inexplorado. Al acceder a ese espacio, el lector lo hace suyo y encuentra cobijo en él.
El paso del tiempo, la igualación en la muerte, la brevedad de la vida... son sentimientos dominantes en el mundo medieval. Pero la metáfora del río es capaz de recoger el sentimiento general en que el enfoque medieval se apoya. Gracias a eso continúa viva y diversificándose en caminos, viajes, vuelos... Hay metáforas que gotean de una lengua a otra y aparecen como estalactitas, siempre en construcción. Por el contrario, las hay que aparecen
En esta idea parece incidir la psiquiatra francesa Lydie Salvayre hablando sobre los jóvenes en una entrevista en el diario más me conmueve de los jóvenes es que no tienen palabras, es terrible; no saben poner palabras a su desamparo» (29/12/2007). En efecto, sufre