El Esnob

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la revista cultural que no tiene los patitos en fila


Golconda, RenĂŠ Magritte (1953)


el ESTAF tercer número | nov-dic.

R E DACCI Ó N

FRAN

TATI

MAXI

Sabena

Turenne

Fernández

I LU S TRACI Ó N

MANU

NOE

MILI

Esteves

Rivera

Esteves

D I S E ÑO

WEB

COLABORACIÓN

CAMI

MARTÍN

ANA

Fernández

Ithurbide

Ferraris


el SUMARIO JAT TRIC

locos en el deporte de la cordura

Bielsa profeta.

Bielsa vendehumo. 12

Ozzy MASTERPIS

8

Osbourne 14

La poesía del

INTERVIÚ

Cristo rojo 22

“Mi viejo levantaba un dedo y mandaba a cualquiera a Siberia”

Wachram Kirasian 28


el EDITORIAL LA NAVE QUIETA DE LOS LOCOS Una leyenda flamenca, cuyo primer registro data del Medioevo, cuenta que en lo alto de un monte, en las ruinas de un templo cristiano arrasado por las guerras y la lepra, vivía un anciano en limpia soledad. De este ermitaño se creía que era una fuente de sabiduría, y en las temporadas estivales –pues el acceso a estas tierras intratables era dificultoso en invierno– no era inusual que peregrinos de Bohemia y aun de Bretaña llegaran hasta su morada en busca de consejo. Un día como cualquier otro, un normando de mediana edad se presentó ante el anciano, que taciturno y seco lo recibió como quien acepta el canto de los pájaros o un haz de luz que revela motas de polvo flotando en azarosas constelaciones. “Vengo a usted, venerable anciano, a rogarle me señale cuál es el camino correcto”, dijo el joven. “He fatigado los sembradíos, he conocido la crueldad de la naturaleza y la de los hombres. Perdí mis días combatiendo con extranjeros a quienes no conocía y solazándome con mujeres a quienes no respetaba. No encuentro un sentido a todos mis esfuerzos y cada mañana se me torna más injustificada que la anterior.” El anciano, que apenas se había perturbado por la llegada del otro y apenas había dado señal de reconocer su presencia, dijo con vos cansina: “Usted viene a mí a buscar algo que yo no puedo darle. Habrá oído en las poblaciones que soy un misántropo, que ninguna comunidad se aviene a aceptarme en su seno porque me consideran un hombre peligroso, un loco. Alguien cuya palabra perturba a las madres y a los clérigos. ¿Por qué, entonces, cree que lo que yo le diga le será de alguna utilidad?” Inseguro, el joven normando replicó: “Es que estoy desesperado. No hay nadie más a quien pueda recurrir. Siento que ningún vínculo con otro ser humano puede remedar esta angustia de vivir que me corroe, que por más alegrías y divertimentos que pueda disfrutar, más tarde eso se desvanecerá y volveré a caer en la abulia y en el tedio.” El anciano, que por primera vez posó en el otro sus ojos, dijo como aliviado: “Entonces, de ahora en más, esta será su casa”, tras lo cual se retiró del templo a paso lento y se dejó caer en la tierra, a la espera de la muerte. “Alguna vez”, pensó en sus últimos momentos, “alguien llegará de tierras lejanas y le dirá a este joven, que ya no lo será, que su tiempo ha terminado. Será su momento, como este es el mío, de abandonarse a la suerte del clima y de las aves de carroña.” Nos quieren locos, nos temen locos, nos vuelven locos. Loco el que no puede aguantar que cada día sea el mismo día, una y otra vez hasta que la rutina le quita, desencantado, lo que le quedaba de aire. Loco el que sólo sabe decir que sí, el que no puede detener la marcha para ver si el camino lo lleva a algún lado o a la nada. Loco el que llora porque el mundo le pesa, loco el que llora porque hay tanta belleza dando vueltas que no sabe dónde guardarla, ni qué hacer con ella. Loco el que pretende cambiar haciendo siempre las mismas cosas. Loco el que elige su propia felicidad, aunque los cuerdos lo miren de reojo. Loco el que no puede olvidar, el que se niega a olvidar, una sonrisa entrevista en sueños. El que se ancla al pasado, el que se ancla al futuro, el que vive en cualquier lado menos acá y ahora. Este número de El Esnob es un muestrario de locos, de esos que –por elección, por condición– recorren ese camino, el más solitario de todos, que lleva de ninguna parte a la nada, dejando algunas lindas migajas en el camino.


“Me volvĂ­ lo con largos i de horrible


oco, intervalos cordura.� Edgar Allan Poe


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JAT TRIC

EN EL DEPORTE POR Maxi Fernández · ILUSTRACIÓN Mili Esteves

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Segunda ronda del ATP Brighton, año 2000. Goran Ivanisevic comete una doble falta y rompe una raqueta. La tercera. Revisa su bolso y se encuentra con que ya no dispone de ninguna más, cuando lo habitual en un tenista es que al menos lleve el doble. Se acerca al juez de silla y le explica la situación. Tras una breve discusión, el umpire anuncia que Ivanisevic se retira por “falta de equipo apropiado”. El propio Ivanisevic, más tarde, en conferencia de prensa, diría: “Cuando me retire al menos la gente me recordará por algo. Dirán ‘nunca ganó Wimbledon, pero rompió todas sus raquetas’”. Atrapado en la pendiente más pronunciada de su carrera, un año después, ocupaba el puesto 125 del ranking y había recibido una invitación a Wimbledon por sus antecedentes como tres veces finalista. Un año después de aquella frase se consagraría campeón en Wimbledon, su gran obsesión. En el tenis la faceta psicológica importa más que en cualquier otro deporte. Lo que separa a los jugadores que llegan a un nivel alto del tenis profesional es tanto más la cabeza que la técnica o el físico. El tenista debe ser un robot imperturbable, recomiendan, que se imponga ante las adversidades, que no dé señales de debilidad a su oponente. Todas características que reúne Rafael Nadal, el tenista de mayor mentalidad en el circuito. Su tío y guía desde chico, Toni Nadal, dice odiar a la gente que se queja, en cualquier ámbito de la vida.

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Rafa nunca lo hace. No rompe raquetas, no protesta a los jueces. Se mantiene enfocado en el partido, en el punto que se está por jugar. El público de tenis no se parece en nada a cualquier otro. Le hace saber al jugador que sólo quiere ver tenis de nivel. Abuchea ante cada enojo. “Nadal es el jugador que más se me parece”, suele decir Jimmy Connors. Se ve reflejado en la mentalidad ganadora del español. Ya en el ocaso de su carrera, con 39 años, Jimbo enfrentaba a Michael Chang en Roland Garros. Afectado por múltiples dolores musculares desde el segundo set, logró ganar el cuarto y ser reconocido por varios minutos de aplausos ininterrumpidos. Ya en la quinta manga, se esforzó por sacar y ganar el primer punto. Se quería ir arriba en el marcador. Le dijo al umpire que no podía más y necesitó la ayuda de su entrenador para abandonar el estadio. Su sed insaciable por la victoria lo llevó a convertirse, aún hoy, en el tenista con mayor cantidad de títulos ATP: 109. La misma ambición que lo llevó a perder la cabeza y recibir sanciones en reiteradas ocasiones. En una Copa Davis, Jimbo golpeó su raqueta contra la silla de juez ante la advertencia de “tiempo”, a lo que respondió: “Metete el tiempo en el culo”. Mencionar sanciones dis-

METETE EL TIEMPO EN EL CULO”.


ciplinarias conduce sin escalas a John McEnroe. En un recordado partido frente a Waltke, en Flushing Meadow, recibió tres multas por mal comportamiento. La primera de 1.000 dólares por insultar al juez tras una pelota dudosa; la segunda de 350 por tirar varias pelotas a las tribunas producto del malhumor; y la tercera de 500 por tirarle talco a un espectador que presuntamente lo estaba molestando. Pese a su irascibilidad, McEnroe, por ejemplo, fue número uno del mundo durante 170 semanas y ganó siete Grand Slams. Se lo recuerda por su tenis elegante y dúctil. En vez de contener la bronca inevitable, explotaba en episodios memorables. No eran elecciones, sino reacciones. La antítesis de su tenis debió ser Brad Gilbert. McEnroe, una vez en medio de un partido, le dijo: “Gilbert, no merecés compartir cancha conmigo. Sos el peor”. Una vez retirado del circuito, Gilbert escribió Winning ugly, un manual destinado a tenistas de escasos recursos técnicos, como lo era él, para vencer a rivales superiores. “La ira fuera de control puede matarte –dice- a menos que seas Connors o McEnroe”. Y continúa: “La clave del éxito es convertirse en un jugador pensante. Forzar al rival a jugar tu juego”. Gilbert considera a la cabeza igualadora de condiciones. El tenista mediocre puede vencer a uno excelente si lo domina mentalmente. Como se ve, hay casos que lo desmienten. Los buenos modales y la cordura, supuestamente

“LA IRA FUERA DE CONTROL PUEDE MATARTE –DICEA MENOS QUE SEAS CONNORS O MCENROE”. indispensables para triunfar en el tenis, chocan contra Ilie Nastase. Nasty, como lo apodoban – sucio en inglés- fue el primer número uno desde la implementación del ranking tal cual lo conocemos hoy. Además de por la belleza de su tenis y su promiscuidad -2.500 mujeres según su autobiografía-se lo recuerda por sus pocas pulgas dentro del court. Ya en el ocaso de su carrera, Nastase se propuso mejorar su conducta. Pero, ¿qué implicaba, para el rumano, simular el comportamiento y procesar por dentro? ¿Qué implicaba ser alguien que no era? “Si quiero comportarme de una forma diferente a la mía, pierdo concentración. Mi tenis intuitivo requiere que no abandone mi forma de ser. Y mi forma de ser me lleva a enfadarme por las injusticias que se cometen conmigo».

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BIELSA PROFETA l 22 de diciembre de 2009 Marcelo Bielsa recorría el campo de juego del Coloso del Parque con su tradicional equipo de gimnasia, incómodo por tamaño reconocimiento. Algunos minutos después, el estadio de su amado Newell´s llevaría su nombre. Un homenaje en vida atípico no solo en el fútbol argentino, sino a nivel mundial. Más aún si se tiene en cuenta que el homenajeado había disputado, con más pena que gloria, apenas un puñado de partidos en la Primera del club. Bielsa desata amores y odios extremos. Nadie es indiferente ante su persona. Gran parte de la prensa que lo bastardeó post Mundial 2002, hoy lo reivin-

Bielsa desata amores y odios extremos NAdie es indiferente ante su persona. dica cual profeta futbolero. El mismo hincha tampoco escapa a esta lógica. Lo considera un genio de una sabiduría inusual o un sanatero que aburre con sus conferencias de prensa eternas. El discurso complejo e intrincado, el análisis meticuloso de cualquier nimiedad, en un ambiente acostumbrado a las frases vacías de contenido y de cassette, lo transforma en profeta cuando gana y en chanta

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cuando pierde. La verdad revelada cuando el resultado acompaña y la filosofía berreta cuando el resultado es adverso. Bielsa, lejos de sus intenciones, fundó una escuela. Se habla de técnicos bielsistas, de equipos bielsistas, de ideas bielsistas. Antes, en el fútbol argentino, se discutía en términos antagónicos de menottismo y bilardismo. No casualmente los dos técnicos que protagonizaron los únicos dos mundiales que consagraron a Argentina. Lo paradójico es que el único Mundial que dirigió Bielsa al mando de la Selección Argentina fue uno de los fracasos más resonantes que se recuerde y, aun así, el bielsismo se codea con los dos campeones. Se simplifica, a veces, al decir que el bielsismo toma lo mejor de las dos corrientes precedentes. La intención protagónica constante del menottismo y el rigor táctico del bilardismo. Normalmente esta premisa parte de los mismos que siguen analizando el juego en clave binaria. No deja de llamar la atención que otros entrenadores con vitrinas colmadas no hayan instaurado corrientes que funcionen como base de líneas continuadoras. Por ejemplo, los dos técnicos más ganadores de los clubes más populares de Argentina: Carlos Bianchi y Ramón Díaz. Nadie habla de una escuela bianchista ni de una ramonista. Y Bielsa que, cuantitativamente ganó mucho menos, adquirió rango de entrenador de culto. En su figura confluyen el entrenador obsesivo y el


JAT TRIC

BIELSA vendehumo POR Maxi Fernández · ILUSTRACIÓN Manu Esteves

personaje singular fuera del fútbol. Separar al Bielsa entrenador del Bielsa personaje lleva a reconocer tres tipos de fanatismo. Tres tipos de bielsismo, más bien: 1) El bielsismo futbolero, enamorado de su idea futbolística y de su tesón enfermizo por el trabajo. Alguien de su entorno, una vez, dijo que analizaba los partidos en segmentos de cinco minutos y que tenía lapiceras de varios colores para destacar qué equipo controlaba esos cinco minutos, las oportunidades de gol que se presentaban de un lado y otro, el porcentaje de posesión, dibujos de distintas jugadas y calificaciones. Otro ejemplo: antes de asumir en Athletic miró los 42 partidos de la temporada anterior dos veces e hizo planillas detalladas de cada jugador. 2) El bielsismo que se regocija con su discurso elaborado y sus actitudes extravagantes. “Algunas respuestas que elijo para resolver algunas cuestiones no coinciden con las que se eligen habitualmente”, dijo en su primera conferencia en Marsella, justificando su apodo de “Loco”. A Bielsa se lo dota de valores como honestidad, rectitud, coherencia, autenticidad, generosidad. Y normalmente actúa en consonancia. Por mencionar las dos últimas actitudes: donó dos millones de dólares a Newell’s para la construcción de un hotel propio y se lo vio en un McDonald’s marsellés como cualquier persona normal mientras dirige al equipo de la ciudad. A quienes no son fanáticos del juego, procederes de este tipo los seduce.

3) El bielsismo que combina el gusto por el Bielsa entrenador y su idea futbolística (el protagonismo, la presión constante, la pelota al piso, el vértigo en ataque), y por el Bielsa personaje y respuestas como: “Es una invitación a la demagogia su pregunta. Exímame de la respuesta”, al ser consultado, en una de sus maratónicas conferencias de prensa, por el valor que le daba a tantas muestras de afecto en Chile. En su partido despedida al frente de la selección chilena, los hinchas desplegaron una bandera grande que decía: “Don Marcelo Bielsa, Chile le agradece”. Al principio, en Athletic Bilbao era cuestionado hasta por la informalidad de su vestimenta. Después, los vascos popularizaron un cántico que exclamaba: “A lo loco se vive mejor… Bielsa”. Hoy, en Olympique, también conquistó a los franceses. Las heladeritas portátiles en las cuales se sienta a observar a sus dirigidos se compraron hasta agotarse por fanáticos marselleses que buscan emular a su entrenador. Además, fue tapa de una de las revistas más prestigiosas de Europa, la France Football, que titula “Todos locos por Bielsa” con el rosarino ilustrado cual monumento. Argentina ponderaba a Bielsa antes del Mundial 2002 por la ilusión que generaba esa selección y sus primeras experiencias exitosas en Newell’s y Vélez. Esa ilusión tan grande se transformó en decepción y rechazo una vez afuera en primera ronda del Mundial. Doce años después, goza de una aceptación inusitada, alejado del fútbol argentino hace una década. Bielsa, por su parte, surfea una ola imposible. Le duele el rechazo; le incomoda la devoción. Es parte de la difícil tarea de ser Bielsa.

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ZZY

SBOURNE POR Tati Turenne · ILUSTRACIÓN Noe Rivera

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MASTERPIS

-¿Y para qué quieres las palomas? –le pregunté a Sharon al tiempo que tomaba de la botella de Cointreau que había llevado conmigo. Sharon me echó una de sus miradas. - ¿No te acuerdas, Ozzy? ¿Nuestra conversación? … Son para la reunión. Cuando entres en la sala las soltarás para que revoloteen por la habitación. - ¿Y eso por qué? - Porque es lo que acordamos. Entonces dirás ‘Rock and Roll’ y harás el signo de la paz. No era capaz de recordar nada de todo aquello. Eran sólo las once de la mañana, pero ya estaba puesto hasta las orejas… … -Durante esta reunión tienes que crear una impresión. Demostrarles quién eres. -¿Con palomas? –dije. -Eso es. –Solté la botella y tomé las palomas que me daba Sharon. …

La reunión fue una mierda. Un montón de sonrisas falsas y lánguidos apretones de manos. […] Hasta la chica de Relaciones Públicas miraba de cuando en cuando el reloj. Pero la reunión se prolongó y se prolongó: aquellos idiotas trajeados con reloj de oro no eran capaces de dejar de hablar del puto marketing de las pelotas. […] Me levanté, crucé la sala, me senté en el apoyabrazos del asiento de la chica de Relaciones Públicas y saqué una de las palomas del bolsillo… Abrí la boca de par en par. En el otro extremo de la sala, vi que Sharon se encogía. Y entonces mordí y escupí. La cabeza de la paloma aterrizó en el regazo de la RR.PP junto a un chorro de sangre. Si les digo la verdad, estaba tan borracho que todo me sabía a Cointreau y a plumas. Y algo a pico también. Alguien había llamado a seguridad -¡QUE ECHEN A ESE ANIMAL DE AQUÍ AHORA MISMO!...”. Ozzy Osbourne – I am Ozzy (memorias).

“Si les digo la verdad, estaba tan borracho que todo me sabía a Cointreau y a plumas”. 15.


quella reunión en las oficinas de CBS Records en Los Ángeles (en 1981), que tuvo lugar durante la gira de promoción de su primer trabajo como solista, Blizzard of Ozz, terminó quizás de consolidar su imagen como Madman. El vocalista más grande de la historia del heavy metal clásico, el estandarte de la escuela de la demencia, nunca terminó el colegio, pero posee dos títulos concedidos por reclamo popular: príncipe de las tinieblas y padrino del metal. Lo que sí sabemos que no tuvo nunca es vergüenza, ni tacto, ni cordura. Ridículo fue, a mucha honra, siempre un segundo nombre. John Michael Osbourne se crió en lo más bajo, lo más inhabitable, lo más duro de la Inglaterra proletaria de mediados de siglo, y logró salir de ese agujero de unas pocas libras mensuales con una banda caratulada como “satánica”, drogas, alcohol, un matrimonio arruinado y antecedentes penales. Quizás no es de las historias que los padres de los ’70 y ’80 usan para ponerle de ejemplo a sus hijos, pero es el rock de una época que se erige como “clásica” y su figura ostenta, a pesar de enormes dosis de ridiculez y absurdos, un respeto insoslayable en el mundo de la música y del espectáculo. Su padre y su madre trabajaban turnos completos en fábricas aledañas a Birmingham, la “fábrica del mundo”, o la ciudad industrial por excelencia, un crisol de obreros de las más diversas clases sociales y razas, que cumplían las más diversas tareas, pero con algo en común: el sueldo no alcanzaba. Ozzy Osbourne cuenta en sus memorias que él y sus hermanos tenían que casarse o entrar en una fábrica lo antes posible, y más aún en su caso, porque el co-

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legio lo aburría si no era porque se daba el lujo de fastidiar a sus compañeros. Abandonó los estudios a los quince años. Pasaban hambre. Vivían miserias. Ozzy se dedicó en su juventud a robar tiendas pequeñas por las noches hasta que cayó preso. Fueron unos meses, allá por los años ’60, hasta que consiguió empleo en un matadero de la zona industrial. De allí, lo echaron. Fue ese día en el que, con sus últimos peniques, corrió a un bar a probar la cerveza, ese líquido rubio que parecía opacar la tristeza de sus compañeros de fábrica, y no hubo vuelta atrás. Una. Y otra. Y otra. Y otra. Ozzy Osbourne estaba borracho por primera vez. A la borrachera se le sumaron los longplays de los Beatles. Y Ozzy quería ser un Beatle. Se dio cuenta de que no tenía aptitudes para ningún instrumento, pero probaba cantar en el baño, y descubrió que su tono de voz era un agudo particular, místico. Extraño. “Ozzy está solo y busca un concierto”, el mensaje que dejaba, escrito en un papel, para publicitarse en bares y casas de música. Hasta que lo encontraron los muchachos: Bill Ward, Terence “Geezer” Butler y el enormemente talentoso Tony Iommi tocaron a su puerta preguntándole si él era el Ozzy que

anunciaban los papeles. Algo decepcionados con lo que encontraron, lo “incluyeron” en lo que en ese momento era la Polka Tulk Blues Band. Que, en 1968, se llamó Earth, aún cuando los cuatro pensaban que era poco original. Y Geezer Butler, tras ver una película de 1963, vino con el nombre Black Sabbath. Demoníaco y provocador, fue aceptado inmediatamente, digno de la banda de padrinos del heavy metal. Como casi todas las bandas de garage, en una pequeña camionetita atestada de drogas salieron los cuatro a recorrer Birmingham, intentando dejar atrás la vida obrera. Ozzy se casó con su novia del momento, Thelma Mayfair, con la que tuvo tres hijos: Jessica, Louis y Elliot. Pero su matrimonio no fue feliz: el alcohol, las drogas, las largas giras nacionales y el posterior éxito de la banda no contribuyó ni a la fidelidad, ni a la confianza, ni al diálogo que se ve en familias inglesas tipo, de esas de las películas. Ocho discos después, Ozzy fue despedido de Black Sabbath por sus compañeros y amigos, que no soportaban más al “gordo” borracho y drogado que hacía escándalos y arruinaba los recitales. El madman inglés daba, en los años ’70, realmente vergüenza. Fue Sharon, la gran mujer detrás del hombre, y la hija de Don Arden, el ex manager de Sabbath, quién enderezó la locura que se perfilaba hacia algo moderado. En 1982 se casaron, tras el divorcio de

“Ozzy está solo y busca un concierto”, el mensaje que dejaba, escrito en un papel, para publicitarse en bares y casas de música.

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Ozzy de Thelma, y su nueva mujer impulsó, como manager y productora, su carrera en solitario. Tres hijos más: Aimee. Kelly y Jack, y once discos como solista. Organizaron la Ozzfest, el famoso festival de heavy metal celebrado en su honor en distintas partes del mundo, e impulsaron, del hombre, una marca y toda una estrella de la farándula. Las drogas y el alcohol, aún en los ’80, siguieron haciendo su trabajo: un intento de estrangular a Sharon en 1989, el episodio de la paloma y uno similar con una cabeza de murciélago, sobre el escenario. El fatídico accidente de su guitarrista, Randy Rhoads, y la encargada del autobús de su gira, Rachel Youngblood, que perdieron su vida tras el choque de la avioneta a la que subieron “para divertirse” contra el micro, que terminó partido en dos. Hospitales, clínicas, rehabilitación, visitas a la policía, desastres en frente de la Reina de Inglaterra y dealers por doquier en los Estados Unidos, lugar en el que, finalmente, decidió radicarse. Su sueño sigue siendo hoy en día tener un disco número uno en el país norteamericano. Su salud física es, quizás, el aspecto más increíble de su vida. Los partes médicos actuales (a pesar de que tenga un pacto suicida con su mujer por si todo es mentira y está a un paso de alguna situación terminal). 66 años recién cumplidos, con 45 de carrera musical a cuestas, y no hay ninguna secuela grave del trajín de ser Ozzy Osbourne. Él y su médico personal ya tuvieron esta conversación en Hidden Hills, California, hace diez años: “-Bien, señor Osbourne, quiero preguntarle algo – dijo el médico -. ¿Ha tomado alguna vez drogas

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“recreativas”? … -Bueno- dije con una leve tos-, una vez fumé un poco de marihuana. -¿Y ya está? -Sí, ya está. … -¿Está seguro? -Bueno –dije, tosiendo nuevamente- también un poco de speed. Pero hace mucho tiempo. …-Hombre, en otra época me hice alguna que otra rayita de farlopa –le dije, empezaba a sentirme confiado. -Entonces, ¿marihuana, speed y… algunas rayas de cocaína? -Sí, eso vendría a ser todo. -¿Y está seguro de eso? … -¿La heroína cuenta? -Sí, la heroína cuenta. -Ah, entonces heroína también. Pero sólo una o dos veces. … -No me va, se vomita demasiado… A mí lo que me parece es un desperdicio de alcohol. -De acuerdo –me cortó el médico -, vamos al grano. ¿Hay alguna droga que NO haya tomado, señor Osbourne? Silencio. […] El médico empezó a ponerse muy pálido. Por fin dijo: -¿Cuánto tiempo hace que mantiene esta rutina diaria? -¿En qué año estamos?- le pregunté. -2004. -Pues casi cuarenta años.


-¿Y hay algo más en su historial médico que deba saber?- preguntó el médico. -Veamos- dije yo-, una vez me atropelló un avión; bueno, casi. Y me he roto el cuello montando en un quad. Durante un coma “morí dos veces”. También creí que tenía SIDA por veinticuatro horas. Y he creído tener esclerosis múltiple, pero resultó ser un temblor de Parkinson. Y una vez me partí el cuello. Ah, y he tenido gonorrea unas cuantas veces. Y un par de convulsiones, como una vez que tomé codeína en Nueva York, o cuando me metí la “droga de los violadores” en Alemania. Y eso es todo, en serio, a menos que quiera incluir en uso de medicamentos con receta. El médico asintió. … -Tengo otra pregunta que hacerle, señor Osbourne. -Adelante, doctor. -¿Por qué sigue usted vivo?” Lo que más rescata Ozzy de su vida, su locura, su carrera, fue que todos los hechos que lo llevaron desde los suburbios de la Inglaterra olvidada hasta tener su propio programa de televisión en Los Ángeles (The Osbournes, el reality sobre su vida en familia que llegó a ser el programa más exitoso de MTV en 2004), más de 80 millones de dólares, seis hijos, una esposa que no podemos explicar cómo sigue con él a no ser que creamos en que “la locura se comparte”, y discos multi-premiados y cuádruples platino, significan que salió. De una manera o de otra, borracho, dando tumbos, un Osbourne pudo salir del Reino Unido para ser homenajeado en todo el mundo como pionero de un estilo y “Príncipe de las Tinieblas”, su diabólicamente divertida marca

identificatoria. Un personaje alrededor de la figura, que decidió en un momento vivir y morir para el Rock and Roll tocado con las cuerdas un poco más graves. “Mi padre siempre pensó que yo haría algo grande: ‘tengo una corazonada, John Osbourne’, me decía después de unas cuatas cervezas, ‘o acabas haciendo algo muy especial o acabas en la cárcel’. Y llevaba razón el viejo: antes de cumplir los 18 ya estaba en la cárcel. La gente me pregunta cómo es posible que siga vivo y no sé qué responder… pero aquí me tienen… cada día de mi existencia ha sido un acontecimiento. Me entregué durante tres décadas al cultivo de la politoxicomanía con combinaciones mortíferas de drogas y alcohol. Me han detenido por un asesinato frustrado. He sobrevivido al choque de un avión con mi autobús, a sobredosis suicidas y a un largo menú de enfermedades venéreas, pero estuve a punto de perder la vida manejando un quad que pasó sobre un bache a tres kilómetros por hora. Tres. … he cometido unas cuantas maldades y siempre me atrajo el lado oscuro, pero no soy un demonio. En realidad soy un chico de familia obrera que dejó su trabajo en la fábrica para irse de fiesta.” Ozzy Osbourne – I am Ozzy (memorias).

“ En realidad soy un chico de familia obrera que dejó su trabajo en la fábrica para irse de fiesta.” 19.


Juan José Saer, Las nubes (1997)

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Para la ciencia que ha hecho de ellos su objeto, los locos son un enigma, pero para las familias en el seno de las cuales viven, un problema. Es obvio que estas complicaciones surgen cuando los signos exteriores de demencia son demasiado evidentes, porque, en los casos en que pasa desapercibida, que son mucho m谩s frecuentes de lo que se cree, la sinraz贸n misma puede erigirse en principio y manejar, con la conformidad de casi todos, los hilos del mundo.


La poesia del

Cristo rojo POR Fran Sabena · ILUSTRACIÓN Manu Esteves

xiste una lamentable costumbre entre los biógrafos que consiste en omitir casi enteramente las obras de los autores que justifican la aparición de las biografías. Leemos, por ejemplo, que tal escritor, luego de divorciarse de su segunda esposa pero antes de perder un dedo en una pelea callejera, publicó una novela de 800 páginas que le valió varios reconocimientos internacionales, pero nada se nos dice sobre esa novela, ni de su ambiente ni de sus personajes, de las posibles diferencias con sus obras pasadas o posteriores. Esa injusticia –tan arraigada en el mundo de las letras y en el del periodismo– daría cuenta de un interés mayor por parte del público en la vida de los hombres famosos que en sus obras, sin las cuales, por otra parte, esas biografías no tendrían razón de ser. Omitamos que Adolfo Bioy Casares haya escrito La in-

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vención de Morel, El sueño de los héroes, Diario de la guerra del cerdo… ¿Qué interés podría despertar la vida de un niño de familia rica, mujeriego, que pasaba sus veranos holgazaneando en Europa, que aspiró a ser hombre de campo, como sus mayores, y que fracasó en ello? Lo mismo podría decirse de muchos otros autores. En otros casos, los detalles de la vida personal enriquecen o compensan las obras literarias. Como Osvaldo Lamborghini, cuya narrativa es de ingrata y siempre dificultosa lectura; un esquizofrénico, drogadicto y alcohólico, que cierta vez tiró a un gato –su gato– de un sexto piso porque “lo miraba mal”; que fundó una escuela de psicoanálisis en Mar del Plata que tenía un solo miembro: él mismo; que terminó sus días viviendo en una carpa instalada en el living de su departamento, escribiendo poesía frente a un televisor encendido


MASTERPIS

Estamos en el mundo, pero con los ojos en la noche. Hecho de estampas, “Poema VI”

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pero sin señal. Macedonio Fernández, uno de los maestros de Borges, publicó poco en vida y sin la menor repercusión, y tendrían que pasar muchos años para que se leyera y reconociera su obra. Su propio discípulo lamentaba que el público lo conociera a Macedonio por esos textos –que Borges ciertamente no elogiaba–, y no por lo rico de sus anécdotas y de su discurso oral, destinados a un reducido círculo de amigos. En casos como el del poeta francés Arthur Rimbaud o el de Ernest Hemingway, las historias de vida parecen estar a la altura de sus trabajos. Diferente a todos estos fue Jacobo Fijman, poeta argentino nacido en Besarabia (actual Moldavia) en 1898 y muerto en Buenos Aires en 1970. La lectura de su obra literaria –breve y más bien intrascendente– no se explicaría si no fuera por el perfil biográfico de su autor, quien pasó la mitad de su vida encerrado en hospitales neuropsiquiátricos, y la otra mitad buscándolo. Un día de enero de 1921, cuando tenía 22 años, Fijman rondaba –ebrio– la comisaría 4ta de Buenos Aires vociferando ser el “Cristo rojo”, el enviado, el Mesías. Fue salvajemente detenido, encarcelado y luego remitido al Hospicio de las Mercedes (neuropsiquiátrico que en los ‘60 pasaría a llamarse José T. Borda). Seis meses más tarde, Fijman ganó la calle. Hasta 1926 peregrinaría por el interior del país, por Uruguay, Paraguay y Brasil, con su violín al hombro, sobreviviendo como músico callejero y ejerciendo cualquier oficio disponible. A sus 28 años se encuentra nuevamente en Buenos Aires, donde, por medio del escritor Leopoldo Marechal, encuentra un lugar en la revista cultural Martín Fierro. Allí, junto a las firmas de Jorge Luis Borges, Oliverio Girondo, Evar Mendez, Leopoldo Lugones y Norah Lange, Fijman publicaría sus primeros poemas. Esa posición de privilegio le permitiría editar Molino rojo, primero de sus tres libros de poesía. Al año siguiente viaja a Europa, donde se encuentra con los surrealistas, con el excomulgado Antonin Artaud y donde conoce la obra del Conde de Lautréamont, por quienes sentiría una admiración literaria y una repulsión moral. En su vejez, en-

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"Nunca segUIí a nadie, aunque espontAneamente me considero un surrealista. Eso sI, distinto... Los surrealistas son autEnticos poetas, pero blasfeman y tienen una raIz satAnica." trevistado por Vicente Zito Lema, dirá: “Lo mío está afuera de cualquier escuela literaria. Nunca seguí a nadie, aunque espontáneamente me considero un surrealista. Eso sí, distinto... Los surrealistas son auténticos poetas, pero blasfeman y tienen una raíz satánica. […] Yo me identificaba con Dios y Artaud, con el Diablo. Sin embargo, le tengo aprecio. Un poeta tiene que estar al servicio de Dios y si no, es preferible que sirva al Demonio. Lo más denigrante es tener un patrón humano.” Al retornar a la Argentina, Fijman sigue en la actividad, publicando Hecho de estampas (1929) y Estrella de la mañana (1931), escribiendo relatos y críticas para Martín Fierro y para el diario Crítica. Su devoción por el catolicismo se afianza y en 1930, a pesar de haber nacido de una familia judía, es bautizado. A partir de 1932, Fijman se recluye en la silenciosa vida del estudio: escolástica, gramática, teología y filosofía. En 1942, tras un incidente en la Biblioteca Nacional –a la que concurría casi a diario– es detenido y llevado a la cárcel de Devoto. La policía allana su domicilio –un altillo en la avenida De


Mayo– y cataloga sus bienes: un par de zapatos, un saco y un pantalón gris, un álbum con seis discos, un par de medias grises, dos carpetas de cartulina con apuntes, una caja con varios trozos de lápices, un cepillo y un peine, dos cuadritos dibujados al lápiz, una valija marrón, un atado de ropa muy sucia, una caja con figuras geométricas de cartulina, una vitrola portátil, un crucifijo de metal oscuro, una camisa blanca, dos pañuelos de bolsillo, 88 libros y un llavero. Se le diagnostica “psicosis delirante” y se lo confina al Hospicio de las Mercedes, en el que se lo someterá a electroshocks (que posiblemente también le hayan sido aplicados en la internación de 1921). Salvo por contadas ocasiones, no volvería a salir de allí hasta su muerte, en 1970. En 1948, Marechal publica Adán Buenosayres –una de las mayores novelas de nuestra literatura–, dedicada al grupo de “martinfierristas” que le sirvieron como inspiración. Allí, apenas disimulados, se encuentran representados entre la parodia y el homenaje: Borges, Xul Solar, Scalabrini Ortiz y Fijman. Éste aparecerá bajo el seudónimo de Samuel Tesler, y por ese personaje burlesco, caricaturizado, sería reconocido durante mucho tiempo; un filósofo de Villa Crespo delirante y maníaco, violento e hilarante, siempre incómodo: vque ríe a carcajadas en un funeral y ataca a los contertulios en una reunión social. La obra literaria de Fijman se distingue por ser probablemente el único intento de poesía mística que se haya dado en el país. Sus influencias se encontraban menos en los autores canónicos de la época –los poetas franceses venerados por la intelligentsia local apenas le merecían algún elogio– que en el Cantar de los Cantares, los Salmos y en un autor religioso del renacimiento español como San Juan de la Cruz. Ignorados durante su tiempo, los trabajos de Fijman no tendrían la atención del público sino hasta décadas después de su muerte. A fines de los ’90, la editorial Leviatán publicó su Obra poética y Araucaria reunió sus relatos dispersos en San Julián el Pobre, libro que alguna vez Fijman pensó en editar

pero que nunca llevó a cabo. Para esta nota, hemos trabajado con Poesía completa (Ediciones del Dock, 2005), que además de los tres volúmenes que el poeta publicó en vida también incluye los textos escritos durante su larga estadía en el Borda (muchos de los cuales ya habían visto la luz en la edición de Leviatán). Quizá la edición más completa sea la de Araucaria, Obras (1923-69). 1: Poemas, que data de hace menos de una década. La experiencia del encierro, del “loquero”, funciona como hilo conductor en Molino rojo. Así leemos en “Subcristal”: Brilla el cristal de mi locura. / Efervescencias bruscas; / ojos endemoniados de un molino Los elementos religiosos están en la clave del delirio, pero lejos de la intención doctrinaria y piadosa de Estrella de la mañana. El poema que abre el volumen, quizá su más famoso, y de título sugestivo, es “Canto del cisne”. Demencia: / El camino más alto y más desierto. // Oficios de las máscaras absurdas; pero tan humanas. / Roncan los extravíos; / tosen las muecas / y descargan sus golpes, / afónicas lamentaciones. // Semblantes inflados; / dilatación vi-

Semblantes inflados; dilataciOn vidriosa de los ojos en el camino mAs alto y mAs desierto driosa de los ojos / en el camino más alto y más desierto. // Se erizan los cabellos del espanto. // La mucha luz alaba su ino-

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cencia. // El patio del hospicio es como un banco / a lo largo del muro. // Cuerdas de los silencios más eternos. // Me hago la señal de la cruz a pesar de ser judío. // ¿A quién llamar? / ¿A quién llamar desde el camino / tan alto y tan desierto? // Se acerca Dios en pilchas de loquero, / y ahorca mi gañote / con sus enormes manos sarmentosas; / y mi canto se enrosca en el desierto. // ¡Piedad! En “Feria” leemos la versión descarnada del paciente; se habla desde la desesperación del internado, que no puede ver nada sin horror: Organillos de misa; hacinamientos; / sacos de gritos de la mañana. // En lentitud confusa / sorda algazara de las obsesiones. // ¡Las máscaras estúpidas / de los atormentados! // Rasguños en el quicio de la puerta / por la luz más intensa. // Bosque de soledades. / ¡Esta es la pausa / más nueva de mi vida! / Mantas de fuego / sobre los agrios soplos / de mi locura. / Feria maligna de rostros tostados; / un estanque de tiempos. // ¡Máscaras en la luz más intensa y más sorda! / Agrios soplos de la locura. Hecho de estampas es un libro de transición. Se publica un año antes de su despertar místico e ingreso a la Iglesia católica. Es el libro más breve de todos, no sólo en la cantidad de poemas que reúne sino en la extensión de cada uno de ellos. De las letanías enloquecidas de su primer libro, pasamos a las fábulas pastorales y al gozo de la naturaleza. “Poema III” está cargado de optimismo, pero con algún matiz amenazante. Está mi risa de niño / con la abuelita ciega de la noche obscura. // Resuenan mis botas groseras de campesino / en la ternura de los caballos, / y he ido. // Al son de ríos lúcidos y puros / tiemblan las curvas de los pozos como las dulces patas de los corderos. // Encerrada en mis pasos sigue la noche obscura. Si lo comparamos con “Impresión” –publicado en 1923 en la revista israelita Vida Nuestra–, veremos tal vez el germen de inocencia que pudo perdurar algunos años tras su primera internación en el Hospicio. No sé por qué, con este cielo / Azul, sereno, / Brotar de nuevo

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en mí siento un anhelo / De vivir más aún y ser más bueno. // Tengo la idea suave y santa / De abrir recién los ojos a la vida. / El corazón olvida… / El paisaje es sereno, el viento canta. En Estrella de la mañana, toda palabra es liturgia. Ya se ha desprendido de toda pretensión estética que no esté al servicio de su fe. En “VII” leemos: El agua oscura, la luz oscura de mi alma quiere morir en Cristo. / Alcanzaremos las palomas crecidas / y las albas crecidas y los corderos crecidos de todas las muertes. // Alcanzaremos el reposo de las palomas, de la una a la otra, de paloma en paloma; / alcanzaremos los corderos, de uno en otro, de cordero en cordero. // En los brazos de Cristo he visto tierra y cielo, / agua y luz, agua y luz, agua de paz y luz de paz, / agua y luz, palomas olorosas, agua y luz, corderos olorosos, / agua de paz y luz de paz, palomas y corderos. // He visto los ángeles que llevan en sí la luz y el agua de la gracia. Pero tal vez Fijman haya alcanzado su máxima expresión poética cuando supo disuadirse de la autoconciencia psiquiátrica. En “Romance lunar” –escrito en 1965– el poeta canta llevado por un frenesí verbal, y es toda música. Lunador, cuatro lunas / han lunado los cielos / que valen a los trigos y cebadas, / una luna de tierra secará las manzanas / cerrándose en los ojos más bellos de la muerte. / Y tú lunante por las lunas lunado / entre cosas y cosas, / aún el ser del verbo, y las lunas, y mar, / aún el ser lunado, / y los ojos abiertos que sacran a la muerte. Pocos años antes de su muerte, Fijman fue rescatado a la luz pública gracias a una serie de entrevistas y notas para las revistas Primera plana, Panorama y Gente. Del reportaje que el periodista Vicente Zito Lema le realizó para Talismán, rescatamos algunas de las declaraciones del poeta. Una vez me balearon desde la Escuela Militar. Pienso si mi internación en el hospicio no habrá sido una medida divina para que no me mataran... Yo por entonces amaba el ruido de las balas más que la Novena Sinfonía de Beethoven.


"En cuanto a mi obra, los medicos dicen que no hay en ella signos de enfermedad. Y aunque no es gente de gran entendimiento, en esto no se equivocan." El que va a nacer elige ser bueno o malo. Eso se da hasta con las vacas. También es cierto que la mayoría de los demonios tienen la médula desviada. Cualquier enfermedad, aun el cáncer, es estado de locura. Los médicos tendrían que seguir a fondo las enseñanzas de Hipócrates, que curaba hasta con el fuego. Yo he investigado el alma, también la psiquiatría. Y sé que los ciegos y sordomudos son dementes. Que los muy ricos y los que llevan uniformes son dementes y peligrosos. Y que los que visten sotanas y se llaman hijos de Cristo son los más dementes, hipócritas y demoníacos de todos. En cuanto a mi obra, los médicos dicen que no hay en ella signos de enfermedad. Y aunque no es gente de gran entendimiento, en esto no se equivocan, ya que no hay en mi poesía nada en contra de la gramática. Pero a la vez presiento que en la poesía y en la locura hay un mismo soplo. El soplo de la inocencia… ¡y del espanto! El Conde de Lautréamont era un loco perverso. ¡Qué hombre pésimo! Se había entregado a los vicios y hacía con ellos poesía. Era un monstruo. Sólo en él había locura, la del lobo que roe la frente. Gérard de Nerval en cambio era bueno. Pero se ahorcó de un farol. Le gustaban las manzanas. Voy a decirle algo que lo hará pensar. Es un secreto que he mantenido hasta hoy. Yo, a pesar de todo, quiero al Conde de Lautréamont y lo voy a ayudar. Y él me conoce. Como juez he tenido que verlo. Me pidió que no lo olvidara, que intercediera por él ante Dios, que es mi amigo. [Para ese momento, Lau-

tréamont llevaba 98 años muerto.] Hace un tiempo nos encontramos en otra región. Cuando lo vi estaba como despojándose del sueño, con agua y con algas, pero no con peces. Los peces se habían ido. Se mantenía muy quieto, acostado en el mar. Yo caminaba sobre las aguas y lo llamé: “Lautréamont, Lautréamont –le dije–, soy Fijman”. El se acercó y dijo que me quería, que seríamos muy amigos ahora en el mar, porque los dos habíamos sufrido sobre la tierra. Pero no lloramos, nos abrazamos y permanecimos una eternidad en silencio. Tenía ojos celestes de gato. Alto, varios metros. La piel azul y las manos huesudas. Era fino, elegante. Tenía una dentadura tremenda, probablemente un vampiro. Debe estar ahora no en el Infierno sino en el Hades, que es el reino de la muerte. [A Zito Lema.] Sé que dentro de muy poco me voy a morir. Ya soy viejo y he sufrido lo suficiente. Pero tengo miedo de lo que me espera. No de la muerte, porque ya estoy muerto en Cristo, sino de que me abran la cabeza como hacen con todos los internos... ¡No quiero presentarme ante Dios cuando resucite con el cerebro dañado y chorreando sangre! Mi vida ha sido el estudio, la poesía; quiero estar hermoso, digno... Además va a estar ella, la Virgen, la única que no se burló de mi amor ni me rechazó. ¿Se ocupará de mí cuando muera? Sáqueme a toda prisa de la morgue. No deje que me destrocen, ¿me lo promete?

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Wachram Kirasian

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INTERVIU

Mi viejo levantaba un dedo y mandaba a cualquiera a Siberia” POR Ana Ferraris

Wachram Kirasian es el hijo de Norair, el búlgaro que controló –obligado– el agro, el comercio y la industria del territorio comunista durante nueve años. Ferviente anti-comunista, Wachram formó parte de la primera generación nacida bajo el régimen. Conoció la libertad recién a los nueve años, cuando su padre negoció su salida y la de su familia del territorio. Desde los trece años vive en la Argentina. Bulgaria se hizo comunista en 1944, cuando tropas soviéticas ocuparon el territorio, en la llamada “Operación pinza”, cuyo objetivo era ahogar al Tercer Reich quitándole todo el territorio que pudieran. Los capitalistas búlgaros anticiparon cómo sería el país bajo el yugo del comunismo. Querían mantener su poder, y para eso necesitaban formar parte de las nuevas instituciones comunistas. Para eso, necesitaban a un técnico que manejara la indus-

tria, el agro y el comercio de todo el país, porque desaparecía la propiedad privada y todo iba a ser del Estado. “Necesitaban tener a alguien técnico, muy honesto, que fuera el instrumento de ellos y así controlar al país”, dice Wachram. Norair fue obligado a aceptar el trabajo, pero puso la condición de no pertenecer al partido. Todos temblaban frente a Norair, porque era quien controlaba todo el país. “Internamente, era más importante que el presidente o el primer ministro.” Wachram vivía en la zona más pudiente de la ciudad de Rodosto; una suerte de Recoleta búlgara. A sus cuatro o cinco años se empezó a dar cuenta de que no podía ser que viviera en semejante lugar, que cuando salían a la calle los custodiaran tres autos, que los militares se cuadraran a su paso. “Mi viejo levantaba un dedo y el tipo al que señalaba se iba a Siberia.”

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El contraste de esa situación es que Wachram, tan niño, no pudiera tener ni siquiera un monopatín. Sus amigos, que le tenían envidia, gozaban de mucho más que un monopatín, pero él no tenía nada. Tanto es así, que se fabricaba sus propios juguetes. No era coherente que tuvieran una casa de lujo, que su padre fuera respetado y temido por todos, cuando no podía tener ni un juguete mientras que los otros tenían mucho más. Su padre, sólo en apariencia, tenía el máximo poder. Si se hubiera permitido alguna deshonestidad, era una factura que no sabía cómo se la iban a cobrar más adelante. Si no era útil al sistema, era cadáver, no lo podían reciclar porque no era del sistema. Prefería no darles motivos. Wachram grabó en su memoria a tan corta edad cómo funcionaba el sistema: “Cualquier nene que veía algo que hacía otro nene y no le gustaba, se lo decía al padre. Si el padre veía que con eso iba a tener un rédito, iba al comité central, a la sede del partido del barrio y lo acusaba de estar en contra del sistema. Los tipos evaluaban la situación. Si les convenía, lo mandaban a Siberia. Si no les era funcional, chau. Eras comunista o eras enemigo.” Wachram nació en 1949, pero dos años antes su padre ya había hablado de dejar ese puesto, porque no podía –psicológicamente– seguir manteniendo la presión. Sabía que en cualquier momento podía dar un paso en falso y terminar en Siberia. Estuvo nueve años en ese cargo. Cuando en el ‘53 falleció Stalin, el régimen se distendió un poco. Sólo en ese momento los cuatro jerarcas que sabían que Norair no formaba parte del partido, que estaba ocupando el puesto de Controller por obligación, se permitieron pensar en dejarlo salir de la zona comunista, aunque con la condición de que preparara a dos personas para que lo reemplazaran. Norair lo hizo, pero con el temor de que sus superiores no respetaran el acuerdo y lo terminaran enviando a Siberia.

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Wachram eleva la voz y se inclina hacia adelante al contar que desde la montaña veía todo el camino hacia la mansión. Una noche de 1959 vio cómo avanzaba un sidecar por aquel sendero. Al llegar, un policía subió a su padre al vehículo. Wachram veía por la ventana cómo se alejaba ese hombre con su padre. No sabía si lo iba a volver a ver, qué iba a pasar con él, con su madre y su hermana. A la mañana siguiente, como todas las mañanas, Norair volvió a la mansión con la gran noticia que hacía muchos años esperaban: había negociado la salida de Bulgaria. Se fueron con el famoso Expreso Oriente; el que construyeron los alemanes durante la Primera Guerra Mundial, que nacía en Estambul y terminaba en Berlín. Una vez que llegaron a Viena, en diciembre de 1959, y con poco dinero en el bolsillo, se fueron directo al departamento central de policía, a las siete de la mañana, a declararse refugiados políticos. Pero como la cara de Norair era conocida por su cargo dentro de la Unión Soviética, nadie le creyó. “¿Cómo iba a ser refugiado político? ¿Cómo había logrado traspasar la cortina de hierro? Nadie le creyó. Dijo que habíamos salido con visa de turistas, pero sólo duraba cuatro meses. Si pasados esos cuatro meses no volvíamos, nos declaraban proscriptos y nunca más podríamos volver a entrar a Bulgaria.” Pero su intención no era volver. Se llevaron a sus padres para interrogarlos en cuartos separados, en forma coercitiva, para verificar sus versiones. Para los austríacos, lo más razonable hubiera sido que Norair fuera una punta de lanza comunista dentro del sistema libre. Recién a las diez de la noche los dejaron ir de la comisaría, porque no tenían razón para retenerlos. Durante todo ese día Wachram no había podido comer. Recuerda con una sonrisa de satisfacción que un policía gordo, que no era de los policías comunes, sino de la policía secreta, le había ofrecido una porción de su sándwich, aun creyendo que su


padre, a quien estaban interrogando, era un jerarca comunista. Los siguieron durante casi un año hasta que estuvieron seguros de que no tenían contacto con nadie del régimen. Wachram había vivido toda su infancia en un sistema cuya ley era la delación, la acusación infundada. Al llegar a un país en donde trataban de contenerlo y donde podía percibir acciones espontáneamente buenas, su estructura de pensamiento, de relacionarse con los otros, tuvo que cambiar. Dentro de los países anexados por la Unión Soviética, las cartas –única forma de comunicación posible– eran leídas por burócratas anónimos, y eventualmente censuradas, con la condena implícita a quienes las escribieran. Wachram recuerda que durante los tiempos de Stalin, un grupo de armenios que vivían en Bulgaria pudo volver a su tierra natal. Sus parientes, que quedaron en territorio búlgaro, no sabían si allí la situación mejoraba algo o era peor aún. Y como enviarle cartas a los que habían podido huir no era una opción, establecieron que se mandaran fotos. Si en las fotos la gente estaba de pie, la situación era mejor que en Bulgaria; si estaban sentados, peor. Seis largos meses pasaron hasta que la foto llegó. Pero en ella no había nadie sentado ni parado: todo estaban acostados. Esto sólo significaba una cosa: la situación era mucho peor. Al momento de la implementación del comunismo en Bulgaria, Norair buscó un país libre para escapar. Desde el primer momento, la intención de ellos fue venir a Argentina, pero en 1947 los allegados de la familia que vivían acá le dijeron que se olvidara, porque el entonces presidente Perón había dado la orden a las embajadas de no admitir el ingreso de ningún comunista al país. Norair había elegido a la Argentina por las oportunidades que le ofrecían a su familia para salir adelante. Debido a esa imposibilidad, primero se instalaron en Viena. Llegaron allí casi en Navidad y su padre

no tenía plata para pagar más que una semana de hotel. Por intermedio de amigos, consiguieron un departamento para vivir, que era el lugar de los caseros de una mansión. Pero la dueña sólo permitía que vivieran tres personas allí por el reducido tamaño del departamento. Como ellos eran cuatro, y Wachram es el más chico, se escabullía entre las rejas para entrar sin que la dueña se diera cuenta de que él formaba parte de la familia que vivía en ese lugar. Se le llenan los ojos de lágrimas al contar que tenían sus valijas todavía en el depósito del ferrocarril el 23 de diciembre. Recuerda que su padre apareció con un árbol de navidad que le había regalado el camionero que le llevó su equipaje al departamento que alquilaban: “Fue el primer árbol de navidad en un país libre –se toma un minuto para secarse las lágrimas. –Era un hombre común que quiso ayudarnos. Eso fue lo que me terminó de decir que estaba en un país diferente.” Wachram vive en Buenos Aires desde los trece años. Acá aprendió a leer la borra del café para “levantarse” a alguna chica que le gustaba, y ese fue el mismo método que utilizó no hace mucho para conquistar a su actual pareja. “Yo sé que es una boludés, pero hay gente que se lo cree”, me dice y se ríe. Hoy tiene 69 años, es ingeniero, formó una familia y no se quiere ir de acá. No leyó la obra 1984, pero admite que está pendiente, pues muchos le han dicho que ahí está reflejada su infancia en Bulgaria. Está esperando a terminar de construir su casa de Entre Ríos y tener tiempo para dedicarse a escribir la historia de su vida. Habla cuatro lenguas: armenio, búlgaro, alemán y castellano. “Cuando hablo castellano, pienso en castellano y me siento argentino. Y he adquirido la parte transgresional argentina, porque no conozco otro país en donde sean tan transgresores como ustedes. De Argentina me llevo la transgresión.”

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