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Cultura
Noviembre de 2010
Polémica por cambios ortográficos
“Expulsan”a
alfabeto
Yesid Contreras Chetumal, el faro
U
na noticia alarma a los hablantes del español: la Real Academia Española (RAE) anunció que la nueva ortografía eliminará las letras ch y elle del alfabeto, suprimirá acentos de ciertas palabras y renombrará las letras y,b,v y z, entre otros cambios. La información cundió en los medios, generó especulaciones, polémica y sensacionalismo en los titulares, de cara a la nueva edición de la Ortografía del español, que se dispone a aprobar la RAE (integrada por 22 academias nacionales de países de habla hispana), en su reunión de Guadalajara a fines de noviembre de 2010, en el marco de la Feria Internacional del Libro. Motivados por la renovación de la lengua, a veces en sintonía con el uso de los hablantes y en el caso de los dos fonemas por razones lingüísticas poco claras, la RAE simplifica a 27 las letras del alfabeto, ubicando los dígrafos ch y ll en sus lugares dentro de las letras c y l.
Normas nada nuevas ni atinadas Los cambios anunciados no son tan nuevos ni fatales para dos letras: son modificaciones que vienen desde 1999, año de edición de la anterior ortografía. Los usuarios del idioma se asombran con “la desaparición” de dos letras, lo cual motivó que el presidente venezolano Hugo Chavez ironizara que para seguir la norma de la academia de la lengua se llamaría Ávez. En México se comenta con sorna que ahora hay que irse a la “ingada” para que no “inguen” con ese verbo muy mexicano; que el estado de Chihuahua se llamará “Ihuahua”; se comerá “ile” en lugar de chile; “eniladas” en vez de enchiladas, y Xochimilco (shochimilco) se diría Xoimilco… Por ese camino, abierto eliminando dos letras para simplicar de acuerdo a enfoques globalizadores, el nombre de México podría abocarse a la antigua escritura con jota debido a que fonéticamente la x suena como j, práctica que hasta la fecha aún se estila de modo horroroso en países de Sudamérica. Con la eliminación de los acentos ortográficos, tildes, en palabras como truhan, guion, o fie, el criterio va en contravía del uso en Hispanoamérica, donde se pronuncian en dos sílabas esos vocablos. De tal manera, ahora el error ortográfico será colocar la tilde, un contrasentido, evidentemente. La unión del prefijo ex con la palabra que se use parece lógica, al igual que denominar ye a la y, e i a secas a la vocal, para desterrar por obra y gracia académica la denominación “y griega” e “i latina”, decisiones que arrancan resistencia práctica a millones de hablantes que las conocieron con esas denominaciones. Otra norma propuesta por los académicos es el nombre de las letras b,v y z, rebautizadas be, uve y ceta; sí, con c y no con la letra del mismo nombre como marca un sentido de lógica elemental. Y declararán ilegales los pedagógicos “motes” hispanoamericanos b grande y v chica, o b larga y v corta, denominaciones comunes en países latinoamericanos. En Argentina rechazaron la propuesta porque es una decisión verticalista y sin sentido común.
ch ll y
Suena a esas antiguas prácticas prescriptivas y euro-centristas con respecto a las normas del idioma español. La w se denominará doble uve y no doble v como la conocimos millones de latinoamericanos desde la educación prima-ria, casi desde la cuna. El caso de la zeta es como si defendiéramos que México se escribiese con x y el gentilicio con j, para ser “buenos globalizadores”. O como dejar en la fatalidad del atraso tecnológico el uso de la n en lugar de ñ porque las computadoras no traían la letra debido a su fabricación en países de idioma inglés. O como si hubiéramos permitido eliminar las vocales acentuadas, como se perfilaba en los inicios del uso de la computadora. Eliminar la tilde odiosa de la o entre números es ratificar una práctica que alguien inventó para justificar la claridad en la escritura de cifras: 2 o 3 muy difícilmente se confundiría con 203 por los espacios; en determinado contexto, o según la fuente que se use, pues el cero tiene una forma diferente a la vocal o. Una eliminación polémica es el uso de la tilde en solo, debido a que tiene dos acepciones y puede causar confusión: “estaré sólo esta Navidad” es diferente a “estaré solo esta Navidad”, y ejemplifican una ambigüedad de significado y confusión sobre lo que se quiere comunicar con precisión. Según la nueva norma ortográfica Estos, esos, esos, aquel, etc, ahora se escribirán sin acentos (tildes) en cualquiera de sus usos, bien sea demostrativo o pronominal. Ejemplos: “Ese carro me gusta” y “ese no me gusta”. A causa de que la letra q es de presencia mínima en el idioma y representa el fonema /k/, palabras como quórum, Iraq o Qatar se escribirán con la letra k. El vocablo latino se escribirá cuórum, aunque dicen los académicos de la RAE que si se prefiere usar la q, esta no llevaría tilde por ser tratada un extranjerismo (¡). Craso lapsus: Como si el latín no fuera el origen y componente primordial del español. Los cambios no tienen nada de nuevo y no se ajustan a la antigua máxima de la Real Academia de la Lengua: “limpia, brilla y da esplendor”. Además, el idioma es un ser vivo que nunca ha cambiado por decretos ni normativas. La práctica idiomática va adelante de la academia, que en general tan sólo registra e incorpora los cambios generados en el habla por diferentes causas y circunstancias culturales y de índole histórica, social, geográfica, etc. ¿Será que estamos de vuelta a las imposiciones autoritarias en el idioma, un factor cultural que por fortuna es de las expresiones sociales más democráticas, cuyos cambios los determinan las mayorías aunque a veces no les gusten a los académicos? En 1997, el escritor Gabriel García Márquez propuso, en el célebre discurso “Botella al mar para el dios de las palabras”, una serie de jubilaciones de letras y usos, como algunos de los anunciados ahora por la RAE. En ese entonces Gabo causó polémica en el mundo académico y literario. Era una opinión futurista para el español por parte del Nobel colombiano, que hoy parece cobrar plena vigencia y vuelve proféticas sus palabrasel para el idioma faro Foto internet
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Botella al mar para el dios de las palabras Gabriel García Márquez Discurso del Premio Nobel de Literatura en la inauguración del 1er Congreso Iberoamericano de la Lengua. Zacatecas, 7 de abril de 1997. Hoy resulta premonitorio y visionario.
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mis doce años de edad estuve a punto de ser atropellado por una bicicleta. Un señor cura que pasaba me salvó con un grito: ¡Cuidado! El ciclista cayó a tierra. El señor cura, sin detenerse, me dijo: ¿Ya vio lo que es el poder de la palabra? Ese día lo supe. Ahora sabemos, además, que los mayas lo sabían desde los tiempos de Cristo, y con tanto rigor, que tenían un dios especial para las palabras. Nunca como hoy ha sido tan grande ese poder. La humanidad entrará en el tercer milenio bajo el imperio de las palabras. No es cierto que la imagen esté desplazándolas ni que pueda extinguirlas. Al contrario, está potenciándolas: nunca hubo en el mundo tantas palabras con tanto alcance, autoridad y albedrío como en la inmensa Babel de la vida actual. Palabras inventadas, maltratadas o sacralizadas por la prensa, por los libros desechables, por los carteles de publicidad; habladas y cantadas por la radio, la televisión, el cine, el teléfono, los altavoces públicos; gritadas a brocha gorda en las paredes de la calle o susurradas al oído en las penumbras del amor. No: el gran derrotado es el silencio. Las cosas tienen ahora tantos nombres en tantas lenguas que ya no es fácil saber cómo se llaman en ninguna. Los idiomas se dispersan sueltos de madrina, se mezclan y confunden, disparados hacia el destino ineluctable de un lenguaje global. La lengua española tiene que prepararse para un ciclo grande en ese porvenir sin fronteras. Es un derecho histórico. No por su prepotencia económica, como otras lenguas hasta hoy, sino por su vitalidad, su dinámica creativa, su vasta experiencia cultural, su rapidez y su fuerza de expansión, en un ámbito propio de diecinueve millones de kilómetros cuadrados y cuatrocientos millones de hablantes al terminar este siglo. Con razón un maestro de letras hispánicas en los Estados Unidos ha dicho que sus horas de clase se le van en servir de intérprete entre latinoamericanos de distintos países. Llama la atención que el verbo pasar tenga cincuenta y cuatro significados, mientras en la república del Ecuador tienen ciento cinco nombres para el órgano sexual masculino, y en cambio la palabra condoliente, que se explica por sí sola, y que tanta falta nos hace, aún no se ha inventado. A un joven periodista francés lo deslumbran los hallazgos poéticos que encuentra a cada paso en nuestra vida doméstica. Que un niño desvelado por el balido intermitente y triste de un cordero, dijo: "Parece un faro". Que una vivandera de la Guajira colombiana rechazó un cocimiento de toronjil porque le supo a Viernes Santo. Que Don Sebastián de Covarrubias, en su diccionario memorable, nos dejó escrito de su puño y letra que el amarillo es el color de los enamorados. ¿Cuántas veces no hemos probado nosotros mismo un café que sabe a ventana, un pan que sabe a rincón, una cereza que sabe a beso? Son pruebas al canto de la inteligencia de una lengua que desde hace tiempo no cabe en su pellejo. Pero nuestra contribución no debería ser la de meterla en cintura, sino al contrario, liberarla de sus fierros normativos para que entre en el siglo veintiuno como Pedro por su casa. En ese sentido me atrevería a sugerir ante esta sabia audiencia que simplifiquemos la gramática antes de que la gramática termine por simplificarnos a nosotros. Humanicemos sus leyes, aprendamos de las lenguas indígenas a las que tanto debemos lo mucho que tienen todavía para enseñarnos y enriquecernos, asimilemos pronto y bien los neologismos técnicos y científicos antes de que se nos infiltren sin digerir, negociemos de buen corazón con los gerundios bárbaros, los qués endémicos, el dequeismo parasitario, y devuelvamos al subjuntivo presente el esplendor de sus esdrújulas: vayamos en vez de vayámos, cantemos en vez de cantémos, o el armonioso mueramos en vez del siniestro muramos. Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lágrima donde diga lagrima ni confundirá revólver con revolver. ¿Y qué de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una? Son preguntas al azar, por supuesto, como botellas arrojadas a la mar con la esperanza de que les lleguen al dios de las palabras. A no ser que por estas osadías y desatinos, tanto él como todos nosotros terminemos por lamentar, con razón y derecho, que no me hubiera atropellado a tiempo aquella bicicleta providencial de mis doce años. el faro
Villacan eterinaria