un estilo de vida
Veinte premios de interpretación (en España, Francia, Italia, Estados Unidos, México, Argentina y Uruguay), 55 películas en una veintena de países, varias obras de teatro y series de televisión han consagrado a Assumpta Serna como nuestra actriz más universal. Ha trabajado para directores como Almodóvar y Carlos Saura, ha hecho de femme fatale y de Santa Teresa de Jesús, y ha compartido planos con Sean Pean, Mickey Rourke y Angela Chaning. La otra cara de esta universalidad es que muchos de sus trabajos (como su último papel como Catalina de Aragón para una exitosa miniserie británica sobre la vida de Enrique VIII), no llegan a verse en España. Assumpta Serna ha estado en Sabadell, invitada por la Fundació Caixa Sabadell para dar una conferencia sobre la incursión de la mujer en el lenguaje cinematográfico.
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Assumpta Serna se maneja muy bien con los idiomas: habla seis lenguas, ha obtenido premios de interpretación en países como Italia, donde doblan tanto como en España, y hasta ha conseguido que su marido, inglés, haya aprendido español y catalán. “El hecho de hablar lenguas hace que la gente se sienta relajada para hablarte de las cosas que a ellos les preocupan”. Y es que la actriz catalana es una ferviente partidaria del diálogo, en el mundo del cine y en la sociedad. Y diálogo es el objetivo principal que espera lograr como consejera de la Academia Europea. Ésta es sólo una de las muchas tareas que mantienen ocupada a Assumpta Serna cuando no está actuando. Además, es miembro de la Academia de cine de Hollywood, presidenta de la AISGE (entidad de gestión colectiva de los derechos de propiedad intelectual de más 5.000 actores de toda España), imparte cursos de interpretación, escribe (su libro Trabajo del actor de cine fue el primero en español sobre este tema) y dirige. Cuando estás fuera, ¿qué es lo que más echas de menos? No soy mucho de objetos. Quizás gente, amigos. Pero ahora mismo estoy con el e-chat, que un programa de Machintosh, y es una maravilla, me puedo conectar por Internet con muchísima gente. Tengo una cámara, con lo cual también les veo La videoconferencia ha solucionado muchísimos problemas de soledad. Ha paliado mucho el alejamiento que con mi marido Scott pudiéramos sentir.
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Al llegar a una ciudad nueva para rodar, ¿qué es lo primero que te gusta hacer? Confundirme con la gente por las calles. Hacer cosas muy normales, cosas que habitualmente un extranjero no hace: comprar el pan o detergente para la ropa... Voy al teatro o al cine, y aprovecho para ver a los amigos. Hay lugares recurrentes donde acabas pasando tu tiempo, como París, Londres o Roma; allí has ido creando amistades a las que vas viendo a medida que la vida te lleva a esos sitios. Hay una especie de ciudadanía del mundo, gente con la misma historia que tú y con la que a veces coincides. ¿Qué más hago? Procuro comer el plato del país o de la región. Si es un país muy distinto, entonces busco a alguien que sepa alguno de los seis idiomas que hablo y le digo que me lleve a sitios para conocer el país desde dentro. Por ejemplo, en Tailandia la maquilladora me llevó a ver sitios muy bonitos, por los canales, y viví una vida completamente distinta de la que hubiera podido tener como turista. Eso es lo que me gusta: confundirme con la cultura y las gentes. Como actriz internacional, ¿de dónde te sientes? Me siento catalana y después española. Pero con esta profesión tan atípica que han dado en llamar actriz internacional una se siente algo distinta, no sólo de aquí. Es algo positivo, porque te da otros puntos de vista. A raíz de los atentados de Madrid te llamaba gente de Londres, Nueva York y Los Ángeles, preocupada por si te había pasado algo a ti o a los tuyos. Y te explican las noticias de allí. Es interesante ver cómo cada uno cuenta la historia, cualquier historia. Y cómo se hace historia a partir de las distintas opiniones, que muchas veces no son la total verdad. Aprendes que la verdad nunca es única. Esto te da una visión global del mundo más aproximada a la realidad. ¿Cuál es el personaje al que más tienes que agradecer? El maestro de esgrima sirvió para que la gente conociera mi trabajo. Matador, de Almodóvar, significó una salida al exterior importante. En mi primera película con Carlos Saura, Dulces Horas, interpretaba a tres personajes y tuve que hacer un tour de force para llevar los tres a buen puerto. Con mi primera coproducción, El círculo de pasiones, tuve la oportunidad de trabajar con actores de todo el mundo. Me gustó mucho hacer en Francia la comedia teatral El ángel de la información, porque interpretaba a un personaje muy alegre y vital, que tenía una manera de ver las cosas quizá más superficial, pero que te ayuda a vivir. No todo han de ser personajes sufridores, como siempre me tocan. ¿Y un personaje que te gustaría haber sido en la vida real? He hecho muy pocos que me hubiera gustado ser, porque o mato hombres o... No he encontrado ese personaje. Para una actriz es difícil encontrar más de uno o dos personajes en su carrera con los que te puedas identificar totalmente. El personaje de El ángel de la información tenía muchas
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cosas interesantes: era una mujer enamorada de dos hombres a la vez, que es algo que también me pasó a mí con veintitantos años. Con treinta interpreté ese papel y pude entender la historia de esa mujer, comprender que era honesta y que a los dos hombres les decía la verdad. Quizá ese personaje sí tocaba más mi realidad. ¿Qué crees que le falta al cine español? Le falta industria, gente que sea no sólo de la profesión sino del mundo industrial y financiero. Hay muchos creadores, actores buenísimos, guionistas capaces de hacer muy buenas historias, pero falta el trabajo diario de la profesión normalizada. El cine está todavía demasiado cercano a la política. Haría falta una reducción de impuestos, por ejemplo. Pienso que, en general, la gente tendría que escuchar más al otro: aquí cada uno hace su pequeña tienda y hay pocas oportunidades para el diálogo. En el cine nunca hay tiempo, siempre tienes que rodar el siguiente plano. Pero entre película y película la gente tampoco habla, hay como compartimentos estancos: los actores no nos hablamos con los directores, los directores no se hablan con los exhibidores o los distribuidores... Necesitamos crear plataformas y estructuras para fomentar este diálogo. También me gustaría ver un cine donde realmente hubiera un trabajo en equipo. Es lo que yo intento hacer en las escuelas de interpretación First Time. Creo que las cosas funcionan, y en las películas americanas es así, cuando hay un equipo detrás. En el cine somos algo individualistas, tendemos a decir la nuestra sin tener al lado gente que nos apoye. En vez de querer ser guionista, director, productor y actor al mismo tiempo, es mucho mejor y más saludable buscar a alguien a quien le guste tu idea y crear entre los dos. Internet puede ser una buena herramienta para ello.
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Del cine estadounidense, ¿qué crees que deberíamos aprender y qué rechazar? Aprender, la industria, el trabajo en equipo, la ilusión de descubrir cosas. Creo que nos falta la ilusión que ellos tienen,
infantil si quieres, de hacer cosas, de creernos que se pueden hacer cosas, porque si nosotros mismos no nos lo creemos nunca se van a hacer. Ésa es la gran fuerza del mercado norteamericano. Pero cuando uno tiene una industria fuerte, es difícil escuchar al vecino. La curiosidad que los cineastas norteamericanos tienen hacia sus propias obras −o para las obras de aquellos que viven y trabajan allí− no la tienen para con los demás. En España nos falta curiosidad por otras culturas. A diferencia de Francia, veo a España y a Italia, quizá por culpa del doblaje, como países estancos. Tenemos que hacer un esfuerzo por abrirnos a otras maneras de pensar. Mi preocupación dentro de la Academia Europea es precisamente intentar dialogar entre las diferentes culturas. Un tópico falso sobre el cine que desmontes en los cursos de interpretación que sueles impartir. Que los actores de teatro son más buenos que los actores de cine. Es un tópico. La técnica cinematográfica es muy complicada. Porque hay que ajustar lo que uno es en realidad a una técnica muy determinada, a una luz, unos objetivos, unas necesidades técnicas. Entonces el actor se convierte también en un técnico. ¿La responsabilidad social del actor es mayor que la que otros ciudadanos? Como creador, uno tiene la responsabilidad de interesarse por lo que está pasando en tu barrio, en tu ciudad y en el mundo. Uno no puede estar aislado en su burbuja. Somos embajadores de una cultura y tenemos que conocerla. La misión del actor ha sido desde el principio la de bufón: está junto al rey y al poder pero al mismo tiempo lo critica. Eso es bueno. Pero no quiere decir que los actores sean los únicos, ni que ellos tengan más razón que otros. A veces los actores nos ponemos muy serios, hemos de recordar que no estamos curando cáncer, estamos para entretener. Entrevista Elena Calzada Fotos Pablo Cabrera