El reino de este mundo, de Alejo Carpentier Elisa Ramírez Castañeda Este libro abre con la imagen de Ti Noel, quien acompaña a su amo a Ciudad del Cabo para elegir un caballo. Mientras su amo se acicala, él mira el lugar a donde éste entró, desde la acera de enfrente. La escena plasma la coexistencia de mundos separados y contradictorios: el francés está en la peluquería donde cuatro cabezas de cera sostienen y anuncian empolvadas pelucas entre potes de perfumes y pomadas; en la vitrina de la carnicería de al lado ve una cabeza de buey con una rama de perejil sobre la lengua, entre cazuelas y aderezos; la tienda que le sigue vende estampas con la efigie del rey y de varios funcionarios, que cuelgan con pinzas delante de la librería: —Es el rey de tu país —le aclara el vendedor. Ti Noel no sabe leer pero prefiere a Kakán Muzá, rey mandinga que no usa pelos ajenos y que conoce a través de los relatos de Mackandal en el trapiche: este rey — a diferencia del francés— es guerrero, juez, sacerdote y cazador. En África los reyes son hijos de arcoiris, tienen cientos de descendientes y son auxiliados por animales míticos en sus contiendas. Tal es la diferencia entre Europa y el Gran Allá de caudalosos ríos. Mackandal, negro bozal de Sierra Leona, impone silencio con sus recuerdos de un lugar donde se convoca la lluvia con tambores, se forjan los metales, se rige sobre las cuatro direcciones. Mackandal pierde un brazo en la molienda y se encarga ahora del ganado. Errando en los montes, guiado por una vieja ermitaña, se adentra en los secretos de los “ensalmos licantrópicos” —transformarse en animal, nagualismo diríamos nosotros—, de las yerbas y de los hongos en espera del momento. Un día desaparece, pero el amo considera que no vale la pena ir tras un baldado. Se sabe que todo mandinga oculta a un cimarrón; si tienen tan mal precio, es porque nunca dejan de soñar con el monte. Ti Noel se aflige al perderse las historias, pero un día la vieja lo lleva a la cueva, donde Makandal lo prepara con muchos otros más. En la isla, comienzan a morir
los animales, a pudrirse las higueras. La muerte por veneno entra a las casas y aterroriza a los blancos. Se declara estado de sitio, se toman todas las precauciones, pero la muerte sigue apareciendo en los lugares más improbables. Por fin un negro torturado confiesa que Mackandal ha decretado el exterminio de todos los blancos y el Imperio de los Negros Libres en la llanura, poseído por el Señor de los Venenos. La cacería comienza, pero no hay ni un rastro del instigador. Los tambores lanzan mensajes a lo largo de todo la isla. Mackandal visita a los negros con disfraces diversos de plumas y agallas, pelo y pezuñas. Anuncia su retorno simultáneamente en los lugares más distantes. Todos esperan la hora y el día. Cuatro años después regresa con grandes resoplidos de caracoles y ecos de tambores, sobre sus dos piernas. Los blancos se preparan y lo apresan, condenándolo a la hoguera. Ante la mirada indiferente de los negros, se enciende el fuego y los esclavos ríen al verlo arder. Los blancos desaprueban la insensibilidad ante el sacrificio de su instigador y sigue la gran fiesta. Mackandal permanece en el reino de este mundo tras emprender el vuelo. Esa noche, Ti Noel preña a una cocinera de jimaguas —manera caribeña de llamar a los gemelos. **** Veinte años después, Ti Noel aún relata las historias de Mackandal y espera su retorno. Bouckman, un jamaiquino, informa a los negros que en Francia se ha decretado la libertad de los esclavos. Los hacendados de las colonias, indignados, comienzan la guerra civil contra la Asamblea, que les otorga derechos ciudadanos. Comienza nuevamente la espera de los signos para lanzarse a la guerra contra el dios de los blancos, que apaga su sed con lágrimas de negro. Al iniciarse el levantamiento hay robos, incendios, pillaje y violaciones. Los franceses emprenden la huída y se refugian en Santiago de Cuba; los rebeldes son apoyados por españoles y jacobinos, enemigos ambos de los franceses realistas. Por fin Bouckman es degollado, en el mismo sitio en el que antes se levantara la hoguera donde Mackandal terminó sus días como hombre. El exterminio fue total y los
pocos lugares donde no cundió la rebelión fueron arrasadas por la revancha sanguinaria que castigó por igual a rebeldes, esclavos inocentes y negros libres. En Santiago, los hacendados pudientes comenzaron a plantar café o a invertir su dinero en Nueva Orleans; tras vender a sus esclavos, mueren en la ruina —es así como Ti Noel cambia de amo. El esclavo se convierte al catolicismo en su exilio cubano. Las iglesias del lugar tienen un acento vudú que nunca vio en Haití; en los altares aparecían santos con caballos, dragones, leones y bueyes. Santiago mismo era Ogún fai, mariscal de las tormentas, bajo cuyo conjuro habían iniciado la primera rebelión. En el muelle, Ti Noel ve un día los perros que llevan a Haití para comer negros huídos y hace correr la voz, asustado, en creole. También pasa por el puerto el general Leclerc, quien se dirige a combatir a los alzados; la hermana de Napoleón, su esposa, dormía desnuda sobre cubierta y ensayaba su papel como gran soberana de la próspera colonia con su amante, un actor. La isla le recordaba las novelas pastoriles, y tomó para su servicio personal al negro Solimán, quien antes había trabajado en unos baños: la masajeaba, depilaba y solapaba a sus amantes. Pero la realidad la saca del idilio a Paulina, obligada a refugiarse en la Isla Tortuga, para escapar del veneno, las epidemias y la guerra. Su marido, gravemente enfermo, agoniza mientras Solimán y ella hacen conjuros: el terror la vuelve supersticiosa. Tras la muerte del general, el Eleguá negro de los santeros le abre los caminos para volver a Roma, enloquecida. En Haití, los perros se ceban con los negros enmontados; la colonia huele a cadáver y podredumbre. **** Por fin Ti Noel, quien cuidaba el ganado de un santiaguero, compra su libertad y regresa a Haití, marcado por dos amos pero al fin libre. La esclavitud había sido abolida por entonces de la isla. Camina por la llanura hasta la antigua hacienda. Nada quedaba en pie: añilería, secaderos y establos estaban destruidos. Un día llega hasta Ciudad del Cabo donde soldados uniformados a la manera napoleónica —con mayor pompa aún— vigilaban y arreaban con látigos a los negros que, a pesar de ser libres, hacían trabajos forzados. Los capataces que los persiguen y hostigan eran tan negros como ellos.
Ti Noel se acerca a un palacio, Sans-Souci, donde desfilan ministros, militares, orquestas, carrozas, damiselas, criados. Las mujeres, con elegantes vestidos, son asistidas por lacayos con pelucas empolvadas. Desde los húsares hasta la virgen misma, son todos negros. Es la residencia y la corte del Henri-Christophe, ahora rey, cuya efigie aparece en todas las monedas. Sus hijas son mecidas en columpios y un maestro francés enseña Plutarco al príncipe heredero, el Delfín.
Ti Noel es apresado, se le obliga a subir y bajar ladrillos para la construcción de un palacio enclavado en los cielos. En lo alto de la montaña, se levanta un gorro de obispo: la ciudadela de La Ferrière, laberinto cruzado por túneles, corredores y escaleras que se asemejan a las construcciones de Piranesi. La mezcla se hace con sangre de toro: suben por centenares mientras quienes llevan el material son arreados a punta de látigo y fusil. La fortaleza defensiva está llena de cañones y bodegas. Es medianoche cuando Ti Noel llega por fin a su destino. Se trabaja sin descanso colocando andamios, construyendo semejante comejenera de barro cocido. Así, durante doce años. Es más humillante todavía la esclavitud cuando quienes apalean son negros, y mostraban poca misericordia, ya que nada costaban sus vidas ahora que eran libres. Murieron por miles quienes edificaron el sitio donde ni una sombra debía caer sobre Henri-Christophe: quienes intentaran una reconquista jamás le alcanzarían, pues la fortaleza era capaz de albergar a quince mil habitantes con suficiente dotación de pólvora o maíz. Era un reino dentro de otro.
No bien pudo escapar, Ti Noel regresó a la antigua hacienda en ruinas y no volvió a salir. Un día, la soledad le empujó hasta Ciudad del Cabo, donde el confesor del rey había sido emparedado vivo por expresar su deseo de marcharse de la isla. El obispo pardo fue inmediatamente sustituido por un español, quien ofició misa a la siguiente semana, cuando por fin cesaron los gritos de su antecesor. Fuerzas y señales hostiles comenzaron a cernirse sobre el rey: se escuchaban tambores, era frecuente ver su figura atravesada por alfileres; un rayo quebró la torre de la iglesia, liberando al espíritu del confesor. Poco después, durante la misa, el rey escuchó tambores que no eran sino su propio pulso y fue llevado en brazos a su palacio, paralizado y enfurecido. Auxiliado por los remedios de su lacayo Solimán se recuperaba de un infarto cuando estalló la revuelta. Todos sus súbditos le abandonan excepto los tres “Bombones Reales”, muchachos africanos que no tenían a dónde ir. Sentado en su trono, enloquecido por el avance de los rebeldes, el rey recita el encabezado de sus todos escritos y actos de gobierno: “Henri, por la gracia de Dios y la ley Constitucional del Estado, Rey de Haití, Soberano de las Islas de la Tortuga, Gonave y otras adyacentes, Destructor de la Tiranía, Regenerador y Bienhechor de la Nación Haitiana, Creador de sus Instituciones Morales, Políticas y Guerreras, Primer Monarca Coronado del
Nuevo Mundo, Defensor de la Fe, Fundador de la Orden Real y Militar de SaintHenry, a todos los presentes y por venir, saludo...” El vudú de los rebeldes y sus tambores se acercaban. Los incendios y la guerra frenética no tenían nada de afrancesado. El monarca pidió ropa limpia, vistió su traje de ceremonias y se dio un tiro en la sien al ver su reflejo en un espejo en llamas. Llevando el cadáver en una hamaca cargada por sus pajes, Solimán dirige a la reina y los infantes hacia la ciudadela. Entretenidos en el saqueo, los alzados los dejan huir y pueden llegaa a su destino: zambuten al monarca muerto en la argamasa del último muro en construcción de la fortaleza, que le servirá también de mausoleo.
*** La reina María Luisa, rescatada con sus hijas por los ingleses tras la muerte de Henri-Christophe y después de la ejecución del Delfín, vive en Roma con su lacayo. Solimán es la sensación del lugar, los niños le confunden con el rey Baltasar y él recuenta la historia de Haití reinventándola a su modo. Más adelante, el negro se hace amante de una de las fámulas del Palacio Borghese, donde una noche, borracho perdido, entra a la galería de pinturas y estatuas. En
una cámara, sola, encuentra la Venus de Canova. La toca: reconoce cada uno de los rasgos de Paulina, quien sirvió de modelo al escultor. Su piel marmórea y su frío, indican al negro que aún podría volver a la vida. Grita pidiendo ayuda y cuando es acorralado por los gendarmes se arroja al vacío. No muere. Agoniza cuidado por la reina y sus hijas. **** Ti Noel participó en el saqueo general de Sans-Souci que siguió la rebelión y así logra amueblar las ruinas de la hacienda. Envejecido, pasa los días cultivando un pobre huerto; para entretenerse, da cuerda a una cajita de música, juega con las muñecas; usa una casaca de seda con puños de seda sobre el pecho desnudo, un bicorne de paja, un cetro de palo de guayaba y hace solemnes discursos a solas, dando órdenes al viento. Un día, llegan los agrimensores de Port-au-Prince, parcelan las tierras y se inician los trabajos obligatorios de los refugiados, azuzados por látigos de mulatos republicanos. Los nuevos dueños de haciendas y privilegios muestran que las cadenas no tienen fin . Es entonces Ti Noel cuando comienza a disfrazarse al modo de Mackandal, como distintos animales. Un día se convierte, no sin cierta dificultad, en ganso. Su primer patrón los había traído para aclimatarlos, que también se hicieron cimarrones. Los otros jamás le aceptaron: no todos son iguales, ni cualquiera podía ser ganso, decían estos franceses acriollados. Descubre entonces que su maestro se transformaba para ayudar a otros negros, no para huir. Se declara nuevamente la guerra y un gran ciclón arrasa la isla. No vuelve a saberse nada de Ti Noel, tal vez convertido en aquel buitre que voló en Bois Caimán. **** En el prólogo, Carpentier relata su visita a Sans-Souci, la ciudadela La Ferrière, Ciudad del Cabo. En Haití vio advertencias en los caminos, señales atadas a los árboles, escuchó diálogos de tambores. Acomete entonces contra los fallidos intentos de suscitar lo maravilloso en Europa. De los surrealistas en adelante, opina, siempre convocaron fantasmas
truculentos y a través de fórmulas acartonadas provocan solamente resultados artificiales y previsibles. Lo maravilloso en América, en cambio, es inesperada alteración de la realidad (milagro), revelación privilegiada, iluminación singular. Presupone una fe para no ser mera artimaña literaria. En Haití encuentra lo real-maravilloso cotidiano: el mito de Mackandal, una ciudadela alucinante, tiranos realmente padecidos. América entera, es venero de mitologías no agotadas. Los sucesos de Santo Domingo, asegura, fueron puntualmente documentados; Cuidad del Cabo es el punto nodal de las Antillas, su encrucijada mágica. Con El reino de este mundo, inicio de su ciclo americano. Ti Noel es el narrador de este libro y el hilo conductor de una historia que abarca más de medio siglo. Entre grandes saltos temporales y espacios dislocados por el exilio y la añoranza, el punto a donde siempre se retorna es la hacienda en Haití donde nació y alguna vez este negro fue esclavo. El desarraigo de Makandal — sacerdote rebelde y vudú— y sus historias del Gran Allá, África, le llevan a fundir su nostalgia de un lugar con su urgencia de libertad, que logra trasformándose en distintos animales y al remontarse al cielo tras su muerte, prometiendo volver. Paulina Bonaparte, regente de “la más floreciente gema de la corona”, SaintDominigue, añora el boato napoleónico e intenta sanar al general agonizante Leclerc, su marido, con rituales negros. Henri-Christophe, negro educado y antiguo cocinero de La Corona, crea un reinado afrancesado, hace Delfín a su hijo, construye un castillo de tan desproporcionadas dimensiones, que recuerda la locura posterior de Ludwig. Solimán, lacayo de la esposa del primer rey de Haití, duerme en el Coliseo y relata sus proezas caribeñas en Roma. Solamente permanecen estables y arraigadas a su tierra la voz de Ti Noel, los ciclones y epidemias, la rebelión cíclica, la circularidad del relato. Como en su cuento “Viaje a la semilla”, todo retrocede desde la muerte, todo avanza hacia su nacimiento. Entretejido en la trabazón de su peculiar lengua, este diacronismo se desarrolla y culmina en apenas cien páginas; el prólogo, en otras cinco, expone la teoría de Carpentier sobre lo real-maravilloso.
Dar la voz cantante a un esclavo liberto, que termina en su delirio convirtiéndose en parodia de Henri-Christophe —o en ganso acriollado— es una postura tanto literaria como política. A través de los ojos de Ti Noel, las señales no provienen de los decretos de la Revolución Francesa ni de las justas demandas de libertad ilustrada, sino de milagros, prodigios y señales que permitirán su realización. Esta interpretación animista de la historia le da su peculiar tono real-maravilloso al libro, pionero y fundacional de las letras latinoamericanas. A la vez, reivindica la independencia y autonomía del poder político con el relato de la primera revolución negra triunfante del mundo y la celebración de la derrota de las tropas napoleónicas, antes de Waterloo —así sea auxiliados por ciclones, venenos, hechizos y epidemias— y confirma que el reino conquistado aunque frágil, incomprensible y circular, es ciertamente de este mundo —y a este mundo, pertenece Haití, primer país independiente de América Latina. El reino de este mundo (1949). Primera reimpresión en México en 1983. Obras Completas 2. Undécima edición. México D.F., siglo XXI editores, 2001. Otras obras de Alejo Carpentier son La Guerra del Tiempo, El Acoso y otros cuentos, Concierto Barroco, El Arpa y la sombra, El recurso del método, La Consagración de la Primavera. Con ensayos, críticas y sus tempranas obras afrocubanas, completan los doce volúmenes de sus Obras Completas. El número 238 de la revista Casa de las Américas, enero-marzo de 2005, titulado El Siglo de Alejo Carpentier, está enteramente dedicado a este autor. Al igual que todos los libros de Carpentier, pueden consultarse en la biblioteca del IAGO algunos más con los grabados de Piranesi, el número 10 de El Alcaraván de julio-septiembre de 1992 está dedicado a este artista. Kanaval. Vodou, Politics and Revolution on the Streets of Haiti, con fotos y textos de Leah Godon muestra la representación de la independencia y de la pasión en este país hecha por las comparsas carnavalescas. Para este y otros artículos, puede consultarse al clásico de Germán Arciniegas, Biografía del Caribe (1945), Buenos Aires, Editorial Sudamericana, en la Biblioteca Henestrosa. Una versión de la historia de Henri-Cristophe llamada Fuego, Majestad Negra fue publicada en forma de comic, seguido de Fuego, Nobleza Negra. Puede verse la versión de algunos números en foros.paralax.com.mx http://mundo.paralax.com.mx