El Virrey de Ouidah

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Poner las sillas sobre la mesa. El Virrey de Ouidah de Bruce Chatwin Elisa Ramírez Castañeda El legendario reino de Dahomey fue descrito por los viajeros ingleses de mediados del siglo XIX como el país de las amazonas; formaba parte del acervo narrativo y mítico del Imperio —leído por Bruce Chatwin durante su infancia— gracias a los relatos de Richard Burton o Johnstone Skertchley. Esta región fue uno de los lugares donde se vendieron más esclavos; actualmente, el país se llama Benin: al igual que otros de la Costa de los Esclavos —Ghana, Benin, Togo— en sus playas aún se ven las fortalezas donde se hacía el tráfico de negros. Los habitantes de Benin, que se consideraban descendientes de una princesa y un leopardo, dependieron durante siglos la venta de esclavos, que fueron su única fuente de su riqueza. Abomey es su capital y Ouidah el próspero puerto ocupado por fortificaciones europeas —ahora sitios turísticos o museos— y un templo donde se adoró a la serpiente pitón. Se considera también a Dahomey como la cuna del vudú yoruba. Bruce Chatwin escribió la novela El Virrey de Ouidah —con grandes licencias— tras varios viajes de investigación a Brasil y Benin, donde le tocó presenciar un golpe de estado y estuvo detenido como sospechoso de ser mercenario extranjero. Su personaje está tomado de la figura histórica de Dom Francisco Félix Da Souza, hombre blanco de Brasil, que vivió en Dahomey a principios del siglo XIX, ayudó al rey Gezo a obtener su trono y se convirtió en su virrey. En 1830 era el hombre más rico de África Occidental gracias al monopolio del tráfico de esclavos que le otorgó el monarca, quien nunca le permitió embarcarse para regresar a Bahía. La novela de Chatwin —considerada por muchos como libro de viajes o como reseña histórica— parte de acontecimientos reales, recopilados mediante una puntual investigación (propia o ajena), para mezclarse con una fantasía barroca que alcanza mediante una prosa compleja, fría y distanciada. Poco después, en 1987, el cineasta Werner Herzog usó fragmentos del libro como base para el guión de su película Cobra Verde; la histérica actuación de Klaus Kinskey como Da Silva —es la última colaboración entre el actor y el cineasta— da la puntilla en este amasijo de realidad y ficción, donde se pretende retratar al personaje central de uno de los episodios más siniestros y misteriosos en la historia del tráfico de esclavos y las guerras inter-tribales africanas. La película —filmada en Bahía, Cali, Cartagena, Dahomey, Costa de Oro y Ghana— y la sobreactuación de Kinsky— terminan por desdibujar los acontecimientos reales, igualando los altibajos de un proceso histórico prolongado. Sin embargo, los intentos inútiles de Da Souza/Silva por zarpar, en la escena final de la película, son realmente magistrales.


Se calcula que entre 1539 y 1901 más de dos millones de esclavos salieron de Dahomey; su momento de mayor auge fue durante el siglo XVIII. Los esclavos se vendán en Venezuela, Santo Domingo, Cuba y Brasil y fueron de los más buscados. Este reino fue el centro del tráfico ilegal, tras las prohibiciones de 1770 y 1850. En 1750, por ejemplo, cincuenta barcos al año cruzaban de Bahía a Ouidah. El tráfico fue suspendido definitivamente en 1880. Salieron de este lugar 30 mil viajes a Portugal (incluido Brasil), cuatro mil a España (incluida Cuba), 12 mil a Gran Bretaña. Ajuda —Ouidah— era el nombre de la fortificación portuguesa, 1 aunque también hubo cerca de la costa fuertes de Holanda, Inglaterra y Francia, pues no se permitía el paso a los blancos al interior del reino. El rey Gezo sacrificó a dos mil enemigos u opositores durante su reinado, conservando sus cráneos. En 1851 el puerto fue bloqueado por los ingleses y se formó el ejército nativo; Dahomey efectivamente tuvo el ejército de amazonas formado por mujeres célibes —que no castas. Se convirtió en protectorado francés en 1889 y el tráfico de esclavos se sustituyó por el de aceite de palma. En 1960 obtuvo su independencia, adoptando el nombre de Benin y en 1975 dejo de ser un reino para convertirse en una República Lenininista, aliada de Corea, hostil a todos los extranjeros. Su lengua oficial es el francés, pero la lengua más hablada del país es el yoruba. En 1891 todos los documentos relacionados con el tráfico de esclavos fueron quemados. Chatwin viajó varias veces a Benin y se entrevistó con algunos miembros de la familia Da Souza en diversas ocasiones; su ancestro brasileño, originario de Bahía, llegó a tener 83 barcos, 2 fragatas y más de cien esposas. Se sabe que engendró más de 80 hijos, el apellido sigue siendo muy común en el lugar. Un Da Souza fue candidato a la Presidencia de Benin en 1968. En 1988, hubo una gran celebración por la llegada del brasileño a África, reuniéndose los descendientes del virrey desde los más apartados puntos del planeta. Al autor le tocó ver todavía, en 1972, la casa que construyó, habitada por una anciana que le mostró el retrato de su ancestro, su lápida y los objetos estropeados que le habían pertenecido. El viejo rey de Dahomey les concedió una audiencia a Chatwin y su compañero de viaje, declamando historias y relatando anécdotas por un módico precio. El nieto del rey Gezo, recordó al brasileño, rescatado por su ancestro: —Era un hombre enorme —dijo—, más grande que vosotros dos juntos. Mi abuelo lo alzó por encima del muro de la prisión. Mi abuelo, veréis, era aún más grande que De Souza.2

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La ortografía de Ouidah, Widah, Ajida (del portugués ayuda, auxilio); o de Ghézo, Guezo, Gezo (su rey) son erráticas y cambian, según las fuentes que los mencionen. He optado por las formas de la traducción en español del libro aquí reseñado. Igualmente, se menciona indistintamente al personaje principal como de Souza o Da Souza. En el texto de Bruce Chatwin, el nombre del protagonista es sustituido por Francisco Manoel Da Silva. 2 Citado en la introducción de El Virrey de Oidah y por Nicholas Shakespeare. Bruce Chatwin. Barcelona, Muchnick Editores, 2002. Trad. José Manuel de Prada Samper. Las visitas del autor a Benin y Brasil aparecen en esta biografía y en ¿Que hago yo aquí?, del propio Chatwin.


Los dos primeros capítulos de la novela de Chatwin relatan la reunión de los descendientes de Da Silva para celebrar segundo centenario de su llegada a Ouidah y la muerte de la heredera que custodiaba sus apolilladas reliquias. El autor cambia el nombre del negrero Dom Francisco Félix Da Souza por el de Francisco Manoel Da Silva para introducirnos en el terreno de la recreación literaria. La historia de Francisco Manoel en Brasil —a donde Chatwin también viajó en vano, puesto que todos los documentos de su compañía comercial esclavista habían desaparecido tras la abolición— es inventada por el novelista en el tercer capítulo. Francisco Manoel fue pobre, originario de los sertãos del norte. Su padrastro le hereda un capote hecho de pieles de culebra —de allí toma Herzog el nombre Cobra Verde, nunca mencionado por Chatwin. Vagabundeó hasta que traba amistad con Joaquim Coutinho, que sería más adelante su socio. Su casa solariego y su entorno bahiano alimentaron la nostalgia de Francisco Manoel en el exilio. El principal puerto de entrada y venta de esclavos en Brasil fue Bahía; los negros defectuosos o deteriorados durante el viaje eran vendidos por los gitanos. A pesar de que ya se había promulgado la Ley de Abolición, se seguían rematando negros. Pero en Ouidah, el comercio aún era legal. Allá envía la Capitanía a Da Silva, para negociar con el rey loco de Dahomey. Llega solo al lugar, desembarca y encuentra a un sobreviviente, el negro Taparica, quien será su amigo, guardián y consejero —todos los demás portugueses languidecían en la prisión de Abomey. Da Silva reta al rey absoluto desembarcando con las manos vacías; cuando le manda pedir su cuota al insolente brasileiro, éste responde: no habrá regalos ni tratos hasta que libere a todos los portugueses y repare el fuerte. Sorprendentemente, el rey cede. Da Silva nunca entra en tratos directos con el rey, negocia solamente con su delegado. A cambio de esclavos, surte al rey de armas, municiones, tabaco—y cuanto se le ocurre o antoja al monarca —galgos, relojes mecánicos, instrumentos y demás curiosidades enumeradas minuciosamente por Chatwin.3 Los primeros 45 cargamentos de esclavos parten a Brasil — sin mayor congoja, opina el negrero, puesto que para ellos representa una nueva oportunidad de huida al cambiar de amo, en caso de ser esclavos, o de mantenerse vivos, en caso de haberse salvado del sacrificio ritual. Los esclavos eran limpiamente marcados y minuciosamente inventariados por Da Silva antes de embarcarse a Bahía, donde los recibía Coutinho acompañados de cartas rebosantes de añoranza por su amistad y por Bahía además de solicitar reiteradamente el reconocimiento oficial de su misión, lo cual era imposible, puesto que en esas fechas el tráfico ya era ilegal. En pleno auge comercial, Da Silva es arrestado por el rey y transportado en una hamaca hacia Abomey, capital del reino. La descripción de la cárcel y palacios recubiertos de calaveras y de su riqueza rayan en 3

En Brasil se remojaban las hojas de tabaco en melaza, para preservarlo de los insectos. Este feliz invento convirtió a los africanos en adictos consumidores y el tabaco era parte sustancial del pago en especie por los esclavos.


lo increíble. Pero al parecer —nunca había que creerle del todo a Chatwin, decían quienes lo conocieron— el trono real que no le permitieron fotografiar en Dahomey estaba asentado sobre docenas de cráneos apilados, para elevar al monarca sobre sus vasallos. Indignado porque barcos de guerra extranjeros lo cercan, decide sacrificar a Francisco Manoel. Sin embargo, no puede matar a un muerto —la muerte en Dahomey es blanca— sin antes hacerlo perder su pigmentación natural: Da Silva es sumergido completamente en añil —respira dificultosamente a través de una pajilla— para adquirir un color que permita el sacrificio. Un medio hermano del rey que finge ser idiota lo salva y traspasan la frontera; cazan y viven juntos, hacen luego un pacto de sangre: prometen morir juntos. El brasileño ayuda a deponer al tirano, armando a Gezo con mosquetes, pólvora, ron y tabaco. El rey —depuesto ritualmente por sus antepasados— es encarcelado por el vencedor. Vive cuarenta años más. Su madre es vendida a los esclavistas de Brasil. El recién nombrado virrey brasileño y el monarca montan la maquinaria bélica más eficiente de África Ecuatorial. Ambos se dan la gran vida y De Silva adquiere el título de Dom Francisco Manuel. En Ouidah aparecen calles bien trazadas, alcantarillados, una rica mansión, palmeras de coco, piña, maíz, arroz y mandioca. Se prohíbe el uso del látigo y el virrey se hace de una enorme flota, a la que cobra en exclusiva los aranceles reales de exportación e importación. Durante la temporada de secas, comienza la reforma del ejército formado en su mayoría por mujeres: “las esposas del rey león”, célibes, con la cabeza afeitada, verdaderamente feroces. Un día, unos visitantes ingleses preguntan a Da Silva: —¿Quiénes son estas mujeres? —Nuestras futuras asesinas contesta él. El rey avasalla a todos sus vecinos y los cráneos de los sacrificados forman mosaicos, paredes, calzadas y recipientes en la capital del reino. Sin la menor muestra de piedad, el rey guerrero envía a parte de los vencidos al país de la muerte y a los demás a América. En 1835 Da Silva construye una nueva mansión con gran lujo y los más excéntricos objetos — custodiados por sus descendientes en la parte primera del libro. Los blancos creen que el diablo es negro, pero los demonios, en África, son pálidos. La confusión sirve a ambos para justificar las atrocidades cometidas en las dos ciudades del reino. Da Silva manda a su hijo Isidoro a Bahía. En Brasil, la sociedad comercial esclavista se disuelve por la presión de los liberales, que declaran que la esclavitud debe evitarse por razones humanitarias, y por la retirada del apoyo de los conservadores: hay demasiados negros, la inversión ya no reditúa. En 1835 en Bahía hay una gran rebelión de esclavos. Joaquim Coutinho ya es para entonces Barón de Paraiba y nombra su representante a José de Paraizo, quien negocia a partir de entonces con África y se esmera por mandar curiosos e ingeniosos regalos al rey y a su socio. En Dahomey no se aceptaba el oro como pago por los esclavos; se intercambiaban por mercancías. El oro era el metal de sus enemigos: los


ashanti, y solamente el virrey lo acumula. Los compradores de esclavos eran por entonces los cubanos y los yanquis. En 1842, Isidoro viaja a Francia y se vincula en Marsella con los fabricantes de jabón blanco para fabricar aceite de palma. Mientras tanto, los británicos pretenden iniciar la construcción de un ferrocarril y el cultivo de algodón: orquestan una campaña de desprestigio contra el Francisco Manoel y apoyan al rey. El viejo fuerte se convierte en consulado inglés y se inicia una guerra de nueve años que cuesta la vida a más de cinco mil negros. Es entonces cuando retornan los brasileños negros a África y por dondequiera se encuentran con hostilidad; son amenazados, se les revende. Da Souza les da asilo a esos negros libres y se forma una colonia de “retornados”. Aún vende esclavos a Estados Unidos, pero el rey decomisa su oro y sus flotas. Da Silva languidece de nostalgia: en su tierra podría administrar sus haciendas, sembrar tabaco —no sabe que sus inversiones han sido dilapidadas. Cuando por fin logra comprar una casa en Bahía, se entera de que ya no es ciudadano de Brasil y de que el tráfico de esclavos es un delito. Tras agobiantes trámites, logra que se le indulta por servicios prestados en el Fuerte de São João Baptista de Ajuda, pero está en bancarrota y se entera de que sus hijas, que se le adelantaron a Bahía, fueron vendidas a un burdel. Cuando su compañera brasileña Lucina, madre de las gemelas putas, muere envenenada, Da Silva enloquece y se avienta contra las olas. Pasa una vejez patética encerrado en su mansión. Cuando por fin muere, sus parientes queman los plantíos para que su alma no pueda comer, ponen las sillas sobre la mesa para que no pueda sentarse: no sea que regrese a perturbarlos. ***** Chatwin nació en 1940 en Sheffield, en casa de sus abuelos, puesto que su padre servía en la Royal Navy durante la Segunda Guerra Mundial. Desde muy joven trabajó en la casa subastadora Sotheby's de Londres, especializándose en antigüedades y pintura impresionista. Más tarde curso dos años de la carrera de arqueología en Edimburgo, pero nunca la terminó. Su prosa, debido a estos antecedentes, es visual, poblada de objetos emblemáticos recordados —calaveras incluidas — y de interpretaciones filosóficas salpicadas con sus propias teorías acerca de la evolución, la historia, el carácter humano. En esta novela, su intención es mostrar contradicciones sin moralizar: pintar con trazos simples los conflictos universales: amistad, amor, engaño, traición. Más que la veracidad histórica, lo que le importaba era el relato sobre la esclavitud de un esclavista. La falta de antecedentes de Da Souza le permitieron y obligaron a inventarle una historia donde abundan los rasgos autobiográficos.


El método de Chatwin consistía en investigar para luego fantasear, con una aparente incapacidad de crear personajes de cero: siempre parte de algún personaje real —contemporáneo o histórico. Como gaviota, Bruce Chatwin, se alimentó siempre de investigaciones ajenas, las cuales adaptó, con mayor o menor fortuna, para darles un vuelco, siempre con un genio particular y una agudeza deslumbrante — con una capacidad de memorizar y vincular que no tuvo ninguno de los importantes investigadores o personajes que aparecen en todos sus libros. “Hay lecturas de placer y lecturas de saqueo”, confesaba cínicamente. En este novela, su fuente esencial es el libro de Pierre Verger, Flux et reflux de la traite des

Nègres entre le Golfe de Bénin et Bahia de Todos os Santos, du XVII a XIX siécle, que cita al inicio de su libro. “Un buen hombre con un mal oficio”, decía el autor, a propósito de esta novela. Los críticos no pudieron con la disparidad entre las acciones del personaje y el estilo de la prosa chatwiniana. Se le calificó como un libro despiadado —sin el menor sentimentalismo, al menos— que se regodeaba en la pura descripción como ideal estilístico. “Se detiene en la superficie visual sin poner atención en la distancia entre el estilo y el tema”.4 No puede clasificársele entre los libros de viajeros que abundan en la tradición inglesa; tampoco se le puede relacionar con En la Patagonia, el libro anterior de Chatwin y menos aún con Colina Negra, el que le siguió. Entre todos sus libros, es en éste donde es más patente la distancia perversa entre lo conocido y lo fantaseado —que intenta solucionar con un mero cambio de nombre del protagonista. Se dijo que era de un exotismo fallido, demasiado exquisito para ser un libro de aventura, con demasiada crueldad indigerible y fascinación por lo grotesco para que el lector pudiera dejarse llevar por la trama. La novela tuvo mucho menos ventas que su libro anterior y la crítica no lo recibió con generosidad. En Colina Negra, ubicada en Gales, opta por un estilo y un tema más cercano a la sensibilidad inglesa y logra que le den el Premio a la Mejor Primera Novela: En la Patagonia pasó como libre de viajes y El Virrey de Oiudah fue ignorado. Bruce Chatwin murió en enero de 1989, a los 49 años. Bruce Chatwin. El Virrey de Ouidah (1980). Trad. Eduardo Goligorsky.Barcelona, Muchnik Editores, 1983. En la biblioteca del IAGO pueden encontrarse el libro reseñado y otros más de Chatwin: En La Patagonia, 1977. Colina Negra, 1982. Las líneas de la canción, 1987. Utz, 1988. ¿Qué hago yo aquí? ,1988. Anatomía de la inquietud, publicado póstumamente. También puede consultarse allí la biografía Bruce Chatwin, de Nicholas Shakespeare.

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Citado por Shakespeare, op. cit.


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