Crónica
Lola Olmedo Oscar Soto
1. Quien fuera Doloritas Pues la señora de tal, María de los Dolores Olmedo y Patiño Suarez, de la vivienda de enfrente (si se asoma uno desde la calle) en el palacio de los pavorreales, xoloitzcuintles, gansos, naranjos, cactáceas y buganvilias floreando hacia la primavera. Quien allá en 1908 nació en Tacubaya y fue hecha historia durante 94 años de larga vida, bien gustaba de disfrazarse de istmeña para ser pintada en grandes lienzos y óleos frescos que fraguaron a través de las cerdas finas de los pinceles que don Diego Rivera empuñaba (acto por demás rebuscadamente folclórico en pos de reflejar su arraigado feminismo). Hoy personas y sitios que tuvieron a bien extenderme la más amable invitación de visitarles, o mejor dicho, hoy sitios en los que he entrado como todo buen “gorrón”, porque es martes y los martes la entrada al ahora museo, es gratuita.
2. Con su permiso “Generosa contribución a México la donación en vida de sus excepcionales colecciones”, dicen los carteles que cuelgan de las murallas que tiene por muros y que lees apenas cruzas el portón de entrada hecho de madera vieja, a unos pasos el enrejado gariboleado de hierro fundido hace las veces de portería, la cual en vez de funcionar como entrada de repente se les ocurrió que esa sería la salida, así que tienes que abrirte paso por un costado y pasar debajo de uno de esos horribles arcos de plástico que “supuestamente” detectan metales
(subrayé el supuesto, al comprobar que la clavija se encontraba desconectada), mientras saludas al gendarme que repite el mismo “protocolo” por horas y que le otorga bajo el uniforme un rango (según la costumbre) de autoridad respetable (según la costumbre). Todo esto después de acudir a paquetería para canjear tus cosas por una fichita con el número nueve. Al fin ya adentro, caminas libre en los paisajes de césped cuidadosamente podado y árboles de 15 metros que se pierden hacia las montañas, siempre con elegantísima postura al ver carritos de golf aparcados del lado derecho, mientras por tu flanco izquierdo la familia perfecta con acento español se expresa propiamente (claro, debo entender que están en la casa de doña Dolores), aunque debo confesar que eso solo duró alrededor de cinco infinitos segundos hasta el momento en que he actuado como un niño pequeño en un zoológico, volteaba por aquí, volteaba por allá, corría para aquí, para allá y eso de que me fuera a regañar la dueña de la casa no preocupaba para nada. Atravesando pasillos, corredores, habitaciones, subiendo escaleras, bajándolas, abriendo y cerrando puertas y ventanas, el lente de mi cámara sabía que la iluminación natural de las 10 de la mañana era la perfecta para ingresar los valores adecuados, presionar el obturador y perpetuar lo bello de ese espacio en una imagen, el verdadero dilema fue entre elegir monocromo o color, dicha contradicción fue a causa del profundo sentido sígnico-conceptual
y la ofuscante reacción que provocan las plumas de colores vibrantes del pavorreal que corteja la perpetuidad de su especie en pleno abril.
3. Un placer Una sobredosis sensorial tras otra, eso significaba rondar allí. Llegué al rincón más lejano de un patio para reposar bajo la sombra, donde se encontraban algunas sillas victorianas, mosaicos, un árbol de la vida, una pequeña mesa redonda con pedestal churrigueresco y dos trabajadoras de limpieza que pasaban barriéndote los pies si no tenías la destreza de alzarlos o simplemente si te descuidabas. Así que tuve que pasar de asiento en asiento, hasta que coincidí con cuatro personas que al parecer habían pasado por la misma odisea al grado de no poder moverse de su sitio, diría que un tanto acartonados, pero no puedo negar que me supieron escuchar y hacerme un huequito en la banca que ellos tranquilamente ocupaban. La conversación, o mejor dicho, el monólogo que se dio con ellos fue tan amistosa como reconfortante, suceso digno de contárselo a mi psicólogo y escribir un libro fenomenal sobre el significado terapéutico de las piezas museográficas. ¡Su silencio me ha dicho tanto de cada uno…! ¡Tanto, que no cabría decir aquí! Simplemente diré que anduve como Juan por su casa; y que a doña Doloritas nunca se me hizo conocerle ni divisarle más que sus propiedades.
La condesa se viste de gala Elisa Rmíarez
Fue como un concierto callejero, más bien, eso fue. Esa es su intención, divulgar música de calidad por muchos rincones de la ciudad y porqué no, ganarse una moneda. En esta ocasión, el Callejón de la Condesa fue el escenario de estos cinco músicos que conforman “Burocracia cósmica”.
A pesar de tocar en las calles no improvisan, tienen una página en Facebook donde publican la fecha y el lugar de su pequeño pero sutil evento. En punto de las 7:00 p.m. inició el concierto para público en general con música jazz, hindú, judía, pop, rock y funk. Era inevitable escucharlos a lo
lejos y no quedarse aunque sea un momento. Empezaron con covers populares, después solo ejecutaron música de su autoría, la empatía entre su música y el público fue veloz, a pesar de ser desconocida, da la impresión de que la gente los reconoce, el resultado es más alentador, lo único que reconocen es la calidad de dicha banda. Cada melodía es un cúmulo de sensaciones, es simplemente cautivador. Cabe decir que aquí los únicos que hablan son los instrumentos, claro está, de manera autómata. La música era envolvente no sólo por la excelente afinación de sus instrumentos, las melodías eran vivaces, la combinación de notas entre un saxofón, un clarinete, un bajo, una guitarra y una batería eran precisos y armónicos; capaces de sensibilizar al más necio de los oídos. El lugar es ya una ventaja y los sonidos que emanan de esa banda terminan por ablandar la arquitectura situándote en una calle atípica. La gente se aglutinaba como podía, algunos no eran capaces de irse y mejor tomaban asiento en el asfalto, mientras que otros, sólo buscaban la forma de pasar al otro lado de la calle y empujaban o provocaban cierta molestia a los espectadores. Algunos hacían uso de sus teléfonos para tomar fotos o grabar video con el fin de conservar un grato recuerdo. Otros no perdieron la oportunidad y mejor adquirieron el disco; al final de cada canción, alguno de los músicos invitaba a comprarlo; producido de manera independiente, su costo es de 80 pesos, es aquí donde un buen argumento fue sustituido por buena música para convencer aproximadamente a más de 15 personas y a muchos más que sólo aportaban una moneda. Son señales de aprobación y Burocracia lo sabe. Después, las notas con tinte embriagante regresan.
La comunicación entre los músicos se daba de forma innata, gozaban de sus solos y los de sus compañeros; Axel (guitarrista) y Guille del Castillo (bajista) fueron invadidos continuamente por espasmos de placer musical, Pepe (el baterista) felicitaba a sus compañeros con una sonrisa cada vez que la gente se exaltaba, aplaudía o gritaba. El sensacional ritmo de las interpretaciones provocaba en más de uno, el movimiento de cabeza, de pies y para los menos penosos de todo el cuerpo. Era el momento estelar del uruguayo Guille del Castillo con un instrumento muy peculiar de la India: el Sitarel (parecido a un violín, mide aproximadamente un metro de largo y se toca con un arco) interpretando Ironías oníricas, un título por demás congruente. Cada vez los músicos daban más elementos para apreciar sus nobles intenciones.
Entre lo que deleitó a los transeúntes del Centro Histórico fue: Candela woman, El Swig de Toñito, Laimerel, Música Klezmer, Nebulosa incandescente, Saturno around, Panchita disco, entre muchas otras, (todas ellas disponibles en Youtube). La duración de este oportuno evento fue de hora y media. Al final, la más humilde de las gratificaciones fue de una pareja de vendedores que regalaron a cada integrante una manzana enchilada. Sin duda, quienes tuvieron la oportunidad de verlos y escucharlos fueron inyectados de sensaciones profundas y agradables. Burocracia cósmica te lleva a espacios que rompen con la rutina donde abunda la contaminación visual y auditiva, es una banda comprometida: en México y accesible a todos.
Moliendo Flores Alejanadra Sánchez
Texcoco es histórico, cada rincón lo demuestra; el rey poeta muerto hace más de 500 años aún lo gobierna y se pasea entre los jardines de su Tezcuzingo, pequeño y apreciado Texcoco; en la catedral sigue en pie el aula que remplazó al telpochcalli tras la conquista española; Tláloc todavía envía la lluvia desde el azul monte que lleva su nombre; la casa de cultura aún recuerda que
fue hogar de los constituyentes que construyeron el Estado en 1827; incluso el pequeño árbol que crece en el jardín municipal espera cumplir los 200 años que le pronosticaron para formar parte de la misma historia que guardan sus raíces, pues fue sembrado para recordar los 200 años que dejaba detrás.
La historia y el paso del tiempo son la esencia misma de Texcoco, no hay ejemplo más claro que el Molino de Flores; una hacienda construida durante la colonia y destruida en el Porfiriato. En sus primeros años fue una fabrica textil, más tarde se edificó un molino hidráulico de trigo, del cuál solo quedan las pesadas piedras que con la fuerza del río giraban para triturar el grano y convertirlo en harina. Son tan grandes y antiguas que alguno que otro turista con la cronología cambiada confunde con marcas del juego de pelota, guiados por su forma circular y la manera en que están acomodas, ya lejos de su función original. Ahora el entonces caudaloso río sobrevive gracias a las lluvias de temporada y, a pesar, de las aguas negras que vierten sobre él. Cuando no es así, el río hasta desaparece y en su lugar solo queda una vereda de tierra que los caballos esclavos de turistas obstinados en pasearse sobre sus lomos, siguen una y otra vez para divertirlos. Por toda la ribera hay piedras erosionadas de todos los tamaños y de todas las formas posibles, más enormes que pequeñas. Nos dicen de la cantidad y fuerza con la que el agua pasaba junto. Si se sigue el río hacia arriba, el camino se llena de pequeños restaurantes que son atendidos por las familias que viven cerca de ahí. En los comales de todos ellos no faltan las quesadillas, tlacoyos, sopes, huaraches y toda la comida derivada del maíz que al parecer forman parte de la dieta básica de todos nosotros. Pasar por ahí puede resultar abrumador, pues para llamara la atención de los visitantes la música se escucha a niveles estrambóticos, aún así la comida es sabrosa.
La capilla se encuentra al final de este enredo de comerciantes, siguiendo el río y entre las piedras. Es en una de ellas donde Cristo crucificado decidió aparecerse por milagro y a manera de pintura rupestre, es difícil apreciar la imagen por reflejo del cristal que la protege. Cada visitante pone a los pies de la roca una corona de flores como muestra de paso por la capilla. Un puente de herrería conecta a la capilla con la hacienda, lo cierto es que el molino jamás se utilizó para moler flores. El nombre viene de uno de sus múltiples propietarios de apellido Flores, que la nombró como él para reafirmar él era dueño de la propiedad, cuando ésta vivía su época más prospera y productiva. El nombre de Molino de Flores se quedó y está escrito en la fachada de la hacienda, aún después de que dejará de pertenecerles. La hacienda funcionó hasta principios del siglo pasado, con la revolución y al igual que otros latifundios, fue abandonada. Rápidamente se deterioro, sus techos se desplomaron, sus paredes se cayeron, los muebles, puertas y ventanas desaparecieron. Este acelerado envejecimiento hizo que desde los años 50 se utilizara como escenario de películas de época, lo que provocó que muchos curiosos se acercaran y recorrieran sus destruidos caminos. Lázaro Cárdenas nombró al Molino de Flores parque nacional y desde entonces las instituciones encargadas de su cuidado la han tenido en completo abandono. Sin embargo es esto lo que más atrae de ella. La posibilidad de poder caminar, trepar y explorar lo que queda de la hacienda.