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THEO JANSEN Una nueva naturaleza: las criaturas eólicas de Theo Jansen
Por Rafael Giménez
Todas las primaveras en las playas del Mar del Norte los neerlandeses se congregan a contemplar un extraño fenómeno. Es en esa época del año cuando Theo Jansen suelta sus obras de arte para que estiren las piernas.
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Hace poco publicamos en El Gran Otro una entrevista con el escultor cinético estadounidense Anthony Howe. Esta vez hemos decidido ahondar en la relación entre arte y movimiento, pero nos alejamos de la costa noroeste de los Estados Unidos para trasladamos a las inmediaciones de La Haya.
Es probable que más de un/a lector/a haya visto en algún momento alguno de los videos que circulan en Internet en los que extraños y complejos animales mecánicos hechos con PVC, telas y botellas de plástico caminan solos por la arena propulsados por el viento. Son las criaturas de Theo Jansen.
Arte, tecnología y humor «Me gusta ver a las personas dudando: “¿esto es real?”»
Nos encontramos ante obras que conjugan aspectos de diversas disciplinas, técnicas y corrientes artísticas, como el arte cinético, la física y la mecánica. Pero también hay algo más que tiene que ver con la gracia, con lo fascinante que resulta ver a estos autómatas de formas inquietantes desplazarse por la arena. En cierto modo parece un juego o incluso una herejía: la idea de crear una nueva naturaleza. Pero el efecto está en el público, en el espectador. Encontrarse frente a una obra de Theo Jansen implica necesariamente cierto grado de participación, porque no es posible permanecer indiferente.
Theo es un tipo curioso. Estudió física en la Universidad Tecnológica de Delft, pero abandonó la carrera en algún momento de 1974. Tenía otras inquietudes más urgentes: la tecnología y el arte. Y, de alguna manera, el humor.
Es que a Jansen le gusta sorprender a su audiencia. Como aquella ocasión en 1979 cuando creó un OVNI bastante convincente, lo llenó con helio y lo soltó sobre la ciudad de Delft. Su máquina debe haberle arrancado una sonrisa a sus amigos y a algún vecino que estaba al tanto de la situación, pero el chiste no resultó tan agradable para las autoridades neerlandesas, que comenzaron a recibir llamadas de ciudadanos asustados reportando la violación del espacio aéreo nacional por parte de visitantes interplanetarios.
El OVNI de Theo, además, emitía luces y sonido. Se cree que aterrizó en algún lugar de Bélgica. Años más tarde haría lo mismo en París. A la conexión entre arte y tecnología hemos de agregarle un tercer aspecto, entonces: el humor. Le preguntamos a Jansen por estos experimentos al estilo Orson Welles y nos confiesa que:
«Una de las cosas en la vida que no puedo parar de hacer es embromar a las personas. De hecho, me gusta el balance incierto entre realidad e imaginación. Me gusta ver a las personas dudando: “¿esto es real?” Me da una sensación de regocijo, en cierta forma. Al mismo tiempo pone nuestra realidad cotidiana en otra perspectiva. Creo que el arte tiene la misma función. Conecta realidad con imaginación. Sin imaginación la vida es nada».
Hacia lo cinético «Me siento más como un esquimal viviendo hace 10.000 años»
Además del episodio del OVNI de Delft, Theo alcanzó cierta fama hacia mediados de los ‘80s con un invento sorprendente: la máquina de pintar. Era una estructura fotosensible que conseguía pintar las siluetas de lo que se colocara en frente. El dispositivo estaba encastrado en una madera que le permitía moverse y crear imágenes de todo lo que estuviese en la habitación.
«Siempre me obsesionó la mecánica», confiesa Theo. El acercamiento de Jansen al arte cinético era cuestión de tiempo. Creadores como el suizo Jean Tingeley y el estadounidense George Rickey influyeron de manera decisiva en su apreciación de esta corriente expresiva. Hoy Theo es un escultor cinético, sin lugar a dudas, pero en más de una oportunidad él mismo ha dicho públicamente que no se consideraba un artista.
Le pregunté porqué y esto respondió:
«Todavía respondería que soy un artista, solo para hacérselo fácil a la gente. Pero al trabajar en la playa todas estas etiquetas me parecen tan triviales. Me siento más como un esquimal viviendo hace 10.000 años, sin nociones del arte ni conocimientos de tecnología, pero haciendo pequeñas esculturas y alcanzando mejoras técnicas en su kajak».
Strandbeesten: las bestias de la arena «En el futuro tienen que vivir una vida autónoma en la playa»
La playa es un asunto serio para Jansen y para todos los neerlandeses: la playa y el mar. La histórica batalla de los Países Bajos contra las olas no solo define en gran medida la identidad nacional, sino que se trata de una contienda sin tregua que se hace palpable en la vida cotidiana.
Año a año la erosión del mar le arrebata consistencia a la disputada costa neerlandesa, mientras los gobiernos nacional y locales construyen barreras cada vez más ingeniosos para frenar el avance inexorable de las aguas.
Theo vio un problema y creó una solución. Quizás no sea la respuesta más eficiente, pero es sin duda la más poética.
En un artículo publicado en el diario Volkskrat en 1990 dejó claras sus intenciones. Comenzó planteando el problema de las dunas. El viento moldea la arena y hace que las dunas se mantengan en una altura más o menos estable. Pero la marea, indiferente a este proceso, se hace cada vez más alta.
«Sería fantástico si tuviésemos unos animales que removieran continuamente la arena de nuestras playas, que la arrojaran al aire, para que, a continuación, el viento se encargara de llevarla hasta las dunas», escribió. (1) Era más que una expresión de deseo. Era un compromiso. Theo se puso de inmediato a diseñar y construir su primera fauna removedora de arena. Sus criaturas asumirían la patriótica tarea de ayudar a salvar la línea de playa y para hacerlo solo requerían un alimento: viento.
Como vemos, Theo no es un científico loco ni un arista excéntrico. Podríamos decir que, en gran medida, es un inventor de soluciones poéticas para problemas ambientales.
La primera strandbeest que caminó por la faz de la tierra lo hizo hace ya 30 años. Con el tiempo, Theo ha creado una variedad considerable de seres autómatas con una sensibilidad cada vez mayor, capaces de adaptarse al ambiente. Sus bestias recientes detectan el agua y la evitan.
«A veces se ponen más complejas, pero otras veces las cosas se vuelven muy simples, también. Si se tratase simplemente de una complejización constante me volvería loco. Pero me gustaría que estos animales se volvieran independientes. En el futuro tienen que vivir una vida autónoma en la playa».
Las strandbeesten del pasado van sumándose a la colección del museo de Theo, donde pasan a ser «fósiles» clasificados por eras, de acuerdo con los materiales y técnicas utilizadas en cada período de trabajo.
Cuando entrevisté a Theo le pregunté si tenía planes para el futuro:
«Tengo un montón de planes para la playa, – me dijo – ahí es hacia donde estoy yendo en este momento. Está un poco tormentoso ahora, pero hacia el fin de semana va a estar más agradable».
La playa, decíamos, es un asunto serio para Jansen.
El futuro: la playa de las máquinas «Tenemos que hacer las cosas de una manera diferente»
Incertidumbre. Todos, más allá de nuestras profesiones, ubicaciones geográficas e intereses, coincidimos en que resulta casi imposible hacer planes a futuro, ya que no sabemos cuándo podremos decir que el COVID-19 ha quedado atrás y mucho menos cómo será el mundo una vez que emerjamos de esta pandemia. Los artistas constituyen, sin lugar a dudas, uno de los colectivos sociales más golpeados por esta crisis global. A algunos, no obstante, esta situación los encuentra mejor preparados que a otros:
«Todas las exhibiciones del mundo han cerrado o las han pospuesto, pero en los últimos años he podido formar una base económica, así que estoy bien. Tengo un montón de tiempo para desarrollar mi trabajo en la playa este verano».
Tener mucho tiempo disponible trae sus consecuencias, también. Uno se pone más reflexivo. Theo Jansen se refugia en su hiperactividad creativa. Está comprometido con su cruzada por salvar las dunas a través de su criaturas eólicas, pero sería erróneo decir que el aislamiento social y la súbita clausura de las actividades colectivas no lo han afectado en un plano personal.
«Sin duda, esta crisis nos obliga a replantearnos ciertas cuestiones. Como todo el mundo, estoy pensando un montón acerca del futuro. Pareciera que nos hemos dado cuenta que estamos yendo por el camino equivocado. Tenemos que hacer las cosas de una manera diferente».
Los Países Bajos implementaron un Confinamiento Inteligente, a contramano de las medidas más estrictas impulsadas en países como Francia, Italia o España. El modelo neerlandés apela a la responsabilidad ciudadana. Como dice Theo:
«Todos tenemos que asumir nuestra cuota de responsabilidad».
Pese a que el país está lejos todavía de alcanzar los niveles ideales de inmunidad colectiva, los números de infectados y fallecidos están en descenso.
El distanciamiento social, por el momento, no parece incomodar demasiado a Theo. A él lo que le preocupa, como hemos dicho, es su fauna playera. Su taller está en Ypenburg, un suburbio de La Haya, cerca de la ciudad de Delft. Se trata de una colina artificial donde funcionaba un aeropuerto militar. El terreno ha sobrevivido a la urbanización ya que «funciona como una barrera de sonido entre la autopista y las zonas residenciales». (2)
Es ahí donde Theo construye su manada cinética.
«Este verano – anunciaba Theo en aquel artículo de 1990 – me voy a dedicar un tiempo a fabricar unos cuantos de estos animales y en otoño pienso soltarlos a lo largo de la costa, para que aún puedan aprovecharse de las primeras tormentas de la temporada. ¿Y quién sabe? A lo mejor, dentro de unos años, la costa de los Países Bajos tendrá un aspecto diferente». (3) 30 años después de su publicación, el artículo de Theo Jansen adquiere un valor profético. La lucha contra el mar continúa, pero las dunas no se han perdido. Al menos por ahora la costa está a salvo. Algo ha cambiado, no obstante, en las playas del Mar del Norte. Una curiosa migración se da todos los años cerca de La Haya.
En primavera las bestias de la arena bajan desde Ypenburg hasta el mar, frente al cual desfilan hasta el fin del verano. Con sus múltiples patas levantan los granos de arena que alimentan a las dunas.
Theo sueña con el día en que sus strandbeesten ya no necesiten de su asistencia para llegar al mar.
Ese día estas criaturas tomarán posesión definitiva de las playas de La Haya. Se habrán integrado de tal manera al medio ambiente que ya no necesitarán ni de Theo ni de nadie. Serán protegidas por las dunas que ellas mismas ayudan a preservar y habrá, ahora sí, una nueva especie en Europa y un nuevo futuro para la costa neerlandesa.
Fuentes Entrevista del autor con Theo Jansen.. Mayo de 2020. (1) y (3) «Correplayas, el artículo de Theo Jansen que lo empezó todo» (2015). Espacio Fundación Telefónica. Madrid, España. 5 de octubre de 2015. Consultado en mayo de 2020. (2) «The March of the Strandbeests». Ian Frazier en The New Yorker. 05/09/2011. Consultado en marzo de 2020.
Las fotografías son gentileza de Theo Jansen.