El Esnob

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LA VENG AN

la revista cultural que se lee en un monitor frĂ­o

LA

VENGANZA

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por Manu Esteves y un poco de Tim Burton


el R E D ACCI o N

FRAN

Sabena

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MAXI

Fernรกndez

I L U S TRACI on

MANU Esteves

D I S EnO

NOE

Rivera

WEB

MILI

Esteves

COLABORACIon

VICTORIA Zerdรก

CAMI

Fernรกndez

MARTIN Ithurbide

& ANA

Ferraris


el SUMARIO

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la fórmula de la venganza FRAN SABENA

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la que no deja ver VICTORIA ZERDA

14 20 herramientas ANA FERRARIS

la justa medida de la crueldad FRAN SABENA

22 elMAXImártir FERNANDEZ 24 esos fatídicos 44 días

MAXI FERNANDEZ


el En el remoto siglo XVIII a. C., Hammurabi –que legó a su hijo un imperio más poderoso que el que heredó de su padre– era el rey de Babilonia. Más famoso que las guerras que libró es el Código que durante su reinado dictó. Éste, de los primeros antecedentes legales que registra la historia, consiste en un conjunto de 282 leyes talladas en piedra que prescriben delitos y sus penas correspondientes, válido para todo aquel que viviese dentro de las fronteras del imperio. En esencia, este código estipulaba que, para cada crimen, se le aplicara al criminal una pena que correspondiese a la gravedad de su falta, siendo muchas veces de perfecta simetría. La “ley del Talión”, que se corresponde en la sabiduría popular con la ley 196 del código de Hammurabi, propone que si “si un hombre destruye el ojo de otro hombre, se le debe destruir el ojo”, igual que si se trata de un diente o de un hueso. En otros casos, la correspondencia es débil y arbitraria: a quien cometiere un robo, la pena a aplicar era la muerte. Parte del espíritu de ese código jurídico sobrevive en los actuales. Eso explica que, en nuestros días, cuanto mayor sea considerado el delito, más cantidad de años debe cumplir el delincuente en la prisión. Y que aún en el siglo XXI se siga hablando de “castigo” para el infractor. Sin embargo, en la Biblia existe un código que es anterior en el tiempo a Hammurabi y que fija una proporcionalidad mucho más severa. En el capítulo 4 del Génesis se narra la historia del primer asesinato, el de Caín para con su hermano Abel. Cuando Dios “se entera” del crimen (el verdadero Dios, creemos, tendría noticia de él antes del primer minuto de la Tierra), condena a Caín a vagar por la tierra con una marca en el rostro, que es signo de su vergüenza y es una prevención para que ningún otro hombre lo alivie de la pena de vivir. Allí Dios le dice “cualquiera que matare a Caín, siete veces será castigado”. La desmesura y la omnipotencia de la deidad le permitía esa represalia, que sin duda tiene su correlato en las organizaciones criminales modernas, que matan al traidor, a su familia y a sus amigos, pues, en ambos casos, cada castigo es también un ejemplo, una jurisprudencia de la experiencia. El límite entre la venganza y la justicia tiende a ser difuso. Quien se venga está, en cualquier caso, aplicando una justicia personal. El vengador quiere establecer un equilibrio en el mundo, quiere ordenar lo que la infracción desordenó. Hay casi una abnegación altruista en él, que se rebaja a cometer un crimen para usufructo de toda la humanidad. Pero si algo personal, íntimo, se puede decir de la venganza –no de su deseo– es que empobrece a quien la comete. El perdón, que muchas veces es una transacción, una negociación interesada entre las partes, es aquí, de ser posible, una perfecta solución. Sin importa el límite al que haya llegado la falta, pues, como escribió Derrida, “no hay perdón, si es que lo hay, más que ahí donde existe lo imperdonable”. Este número de EL ESNOB quiere pensar en los modos que adopta la venganza, cuando es sutil, cuando es indirecta, y también cuando es una declaración, cuando sólo la abierta aceptación del no poder vivir sin ella se convierte en una definición del propio ser.

EDITORIAL


La formula de la venganza POR Fran Sabena · ILUSTRACIÓN Mili Esteves

El autor

Guillermo Martínez nació en Bahía Blanca en 1962, se licenció en Matemáticas en la Universidad Nacional del Sur y años más tarde obtuvo un doctorado en Lógica en la Universidad de Buenos Aires, estudios que complementó en Oxford. Escribió dos libros de cuentos: Infierno grande (1989) y Una felicidad repulsiva (2013); cinco novelas: Acerca de Roderer (1993), La mujer del maestro (1998), Crímenes imperceptibles (2003), La muerte lenta de Luciana B. (2007) y Yo también tuve una novia bisexual (2011); dos libros de ensayos: Borges y la matemática (2003), La fórmula de la inmortalidad (2005); y uno de divulgación científica junto a Gustavo Piñeiro: Gödel para todos (2009). En 2008 Crímenes imperceptibles fue llevada al cine estadounidense como Los crímenes de Oxford de la mano de Álex de la Iglesia. En 2009 se convirtió en el segundo escritor argentino en ser publicado por la revista literaria The New Yorker –siendo el primero, como es de prever, Jorge Luis Borges–, cuando su cuento “Infierno grande” fue traducido al inglés.

La historia

En La muerte lenta de Luciana B., Kloster es un escritor de unos 40 años. El gran público lo desconoce, la prensa no

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puede acceder a su intimidad, pero el mundo literario deja correr su nombre en murmullos, como quien habla con temor de una maravilla inesperada. Tras varios años de trabajar con manuscritos, decide contratar a una mecanógrafa a quien poder dictarle mientras piensa, de pie, moviéndose de un lado al otro de la habitación. Luciana, de 18 años, responde al aviso en un periódico, y al poco de trabajar con Kloster se muestra como una excelente colaboradora. Es expeditiva, es silenciosa, no tiene faltas de ortografía y es bella. No del tipo de belleza que genera una atracción perturbadora, sino de aquella que es apreciable contemplar. Las novelas de Kloster están plagadas de asesinatos y actos de variable crueldad, pero es un hombre casado –con una ex modelo– y tiene una niña de pocos años, que es su adoración. Tras un malentendido, o una confusión, el escritor intenta un avance con su secretaria. Ésta se niega, huye de la casa y pocos días después envía a la casa de Kloster una denuncia por “acoso sexual”, en la que ella verdaderamente no cree pero que fue instada por su abogada. Antes de que el escritor pudiera evitarlo, su mujer lee la denuncia y acude a un juez que rápidamente otorga la tenencia de su hija en común a Mercedes, la madre. Poco tiempo pasa hasta que ésta,


desequilibrada mentalmente desde que dio a luz, no puede evitar –o no quiere evitar– que su hija muera en un confuso accidente. La luz en los ojos de Kloster se apaga. Durante los siguientes diez años, el novio, los padres y un hermano de Luciana mueren como consecuencia de accidentes sorprendentes o insólitos. (Un guardavidas que se ahoga en el mar, una tarta intoxicada con hongos venenosos…) Su diagnóstico es claro: Kloster, el malvado escritor que destroza cuerpos en su obra literaria, está, lentamente, cobrándose venganza. Nuestro narrador, un escritor diez años más joven que Kloster, recibe una tarde en su casa a Luciana, quien había trabajado para él durante un mes, en una etapa en la que Kloster se encontraba en el extranjero. No hay rastro, en ella, de la antigua belleza. La desesperación que ha hecho mella en su cuerpo la lleva, no teniendo a nadie más a quién acudir, a relatar los hechos y pedir al narrador que la ayude. No a evitar su propia muerte (de Luciana), que para ella ya está escrita, sino la de su hermana menor Valentina, diez años menor que ella. Aun con sus dudas, el narrador se encuentra con Kloster y escucha su perspectiva. ¿En qué versión de los hechos creerá nuestro narrador?

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¿Creerá, con Luciana, que Kloster se está vengando por la muerte de la hija asesinando subrepticiamente a todos sus familiares? ¿Creerá, como Kloster sugiere con cierta ironía, que el azar puede deparar fatalidades improbables, que así como los familiares de Luciana murieron, pudieron haber muerto otros? ¿O creerá la tercera versión, la que Kloster le confiesa con algún pudor? Éste ha estado escribiendo desde hace diez años una novela cuyo tema es la venganza de un escritor para con su secretaria. Está recreando en la ficción la historia que en algún momento soñó desde el rencor, pero que eligió no llevar a cabo: vengarse de Luciana. Esta versión fantástica –que a Kloster, según dice, todavía le cuesta creer, aunque no puede desestimarla– postula que alguien o algo –un daimon, un dios primitivo– ha estado cumpliendo en la realidad lo que Kloster ha estado escribiendo en su novela. Aun más: en los últimos tiempos, la realidad se ha estado adelantando a la novela, y él debe seguirle el paso.

El olvido y el metodo

En Eros y civilización (1955), Herbert Marcuse escribió: “Esa capacidad para olvidar –en sí misma resultado de una larga y terrible educación por la experiencia– es un requisito indispensable de la higiene mental y física, sin el que la vida civilizada sería intolerable; pero es también la facultad mental que sostiene la sumisión y la renunciación. Olvidar es también perdonar lo que no debe ser perdonado si la justicia y la libertad han de prevalecer. […] Olvidar el sufrimiento pasado es olvidar las fuerzas que lo provocaron –sin derrotar a esas fuerzas. Las heridas que se curan con el tiempo son también las heridas que contienen el veneno.”

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Borges creía que no había mayor venganza que el olvido. Kloster, todo lo contrario: con Marcuse, piensa que en el olvido hay una forma del perdón. La venganza, desde esta perspectiva, sería una forma de reinsertar en lo social ese

Olvidar es tambien perdonar lo que no debe ser perdonado si la justicia y la libertad han de prevalecer. valor que la Justicia ha errado en reivindicar al dejar impune su violación. Si la Justicia –así, en mayúsculas– tiene el deber de administrar castigos y recompensas, y falla en su tarea, entonces el vengador asume para sí –sin legitimidad social pero por propia voluntad– el papel de justiciero. Reingresa a la fuente el código que edificó los valores comunes de una sociedad. El plan de Kloster es deliberado, es sacrificial –para sí y para su víctima– y es extenuante. Tiene una causa justa que lo motiva, tiene un objetivo, tiene un método. Para que el tiempo no trabaje el recuerdo en olvido y el olvido en perdón, debe asegurarse que la memoria doliente perdure. Hay en el centro de su casa un pasillo de tránsito obligatorio para ir de una parte a la otra. Las paredes del pasillo están “decoradas” con todas las imágenes de su hija muerta que caben en su superficie. Para el visitante ocasional –no sabemos si lo hay, sospechamos que no– ese despliegue mórbido podría parecer enfermizo, síntoma de un amor o de una adoración cuya pérdida no ha podido ser superada. Kloster teme lo que tantos que han perdido a un ser querido temen: olvidar. Pero su caso es especial, pues se ha impuesto la obligación de recordar para que su plan sea tolerable en el día a día. Elabora


su duelo lentamente, con la constancia que sólo la más impertérrita seguridad permite. Diez años depositando en su víctima las culpas que acaso sean propias.

Las dos soluciones

Borges señalaba que en los cuentos policiales de Chesterton se ofrecían dos explicaciones posibles al crimen cometido. La primera explicación era de tipo fantástico o mágico. La segunda, hacia el final del texto, y la verdadera, era una explicación prosaica, realista, que venía a justificar no sólo los motivos sino los pormenores de la acción, dilucidando aun aquellos aspectos del crimen que, al comienzo, no parecían admitir sino explicaciones sobrenaturales. En La muerte… –como también, en menor medida, en Crímenes imperceptibles– la explicación prosaica sigue a la fantástica, pero de ninguna manera la reemplaza. Las dos discuten entre sí, y sin superponerse perduran hasta el final. (Hay, de hecho, una tercera: la probabilística, una suerte de lotería de desgracias en la que uno gana el premio mayor, altamente improbable.) El juicio irrevocable no se manifiesta y las mismas dudas que alberga el narrador –que no termina por

La explicacion prosaica sigue a la fantastica, pero de ninguna manera la reemplaza. Las dos discuten entre , y sin superponerse perduran hasta el final. decidirse del todo– las comparte el lector. En una entrevista con el autor, éste nos dijo que “la apuesta literaria de la novela es que las alternativas estén tan balanceadas que uno no pueda inclinarse del todo ni por una ni

por la otra. Esa es una decisión personal de la estética literaria de cada lector. Porque no hay nada del todo firme que vaya hacia una u otra de las versiones.”

La apuesta literaria de la novela es que las alternativas esten tan balanceadas que uno no pueda inclinarse del todo ni por una ni por la otra. Luego nos contó: “Recién terminé de escribir con mi mujer [Marisol Alonso] un guión de esta novela. En una versión para cine –cuestión que conversamos con el director– la versión fantástica es muy difícil de aceptar. Entonces estamos más inclinados por una un poco más prosaica o realista. Es muy difícil de representar en imágenes esta idea del dios primitivo; de darle la sensación de verosimilitud literaria que tiene el texto. Los guiones, en este sentido, son siempre como transacciones.” El director de la película es el español Gerardo Herrero, miembro de la productora Tornasol, responsable por ejemplo de El hijo de la novia (2001) y El secreto de sus ojos (2009), ambas dirigidas por Juan José Campanella. Si bien todavía está en proceso de financiación y no hay una fecha de estreno programada, Martínez nos dijo que el elenco sea probablemente español, siendo Carmelo Gómez y Clara Lago los nombres que se barajan para los roles de Kloster y Luciana.

La nostalgia del saber

En las novelas de Martínez quien lleva la narración forma parte de la historia, pero el saber siempre está depositado en un otro. En Acerca de Roderer el narrador trata de com-

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prender las complejas operaciones mentales de Roderer, que no parecen seguir una lógica habitual, y que le permiten llegar a estadios a los que el narrador apenas podría aspirar. En Crímenes imperceptibles, un joven estudiante argentino en Oxford sigue –persigue– los indicios eruditos que un criminal en las sombras deja tras las escenas de sangre, en busca de una serie lógica que venga a explicar no sólo los signos enigmáticos sino las razones detrás de los crímenes. En La muerte…, la voz que lleva la historia es la de un novelista joven que sospecha de la posible criminalidad de Kloster, un escritor renombrado, tanto admirado como temido por sus pares, que tiene más edad, más experiencia y –también– más talento que él. En todos los casos, la lucha por el saber es interna al narrador, pues la competencia contra el otro es imposible; no como si el otro estuviera en un plano superior, sino en uno distinto. Quien quiera descifrar los designios de un dios inevitablemente fracasará, pero no por tener éste más de lo que uno tiene, sino porque su sobrenaturalidad es un escollo insalvable. Así, las historias de Martínez no acabarán nunca con la solución del enigma por parte del narrador –y el lector que le sigue los pasos–, sino con la revelación, por parte del otro depositario del saber, de las causas de los efectos problemáticos. Así nos lo explicó el autor: “Hay una relación como de inferioridad del narrador, como de nostalgia de un saber que no le pertenece del todo, o un intento de conquistar algo que está en un grado mayor puesto en otro. Esa es la necesidad de la figura del Watson [de Sherlock Holmes] en una narración policial. Porque si la narración estuviera llevada por el detective principal, habría una incomodidad entre lo que piensa y anticipa y lo que cuenta.

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¿Por qué no contaría todo aquello que piensa? Una forma de preservar el misterio es que el narrador sea intelectualmente inferior, no tan lúcido, no tan capaz de seguir todos los pasos del razonamiento, y que quede por debajo de las capacidades intelectuales del lector. Hay una función narrativa que crea ese personaje. Yo tomo ese recurso pero trato de matizarlo, en cada novela, de una forma diferente. Que la relación no sea de subyugación, sino de confrontación, como en La muerte…, o de sucesión, como en La mujer del maestro.”

Una cuestion ¿personal?

No por evitar el facilismo de buscar alter egos del autor entre sus personajes literarios debemos pasar por alto ciertas similitudes, más no sean arquetípicas, entre Martínez y Kloster. De él se nos dice: “Había algo casi físico, y cruel, en la forma en que sus historias penetraban capas y removían miedos enterrados, como si tuviera un tenebroso don de trepanador y a la vez las pinzas más sutiles para sujetarte. No eran tampoco exactamente – tranquilizadoramente– policiales (cómo hubiéramos querido poder descartarlo como un mero autor de meros policiales).” (El subrayado es mío.) Martínez, vale recordar, ha definido en una entrevista La muerte… como “un policial abstracto”. Situar una caracterización del autor en la figura del antagonista deja de sorprender como estrategia cuando éste es el depositario del saber. Pero la curiosidad se intensifica cuando el narrador –el héroe, podríamos decir– se revela como estereotipo del antagonista literario no sólo de Kloster sino del propio Martínez. La muerte… puede leerse a la par de “Un ejercicio de esgrima” (La fórmula de la inmortalidad), ensayo polémico que Martínez


publicó en 2005, dos años antes de la novela, y que formó parte de un debate más o menos notorio entre los narradores argentinos que alcanzó las páginas de los suplementos culturales de más circulación. En pocas palabras (el texto, que puede leerse en la web del autor, guillermomartinezweb.blogspot.com.ar, tiene unas 50 páginas), retoma el libro ensayístico de Damián Tabarovsky Literatura de izquierda para refutar –con acopio de ironías pero también de argumentos– las tesis principales que éste propone. Tabarovsky, bajo el amparo de la estética del prolífico y admirado por la academia César Aira, intenta un manifiesto pro-vanguardias en el que no faltan las críticas a los autores que todavía, en pleno siglo XXI, abogan por las tramas y los personajes “bien construidos”. Propone, a su vez, cierta revolución de las formas –de ahí la izquierda– que emparentarían las narrativas actuales –la de Aira, la propia– con las más eminentes del siglo XX, como las de Joyce y Proust, autores que ya nadie osa cuestionar. El narrador de nuestra novela ha escrito Los aleatorios, La deserción (que Kloster quiere con sarcasmo confundir con La decepción), títulos que como Las hernias del propio Tabarovsky juegan con la falta, con la incompletitud, y acepta, aun de mala gana, que Kloster le diga “creí que usted abominaba de los realismos y que sólo le interesaba no sé qué experimento arriesgadísimo del lenguaje”. Los encuentros entre el narrador y Kloster están marcados por este enfrentamiento –que podríamos denominar de ideología estética– que subyace a las cortesías y a los hechos que se comunican en la superficie. Es sobre todo en el narrador donde esta discusión adopta la forma de un fantasma que se juega casi en todos los terrenos, pues no hay, para él, ningún contrapunto con Kloster que no implique, de alguna forma, la lucha por la imposición de la

estética literaria. Y este fantasma es especialmente ominoso porque el narrador se sabe menos que el otro, se sabe perdedor de la batalla.

Los encuentros entre el narrador y Kloster estan marcados por este enfrentamiento pues no hay, para el, ningun contrapunto con Kloster que no implique, de alguna forma, la lucha por la imposicion de la estetica literaria. Cuando, en nuestra entrevista, le comenté estas coincidencias entre La muerte… y “Un ejercicio de esgrima”, Martínez –todo hay que decirlo– negó, con cierta sorpresa que juzgué genuina, que haya habido detrás de la novela una venganza personal para con Tabarovsky, un “ajuste de cuentas”, pero aceptó que ciertas coincidencias entre su obra literaria y su obra crítica no sean del todo inocentes. “El narrador de algún modo representa al literato vanguardista, pero que nunca llega a interesar a nadie con su novela [risas]. En muchas de mis novelas aparecen elementos que remiten a mis otras novelas, o a mis artículos, y eso es un plus para los lectores que pueden reconocer sí algunas recurrencias. Para el personaje del narrador no pensé en Tabarovsky, o en ninguna persona particular, sino en las ideas y los clichés de cierta vanguardia, gratas al posmodernismo. Si vos cargás al personaje con lo que está escrito en el ensayo, podés hacer una identificación, pero en la novela tampoco está desarrollada esta línea estética desde el narrador… Creo yo, porque ahora me estás haciendo dudar.” Tanto en su obra literaria como fuera de ella, vale remarcar, Guillermo Martínez tiene el aplomo de nunca subestimar a su lector.

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La que no deja ver POR Victoria Zerdรก

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Como no tenía paz ni ella, ni su salud, ni su mente, ni su alma, solo pensaba en cómo, de qué forma, transformar su propio mal en el mal de aquellos. Después de un tiempo desesperó, no por haber encontrado la forma sino por ver felices a los dueños de su melancolía. Y estuvo tan ocupada imaginando resoluciones, destinos fatales y tragedias estruendosas, que en un ínfimo momento en el que la felicidad en potencia quiso entrar en su historia, no supo diferenciar el sol de una simple luz. Y en un intento por revertirlo todo, en la agonía de la soledad y la tristeza que prometía el destino, ya era tan, pero tan tarde, que su alma se apagó. No por haber permitido que el tiempo corriera en planes cargados de rencor, sino por haber dejado ir tan fría y tontamente lo que podría haber sido, por qué no, amor.

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La justa medida de la crueldad POR Fran Sabena

e cree que fue en el año 98 de nuestra era cuando Cornelio Tácito, político e historiador romano, escribió su Germania, un opúsculo que no alcanza las cincuenta páginas, que discute el origen y describe las costumbres de las muchas tribus germánicas que habitaban el Imperio Romano por esos años. “Se han conservado puros y sencillos, sin parecerse sino a sí mismos. De donde procede que un número tan grande de gente tienen casi todos la misma contextura y talle, los ojos azueles y fieros, los cabellos rubios, los cuerpos grandes y fuertes.” Anteponen a todo valor el coraje y el honor en la batalla, en lealtad a su patria: “Eligen sus reyes por la nobleza; pero sus capitanes, por el valor. […] Los capitanes, si se muestran más prontos y atrevidos, y son los primeros que pelean delante del escuadrón, gobiernan más por el ejemplo que dan de su valor y admiración de esto, que por el imperio ni autoridad del cargo. […] Al entrar en la batalla tienen cerca sus cosas más queridas, para que puedan oír los alaridos de las mujeres y los gritos de los niños.” Estas caracterizaciones hicieron que Heinrich Himmler, Reichsführer de las SS y uno de los hombres más viles que la historia registra, encontrara en la Germania uno de sus textos de cabecera. Allí pretendía encontrar pruebas de la superioridad racial aria, y fundamentaba en esos mitos la razón para llevar a cabo la gran guerra que establecería mil años de Imperio Nazi. Pero también otro aspecto de la des-

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los partisanos tenían el claro objetivo de derramar toda la sangre alemana que fuera posible, aun bajo el riesgo de derramar la propia; las torturas, las mutilaciones y los asesinatos estaban entre sus practicas predilectas. cripción de Tácito resultaba relevante para el hombre más importante de la Alemana nazi después de Hitler: en sus orígenes, los pueblos germanos ocupaban un territorio considerablemente más grande que el que Alemania ocupaba tras la Primera Guerra Mundial. Recuperar esas tierras que les pertenecían era un mandato que obedecía al concepto de Lebensraum, el espacio vital que la raza reclamaba para sí a fin de desplegar todo su poderío. En marzo de 1938, Alemania anexa a Austria a su territorio. En septiembre de 1939, invade Polonia, dando así comienzo a la Segunda Guerra Mundial. En abril de 1940 conquista Noruega y Dinamarca; un mes más tarde, Luxemburgo, Países Bajos y Bélgica; en julio, Francia se rinde. En abril de 1941, un mes antes del inicio de la catastrófica “Operación Barbarroja” que llevaría a Alemania a invadir la Unión Soviética, los planes de Hitler estaban en Grecia y Yugoslavia. Bajo la amenaza de la invasión, en marzo el gobierno alemán había firmado con Yugoslavia un tratado de cooperación, pero pocos días tras la firma los yugoslavos se rebelaron. A fin de mes Hitler lanza la “Operación Castigo”, que consistía en eliminar toda resistencia en el país en siete días, en el marco de una destrucción total del territorio. El Führer jura “limpiar a Yugoslavia del mapa”. Finalmente, el 14 de abril el gobierno yugoslavo cae bajo la invasión nazi. Pero dentro del Reino de Yugoslavia, el Estado de Serbia no respondía a las directivas del nuevo gobierno. Declarados en rebeldía, dos grupos guerrilleros se destacaban tras la invasión. Los Chetniks, a cargo del Coronel Draza Mihajlovic, amenazaban el control nazi en el flanco sur; no eran parti-

darios del enfrentamiento directo con las tropas alemanas, aventura que consideraban de poco rédito, y preferían sabotear sus comunicaciones y sus líneas de transporte. Los Partisanos Comunistas a cargo del Mariscal croata Josip Broz Tito, organización que se había formado en julio de 1941 bajo órdenes de Joseph Stalin, cabeza indiscutida de la Unión Soviética; al contrario de los Chetniks, los partisanos tenían el claro objetivo de derramar toda la sangre alemana que fuera posible, aun bajo el riesgo de derramar la propia; las torturas, las mutilaciones y los asesinatos estaban entre sus prácticas predilectas. Puesto que la campaña alemana en el frente ruso era cada vez más intensa, amplios sectores de las tropas alemanas que ocupaban Serbia fueron trasladadas a Rusia y a Grecia, de manera que el control nazi sobre el territorio serbio quedó muy debilitado. Aunque Tito y Mihajlovic estaban enfrentados ya desde algún tiempo, y aunque nunca pudieron llegar a un acuerdo de colaboración, decidieron no confrontar entre sí a la hora de encabezar la resistencia contra los invasores. El General Danckelmann, Comandante del Sudeste de la Wermacht (fuerzas armadas unificadas entre 1935 y 1946), era la principal figura del gobierno alemán en Serbia. Tras los embates de la resistencia, las pérdidas alemanas fueron mayúsculas y Danckelmann fue removido de su cargo. Fue sucedido por el General List, quien recomendó y pidió al gobierno central que sea el General Franz Böhme, hasta el momento a cargo de Grecia, sea asignado para los asuntos militares en su territorio. Toda autoridad ejecutiva en

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Serbia fue transferida a Böhme, y el 19 de septiembre se lo designó Comandante General Plenipotenciario de los Balcanes. Su primera medida en el cargo consistió en transferir una división de infantería desde Francia junto a una brigada Panzer, específicamente destinados a suprimir la insurgencia en Serbia. Böhme, veterano de la Primera Guerra Mundial, guardaba un especial rencor contra los serbios. En aquella guerra, que había comenzado tras la muerte del heredero al trono del Imperio Austro-Húngaro a manos de un terrorista serbio, Austria –lugar de nacimiento de Böhme– había sufrido humillantes derrotas a manos de Serbia. Tenía, por lo tanto, motivos especiales para llevar a cabo las represalias contra los insurgentes.

Los comunicados

–5 de septiembre, del General List a sus subordinados: En relación a los hechos referidos, los siguientes aspectos deben ser tenidos en cuenta: Tomarse inmediatas e implacables medidas contra los insurgentes, contra sus cómplices y contra sus familias. Colgarlos, incendiar las poblaciones involucradas, capturar rehenes, deportar familiares y allegados a campos de concentración. –16 de septiembre, Adolf Hitler encarga personalmente a List suprimir la insurgencia serbia: Le asigno… la tarea de destruir el movimiento insurreccional en el área sudeste. Es importante que primero se aseguren en el área las rutas de transporte y los objetos que son de valor para la guerra económica alemana. Luego restaurar el orden por medio de los métodos más rigurosos. –16 de septiembre, el Mariscal de Campo Wilhelm Keitel, jefe del Comando Supremo de las fuerzas armadas alemanas, siguiendo directivas de Hitler, envia instrucciones precisas a

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List, para ser comunicadas a sus subordinados (aplicables a todos los países de la Europa ocupada por Alemania): Las medidas tomadas hasta ahora para contrarrestar el movimiento comunista insurgente han resultado ser inadecuadas. El Führer ha ordenado que sean empleadas medidas más severas de manera de derrotar a este movimiento en la menor cantidad de tiempo posible. Sólo de esta forma, la cual siempre ha resultado satisfactoria cuando fue aplicada en la historia de la extensión del poder de grandes pueblos, la paz puede ser restablecida. Las siguientes directivas deben ser aplicadas: (a) Cada incidente de la insurrección contra la Wehrmacht, más allá de las posibles circunstancias individuales, debe ser asumida como proviniendo de un origen comunista. (b) En pos de detener estas intrigas en su propio origen, las medidas más severas deben ser aplicadas inmediatamente tras su aparición, de manera de demostrar autoridad en el territorio ocupado, y de prevenir escaladas. Se debe tener en cuenta que el valor de una vida humana en los territorios afectados no suele valer nada, y que un efecto disuasivo sólo será eficiente a través de una severidad inusual. En tal caso, la pena de muerte de 50 a 100 comunistas debe ser considerada como una represalia apropiada por la muerte de un soldado alemán. El método de ejecución debe incrementar el efecto disuasivo. El procedimiento de comenzar con métodos de castigo relativamente suaves para ir aumentando en dureza como

la pena de muerte de 50 a 100 comunistas debe ser considerada como una represalia apropiada por la muerte de un soldado aleman. El metodo de ejecuciOn debe incrementar el efecto disuasivo.


efecto disuasivo no se corresponde con estos principios y no debe ser aplicado. –25 de septiembre y 10 de octubre, el General Böhme a sus subordinados, transformando las recomendaciones del Mariscal Keitel en órdenes precisas: De producirse la muerte de ciudadanos o soldados alemanes, los comandantes competentes en el territorio deben decretar el fusilamiento de locales arrestados de acuerdo a las siguientes proporciones: (a) Por cada alemán muerto o asesinado, 100 prisioneros o rehenes. (b) Por cada alemán herido, 50 prisioneros o rehenes. En todas las comandancias en Serbia, todo comunista, varón residente sospechoso de tal, todo judío o persona de inclinación nacionalista o democrática deben ser tomados como rehenes, como medio para ulteriores acciones.

La masacre

El 15 de octubre de 1941, las fuerzas de Mihajlovic capturaron un pelotón alemán cerca de Gornji Milanovac (pueblo del centro de la actual Serbia, en aquel entonces parte de la

breve “República de Uzice”, pequeño territorio del Reino de Yugoslavia todavía libre de nazis). Al día siguiente, el tercer batallón del regimiento 920 alemán fue enviado para liberarlo. Antes de llegar a él, fue emboscado por hombres de Mihajlovic y de Tito. El resultado fue de 26 alemanes heridos y otros 10 muertos. Ante la noticia, las tropas alemanas no tardaron en llegar al lugar. No había en Gornji Milanovac suficiente cantidad de habitantes para que la retaliación fuera llevada a cabo según las órdenes vigentes, de modo que se aproximaron al cercano pueblo de Kragujevac, junto al río Lepenica, afluente del Morava, que contaba con 27.249 habitantes. El 19 de octubre todos los caminos de acceso y salida a Kragujevac fueron bloqueados. Todas las casas fueron registradas, así como las dependencias públicas e, inclusive, la escuela secundaria. Cada uno de los varones de entre 16 y 60 años fue escoltado hasta el cuartel militar para una identificación. La requisa duró hasta el anochecer, cuando se contabilizaron un total de diez mil prisioneros, entre quienes había 18 profesores de escuela y unos 300 alumnos, retirados directamente de las aulas. Durante la mañana del 20, cien personas fueron ejecutadas.

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A las 6 pm, los alemanes retomaron las tareas, masacrando a los locales en grupos de 400. Laza Pantelic, el director de la escuela, veía cómo 35 de sus alumnos eran arrastrados por los soldados hasta un descampado. Según testigos, se acercó presto a un alemán y lo increpó: –¿A dónde los llevan? –A ser fusilados. –Yo soy el director. Déjenlos ir y tómenme a mí. –Eso es imposible. –Mi lugar no es este –protestó Pantelic–. Mi lugar es con mis alumnos.

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Los 35 alumnos, junto a su director, fueron alineados frente al pelotón de fusilamiento. Antes de que las descargas retumbasen, Pantelic dijo a los impávidos tiradores: –Disparen. Yo todavía estoy en clase. Los fusilamientos siguieron todo el día hasta entrado el 21. Las tropas alemanas estaban exhaustas, y se registró que algunos soldados sufrieron crisis de nervios ante la presión tanto mental como emocional del frío asesinato en masa. Deliberadamente dejaron con vida al resto de los prisioneros, con el propósito de que la historia se esparciera de boca en boca


por la zona y sembrara el terror entre los posibles rebeldes. Un grupo de prisioneros fueron mantenidos cautivos como rehenes a fin de utilizarlos para futuras represalias. Durante los siguientes cuatro días, mientras Kragujevac seguía controlada por las tropas alemanas, éstas se dedicaron a enterrar los cadáveres. Pero el cansancio y la apatía de los soldados hacía mella, y las sepulturas fueron muy superficiales. Antes de que la gente del pueblo pudiera recuperarse de la conmoción, perros y otros animales carroñeros desenterraron los cadáveres y se alimentaron de los restos. El 31 de octubre, Böhme envió un reporte de los hechos al General de la Wehrmacht Walter Kuntze: Ejecuciones: 405 rehenes en Belgrado (que suman un total de 4.750). 90 comunistas en el Campo Sebac. 2.300 rehenes en Kragujevac. 1.700 rehenes en Kraljevo. Si bien las cifras de la cantidad de víctimas –entre las que había serbios, judíos y gitanos romaníes– varían según las fuentes (desde un mínimo de 2.000 hasta un máximo de 7.000), las investigaciones más serias apuntan a 2.800. El estimado de Böhme respondía al preciso cálculo que sugerían los comunicados: por los 26 alemanes heridos, 1.300 fusilados; por los 10 muertos, 1.000 fusilados.

Las consecuencias

El 19 de marzo de 1942, cinco meses después de la masacre, el General Kuntze emitió un comunicado: Cuanto más inequívocas y duras sean las medidas de represalia tomadas al comienzo, menos será necesario aplicarlas más tarde. ¡Que no haya falsos sentimentalismos! Es preferible liquidar a 50 sospechosos a que un solo soldado alemán pierda su vida. Si no fuera posible hacerlo con aquellos que han participado de alguna manera en la insurrección, se aconseja tomar medidas de represalia generales, por ejem-

plo, fusilar a todos los habitantes masculinos de las zonas más cercanas al lugar, de acuerdo a la proporción definida. Tras finalizar la guerra, Böhme fue capturado en Noruega, donde había logrado escapar, y juzgado y condenado por los Aliados por crímenes de guerra cometidos en 1941 en Serbia, región bajo su dominio. Se le otorgó la extradición para ser condenado en Yugoslavia, pero el 29 de mayo de 1947, antes de que el viaje se produjera, Böhme se suicidó saltando de un cuarto piso de la prisión en la que estaba confinado. En el “Juicio de los rehenes”, celebrado entre el julio de 1947 y febrero de 1948, List y Kuntze –junto a muchos otros oficiales alemanes– fueron condenados a cadena perpetua por crímenes de guerra. El principal argumento de la defensa fue: “No somos responsables, tan solo seguíamos órdenes superiores”.

¡Que no haya falsos sentimentalismos! Es preferible liquidar a 50 sospechosos a que un solo soldado aleman pierda su vida. Para redactar esta nota me serví principalmente de las siguientes fuentes: –Jovan Byford, “Willing Bystanders: Dimitrije Ljotic, ‘Shield Collaboration’ and the destruction of Serbia’s Jews”, en In the Shadow of Hitler: Personalities of the Right in Central and Eastern Europe (2011), editado por Rebecca Haynes y Martyn Rady. –Mark Levene, The Crisis of Genocide. Volume II, Annihilation: The European Rimlands 1939-1953 (2013). –Carl K. Savich, “German Occupation of Serbia and the Kragujevac Massacre”, en serbianna.com, 18 de octubre de 2003.

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CUENTO

herramientas POR Ana Ferraris

Gonzalo levanta la cabeza para saludar con un gesto a Martín, que lo mira desde la ventana del último monoblock de Fuerte Apache. Ese vecino que cada día, después de saludarlo, baja las escaleras de su departamento en cuanto él se va para escupirle la puerta de la casa. Gonzalo no lo puede agarrar en el acto, pero sabe que es él. Lo sabe porque advierte en su mirada la envidia que genera que sea el único del barrio en haber conseguido un trabajo estable en los últimos años. Los demás viven de changas que sólo les alcanzan para pagar el alquiler por semana, comprar algunas cosas que comer y no mucho más. Sin embargo, sus acciones no se limitan a escupirle la puerta de su casa, sino que además, junto a otros vecinos, entró a robar el departamento de Gonzalo varias veces. La policía no pisa el barrio, de modo que tiene que defender lo suyo como puede: los candados sobran, pero no impiden los robos en una vivienda tan precaria en lo alto de uno de los monoblock. Sobre todo cuando los ladrones son varios vecinos que se ponen de acuerdo para desquitarse con un hombre que trabaja desde que bajó del micro que lo trajo de Paraguay a los 17 años. Gonzalo se indigna al pensar que con su sueldo de pintor debe mantener a su esposa y a sus dos hijos además de reservar una parte de su sueldo para mandar al resto de su familia que quedó en Paraguay, mientras que otras personas entran en su vivienda a quitarle lo poco que tiene: sólo el pago de ayer y algunas cosas en la heladera. Al llegar a Buenos Aires aprendió el oficio de albañil, pero de a poco fue ensayando otros trabajos y ahora, a fuerza de ex-

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periencia, desarrolló habilidades en varias áreas. Son las cinco de la mañana y Gonzalo sale con su caja de herramientas a trabajar a una casa en el conurbano, donde consiguió que lo contraten como pintor por recomendación de un cliente anterior. Para llegar a esa casa se va a tomar el tren y caminar unos tres kilómetros. No va a volver hasta las nueve de la noche, y eso si tiene suerte y el tren no se demora o directamente deja de funcionar, algo que le resultaba raro cuando vino de su país, pero con el correr de los años se le hizo natural. Cuando vuelva a su casa va a ver otro escupitajo en la puerta de su casa. Está decidido a hacer algo, pero no sabe qué. Ya en el tren piensa las razones de las agresiones y los robos, pero no encuentra ninguna coherente. Sólo se le ocurre pensar si será posible que sus vecinos sientan envidia por lo que ellos creen que es un éxito en estos días: tener trabajo de albañil o de pintor. Se pregunta también si sabrán lo que es viajar dos horas en tren y caminar tres kilómetros para llegar a trabajar, y lo mismo de vuelta a su departamento para encontrar, con viento a favor, la puerta escupida. Porque tal vez también encuentre que le robaron. Otra vez. Gonzalo está conforme con su trabajo de pintor, le gusta más que el de albañil de sus primeros años en Buenos Aires y la gente que lo contrató lo trata bien, mejor que en muchas otras oportunidades. Una vez tuvo que permitir que lo revisaran antes de irse, porque la dueña de casa lo acusó de haberle robado dinero, cuando en realidad esa señora no recordaba que había cambiado la plata de cajón.


Está por bajar del tren de vuelta a casa y no puede evitar pensar, como cada día, qué difícil es ser honesto en un mundo corrupto. Aunque el sueldo no le alcanza para irse de Fuerte Apache, es lo que más desea desde el primer escupitajo. Si bien la vida en este barrio nunca lo terminó de conformar, que le escupan la puerta por lo que entiende como envidia, es demasiado. Reniega cuando se hace de noche y debe volver al monoblock, no por su familia, aunque sabe que lo esperan llorando, sino por la incertidumbre que le nace en la boca del estómago y sube hasta la garganta durante el viaje de vuelta mientras ruega que esta vez, sólo esta vez, esté todo en su lugar y nada se haya desvanecido en las manos de alguien más. Son las diez de la noche. Gonzalo entra cabizbajo al barrio. Sabe que hace un par de horas, como todos los días, sus vecinos se juntaron en la puerta de algún monoblock a pasar el rato. Pero esta vez el monoblock elegido fue el de Martín. Está cansado y sólo quiere sacarse los zapatos, cenar la sopa de todos los días e ir a dormir, reponerse para otro día de escupitajos en su puerta, dos horas de tren, tres kilómetros a pie, otra mano de pintura a las paredes y lo mismo a la vuelta. –Ey, ya estás de vuelta –le grita Martín desde su rincón en la puerta del edificio. Los otros vecinos se dan vuelta para mirar a Gonzalo, pero no le hablan–. Ey, te estoy hablando, contestame. Te dije que me contestes. ¿Qué

pasó? ¿La pintura te dejó sordito? ¿Eh? Dale, contestame. Gonzalo sigue su camino en línea recta sin girar la cabeza. Martín se levanta con dificultad, no suelta la botella de cerveza y se acerca a Gonzalo en un gesto de superioridad. Espera alguna respuesta, pero no la obtiene. Lo agarra de los hombros, pero Gonzalo sólo se limita a mirar la caja de herramientas que trae en la mano izquierda. Destornillador, martillo, lija, pinza, pincel. Destornillador, martillo, lija, pinza, pincel. Destornillador. –Dale, tontito, ¿te quedó linda la pared? Dame la caja, quiero ver qué llevás. Gonzalo aprieta la manija de la caja de herramientas aún sin levantar la vista antes de dejarla caer al suelo. –Te dije que no. Martín se ríe a carcajadas, se da vuelta para mirar a sus amigos: –¿Escucharon? –pregunta– ¿Y qué vas a hacer? ¿Eh? Gonzalo se agacha y saca un destornillador amarillo de la caja. Da un paso hacia Martín y lo clava en su abdomen varias veces. Siente que la carne de Martín se resiste y aplica más fuerza en el puñal. Entre cada estocada repite con los dientes apretados, casi inaudible, nunca más, nunca más, nunca más. Martín cae al suelo, todavía vivo. Se toca las heridas en el abdomen, la gente se agolpa alrededor de la escena. La respiración de Gonzalo se agita al ver lo que hizo, pero puede distinguirse un gesto de satisfacción en sus ojos. La sangre corre lenta por el destornillador. La venganza, por sus dedos.

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EL

MARTIR POR Maxi Fernández · ILUSTRACIÓN Manu Esteves

Roberto Saviano tenía 26 años y una vida normal. Tenía una vida. Hoy tiene 35 años y también está vivo, lo cual no necesariamente implica que tenga una vida. Vive, respira, piensa, investiga, escribe, pero ya no vive. O no vive como vivía. O no vive como le gustaría vivir. O no vive como debería vivir. Con solo 26 años, Saviano publicó Gomorra, una investigación pormenorizada de los manejos de la mafia napolitana, conocida como Camorra. Nunca pensó, confiesa, que el libro

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fuera a traerle tantos problemas, aunque lógicamente sabía que metía el dedo demasiado profundo en un culo gordo y pesado. Lo que al principio la mafia recibió con una mueca de orgullo; ver aparecer sus nombres y apellidos ilustres en las páginas de tamaña investigación, dio paso a la preocupación por la masividad inaudita que Gomorra cosechaba. Se calculan, al día de hoy, más de 10 millones de ejemplares vendidos en el mundo. El éxito del libro propició su adaptación cinematográfica y el año pasado Gomorra llegó a la televisión en una serie italiana


atrapante, guionada por el propio autor. La notoriedad que los mafiosos adquirieron, el aumento en las pesquisas policiales, los llamados a indagatoria, la lupa posada sobre ellos llevaron a que una amenaza de muerte permanente pesara sobre los hombros de Roberto Saviano. “Mi vida anterior ha muerto. No queda nada, o casi nada, de mi vida anterior”, dice. Desde que las ventas de su libro se dispararon, abandonó su Nápoles natal y deambuló por cuanto país fuera necesario para conseguir algo de seguridad. Va escoltado a cada minuto, no puede salir a la calle solo, utiliza identidades falsas, apela asiduamente a los psicofármacos para conciliar el sueño, convive con el miedo. El miedo y él. La amenaza latente. Sospechar de cada cara nueva. Un secuestro. Una bomba por detonar. Un tiro a traición. La incertidumbre insoportable de no saber qué va a pasar en el instante siguiente. Gomorra destapó movimientos que debían permanecer ocultos. Saviano hizo un trabajo periodístico brillante. Se metió en las mismas entrañas de la mafia napolitana. Se infiltró en sus negocios, exprimió a más no poder sus fuentes, respaldó cada dato con un documento, lo cual lo protegió contra las denuncias reiteradas por difamación. La Camorra está tan establecida que ya nadie la conoce como Camorra, sino que es El Sistema. El Sistema de tal o cual clan. De tal o cual familia. La Camorra, en cantidad de afiliados, es la mayor organización criminal de Europa. Cada clan posee su organigrama: el boss arriba y los killers abajo. El famoso grupo de choque que, según datos que arroja la película, tiene 4 mil muertes en los últimos treinta años en su haber. Un equivalente a un asesinato cada tres días. El dinero conseguido a través de negocios ilegales, sea tráfico de drogas o armas, sea el mercado de imitaciones textil o cualquier otro se destina a ámbitos legales. Ese dinero alcanza cifras insólitas, pero hay que moverlo. Uno de los clanes, el Di Lauro, factura 500 mil euros al día gracias al narcotráfico. Y la Camorra, por ejemplo, se da el lujo de invertir impunemente en la reconstrucción de las Torres Gemelas.

Ahora bien, ¿vale la pena sacrificar tu vida por una causa sin dudas noble? ¿O no es tan noble como, sin meditarlo, parece ser? “Desde lejos puede parecer noble: ah, qué cosa más

El periodista, vision estoica, parece ser el unico martir dispuesto a hipotecar su vida. bella. Pero yo, que lo he hecho, no siento que sea noble. He sido impetuoso, ambicioso, y me he arruinado la vida”, dice. Al periodista se le asigna la función de salvaguarda del sistema, de develar cuanta tramoya encuentre a su alrededor cueste lo que cueste, por más que el costo sea la vida propia o la de la familia y amigos, pero ¿hasta qué punto es razonable? El manual de periodismo de investigación que un iluminado en calzones escribió, desde la comodidad del sillón de su casa, importa poco. La vida –real- tiene cientos de grises. El periodista, visión estoica, parece ser el único mártir dispuesto a hipotecar su vida. Si no lo hace el periodismo, ¿quién? ¿La justicia? ¿La política que muchas veces es cómplice? Mirar para el costado siempre es la postura más cómoda. Del modo que sea, siempre se trata de elecciones. Saviano eligió investigar y deschavar a una red criminal inmensa. No puede disfrutar del prestigio y el dinero que eso le valió. Vive entre cuatro paredes, rodeado de guardaespaldas, con miedo. Así y todo, hace dos años publicó CeroCeroCero, una investigación sobre el negocio de la cocaína a nivel mundial. La adrenalina, la taquicardia intensa que genera en él las repercusiones de cada investigación rodean su diámetro de vida, pero a la vez funcionan como una razón de ser. Cagame la vida pero que sea una vida, dirá. “Se está jugando una guerra privada entre ellos y yo. Yo no tendré paz mientras ellos continúen creyendo que pueden gobernar mi vida o la de otro. Esta es mi batalla contra ellos”. Y continúa: “Sigo escribiendo porque es mi venganza”.

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Esos fatídicos 44 días *Basada en el libro The Damned United y su adaptación cinematográfica

POR Maxi Fernández ILUSTRACIÓN Manu Esteves

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En deporte se suele hablar de revancha. Hay revanchas a montones, algunas más enardecidas y otras menos, casi todos los días en casi todos los deportes. Se le escapa a la palabra “venganza”; demasiado fuerte para algo que no deja de ser un juego. Revancha es, entonces, una versión edulcorada. La siguiente historia no trata sobre una revancha. Trata sobre una venganza, pese a la incomodidad del término. Una demostración de que no siempre las venganzas son tan malas, que tienen mala prensa. Hasta cierto punto. Una venganza que, al principio, funcionó como motor hacia la autosuperación y la misma venganza que concluyó en una obsesión enfermiza.

Dia 1:

Brian Clough emprende viaje hacia Leeds en donde firmará contrato con el equipo de la ciudad, el Leeds United. Antes de pasar por el club, hace una parada en el estudio de televisión del programa Calender, conducido por Austin Mitchell. Brian, eterno enamorado de los micrófonos, anuncia su arribo al Leeds, en televisión, sin haber firmado un solo papel. Sería la primera experiencia de Clough sin su amigo y asistente, Peter Taylor. La amistad se había resquebrajado a partir de la renuncia de Brian al Brighton, un club pequeño del sur inglés, para tomar las riendas del Leeds. Taylor optó por no acompañarlo porque sabía cuál era el verdadero interés detrás del pase. “Hasta donde yo sé, pueden tirar todas esas medallas que ganaron estos años a la basura, ya que las ganaron todas robando”, les dice Brian a sus dirigidos en su primera charla, en el primer entrenamiento con el Leeds.

Habían sido trece años de un ciclo por demás exitoso de Don Revie al mando del club. Los títulos obtenidos lo habían empujado a dirigir la Selección Inglesa. En una extraña decisión, los directivos del club eligieron a su archienemigo público como su sucesor. Brian había criticado hasta el hartazgo las artimañas y el juego brusco que los muchachos de Revie implementaban. Con Revie todo era válido si al final se ganaba. La Charity Shield enfrenta al campeón de la Premier League contra el campeón de la FA Cup. En su primer partido a cargo, Clough –o el Leeds- se ve las caras contra el Liverpool. La idea del entrenador es romper de raíz con cualquier vestigio desperdigado del equipo de Revie. No quiere ver ni una huella del pasado reciente. Nada de patadas desleales, nada de simulación, nada de hacer tiempo. El partido termina 1 a 1 en los noventa minutos reglamentarios, pero luego el Leeds pierde en los penales. Para colmo, su capitán Billy Bremner protagoniza una pelea con un rival, lo cual le costará un mes de suspensión. Don Revie presenció el partido un poco en calidad de seleccionador nacional y otro poco como provocación hacia Clough. Su enemistad había nacido años atrás cuando el Leeds visitó al humilde Derby County. Brian se sentía halagado por recibir a un entrenador del prestigio de Don Revie. Realizó todos los preparativos necesarios y lo que recibió a cambio fue indiferencia. Según cuenta, Revie ni siquiera atinó a saludarlo y en otro ejemplar de juego brusco, venció 2-0 al Derby. Tal muestra de ordinariez hirió profundamente el ego de Brian Clough. Ego que, por cierto, es enorme.

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Brian Clough se presenta al entrenamiento con tres caras nuevas tras la segunda derrota al hilo desde su llegada al Leeds. El de mayor renombre es Duncan McKenzie; 28 goles en la última temporada. Los otros dos son exdirigidos suyos en el Derby. Los fichajes tensan aún más la relación con el resto del plantel, que extrañan los métodos de Don Revie. Curiosamente, el único interés de Brian es distinguirse de todo lo relativo a su antecesor. Se empieza sugerir algo que unos años atrás era un mito: Brian sin su amigo Peter Taylor es un entrenador más, uno del montón. Peter no sólo tiene un ojo clínico para elegir refuerzos, sino que contiene la vanidad, por momentos ingobernable, de Brian. Reprime sus impulsos desenfrenados. “Te salvo de vos mismo”, parafraseando la película. Llega el siguiente partido y llega, a su vez, la tercera derrota. En esta ocasión es 1-0 contra el QPR. Los fichajes poco pueden hacer.

Dia 44:

Brian es un técnico acostumbrado a ganar. La derrota lo descoloca, le hace perder el eje. Junto a Peter Taylor llevó al Derby County de penar en la segunda división a la gloria en la Premier League. Logró el ascenso y, no conforme con eso, el título en la máxima categoría. Su actitud impetuosa e irracional precipitó su salida. Una discusión acalorada –una más- con el presidente puso punto final al ciclo. Tan acostumbrado a las mieles del triunfo que la seguidilla de derrotas lo hundió. Los jugadores, que nunca lo respaldaron dentro del campo de juego, luego de un empate ante un equipo de tercera división, están reunidos con los directivos del club. Abandonan el recinto de a uno y ya la decisión está tomada: Brian Clough deja de ser el técnico de Leeds Utd.

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tan sólo 44 días después de asumir el cargo. Lo primero que hace Brian, fiel a su estilo, es acudir a los micrófonos y escupir dosis de vanidad: “Hoy es un día horrible… para el Leeds United”. Lo segundo que hace es aceptar la invitación al programa de Austin Mitchells, Calender, el mismo al que había ido el primer día. Brian no lo sabe, pero en el programa lo cruzarán con Don Revie, su enemigo; al que le juró venganza aquel día en Derby, quien lo motivó a transformarse en el mejor y quien, también, lo convirtió en un imbécil en su paso por Leeds. Ese cruce televisivo quedará en la historia de fútbol inglés. Ahí Brian explicaría su odio visceral hacia Revie; por su repudiable estilo de juego y por esa mano que nunca se tendió. La historia de Brian Clough como entrenador no terminaría ahí. Más bien, recién se comenzaba a escribir. Unos días después, dejó su orgullo de lado y le pidió perdón a Peter Taylor. Ambos volvieron a dirigir el año siguiente al Nottingham Forest, un equipo olvidado de la segunda división. Fueron 18 años ininterrumpidos. Ascenso, Premier League, dos Copas de Europa, Supercopa. Lo ganaron todo. Brian dejó su venganza personal de lado y volvió a ser el que era. Nottingham sería su última experiencia como entrenador. Moriría en 2004, alcoholemia y cáncer de estómago mediante. La ambición, sumada al rencor, hizo de alguien capaz el mejor, a excepción de esos 44 días. Aún hoy, ostenta el mote de entrenador más exitoso del fútbol inglés.

“Hoy es un dia horrible… para el Leeds United”




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