Año 1 Número 3 2012
El Comité
Revista de difusión, crítica y creación literaria
1973
Publicación Bimestral Año 1 Número 3 2012
El Comité 1973. Rodrigo González / Dirección General. Isidoro de Campos / Edición General.
Portada, contraportada y portafolio. Abraham Carrasco.
Daniel Castillo del Razo / Editor de Secciones. Ilustraciones.
Luis Martínez Rivera / Dirección de Arte. Miserias -AMarco T. mvanitas.tumblr.com
Comité colaborador Abraham Carrasco Daniel Castillo del Razo Diego José Isidoro de Campos Israel González Joaquín Arteaga Sánchez Luis Martínez Rivera Marco Antonio Meneses Monroy Mario T Rodrigo González Timo Viejo Julio Edgar Méndez Paul Olvera
-LJoaquín Arteaga Sánchez Personajes de una tarde. Luis Martínez Rivera África. Abraham Carrasco.
Contacto. Correo electrónico. elcomite1973@gmail.com Facebook. www.facebook.com/elcomite1973 Issuu. http://issuu.com/elcomite1973
Editorial Lo eterno cabe dentro de tres sílabas y seis letras que casualmente nos llevan de la mano de la coherencia a los lugares cotidianos que se repiten para decirnos: esto es el mundo, esta la realidad que insiste en garantizarse como una plaza llena de razón donde los bufones ríen al verse en la cara de los espectadores, quienes sonríen sólo por la ignorancia de no entender la representación.
Índice: -Minificciones
Marco Antonio Meneses Monroy
-Entrevista
Diego José
-Poesía
Diego José
-Portafolio
Abraham Carrasco
5 6 14 19
-Poesía
Israel J. González S. Julio Edgar Méndez Marco Antonio Meneses Monrroy
-Cuentos
Timo Viejo Isidoro de Campos
-Reseñas
Paul Olvera Rodrigo González.
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En este número dirigimos nuestras miradas a los lugares que circundan esa plaza. Nuestras miradas sienten la curiosidad de saber si es posible identificar los rostros llenos de dudas de los bufones, la tensión exasperante de los espectadores y la atmósfera de risa falsa en que transcurren nuestras vidas en aquel momento tan particular. Dentro de la entrevista, Diego José nos platica sobre el quehacer poético y la vida cotidiana del poeta que quiere sentir la poesía, vivir como un escritor comprometido con su vocación literaria. Sus poemas son ventanas a los sentidos que palpan la naturaleza, los sentimientos y una cotidianidad marcada por el momento específico en que la belleza florece para cubrir nuestros ojos de gloria y placer. Abraham Carrasco en su portafolio desdibuja una realidad enclaustrada en líneas que prefiguran rostros, cuerpos y señales que se hunden en nuestro entendimiento y desembocan en una sensación de caída y redención a la vez. Las recomendaciones musicales nos obligan a pensar en el amor, en sus aposentos, en aquel páramo de azucenas columpiadas por la muerte y el desasosiego, flores que se saben únicas bajo un cielo sonrosado por cuatro lunas. Mientras tanto, la triada de películas ciñe el valor de la mujer y sus destinos mirados por el pensamiento ahogado de Lars von Trier. En este número la casualidad hará que los lectores se sumerjan en la eternidad que cada texto les quiera ofrecer, aquella eternidad que ellos decidan tomar. -Paul Olvera
Minificciones Marco Antonio Meneses Monroy
Migración en Tepemulco
Desterradas por prejuicios morales de una sociedad puritana, marchan las cortesanas. Sin embargo, cuando se divisan las rezagadas a las afueras de Tepemulco, muchos hombres tienen ansias que sus mujeres no saciarán. En los días siguientes, hombres y familias enteras, con pretextos varios o sin ellos, dejan sus casas. Pocas son las mujeres obstinadas que permanecen. Pero sin sistemas productivos, con escasez de víveres y medicamentos, no están destinadas sino a perecer; a no ser porque primero en una casa y después en todo el pueblo se encienden luces de neón, cosa que en pocos meses ha hecho de Tepemulco, un lugar prospero y concurrido.
Blanca A diferencia de la mayoría de las personas, a mí no me dan miedo las ratas; incluso me agradan. Por eso, cuando vi por vez primera en la cocina a Blanca, la saludé de buena gana. Ella pareció asustada y súbitamente desapareció. Días después volvió como en busca de comida. En seguida, le propicie un poco de leche y galletas. A la fecha todavía no me habla; pero lo nuestro va más allá de las palabras.
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ENNTREVISTA
Diego José, el escritor Recibo un mensaje que confirma la dirección del poeta que voy a entrevistar. Es una tarde fría de noviembre. El sol se ha ido, el aire sopla con una reverberación helada. Tomo el transporte y repaso las preguntas que le voy a hacer. Después, abro su libro Las cosas están en su sitio y leo: DIEGO JOSÉ (Ciudad de México, 1973) radica desde hace varios años en Pachuca, Hidalgo. Autor de los libros de poesía: Cantos para esparcir la semilla, Fondo Editorial Tierra Adentro, México, 2000; Volverás al odio, Ediciones La Rana, Guanajuato, 2003; y Los oficios de la transparencia, Libros del Umbral, México, 2007. También ha publicado las novelas: El camino del té, Random House Mondadori, México, 2005; y Un cuerpo, 451 editores, Madrid 2008; así como el volumen de ensayos: Nuevos salvajismos: la perversión civilizada, CECUT, Tijuana, 2005. Ha recibido los Premios Nacionales de Poesía: Carlos Pellicer para Obra Publicada, 2000; XIV Efraín Huerta, 2002; y Enriqueta Ochoa, 2006; así como el Premio Literario Abigael Bohórquez en el género de ensayo, 2004. Llego tarde a la cita. Me equivoco de timbre y el hombre joven que abre la puerta principal me guía hasta la casa de Diego José. Él me está esperando y me conduce a una covacha donde podamos tener el silencio suficiente para hacer las preguntas y formular las respuestas.Aquellos cuartos pequeños son el almacén de algunos números de su revista La Palanca, de la cual acaba de salir el número veintidós. Comienzo la entrevista: —Diego, ¿nos podrías comentar algo sobre ti? —Yo me defino como un poeta preocupado por trabajar a través del lenguaje siempre una condición emocional. Explorar el vínculo entre el cuerpo de las emociones y el lenguaje me parece que es primordialmente lo que busco explorar a través de la poesía. Yo crecí en una casa con la fortuna de tener una biblioteca que mi padre había conformado. No fui un niño lector, pero el contacto, la cercanía con la poesía, porque mi padre quería escribir poesía, fue realmente una revelación muy importante. Con el tiempo los libros me fueron descubriendo y abriendo en muchos sentidos el camino de la imaginación; por otro lado, a pesar de haber vivido en la caótica Ciudad de México de los años setenta y ochenta, crecí en una casa donde había un amplio jardín con una vegetación muy rica, sobre todo para las condiciones urbanas. Entonces, estos dos espacios, el jardín y la biblioteca, fueron conformando ese espacio íntimo, ese espacio simbólico. De alguna manera, mi poesía siempre trata de regresar a esos espacios, trata de regresar a ese jardín simbólico y a esa biblioteca, a ese lugar de la imaginación y de los sueños que pude descubrir en mi infancia. Entonces, creo que ese fue también uno de los elementos que me permitió sentir ese interés y ese llamado por la poesía, porque naturaleza y palabra se podían precisamente encontrar, comulgaban. Para mí fue una comunión desde muy pequeño ir descubriendo ese deslumbramiento, del cual no tuve la conciencia de que podría dedicarme a ello. Finalmente, la necesidad se impuso y fui tomando esas decisiones. Por eso, como poeta de repente me siento muy cercano a ciertas atmósferas, a ciertos ambientes, inclusive lo he tratado representar un poco en algunos de mis poemas, en algunos de mis libros. Cantos para esparcir la semilla contiene de alguna manera una parte que se denomina La herencia del jardín ,que es un homenaje a ese espacio, a esos lugares de la memoria.
—Bueno, hablando de donde vienes, queremos conocer un poco sobre lo qué te impulsó a ser poeta. ¿Cómo fueron tus influencias personales, sociales o literarias desde pequeño? ¿Qué es lo que te impulsó a tratar de ser escritor? —Bueno, fue todo este universo, todo este espacio que para mí fue muy significativo en el despertar de mi sensibilidad y mi capacidad de observación y contemplación de las cosas lo que se convirtió en el principal detonante de la poesía. Aunque no fui lector precoz, sí fui un escritor de versos muy precoz. Me gustaba imitar los poemas que aprendía en la primaria, me gustaba imitar esas cosas que sucedían dentro de mí al leer, por ejemplo, a Bécquer. Yo tengo en una muy alta estima a Gustavo Adolfo Bécquer porque a través de sus rimas, a través de su musicalidad fue que yo desperté a ese interés por decir lo que pasaba conmigo o lo que estaba también inventando, porque quizá muchos poemas que escribía él sobre el amor y sobre la decepción amorosa eran más invenciones que realidades. Pero, quizá, este contacto con las Rimas de Bécquer, incluso con la misma concepción que tiene Bécquer dentro de su poesía, fue para mí realmente muy revelador. Cuando era más consciente de que escribía poesía, era muy niño y era curioso porque tenía que compaginar el futbol, el juego con los primos grandes, el rollo con los amigos de la escuela, la parte que siempre está presente en la masculinidad; y, por otra lado, esa otra parte de la sensibilidad que me incitaba a escribir poesía; luego uno pasaba por ser como el raro, el extraño que escribe poemas siendo muy chico. Pero en realidad nunca me afectó esa situación. Sin embargo, fue también uno de los importantes motivadores. Cuando ya estaba un poco más consciente de que tener ese interés por la poesía, me encontré con Federico García Lorca y entonces mi universo poético y mi visión de la sensibilidad tuvieron una explosión literalmente, una explosión en la imaginación y en los sentidos. Las metáforas de García Lorca despertaban mucha inquietud, me despertaban un alto deseo precisamente por querer nombrar las cosas de esa forma. Yo tengo en el origen de mi descubrimiento como poeta a Gustavo Adolfo Bécquer y Federico García Lorca. Después, obviamente se fueron sumando muchos poetas. Rubén Darío desde niño fue también una de las voces pilares porque aprendía sus poemas para los concursos de declamación. También por ahí apareció León Felipe; es decir, mi padre me proporcionaba para los poemas de los concursos opciones que aprender. Entonces, aunque aprendí desde niño los poemas clásicos del declamador, mi padre también me ofrecía ciertas opciones. Entonces, en alguna ocasión yo concursé recitando “¡Qué lástima!” de León Felipe y también ese poema fue como muy contundente en mi relación con la poesía. — En una entrevista que diste después de publicar el poemario Los oficios de la transparencia, mencionas que el poema es la transparencia que está más allá del misterio, que el oficio de la poesía permite que acontezca esa transparencia, que llegar a ella implica haber atravesado la oscuridad. ¿Cómo definirías tu experiencia como poeta y tu quehacer poético a la hora de hacer un libro? —La poesía para mí es un estado de gracia, es el estado de gracia al que aspira precisamente la palabra y el poema, es la más alta locución humana porque busca reproducir ese estado de gracia. Entonces, ese estado de gracia de alguna manera se manifiesta a través de lo que los poetas místicos o de lo que los poetas inspirados denominan la hierofanía, que es la manifestación de lo sagrado en la vida, en la naturaleza, en las cosas. Esta manifestación de lo sagrado lo puede contemplar uno obviamente en el nacimiento de un hijo, la contemplación
del ser amado, la pérdida, el abandono, en las grandes experiencias humanas. Me parece que son estos los momentos que nos ofrecen ese contacto con lo poético. Entonces, lo que el poeta debe hacer, o bueno, en mi caso lo que me interesa, es tratar de vivir o de llevar una vida en atención a esos momentos, a esas circunstancias que en la existencia se van formando como parte de mi vida o de mi experiencia humana. —Alberto Ruy Sánchez escribió “si lo que vas a decir no es más hermoso que el silencio, calla”. ¿Cómo puedes relacionar esto con tu oficio de poeta, ya que has mencionado la importancia que tiene este elemento en tu quehacer poético, además de la música? —Yo veo en toda mi experiencia al silencio como el espacio idóneo de la generación del poema y del acontecimiento poético. Sin el silencio no hay poesía. Podríamos decir que de alguna manera el poema es un desbordamiento o una salida de ese mismo estado de silencio que se da por la necesidad. Ciertamente, habría de repente que callar más de lo que se escribe, sobre todo habría que callar más de lo que se publica, porque más que la escritura está precisamente el hacerlo público. Para mí, esa parte siempre ha sido uno de mis temas y uno de mis tópicos más apreciados, no solamente el silencio como un estado de la existencia y como un estado del poema, sino también la necesidad precisamente de descubrir a través de ese silencio la revelación, la llama de la inspiración. Sin embargo, hay una necesidad por decir, una necesidad por nombrar porque somos seres simbólicos, porque somos seres lingüísticos y esa necesidad encuentra a través de la poesía la posibilidad de reivindicar o de restaurar el alma humana a través de la palabra. Yo creo que podría en ese caso Paul Celan ser un ejemplo estremecedor. Es decir, Paul Celan no solamente escribe después de Auschwitz, después de la imposibilidad de escribir sobre el horror, sino que además lo hace para reivindicar la lengua, para restaurar la palabra. Para mí la contemplación es el ejercicio cotidiano y el ejercicio más cercano a la disposición poética, el ponerte en una situación de poder descubrir o de extraer dentro de ti lo que va a ser precisamente el poema. En este caso es también reconocer que la realidad, que la naturaleza es infinitamente superior a nosotros. Yo en ese sentido soy un devoto de la vida, a pesar de que intelectualmente a veces soy muy pesimista. Poéticamente soy un devoto de la naturaleza porque precisamente la naturaleza es la que me ha proporcionado el material principal con el que he escrito mi obra, con el que he vivido, con el que he podido realizarme, no solamente como escritor sino como individuo. Entonces, esa devoción también requiere cierta humildad, que en ese caso es comparada con la humildad del místico, con la humildad del ermitaño, pero viniendo de un hombre que trabaja, que tiene que vivir a veces en la ciudad, que tiene a veces que hacer muchas cosas que corresponden a ese mundo cotidiano, pues ese hombre tiene que mirar precisamente en donde aparece la maravilla, en donde aparece la gracia poética. Algunos de mis poemas tienen que ver un poco en ese sentido, como nos olvidamos a veces del honrar el día, honrar el nacer, honrar el despertar, el honrar el amar que es finalmente lo que nos mantiene siempre vivos y lo que nos hace coincidir con el otro, que esa es la otra gran maravilla. —Pasando a otra parte, en un artículo de Letras Libres donde se reseña principalmente tu libro Nuevos salvajismos, Daniela Tarazona habla de la extravagancia de tu obra, comparándola con una de las premisas del Arte poética de Horacio: que escribes en torno al mareo contemporáneo para “recrear instruyendo”. ¿Crees que tu profesión haya influenciado lo que escribes, es decir, tu oficio de maestro se ha mezclado con el de escritor en este caso de los ensayos?
—Sí, definitivamente. Aunque no existe una disociación entre los géneros en los que escribo, puedo notar con cierta claridad el impulso que me lleva a escribir poesía, el impulso que me lleva a escribir ensayo, el impulso que me lleva a escribir narrativa. Y en el caso del ensayo hay siempre una imposición del dialogo con el otro. Me gusta el ensayo que permite precisamente suponer al otro, pensar al lector, pensar al interlocutor que va a recibir, que va a reflexionar y que va a rechazar o a afirmarse en lo que uno está escribiendo. En ese sentido el contacto siempre con los jóvenes, con los estudiantes para mí ha sido altamente inspirador. Y el comentario de la extravagancia, de repente no lo entiendo del todo. Sé un poco por donde va el sentido. Más que extravagancia, yo pensaría que es hasta cierto punto excéntrico en mi trabajo, no porque sea muy distinto de lo que se hace, sino porque se hace desde fuera de lo que habitualmente son los referentes poéticos, culturales, literarios. Y en ese sentido, también ha sido una elección de mi parte, trabajar como en los márgenes, trabajar desde fuera. Nuevos salvajismo yo lo pensé mucho como esas preocupaciones que constantemente me están asediando sobre lo que pasa en el mundo contemporáneo y, quizá es un enfoque erróneo, que me parece que muchos de estos fenómenos son poco poéticos y poco propicios para la poesía. Precisamente este tipo de situaciones, este tipo de fenómenos lo que contribuyen es a generar el ruido, un ruido constante y permanente, un ruido visual, un ruido intelectual, un ruido espiritual, porque también hablamos de fanatismos y de cosas por el estilo. Estos aspectos siempre me han preocupado, siempre me han llamado la atención. Y como te decía, sí reconozco de repente que hay cierto pesimismo en mi parte intelectual, quizá por la herencia de ciertas lecturas, pero también es una forma de ver y de tratar de contemplar eso, la vorágine, el huracán que está pasando alrededor de nosotros todo el tiempo. —Bueno, pasando a la novela, Villoro calificó tu novela “Un cuerpo” como de “gran interés para el público contemporáneo que percata una realidad violenta en nuestros tiempos”, ya que sitúas tu novela dentro de un contexto particular contemporáneo a nuestro México. ¿Consideras que el escritor tiene a veces que escribir sobre su tiempo? ¿O son mejores las creaciones que se sitúan en ambientes no tan comunes, como en el que situaste tu novela “El camino del té”? —Yo creo que la necesidad es lo que conduce a tomar decisiones sobre qué escribir. En mi caso precisamente eso es, y ha sido, el motivo principal para poder escribir los ensayos, para escribir la obra poética o para escribir la narración. En este ambiente, no me siento comprometido con ningún tipo de corriente o con ningún tipo de proyecto específico. Yo creo que es inevitable que las circunstancias finalmente nos atraviesen; entonces, a partir de esto, surge la necesidad de pronto de hablar sobre ciertos temas. En el caso de El camino del té, yo tenía sobre todo un apego a ciertas cuestiones tradicionales de la cultura japonesa en la poesía, la pintura, sobre todo la obra de Utamaro y la tradicional japonesa. Había como un apego a esa atmósfera; y toda la cuestión de la filosofía zen me ha interesado. Entonces, todos estos elementos finalmente traté de integrarlos. Es una serie como de pasajes, de pequeñas postales o de tapices eróticos en donde insistía precisamente la necesidad de verter esa experiencia y en donde también la preocupación se centró en tratar de definirme un poco o de entender el sentido de la belleza. Y en el extremo contrario está un poco “Un Cuerpo”, que más bien es un cuestionamiento de orden moral, ético, sobre la violencia. No me interesaba escribir sobre cuestiones explicitas de violencia, sino sobre los efectos que la violencia produce de repente hacia el interior de la vida social, sobre todo de los seres humanos. En este caso, la novela es atravesada por un acontecimiento trágico que genera la descomposición, la ruptura de los personajes que van evocando aquel acontecimiento que marcó sus vidas. También no me interesaba hablar sobre los fenómenos sociales o sobre la violencia, sino más bien de como a partir de un acontecimiento que pudiera ser accidental, o que pudiera ser premeditado, se desprende una serie de efectos que van a ser totalmente trascendentes en la vida de los personajes.
—Tus libros de poesía, novela y ensayo no han sido del todo planeados. Dices que fluyen o nacen a partir del estar atento al lenguaje, al entorno y al interior de uno mismo. Sin embargo, las temáticas de cada uno de ellos me hacen pensar en un tipo de concentración sobre determinados temas que se escribe en diferentes momentos de tu vida. Respecto a esto, ¿cómo ves la relación escritor-obra? ¿La vida debe ser congruente con lo que se escribe? ¿El escritor debe darse a notar socialmente o sólo dejarse sentir a través de su obra? —Bueno, ahí también hay otra cuestión que es muy importante. Aunque la obra pertenece y representa a un autor, en cierto momento la obra cobra una dimensión autónoma y el autor se convierte en una especie como de sello, o incluso, casi podríamos decir como una presencia que da cierta validez a un conjunto de obra. Sin embargo, también podemos pensar que ese autor es en un sentido una invención de los lectores. ¿Por qué es una invención de los lectores? Porque nosotros pensamos, nosotros suponemos no cómo es la vida de Juan Villoro, sino en la figura del escritor Juan Villoro. Me parece que este es un fenómeno interesante; o sea, el autor está un poco como en una zona extraña entre la vida del hombre que es, y por otro lado, el papel que desempeña como creador, como autor de ciertas obras. Es difícil muchas veces lograr un equilibrio, lograr un acuerdo, una congruencia. Me parece que es muy importante esta congruencia. Yo creo que uno debe ser, o uno debe procurar ser, una persona, incluso por encima del buen escritor que se pueda ser, porque finalmente el buen escritor es una cuestión de disciplina, es una cuestión de trabajo, es una cuestión, quizá incluso podríamos hablar, de talento. Pero el buen hombre también debe trabajar, también debe disciplinarse, también debe vivir acorde a lo que cree y a lo que lo une a los otros. Entonces, yo creo que en este sentido, sí es importante esta parte pública del escritor. Por otro lado, me parece que cada vez se va disminuyendo mucho esta noción del intelectual que sirve de alguna manera de ejemplo a la sociedad y que señala con su dedo justiciero las verdades y las mentiras. Yo creo que la obra es finalmente un cuestionamiento de muchas cosas que pasan en la realidad, pero también me parece que el hombre debe llevar una vida coherente consigo mismo, coherente también con su obra, con su manera de pensar. Pero, también debe vivir una vida íntima, una vida privada, una vida personal, y eso muchas veces es ajeno al fenómeno editorial, es ajeno a la república de las letras. —En la Conferencia: Apuntes para una literatura hidalguense del siglo XXI, Agustín Cadena y Miriam Martínez expresaron un adagio, que dice: “en Hidalgo los escritores son pocos pero buenos”; sin embargo, tú mencionas que actualmente, se puede decir, “que son muchos, pero pocos son buenos”. Estas palabras tienen mucho pesimismo ante la escena literaria hidalguense actual, ya que como Cadena y Martínez arguyen que “para ser escritor [aquí en Hidalgo] es necesario tener una obstinación a prueba de estupidez”. ¿Crees que es tan difícil el oficio de escritor en este estado? —Yo creería casi que en el país es difícil el oficio del escritor como son difíciles muchas otras cosas relacionadas con el arte y con la cultura o con la ciencia o la educación en un país que desafortunadamente le da poca prioridad a estos aspectos. Obviamente, hay estados, hay zonas en las que hay una tradición cultural que permite cobijar o que le da soporte a la creación de los autores emergentes. Entonces podríamos hablar por ejemplo de Oaxaca, Veracruz, sobre todo de la zona de Jalapa; podríamos hablar por ejemplo de lo que ha venido sucediendo en el norte del país, ese fenómeno tan interesante de Tijuana, incluso de Monterrey. Obviamente Guadalajara y muchas otras ciudades que tienen precisamente una dinámica cultural que permite ese flujo, esa posibilidad.
Hay estados en los que por la misma condición de la pobreza la cultura queda completamente en un terreno baldío. Y en ese terreno baldío de pronto los escritores, los pintores, los músicos tiene que producir de cualquier forma porque la misma sociedad los va a generar; entonces, van a producir. Me parece que es muy acertado lo que dice Cadena porque lo señala en el sentido de que durante mucho tiempo el escritor hidalguense o el artista hidalguense tenía que migrar. Esto ya implicaba una decantación, no todos pueden irse, no todos pueden triunfar fuera. No soy tan pesimista, veo un trabajo muy positivo que se ha ido haciendo sobre todo en generaciones jóvenes que han hecho obra poética, narrativa, teatro; y podemos decir que hay un buen momento que vive la literatura hidalguense. Pero también esto es algo muy efímero, pues ¿qué es la literatura hidalguense? Eso efímero solamente se puede concretar en el futuro. Yo diría que esa voz tiene de pronto cierto chauvinismo; decir Yuri Herrera es de Actopan, es hidalguense, entonces es esta cuestión como de más de chauvinismo. En mi caso, yo siempre he estado en una situación extraña porque yo tengo dieciséis años viviendo en Hidalgo. Salí del Distrito Federal justo en la época en la que estaba yo en la formación como escritor, justo en la época en la que estaba aprendiendo a vivir la literatura, y justo en la época en la que uno forja las relaciones públicas dentro de los medios literarios. Pero yo decidí que mi camino era diferente y que no me interesaba esa parte de las relaciones públicas, sino que eso llegaría después, cuando yo me sintiera maduro, cuando yo me sintiera formado, aunque siempre estamos formándonos. Entonces migré al estado de Hidalgo. Sin embargo, esto crea una situación en la que para la gente del Distrito Federal, como para una concepción nacional, soy un escritor de Hidalgo, no soy del DF. Y muchas veces para el estado soy un escritor del DF y no soy un escritor de Hidalgo. Obviamente esto te va manteniendo como un poco fuera, como en la exterioridad. Lo cual para mí ha sido hasta cierto punto cómodo porque no me distrae la cuestión de los compromisos de la identidad, no tengo ese conflicto que algunos autores sí lo tienen con sus tierras, con su lugar de origen, con sus tradiciones. Pero por otra parte, sí de repente es complicado, porque es como estar en una zona de no ubicación. También es una elección, yo fui quien tomó ese camino. Sé que es muy importante el publicar, el mantener una presencia en los medios, en las redes, en la vida cultural; pero en realidad me parece que eso siempre es, de alguna manera, ajeno al sentido profundo y real y concreto de la escritura, de la literatura. Hay momentos en que hay que regresar otra vez a la frase que decías del silencio; más que callar definitivamente parece que uno debe exigirse en la medida de su propia condición que aquello que uno trabaja, aquello que uno publica, presente esa mejor parte de lo que la literatura nos pide. —Bueno, pasando al lado de los lectores, ¿Qué tipo de esperanza crees que tenga la poesía y en sí la literatura en el acontecer cotidiano de nuestra sociedad, ya que vemos que los escritores son muchos pero pocos son buenos? ¿Crees que eso desalienta a los posibles lectores de las obras? —Pues yo estoy convencido de que uno debe de aprender a escucharse a sí mismo más que escuchar a los otros en el sentido del elogio. El escritor muchas veces acude a los talleres o acude a las lecturas, o bien prepara materiales para publicar con el interés de ser elogiado, de recibir un elogio de parte de sus iguales. La preocupación está puesta de pronto como en esa cuestión de quién aparece más en ciertos periódicos, o quién llama más la atención o quién de pronto se convierte en el centro. Y a mí me parece que esto es en realidad poco trascendente. Lo realmente trascendente del escritor es escucharse a sí mismo. Digo, ya volvemos otra vez a los maestros, a Rilke, a Bécquer. Nos dicen precisamente en sus cartas: “paciencia es todo”, escribe Rilke; y Bécquer también nos habla sobre la necesidad de escribir. Te sometes al silencio cuando te das cuenta de que gran parte del sentido de tu vida está vinculado con el hecho
precisamente de escribir poesía, de escribir narrativa, de pensar al mundo en ensayo. Es inevitable. Lo que uno debe buscar siempre es formarse, prepararse, trabajar la obra, aprender también el lugar que va encontrando y ocupando lo que escribimos, no porque tiene más o menos reseñas sino porque yo tengo un sentido autocrítico que me permite leerme frente a los demás escritores, frente a la obra de los autores importantes que están escribiendo en otras partes del mundo. Me parece que esa capacidad de escucharse es el mejor antídoto contra la desilusión, o bien es el mejor antídoto contra el hacerme güey, o sea, a lo mejor no es ese mi camino. Entonces, es mejor el escucharse y darme cuenta de que realmente no es la escritura, no es la literatura lo que me interesa sino el elogio, la vanidad. —En este sentido, ¿Qué le recomendarías a alguien que quiera escribir? ¿Qué sería lo básico? —Pues yo creo que hay muchas cosas que pueden recomendarse, aunque en realidad la cuestión esta de los consejos me parece un poco fuera de lugar. Pero, más bien qué es lo que yo he tratado de hacer, ese sería mi comentario. Me lo digo casi todo el tiempo cuando voy por ejemplo a las librerías, cuando selecciono la obra que quiero leer: hay que escoger bien a tus maestros. Escoger bien a los maestros es precisamente ir escuchando, ir descubriendo no sólo lo que me gusta y no solamente lo que me llama la atención en un momento de mi vida sino lo que tienen que decirme precisamente ciertos poetas, ciertos escritores, en quienes indiscutiblemente encontraremos, si tenemos paciencia y nos desvelamos en la lectura, la veta de oro. Escoger muy bien a los maestros me parece que es también esa idea de escoger muy bien las lecturas. Y no estoy diciendo quienes son, cada quien construye su propio canon en ese sentido. Por otro lado, hay que escribir alejado de repente del bullicio, del ruido que implica también toda la cuestión literaria; y en eso yo consideraría, a lo mejor soy muy monje o muy ermitaño en ese sentido, incluir a las redes sociales y esas cosas; saber que se pueden utilizar para otros fines. Pero si uno trata de formarse literariamente a través de los blogs, a través de las redes sociales, me parece que va a tardarse más tiempo de lo que puede representar el camino para escribir. Aunque hay que concentrarse en escribir, escoger bien a los maestros, disciplinarse y ser paciente, quizá lo más importante sería la sinceridad con la que uno asume su propia vocación. Si uno es sincero con uno mismo, si uno es honesto con lo que escribe, el trabajo y la disciplina van a permitir que las cosas se den. —Diego, ¿Desearías agregar algo más? —Pues, no. No sé si quisieras algo más. —¿Algo que desearías compartir? —No necesariamente. Bueno, esta imagen, esta idea con la que a veces nos quedamos como del escritor, del intelectual, del artista, es uno de los principales estorbos para escribir. Porque además uno se va creando como ciertas historias, como ciertos clichés o estereotipos de lo qué es el escritor y de cómo es. A mí me preocupa mucho por ejemplo, bueno en realidad no me preocupa, pero me hace pensar mucho luego como esas figuras se convierten precisamente en ese impedimento. El joven escritor cree que tiene que ser un borracho perdido, vivir en los límites de la perdición para poder escribir. William Blake dice en Los proverbios del infierno que “el camino del exceso conduce al palacio de la sabiduría”, pero hay que entender lo que está diciendo Blake, es un poeta el que está hablando, no es un borracho el que lo está diciendo, es un poeta.
Pues el sentido del exceso, el sentido de la sabiduría no es exactamente el mismo que le damos en un nivel meramente ordinario. Además, es Blake, vaya. Y luego, la imagen del poeta como un ser antisocial, solitario todo el tiempo, me parece que también se convierte a veces en un impedimento. Así como decimos que hay que escribir un poco al margen, un poco afuera; también es importante el diálogo. ¿Quiénes son mis referentes de diálogo? Pues mis compañeros de taller; pueden ser mis amigos, mi esposa, mi familia, la familia de los otros, los otros que no son escritores, los que no tienen que saber de Shakespeare, que no necesariamente tienen que ver el mundo como lo ve un escritor. Ese contacto es ampliamente enriquecedor para un escritor. Pues yo creo que esos clichés que de repente tomamos de cómo es el escritor hay que hacerlos a un lado; incluso la idea del escritor, del poeta en su castillo de pureza. Hay que quitarse ese sentir, a pesar de que el poeta tiene una altísima misión. Porque aunque tiene una altísima misión con la palabra y con la vida, es un hombre ordinario y eso lo podemos encontrar por ejemplo en aquella expresión de Pavesse en uno de sus diarios que dice: “no sé si soy poeta, pero lo cierto es que estos días son una prueba definitiva para saberlo”, hablando sobre sus propios conflictos. Entonces yo creo que eso es lo que muchas veces nos hace ver qué tan dispuesto está uno para la poesía.
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POESÍA
A Joan Puig Camino descalzo sobre la escarcha del invierno y siento cómo poco a poco me alcanza el frío si fuera un ermitaño diría una experiencia mística Pero no soy un monje sino un hombre sencillo que despierta temprano sólo para sentir el viento por la mañana y caminar sobre los trozos de hielo dispuesto a honrar el día silenciosamente
A Daniel Fragoso Todos los pájaros en el ramaje dormido se reúnen para mirarme Pero en realidad son ajenos a las horas humanas del dolor Su naturaleza es ligera yo nunca podría ser un pájaro Escribo y pienso como un hombre enfermo a quien le duele la ausencia de alas
CONFESIONES Si alguien pregunta dĂganle aquĂ no pasa nada, no es mĂĄs que la vida. Eliseo Diego Existe en mi memoria una vieja casa donde crujen las duelas bajo tapetes desgastados por el paso continuo de la servidumbre y la escoba Hay una higuera en esa casa Cuando llega su tiempo da frutos amargos que nadie prueba por temor al recuerdo de anteriores debilidades Anita la nonna Enriqueta no vayan a sentirse solas a la hora del sol en las terrazas no vayan a creer que el silencio nos salva de la muerte Ya nadie quiebra las macetas jugando a la pelota ni trepa por las tejas oxidadas ni se esconde en la fuente esperando que la luz lo sorprenda
Reunidas están las cosas que yo he visto la tarde advenediza filtrándose en las alcobas las manos de mi abuelo en sus últimas siestas los paños almidonados y el pino muerto los pasos de mi madre y la fronda tupida Ya no conmueven la lluvia violeta de la jacaranda ni el olor a naranjo en la cocina Hay una noche para cada cosa y una eterna sombra para el visitante que soy yo mismo pero en otro tiempo Un hombre habita la memoria escribiendo un libro y es nuevamente niño tocando con palabras las flores y es un adulto que teme entrar en esa casa y abrir todas la puertas para no encontrar sino polvo y humedad en las paredes Anita Enriqueta y la nonna no vayan a sentirse solas a la hora en que nos mate el silencio y no podamos tejer un manto de palmas para que cubra nuestra muerte
Mi Amada es el agua y el pozo y las hierbas que crecen cerca. Y el cántaro. Y la hija de Betuel cuando dice: —Bebe, señor mío
Diego José. Las cosas están en su sitio. Cantos para esparcir la semilla. 2010. CECULTAH
PORTAFOLIO
En los vastos cielos de donde todos provenimos, se escribe en los libros del Tribunal Superior las retribuciones que cada halito de vida merece como efecto de su comportamiento en este mundo físico. En las inmensas misericordias del poder superior, decidió crear un vacío donde el creado y el emanado pudieran residir. Él existe desde siempre, a la existencia a la que nos referimos, es el Creador del universo, Amo de los mundos, quien conduce la esfera celestial en continuo movimiento con una fuerza que no tiene fin, ni limite. La esfera celestial está en continuo movimiento y es imposible que se mueva sin alguien que la haga mover. Él (Bendito Él) es el que lo hace mover, sin mano ni cuerpo y saber esto es un precepto. Pues cuando miramos la obra de sus manos belleza inmensurable de la creación de sus dedos nos damos por conscientes que Él es UNO y que fuera de Él nada se concibe como verdadero. Bien lo escribió el profeta Enoch “Observa todas las cosas que ocurren en el cielo, como las luminarias del cielo no cambian la ruta en las posiciones de sus luces y como todas nacen y se ponen ordenadas cada una según su estación y no desobedecen su orden. Mira la tierra y presta atención a sus obras, desde el principio hasta el fin, cómo ninguna obra del Creador sobre la tierra no cambia y todas son visibles para nosotros los corpóreos.” Pues como está escrito en el Shamati “No existe nadie aparte de Él” cuyo significado es pues que no existe otro poder capaz en el mundo de oponerse al Creador. Ya que el universo es la sede de la física más violenta y en cuestión del espíritu, la manifestación más gloriosa de su amor.
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Él y sólo Él es Único en poder. Mantiene de pie y en perfecta armonía a la esfera celestial sin fin de fuerza. África. Es tiempo de olvidar al corazón del mundo. Es tiempo de construir un futuro sólido en los cimientos de quien soy ahora. Es tiempo donde mis ojos se cierran para poder seguir avanzando dentro de mí. Es tiempo de decir adiós a este capítulo tan avanzado y en constante cambio. Observa este rostro que juró guardar silencio y volverse parte del cerco que protege los misterios, que ha decidido pasar encima de sí mismo para cuidar su cimiente. Observo las estrellas tan potentes que narran el pasado/presente/ futuro de mis escritos, saber que estoy a dos años de distancia me hace destruir al África que en mi sangre vivía. Abraham Carrasco.
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POESÍA
Algo muerto siempre nace en esta existencia. No es cuestión de tiempo, porque casi nunca se sabe cómo se vive mientras pasan los días, intentando imaginar un sentido Al menos eso se cree Los momentos no hacen falta para sorprenderse, con nuestra propia ausencia. La voz sorda de quedarse vacío, Asustado de sentirse un mensaje sin leer Al final de nuevo se nace En este insólito paraje de libertad. Por: Israel J. González S.
CASTAÑAS EN MEDIO DEL FUEGO Julio Edgar Méndez La cuestión, en fin, estriba en saber si consideramos la voluntad como realmente actuante, si creemos en la causalidad de la voluntad; si es así - y en el fondo es eso lo que implica nuestra creencia en la causalidad-, estamos obligados a hacer esa experiencia... Friedrich Wilhelm Nietzsche Más allá del bien y del mal (1886)
Recorrí con mi piel toda su piel de durazno. Sus manos fueron dos gatas peleando a querer al más fuerte mientras una serpiente habitó por instantes mi lecho. Me envió de vuelta con besos mis cuentos. Con retratos fijados a la pared de la noche dejamos vagar a las sombras en busca de inquietas posturas. Quise descubrir qué existe debajo de sus pliegues ocultos, mis labios besando sus labios y la lengua arañando otra lengua pequeña donde la sal fue el cianuro de todos los mares. Su pelo fue entonces maraña de cielo en mis muslos. Los dientes, castañas en medio del fuego, se volcaron en olas que agitaron su vientre, su pubis, sus pechos. Entramos a oscuras a cada rincón de la luz del sexo cuando ama, que sabe a venero, a río, a tierra y a flores, a miel y suspiros, a barcas, a canto de aves, deseos escondidos, a cuerpo de amante. Fue sólo una noche, una tarde y la mañana de un día que fue otra vez tarde, crepúsculo de un tiempo que hubiera podido creer como eterno. Al alba, su espalda mojada estaba detrás todavía de mis dedos. Ya éramos uno, silueta de dos y un huerto de amores furtivos. Después, desperté. No fue sólo un sueño, fue la causalidad de mis versos.
SISTEMAS LÍMBICOS Julio Edgar Méndez No es que la quiera, de veras, es más bien esta sensación en los huesos, el alma, la piel. Si acaso mis manos que sueñan tocarla, mis ojos que de tanto cerrarlos la ven en mi lecho rondando la eterna acechanza del cuerpo vistiendo otro cuerpo. Yo digo que es sólo el deseo, deseo de tocarla, de olerla, de entrar en la oscuridad de sus poros, sentir la cereza que son sus pezones para aliviarme la sed de conciencia. ¿Pero, quererla? Podría compartir media vida con ella y el resto dejarlo en su muerte, bajar de las nubes alguna ingrata existencia para besarla, amarla despacio, con fuerza, con ciencia y sin ella poder descubrirla detrás de cada gemido, detrás de los gritos que sólo se escuchan cuando el silencio es una bandera ondeando a través de sus muslos. Tal vez sea entonces que ella me habla de algo que no entiendo: sistemas límbicos que vuelan cortando el aliento de quien también merodea, que muerde la luna y el sol con la voracidad de quien tiene la sangre caliente, los ojos oscuros, los labios abiertos. Labios en rojos colores, labios de azúcar, labios remedio, labios ataque sin tregua, labios cuartel de mis labios. Después son sus brazos, dos alas que son dos demonios atados a mis bajas pasiones. ¿Cómo me explico? No es sólo el estuche en que viaja, ni la voracidad en sus dudas, ni el sexo –que es parte de todo lo bello. Tampoco es la huella que anuncia profundo su escote, ni las caderas que inciden en la mitad del continente que recorro en secreto. No son las mejillas: manzanas que muerden gusanos -así de incongruentes son también sus deseosni es sólo que huya del miedo a sentir emociones más fuertes, intensas, angustiosamente esperadas, -al menos quiero creerloque un simple intercambio de ropa interior deshojada. Y no es que la quiera, no es cierto, tal vez si controlo los ladridos de mi corazón cada vez que la veo, la sueño, la quiero. Pero, no, ¿cómo?, si apenas y nos conocemos. Incluido en el poemario Sistemas Límbicos Ganador del Primer Lugar de Los Juegos Florales de Guanajuato 2007
Hitler En 1889 llegó al mundo de niño convivieron en él, dulzura y maldad. ¿Qué niño no es cruel en parte? De joven, pintor incomprendido. En la primera guerra mundial, se unió al ejército Bávaro. Acabada la guerra tras intentar un golpe de estado fue encarcelado y ahí escribió un libro. Al salir de prisión imbuido en la política ascendió puestos hasta convertirse en presidente de Alemania. De los horrores que se le adjudican, bibliotecas se han erigido. Soñó conquistar al mundo y acaso cerca estuvo de lograrlo. En 1945, murió. Aquello es historia o fabula. En un bar, como una hamburguesa llamada Hitler.
Marco Antonio Meneses Monrroy Pachuca, México 2012
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CUENTOS
Miserias. -Timo Viejo.
«Si se me pidiera que clasificara las miserias humanas», escribe el joven Tocqueville, «lo haría por este orden: la enfermedad, la muerte, la duda.» La duda como calamidad: semejante opinión yo nunca hubiera podido sostenerla, pero la comprendo como si la hubiera concebido -en otra vida. -E.M Cioran. « ¡Si describir una desgracia fuera tan fácil como vivirla! » -E.M. Cioran.
-LHace meses le temo a mi sangre. Pasa a través de las agujas que entran para tomar muestras y después ser examinada por ojos distintos que mantienen el mismo rostro interrogante. En toda mi carrera como médico interno y cirujano, nunca me sentí como el responsable de otra vida que no fuera la mía, sólo hacía mi trabajo. Para mí lo más interesante eran las cirugías, el placer de cortar, manipular, en ocasiones mutilar o destruir, todo lo que el cuerpo esconde. Mi placer estaba disfrazado porque esta actividad era loable y prolongaba vidas. Pero este no era sólo mi secreto sino que también podía lucrar con los enfermos, incluso con el sufrimiento que provenía de su ignorancia, jugar con ellos, enfadarme y hacerlos quedar en ridículo. Ellos han sido causa de mi burla. Lo que contasen sobre cómo habían seguido en su enfermedad, sus deducciones sobre qué es lo que se las había causado, no hacían más que causarme risa, puras estupideces. Si recurrían a mí es porque yo era el único que les podía dar esperanza. No tenía el propósito de ampliar su existencia, mucho menos el que estuvieran sanos. Si aumentaba el número de casos de enfermedad para mí era mejor, eran buenos tiempos, buena cosecha. Yo poseía el conocimiento, me cuidaba y me prevenía de la mayoría de enfermedades, creía que nada podría sucederme. No comprendí el juramento de Hipócrates, de hecho ningún médico lo hace. Lo digo de esa forma, porque no lo empleamos, anteponemos los honorarios a la salud. No conozco ningún galeno que practique su profesión para luchar contra algún mal. Si fuera por nosotros, paliaríamos una enfermedad curable por años, sólo para seguir trabajando. La salud, es nuestra enemiga principal, con ella no existiríamos nosotros ni las farmacéuticas. En mi caso, y podría que asegurar que en el de muchos, si esto no fuera así no poseeríamos las riquezas ni ayudas en los ámbitos políticos y sociales. En ocasiones, llegué a celebrar nuevos brotes de enfermedades desconocidas, e incluso me planteé estudiar psiquiatría, puesto que las enfermedades mentales están en boga. A mis parientes cercanos cuando podía les recomendaba aquella rama de la medicina. No hay posibilidad de perder, en una familia de médicos, todo es ganancia. La sociedad nos admira, muchos lo intentan, y pocos lo pueden. Nosotros tenemos el poder sobre la vida de miles de desconocidos. Nada ha cambiado, la sociedad y este mundo giran en sus mismas falacias. Las charlas con nuestros colegas siempre tratarán de nuestra prepotencia y burlas sobre los pacientes, no existe condescendencia. Pero ahora, estoy del otro lado. Un solo pinchazo bastó para que toda mi vida, y mis creencias cayeran al abismo: “Se trata de una enfermedad rara, es atípica y en este Hospital no podemos hacer nada, sólo lo registraremos por si se presentan más casos”, fue la única respuesta que conseguí. He permanecido más de tres meses en observación completamente solo, me alejan incluso de otros enfermos. En toda la soledad armonizada por un montón de aparatos y mi cama rodeada de cortinas blancas, miro embelesado la herida de mi pulgar. Ahora parece una pasa, es negro como si estuviera quemado. La necrosis ya avanza por todo mi brazo y en dos días me la amputarán. En esta parte de mi cuerpo inició todo, un pinchazo, o tal vez la mordedura de un animal extraño que tuve en aquella excursión a “Los dinamos”. Primero se transformó en una pústula anormal, quizá como reacción alérgica a mi escaso contacto con los ambientes naturales. Sin embargo, pronto estas surgieron en otras zonas de mi cuerpo, abarcaron las axilas, y mis ingles. La vergüenza fue increíble cuando estas comenzaron a invadir mi cuero cabelludo; ahí no podían ser ocultadas. Las miradas de la gente en la calle, eran de lástima y asco, se apresuraban para apartarse. Las personas me relegaban, algunos enfocaban su vista al suelo, mientras los niños e incluso los adolescentes, las señalaban para preguntarles a sus padres lo que eran. Mis amigos, que raramente me visitaban, evitaban darme la mano o tomaban su distancia al verme; todo contacto visual no iba dirigido a mis ojos, sino a la negrura de mi mano derecha. La gente sigue ignorantes, pero yo era inmundicia que podía, aún, mantenerse en pie.
En mis caminatas por los pasillos del hospital, no podía dejar de pensar y mucho menos desconocer que yo era un medio de contagio para las demás personas. Cada día, tenía que levantarme a cubrir el color negruzco de mis venas con suéteres impecables que, a los ojos de la gente, aparentan la imagen de éxito y sanidad. Incluso la gente pobre, que me veía entrar al hospital, me miraba con un deseo enorme de poder vivir mi vida. No tenían noción de que vomitaba sangre, defecaba de colores parduzcos a negros, sufría de mareos y fiebres súbitas, perdía peso, a pesar de que mi alimentación fuera más que óptima. No sabían que diario debía desnudarme ante personas o colegas desconocidos que me tocaban con guantes de látex, y que tomaban muestras de mucosa y de piel. Incluso no conocían la vergüenza al ver la mirada de asco de las enfermeras, a quienes forniqué por diversión en mis sesiones de guardia, cuando me bañaban con mangueras evitando que alguna gota de agua que hubiera tocado mi cuerpo se adhiriera a su uniforme. Médicos y personal entraban y salían del compartimento donde estaba, viendo a un adefesio. Es deprimente estar aislado la mayoría del tiempo, a la espera de que la única visita que tenga sea de alguien que mira mi brazo o torso lleno de hematomas desconocidos y no pueda hacer otra cosa más que disfrazar el asco, o darme una mirada indiferente. Todo para que la discusión sobre mi vida, y los meses que de esta restan se lleve a cabo detrás de las cortinas que me rodean. Los resultados de los análisis que me han realizado son cubiertos por un sobre que no hace más que alargar mi infortunio. Duele saber que las únicas palabras que me dan para sobrellevar los últimos meses de mi vida sea la clásica mentira de que hacen todo lo posible por cúrame, cuando en verdad, no hacen un carajo. El asco que causo no se compara al que siento por mi propia vida. He pensado incluso en amarme por lo que soy, pero por más que quiera, no puedo hacerlo. Lo indeseable para mí ya ha pasado. Soy algo menor a lo que he despreciado. Incluso la gente pobre y enferma, tiene esperanza, yo, con dinero y una fama efímera, carezco de eso. Los empleados aíslan todo lo que toco, y desinfectan los pasillos donde caminaba a solas para llorar. Mis días transcurren en la ironía de esperar por horas sólo para ver la cara de un médico, con más especialidades que apellidos, decirme lo que padezco con tanta seguridad que oculta que hace cinco minutos leyó mi historial clínico sin ningún apego, masticando una manzana porque no ha comido. Claro, todo para que después de esto su secretaria me pida firmar un cheque dónde estoy de acuerdo sobre los honorarios que le debo. Pasado esto, se retiran y me dejan a solas en desasosiego. La ocasión que lloré hasta el cansancio ocurrió enfrente de una enfermera. Ella tomaba muestras de mi sangre, mientras yo veía mi orina y deposiciones en la repisa que estaba atrás de la recepción. Estaba desnudo, la bata cubría mi pecho y genitales. Mis piernas se empezaban a llenar de pústulas malolientes. Mi pecho, antes atlético, era de un color ocre, mis pezones estaban marchitos; mi piel negruzca, parecida al moho, empezaba cubrir mi cuello. Después de que tiró las agujas, y colocó las etiquetas con mi nombre sobre los tubos de ensaye, me paré sin fuerzas, con la cara quebrantada la abracé, y sin control comencé a llorar. Gemía tanto que mis sollozos llamaron la atención de los de seguridad. Me separaron de ella a la fuerza. Su disculpa se fundamento en que las políticas del laboratorio obligaban guardar silencio y mantener la calma a pesar de conocer resultados adversos. Esperé una reacción de misericordia o gracia hacia mi situación de parte de aquél personal. La enfermera se limitó a limpiar mis lágrimas esparcidas por su sien con una toalla húmeda, su expresión era fría, yo no le importaba, mucho menos mi dolor. Los guardias de seguridad, me llevarían a un apartado donde me decían sin ninguna emoción que me calmara.
Calmarme, es la única cosa que desde hace meses no he conseguido. Siempre que me baño me causa horror ver mi cuerpo. Los tubos y portaobjetos con mi sangre me dan terror, siempre que me los muestra un “colega” sé que las noticias empeorarán. No obstante, todos los médicos, creemos comprender la enfermedad porque esa es nuestra mejor aliada para que sigamos con vida. En cada pulsar de los aparatos, cualquier bacteria, virus u hongo que me esté destruyendo se esparce a través de mi sangre. No puedo verlo, sólo miro los frascos y las sabanas manchadas con ella. Le temo a mi sangre, me da terror saber que ya no es mía, pero yo sigo siendo de ella. -Aprile 12/02-
-A¿Le sabrán a algo mis besos? Quizá sólo sean una carga de emoción sin tonalidad. Un choque brusco de mis labios. Me embargo víctima de un feroz oprobio ante el desconocimiento de saber si ella me siente. He tratado de descifrar la intriga que es ella, en cada mirada y gesto que sitian la ternura. Recuerdo la noche que la besé. Sus labios suaves algodones de secretos, que abrieron mi alma, la desbordaron sobre sus cabellos, surcó la marea inabordable de cantos silenciosos que se dilataban en una perfecta lentitud sobre sus pupilas. Me sumergió dentro de un iris cubierto de pudor con apetito de ser manifiesto, me complací en saber que ella yacía a mi lado, que ella era mujer. Gocé la oscuridad del caer de mis parpados, derrumbando murallas. Construimos frágiles lazos de amistad fruto de una pasión de humo con matices irreconocibles que al final se perdían en el gris de sus caprichos, que la hacen caminar desnuda, sin la protección de lo que esconden sus palabras. La amistad, para mí, siempre ha desdeñado al amor, pero yo no deseo la amistad de las mujeres que amo en más de una forma. Ella, en nuestra casualidad, no comprende la capacidad de mis letras, que sin más, intentan plasmar lo indescriptible que se arremolina en el interior de mis viseras, para que estas sean la melodía cadente de un torrente de palabras nocturnas que anuncian el nacimiento de la indiferencia. Mi afecto se posa sobre una barrera inopia. Quizá el enfado me provoque la idea de que todo esto sea en vano, iniciar las caricias con un fatalismo que al despertar en un cúmulo de halagos tan frágiles no pasen de la piel, y me enardezca en oraciones que lleguen a su corazón. En ocasiones me siento disperso, pero la sonrisa que ella simula me anima a enfrentar el cuchillo afilado que pende sobre mi pecho. Le afrento valiente e irresponsable, sin mirar las consecuencias. Me revuelvo en el rojizo desencanto de una pasión finita. No existió carencia en sus emociones, observé la dulce fragilidad de sus lágrimas, su necesidad de cariño, y el temor a la pérdida de lo que aún no ha sido. Intenté nadar en el profundo misterio de las palabras nunca dichas por sus labios, pero esto pudo ser la causa de su odio, fastidio y desprecio que no ocultó en mi presencia. Bebí la nada de su ser, saboreé lo amargo del sonido mis palabras al caer en el eco de sus oídos, para regresar como saetas a mi entonces inestabilidad. No me arrepentiré de callar con hiel en mi paladar cuando la miraba afligirse y su mano sostenía la mía mientras su vista nublada y rojiza se enfrascaba en lo inmóvil, en el límite de nuestra aparente fortaleza. Me desagrada pensar que sólo fui el utensilio básico para satisfacer ríos de encanto nocturno, cuando embriagado en el deseo, pensé que retábamos la gravedad de cualquier problema. El lenguaje de las miradas fue incomprendido y dio luz a la sordera de mis caricias. Lo etéreo se sofocó por un fugaz deseo que no arriesgaba más que ocultar una necesidad de horas para atraparse en una mala interpretación de cuerpos, para que esto haya sido lo único que ha quedado en ella y crea que es lo que me permitió hacerla especial. Es posible que no encuentre el misterio que le hayan dado mis palabras. La mayor intriga es que en la muchedumbre de estas no reconozca todo podría resumirse a dos e incluso a ninguna y comunicarse bajo un fijo parpadear. Ella, tal vez rechacé los defectos que en mi ha hallado, y yo, al mostrárselos antes de cualquier cosa, los desdeñe sin quisiera preguntarse si en ellos encontrará perfección.
Espero su llegada en una banca, quizá me miré y se acuerde de que en algunos momentos pudimos hablar en silencio, sin miedo a ser cambiados. En donde la otredad del futuro no tergiversa los caminos, sino se mantiene estática en contactos eternos, sujeta a la caricia de sus manos como reconocimiento de nuestros aromas y existencia. Ella tarda en venir. Pienso en como entregaré en sus manos esta epístola a modo de conversación para que ella por fin, pueda mirar mis emociones en palabras. Puede que sea demasiado mostrarse así ante una mujer, sin embargo lo ignoro y cierro los ojos dispuesto al pinchazo frío del rechazo. No imagino la futilidad del olvido de mis actos, tampoco en ser reemplazado. Coloco mi mano dentro de mis bolsillos y juego con las gazas que he bordado con el recuerdo de sus labios. Transpiraré lágrimas y cuando todo termine vomitaré fracasos. Al final de lo eterno, se romperán las palabras, la miraré y nos fundiremos en lenguajes perdidos que abarcarán más de lo que he podido expresarle.
- Ottobre 12/02-
Personajes de una tarde Isidoro de Campos
El parque está alfombrado con las pocas hojas que la primavera dejó. Es otoño y el viento trae el frío entre sus suspiros. Delgadas gotas de lluvia comienzan a caer sobre los árboles desnudos de naturaleza, sobre pedazos de piedra que fraguaron los hombres para poder caminar sin necesidad de ensuciarse los pies sobre una tierra que enloda, que cubre de fango lo que después será comida de gusanos. Un hombre joven camina ligeramente arrastrando sus pies. Sus manos están en las bolsas de su abrigo, mira hacia al cielo en busca de calor, mas las nubes sólo se entumecen ante su mirada que ahora se posa sobre el camino que llega al centro del parque. Ahí se encuentra una mujer joven. Se recarga sobre los pies de un monumento cubierto de mugre y tiempo, desfigurado por el olvido. Ella observa el paisaje mientras el frío la hace temblar despacio, haciendo que ella hunda aún más sus manos dentro de las bolsas de su abrigo. La lluvia empieza a amainar cuando el hombre y la mujer adivinan sus figuras entre las distorsiones que las gotas dejan en sus caras, en el aire congelado que acaricia sus miradas. Al mismo tiempo los dos dan un paso al frente, se acercan poco a poco. Ella logra ver unos ojos negros y apagados, una nariz en medio de una cara semiovalada, cubierta del color mestizo de muchas generaciones. En cambio, él ve unos ojos grises y profundos, una nariz puntillosa sobre una cara pálida y contemplativa. El murmullo de las hojas arrastrándose sobre el suelo les susurra un sendero. Deciden caminar hacia una salida. Los dos arrastran los pies y miran el suelo cubierto de tierra, de pétalos muertos, arrancados de las rosas que yacen impávidas y sin vida dentro del parque. Las calles, al igual que el parque, están desiertas. El viento con su frío grito obliga a todos a permanecer a resguardo en un cuarto, en un hogar caliente y perfumado de armonía. Mientras tanto, el hombre y la mujer siguen su muda travesía, sumidos en el olor a muerte del otoño, con la lluvia mojando la cabellera de ella y el escaso pelo de él. En una esquina se detienen, se voltean a ver sus rostros sonrosados por el frío, humedecidos por las lágrimas que caen del cielo. Se miran y una sonrisa escapa de los labios de ambos, un discordante revolotear en la boca que por instantes apaga el aullido del viento y el monótono golpetear del agua sobre el suelo. Los dos seres pasan enfrente de tiendas cerradas, se mueven como sincronizados él uno al otro. Su mirada continúa baja, mas la distancia entre los dos es la misma, el sentido también, pues ellos saben que buscan un lugar para protegerse de la inclemencia del momento. Los dos entran a un edificio donde un recepcionista está sentado detrás de un mostrador. Se vuelven a mirar otra vez. Ahora las miradas se contemplan la una a la otra sin encontrar un indicio de lo que pueda significar los ojos que los observan.
Los dos sacan un billete de sus bolsas y se lo dan al recepcionista. Él sólo les pone una llave sobre el mostrador que los dos toman al mismo tiempo, mientras examinan el número que trae dibujado en una especie de llavero. Sin soltar la llave, los dos suben una escalera angosta. Cada uno va viendo los escalones y no alcanzan a ver que un empleado del hotel viene bajando. Este último tiene que subir otra vez, pues ve a la pareja de jóvenes muy ensimismados que no quiere interrumpir ese halo de armonía casi sagrada que desprende la actitud de esos dos desconocidos.
En el tercer piso encuentran el símbolo xerografiado en la llave sobre una puerta. Los dos introducen la llave y la giran interrumpiendo el silencio para hacerlo volver cuando la puerta se cierra de nuevo. Él prende las luces al entrar, soltando al mismo tiempo que ella la llave, la cual cae sobre el suelo haciendo un breve crepitar que hace que los dos se miren a sí mismos, al cuarto iluminado donde una cama vestida de blanco reposa sobre un suelo de madera. Ella trata de decir algo, pero él le pone un dedo en los labios. Parece que el silencio es más hermoso entre cuatro paredes, entre dos desconocidos que se miran interrogativamente uno al otro en busca de algo que aún no alcanzan a comprender. Los dos se separan un par de metros y se miran de cuerpo entero. Él alcanza a ver que ella es menuda, de estatura mediana, miembros un poco largos. Ella mira en él un cuerpo delgado, un poco más alto que el de ella, con miembros también largos. Los dos se acercan. Rozan sus labios, los cuales no permiten más que eso, un leve posarse en la boca del otro. Él empieza por quitarle el abrigo, lo cual ella también hace con el de él. En ese momento un grito se escucha en la calle, un rumor que los hace separarse, observarse desde la distancia que cada uno toma. Entonces, cada uno decide desnudarse a sí mismo. Los dos se quitan prenda por prenda, las cuales son dobladas con mucho cuidado y puestas en el suelo, sobre los abrigos que dejó cada uno tirado. Al mismo tiempo terminan de desnudarse, pues el número de prendas que traía cada uno era el mismo. Los dos se dan cuenta de esto, y miran detenidamente la ropa que han dejado encima de los abrigos.
Se levantan rápidamente y se abrazan el uno al otro, acariciándose las espaldas, tratando de calentar sus cuerpos que se encuentran fríos ante el silencio que se ha desprendido desde que se encontraron en el parque y decidieron seguirse mutuamente, entrar a un hotel, desnudarse y ahora no saber qué hacer ante el instinto de los cuerpos que desean ser por un momento uno solo, uno en la muerte de los dos. Un rayo parte el cielo y la iluminación que hay en el cuarto. El sonido reverbera en cada uno de los cuerpos que están abrazados. Empiezan los dos cuerpos a amarse. Sin embargo, las miradas de cada uno de ellos se posan en sus ojos, se contemplan mientras los dos cuerpos están unidos, él entrando y saliendo de ella, ella adoptándolo dentro de su vientre por unos momentos. Pero el silencio es roto otra vez por el respirar agitado de los dos, por los gemidos y sonoridades que hacen sus cuerpos al amar. Se besan repetidamente mientras los ojos se cierran para que los cuerpos vean con más claridad, para que contemplen el placer de sí mismos mientras ellos en sus mentes disfrutan de lo que su esencia corpórea está dando y recibiendo a la vez. Hay que decir que los dos siguen estando de pie, abrazados, acariciándose mutuamente, mientras miles de gotas resbalan por los vidrios, mientras el agua corre por las calles hacia las coladeras. La oscuridad del cuarto la comparten, al igual que la oscuridad dentro de sus ojos, pues creen que es mejor no abrirlos, ya que los cuerpos pueden guiarse por sí mismos. Con el regreso de la luz de un relampago, también viene el revuelo del orgasmo. Los dos se iluminan por dentro mientras siente escurrirse la muerte de amar en sus cuerpos a través de sus sexos, terminar en el éxtasis, que aunque corpóreo, tiene algo de espiritual. Lentamente se van escurriendo sobre el suelo. Se toman de las espaldas, se acarician el cabello, mientras observan sus cuerpos exhaustos ante la tormenta que es hacer el amor. Otra vez hay silencio. La lluvia ha cesado y sólo el murmullo de su respiración se escucha. Voltean y ven en la ventana una ciudad limpia, mojada y despejada igual que ellos mismos. Se contemplan antes de poner otra vez en su lugar sus ropas. Ahora lo hacen viéndose uno al otro, desde que ella se pone su braga y él su bóxer hasta que cada uno de los dos le coloca el abrigo al otro. Cuando están totalmente vestidos, los dos se inclinan a recoger la llave que tiraron al entrar al cuarto. Abren la puerta con la mano que no sostiene la llave, salen y la vuelven a cerrar. Bajan las escaleras sosteniendo ambos la llave. Ahora no se encuentran con nadie, y también nadie se encuentra en la recepción. Dejan la llave sobre el mostrador y salen a la ciudad que se está llenando de ruido al ver que ya paró de llover. Sin embargo, no hay mucha gente en la acera, pues aún el viento sigue gritando hielo en la cara de las personas que transitan por la calle. Los dos continúan caminando, arrastrando los pies y viendo hacia el suelo que algunas veces alcanza a reflejarlos. No tienen ningún lugar específico al que deseen ir. Mas sus pasos los llevan de vuelta al parque. Los arboles siguen desnudos, las hojas ahora están mojadas y ya no balan al ser pisadas. La incertidumbre los lleva al mismo lugar donde se vieron hace unos instantes.
Frente a la estatua del héroe olvidado se paran, levantan la mirada y se observan. Él alcanza a ver de nuevo esa mirada contemplativa que vio hace un momento al igual que ella ve la mirada mestiza de él. Los ojos cuestionan a los cuerpos que están enfrente de cada uno de ellos. No hay palabras, sólo un silencio frío que se corta con el viento. Las miradas se cruzan mientras los cuerpos se disponen a caminar. Él va hacia la derecha, ella va hacia la izquierda, aunque el sentido no importa, pues los dos siguen direcciones contrarias. Ninguno de los dos voltea, simplemente se alejan en sentidos diferentes a los que tomaron cuando fueron al hotel o al camino por donde él llegó. Un ave se posa sobre la estatua que yace en el centro del parque y empieza a trinar ante el sol que hundiéndose en el horizonte se deja ver, rayos que tocan la tierra y señalan cada uno de los caminos que los dos personajes han tomado en un intento por seguir su camino.
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RESEÑAS
Golden Heart: un marasmo de casualidades. Paul Olvera “Mi fin supremo será hacer que la verdad salga de mis personajes y del cuadro de la acción” Lars Von Trier, Manifiesto Dogma 95, Copenhague, 13 de Marzo de 1995
La primera vez que oí el nombre de Lars von Trier fue cuando mi profesor de inglés nos puso la película Dancer in the dark (2000). Casi nada sabía yo en esos años de Björk, el cine, Thom Yorke y el modo en que eran grabadas las películas según el Dogma 95. Me agradó la película principalmente por el fatalismo que reflejaba, además de la impotencia de Selma, la protagonista interpretada por Björk, y la música, especialmente la canción I’ve seen it all, que fue un dueto realizado por ella y Thom Yorke, el cantante de Radiohead. La trama se me hizo un poco banal. Una madre que trata de salvar a su hijo de una ceguera congénita. Sin embargo, un amigo de ella que es policía le roba el dinero para satisfacer los ridículos caprichos de su mujer. Lo cual desemboca en Selma matando al policía para salvar a su hijo de la cárcel de la ceguera, aunque ella tenga un proceso por el cual sea condena a muerte.
“They say it’s the last song. They don’t know us, you see. It’s only the last song if we let it be.” — Dancer in the Dark—
En esos tiempos creía que los sacrificios los hacían los idiotas, los adictos a la esclavitud. Sin embargo, el sentido en que Lars lo desdibujó en su filme musical me hizo comprender que también se pueden expresar de una manera artística y muy original las experiencias estereotipadas por religiones o ideologías humanistas de la redención y la caridad. Pasaron varios años antes de que yo volviera a ver un filme de Lars von Trier. Debo confesar que nunca tuve mucho interés en las películas. El cine que estaba a mi alcance, es decir, el comercial, me pareció siempre soso porque se hacía nombrar entretenimiento, algo incompatible con mi manera de ver el mundo, pues ¿quién es lo suficientemente estúpido para perder su tiempo, matarlo y matarse a sí mismo, con imágenes y sonidos que buscan distraer y atrofiar las ideas y pensamientos? Ir a una sala de cine y gritar esta pregunta podría hacer que los espectadores me enterrasen en una lluvia de palomitas que entretuviera aún más sus mentes e idiotizara su espíritu.
Usualmente veo las películas en casa, lo que me permite apreciarlas mejor. Sólo una vez he vuelto al cine y fue para ver hace poco la última película que grabó él. Pero de esa y de la segunda película suya que vi, no voy a hablar en este artículo, sino de las que forman parte de la trilogía Golden heart, la cual vi empezando por la tercera película que fue Dancer in the dark. Idioterne (1998), segunda película grabada según el Dogma 95 y también segunda de la trilogía Golden heart, fue un acercamiento más hacía las ideas de fatalismo, sacrificio y fragilidad humana que vi en las películas de Lars. La casualidad es la que guía la acción desde el inicio. Karen, una mujer de mediana edad, se encuentra con un grupo de discapacitados mentales en un restaurante. Hacen mucho ruido y deciden pedirles amablemente que abandonen el lugar; sin embargo, Stoffer, el líder del grupo, toma de la mano a Karen y se la lleva junto con los demás.
En el taxi que toman, Karen descubre que no son del todo enfermos psíquicos, sino un grupo de personas que juegan a hacerse idiotas dentro de la sociedad. Todos llegan a una fábrica donde la otra parte del grupo los espera para que les den un tour por ella. Ahí termina Karen conociendo a los demás y su peculiar modo de ser. Todos viven en una casa, propiedad del tío de Stoffer, en la que también representan su papel, donde a veces analizan su conducta idiota ante la sociedad que parecen rechazar. Van a diversos lugares, venden cosas inservibles, realizan fiestas en casa y reciben visitas inesperadas que ponen a prueba el sentido de idiotez que comparten como grupo. En un viaje al bosque Stoffer le revela a Karen el sentido del grupo: la búsqueda del idiota interior, un acto que sólo puede ser hecho por uno mismo. Por otra parte, las visitas tienen siempre un halo que las pone fuera de lugar y de las cuales el grupo sale victorioso, como cuando el tío de Stoffer visita la casa donde los idiotas viven, la cual está en venta, o cuando una pareja que acude a comprar la casa es puesta en pánico por los idiotas que dicen ir casi semanalmente a la propiedad. Otras visitas, como por ejemplo la que hacen unas personas que sufren Síndrome de Down, ponen a prueba las consideraciones de los miembros, quienes no pueden definirse a sí mismos como enfermos, jugadores o simples alborotadores ante una sociedad que desprecian. Una de las fiestas que realizan sucede después de que un hombre del ayuntamiento los visita para comunicarles que si deciden cambiarse a una ciudad vecina el gobierno les dará una ayuda económica. Debido a estos Stoffer decide salir corriendo detrás del tipo, quien momentos antes había convivido dentro de la casa con todos los idiotas, le grita fascista mientras Stoffer se desnuda en la calle, ante la vista de las personas del vecindario. Los demás idiotas van por él, lo llevan a la casa y lo tienen que amarrar a una cama para que duerma. Al día siguiente deciden celebrar el cumpleaños de Stoffer, aunque realmente no lo sea. Los excesos de los idiotas llegan a su máximo cuando Stoffer decide que la siguiente actividad de la fiesta sea una orgia.
Y al grito de orgia, se desnudan y se persiguen para, en un rito parecido a un bacanal, entregarse a los placeres venéreos. Es interesante notar la actitud de los que no participan en la orgia, por un lado Karen, la última que se unió al grupo, y Josephine, una chica que parece ser una rosa en medio de aquel oasis de idiotez. Ella, ya desnuda, parece golpearse la cabeza y huir a uno de los cuartos de la casa mientras los demás parecen tener un placer peculiar, ya que las relaciones sexuales a la manera idiota parecen únicas. Jeppe, otro joven que forma parte del grupo, la sigue y la encuentra desnuda, tratando de taparse sus oídos con sus dos manos y con los ojos cerrados mirando un muro. Se acerca y los dos se miran, un universo cobra vida en los ojos de ambos. Lars von Trier refleja en esas escenas su forma enfermiza, anormal de ver el amor debido a que los dos amantes, Jeppe y Josephine, juegan a amarse con un infantilismo idiota que empieza con un desnudarse de Jeppe y un tratar de besarse, juntando los labios, entrechocando bocas, mostrando que este gesto tan común en las personas que dicen amarse no puede caber en el amor que una pareja joven e idiota se tiene. Josephine parece resistir los impulsos anteponiendo la condición enfermiza en la que se encuentra, pero el amor es amor, la naturaleza la impulsa con el deseo y los usos románticos la obligan a decir “Te quiero” y dejarse poseer por Jeppe. Este para mí es el clímax de la película, la muestra de que en nuestro mundo actual —tan ennegrecido por la lujuria, la búsqueda absurda de orgasmos y el desengaño de historias románticas— puede tener en su seno una historia de amor que conlleve a los paraísos del unirse, del dejarse llevar y poseer por una fuerza única, inocente, carente de todo utilitarismo; pues el amor es ausencia, falta de todo dentro de los límites de nada, un llenarse de vacíos mientras se siente uno todo, uno con el universo y la pareja a quien se ama. Jeppe y Josephine lo lograron en la película; el arte tuvo sentido en esta ocasión. Al siguiente día, la casualidad vuelve a hacer de las suyas cuando la visita no grata del padre de Josephine les recuerda a todos que el mundo es más grande y poderoso que ellos, un grupo de idiotas que decidieron apartar sus vidas y concentrarse en sí mismos para dar sentido al vacío que percataron en su diario vivir. El padre les revela que Josephine realmente está enferma, que debía de consumir pastillas y que él debe llevársela de ahí para que se recupere. Nadie puede hacer nada, las palabras y razonamientos no cuentan para el padre de Josephine. Ella se deshace en llantos, Jeppe parece hundido en una pesadilla que lo ha paralizado. Él tratará de detener el auto del padre de ella poniéndose enfrente, suplicando con sonidos inarticulados el que ella se quede mientras Josephine continúa llorando. Otra vez, la perdida amorosa no puede ser expresada coherentemente por los amantes, pues todo sentimiento se haya en la imagen y el sentir del alma.
Con la salida de Josephine todos los miembros del grupo son puestos a prueba. Stoffer propone que cada quien salga al mundo real y se haga el idiota en su trabajo, en su familia, en su vida diaria. Poco a poco cada uno de ellos se va dando cuenta de que no pueden hacerlo, el mundo está totalmente delimitado por las actitudes y prácticas que todo ser humano debe tener en una sociedad.
Karen decide tomar el reto acompañada de Susanne, otra miembro del grupo, y regresa a casa donde su familia la detesta por no haber asistido al entierro de su hijo, quien había muerto dos días antes de que se encontrara con el grupo de idiotas. La hora en que toman café y disfrutan de un pastel le permite mostrar su actitud idiota, desafiante, anormal. Su marido la abofetea ante semejante conducta. Ella no tenía nada que perder, pues había encontrado en el grupo lo que nunca había tenido en la sociedad: el compañerismo y compresión de la banalidad que tienen hoy en día nuestras sociedades. La primera película que forma parte de la trilogía Golden heart es Breaking the waves (1996), un drama que representa de una manera distorsionada el amor cristiano encarnado en el personaje de Bess. Ella es una mujer que había sufrido crisis nerviosas debido a la muerte de su hermano, quien estaba casado con Dodo, una enfermera que después de su muerte se queda en el pueblo donde vive Bess y la cuida. La película está dividida en siete capítulos y un epílogo. En ella vemos como empieza el matrimonio de Bess con Jan, un trabajador en una plataforma petrolera. Hay que hacer notar la conducta anormal de Bess, quien es tratada como una chiquilla debido a su excesiva credulidad y comportamiento servil. Sin embargo, parece tener una condición esquizofrénica que le hace poder tener “conversaciones” con Dios, quien siempre le señala el camino a través de su misma boca, pero con una voz fuerte y severa.
Los primeros días de matrimonio parecen los más felices de la vida de Bess, quien nunca había tenido ninguna relación sería con ningún hombre. Es interesante notar como ella le pide a Jan que la posea por primera vez en uno de los baños de la casa donde se realiza la boda y como poco a poco Jan le va mostrando el placer marital que proporcionan las relaciones sexuales, algo que parece Bess en extremo disfrutar, debido posiblemente a la rareza de sensaciones que nunca antes había tenido. No obstante su felicidad, Jan tiene que regresar a su trabajo en la plataforma petrolera y Bess se deshace en un sufrimiento porque Jan la abandona. “Platica” con Dios y le pide su pronto regreso, algo que por azares del destino sucede después de que Jan sufre un accidente que lo deja cuadripléjico. Bess parece responsable de la situación, de la enfermedad de Jan, debido a que su egoísmo fue más fuerte que su amor. Por lo cual, siente que Dios la pone a prueba para comprobar si realmente ama a Jan.
Estas escenas del filme me hicieron reflexionar ampliamente sobre el poder de convencimiento que los enfermos mentales tienen para sugestionarse y creer que el mundo gira en torno a su sentir y desear, como cada mínimo detalle saca a la luz nuestra participación en el engranaje de la vida, haciéndonos culpables o dichosos respecto a los hechos que acontecen. Jan no puede mover casi ningún músculo. Sin embargo, parece pedirle primero amablemente a Bess que se busque a alguien más, alguien que le haga el amor. Bess huye ante semejante propuesta de Jan. Pero más tarde, Jan cambia la forma de enunciar esta propuesta diciendo que vaya con algún hombre y haga el amor para después contárselo a él y así pueda sentirse vivo, unido carnalmente a Bess. Uno de los primeros con quien tiene éxito fue un desconocido que se encuentra en el autobús. Jan le había dicho en esa mañana que fuera a la parte trasera del autobús, que él ahí la esperaría. Su mente desequilibrada y, principalmente, la casualidad parecen guiar su camino, ya que en la parte trasera del autobús se encuentra a un hombre viejo a quien masturba. Regresa esa misma tarde y le cuenta a Jan lo sucedido, con lo cual él parece recuperarse. Desde esta frágil coincidencia, Bess empezara a hacer el amor con cualquier desconocido que encuentre en un bar o en el muelle, teniendo siempre en mente que con quien hace todas estas cosas es Jan, no el hombre que se encuentra encima de ella. Dodo se preocupa por ella y le aconseja a Jan que detenga aquella locura, pero él parece estar perdido en los desvaríos que le provoca su enfermedad. Un papel donde se le pide a Bess que pare sus actividades inmorales le es presentado, supuestamente escrito por Jan. Sin embargo, ella no decide creer, la creencia en sí misma y en que esa es la única vía por la que Jan se puede salvar son más fuertes que cualquier razón que se le interponga. Retrocede ante semejante conducta cuando en uno de los barcos es herida y casi violada por uno de los marineros. Con pena y dolor, decide regresar a la iglesia donde solía rezar, pues desde hace tiempo no “escucha” la voz de Dios. Ahí un hombre que participa del rito religioso expone sus argumentos a favor de amar la palabra divina, con lo cual Bess hace resonar la pregunta de cómo es posible amar a una palabra si no tiene vida, que sólo es posible amar a otro ser humano porque tienen sentimientos y las palabras no. El consejo religioso decide expulsarla y toda esa tarde empieza a vagar por el pueblo, seguida por un grupo de niños que le lanzan piedras y le gritan “zorra”. Cuando cae rendida de agotamiento cerca de la iglesia, Dodo es la única que acude a ayudarle, le da las noticias de que Jan va a morir, que sólo un milagro podría salvarlo. Bess parece comprender que el empeoramiento de la salud de Jan se debe a que no llevó hasta sus últimas consecuencias su estadía en el barco aquel donde la hirieron. Decide regresar y en la barca que la conduce de nuevo a aquel barco, vuelve a escuchar la voz de su Dios, una voz reconfortante que le impone la tarea de salvar a Jan a través de su sacrificio.
De nuevo las casualidades se dan cita para demostrar el acierto de Bess. Es increíble notar el sentimiento tan profundo e infinito que cubre la creencia de Bess, unas ideas que se articulan completamente a los deseos y al destino de la vida. Sólo los santos y los místicos pueden ser comparados con Bess, pues ella a raíz de puras casualidades se mar—Breaking the waves— ca una línea a seguir para salvar milagrosamente a Jan sin importar que ella sufra lo impensable, incluso la muerte por ver de nuevo en pie al único ser humano que parece haber amado en la tierra.
“I don’t understand what you’re saying. How can you love a word? You cannot love words. You cannot be in love with a word. You can love another human being. That’s perfection.”
Las tres películas que enmarcan la trilogía Golden heart parecen llevar en sus protagonistas femeninos la fuerza casual necesaria para vivir todo sentimiento en los extremos: el amor de Selma por su hijo, a quien defiende contra la tiranía de un amigo policía que roba el dinero para la operación por la cual su hijo no quede ciego como ella; Karen que representa el desafío pasivo ante la pérdida de un hijo y su negativa a reinstalarse de nuevo a la sociedad a la que no siente que pertenece; Josephine, una joven rosa enferma que ha aprendido a sentirse aceptada en el grupo de idiotas y amada por Jeppe, sin embargo dependiente de un padre que la despoja de todo cuando cree hacerle un bien; y, finalmente, Bess heroína a la María Magdalena que tiene certezas, aunque casuales, en todos los actos que lleva a cabo para salvar la vida de Jan. Considero que la forma en que las vi, de la última a la primera, me dio el conocimiento necesario para apreciarlas, pues de un extremo a otro la intensidad creció, mostrándome que el cine tiene cosas muy impresionantes que contar, principalmente el genio danés del director Lars von Trier.
Lars Von Trier
Anathema – Weather Systems Rodrigo González
Es común decir que todas las personas tienen altibajos, pero ninguno se ha centrado en calcular el tiempo en que una etapa de cierta desazón y futilidad puedan durar. En muchas ocasiones nos encontramos a la espera de si este o el próximo día pueda traer la tranquilidad. Incluso, esta pérdida de control puede tornarse más dura si a nuestra pesadumbre le añadimos sentimientos de esperanza o amor. El grupo inglés Anathema en su álbum más reciente Weather Systems lanzado en Abril de este año (2012) nos induce a un viaje dentro de las emociones, que sin más, cualquier persona podría sentirse identificado. Weather Systems abre de una manera más que sublime con las canciones hermanas Untouchables divida en dos partes. En sus líricas y musicalidad nos llevan a un estado de sentimiento que podría ser parecido al del amor, en donde se conoce la razón del valor que alguien ha tenido en tu vida, el que nunca será dejado, desprotegido, ni olvidado. Si uno ha experimentado esa situación de estar impactado por el ser de otra persona, estoy seguro que estas dos canciones vendrán a ser el pináculo auditivo de lo que está viviendo, aunque, en la segunda parte de esta canción se deje entrever que a pesar de toda la luz que nos pueda dar alguien, nosotros debemos partir y seguir en movimiento. Tal vez el nombre de esta canción se refiera a que estos sentimientos de tanta fortaleza no son tangibles y esto causaría en algunos de nosotros esa impotencia de no poder transmitir lo que hay dentro. Blinded by the light that’s inside you/ I had to let you go/ To the setting sun/ I had to let you go/ And find a way back home Las siguientes canciones The gathering of the clouds y Lightning song, nos llevan a un modo donde todo lo material se lleva a un segundo plano, en donde la búsqueda sobre lo que nos haga darle sentido a nuestra existencia no debe ser buscado sino que siempre ha estado ahí, sólo debemos abrir los ojos y mirar la belleza de lo que esta vida. En especial The gathering of the clouds nos envuelve en el misticismo del por qué de las cosas y el dar un millón de vueltas a todos nuestros errores. Pero debemos dejar que la vida revele lo que hemos sentido, para que así, como lo menciona Lighting song no hay que temer, solo abrir los ojos y ver. And I feel, I found my place, In time and space, In hope and faith, And love I give, My mind is clear, I have no fear, I shed no tears, For you my dear Sunlight podría ser como la parte de calma en este disco con una letra de cierta forma esperanzadora y una musicalidad que nos envuelve de lo más sutil hasta a dar elocuentes toques de energía, para pasar a las canciones con más oscuridad del disco. En la temática del disco se muestra una ambigüedad sobre estos sentimientos, en estas canciones se puede hacer referencia a la orilla existencial en la cual muchos nos hemos encontrado. The Calm Before The Storm, es una canción en la cual el estar fuera de tu cuerpo manifiesta un estado de belleza, aunque sin perder nuestra naturaleza humana nos envuelva de terror y duda.
En The Begining and the End es en dónde el silencio se muestra exasperante de acuerdo a lo escrito, pero la música revela una calma total. The Lost Child es la prueba de que una vez que hemos llegado a nuestro punto más bajo ya sea existencia o de cualquier emoción, la vida carece de todo sentido. En esta pieza la música y la letra se acompañan de manera que la cadencia aumenta conforme la desesperación de una vida que no tiene mayor esperanza y grita por ayuda en una última ocasión. My light is fading now My heart is breaking now My life is fading now My mind is drowning now But your hand reaches down
To reach down and pull me out and Save me El disco cierra de manera espléndida con Internal Landscapes, en donde se incluye el audio una entrevista con Joe Geraci y su experiencia al haber estado muerto y regresado a la vida. Sella la desesperanza que deja The Lost Child y nos lleva a una tranquilidad donde, a manera de cliché, pero en una perspectiva personal y no fuera de lo que he interpretado en este disco, el amor da realmente valor a lo que somos. I could say that I was peace, I was love, I was the brightness, it was part of me. (Joe Geraci – 1981) Este disco fue escrito de manera magistral por Daniel Cavanagh, es un giro de perspectivas con respecto a la vida. Las letras llevan a pensar sobre lo que esta ha sido y los varios momentos de vacuidad que se tienen al pensar sobre cuál la razón por la que uno se encuentra aquí, como lo diría el antepenúltimo disco lanzado por esta misma banda “We are here, because we are here”. Sin embargo, también deja entrever que hemos estado aquí y siempre estaremos aquí, por lo que somos en nuestro interior, donde la vida nunca termina. Weather Systems, es un disco que puede reducirse en una sola palabra. Belleza. Love is the life breath of all I see. Love is true life inside of me. And I know you somehow as I hold you in my heart, in my heart.
ANATHEMA -Weather Systems2012 The End Records
CASUALIDAD DE LO ETERNO
CONTRAPORTADA PAOLA