primer nĂşmero | julio
la revista cultural que te vuela la gorra
estaf
redacción Ulises Arena Emmanuel Cendali Maximiliano Fernández Francisco Sabena Tatiana Turenne ilustración Manuela Esteves Milagros Esteves Noelia Rivera diseño Camila Fernández web Martín Ithurbide
sumario 06.
del ocaso del Sunset a lo
16.
un fantasma recorre
20.
el retorno de
alterno 10.
13.
42.
46.
nirvana:
demasiados humanos a un cuarto de siglo
cada cuatro
años
la palabra del pueblo
30.
el mundial del
36.
fenómeno
38.
el subestimado
40.
leonard
50.
los
52.
mucho más que el haka
fútbol
hannibal
22.
la comedia menos comedia
24.
cine de terror:
28.
ventura en sus
tres versiones de
kafka
ciudad gótica
mundialista
hijo
¿por qué atrae tanto década tras década?
engranajes
pájaros
editorial
¿Por qué estamos haciendo El Esnob? Ya es primero de julio. Al fin llegó el día del lanzamiento de El Esnob, tal cual vinimos anunciando desde hace medio mes. Y hace un par de días que me pregunto a mí mismo: ¿por qué estamos haciendo esto? ¿Por qué estamos haciendo una revista? Quizás ayude a buscar una respuesta contundente, al menos medianamente, indagar en la génesis de la revista. Todos los puntos de partida de proyectos exitosos tienen ribetes épicos –exagerados, no cabe duda- mezclados con un romanticismo pegajoso. El pibe que no terminó la primaria, pero que ideó un proyecto imprescindible para el progreso de la humanidad. El chico pobre que, a base de esfuerzo y dedicación, logró consolidar un negocio multimillonario. Hay cabezas detrás de los grandes éxitos maquinando historias conmovedoras para ensalzar esos éxitos. El de nuestra revista tiene tan poco de aquello que no sé si sentirme orgulloso o un boludo por exponerlo tan pronto y tirar una carta conmovedora al tacho en caso de que nos vaya bien. Sí, cotiza barata la ilusión. -Podríamos hacer algo –me dijo mi hermana un día, no hace tanto. -¿Algo como qué? -No sé, algo. Subimos alguna nota tuya y yo me encargo del diseño. -Si vamos a hacer algo, vamos a hacerlo bien. Para que me lea mamá y la tía… Y así fue cómo surgió el proyecto que, con el correr de los días, se fue agrandando y agrandando. Primero, pensar secciones y secciones con nombres particulares porque así de jodidos somos. Después, decirles a algunos compañeros y amigos de cada uno para ver si se sumaban. Primero, ISSUU. Después, redes sociales y después página web. Primero, pensar notas. Después, ilustrarlas y diseñarlas. Y así. Seamos optimistas y supongamos que la lectura de la revista excede a mi mamá y mi tía. Y por qué no, también, a los familiares de todos los integrantes. Todavía no hay una razón para la cual gastar tiempo y energía de las agitadísimas vidas de cada uno en hacer una revista. La económica claramente no es una. Aunque no estaría mal ver unos pesos en su debido momento, hay algunos pocos emprendimientos más rentables que hacer una revista. Algunos pocos, tal vez no más de 100 mil. Seguramente la disconformidad con el mercado editorial argentino haya sido un empujón inicial. Se subestima al lector en la mayoría de los casos con notas sin texto –sí, aunque suene contradictorio- o de la profundidad de una pelopincho. En las pocas excepciones, sobran los dedos de una mano para contar las notas interesantes que se encuentran sumergidas entre avisos de todo tipo. Por suerte llego a una conclusión, un tanto más romántica de lo que hubiese preferido. Estamos haciendo El Esnob porque queremos hacer una buena revista. Una revista diferente. Una revista para leer y agradable a la vista. Y, modestia aparte, créanme que dándole un último vistazo, lo logramos.
Del ocaso del Sunset a lo alterno POR Tatiana Turenne MONTAJE Camila Fernández
A
ños sesenta. Estados Unidos. Los Ángeles. Zona oeste de Hollywood. Sunset Boulevard. Aquí, en la cuna representativa del ocio occidental, dos kilómetros y medio cubre el llamado Sunset Strip, el tramo de calle más llamativo, más histriónico y más laxo conocido hasta el momento. Desde 1920 se concentran allí los clubes y locales nocturnos que crecieron al ritmo de la industria cinematográfica y se convirtieron en el epicentro de las “promesas artísticas” que, combinadas con una incipiente pero permisiva industria clandestina de juego, alcohol, mujeres y drogas, se transformaron en una especie de zona legendaria; hogar por excelencia del entretenimiento masivo. Los movimientos contraculturales que tuvieron su auge a partir de 1960 tuvieron su lugar en “el Sunset”, y entre ellos, la música jugó el rol principal. Muchas fueron las bandas que consiguieron fama mundial por presentarse en aquellos locales, en los que productores y famosos disfrutaban sus tragos criticando y, a la vez, buscando talentos por descubrir que, en la mayoría de los casos, signaron el surgimiento de casi todos los géneros derivados del Rock clásico que conocemos en la actualidad: des-
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de Led Zeppelin hasta Mötley Crüe, pasando por The Doors, Aerosmith y Kiss, los ’60, los ’70 y los ’80 encontraron su escena musical representativa y su género identificativo en los clubes al oeste de Hollywood. En las distintas amalgamas del Rock a través de este recorrido por décadas influyen dos fenómenos insoslayables: el Jazz como la introducción del pensamiento libre en la estilización musical, y el surgimiento de la cultura Pop, que consolida
La música no escapó a la nueva conceptualización del arte en la posguerra, y tomó paulatinamente como fin último la venta en masa y serie. la filosofía estadounidense capitalista neoliberal, devenida en el uso de la iconografía popular con sentido del juego y el único objetivo de aumentar las ventas de los productos de la industria cultural. La improvisación en la creación y la liberación del criterio fueron la génesis de la heterogeneización
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de géneros, considerados “clásicos” hasta este momento, que acabaron inmiscuidos en lo que comenzó a definirse como un sistema de modas. La música no escapó a la nueva conceptualización del arte en la posguerra, y tomó paulatinamente como fin último la venta en masa y serie. Con el pop, la imagen del artista por sobre la de su producto se consolidó hasta espectacularizar al rock en los ’70, y más aún en los ’80, con el surgimiento del Glam Rock y la New Wave of Heavy Metal. El grupo The Velvet Undergroud en sus inicios (1964-1973) fue el ícono de esta búsqueda de mixturas de sonido y estilo que fue consecuencia directa de la pérdida de definición genérica. Los “Velvet” son considerados precursores de la “modernización” de la música y los primeros en experimentar con la improvisación jazzista y la forma pop. El Punk, la New Wave, el Hard Rock, y hasta lo que hoy conocemos como Grunge, Indie o Nu Metal encontraron su inspiración en esta idea posmoderna: la inspiración, influencia e incorporación de lo clásico y su mezcla con los agregados contemporáneos, entre los que, por ejemplo, el tecno, los efectos y los ruidos ambientales jugaron un papel fundamental. Los géneros se desdibujaban cada vez más, y la escena del Sunset perdió de a poco la autenticidad y espontaneidad de sus inicios, convirtiéndose en una atracción turística y guiándose, finalmente, por las modas. El semillero del rock perdió su lugar legendario y nuevos ambientes comenzaron a ser foco de bandas que idolatraban e incorporaban a nuevos estilos lo “clásico” de los grupos de déca-
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das anteriores. MTV y los medios que dedicaron su existencia a la comercialización y espectacularización de la música significaron el fin de una marcada distinción genérica entre bandas, regiones de origen, estilos, seguidores y cultos. Proceso que, hoy en día, vemos definitivamente establecido con internet y sus sitios de descarga directa. Durante las décadas de esplendor del Sunset, el fanático se apegaba a un estilo y compraba los discos que pertenecían al mismo, o de algún grupo en particular. El target de las bandas era más marcado, y los ambientes en los que se movían, más “especializados”. Hoy en día sorprende la aleatoriedad de las listas de reproducción. La música se convirtió en un lenguaje global. En uno de los ámbitos más genialmente afectados por la globalización. En símbolo de integración e intercambio. Sin embargo, de la idea anterior se desprende un planteo: en lo que al Rock respecta, en los años ’90 se consolida con el Grunge el crecimiento de una contracultura dentro de los géneros existentes hasta el momento. Además, esto colisiona con el nacimiento de la música electrónica y la exitosa inclusión de sonidos sintéticos en sonidos de base clásica. Los diferentes lenguajes del rock comienzan a tensarse o a complementarse, e interactúan en un movimiento múltiple que se conoció (y conoce) como Rock Alternativo. El Rock Alternativo surge básicamente como la conceptualización de una multiplicidad de mensajes musicales mezclados. De todo lo anterior se desprenden líneas dentro del macro-género “Rock”, subgéneros de los últimos treinta años, que se
agrupan como sonidos “alternativos” sin distinción cambiar el mundo y le dio voz a generaciones enestilística, ni de sonido, ni categórica. teras perdió la marcada diferenciación entre sus Este término es el passepartout actual para todos vertientes que le dio la variedad a sus inicios. Esa los grupos que comenzaron siendo generalmen- genialidad que ahora está mezclada. te producidos por discográficas independientes y Y, a pesar de todo, en los quizás aún incipientes, que no encajan dentro del sonido mainstream que pero increíbles subgéneros Indie, Britpop, Grunge se definía hasta los años ’90. Indie Rock, Brit Pop o y Nu Metal, por ejemplo, todo lo que catalogamos College Rock, Nu Metal o Punk-Pop son algunos de como alternativo intenta diferenciarse de nuevo, los nombres modernos etiquetados bajo la catego- tratando de quitarnos la maldita costumbre de poría alternativa. larizar décadas enteras de proceso, historia, moviArctic Monkeys, Radiohead, Franz Ferdinand, Au- mientos, éxitos y fracasos. Quizás ya no sea el Sundioslave, Linkin Park, Sonic Youth, REM, The Cure, set Strip el foco, pero Seattle, Detroit, Londres y Muse, Oasis, U2 y The Smiths son ejemplos de las Sheffield, entre tantos nuevos escenarios, le dieron muchas bandas aual Rock Alternativo nadas en el criterio bandas que suenan alternativo. Estados La multiplicidad conceptual parece ser, para darnos placer. Unidos e Inglaterra, entonces, el fin del largo camino O cambiamos la nocomo era de espelegendario del Rock desde sus menclatura, o que rarse, los principales orígenes en los años 50. nos deje de imporepicentros del fenótar. La música, en meno. una reflexión últiPareciera que todo lo que no es clásico, es alterna- ma, no escapó a la diversificación del nuevo siglo. tivo. Una idea de género de aserción múltiple para El Rock Alternativo es el triunfo final del proceso todas las bandas que le incorporen a las líneas del de transculturización entre los géneros del Rock, rock de mediados de siglo hasta ahora un tono un- el Pop, el Jazz, el Tecno, el glamour de los ’70 y los der, lenguaje posmoderno, elementos modernos, ’80, MTV… y todas las bandas que quisieron hacerrecursos de sonido “distintos”… y que se declaren le frente a la industria cultural, y resultaron irrecomo “independientes” o contraculturales. mediablemente (y sin criticar por ello) absorbidas ¿Pérdida de definición o mala costumbre a la hora por la misma. de nombrar los estilos? Lo de alternativo no es más que la manera de nomLa multiplicidad conceptual parece ser, entonces, brar errónea y pretenciosamente a una gran lista el fin del largo camino legendario del Rock des- aleatoria en la que hay buen Rock para todos. Si de sus orígenes en los años 50. El estilo que supo sabemos buscarlo.
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NIRVANA:
demasiados humanos a un cuarto de siglo A veinticinco años de la verdadera apertura de la escena de Seattle al mundo del Rock a través del Grunge, estilo que la adaptó como su indiscutida ciudad de origen, el legado de Bleach vive como el éxito precursor del lanzamiento de todas las bandas que, hasta 1989, soñaban en un garage con que su estilo alternativo pudiera llegar a los charts de Billboard.
POR Tatiana Turenne ILUSTRACIÓN Manuela Esteves
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ara fines de los ochenta, el glam rock, el hard rock y la cultura pop dominaban el ámbito musical, y rompían sucesivamente los records. Quizás hacía tiempo que no se escuchaba un sonido con identidad propia, o una letra que fuera más allá de ideas simples y ya estereotipadas sobre el sexo, las drogas, la rebeldía y la libertad actitudinal. Aunque Kurt Cobain haya escrito en sus diarios que para 1989 estaba aburrido, ese fue el año en el que su banda, que aún no había tocado para más de veinte personas y se movía en bares frecuentados por estudiantes y fanáticos de star trek, salió del garage y anticipó oficialmente el que sería su primer trabajo discográfico, Bleach, el 9 de junio. Nirvana se presentó en el “Lamefest festival”, algo así como una jornada de recitales de grupos de poca monta, organizado por el sello en el que confiaron desde el principio, Sub Pop records. Los representantes de Sub Pop apelaban a una presupuesta mediocridad de su cartelera para invalidar las críticas y promocionar la empresa, cosa que les interesaba más que llevar adelante a sus bandas. Ese día, el que por entonces era un cuarteto (Kurt Cobain en guitarra y voz, Krist Novoselic en bajo y coros, Chad Channing en la batería y Jason Everman brevemente como segundo guitarrista) tocó primero, teloneando a Mudhoney y Tad, las bandas más importantes del sello organizador. Sub Pop records aunó e impulsó en aquél momento lo que pasó a conocerse como “Movimiento Grunge,”
durante toda la década de los noventa, contando entre sus estrellas también a Soundgarden, The Smashing Pumpkins, Flaming Lips, Sonic Youth, The Meat Puppets y The Vaselines, que aprovecharon esa época para lanzar sus primeros trabajos. A mediados de 1989 la escena musical del noroeste de los Estados Unidos comenzó a cobrar atención a nivel internacional. Varios críticos ingleses impulsaron al Grunge con sus buenas reseñas alrededor del globo, por haber sido invitados a ese festival de “mediocres”, en una inteligente jugada de Sub Pop. Nirvana, con su primer disco de estudio, no hizo más que simplemente cambiar el sentido de la música como se conocía hasta ese entonces. Con riffs sencillos, pero pegadizos, y ritmos veloces que recuerdan al Punk, las melodías básicas de Bleach terminan de definirse en progresiones de acordes que logran un muy buen contraste con las letras ingeniosas de Kurt, que parecen ser combinaciones repetidas de frases hechas, pero remiten a las partes más oscuras de su infancia (su timidez, su miedo a la sexualidad, la separación de sus padres, su inconformismo vital) y a su fascinación con las drogas alucinógenas. Este fue el anticipo del desequilibrio psicofísico que acabó con su vida, pero acentuó el estilo de las canciones que le darían voz a una generación de adolescentes que no se identificaban con nada. Ahora estaría bien ser un paria, y la instalación de Nirvana como banda de culto quedaría asentada 25 años después.
bleach your acts
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Cuando el desaparecido periódico The Rocket reseñó el álbum, entendió que tenía que ver con la definición de un estilo desmarcado de las otras bandas de Washington que, hasta ese momento, le hacían sombra al grupo de Cobain: “Nirvana recorre el espectro del thrash de un extremo al otro, acercándose al garage grunge, al noise alternativo y al metal más duro sin jurar lealtad a ninguno de ellos”. Esto sumado a que el propio Kurt entendía en sus diarios que sus letras eran “un montón de contradicciones”, delineó en un disco desigual lo que serían las características de este movimiento musical que tomaría impulso en los noventa y haría que discos como Nevermind, Ten o Superunknown hicieran parecer aburrida a la música popular súper-producida y espectacularizada de la década anterior. El trabajo que revolucionaría la música de Seattle y el mundo llegó a vender casi dos millones de copias sólo en los Estados Unidos de aquel entonces. Canciones como School, About a Girl y Big Cheese se convirtieron en íconos del fenómeno Nirvana, y en indispensables para los oídos de cualquiera que simpatice o desee interiorizarse en el rock alternativo de los ’90. Kurt había pensado en titular el disco Too many humans (Demasiados humanos), que pese a no corresponder al nombre de ninguna canción en concreto resumía la oscura tesis de su trabajo: su
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incomodidad frente a la sociedad. Sin embargo, cuentan sus compañeros de grupo que, en una gira por San Francisco (las radios universitarias acogían generosamente los primeros demos de Nirvana), Kurt vio un cartel de propaganda de prevención del SIDA que, siendo ya heroinómano, le causó gracia. El letrero decía “Bleach your acts” (Blanquea tus actos), y el músico de Aberdeen se limitó a anunciar a
A veinticinco años, demasiados humanos eligen seguirse identificando con la breve pero fundamental banda de Seattle que sacó a todo un género musical de aspiraciones de garage. sus compañeros en la camioneta en la que viajaban que esa primera palabra nombraría su álbum. A veinticinco años, demasiados humanos eligen seguirse identificando con la breve pero fundamental banda de Seattle que sacó a todo un género musical de aspiraciones de garage. Bleach es el trabajo que inauguró la proyección mundial de un estilo que, aunque se insertó en el sistema comercial como sus antecesores, le devolvió a la música la calidad de “expresiva” que la industria cultural norteamericana iba a robarle para siempre.
Tres versiones de Kafka POR Francisco Sabena ILUSTRACIÓN Manuela Esteves
El estado incompleto de los fragmentos es el verdadero imperio de la gracia en estos libros. W. Benjamin
1. El archivo de Foucault
De mi experiencia con El proceso de Franz Kafka, afirmaría lo mismo que Graham Greene sintió con El túnel de Sábato: “No puedo decir que lo haya leído con placer, pero sí con absoluta absorción”. Cabría exponer el argumento de la novela en pocas palabras, pues su sabor está en los detalles: Un hombre cualquiera es acusado de haber cometido un delito; éste no sabrá nunca quién lo acusa, ni de qué se lo acusa; nunca conocerá a su juez ni a su jurado; sin poder asistir a la sentencia, sabrá que fue encontrado culpable y que será condenado; el castigo será aplicado por dos agentes anónimos. Así descripto, el argumento propone la travesía de un hombre que se encuentra en una situación extraordinaria y que pese a todos sus esfuerzos no podrá salir de ella, sino que será llevado a través de sus etapas hasta el inevitable final, como si una fuerza sobrenatural pesara irrisoriamente sobre la voluntad de un hombre libre y lo conminara a la larga espera por una explicación que nunca llegará. Esa fuerza, según las variadas lecturas que la novela tuvo desde su publicación en 1925, podría ser Dios,
podría ser el azar, podría ser el régimen burocrático de creciente poder que llegaría a su máxima expresión en la maquinaria de exterminio judío que desplegaron los nazis en la década de 1940. Días pasados, una página de Foucault me propuso una interpretación alternativa. Leo en Vigilar y castigar (I, 2): En Francia, como en la mayoría de los países europeos –con la notable excepción de Inglaterra–, todo el procedimiento criminal, hasta la sentencia, se mantenía secreto: es decir opaco no sólo para el público sino para el propio acusado. Se desarrollaba sin él, o al menos sin que él pudiese conocer la acusación, los cargos, las declaraciones, las pruebas. En el orden de la justicia penal, el saber era privilegio absoluto de la instrucción del proceso. “Lo más diligentemente y lo más secretamente que pueda hacerse”, decía, a propósito de la misma, el edicto de 1498. Bajo esta nueva luz, tal vez El proceso no cuente una historia increíble, una parábola del absurdo y la opresión: tal vez sea una mera novela anacrónica sobre un hombre del siglo XX que es acusado, culpado y condenado por un tribunal del siglo XV.
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2. El antídoto de Melville
En “Kafka y sus precursores”, Borges registra una serie de lecturas, en orden cronológico, cuya forma o argumento remiten, al lector moderno, a la obra de Kafka. Junto al censo (Zenón, Han Yu, Kierkegaard, Browning, Bloy y Lord Dunsany), propone una de sus tesis más asombrosas: “Cada escritor crea a sus precursores”, pues “su labor modifica nuestra concepción del pasado”. En otros ensayos, Borges menciona a otros dos, ambos pertenecientes al momento de auge de la literatura estadounidense: Nathaniel Hawthorne y Herman Melville. Sobre el último, que pasaría a la historia como el autor de Moby Dick, me gustaría hacer una observación. El relato de Melville que suscita la comparación con Kafka es “Bartleby, el escribiente” (1853), cuyo protagonista es contratado por una pequeña oficina de amanuenses (copistas, en tiempos en que los documentos legales debían ser transcriptos a mano por diligentes empleados) tras ser despedido de una inhóspita oficina de correos. El narrador, jefe de Bartleby, nos describe a sus empleados, sus prácticas habituales, su carácter y costumbres; la llegada de Bartleby, sus primeras impresiones, y la anomalía: tras unos días indica a éste alguna tarea ordinaria, nada fuera de lo común, y Bartleby, imperturbable, responde: “preferiría no hacerlo”. El jefe, asombrado, cree haber escuchado mal y reitera el pedido. Bartleby insiste: “preferiría no hacerlo”. Desde este
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momento inicial, el orden natural en la oficina de copistas se irá alterando a medida que su nuevo empleado vaya rehusándose a cumplir cada vez más actividades, hasta el punto de abandonar todo quehacer. Nuestro narrador se apiadará de la abulia de Bartleby y lo ofrecerá, ya sin alternativas, a las fuerzas policiales. Borges tradujo del inglés este cuento, y en su prólogo escribió: “define ya un género que hacia 1919 reinventaría y profundizaría Franz Kafka: el de las fantasías de la conducta y del sentimiento o, como ahora malamente se dice, psicológicas”. Sí, el cuento de Melville es el más inmediato precursor de las parábolas opresivas de Kafka. Sin embargo –y creo que esto no ha sido notado hasta ahora– Bartleby, el personaje, es el reverso del personaje kafkiano; es su antítesis, el antídoto contra las fuerzas irracionales de la burocracia kafkiana. Bartleby, protagonista en cualquier relato de Kafka, estaría inmunizado. Así, en El proceso se negaría a acompañar a las fuerzas policiales que allanan su domicilio; no asistiría al tribunal; no concurriría al descampado para que agentes anónimos lo ejecuten.
3. Los cuadernos de Benjamin
La editorial argentina Eterna Cadencia –cuyo catálogo incluye a Foucault, a Susan Buck-Morss, a Oscar Masotta– publicó hace unos meses Sobre Kafka. Textos, discusiones, apuntes, recopilación póstuma de Walter Benjamin de 1980, inédito hasta ahora en lengua castellana. La sección “Textos” reúne cuatro artículos del filósofo alemán publicados en vida; las “Discusiones” surgen del intercambio epistolar entre el autor y colegas amigos, como Adorno y Scholem; los “Apuntes” no son sino las anotaciones en papeles sueltos, bosquejos de los textos que publicó en vida y de los que las circunstancias –ser judío en el Tercer Reich– le impidieron terminar. Las interpretaciones que hace Benjamin de Kafka son tal vez menos novedosas para nosotros que lo que los textos nos transmiten de Benjamin. Imbuido en las versiones teológicas y un tanto
psicologistas que proliferaban en aquellos años, las primeras tras la muerte del extraño escritor, el aporte de Benjamin tiende a ser la discusión –la coincidencia o el rechazo– de las teorizaciones vigentes en su tiempo. La inusual atemporalidad de la obra de Kafka proyectaba en la biografía de su autor la demanda por el sentido: Kafka era empleado de seguros, creció bajo la tutela represiva del padre, no escribía en la lengua de su tierra –checo– sino en la de su invasor –alemán– y, fundamentalmente, era judío practicante. En tiempos en que la literatura remitía a otras literaturas, en que la complejidad intertextual asomaba en cada opera prima, Kafka contó fábulas con pocos personajes, argumentos elementales y resoluciones sin escándalo; historias que no necesitaban ser más que historias. No es sorpresivo, llegados a este punto, que cada elemento de su literatura fuera para la crítica un símbolo de otra cosa: que la burocracia fuera la religión organizada; que el perverso orden terrenal fuera espejo del misterioso orden superior; que las instituciones fueran variaciones del dios judío, y demás. Bajo el puente por el que transitó Benjamin ha corrido mucha agua desde entonces; aquella novedad ahora puede redundar. No así las cartas de prosa íntima ni las sustantivas anotaciones ocasionales, que nos permiten acceder a lo cotidiano de la actividad intelectual de uno de los críticos más singulares del siglo XX.
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Un fantasma recorre Ciudad Gótica Los oprimidos de un sistema injusto se sublevan ante el poder vigente en una incesante búsqueda de igualdad. Una amenaza al statu quo capitalista en forma de revolución debe ser exterminada. Esta es una mirada subyacente a una de las películas más taquilleras de la historia: Batman, el caballero de la noche asciende, de Cristopher Nolan. POR Ulises Arena ILUSTRACIÓN Camila Fernández
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rimero lo primero. Los personajes estelares de la historia son: Batman y Bane, protagonista y antagonista respectivamente (aunque en los términos de este análisis estos roles se invierten: Bane quiere llevar a cabo un plan y Batman, oponiéndose, pugna para que no se concrete). Batman, mejor conocido como Bruce Wayne cuando se despoja de máscara y capa, es un héroe sin poderes que lucha contra todo quien turbe o amenace con turbar la tranquilidad de la corrompida Ciudad Gótica. Es, además, un buen capitalista, defensor de dicho sistema y de los grupos dominantes. Bane, por su parte, es un líder terrorista,
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exmiembro de la Liga de los Comunistas… eh, perdón, quise decir: de la Liga de las Sombras. Dicha liga aparece en la primera película de la saga de Nolan y tiene como fin último restaurar el orden mundial con el lema “el fin justifica los medios”. El enemigo del murciélago se destaca por su intimidante físico y logra el control de Ciudad Gótica, transformándola en una ciudad-estado aislada del resto del mundo, produciendo una ofensiva político-ideológica: llama a una revolución contra las elites y el poder establecido. “¿Ciudad Gótica luce similar a Manhattan o soy yo?”. No es casualidad que el director haya elegido esta ciudad para rodar su último film y que no se haya preocupado por maquillarla (como sí logró a la perfección en las precuelas). Era necesario mostrarla como una isla para que los planes del terrorista sean asequibles. No es importante destacar cómo Bane logra su cometido. Sí que tiene a toda la población amedrentada con el objetivo de que nadie entre ni salga de Gótica. Neutraliza a las fuerzas policiales y toma Wall Street con vehemencia. Convoca a las masas oprimidas a derrocar a las elites y realizar una redistribución forzosa de la riqueza. Aquí se hace visible el concepto de protesta popular: juicios sumarios inapelables con condenas extremas para los ricos, la metrópoli se inunda de crímenes y delincuencia.
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La caricatura de la masa revolucionaria que nos devuelve la pantalla, compuesta mayormente por el proletariado, es sumamente violenta y cruel, están sedientos de sangre y portan ametralladoras AK-47. La bandera del anarquismo flamea con vigor. Comunista al gobierno, descontrol al poder. Si bien todos los procesos revolucionarios tuvieron su cuota de violencia, la película la interpreta como terrorismo exagerado e inescrupuloso. En este punto, no puedo dejar de resaltar la figura de Bruce Wayne. Mi intención no es arruinarte la imagen que tenés del héroe que empapelaba tu cuarto cuando eras chico, pero sí contextualizar su grandeza. Wayne es considerado un buen capitalista, un millonario filántropo que se dedica a la financiación de orfanatos, a la caridad y a la construcción de obras que mejoran la ciudad. Ese es el Doctor Jekyll. Por otro lado, el adinerado heredero de la fortuna de sus padres es dueño de una monstruosa empresa, Wayne Enterprise, que recauda dinero a través de la venta de armas y la especulación de acciones. Claro, ese es el señor Hyde. El círculo se cierra con la subvención de la baticueva y sus chiches por parte de esta empresa. Por si fuera poco, al final de la película, Batman es engrandecido con su muerte. Se inmola por la humanidad cual Jesucristo, invocando al ideal capitalista del sacrificio del individuo a cambio
de bienestar (“Si no sos exitoso, es porque sos un tió ser millonario (por herencia, por derecha o por vago”, dijo una vez un amigo mío yanqui). izquierda) y con el cual se siente cómodo por más A simple vista, Bane pareciera ser el más malvado mórbido que se encuentre; está en contra de cualde todos los enemigos del murciélago peleando quier otro régimen que no le hubiese permitido alcodo a codo con el Guasón. Éste último, bajo decanzar su estatus. En este caso, ese otro régimen, mencia, propone anarla película lo retrata quía y caos sin objetivos como caótico y da luz a para que las personas Batman es la barrera que frena al la idea que debe ser elise autodestruyan. Su caudillo revolucionario. No por ser minado. misión es demostrarle el poseedor de la razón y la verdad El mismísimo director, al héroe la necesidad de ni por ser obsecuente del Cristopher Nolan, dijo la existencia de un malgobierno de turno, sino por que su película retrahechor, en una relación defender un sistema que a él le ta la falta de honradez amigo-enemigo, ya que permitió ser millonario. como tema principal y sin la presencia del otro que los hechos se desno tienen razón de ser. encadenan de tal manePero él nunca convocó a las masas con un discurso ra porque se ha llegado a un punto crítico; que “no seductor y adictivo. Simplemente se limitó a conhay visiones de izquierda ni derecha, sino una evatratar bandidos que se hallaban bajo su control saluación honesta del mundo en que vivimos”. Está larial. Bane, en cambio, propone una amenaza real claro en qué mundo vive: él simplemente retrató la para el establishment dominante movilizando a visión impuesta por el establishment de la induslos oprimidos por una causa que ellos creen justa. tria cinematográfica y que tiene el ciudadano estaUn objetivo político con bruscos cambios sociales dounidense medio. Todo aquel que ose a desafiar el y con un evidente líder carismático. orden prestablecido es etiquetado como amenaza Batman es la barrera que frena al caudillo revoluy debe combatirse. Buenos, malos, héroes, malhecionario. No por ser el poseedor de la razón y la chores, amigos, enemigos, protagonistas, antagoverdad ni por ser obsecuente del gobierno de turnistas.Todo depende del punto de vista, todo está no, sino por defender un sistema que a él le permien el contexto.
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El retorno de
Hannibal POR Francisco Sabena ILUSTRACIĂ“N Milagros Esteves
adie que vea Hannibal, la serie estadounidense que se estrenó en 2013 y cuya segunda temporada terminó hace unas semanas, ignora quién o qué es Hannibal Lecter, el sociópata que obtuvo fama internacional en 1991 con la brillante interpretación de Anthony Hopkins en El silencio de los inocentes. Omitiendo esa costumbre norteamericana de reversionar grandes marcas taquilleras cada tantos años (Batman, Spiderman, James Bond…), ¿por qué Bryan Fuller creyó necesario volver sobre ese personaje que Stephen King llamó “el Drácula de nuestro tiempo”? Porque, así como el príncipe Hamlet o el Sócrates platónico, se trata de una personalidad que trasciende a la obra que lo representa; nunca terminamos de agotar todas sus facetas, siempre queda un resto de insatisfacción en esa incapacidad de poder entenderlo. Hannibal, que ya firmó para una tercera temporada, está basada (o más bien inspirada) en Dragón rojo, primera novela de Thomas Harris sobre el personaje, publicada en 1981. A diferencia de las versiones cinematográficas, ésta versa sobre el respetado doctor Lecter, psiquiatra consultor del FBI, antes de ser desenmascarado como “el destripador de Chesapeake”. La serie tiene un matiz un tanto británico, es decir que se maneja con el understatement, con el sobreentendido; no declama revelaciones, no trata al espectador como a un atolondrado. El misterio nunca es resuelto gratuitamente, los caracteres no son estereotípicos, nadie es bueno del todo ni malo
del todo. La maldad no está en Hannibal, ni en el conflictuado Will Graham (el héroe), sino que está descentrado: se lee entre las líneas, en los silencios, en los malentendidos. Las actuaciones están entre las más notables de los últimos años. Hugh Dancy (que interpreta Graham) tiene un tono de abrumadora intensidad que no decae; Mads Mikkelsen (Hannibal) tiene la enorme virtud de haber sobrevivido a la comparación con Hopkins, y construye su personaje de manera más sutil: no tiene la necesidad de mostrar lo que ya es, pues juega con el saber del espectador (esto también es mérito de los guionistas). Se mueve en el terreno de cierta ambivalencia, entre el dandy y el horror. Es raro ver su perfil inicuo, pero todo en él tiende a lo siniestro. (Basta verlo en La cacería, producción danesa de 2012 que le valiera el premio a mejor actor en Cannes, para saber que Mikkelsen es más que capaz para lo expresivo, como para pensar su interpretación de Lecter como “fría”.) Completan el reparto Laurence Fishburne y la bellísima Caroline Dhavernas. La fotografía, inspirada en Stanley Kubrick y David Lynch, es admirable; ciertos motivos, de corte alegórico y que varían de una temporada a la otra, enriquecen la trama, o ya forman parte de ella. La música original, en el estilo disonante de Edgar Varèse o Penderecki, está a cargo de Brian Reitzell y su novedad es un atinado avance con respecto a las versiones cinematográficas, que optaban por sonidos más tradicionales.
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La comedia menos comedia POR Maximiliano Fernández ILUSTRACIÓN Camila Fernández
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mediados de junio, terminó la cuarta temporada de Louie, la serie que dirige, escribe, protagoniza e incluso edita Louis C.K., un comediante estadounidense bastante reconocido por sus stands up. Si me preguntan de qué trata Louie, probablemente responda con tan poca claridad que hasta yo quedaría más confundido. Toca temas muy diversos y demasiado complejos: la soledad, los miedos, las inseguridades, la monotonía, el rechazo, entre varios otros, como para sintetizar en un par de frases y decretar uno como el tema central. Por suerte, se puede escribir y dejar una explicación medianamente comprensible. Louie se autodefine como comedia pero de comedia tiene bien poco. Por lo menos de las clásicas sitcoms. Cada capítulo dura poco más de 20 minutos y en ellos se alterna extractos de monólogos con escenas que siguen su mismo hilo conductor. Nada que se le parezca a Seinfeld por más que la comparación estructural sea inevitable. Louie es un observador notable. Encuentra detalles curiosos de la vida cotidiana que, por cotidianos, pasan desapercibidos. Cada capítulo se desarrolla en una locación distinta. Pese a su tono cansino, son montañas rusas emocionales. Cuando se presenta una situación insólitamente favorable, todo se derrumba. Y cuando la negatividad es la que invade la escena, aparece
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un hueco para la sonrisa sobre el final. Hay planos originales, sobre todo aquellos que se filman con cámara en mano. No incluye risas de fondo para contagiar y hay capítulos en los que ni siquiera busca la risa del espectador y en los que, de hecho, no te reís ni una sola vez. Es decir, rompe con todos los esquemas conocidos de la típica comedia norteamericana. Louie, el personaje, es un cuarentón, gordo, colorado pese a su calvicie avanzada, soltero tras el divorcio de la madre de sus dos nenas. No sólo opta por la vía fácil de reírse de su aspecto físico, sino que se desnuda por completo. Expone sus sentimientos más recónditos, más vergonzantes, los cuales la mayoría preferiríamos soslayar y por eso, a veces, ni nos damos cuenta que llevamos. Esa honestidad brutal –honestismo, si se me permite el neologismo- es su rasgo diferencial. Despierta empatía y por momentos ternura. Te dan ganas de darle un abrazo porque es un buen tipo. Quizás más bueno que nadie, pero esa bondad tan lindera de la estupidez genera escenas por demás patéticas. Le incomoda cualquier situación que se sale de la normalidad (y en la serie hay muchas). Se traba. No sabe cómo reaccionar. La cuarta temporada que acaba de terminar muestra al Louie más auténtico. Ya despojado de toda atadura. Comprende que fidelizó un público que no
lo va abandonar y por eso es la más compleja de las cuatro, pero, a la vez, la menos graciosa. Insiste en su faceta como –granpadre, paranoico en el cuidado de sus hijas, Lily y Jane. Paranoico al punto de repetir una y otra vez “las reglas del subte” antes de viajar o mostrarse al borde del ataque de pánico al ver a su hija mayor fumando un porro junto a sus compañeros. En un capítulo doble en el cual traza un paralelismo calculado con su infancia. Hasta la tercera temporada, vimos a Louie enamorado de Pamela, una madre soltera cargada de un humor ácido permanente, que siempre lo rechazó. Ahora aparece una nueva mujer, Amia, su vecina húngara que no habla una palabra de inglés y está sólo de paso en Nueva York. Louie se enamora, la imagina como la madrastra ideal, aunque la relación circunda lo ridículo por las dificultades para comunicarse. Otro vecino de Louie -un doctor estrambótico dueño de un perro de tres patas, pero que exuda sabiduría- se transforma en la revelación de la temporada al oficiar, casi a costa suyo, de consejero. Sobre el final, vuelve Pamela de su viaje con otra idea y eso replantea todo. Todavía no se conocen anuncios oficiales acerca de la renovación de la serie para una quinta temporada. Su audiencia tuvo picos de un millón, pero, en pro-
medio, bajó levemente en la cuarta. No es una serie para cualquiera. Es más, debería conocer muy bien a alguien para recomendársela. Cuando decís “comedia”, todos se imaginan otra cosa. Y Louie es la comedia menos comedia y, quizás por eso, la mejor comedia.
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Cine de terror:
¿por qué atrae tanto década tras década? Por Ulises Arena Fotografía Camila Fernández
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l miedo es un cambio de estado tanto físico como psicológico. A nivel corporal podemos experimentar aumentos en los niveles normales de la presión arterial, glucosa y tensión muscular. A nivel cerebral, y esta es la parte interesante, se liberan cantidades considerables de adrenalina y, dentro del sistema nervioso, se activan todas las regiones implicadas en la atención y la alerta. Es decir, nuestros reflejos se extreman y cualquier estímulo puede ocasionar un cambio radical en nuestra forma de pensar o actuar. Cuando el cerebro se halla en este estado, está sediento de bienestar. Al concluir la etapa de miedo y pánico, la zona de gratificación se activa y una sensación de paz nos abraza. Es hora de la tranquilidad. Eso es, en definitiva, los que nos atrae del miedo. El terror, por su parte, es la máxima expresión que puede alcanzar. ¿Qué mejor que sentir terror acompañados por unos pochoclos y una coca? Hay quienes piensan que el género del cine de terror surgió con la invención misma del cinematógrafo de los hermanos Lumière. En su primera presentación, El arribo de un tren (1896) causó pavor entre sus espectadores al creer que serían arrollados por la locomotora. Algunos otros se lo atribuyen al cine alemán de principio de siglo XX. Lo cierto es que el género de terror, tal como lo conocemos hoy, se inició en la década de 1930. Más precisamente con la adaptación de Drácula, de Tod Browning, de la productora Universal. Drácula, Frankenstein, King Kong, La momia, son algunos de los monstruos que se vieron en esta década. En su mayoría provienen de novelas y son elegidos por las productoras como consecuencia del éxito de taquilla. Se habló de un agotamiento recién
Al concluir la etapa de miedo y pánico, la zona de gratificación se activa y una sensación de paz nos abraza. Es hora de la tranquilidad. Eso es, en definitiva, los que nos atrae del miedo. El terror, por su parte, es la máxima expresión que puede alcanzar. en 1936 con La hija de Drácula. Ahora bien, ¿es casualidad la elección de estas novelas y guiones por sobre otros, o acaso el contexto lo favorecía? Recordemos que la década de 1920 fue el resurgimiento de muchos países post Primera Guerra Mundial. Estados Unidos y Japón, quienes no habían participado del conflicto bélico, se apoderaron de los mercados internacionales y afloraron como potencias económicas. Luego llegó el crac de la bolsa de Wall Street en 1929, como consecuencia de una crisis internacional, y todo se desmoronó. El elemento que abate a la sociedad y rompe con la paz es de carácter exógeno. Es decir, provino de afuera. ¿Suena familiar? Drácula es de Transilvania, la momia de Egipto, King Kong de una misteriosa isla perdida del Pacífico. El segundo momento del género llega en la década de 1950. Pasada la Segunda Guerra Mundial y entrando en la prolongada Guerra Fría, en el inconsciente colectivo quedaron todas las devastadoras consecuencias de los calamitosos combates (en especial las de las bombas nucleares) sumado al miedo generalizado al comunismo. Surgen por estos años en
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el cine los monstruos con deformaciones: insectos gigantes y reptiles mutantes, producidos por radiación atómica, y científicos que experimentan con químicos en personas. Algunos títulos: El monstruo en tiempos remotos (1953), Tarántula (1955), La mosca (1958). En esta época comenzaron a darse los primeros viajes espaciales, lo que instó a un terror fantástico combinado con ciencia ficción. Se llamaron películas Serie B, dado su bajo presupuesto. Los largometrajes comenzaron a incluir viajes a la luna, monstruos extraterrestres y mala manipulación tecnológica por parte del hombre: Godzilla (1954), La invasión de los ladrones de cuerpos (1956) y La masa devoradora (1958) son algunos ejemplos de invasiones alienígenas en la pantalla grande. Nuestro recorrido prosigue con la década de 1970. La crisis del petróleo produjo el cierre inminente y abrupto de industrias. Una masa de gente quedó desempleada y atormentada. Surge con ello el cine catástrofe, aunque de forma muy incipiente. Por otro lado, había que buscar una perspectiva diferente para atraer y atemorizar a las generaciones que se criaron con los monstruos típicos y con pocas variaciones de principio de siglo: asoman en este período las entidades del más allá. Elementos inexplicables, fuerzas mayores involucradas y entes satánicos fueron las respuestas de las productoras. El bebe de Rosemary (1968), El exorcista (1973) y La ira de Carrie (1978) fueron grandes éxitos basados en misterios de otros planos. Además, la primera aparición de la temática zombie se dio en 1968 con La noche de los muertos vivientes, un cóctel de ingredientes aterradores que no defraudaron. Los ochenta en Estados Unidos se caracterizaron
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por tener una sociedad que disfrutaba un bienestar. Un acercamiento a mediados de la década entre ambos bloques combativos de la Guerra Fría y el debilitamiento de la URSS, hacían suponer una posible finalización de la misma. Los adolescentes de la época no habían vivido grandes sobresaltos, crisis ni guerras extraordinarias y disfrutaban del capitalismo hedonista de Ronald Reagan. A ellos había que apuntar: romper con la quietud y armonía con la que habían vivido sus años felices. Con creces cumplieron este objetivo películas como Pesadilla en la calle Elm (y la aparición de un histórico Freddy Krueguer), La masacre de Texas y Viernes 13 (¡Jason!). Los años noventa fueron un menjunje de todo el siglo. Se desarrollaron todos los estilos: regresaron monstruos como Drácula y Frankenstein, hubo un remake de Godzilla, se estrenaron la original fantasmagoría Sexto sentido y Los otros, y no se olvidaron de los adolescentes con títulos como Scream y Sé lo que hicieron el verano pasado. El último hito que cambió la manera de hacer cine de terror se dio el 11 de septiembre de 2001 en Nueva York. La caída de las Torres Gemelas reavivó el pánico de la población por los cataclismos desmedidos. Los monstruos quedaron relegados a un segundo plano y brota, ahora sí con fuerza, el cine catástrofe primeramente incursionado en los años setenta. Secuestro de aviones, apocalipsis zombie, inundaciones, meteoritos y volcanes son algunas conminaciones que ha debido resistir la humanidad. A la espera de nuevos sacudones que marquen un nuevo rumbo en el cine de terror, los vampiros brillan y se enamoran, Scary Movie se queda sin ideas y pierde seguidores y las producciones hechas para la caja boba desplazan a las de la pantalla grande.
Ventura
en sus engranajes
Ni bien se tiene el juego, otro supo primero y se adelantó a ganar, en esta pelea donde nadie sabe cuál es el premio a los que vencen, ni cuándo se ha vencido, ni el para qué vencer. Alejandro De Michele
POR Nicolás Bugiardo ILUSTRACIÓN Camila Fernández
El lugar que todo periodista ocupa en la sociedad está sujeto a la falacia ad hominem, y quien lo ignore podrá inútilmente alegar las ínfulas de querer ver su nombre estampado en letras de molde. La tarea del periodista dependerá de su reputación; caída
ésta, más le valdrá ejercer de cronista de guerra en el África Subsahariana. Así como un juez de la Corte Suprema que regentea prostíbulos pierde legitimidad en la plaza pública, salvo para quienes rescatan su palabra sólo para que en su impudicia termine por socavar la voz de quienes en retirada aún se complacen en hacerle creer que carga su fuerza de estandarte. La información es potencia, su puntuación es poder. Luis Ventura, que lo sabe, fue entregado al hambre de sus criaturas porque el espectro del monstruo que había sido creado con su rostro estaba rondando, el muy inepto, por las habitaciones del tramoyero que lo alimentó durante años. (No sabemos qué hubiera sido de Robin sin la existencia de Bruce Wayne, pero tal vez hubiera llegado a decente instructor de Pilates.) Abraham entregó a su hijo porque aunque lo amaba, más lo quería a Dios. Esa ambición del paraíso, la reconstrucción de Jorge Rial en periodista multitarget, lo llevó a ofrecer en sacrificio a su hijo pródigo: a aquel que en su estolidez nunca tuvo pruritos de pu-
blicar lo que Rial no podía, bajo el riesgo de tener que renunciar a su papel de operador político. El lenguaje de la TV es timing, esto es la economía de recursos del que sabe hacer cuando se sabe mirado; en peligro su estatura de hombre fuerte de AméricaTV, no le quedó más que renunciar al beneficio de tener un cómplice que publicara todo lo que la marca “Rial” no podía sostener sin pérdida. La figura de Ventura, ya desvencijada, no podía soportar una operación más sin contaminar a su benefactor. Un año después de abogar por un sujeto que lavaba dinero para el poder (ahora preso, pese a sus “encantos”), sentó en Intrusos a una bailarina de corte cabaretero para que confiese risueña un amor de juventud con el vicepresidente de la Nación, con la secreta esperanza de que los argentinos repitieran las taras de su sangre italiana y palmearan en la espalda al tal delincuente como hicieran en Milán con Berlusconi, porque ninguno de sus coterráneos ignoraba que en su lugar “hubieran hecho lo mismo”. Para la caída de Ventura colaboró cierto enfrentamiento que tuvo con Beto Casella, a raíz de algún secreto develado. No ya su buen nombre de periodista (…) estaba en riesgo, sino su cubículo de tierra entre los muchachos del barrio. La mística del origen es una prédica muy común entre quienes la traicionan. El Tévez de Fuerte Apache, el Maradona de Fiorito, no dejan de resaltar con sus énfasis demagógicos que a la primera oportunidad que se les presentó se fueron de “sus pagos”. La miseria es elogiosa sólo para quien la abandona. Tanto Ventura y Rial como Casella se identifican con el barrio de sus infancias, bien a resguardo de ellas. Pero a Casella, de límpida chabacanería, menos le costó sustentar ese ideario en el enfrentamiento con Ventura. El de Lanús, su patrocinador de Munro y su contrincante
de Haedo… Pareciera que presumir de pobres geografías sirviera para disculpar carencias morales, o empatizar con sus indecencias. Ser del norte, a su vez, vale por demérito, pues se aspira a ser otra cosa pero con la prerrogativa de cargar las condecoraciones dudosas del origen de “hombre común”. La televisión que, en palabras de Casella, “escupió a Ventura”, no debe sorprendernos, no tardará en regurgitarlo, y aparecerá nuevamente bajo el soporte del nuevo rol que le será asignado en el juego de poderes. Si aspira a permanecer, tendrá que mudar de piel. Sin embargo, no podemos dejar de reconocerle al dúo de Intrusos una cierta “ética” periodística, o más bien una coherencia en su falta: hasta los últimos minutos antes del fin, ni Rial ni Ventura se resignaron a tratar el caso con cierto decoro, con cierto amable silencio. Expusieron las novísimas miserias con el mismo tratamiento que durante años tuvieron para con sus víctimas. No sólo dándole tapas en la revista que publican, sino, sobre todo, permitiendo que Ventura sea hostigado ante las cámaras por sus propios compañeros de programa. Azuzándolo para el descargo visceral, para que su propia palabra lo condene, para que envuelto en sus propios métodos termine por amenazar con revelar aquello que perjudicaría no sólo a la depositaria de su futuro hijo, sino a él mismo. Es claro: Ventura no podía resistir la tentación de sacarle el jugo al escándalo; que el implicado tuviera su nombre, a esta altura, era un detalle. (¡Cómo no exponer al padre de familia que traiciona un amor de décadas, cómo no darle aire a un sujeto que le reprocha a su amante no haber abortado…!) Que se convirtiera en víctima de la maquinaria televisiva que por años ayudó a construir, en esta suerte de justicia poética, fue a beneficio de sus acreedores.
Si aspira a permanecer, tendrá que mudar de piel.
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El mundial del fútbol Argentina sufrió pero clasificó. Un análisis de lo que dejó hasta hoy el Mundial. La revelación, la decepción, la polémica mordida de Suárez y más. Por Maximiliano Fernandez Fotografía Filipe Valeirão
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asaron cuatro largos años para que la pelota más importante de todas volviera a rodar y para que las ilusiones, fundadas o infundadas, volvieran a despertar. El Mundial de Brasil ya llega a sus fases decisivas pero, salvo un giro radical, será recordado como el mundial del fútbol. No “de” fútbol porque –claro- redunda, sino “del” fútbol. Hace casi siete años, la FIFA optaba por Brasil para albergar el Mundial 2014. Ni el más pesimista hubiera imaginado que en la capital histórica del fútbol y del pentacampeón, un año anterior a la realización, la calle se manifestara en su contra. Mucho se habló así que va una breve reseña de la génesis para no perder el tiempo. En mayo del 2013 se aumentó a 20 centavos el boleto de colectivo en San Pablo. Los paulistas salieron a las calles a reclamar; una extravagancia en un país para nada habituado
a la protesta social. El efecto se propagó y otras ciudades no tardaron en sumarse. Ya a los pocos días empezaban a aparecer pancartas con un mensaje claro: “No queremos el Mundial”. Pasó casi un año y las manifestaciones no aplacaron. Se formó un Comité Popular en el que se planifican las vías de protesta y las medidas a tomar como colectivo. Y hasta la Conferencia Episcopal de Brasil, el epicentro del catolicismo, se pronunció en contra: “Estamos preocupados por el desalojo de familias y la profundización de la desigualdad, la apropiación del deporte por entidades privadas a las que los gobiernos están delegando responsabilidades”. Es que algunas estimaciones rondan los 10 mil millones de euros destinados al presupuesto mundialista. Una cifra que ni con toda la buena voluntad se cree poder recuperar. Pero el Mundial llegó y contra todos los pronósti-
cos, estamos viendo un gran fútbol. La fase de grupos dejó un promedio de gol por partido de 2,83. Así fue que se convirtió en la primera fase con más goles desde Francia ’98, el primer Mundial que lo jugaron 32 selecciones. La cantidad de goles no es fruto de la casualidad. La mayoría de las selecciones mostraron propuestas audaces, cuando lo esperable era la especulación y priorizar la neutralización del rival antes que la mirada a uno mismo. La otra gran característica que signa al Mundial es la paridad. Si bien es cierto que el fútbol se emparejó debido a la imitación de métodos de entrenamiento exitosos, la exportación de jugadores y técnicos que jerarquizan ligas menores, los avances tecnológicos que permiten analizar al rival de turno y contrarrestar o copiar movimientos tácticos interesantes, entre muchos otros factores. Todo eso es cierto, pero nadie esperaba, por ejemplo, que en octavos Brasil llegara a los penales con Chile; Holanda estuviera a 3 minutos de quedar afuera con México; Nigeria le complicara la vida a Francia; Argelia le generara tanto peligro a la, en teoría, intimidante Alemania; que Argentina necesitara 118 minutos para sortear a Suiza.
pelota y asociaciones en corto. También expuso a un despliegue descomunal a Mascherano porque el equipo quedó largo casi siempre y Gago no colaboró casi nunca. La última línea, debido a la vocación ofensiva del equipo, tiene que adelantarse al menos 10 metros para achicar los espacios a la espalda de los volantes. Messi otra vez regaló una perla y Argentina se fue a dormir más tranquilo, ya con la cabeza en Suiza. La sensación premonitoria de que no iba a ser un partido sencillo se palpaba. Suiza apeló a lo que todos sabíamos. Ceder iniciativa, replegar líneas hacia atrás y salir rápido de contragolpe. De esa manera, enmarañó a la Selección y tuvo las dos más claras del primer tiempo. ¿Tan fácil es neutralizar
Argentina
a Argentina con la calidad individual que tiene? ¿Necesitamos depender exclusivamente de una iluminación del 10 cada vez que un rival se abroquela? Parece que sí. El segundo tiempo se planteó distinto. Suiza se animó a presionar más arriba y aparecieron los huecos inevitables a partir de 3 cuartos. Argentina cerró sus mejores 45 minutos en lo que va de la Copa, pero no pudo abrirlo. Alargue. Las piernas y la cabeza empezaron a flaquear. Sabella tardó una eternidad en mover el banco. Cuando lo hizo, sus dirigidos volvieron a manejar el partido, pero el tiempo lo asfixiaba y el parto de los penales parecía inevitable. Palacio, de un ingreso muy tibio, recupera una pe-
Al momento de escribir este apartado, todavía me tiemblan los dedos. Argentina acaba de clasificar a 4tos de final con gol de Di María en el segundo tiempo del alargue. La Selección arrancó el Mundial con dos partidos decididamente malos. Bosnia e Irán fueron los primeros rivales y en ambos los resolvió Messi con una genialidad. El colectivo que potencia a la individualidad nunca apareció, sino que fue Messi quien por iniciativa propia sacó la cara por el equipo. Llegó Nigeria y la necesidad de lograr el primer puesto en el grupo para que se abriera una llave accesible. Argentina mostró insinuaciones de mejora en el funcionamiento colectivo. Mejor trato de
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¿Tan fácil es neutralizar a Argentina con la calidad individual que tiene? ¿Necesitamos depender exclusivamente de una iluminación del 10 cada vez que un rival se abroquela? Parece que sí.
lota en mitad de cancha. Messi padeció la falta de resto físico en el alargue, pero recibe con campo abierto. Le queda aire para una corrida. Cambia la marcha en un segundo, aguanta un patadón suizo y, en la medialuna, toca para un Di María en soledad que abre la zurda y la acomoda junto al palo derecho. Se le abrió el arco justo cuando a la Selección le urgía una última mano salvadora. Sufrir para disfrutar.
La revelación
Italia, Uruguay, Inglaterra y Costa Rica: el grupo D en el sorteo del Mundial. Grupo de la muerte para muchos. Especialmente, para Costa Rica. Todo futbolero lo descontaba como eliminado. Había dos lu-
gares para tres selecciones. Los Ticos ni entraban entre esas tres. El fútbol no sería fútbol sin su dosis de impredecibilidad. Desafía a la lógica como ningún otro deporte. Nadie hubiese imaginado a Costa Rica clasificado. Mucho menos clasificado primero. Y mucho menos clasificado jugando buen fútbol y superando a sus rivales. La propuesta es clara: respeto absoluto por la pelota pese a las limitaciones de algunos jugadores. Salida en corto y triangulaciones para progresar. Cuando la pasa mal, su arquero Keylor Navas es el sustento. Bryan Ruiz es la cuota de talento de mitad de cancha hacia adelante y el joven Joel Campbell es la referencia a quien buscar para oxigenar cada ataque.
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La decepción
“Se terminó la mentira de España”, escuchamos socarronamente ni bien termina su segundo partido y queda afuera a manos de Chile. La mentira a la cual se refieren es aquella que ganó dos Eurocopas y un Mundial por primera vez en su historia. En tal caso, yo también prefiero ser una mentira. Lo que sí es cierto es que hay un fin de ciclo. Varias figuras que ya no llegarán al próximo Mundial por edad y su lógica decaída en el rendimiento: el desconocido Casillas, Xavi Hernández, Xabi Alonso, David Villa, entre otros. Deberá planear meticulosamente el recambio generacional para recuperar el juego atildado que lo libró de “La furia española” y lo transformó en un equipo histórico.
La mordida de Suárez
No había forma de escaparle en este resumen al tema más polémico que dejó el Mundial: la mordida de Suárez a Chiellini. Mucho se escribió, mucho se comentó y mucho se ironizó a partir del suceso.
Hasta José Mujica, el presidente de Uruguay, opinó al respecto: “A este botija no le perdonan que no tenga universidad y no esté formado. Lleva la rebeldía y los dolores de los que vienen de abajo. No entienden nada y no lo perdonan”. Habría que avisarle a Mujica que el 99,99% de los futbolistas no tienen formación universitaria y el único que muerde rivales es Suárez. Que quede claro: Suárez no es la víctima; es el victimario. Mordió a un colega por tercera vez. Mordió. No pegó un codazo ni una piña, que sería una reacción reprobable pero habitual en el fútbol, sino que mordió; una actitud salvaje. Eso no quita que la sanción sea de una severidad absurda que hasta el propio Chiellini se encargó de repudiar y ligera desde lo jurídico: nueve partidos sin su selección (más de todo el Mundial), cuatro meses afuera de las canchas en cualquier club afiliado a FIFA, 112 mil dólares de multa y deportado cual terrorista de Brasil. Un disparate por donde se lo mire.
Fenómeno mundialista Una lectura posible desde el psicoanálisis POR Susana García ILUSTRACIÓN Camila Fernández
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Qué despierta el Mundial? ¿Qué fenómeno genera para que todo un país se paralice frente a este acontecimiento? Cuatro años de intervalo para que llegue el Mundial y todos (o casi todos) los argentinos estemos tomados por él. Hay publicidades alusivas por doquier; puestos de venta de camisetas y banderas, en esquinas, todo lo estampamos con la celeste y blanca. Miramos y comentamos los partidos, aun en circuitos inesperados o en lugares impensados. Todos opinamos, aun sin saber mucho y ante un partido de Argentina el país se detiene. ¿Qué es lo que produce tanto subyugamiento, tanta pasión? Como para la mayoría de los hechos, hay muchos factores que intervienen. Ya desde que nacemos, los humanos necesitamos de un Otro que nos alimente, nos cuide, nos hable, nos sostenga y así nos incorpore al mundo del lenguaje y de la cultura. Nadie aprende la lengua materna en Cambridge o en la Alianza Francesa. Así es que desde los orígenes establecemos un lazo social con los otros significativos que nos rodean; produciéndose algo que ya Freud nombraba en 1921, en su Psicología de las Masas, como “identificación”. Ésta es la forma más originaria de ligazón afectiva con un otro. El proceso de identificación se va a dar durante
toda nuestra vida. Nos identificamos a nuestros padres, maestros, luego a nuestros pares; a un club, a un equipo de futbol. Esto nos da una identidad. Entonces, en un partido de futbol donde juega Argentina, estamos todos los argentinos, allí, jugando en la cancha; nos sentimos parte pese al mucho o poco conocimiento sobre la materia. Todo en plural, ya que sentimos que somos cada uno de nosotros el que se equivoca o acierta, tanto es así que hasta el propio cuerpo lo vivencia y lo refleja. El fútbol es nuestro deporte nacional por excelencia, genera pasión. Y una pasión es una pasión, como decía Sandoval, el personaje de Francella, en El secreto de sus ojos: “El tipo puede cambiar de todo. De cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de dios, pero hay una que no puede cambiar. No puede cambiar de pasión”. Además, el fútbol es un juego (si bien un negocio millonario), y como toda actividad lúdica implica la sublimación del sujeto y ésta es consustancial al deseo, y el deseo es la vida misma del hombre. Siempre jugar (o ver jugar) nos conecta con el deseo y con la vida. Freud dijo que “todo niño (hombre) que juega se comporta como un poeta”. Enlazado con lo anterior, el fútbol bien puede ser calificado de artístico. Un partido de fútbol es un
Un partido posibilita una descarga emocional, una catarsis. espectáculo y como tal reúne todas las condiciones del mismo. El que mira queda subyugado por lo que ve, le gustará o no, se emocionará o no, le despertará incomprensión o admiración, pero difícilmente le resulte indiferente. Bien podría compararse un partido con una dramatización improvisada, con una puesta en escena, donde cada jugador asume un papel asignado por un director y hará sus movimientos observando y sincronizando con sus compañeros para armar la mejor escena posible. Un partido posibilita una descarga emocional, una catarsis. Ya sea en la cancha, en el living de una casa o en un bar frente a la TV; como lugares legalizados para manifestar broncas, insultos, que harán referencia, no sólo al fracaso de nuestro equipo, sino también a enojos y agobios personales. Si bien un partido dura 90 minutos y el Mundial, sólo un mes, en ese tiempo nos olvidamos, aunque sea temporariamente, de nuestros problemas cotidianos, de la situación económica, política del país. Y aunque sea un impasse, un paréntesis de disfrute y juego, tal vez nos dé fuerzas para salir de nuevo a la vida, para seguir gambeteando.
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El subestimado POR Maximiliano Fernández ILUSTRACIÓN Camila Fernández Una cumbia de fondo, varios extraños alrededor, la camisa celeste desabrochada un botón más de lo habitual y el brillo de la transpiración en la frente, consecuencia de un vestuario repleto que festeja el campeonato 35. Ramón Díaz se desentiende del jolgorio y dice: “En este país subestimamos a todos”. La frase repica en mi cabeza hasta algunas semanas después de su salida sorpresiva. Sin pensar demasiado, por lógica, va en referencia a él y a su hijo Emiliano. No vale la pena profundizar razones en Emiliano más allá del obvio “es el hijo de…”. De la subestimación autoproclamada de Ramón surgen
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dos preguntas al unísono. Primero, quién lo subestima. Segundo, por qué lo subestiman. El quién es tan amplio que se podría englobar como el mundo del fútbol. Dirigentes de River, dirigentes ajenos, algunos futbolistas, gran parte del periodismo deportivo, hinchas de otros clubes e, incluso, propios hinchas riverplatenses. Hinchas a quienes Ramón mareó hasta las náuseas de tantas vueltas. 9 títulos: seis torneos locales, una Libertadores, una Supercopa y la última Superfinal. Aquellos hinchas que osaron catalogaralo como “una mentira” e invocaron a la “suerte” para justificar su éxito habrán reflexionado después del campeonato obtenido. Ramón alegró como nadie a toda una generación y puso de pie a otra; la más pisoteada de la historia de River. La generación que nació a partir del ´90 y que apenas era consciente del torrente de logros en la transición de siglo. “Ramón Díaz sólo sale campeón con figuras” es la acusación cliché de quienes lo subestiman y a la cual erosionó en el 5-0 a Quilmes. Cabe aclarar que el equipo campeón en 2002, pese a los nombres rutilantes, lo había patentado él. Y cabe aclarar que no cualquiera sale campeón con figuras. No entienden cómo alguien con un lenguaje tan rudimentario es tan exitoso. Ese es, en parte, el porqué. Su trabajo se reduce al “Jugá, jugá, jugá” que grita en los partidos, piensan, cuando dio sobradas lecciones tácticas. Si no, repasar los partidos versus Newell’s y Vélez. Piensan que sólo los solemnes de gestos adustos pueden ser inteligentes. Ramón desdramatiza, se ríe, chicanea, saca chapa, sabe qué decir, cuándo y, aunque no lo parezca, ninguno de sus dichos emana inocencia. Es más vivo que cualquiera con esa dificultad de construir oraciones gramaticalmente correctas.
Se fue por tercera vez y por tercera vez campeón. Hito en la historia del fútbol. La primera, allá por febrero del 2000, tras perder un clásico ante un combinado de juveniles en el verano. La segunda, con el recién asumido José María Aguilar y su propuesta de “cambiar el perfil de entrenador” porque salir campeón había pasado de moda. Y la última, cercado por D’Onofrio y Francescoli –quien, con seguridad, pasará a ser la cara visible del fútbol- y ante un probable éxodo de titulares. No confundir. Ramón es un hincha de River fervoroso, pero primero es hincha de Ramón. Hincha de sí mismo como (casi) todos los protagonistas en el fútbol. Comprendió que repetir la campaña era quimérico y optó por irse otra vez campeón y agigantar el mito. Lo subestimaron porque sus últimas tres experiencias como entrenador habían sido malas, aunque su único fracaso estridente se presentó en América de México, donde gozaba de un presupuesto colosal para el armado del plantel. Se lo subestimo. Volvió a River después de diez años de proscripción, en los que el club se desmoronó hasta los escombros. Un semestre inicial auspicioso. Un segundo semestre pésimo. De nuevo lo subestimaron y de nuevo salió campeón. El banco de River está hecho a su medida y Ramón se sienta con la repentización de un ciego. Es imposible precisar si Ramón y River se volverán a cruzar. Salvo un escándalo, hay D’Onofrio o correligionarios hasta 2021 cuanto menos. Para perder una reelección con el aparato a disposición, no sólo se necesita lo malo de Passarella sino también lo torpe como para ni disimularlo. Hay algo inevitable. Cada vez que tambalee un entrenador habrá un “Je” sobrevolando el Monumental. Otra vez. Aunque esta vez con la intensidad suficiente para despeinar a más de uno.
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LEONARD
HIJO POR Maximiliano Fernández ILUSTRACIÓN Manuela Esteves
Eran poco más de las 6 de la tarde de un viernes y Mark Leonard ya cerraba su lavadero de autos. El negocio funcionaba en North Wilmington Avenue, en la ciudad de Compton, una de las más peligrosas de los Estados Unidos, ubicada en los suburbios de Los Ángeles. En el mismo instante en que cerraba las puertas, apareció un último auto. El conductor insistió en que se tomara unos minutos más para un lavado extra. Mark accedió y lo invitó a pasar. Ese conductor, sin nombre hasta hoy, lo baleó repetidas veces sin motivo aparente. A Mark lo encontraron a los pocos minutos en el lavadero, sumido en un charco de sangre y lo transportaron de urgencia al hospital local donde moriría a las 18:44. Su hijo Kawhi vivía con su madre, pero pasaba los veranos con su padre ayudándolo en el lavadero. Eran muy apegados. Debe la peculiaridad
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El básquet me ayuda a tener mi cabeza despejada, a levantarme cada día que me siento triste”
de su nombre –Kawhi- a su padre que buscaba uno que sonara hawaiano. Se enteró de su muerte por teléfono, de boca de su hermana: “Me dijo que papa había muerto y sentí como si el mundo se hubiera detenido”. Al siguiente día, el chico que tenía 16 años jugaba con su equipo del colegio, Riverside King, frente a Compton Dominguez y se suponía que su padre estaría en las gradas. Pese al dolor, le dijo a su entrenador que necesitaba jugar y dos meses después le diría a Los Angeles Times: “El básquet me ayuda a tener mi cabeza despejada, a levantarme cada día que me siento triste”. En aquel partido, su equipo perdió, aunque él fue una de las figuras con 17 puntos y, una vez terminado, se sacó el armazón en un abrazo entre lágrimas con su madre. Los Aztecs de la Universidad de San Diego lo cobijaron una vez terminada la preparatoria. Sólo dos temporadas le bastaron para comprender que el básquet universitario no colmaba su altísimo nivel de autoexigencia. “Es una rata de gimnasio. Está obsesionado con mejorar”, decía Steve Fisher, por ese entonces su entrenador. Decidió presentarse al draft en 2011 y fue elegido por Indiana Pacers en el decimoquinto lugar, aunque Greg Popovich fijó su ojo clínico en él e inmediatamente lo sumó a las filas de San Antonio Spurs. Popovich dice que no son charlas, sino monó-
logos los que mantiene con su pupilo, porque sus palabras se cuentan con los dedos de una mano. Sus manos, justamente, son un dato insoslayable; son las más grandes de la NBA con 28.6 cm desde el pulgar hasta el meñique. Es retraído, perfil bajo hasta el exceso. Un outsider dentro de una liga que transforma a sus estrellas en mercancías tanto por su talento como por su carisma. En su segunda temporada, salió campeón y lo eligieron jugador más valioso con apenas 22 años por su promedio de 17.8 puntos en la final ante Miami, su marca férrea a Lebron James y, especialmente, su actuación estelar en el tercer partido. Se convirtió en el segundo MVP más joven detrás de los sendos reconocimientos de Magic Johnson. El propio Kawhi reconoce que fue su padre quien le enseñó lo que era el trabajo duro. Pasaba diez horas por día en sus vacaciones, desde las 8 hasta las 18, sacándole brillo a cada auto. Su agente, Brian Elfus, asegura: “En catorce años en el negocio, es el muchacho más dedicado que he visto”. Su papá, Mark, murió hace más de seis años y no hubo un testigo que brindara un dato sobre su asesino. Por astucia del calendario, Kawhi dejó de ser Kawhi y pasó a ser Leonard el 15 de junio; el día del padre.
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Cada cuatro años POR Emmanuel Cendali ILUSTRACIÓN Aixa López
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estejos, alegría, ilusión. Así, amanecía una Argentina donde en el silencio aún podíamos escuchar el eco del grito de gol que nuestro Lío Messi convertía ante Bosnia. Cada cuatro años, renovamos nuestras esperanzas de alcanzar la tan preciada Copa del Mundo que supo levantar Daniel Passarella en el 78´ y que se nos escurre en manos ajenas desde que Diego Maradona la besó en el 86´. Cada cuatro años, el mes de junio transcurre sobre la exclusiva atención en el deporte que más nos apasiona a los argentinos, el fútbol. Olvidamos por el plazo exacto de un mes, todo problema político- económico que azote a nuestro país desde tiempos inmemorables. Ya no forma parte del cuerpo principal de los noticieros temas como “El caso Ciccone” o dejamos de lado en nuestras charlas a la enemiga principal del salario de los trabajadores, la inflación. Estos temas no pierden importancia en nuestra conciencia, sólo tomamos licencia de ellos para concentrarnos lo más posible en esto que nos sucede, cada cuatro años. Se esperaba entonces, desde la cúpula del Estado Argentino, un lapso de tiempo en el que las críticas disminuyeran en intensidad, en el que los mercados se mantuvieran estables y la atención se centrara fuera de la coyuntura del país. Apoyados por el éxito en el acuerdo con Repsol y la reciente renegociación de la deuda con el Club de París, existía la posibilidad de encontrarse con un revés por parte de la justicia estadounidense en el juicio vigente contra los llamados holdouts y que, por fin, la Corte de Estados
Unidos le tendiera la mano al país como anteriormente ya lo habían hecho la Casa Blanca y el G-77 junto a la casi totalidad de voces que se animaron a manifestar su opinión en el tema.
¿Qué son los holdouts?
Los holdouts son conocidos también como “fondos buitres” debido a que su accionar remite a la metáfora de esas aves sobrevolando pacientemente a sus presas, esperando para abalanzarse sobre ellas cuando estén debilitadas o ya fallecidas. Estos “fondos libres de inversión” operan únicamente en la economía financiera y buscan adquirir en los mercados títulos de deudas privadas o soberanas a un precio cercano al 25% de su valor nominal debido a que se espera o, en muchos de los casos se tiene la certeza, del incumplimiento de la obligación a la fecha de su vencimiento. Luego, los holdouts se encargan de llevar los títulos de deuda a las cortes internacionales, reclamando el pago total de la misma, haciendo uso de todos los artilugios legales existentes para cumplir con este objetivo.
Caso argentino
En el caso de la Argentina, los fondos buitres aprovechan para entrar en escena en el default de la deuda pública declarado durante la semana en la cual Adolfo Rodríguez Saá se vistió de presidente y se procedió al incumplimiento de las obligaciones de capital e intereses con vencimiento del 24
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de diciembre del 2001, por un valor cercano a los convocatoria de reestructuración de la deuda ex18 millones de dólares. Cabe destacar, que la deuterna a la que acuden un 18% de los prestamistas da del país se encontraba azotada por el intento de iniciales, aceptando quitas que promediaron un mantener un régimen de tipo de cambio fijo que 58% del valor nominal y así alcanzar un acuerdo respondía más a necesidades políticas y presiones final con el 93% de los acreedores del país. internacionales que a razones económicas y, sobre Sin embargo, el conocimiento de las intenciones todo, sociales del pueblo argentino. Como si esto aguardadas en el porcentaje restante hacía que, si fuera poco, operaciones tales como el Blindaje y el bien los canjes de deuda fuesen satisfactorios para Megacanje, que se presentaban en el país como pael Estado Argentino, su éxito dependiera pura y exnacea de nuestros problemas externos, empeoraclusivamente del accionar de la minoría insatisferon nuestra situación hasta el punto que debimos cha con las propuestas soberanas. Así, en el 2007 afrontar obligaciones que representaban un 160% comienza el juicio de los fondos NML Capital Ltd. del PBI. y el EM Ltd contra el país en el tribunal de Nueva Ante la cesación de pagos de nuestro país, los preYork a cargo del Juez Thomas Griesa, en reclamo cios de los títulos argentinos en los mercados interdel pago total del valor nominal más intereses y nacionales se desplomaron; situación aprovechada punitorios de las obligaciones en su poder y cuya por los holdouts que se adueñaron de una porción sentencia final se dilató hasta el día 16 de junio del minoritaria de la misma. 2014. Siguiendo con el accionar de estas agrupaciones especulativas, y a razón de la recuperación que Posibles consecuencias experimenta la economía argentina apoyada en el Abandonando la ferviente discusión originada mercado interno, se presenta el primer llamado a en torno a cuestiones tácticas y rompiendo con la reestructuración de la deuda externa en el 2005. el pacto que nos aleja de todo contexto que no se Se convoca al 75% de los acreedores del país y se relacione con la Selección Argentina, escuchamos canjea una deuda inicial a valor nominal de 62.500 atentamente las noticias que dejan de lado por un millones de dólares por nuevos instante el fervor mundialista títulos que representaban en para anunciarnos el rechasu totalidad 35.300 millones de Ante la cesación de pagos zo a la apelación del Estado dólares, es decir, una quita del de nuestro país, los Argentino por parte del juez 56% del valor original. Llega el precios de los títulos se Thomas Griesa a hacer efec2010, con una economía que desplomaron; tivo el fallo de primera insempezaba a mostrar síntomas situación aprovechada tancia. Nos obligaba a abonar de desaceleración en el creci- por los holdouts. una cifra que ronda los 1.500 miento, y se realiza la segunda millones de dólares en favor
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de los fondos buitre. Por un momento, nos pregun- con la totalidad de los bonistas independientetamos las consecuencias del fallo y las opciones de mente de su participación o no en los diferentes la Argentina. Pensamos si es posible eludir la obli- canjes, lo que impide continuar con los pagos de gación y recaer nuevamente en cesación de pagos o la deuda reestructurada sin cumplir con las desi debemos cumplir y rectificar una tasa de retorno mandas de los fondos buitres. de 1.608%, asumiendo el riesgo casi ineludible de En el caso de que Argentina tuviera la posibililitigar con los restantes acreedores que no se incor- dad de abonar el pago exigido por la Corte de Esporaron a los canjes de deuda y que demandarían tado Unidos y decidiese hacerlo, sentaría jurisotros 15 millones de dólares en los próximos meses. prudencia sobre el tratamiento de las demandas Un default en Argentina, en términos generales, de los holdouts en las Cortes Internacionales. nos obligaría a retirarnos de los mercados finan- Levantaría sospechas sobre los éxitos de las recieros internacionales antes de haber ingresado estructuraciones de deudas y agruparían a cada nuevamente después del efecto crisis vez menos acreedores debido a que 2001. Dejaría sin derivación los esfuernadie se sentaría a negociar por un zos realizados para cerrar los acuerdos porcentual de deuda si existiera la con Repsol y el Club de París. Éstos se tasa de retorno posibilidad de recuperar el valor ínrealizaron con el claro propósito de getegro por vía judicial. Representaría nerar la confianza necesaria que redujera las tasas un factor que nuevamente profundiza el modelo internacionales de préstamos para la Argentina. Se de dominación financiera sobre los países que buscaba entonces un acceso al endeudamiento que se ven obligados a tomar deuda para crecer y se manifestara en una entrada de divisas suficien- sobre los pueblos que sufren las consecuencias te para, por un lado, apuntalar el nivel de reservas de las decisiones de sus representantes. Una vez (que garantiza la base monetaria) y, por el otro, más, se convalidarían rendimientos astronómialivianar la restricción externa, siempre presente cos; muy superiores a los presentes en la ecoen Argentina luego de años de crecimiento econó- nomía real alentando esta forma de dinero fácil mico. A su vez, es lógico esperar que en contextos sin producción. de cesación de pagos exista una contracción en la Ahora resta esperar los resultados de una proninversión (tanto extranjera como nacional) lo que ta negociación entre el Gobierno Nacional y los significaría un menor nivel de producto interno, y holdouts y la decisión final que en ella se adopte. con ello una disminución en el empleo. Por último, Por lo pronto, podemos volver a respetar nuesen este caso, Argentina no sólo incumpliría con los tra licencia y seguir disfrutando del evento prinholdouts, sino también con los tenedores de bonos cipal de nuestra mayor pasión, disfrutar de lo que ingresaron a los canjes de deuda. Esto se debe a lindo que nos regala el fútbol en época del Munla cláusula “Pari Passu”, por la cual, se debe cumplir dial, ya que esto sí sucede sólo cada cuatro años.
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La palabra del pueblo argentino POR Tatiana Turenne MONTAJE Camila Fernรกndez
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ace cuarenta años que un 1º de julio no le cambia la vida a una persona, ni la historia a un país. Hace cuarenta años, el 1º de julio amaneció nublado y no vaticinaba nada bueno. El centésimo octogésimo segundo día del año le recuerda a la Argentina su carácter de inestable, de cambiante, de fluctuante. El dos de julio, toda una sociedad se sintió vacía y a la deriva, urdiendo atrocidades por un lado, destapando crisis por el otro, pensando en tomar las armas y hacer una nueva revolución, o imaginando vagamente qué sería de su futuro, ahora que el poder lo tomaban incapaces. En aras de un Pacto Social cuestionado, un déficit económico que afloraba, un brujo que trepaba de la mano de la traición y una esposa insípida, el General Juan Domingo Perón falleció hace cuarenta años, el 1º de julio de 1974. No llegó a ver el desenlace, que escribió las páginas más oscuras de la historia de la república. El artífice de la justicia social e inventor de la vida política argentina actual, o el demagogo que destruyó toda disciplina y les dio poder a los “pobres” enmudeció a su pueblo a la una y cuarto de la tarde. “Con gran dolor debo transmitir al pueblo de la Nación Argentina el fallecimiento de este verdadero apóstol de la paz y la no violencia”, comunicó Isabel anticipándose, tal vez, metafóricamente a la violencia que signó los diez años posteriores. Las Fuerzas Armadas ya asolaban la estructura gubernamental y el peronismo se dividía a más no
poder. El quince de junio, Perón había sufrido un pequeño infarto que obligó al esotérico José López Rega a regresar de una gira por Europa, a cuidar el frente. María Estela Martínez se le sumó el 28, cumplió con sus obligaciones protocolares e intentó guardar las formas para que no cundiera el pánico, pero el General le delegó el ejercicio de la presidencia al día siguiente, consciente de su final. Sus doctores, Pedro Cossio y Carlos Seara, documentaron una historia clínica que tambaleaba como el destino de los argentinos: enfisema, insuficiencia cardíaca, insuficiencia renal leve, cardio-esclerosis. Aún si hubiera sobrevivido a julio, sólo le quedaban unos pocos años de vida. Ese primer día del séptimo mes del año, Isabel convocó de urgencia una reunión de gabinete en Olivos. La respiración agitada despertó a Perón, y los médicos se quedaron sin opciones para regularizar un corazón que agonizaba. “¡No te vayas, Faraón!” fueron las últimas palabras que debe haber escuchado el tres veces Presidente de la Nación: López Rega recurrió a su brujería, aduciendo que ya lo había resucitado una vez. Varios minutos después, el jefe se “resistía a permanecer en la tierra”. “Mire doctor, mire lo que es la vida. Yo no vine aquí a ser presidente, vine a residir en la Argentina […] Pero fíjese lo que pasó. Cámpora se dejó copar por los zurdos. Así que yo, que no vine a ser presidente, ahora tengo que hacerme cargo de este quilombo”, le dijo el General al doctor Seara.
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La idea queda clara en nuestro imaginario colectivo. Un hombre, el hombre, debía ponerse una vez más al hombro al país agrario que convirtió en industrial, al país dividido que unió en la justicia social, al país de “cabecitas negras” que organizó en sindicatos, al país perdido del que fue líder. Su Argentina, en la que las mujeres tuvieron voz y voto. La Argentina que pareció olvidarse de su carácter militar. La Argentina que militó en sus filas y llenó una plaza en la que después lloraría. Ni el jefe político nacional por excelencia podía con tanto a los setenta y ocho años. ¿Por qué ese último presidente Perón nos dejó en la antesala del infierno? ¿Qué hubiera pasado si el General se hacía cargo del “quilombo”? ¿Qué período hubiese venido después del suyo? Una historia argentina de tropiezos marcaba la tendencia de vivir períodos democráticos como intermediarios del continuo poder militar de fondo, que azotó a la sociedad por partes, en cinco períodos que iban en escala creciente de gravedad. Sin su líder, sin su guía, y ante el fracaso del peronismo sin Perón, la sexta dictadura cívico-militar dejó treinta mil heridas abiertas, una guerra absurda, una economía vapuleada y un país sin identidad. Sin ahondar en detalles. El establishment hablaba a través de los uniformes, y los “gorilas” estaban esperando el momento reunidos en sus “clubes” porteños. A nadie se le escapaba la inestabilidad de la situación, ni que el aparente equilibrio de poder lo mantenía la figura de Perón. El primer trabajador aún ostentaba el
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manejo de las suficientes fuerzas políticas, económicas y sociales para mantener a raya el asedio de la pérdida de las garantías constitucionales. De la Confederación General del Trabajo a la Confederación General Económica, de los militantes peronistas de base a la concentración de sectores de izquierda y derecha que facilitó el triunfo de Héctor J. Cámpora y su retorno, increíblemente Perón aún tenía conformado un frente nacional que parecía soportar el contrapoder en las sombras. Nadie niega que la ruptura que ocasionó el primero de julio tuviera como inevitable camino el regreso progresivo al golpismo militar. Lo que no podía asumirse era la dureza con la que vendría el ataque. Un frágil acuerdo de precios y salarios sufría las consecuencias de la crisis del petróleo y del Rodrigazo. La izquierda peronista perdía fuerza en el movimiento para goce de la derecha, y los Montoneros volvían a sus actividades clandestinas. Sumado a esto, como en un rompecabezas oscuro hijo del Cóndor, Argentina era para ese momento la última democracia en pie del Cono Sur. La misión de pacificación que fue, explícita y tácitamente, encomendada a Perón por su pueblo (y los no-tan “pueblo”), moriría con él. Como el peronismo mismo, que se desdibujó después de diez años sanguinarios. Después de todo, él mismo lo decía: peronistas o antiperonistas, todos tenían en común el peronismo en sus principios ideológicos. Y sin su líder, el “auténtico justicialismo” perdió sus raíces en el silencio, la desaparición o el combate frente al feroz militarismo del ’76: el peor período
que podría haber enfrentado la joven Argentina. “¿Qué va a ser de nosotros?”, se preguntaba un país en un momento en el que no se notaban tanto las divisiones, sumadas al profundo dolor popular o no. Algunos compraban dólares, otros almacenaban comida, pero el vacío político que la figura que marcó el Siglo XX nacional dejaba en todos era insoslayable. Así pasó: con una Isabel que de Perón no tenía más que el apellido, un brujo enfermo de poder, y grupos militares ideologizados por civiles hijos del establishment internacional decantaron en un plan de dominación que completaba las dictaduras de América Latina y sumía en la perdición al pueblo que dejó, ¿equivocándose?, toda su esperanza en el héroe nacional moderno, que agonizaba en cuotas desde 1973. El Perón de la Puerta de Hierro, que sólo quería volver a su Argentina para ser consultor, el hombre más controversial de nuestra contemporaneidad, el jefe sobre el que más se ha escrito, la figura política más analizada de nuestra historia, falleció paradójicamente el día que elegimos en 2002 para conmemorar a los historiadores. ¿Qué puede decirse que no se haya escrito de la persona de la que dependía que los setenta fueran paz o la guerra interna? Quizás sólo nos quede pensar revisionistamente que volvió. Que no quería, pero se hizo cargo de un país en llamas una vez más. Y podía, y quizás hubiera podido más. Y quizás se hubiese podido votar en 1977. Se cumplen cuarenta años de la muerte del hombre que nos dio una vida política imagoló-
gica, una construcción de identidad nacionalista, derechos sociales, laborales e institucionales, una líder femenina, un verdadero concepto de militancia y planes nacionales progresistas. Cuatro décadas del fallecimiento del líder fascista que sumió a las masas en la demagogia y les dio poder a los incultos, de quien no dudó en censurar y repudiar a quienes se le oponían, de quien nunca abandonó sus raíces militares, de quien escaló dudosamente hacia el poder. Podemos decirlo como queramos, pero no podemos negar el peronismo. No podemos escaparle a la conciencia de que unos años más de Perón podrían habernos ahorrado una junta militar. Esta conmemoración rubí va a reescribirse de mil maneras diferentes, como se reescribió la historia que escriben los que ganan. Lo amemos o lo odiemos, lo pensamos todos. Isabel no podía gobernar el país y no quedaba nada más que una mano levantada que nos había pedido paciencia y unidad. Y nadie pareció escucharlo. Sus últimas palabras públicas resumen la idea sin importar su interpretación: “Yo sé que hay muchos que quieren desviarnos en una o en otra dirección, pero nosotros conocemos perfectamente nuestros objetivos y marcharemos directamente a ellos […] El gobierno del pueblo es manso y tolerante, pero nuestros enemigos deben saber que tampoco somos tontos. Les agradezco profundamente el que se hayan llegado hasta esta histórica Plaza de Mayo. Yo llevo en mis oídos la más maravillosa música que, para mí, es la palabra del pueblo argentino”.
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Los pájaros POR Francisco Sabena ILUSTRACIÓN Noelia Rivera
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ue el lector infiera, si así lo desea, algún corolario a partir de estas anotaciones.
En septiembre de 1666, tras un brote de peste bubónica y luego de un año de sequía, Londres sufrió el mayor incendio del que se tenga memoria. De las ochenta mil personas que habitaban la ciudad, setenta mil perdieron sus casas. La localidad de Westminster y el Palacio de White Hall, entonces residencia del monarca, estuvieron en peligro de caer. Robert Hubert, un francés que, supuestamente, era espía del Papa en Inglaterra (entonces enfrentados), confesó haber iniciado el incendio. A pesar de que su versión era muy dudosa, ya que al comienzo dijo haber generado el fuego en Westminster y luego a través de la ventana de una panadería (que no tenía ventanas); de que un capitán de navío sueco refirió haber arribado a Londres, con Hubert a bordo, dos días después de comenzado el incendio; de que muchos consideraran al francés “demente”; y de la posibilidad de que, antes de confesar, hubiera sido torturado por autoridades locales, se lo juzgó, condenó y ahorcó en menos de un mes. Su cadáver fue despedazado por una horda de londinenses.
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Algunas versiones decían que el siniestro había sido provocado por el rey Carlos II, para vengar la muerte de su padre, Carlos I, quien fuera ahorcado en White Hall al finalizar la Guerra Civil. En 1675, el propio Carlos II mandó construir, en la Torre de Londres junto a la rivera del Támesis, un Observatorio Real a cargo del cual nombró al astrónomo John Flamsteed. Al poco tiempo de iniciadas las actividades, Flamsteed se quejó a su Alteza de la presencia de numerosos cuervos en la Torre que obstaculizaban su visión e impedían su trabajo. Carlos II accedió a sus ruegos y ordenó dieran muerte a los pájaros. De acuerdo a la leyenda, antes de que se llevara a cabo la tarea, un nigromante subrepticiamente se acercó al rey y predijo: “Si los cuervos abandonan la Torre de Londres, la Corona caerá y con ella llegará la catástrofe al Reino de Gran Bretaña.” La Torre databa de 1078, era del reinado de Guillermo I, el Conquistador. Durante siglos había servido de prisión para apresados “eminentes”, inclusive miembros de la realeza. Ciento doce ejecuciones se realizaron en la colina sobre la que se ubica, y otras
siete dentro de la misma torre. Ante el temor supersticioso de Carlos II, los cuervos fueron perdonados. Aun más: se hizo ley que nunca hubiera menos de seis de ellos en la Torre, norma que se cumple hasta nuestros días. Ocho son los que ahora, en 2014, custodian la salud del Reino: Merlin, Hugin, Munin, Jubilee, Portia, Erin, Rocky y Grip. “Ningún sobreviviente pudo recordar nunca haber visto un solo pájaro volando cerca de los campos de concentración nazis.” –David Markson (Reader’s Block, 1996) Cierta mañana de 2012, desde una ventana de mi casa, vi pasar una bandada de golondrinas (al menos eso creo que eran, pues mis conocimientos ornitológicos son bastante limitados), yendo en dirección este-oeste. Serían unos veinte los pájaros. Dos o tres se habían retrasado y aparecieron a la zaga. Unos segundos después, otro grupo. Y otro. Y otro. Algunos más numerosos aun. Durante los siguientes minutos, los pájaros no dejaron de pasar: calculé más de mil, arrebatado por aquel fluir animado.
Nunca en la vida había visto cosa semejante. “El 7D es mañana”, me dije, “y para el apocalipsis maya todavía faltan unas semanas”. Hasta que oí la noticia en la radio, atribuí la migración a la tormenta que se avecinaba, que llegó y que fue intensa; pero así y todo no se explicaba. Pues bien: el motivo no era ese. Un incendio ocurrió aquella mañana en una dársena del puerto, a raíz de una reacción química dentro de un container con pesticidas, que llenó buena parte de la ciudad de un característico olor a azufre, como el que respiran todos los días en Islandia, y que causó algún pánico por los operarios enmascarados que trabajaban en el lugar y evacuaban los edificios circundantes, entre el zumbido de los helicópteros. Se dijo que tales plaguicidas podían ocasionar problemas pulmonares, en los ojos y aun la muerte. También se dijo que eso sucedería si una persona hiciese fondo blanco con un bidón de cinco litros de pesticida.
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MUCHO MÁS QUE EL HAKA POR Maximiliano Fernández FOTOGRAFÍA Camila Fernández
uando dejás Nueva Zelanda, entendés esa música de ambiente que suena otra vez en el aeropuerto de Auckland. Varios instrumentos confluyen con armonía. Tenue, relajante. Hoy se la calificaría como zen. Después de unos días comprendo que es una canción maorí. La puerta de bienvenida que sorprende ni bien aterrizado tampoco podía ser casual. Una alfombra en vertical, colgada del techo en una esquina; una escultura de un panzón en la otra. Luces azules, celestes y amarillas que forman figuras y contrastan con el marrón dominante. Un marrón plagado de caras terroríficas y objetos indescifrables en relieve. Era la puerta de ingreso a la cultura maorí. La cultura –creía- del haka. Maorí significa “normal” o “nativo”. Su principal centro de residencia es Rotorua. Una ciudad pequeña distribuida de una manera que la encoge más todavía. Hay una rotonda tras otra y muy pocos semáforos. Los autos pueden girar por donde se les antoje con las precauciones debidas. El clima es agradable. Se empieza a esconder el sol. Hay cena maorí, una actividad casi ineludible. -¡Ka mate! ¡Ka mate! ¡Ka ora! ¡Ka ora! (¡Muero! ¡Muero! ¡Vivo! ¡Vivo!) –el estribillo resuena-. ¡Ka mate! ¡Ka mate! ¡Ka ora! ¡Ka ora! (¡Muero! ¡Muero! ¡Vivo! ¡Vivo!). El haka. Popularizado –o marketinizado- por los All Blacks, la selección de rugby neozelandesa, potencia mundial. Por tradición, una danza tribal de guerra que buscaba intimidar al oponente antes de la batalla. Ahora lo cantan hombres y mujeres maoríes. Los hombres, en cuero. Las mujeres, de rudimentario vestido beige. Comparten rasgos. Son morenos, pelo negro, ojos levemente rasgados, cachetes prominentes. Las mujeres, más bien robustas y con los labios pintados de azul. Los hombres, fornidos, con la cara tatuada emulando a los antiguos guerreros que buscaban imponer respeto en el adversario y causar impresión de virilidad en las
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mujeres. Los que son maoríes, claro. Hay un par de integrantes del elenco importados desde Suecia. -¡A upa...ne! ¡Ka upa...ne! (¡Un paso hacia adelante! ¡Otro paso hacia adelante!) –se acerca el final-. ¡A upane kaupane whiti te ra! ¡Hi! (¡Un paso hacia adelante, otro hacia adelante...el Sol brilla! ¡Atrás!) El sonido de los pies contra el suelo. El sonido de las manos contra los muslos. Caras desafiantes. Ojos bien abiertos. Lenguas afuera. Se acabó el haka. Conviene tenerlos de amigos. Volvemos a la mesa. A una cena se viene a cenar. Un par de horas atrás se habían bendecido la carne, el pollo, también las papas y las batatas con una oración colectiva, poco antes de que se empezaran a cocinar bajo la tierra mediante el método hāngi. El hāngi consiste en calentar piedras volcánicas y ubicarlas en un horno de pozo junto a cestas de alimentos. Tradición maorí. El resultado no es un sabor muy distinto al asado al que estamos acostumbrados. Un leve resabio ahumado. Verde hacia los costados. Verde hacia atrás. Verde hacia adelante. La ruta angosta y sinuosa que conduce a Waikato, una región del norte, es una
¡Ka mate! ¡Ka mate! ¡Ka ora! ¡Ka ora!
pradera continua de árboles, arbustos y montes que se erigen a lo lejos. Y vacas. Vacas durante todo el camino. En Waikato están las cuevas de Waitomo, atracción turística por excelencia de Nueva Zelanda. La traducción españolizada dice que Waitomo significa “agua que pasa a través de un agujero”. En Ruakuri, una de las cuevas, se entiende la traducción. Con un pie en Ruakuri se siente su microclima. Frío y humedad que discrepan con el calor exterior. Una construcción en forma espiral, con luces de pie naranjas, ilumina la penumbra natural y te lleva a la superficie. En medio de ese espiral, hay un tubo que propulsa un chorro de agua. Una vez abajo, se
ve una roca deformada por el trabajo del agua. La guía aconseja lavarse las manos en la roca. “Da buena suerte”, dice. Nadie le cree, pero todos lo hacen. -Las cuevas de Waitomo las descubrió en 1887 el jefe maorí de aquel entonces, Tane Tinorau, en una exploración junto al topógrafo inglés Fred Mace – cuenta la guía-. Luego, en 1906, el gobierno se apropió del control de las cuevas y las usufructuó por ochenta y tres años. Hasta 1989. Año en que se le volvió a conceder la administración a los descendientes del jefe maorí, que hoy siguen manejando la cueva. Estamos rodeados de rocas que empiezan en el marrón, pasan por el naranja y terminan en un tono
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albino. Se destiñen por el flujo del agua. En el techo se forman “ve cortas” que parecen estar a punto de desmoronarse. En el suelo, elevaciones incoherentes. Estalactitas y estalagmitas son sus nombres técnicos. Se ven algunas lucecitas que brillan sobre las rocas. Lucecitas azules que no son más que gusanos. “Los glow worm”, aclara la guía, que en su fase larvaria resplandecen. Los gusanos también son lindos en Nueva Zelanda. Sólo recorrimos una parte de la cueva Ruakuri. La otra parte quedaba hacerla en gomones individuales. Al mando están dos muchachos de no más de 25 años. Un descendiente maorí y un descendiente inglés. Inglaterra colonizó a Nueva Zelanda en 1840 a partir de la firma del Tratado de Waitangi entre la corona británica y los jefes maoríes del norte. Los maoríes aceptaron el asentamiento inglés a cambio de la protección de sus posesiones y su gente. Pero, pese al pacto, los colonos confiscaron ilegalmente una porción importante de territorio que, hace unos años, en 2008, se les restituyeron a los maoríes por la persistencia de su reclamo. Tanto el descendiente maorí como el inglés reparten cascos y trajes de neoprene para soportar el frío del agua. Trajes tan ajustados que ponérselos se torna una tarea titánica. Ya trajeados nos entregan nuestros respectivos gomones según nuestro tamaño y nos dirigimos a la cueva. Nos piden que prendamos las luces del casco porque la oscuridad es total. En este tramo no existe el trabajo humano. Es todo natural y por eso se necesita precaución extrema para evitar pozos, no pisar desniveles, agacharse cuando una roca se viene encima. Por fin llega el momento de saltar hacia la laguna
que se forma con el torrente del agua. Uno por uno, de espalda, salto hacia atrás y ya estamos flotando. Avanzamos lentamente, con el impulso de nuestras manos en el agua. Una mujer obesa, que llegó caminando en bastón, se mueve con una destreza insospechada hasta el descanso. Los guías nos reparten unos chocolates en forma de animales que contienen crema de frutilla dentro para sobrellevar el frío. Horribles, pero después de hora y media adentro de la cueva se devoran como el manjar más perfecto. Nos piden que apaguemos la luz de los cascos. Ya no se sabe para dónde vamos, pero a nadie le preocupa. En el cielo brillan montones de luces azules y verdes que parecen navideñas. Nadie habla. Flota una sensación de paz. Cuando llegamos a la cueva Glowworm, lo primero que me llama la atención son sus baños. Al margen de mi sorpresa por detalles estúpidos, no hay baños de hombres y mujeres, ni siquiera de men y women. Hay baños de “tane” y “washine”, como el letrero lo indica. La lengua maorí predominó en Nueva Zelanda hasta avanzada la colonización británica. Los mítines políticos y muchas de las publicaciones se hacían en maorí. De 1930 en adelante cayó en desuso al punto de que sólo un 4% de los neozelandeses la hablan con fluidez, según sugiere un censo de 2006. Acá no hay gomones ni tanta aventura. Se trata de un recorrido grupal en bote por las aguas de Glowworm. Otra vez un guía –casi todas las actividades son comercializadas únicamente- es el encargado de mover el bote tirando de unos cables que atraviesan la cueva. -La leyenda cuenta que los primeros maoríes llegaron desde la imaginaria tierra de Hawaiki en siete barcas –relata mientras empuja el
La leyenda cuenta que los primeros maoríes llegaron desde la imaginaria tierra de Hawaiki en siete barcas. Barcas cuyos pasajeros fundaron las siete tribus maoríes. bote-. Barcas cuyos pasajeros fundaron las siete tribus maoríes. La teoría actual –real- dice que los maoríes son descendientes de los polinesios y llegaron hace más de mil años. Su aislamiento es lo que promovió la construcción de una cultura propia casi sin rastros foráneos. El paseo va llegando a su fin. Los rayos de sol se cuelan por la boca de la cueva. Los gusanos y su brillo volvieron a ser los protagonistas. Esta vez con la salvedad de que se detectaban sus hilos de baba colgando de las rocas más altas. Y, cada tanto, la agradable sensación de que uno de esos hilos caía sobre tu cabeza. Son gusanos, al fin y al cabo. Los maoríes sentirán orgullo por el haka. Quizás por la incredulidad de que una danza tribal –ahora all black- opaque toda una cultura tan atrayente por su singularidad. Sorteo esa puerta maorí imponente, de despedida esta vez. Veo cosas que antes no vi y pienso en todo lo que falta por ver.
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