A Joaquin Pascal

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Joaquín Pascal



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JoaquĂ­n Pascal

Pamplona, 1946 - 2002



Para quien la polĂ­tica fue un esfuerzo por ser justo y el arte, la constancia de que cada persona es un universo Pedro Salaberri

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Angel Arbe

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A JOAQUIN PASCAL Javier Manzanos Bajo esta dedicatoria nos hemos reunido un grupo de personas que queremos recordar a alguien importante para la cultura de nuestra ciudad. Me resulta muy difícil ordenar las experiencias que viví con Joaquín. Por un lado porque su reconocida fluidez mental y verbal se amontonan ahora en mis recuerdos -¡cuánto hecho de menos el ordenado desorden que fluía de su cerebro! - y ocurre que hoy, un mes después de que nos dejara, cada día me sorprende un chispazo que me trae alguna nueva imagen o palabra de Joaquín. Y, por otro, porque es imposible enfriar el sentimiento de haber perdido un querido amigo. Conocí a Joaquín Pascal en 1996 cuando se hizo cargo, como Concejal delegado, del Área de Asuntos Culturales del Ayuntamiento de Pamplona. La llegada de un nuevo concejal supuso, como es lógico, la puesta en conocimiento y discusión del trabajo que se venía realizando en el Área. Desde mi responsabilidad en el campo de las artes plásticas encontré un jefe, un interlocutor absolutamente involucrado. En un primer momento interesado y, enseguida, entusiasmado. Joaquín tenía un entusiasmo contagioso. Recuerdo ese café que cada mañana a las siete y media nos reunía en torno a una mesa a todo el personal del Área, donde nos encontrábamos con Joaquín, el concejal primero, el compañero de trabajo después, y dábamos un repaso a las noticias y a los asuntos "candentes" del día. 7


La misión y la visión política de este Concejal le hizo implicarse cada vez más con la actividad cultural, impulsando nuevas alas a un programa de artes plásticas que tendría su mayor eco ciudadano (aunque había otras acciones de mayor calado subterráneo) en la asistencia del Ayuntamiento de Pamplona a la Feria de ARCO, primero para incrementar los fondos escultóricos de la Colección de Arte Contemporáneo del Ayuntamiento de Pamplona y, a partir de entonces, consolidando un presupuesto anual para incrementar la Colección con nuevas adquisiciones, y propiciando una salida al exterior de la actividad artística de la ciudad, que tendría su máxima expresión en el stand de la Colección de Arte Contemporáneo que el Ayuntamiento presentó en ARCO en 1999. Se adquirieron y presentaron magníficas obras de artistas navarros, junto a piezas como la Escarranchada de Leiro, adquirida gracias al empeño personal puesto en ello por Joaquín, o las "polémicas" obras de Croft, Bados, o Schlosser. No cabe duda de que aquello de ARCO, satirizado en numerosas viñetas, artículos y cartas publicados en los medios de comunicación, a la vez que siempre bien tratado por los redactores de cultura de esos mismos medios, popularizó una de las facetas del concejal. A mí no me hacía gracia aquella crítica frívola, fácil e irreflexiva, pero él, que sabía asumir y valorar los desgastes de la política, tomaba con humor esos chistes y le satisfacía comprobar que el arte, por lo menos una vez al año se convertía en noticia tan importante como la protagonizada por los titulares políticos o los avatares del equipo local de fútbol.

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El empeño del Concejal se volcó tanto en la programación expositiva, en el establecimiento de redes de colaboración con otras ciudades, como en la organización de los cursos de apreciación del arte contemporáneo que a lo largo de sus cuatro ediciones consiguieron concitar el interés de un nutrido y heterogéneo público ávido de acercarse al arte. No quiso despedir su legislatura sin proponer un nuevo e intrépido reto: catalogar y exponer la Colección. Aquella iniciativa legó el catálogo de la Colección, que con el tiempo se ha ido incrementando, y la exposición de una gran parte de los fondos en el Monumento a los Caídos, recuperado para la ciudad. Joaquín era un profesor, un intelectual al que le gustaba enseñar -recuerdo cómo contaba apasionado una clase o un debate con sus alumnos- y al que, sobre todo, le gustaba aprender. El profesor universitario de matemáticas y estadística tenía esa faceta racional, con una capacidad asombrosa para analizar y relacionar los diferentes componentes objetivos del discurso. El político se preocupaba por las ideologías, por la ciudad y los ciudadanos a los que representaba. El hombre se apasionaba con las múltiples cosas que hacía, que leía, que veía. Fue un hombre vital, un hombre que lo que mejor me transmitió fue la alegría de vivir. Aprendió del arte y de los artistas, no pudo escapar al "veneno" del arte y encontró en él una forma de disfrutar la vida aún con mayor intensidad. Poco a poco nos fuimos haciendo amigos. Joaquín tenía un gran corazón siempre abierto al cariño y la amistad. Supo darnos a cada uno de los que nos 10


acercamos a él, esas palabras, ese abrazo, ese aliento o esa motivación que necesitábamos. Quiso conservar y alimentar a sus amigos, y así tras su paso por la concejalía, aquel equipo de Cultura nos seguíamos reuniendo periódicamente para comer y charlar. Por todo eso, sigue entre nosotros. Dedicado al jefe, al compañero y, sobre todo, al amigo.

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JosĂŠ Ignacio Agorreta 12


MEMORIA José María Romera Poseía Joaquín Pascal una memoria casi tan privilegiada como su hombría de bien. Pese a su cabeza de matemático, no era posible mantener con él una conversación abstracta sin que se le entrometieran en la boca nombres, fechas, lugares y genealogías pasadas. Fue su forma de ordenar ese mundo que a todos se nos desvanece cada vez más en sombras de olvido. Joaquín era un risueño memorioso que se ha llevado consigo la historia grande y menuda de unas generaciones de lotófagos para quienes olvidar es a veces una necesidad y a veces un mal hábito. Pero nunca le vi hacer un uso arrojadizo de la memoria. Recordaba por placer, no por despecho. Barajaba los recuerdos como el coleccionista que sabe encontrar en los objetos atesorados ese destello de color que los hace humanos. Cuando se mencionaba de pasada a alguien, soltaba un eureka de científico regocijado

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y desgranaba la vida y milagros del aludido desde la cuna hasta la parentela. Solía ocurrir entonces que esos túneles iluminados por su memoria abrían paso a otros, y éstos a otros, hasta que todo cuadraba en un teorema de situaciones compartidas donde irremediablemente quedabas atrapado. Hablando con Joaquín uno se daba cuenta de que efectivamente el mundo es un pañuelo y de que todos estamos en el mismo barco. Comíamos un día de mayo un profesor de Alcalá y yo cuando llegó Joaquín a los postres para hacer tertulia. Al poco rato ya habíamos dejado de hablar de literatura porque ellos dos cayeron en la cuenta de que pocos días atrás habían visto en Las Ventas una memorable faena de José Tomás. Era un verdadero espectáculo verles gesticular recreando naturales y pases de pecho mientras sus voces subían de volumen y se llenaban de castizas exclamaciones. Por fortuna el restaurante estaba casi vacío.

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Pero en la otra esquina de la sala se sentaba un viejecillo de aspecto señorial a quien yo miraba de reojo temiendo que le perturbara aquel exceso de erudición ruidosa. De pronto el anciano se levantó de la mesa, se acercó a la nuestra y dijo: «Disculpen, pero no he podido evitar oírles. Yo también estaba en la plaza esa tarde». Excuso decir la que se montó allí. Otro festival de coincidencias para la colección de Joaquín. Era, ya digo, su forma de ordenar el mundo en un álgebra de cordialidad a la que resultaba imposible sustraerse. Joaquín amaba las matemáticas, los toros, la enseñanza, el arte, la libertad, su ciudad, los encierros y la amistad. Y amaba la vida, que ha sido tan desleal con él: por quitárnoslo antes de tiempo y por llevarse con sus cenizas ese archivo de signos que nunca recuperaremos. Ahora, como dijo el poeta, "de toda la memoria sólo vale/el don preclaro de evocar los sueños".

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EL POLÍTICO, EL PERIODISTA Y LAS CASUALIDADES

Victor Iriarte El único valor seguro en la profesión periodística, la única moneda que nunca se deprecia, es la credibilidad. En los medios de comunicación, los profesionales acostumbramos a calificar a las personas con las que mercadeamos los hechos noticiables en dos categorías radicales que no admiten términos medios: por lo general, o tienes credibilidad o eres un cantamañanas. La mayoría de los políticos (y periodistas) con que he tratado, aquí y en Roma, entra en el segundo cajón. Suele ser gente justita de lecturas, petulante, con resabios. Te dicen y no dicen, lo insinuan, lo dejan caer. Dosifican el dato para darse importancia o te miden: te dicen A para ver si les sales con B. Te marean. Te venden motos. Se ponen cuencos, vamos. Esto es aplicable a cualquier negociado de la vida, me dirán; por supuesto, pero es que si eres periodista lo ves a kilómetros. Joaquín Pascal no era de ese tipo de políticos. Joaquín Pascal tenía credibilidad. El asunto éste de la credibilidad es en apariencia sencillo, apenas tres reglas fáciles de enunciar. Todo consiste en no mentir jamás, bajo ningún concepto y en ninguna circunstancia, al periodista. Requiere luego no esconderse, ponerse al teléfono, a las duras y a las maduras. Y exige, llegada la tesitura, optar por un honesto "lo sé pero no te lo puedo contar, de verdad". - ¿Qué tienes hoy?-, te pregunta el de arriba cuando llegas al periódico con un tema. - Esto. Si "esto" es peliagudo, continúa el diálogo. - ¡Buff! - ¡Buff! 17


- ¿Lo puede confirmar una segunda fuente? A veces sí, y a veces no. Si sale no, en general se espera y no se publica. Pero uno, en ocasiones, desenfundaba: - Me lo ha dicho Pascal. Me fío. - Adelante pues. (O sin pues, pero adelante) Joaquín Pascal no era mi amigo en el sentido ababol del término. Quiero decir que nunca me fui con él de vinos, ni sabía si tenía uno o cinco hijos, cosas éstas propias de quien confunde el periodismo con el pedorreo y que a mí me la suelen traer al fresco. Lo más que se me sinceró fue para decirme que era del Barça y que había estado en Komunistak, que son cosas como tirando a vergonzantes, que tampoco se van aireando así como así si no hay confianza. En ocasiones, si venía a cuento, me contaba cuestiones de politiquería, de sus movidas en el partido, del Urralburu y toda la banda, y cosas así, porque sabía que no entraban en mi negociado y no iba a escribir de ello y porque, en líneas generales, este tipo de informaciones me resbalan. Yo le tenía en estima porque no era un profesional de la política, nunca lo pillé en un renuncio, siempre se me ponía al teléfono y porque demonios, daba la cara, para que se la partieran, cuando las cosas se le torcían. Se exponía, hablaba del "no éxito" y cosas así y lo crucificaban. Pero aguantaba con la misma cara y la misma sonrisa con que soportaba, cuando una gestión le había salido redonda, que el editorialista de turno se lo escatimara. Era elegante y franco. Distinguía entre currito y empresa. Tenía credibilidad.

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Nos hicimos juntos las compras en ARCO Ana, Alicia, Joaquín, el pobre Manzanos (lo que sufría el hombre) y yo. Le dieron hasta en el corvejón (que no sé muy bien por dónde cae), pero Joaquín insistió un año y otro año, expuesto a la chanza, al escarnio, a la descalificación, grosera a veces, palurda siempre. Aguantaba derecho, agradecía nuestro despliegue informativo (que buscaba contrarrestar tanta bandarrada dando mucha información) y encajaba como un señor los chistes. Diré, en su contra, que la mayor carcajada se la oí cuando el neandertálico de Oroz me dibujó en la viñeta aplaudiéndole el cactus. ("¡Qué bueno, Víctor! ¡Qué bueno!", decía, y volvía a despitorrarse). Pero recuerdo haber visto en la Feria aquella, la del cactus, la colección de la Diputación de Vitoria, una maravilla empezada con la misma idea que Joaquín sólo que 30 años antes (sauras, barcelós, antonioslópez, Crónicas, la pera...), mientras teníamos que aguantar al cronista del blablabá pontificar desde su columna la necesidad perentoria de comprar paisajitos de Pamplona. Con los ciervitos de la Taconera, le faltó decir. La caraba. Y qué casualidad. En los mismos días en que se nos ha marchado Joaquín, aquella misma colección alavesa de asombro se bautiza como Artium y ahora a todos se les cae la baba. Lo que se estará riendo ahora, digo yo, con la agenda bajo el sobaco derecho y gesticulando con la izquierda. Nos hicimos luego, mano a mano, papel va, papel viene, la Fundación Municipal Teatro Gayarre, que tuvo tela. Idas y venidas con la oposición mareando la perdiz, negándose en redondo, con una cortedad de miras desquiciante. Él se desesperaba. "Señores, que ustedes están condenados a gobernar, tengan visión de ciudad", les repetía una y otra vez. No hubo manera. No

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apoyaron la fórmula y apuntaron que se la cargarían una vez retomado el mando. (También lo dijeron con las compras, ojo, y ahí siguen. Afortunadamente). Y nueva casualidad. En los mismos días en que se nos ha marchado, la oposición hoy gobierna la ciudad y la Fundación publica unos resultados de fábula: en espectadores, nivel artístico, ingresos. "¡Qué bueno! ¡Qué bueno!", seguro que se estará repitiendo a carcajadas. O acudirá a su mejor frase, su razonamiento incontestable con el que justificaba su gestión, y que yo he hecho mía: "Practico la demagogia de los hechos". Un día me buscó apurado. Me había dicho esto y luego en el dossier de su departamento municipal ponía lo contrario. Esperé sin publicar nada. "¿Creías que te había mentido?", me preguntó nervioso nada más localizarme. - Pensé que el papel tenía que estar equivocado. A ver. Sonrió. Tenía mano con el Palacio de Navarra y me consta, porque me lo dijo, que resolvió directamente con el presidente asuntos que se le empantanaban en el Ayuntamiento. No me extenderé sobre su postura enérgica, firme, apartidista, en temas de terrorismo, que le dieron un halo de grandeza. Recuerdo su forma de trabajar con los plumillas. Acababa de ser enterrado Tomás Caballero y a uno que conozco le pidieron de arriba unas declaraciones suyas sobre un futuro homenaje ciudadano. "No es el momento", dijo Pascal. "Esto es lo que hay", le rogó el otro, pidiéndole el favor. Acogiéndose al tercer enunciado de la credibilidad, pactaron: "Joaquín, tú me cuentas lo que sabes, estudiamos lo que crees que se puede decir un día como hoy y negociamos el titular". Así se hizo. El entonces teniente de alcalde de Pamplona explicó que se hablaba de una plaza en la Rochapea o de dar el nombre del asesinado al pabellón Arrosadía, cosa que no le gustaba, porque no funciona bien lo de rebau21


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tizar. El redactor le sugirió la antigua fábrica "del Gordo". - ¿Repíteme? - La antigua hilatura de José Vilá. Hoy es un parque que linda con Oberena, el club que Tomás presidió, y con la cooperativa de viviendas de Santa María la Real, de cuya primera junta formó parte, donde vivió toda su vida pamplonesa y adonde le fueron a buscar para matarlo. Joaquín Pascal sabía escuchar y, en general, andaba más sobrado de neuronas que sus interlocutores. Fue listo. Convirtió en plaza el antiguo cruce de Tajonar y Blas de Laserna y amplió el homenaje a Tomás Caballero, cuyo nombre se repetirá por siglos (para escarnio de sus asesinos) tanto entre los asiduos al parque como en el correo que llegue y salga de los Edificios Inteligentes. Y Joaquín se fue, tercera casualidad, en vísperas del aniversario de aquel crimen. Últimamente, lo saludaba a menudo en el Gayarre (teatro, cecilios y esas cosas de culturetas). Disfrutaba como un cosaco ahora que todos, los suyos y los otros, habían malbaratado su caudal político y vivía apartado de los media. Me felicitó a gritos por una de mis movidas, en los pasillos de la UNED, riendo, gesticulando, mientras mantenía una conversación con otros tres a la vez y seguro pensaba ya en una cuarta, porque su cabeza funcionaba como un cohete. Iba yo con prisa y le gesticulé: "Ya estaremos". - Ya estaremos. Qué casualidad. Anduve por Madrid, en la inopia, y regresé a Pamplona el lunes 6 de mayo. Junto a la cama tenía la pila de periódicos atrasados, que en casa tienen absolutamente prohibido tirar sin que yo les haya dado el visto bueno. Me pongo o no me pongo, pensé. Me puse. Comencé a leerlos, de ayer a anteayer, hacia atrás, como siempre. Lunes, domingo, sábado. Estoy con

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el del domingo y veo la cara de Joaquín Pascal en el resumen semanal, entre los tres destacados. Tate, pensé, ya le han sacado de los cuarteles de invierno (su partido, la ciudad, la Comunidad foral, qué se yo, cualquiera con dos dedos de frente. Un cargo, un puente al diálogo, del que tan necesitados andamos, evitar aquel desperdicio). Lo leo y me quedo helado. Dudo. Pego un salto y me pongo a revolver entre la prensa atrasada: viernes, jueves, miércoles... Renuncio a los titulares, paso del texto. Pero lo veo allí, tendido en el camino, junto a los forales y la ambulancia. Entonces comprendo que era cierto que nos había dejado. Precisamente porque Joaquín Pascal era de los pocos, como político y como persona, que me merecía toda credibilidad, supe que aquella noche ya no iba a poder pegar ojo.

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Fernando Francés La sorpresa es una suerte caprichosa que nos siempre depara buenos momentos y alegrías, a veces se acompaña de amargura y tristeza. La sorpresa me gratificó el día que conocí a Joaquín Pascal. Su afabilidad y energía inundaban su recién estrenado despacho de Concejal de Asuntos Culturales. Indudablemente era un tipo excepcional. Apasionado por la política, gustaba de contarte historias recordando nombres, actos y fechas insólitas. "El día 17 de septiembre de 1973, venía de comprar no se qué y me encontré…". Su memoria era apabullante igual que su discurso. Tenía tantas ganas de contar cosas que le faltaba tiempo y, a veces, no terminaba las palabras ni las frases para ganar algunos minutos o siguiera segundos. Su temperamento valiente le enfrentó a los intolerantes. Cuando contaba su presencia en alguna manifestación minorista y pacifista lo hacía riéndose, osando el peligro pero con una medida inteligente

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como lo hacía todo. Tenía gran pasión por su familia. Hablaba con orgullo de sus hijos y de su mujer. No paraba de contar anécdotas, su pandilla de amigos con los que salía a cenar estaban siempre presentes. Era muy amigos de sus amigos. Un gran tipo. De las anécdotas y aventuras no faltaban aquellas que tenían que ver con los Sanfermines o con los toros. Otra de sus pasiones y de las cosas que vivía con idéntica pasión. Su valentía le llevó a seguir con la colección iniciada en la etapa anterior, cuando no gobernaba su partido en la cultura municipal. Pero él entendió que aquel proyecto debía continuar y lo hizo suyo. Lo sentía propio y lo defendió frente a los críticos y a los demagógicos. Nadie más que él se reía tanto con las viñetas de Oroz. Me las mandaba por fax y luego me llamaba buscando siempre la parte positiva de cada tema. Los buenos se recuerdan, los excepcionales siempre están presentes.

Félix Ortega


EL TIEMPO DETENIDO Alicia Ezker Calvo Es curioso. Vivimos a un ritmo tan frenético que detenerse es una señal de alarma. Se impone la velocidad y en la prisa de cada día perdemos cientos de conversaciones, palabras nunca dichas, cafés que jamás se toman, llamadas sin contestar, mensajes sin devolver... Y ocurre que de golpe la vida ha pasado y no nos hemos dado cuenta. Pero a veces, de pronto, perdemos el tiempo en una larga conversación, hablando de uno de esos temas intrascendentes (por ejemplo de arte), sin palabras grandilocuentes, ni falsas pretensiones. Hablar por hablar, para conocer al que conversa, para disfrutar robando tiempo a la prisa para luego perderlo entre amigos (aunque no sean de los de toda la vida sino de ese género de amigo profesional tan en alza en estos tiempos). Con Joaquín Pascal me pasaba eso. Encontrarte con él siempre era una buena excusa para aparcar la urgencia y entregarte sin prisas a una conversación. Él, que era un hombre de por sí acelerado (los números siempre exigen precisión y rapidez), pisaba entonces el freno. Mi memoria siempre ha sido fotográfica para las personas, para recordar detalles, retener colores, gestos, escenas... pero con Joaquín, la memoria me lleva a la palabra y de ella a las imágenes. Y me lleva a las conversaciones con Lola Garrido sobre las bellas fotografías de Inge Morath de Pamplona y los Sanfermines (otra de las pasio-

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nes de Joaquín) o a la charla con Inge Morath sobre la persona de Lola Garrido y de ella a su colección de fotografías y del coleccionismo privado al coleccionismo público y de la pasión por el arte para uno mismo a compartirla con los otros y de allí a Arco... Creo que Joaquín siempre estará en algún lugar observando, en la gran feria de la vida, como esa niña que subida al vallado del encierro mira hacia adelante con ojos curiosos, observando y aprendiendo. Mirando un cactus y viendo que ese no es cualquier cactus sino parte de una obra de arte; aunque no lo entiendas; descubriendo la sutileza de las creaciones de Dario Urzay y exclamando, sonriente, "Me la compraría pero Reyes... me va a acabar quitando la tarjeta", sabedor de que el mero hecho de rozar lo que uno desea ya es un logro.

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Siempre uno mรกs es uno menos. Morir en vida es igual a vivir la muerte. Un viaje de ida y vuelta por nuestro querido universo. Querido amigo.

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Angel Arbe


Juan Zapater No nos conocemos a nosotros mismos, nosotros los conocedores. (...) Si nunca nos hemos buscado ¿cómo íbamos a poder encontrarnos algún día? La genealogía de la moral Friedrich Nietzsche

Y si no nos conocemos ni a nosotros mismos, cómo saber algo del otro, del que se sitúa a nuestro lado, del que pasa y deaparece dejando la sombra huidiza de sus huellas sobre la arena.Y más grave aún, qué se puede decir de él cuando su marcha definitiva provoca un indescriptible sentimiento de dolor, vacío y angustia. En Mi último suspiro, libro testamentario con el que Buñuel se despedía de la vida, relata una peculiar costumbre: tenía dos agendas, en una estaban los amigos vivos, en la otra los que ya se habían ido de la vida. Conforme aumentaba el número de los nombres incluidos en esta última crecía su soledad y con ella la certeza de que el final de la cuenta atrás se aproximaba. Probablemente ahí germina la causa del dolor que provoca entre los vivos la muerte de los demás. Pero no es cierto que la muerte iguale a todos, al menos no hasta el punto de borrar su singularidad, la individualidad del sujeto permanece mucho más allá de su paso por la existencia. Y la de Joaquín Pascal era, y por lo tanto sigue siéndolo, proverbial. No puedo reclamarme amigo suyo, no al menos en el sentido de haber compartido tiempo y complicidades. En realidad apenas coincidimos en un puñado de ocasiones y realmente casi nada supe de su vida. La mitad de nuestros encuentros fueron profesionales; yo preguntaba en mi calidad de periodista, él contestaba en nom-

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bre de lo que en cada caso representara: a veces la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Pamplona, otras su condición de profesor de matemáticas de la UPNA, unas pocas respondieron a su condición de hombre político pero todas, en todas, siempre se imponía la dimensión del hombre comprometido con un ideario, con un proyecto de esperanza que aspiraba a aumentar, a mejorar esas grandes cuestiones llamadas justicia, paz, cultura y convivencia. Poco a poco, cada uno de nosotros fue desprendiéndose de nuestras respectivas funciones para comunicarnos, para hacernos partícipes y discutir, acercar y compartir esas e-mociones que na-da tienen que ver con la convencionalidad de la hue-ca retórica. Con-forme el tiempo pasaba y aquel hombre derrochaba entusias16 mo y felicidad empecé a presentir qué grande era la distancia que separaba la imagen del hombre público de la persona íntima. Aquella distorsión nacía no porque este hombre se ocultara detrás de esa máscara que acostumbran a utilizar los actores en sus representaciones y los políticos cuando ejercen la función pública sino porque era evidente que la cabeza y las emociones de este hombre corrían muy por delante de lo que nos es dado disfrutar a la mayoría. A Joaquín se lo llevaban dos demonios exigentes: la generosidad y la inteligencia. Con la primera escondía la segunda para evitar molestar a quienes no sabían ni podían seguirle en esa carrera veloz, acelerada y enérgica con la que se mostraba en vida.

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Era sorprendente ver como éste hombre que transmitía entusiasmo a borbotones, que hablaba al galope y amaba sin mesura era capaz al mismo tiempo de vislumbrar al instante el camino más corto y recto con la lucidez sencilla de un maestro budista. Y lo mejor aún, era capaz de esperar que sus contertulios llegaran por sí mismos al punto en el que él había llegado desde la primera palabra. Huelga decir que muchos no llegaban nunca. Por eso tal vez, ahora que ya no podré seguir conociéndole, desde aquella mañana que oí sin creer la noticia de que había muerto solo, explorando un camino limpio, en día de mucha luz y cerca del gorgoteo de una fuente próxima, decidí conservar una imagen suya radiante de felicidad plena. Ocurrió hace unos años, minutos después del comienzo de unos sanfermines -fiesta para él muy querida-. Una vez que hubo pasado la tensión previa y con la algarabía ya desbocada, Joaquín buscó un rincón tranquilo en el anonimato de un balconcillo late-

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ral de la casa consistorial. Desde allí oteaba el fluir de miles de traseúntes desbordándose por la cuesta de Santo Domingo. De haber sido fotógrafo, no lo hubiera dudado. Aquel cuerpo levitaba y aquella cara rebosaba más sensación de fiesta que los miles de rostros que en la calle comenzaban a sentir el vértigo de fiesta. En alguna ocasión me contó cómo había disfrutado al poder penetrar y conocer mejor la obra de algún artista gracias a uno de mis escritos y me dio las gracias. En esta ocasión -lamento no haberlo hecho antes- debo reconocer que gracias a Joaquín me fue dado comprender y por eso mismo querer a la fiesta sanferminera y a la gente, a esa sociedad exaltada cuyas actuaciones y comportamientos más de una vez me resultan terribles. A este pueblo quería profundamente Joaquín Pascal, a su ritual festivo le rendía cuentas, pero hombre progresista, racional e inteligente para esta sociedad Joaquín Pascal sabía de la necesidad de seguir avanzando, de mejorar. Y para ella soñaba facultades de Bellas Artes, Centros de Arte Contemporáneo, calles habitables y personas conviviendo en paz. Ya ha quedado dicho que no conocí mucho a Joaquín Pascal pero sí lo suficiente como para saber que sin él cumplir esos deseos, se nos pone más cuesta arriba. Por eso hay muertes como la suya que nos duelen más porque -y somos egoístas- a quienes más dan, más se les echa en falta.

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Koldo Sebastiรกn


Carta a Joaquín, 29 de junio de 1999 María de Corral Querido Joaquín: Acabo de volver a mi despacho después de varias semanas de viaje y me he encontrado con la noticia de que cesas como Concejal de Cultura de Ayuntamiento de Pamplona. Créeme de verdad que dicha noticia me ha causado un gran disgusto, en mi larga experiencia con instituciones y organismos públicos, pocas veces he trabajado con la libertad y el apoyo que siempre has concedido a tus colaboradores y pocas veces he visto realizar un trabajo con la continuidad y coherencia que tu le has dado a tu cargo a lo largo de estos años; continuidad y coherencia que son imprescindibles para poder desarrollar una labor en las artes plásticas, ya que los resultados sólo se ven después de un largo periodo. También me gustaría destacar tu apertura hacia el arte más actual de todo el Estado Español, e incluso los inicios de una colección internacional, es una apuesta de futuro y la mejor forma de ayudar a los jóvenes creadores. Un fuerte abrazo.

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Carta a Joaquín, 28 de junio de 1999 Miguel Fernández Cid Querido Joaquín: Ante tu próxima marcha de la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Pamplona quiero transmitirte (en mi nombre y en el de mucha gente del llamado "mundillo artístico") nuestra gratitud por la firme actitud y el entusiasmo con el que has defendido la política referida a las artes plásticas. Cuando lo habitual es que se defienda poco el arte más contemporáneo, o si existe la defensa se pida un inmediato eco público, iniciar -como es tu caso- una tarea que sabes que sólo se asienta con tiempo, resulta especialmente elogiable.

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Quiero decirte que en muy pocas ocasiones me sentí tan respaldado en las decisiones como cuando las tomé referidas a actividades del Ayuntamiento de Pamplona. Lo curioso es que, al final, repasando esas actuaciones, debo felicitarte doblemente: en vez de repetir lo fácil y formar una colección de artistas locales, nos estimulaste a que ampliásemos las fronteras para que las inclusiones navarras tuviesen pleno sentido. Haciéndolo así -y respaldándonos como nos respaldaste- conseguiste -muy astuto- que pusiésemos especial empeño en fijamos en los artistas navarros. Ojalá tus sucesores sepan ver que ése es el camino: tal vez no otorgue el aplauso inmediato (lleva su tiempo asimilar lo contemporáneo), pero al final la acción es más firme y duradera. Gracias por todo, de verdad, y hasta pronto. Con un abrazo fuerte. 41


JOAQUÍN PASCAL, UNIVERSITARIO Y TAURINO CABAL Antonio Purroy En esta primavera radiante se ha ido para siempre Joaquín Pascal, un buen universitario, un gran aficionado y, sobre todo, un amigo. Quiero evocar una de las facetas vitales de Joaquín: su afición a los toros. Joaquín Pascal fue una persona íntegra en sus convicciones y en sus aficiones. Como es sabido, una de las más profundas fue su afición a los toros. Aficionado de verdad, del toro bravo e íntegro, y del toreo de arte. Por eso le gustaban los "victorinos" y por eso era un admirador entusiasta de Luis Francisco Esplá. Conversador infatigable, con una memoria prodigiosa, relataba toros y faenas con gran pasión. En realidad, era un apasionado en todo. Estoy seguro de que su conocimiento de los toros le ayudó a ser uno de los primeros espadas de la política navarra, por la que también sentía una gran pasión. Porque en España difícilmente se puede ser un buen político sin ser al mismo tiempo un buen aficionado a los toros. Lo que sentirás, Joaquín, es no haber podido acudir este año a la feria de San Isidro. Cuando la víspera de tu muerte, un martes soleado y caluroso, nos vimos por última vez en el Campus de la Universidad, aún nos quedó un resquicio 42

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en nuestra rápida conversación para bromear sobre esa bonita corbata de toreros que a menudo te ponías, corbata que anunciaba el comienzo de tu temporada madrileña. El domingo 12 de mayo volví a la plaza de las Ventas y estuve toda la corrida recordando con nostalgia a dos buenos aficionados, a dos grandes amigos, a dos Joaquines: Joaquín Pascal y Joaquín Vidal, el crítico de El País que murió apenas 15 días antes que tú. Más vale que la corrida de Hernández Plá fue brava, encastada y emocionante, como a vosotros os gustaba. Tuve la suerte, además, de contemplar el juego de "Guitarrero", que fue capaz de ponerme los pelos de punta. La vuelta al ruedo de este bravo y a pesar de ello noble toro (¿quién dijo que un toro bravo no podía ser noble?) la viví como un homenaje a dos aficionados que, cada uno en su ámbito, han defendido a ultranza la pureza y la integridad de la Fiesta. Aunque amabas los Sanfermines con locura, desde que dejaste de ser concejal te veías en la casi obligación de abandonar la ciudad en esas fechas mágicas y entrañables. Tu maldita pérdida de libertad llegaba hasta esos extremos. Pero por eso no dejabas de sernos fiel en la distancia a través de los medios de comunicación. Más vale que, como dicen los ganaderos, dejas una muy buena "reata", tus hijos, por los que también sentías una gran pasión. Por una parte, tu hijo Jokin, Ingeniero Agrónomo de nuestra Escuela y por otra Mariano, también 43


exalumno de la Universidad, esa que tanto querías, un aficionado joven y cabal, que es una garantía para la Fiesta. Pero no quiero acabar estas líneas sin referirme a tus últimas preocupaciones universitarias. Querías a nuestra Universidad tanto que en tus últimas semanas te habías volcado en tu particular campaña electoral de cara a las elecciones al Claustro del 23 de mayo. Tenías muy claro por qué y para qué querías ser claustral. Estoy seguro que allí donde estés habrás dado un bote de alegría por los buenos resultados obtenidos. Quiero que sepas que la noche de las elecciones unos cuantos te recordamos con emoción y te brindamos parte de nuestra victoria. Estoy seguro que con tu ayuda los resultados habrían sido aún mejores. La muerte de Joaquín Pascal deja un hueco importante en el devenir diario de Navarra: en la política, en la Universidad, en la cultura, en la afición…, y lo que es más importante, en la amistad.

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José A. Iturri JOAQUÍN PASCAL Los periódicos -lo llevan escrito en su frente- tienen la imperiosa necesidad de llevarse por delante todo lo que tocan. Como si un viento fatalista soplara sobre sus páginas para contarnos siempre, o casi siempre, noticias de huidas o alejamientos definitivos. Los periódicos no tienen corazón, o lo disimulan mucho, y pasan por las tragedias personales como de puntillas, sin otra referencia que una esquela, adornada, quizás con algún memorando o algunas efemérides en la sección correspondiente. Los periódicos, como casi todo, siempre duelen en alguna parte, siempre se clavan en el corazón de alguien. Pero, a veces, el dardo parece de ida y vuelta. Y una noticia duele por derecho propio donde siempre duele más cerca la muerte -su gente- y duele también en el corazón de los periódicos, que se quedan sobrecogidos y en suspenso, como cuando alguien pierde un amigo. Así con la muerte de Joaquín Pascal. Que a Joaquín Pascal le haya sorprendido la muerte paseando en la soledad de una mañana primaveral y hermosa, teniendo como testigo el rompiente espectacular de las Peñas de Unzué le puede añadir una cierta brillantez a la

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negrura de la noticia, un cierto brillo periodístico, un raro fulgor literario. Poca cosa, supongo, como para consolar a quienes tienen que aprender a vivir con su muerte a partir de ahora. Joaquín Pascal se había dedicado a su silencio desde hace tres años y, por lo que me consta, en eso estaba. Poco tiempo, para que las páginas de esta sección de Pamplona, que recorrió a lo largo y ancho durante sus ocho años de concejal en el Ayuntamiento, hayan olvidado su paso. Los periódicos, amigo Joaquín, sólo pueden pararse un segundo y medio. Y luego, como muy bien sabes, toca arrear. Los periódicos nunca apagan del todo sus máquinas, y con fatigoso y cruel empeño, apenas publicada tu necrológica, ya buscan otras tragedias y otros muertos. Lo extraño de todo esto es la rara facilidad con la que se va la gente en estos últimos tiempos. Causa perplejidad y asombro -vamos a dejar el miedo arrumbado en otra partecómo una mañana sí y otra también, alguien te cuenta que tal o cual se marchó hacia otros paisajes y otros sueños. Ayer te tocó ser noticia, pero, por si de algún consuelo te sirve, te diré, amigo Joaquín, que todos tenemos una gacetilla necrológica ya escrita y esperándonos. Nos llevas de ventaja algunas hermosas circunstancias. Como esa mañana primaveral y luminosa brillando en las Peñas de Unzué. Saludos.

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Pedro Salaberri

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VIVE EN LA MEMORIA José Antonio Gaciño (Sevilla) Arturo Vega (Móstoles. Madrid) Conocimos a Joaquín en Madrid, cuando éramos estudiantes en aquellos años sesenta que tanto ilusionaron al mundo (o, por lo menos, a los que despertábamos a la esperanza en medio de aquella "larga noche de piedra" que describiera Celso Emilio Ferreiro, y en cuyo final tratábamos ya de iluminarnos). Joaquín era un torrente de vida y de entusiasmo, lo mismo celebrando la fiesta de Santa Agueda en las noches madrileñas que corriendo delante de los grises. Para nosotros, eran tiempos de iniciación. Vivíamos la aventura de descubrirlo todo: desde los sangrientos orígenes del régimen mediocre que nos negaba la libertad hasta los anchos horizontes de las utopías revolucionarias. Los horizontes, ya se sabe, nunca se alcanzan, pero hacia ellos nos dirigíamos con toda la generosidad juvenil de la que éramos capaces. Profesiones distintas en escenarios diferentes, en el vertiginoso proceso histórico que vino después, nos separaron. Y ya no volvimos a tener noticias de Joaquín hasta unos treinta años después, cuando leímos en los periódicos -oímos en las radios, vimos en las televisiones- que estaba amenazado de muerte por ese grupo terrorista que ha confundido los horizontes 50


utópicos con determinados límites geográficos y, lo que es peor, está dispuesto a fijarlos con sangre. Comprobamos entonces, cuando volvimos a hablar y cuando volvimos a abrazarnos, que Joaquín seguía siendo el mismo torrente de vida y de entusiasmo de los viejos tiempos, y que su trayectoria personal había sido totalmente coherente con las esperanzas y los compromisos que habíamos compartido en los años de las ilusiones. Recuperábamos al mismo amigo generoso y optimista, de risa franca y mente clara, al que habíamos dado por perdido en el túnel de la madurez. Ha durado poco. Como en la elegía de Miguel Hernández, "un hachazo invisible y homicida" ha partido su corazón para siempre, mucho antes de lo que le hubiese correspondido de acuerdo con las probabilidades estadísticas. Los terroristas no tuvieron que gastar munición. Eso que, en un sentido amplio, llamamos naturaleza se ha encargado de engullirlo, como reclamando su prioridad y su urgencia por quedarse con alguien que tanto la amaba. Puede que la rabia sea mayor por no tener a quién culpar de esta desaparición definitiva que deja más empobrecido nuestro panorama de la amistad. Valgan, pues, estas líneas para contribuir a mantenerlo vivo en la memoria de cuantos le conocimos. Porque, como los 51


milicianos anónimos con los que Javier Cercas da sentido a su Soldados de Salamina, Joaquín va a seguir vivo mientras le recordemos, mientras queramos mantener presente, hablando o escribiendo, su ejemplo de hombre honesto y consecuente, solidario y comprometido con la libertad, un auténtico héroe de lo cotidiano, muy por encima de quienes practican heroicidades sanguinarias que sólo conducen a la destrucción. Y aquí seguiremos, tratando de mantener viva su herencia de alegría y optimismo, aunque sin poder evitar sentirnos un poco más tristes y solitarios. ›

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JOAQUÍN PASCAL Alfredo Pérez Rubalcaba La muerte repentina de una persona todavía joven, llena de vida, siempre se nos antoja injusta. Este es el sentimiento que me embarga cuando escribo estas líneas. Diré más. Doblemente injusta. Porque las estadísticas nos dicen que a Joaquín todavía le quedaban muchos años por cumplir. Pero, sobre todo, porque desaparecido el amigo, quienes le conocimos y disfrutamos de su entusiasmo, de su bonhomía, nos sentimos obligados a rendirle un homenaje y no podemos dejar de preguntarnos por qué no lo hicimos antes, cuando vivía. Por qué no fuimos capaces de decirle a la cara lo que le apreciábamos, lo mucho que agradecíamos su trabajo, su amistad, su compañerismo, su lealtad. La muerte, a menudo, hace que lleguemos tarde, que le digamos al amigo lo que pensamos cuando él ya no nos puede escuchar. Por eso, Joaquín, la muerte ha sido doblemente injusta contigo. Te ha sorprendido cuando te quedaban muchas cosas por hacer, te ha arrebatado proyectos, un futuro que biológicamente todavía te correspondía. Pero, sobre todo, te ha impedido conocer cuántos amigos tenías, cuánto te queríamos los que disfrutamos de tu amistad. He dudado a la hora de redactar estas palabras. No quería, por nada del mundo, que sonaran a elogio póstumo, obligado, indefectiblemente retórico. Me he decidido, finalmente, a hacerlo. Por una razón 54


bien simple: creo que a ti, Joaquín, te hubiera gustado que lo hiciera. Por los tuyos. Tengo de Joaquín dos recuerdos bien distintos. El primero asociado al trabajo que desarrollamos conjuntamente en educación. Fueron tiempos felices, duros pero llenos de una ilusión en la que nos reconocíamos ambos, la de mejorar las posibilidades de formación de quienes durante demasiado tiempo, en nuestro país, vieron cómo su destino estaba indisolublemente ligado a su cuna, a su origen social y económico. El segundo es mucho más triste. Se refiere a la época en la que unos malnacidos decidieron hacerle a él y a su familia la vida imposible. Entonces le vi sufrir. Por los suyos, a los que he dedicado estas líneas. No puedo esconder que, cuando me comunicaron el fallecimiento de Joaquín, pensé que su corazón no había podido resistir tanta maldad, tanta insidia. Fue sólo un segundo. La memoria es fuertemente selectiva y la imagen del profesor comprometido, optimista, vital, combativo, se impuso y borró para siempre la otra, la del edil abrumado por la maldad incomprensible de quienes sólo son capaces de odiar. Y con ese Joaquín me he quedado. Porque además de trabajo, proyectos e ideas y, quizá, por encima de todo ello, Joaquín y yo compartimos el legado más importante que nuestra generación ha dejado a los españoles que nos van a seguir: una transición a la democracia que hizo de la paz, el perdón y la piedad azañistas sus más preciadas señas de identidad. 55


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Juan Belzunegui


Aurelio Arteta Un tremendo hachazo se nos llevó el miércoles a Joaquín Pascal. Nos hemos quedado mudos y estas palabras apenas acertarán a decirlo que, conforme pasen los días, nos irá llenando el alma y la boca. A lo más, ahora sólo podríamos clamar contra esa colosal injusticia y sinsentido que es el que, como los bichos o las plantas, los seres capaces de conciencia y libertad tengamos también los días contados. Ahora mismo sólo sabemos que de repente nos ha dejado el marido, el padre, el hijo, el hermano y, además, el amigo. Desde este último título, que él tanto cultivó, me toca hablar. Esa fue una de sus mejores cualidades: era tan amigo porque no sabía vivir sin amigos. Y, conociéndole, intuyo qué es lo que en esta desgraciada ocasión hubiera deseado: tras agradecer nuestra tristeza, nos pediría encarecidamente que volviéramos cuanto antes y en lo posible a sonreir. Sería largo pasar revista a sus muchas virtudes, que eso quedará entre los que le queríamos e incluso entre quienes no le quisieron tanto.

Aunque, ¿cómo no referimos a su intensa alegría, capaz de detectar lo bueno hasta en lo poco menos que horroroso y de levantar así los ánimos de los más melancólicos?; ¿a ese contagioso optimismo que, aun en mitad de los peores momentos, le hacía an-ticipar la luz del final del túnel?; ¿a esa lealtad hacia los amigos, ese afán de componer lo que amenazaba quiebra, esas dotes para disculpar y perdonar? Que uno recuerde, Joaquín no solía hablar de la muerte, pero tal vez por ahí rondaba el secreto de aquella magnífica comprensión, acogida y afabilidad que prodigaba con todos. Me parece que entendió que nuestra comunidad más honda, la que nos vincula más allá de cualesquiera distancias, radica en la conciencia de nuestra fragilidad y finitud, en nuestra condición de morituri, es decir, de seres que nos sabemos destinados a morir. Supongo que tampoco sospeché que la suya se iba a presentar tan temprano. Y, sin embargo, estoy seguro de que no la temía en exceso, sencillamente porque prefería pensar que esa muerte quedaba compensada por lo mucho que día tras día sabía gozar 57


de la vida. En esta asignatura crucial siempre le consideré mucho más sabio que en Matemáticas. Pero llegó a ser también mi hombre público y atesoraba unas cuantas virtudes civiles de las que sería bueno que sus conciudadanos tomáramos nota. Ante todo, era una persona que veía siempre en los demás a otras personas. Por encima o por debajo del adversario -incluso de quien llegó a amenazarle- sabía descubrir la humanidad compartida. Poseía asimismo va-lentía o coraje, eso que también en política es seguramente la primera excelencia y condición de todas las demás. Así que se enfrentó

como pocos (como su amigo Tomás) desde el Ayuntamiento a la barbarie de los unos, a la justificación de los otros y a quienes no se enfrentaban a unos y a otros. Eso le costó vivir el resto de su vida con una compañía que no había escogido, pero que acabó en-cantada de acompañarle y protegerle. Fue, en fin, capaz de algo muy poco frecuente entre los humanos: atreverse a mirar hacia atrás, reconocer pública-mente algún error y, a la vista de todos, rectificar. A nuestra edad, además de agallas, hacen falta mucha nobleza y mucha generosidad para eso. Han pasado sólo unos días desde que, con nombre y apellido y en

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voz alta, denunciara de nuevo en el partido al que pertenecía y en la Universidad en la que enseñaba lo que demasiados aún callan. En poco tiempo vamos a caer en la cuenta de lo que hemos perdido al perder a Joaquín. Por mucho que los amigos le lloremos, no podremos ponemos en el lugar, quiero decir: en el dolor, de Reyes, Jokin y Mariano, de sus padres y sus hermanos. Es una de las paradojas del hombre bueno: que, mientras en vida alegró a muchos,

no puede morirse sin hacer sufrir a esos mismos al menos otrotanto. En lo que a algunos de nosotros concierne, siempre imaginamos que íbamos a envejecer en la cercanía y nos entregaríamos al mucho palique, de tantos recuerdos como él más que nadie nos iba a proporcionar con todo lujo de detalles. Ya no será así y nos las tendremos que arreglar sin él. Lo que nunca podremos, aunque lo intentáramos para aliviar un poco nuestra pena, será olvidarle. Gracias, Joaquín, y hasta siempre. 59


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JOAQUÍN PASCAL O LA PASIÓN POR LA LIBERTAD Ignacio Aranaz El jueves por la tarde me llamó porque no conseguía mandar un correo electrónico a la red interna de la universidad. Y ahí estuvimos, en su despacho, peleando con la máquina, hasta que al final el correo entró. No quería terminar el día sin mandar ese mensaje, aunque tenía prisa porque había quedado con Reyes para ir al concierto del Teatro Gayarre: esa tarde tocaba la Orquesta Pablo Sarasate. Creo que era la segunda vez que yo entraba en su despacho, en los dos años largos que llevo en esta universidad. Como costó un rato que pasara el correo electrónico, tuve tiempo de fijarme en los objetos que tenía allí: un gran cartel de una exposición del Ayuntamiento de Pamplona sobre adquisición de obras de arte, una foto de un torero en la tarea de ponerse el traje de luces, un montón de archivadores en lo alto de dos muebles llenos de libros de matemáticas, con la documentación de los cursos del Certificado de Aptitud Pedagógica y un mapa de Navarra, uno de esos mapas de plástico en relieve, donde se ven muy bien todas las montañas. Me fijé que tenía la persiana medio bajada y que la parte de cristal que quedaba a la vista estaba cubierta por un plástico traslúcido. Había también varias fotografías, entre ellas una en la que estaba sonriendo, como siempre, en alguna rueda de prensa junto a un hombre que no identifiqué. Había muchas más cosas, como es natural, pero recuerdo ahora mismo sólo éstas. Tengo la impresión de que estos objetos retrataban con bastante precisión el mundo de Joaquín, al que habría que añadir, como es natural, a Reyes, a sus hijos y a la gran familia de amigos.

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A pie de obra Recuerdo a Joaquín repartiendo el programa electoral de su partido a la puerta del Mercado de Santo Domingo, en la penúltima campaña electoral, haciendo política a pie de obra, persuadiendo con razones, con palabras. Su paso por el Ayuntamiento de Pamplona, al frente del Área de Cultura, lo tenía muy presente. Creo que se sentía satisfecho de su trabajo, especialmente de la labor en artes plásticas, con esa política de adquisiciones en la feria Arco de Madrid. No sé quién era el torero de la foto, pero ahí estaba la pasión de Joaquín por los toros, quien seguro que ya se había organizado el trabajo para poder acudir a dos o tres corridas de la Feria de San Isidro de este año. Era un hombre tan previsor, se organizaba el tiempo con tanta antelación, que no sé si su muerte no le habrá cogido a contrapié, como a nosotros. Los estantes, como digo, estaban llenos de libros de su materia universitaria, las matemáticas, por las que tenía verdadera pasión. Además de sus asignaturas habituales impartía clases de lógica matemática para estudiantes de ingeniería, unas clases que los estudiantes pueden escoger libremente y que siempre estaban llenas. Con su vocación y su experiencia, conseguía hacer atractiva su asignatura. Encima de los estantes había colocado toda la documentación del CAP en unos cuantos archivadores que ponían como una cornisa blanca en lo alto. Este programa del CAP lo puso en marcha Joaquín en la universidad hace dos años, con gran aceptación y eficacia probada. Igual que en el espacio de su despacho, en su trabajo esta tarea del CAP vino a coronar su dedicación entusiasta a la universidad, rindiendo con ello un gran servicio. El pequeño calendario de su mesa recordaba a las víctimas del 36 terrorismo, destacaba algunas 62


fechas en el año y reclamaba lo que tantos: ¡libertad ya! Ayer justamente participó en la universidad en la lectura pública del Quijote y escogió ese pasaje en el que Don Quijote habla a Sancho de la libertad y dice, entre otras cosas: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida. Que Joaquín lo hizo es cosa bien sabida, como que por defender la libertad de todos vio la suya cotidiana coartada y su persona amenazada. Ese calendario sobre la mesa lo decía muy claro, y esa persiana bajada, ese cristal traslúcido, me hicieron pensar en algunos pequeños detalles que han de tener en cuenta quienes, como Joaquín, no se resignan a agachar la cabeza, no se callan y creen que merece la pena mantener una vida digna. Creo que esta situación de permanente y difusa amenaza que le llevaba a mantener algunas discretas precauciones, a sacrificar algunas viejas aficiones (como la de correr el encierro en Santo Domingo), le daba un plus de energía, de vitalidad, de ansia, que le llevaba a vivir con una intensidad que a otros no alcanza. Y ese mapa de Navarra con todas sus montañas dibujadas, ese paisaje que tan bien conocía y al que le gustaba escaparse siempre que podía, esa imagen de una geografía, de un territorio en el que Joaquín entendía que le había tocado tra-

Pedro Salaberri 63


bajar por la libertad colectiva, esa Navarra que llevaba metida en su alma no como un fetiche al que venerar, sino como un paisaje, como una tierra en la que poder vivir en armonía y en libertad. Recuerdo que esa tarde del jueves, mientras su mensaje se resistía a entrar en la red, me contó su última travesía por el Pirineo, señalando con el dedo el recorrido por el mapa: salieron de Ibañeta y terminaron no sé dónde, muy lejos, en la parte de Francia por lo menos. Era un apasionado de muchas cosas: también de la montaña, a la que iba a respirar, a vivir en amistad, a reponerse, a pensar, a disfrutar de ese impulso, de ese gozoso optimismo que tiene la naturaleza, iba buscando la vida, sin saber que era ahí precisamente, en la montaña, donde estaba el final de todas las etapas de su vida. Alegría y generosidad Joaquín ha vivido en plenitud hasta hoy mismo, con ese buen color que había cogido, con esas ganas de mantenerse a pesar de todo en la pelea política. Ya no en los entresijos domésticos de los partidos, en ese cuerpo a cuerpo que tantas energías consume, sino en esa otra política que ennoblece al ciudadano capaz de afanarse por asumir su responsabilidad colectiva. Ayer mismo, por la mañana, le tuve que llamar para hacerle una consulta sobre la Liga de Debate Universitario. Me atendió como siempre, con alegría, con generosidad, con su palabra certera. Joaquín participó en las dos ediciones anteriores de esta Liga, como juez un año y como capitán al siguiente. Este año podía haber acudido a Madrid como juez también, pero la Liga cambió de fechas y decidió no acudir. La Liga comienza mañana en Madrid. Si hubiera decidido participar como juez no habría podido ir al monte esta mañana y quién sabe. En los últimos tiempos fuimos coincidiendo y hasta un asunto se nos ha quedado en el camino, uno de esos asuntos sobre los que uno espera que se haga justicia. Estoy seguro de que, si puede, nos seguirá echando una mano a los que aquí seguimos, una mano franca, llena, a-pasionada, dispuesta a abrir las puertas de la justicia y de la libertad

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Relación de fotografías 1.

En su despacho, en Descalzos, 72. 2. Carmen Alemán, Reyes Lizarraga, Joaquín, Javier Manzanos, Marga García y Angel Arbe 3. Corriendo el encierro 4. Con Inge Morath y Canito 5. Con Javier Chourraut y Juan Manuel Bonet 6. Norberto Dotor, de Galería Fúcares, y J. Manzanos 7. Joaquín, Javier Maderuelo, Fernando Francés y J. Manzanos 8. En el Riau-Riau 9. Su hijo Mariano poniéndole su primera chistera de concejal 10. De niño en los Gigantes (1957) 11. De joven en el encierro (1969) 12. Con su hijo Mariano fotografiados por Inge Morath 13. Joaquín y Reyes 14. Contemplando a Palazuelo 15. En el Pirineo 16. En la Bienal con J. Manzanos y Jesús Moreno 17. Brindando en sanfermines 18. María de Corral y Rosina Gómez Baeza 19. F. Francés, J. Manzanos y periodistas en Arco 20 y 21. Seleccionando las adquisiciones 22. María Antonia Estevez 23. Tom Carr

24. Gonzalo, de Galería 16, y Mari Carmen Garmendia 25. Siguiendo con las adquisiciones 26. En el Stand del Ayuntamiento en Arco´99 27. J. Maderuelo, Miguel Fernández Cid, María de Corral, F. Francés, J. Manzanos y Joaquín 28. Corriendo el encierro 29. Con Arthur Miller e Inge Morath 30. Con Inge Morath y Canito 31. En Mont St Michel con su hijo Jokin 32. En el patio de los gigantes 33. En Japón con Tomás Caballero, José Javier Echeverría y Fefa Itoiz 34. De viaje con Reyes 35. Detrás de un leiro 36. En Arco


Del 12 al 26 de junio de 2002

tiene lugar una exposición en la

Sala Zapatería, 40 del Ayuntamiento de Pamplona bajo el título

A Joaquín Pascal

en la que intervienen los siguientes artistas:

José Ignacio AGORRETA Florencio ALONSO Fermín ALVIRA José Ramón ANDA Angel ARBE Javier BALDA Juan BELZUNEGUI Miguel BERGASA Clemente BERNARD Isabel CABANELLAS Carlos CANOVAS José Miguel CORRAL Fermín DIEZ DE ULZURRUN Antonio ESLAVA Leopoldo FERRÁN Luis GARRIDO Elena GOÑI Nicolás LOPEZ Adriana LORENTE Pedro MANTEROLA Jokin MANZANOS Jorge MARTINEZ Emilio MATUTE

MAYOR José Luis MUÑOZ Eduardo MURO Javier OCAÑA Paco ORTEGA Félix ORTIZ Eugenio OSES Pedro OTAEGUI Alicia OTERO Agustina PAGOLA Fernando PARDO Diana PARDO Julio POLAN Paco POYO Txuspo PUEYO Miguel REKALDE Dick REKALDE Mª José RODRIGUEZ David SABATE Teresa SALABERRI Pedro SEBASTIAN Koldo SAN MARTIN Sagrario SUKILBIDE Juan Mª


Coordinaci贸n Pedro Salaberri Dise帽o Miguel Pueyo Impresi贸n I. G. Castuera S. A. Transporte y Montaje Area Cultural

Agradecimientos A los fot贸grafos Javier Bergasa, Patxi Cascante, Merche Galindo y Jorge Nagore y a todas aquellas personas que han hecho posible este homenaje.


Este libro se termin贸 de imprimir el 4 de junio de 2002 en los talleres de I. G. Castuera S. A. Torres de Elorz Navarra



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