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MARÍA NEGRONI Pequeños souvenirs de un viaje

Por Débora Center

Cuaderno alemán, de María Negroni tiene la forma de una diminuta libreta, similar a la que se lleva para realizar anotaciones en un viaje. Sin embargo, el texto inicia negando que sea un diario de viaje. El resultado es un coqueteo literario con diferentes géneros, incluso con el impuesto registro de las vivencias y paisajes alemanes, en el que la prosa poética se mezcla con fotos de sorprendente cotidianeidad y dibujos en tinta china.

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Cuaderno alemán es un objeto bonsái en el que conviven escritos e imágenes bonsái. Este hecho implica varios aspectos: al ojo de quien lee, la edición de Alquimia se presenta como un objeto artístico de proporciones pequeñas pero, tal como se puede apreciar en una primera ojeada, frondoso en imágenes fotográficas, textos breves y dibujos hechos por la autora. La tinta china, que se ve también en las reproducciones facsimilares de las notas tomadas a mano, completa la composición en términos artísticos y también es concordante con el concepto de extrañeza que se plasma en la voz y la mirada de Negroni. El libro es el resultado de un registro, hecho en dos meses por Alemania, como parte del proyecto Rayuela, que consistió en el viaje de escritores y escritoras alemanes a Argentina y de autores y autoras de Argentina a Alemania. La propuesta incluía el pedido de escritura de un diario de viaje que se publicaría en un blog. El concepto de juego de partes que forman un recorrido, como el de la rayuela, no sólo da nombre al proyecto, sino que también se plasma en imagen -al derecho y al revés- en el inicio y final del escrito. Podría ser esta una puesta en abismo de la escritura de Negroni: un registro de lugares, percepciones y sensaciones sin más hilo conductor que el recorrer, con ojo crítico y lúdico a la vez, los paisajes que se le presentan.

Las pequeñas piezas, pasos o casilleros que atraviesa Negroni se inician con una cita del poeta alemán Hölderin: «Recíbeme afablemente que soy un extranjero». No parece azarosa la elección, cuando al avanzar en la lectura, salen al encuentro pasajes en los que se problematiza el sonido ajeno al percibir la lengua alemana. Este pedido inicial, además, parece encarnar la voz de varios sujetos: la de la figura de autora, que en otra lengua codifica el paisaje y el sonido alemanes; la de la viajera, que recorrerá diferentes ciudades con una percepción constante de no pertenecer y la voz ficcional del libro, que no deja de ser un extranjero entre los diarios de viaje canónicos. De hecho, este extrañamiento reaparece rápidamente ya en el «A modo de prólogo». Negroni explicita allí la propuesta de escritura con la que viaja, la de escribir para un blog. Agrega que lleva consigo un cuaderno y la tinta china. El choque de

extrañamiento (y de resistencia) es evidente y poéticamente muy potente: tiene la obligación de escribir en un soporte digital y virtual pero lo aborda con materiales de una escritura ya casi ancestral, en desuso. Esta confrontación cobra aún más fuerza estética cuando se comprueba que, además, el recorrido por el paisaje alemán se teñirá de significantes en castellano, que conforman una prosa poética de gran impacto. Resulta curioso también notar cómo esa lengua extranjera muta en codificación estructural al mismo tiempo que cambia el mapa. De hecho, las crónicas que alternan con fotos y que registran las primeras ciudades y pueblos alemanes dejan paso a los poemas cuando Negroni llega a Berlín. El género discursivo se funde aquí con el espacio visitado: los pequeños poemas son presentados como muros. La diferencia entre Berlín y el resto del paisaje se plasma así en la escritura, tanto estructural como argumentalmente. Las crónicas de Núremberg, Weimar y Stuttgart contrastan con los poemas en una correspondencia con la historia política y su determinación geográfica en las ciudades. Así también se diferencian las percepciones de la voz viajera: de un tono de hastío, de sorpresa, propio de un cronista se pasa a un registro más personal, más visceral en los poemas.

Se suele decir que todo viaje es un descubrimiento e implica una transformación. Cuaderno alemán expresa esta creencia plenamente: en él se mezclan la voz extranjera y sorprendida de los relatos con las fotos tomadas al encontrarse con un episodio risueño y extravagante, como un cochecito para pasear perros. El recorrido de Negroni plasma en esta confluencia de imágenes y palabras un collage de recuerdos de viaje, que bien podrían ser los souvenirs de cada uno de los puntos en el camino por Alemania.

La primera parte del diario se titula «Entre Madame de Staël y Dora la Exploradora». Se mezclan así, desde el comienzo, no sólo los géneros y los códigos de palabras e imágenes sino también la impronta erudita con una concepción del viaje construida por la cultura pop. El registro que se propone, entonces, se presenta desde el título como un híbrido entre la mirada intelectual y la ingenuidad de la exploración propia de un personaje de dibujos animados. Asimismo, la intención poética de apartarse del canon, que ya se vislumbraba en el prólogo, se confirma en las palabras iniciales: «Nunca escribí un diario de viaje. No lo voy a escribir». Esta doble negación, con la potencia que ella implica, afirma la esencia del Cuaderno alemán: un viaje atípico, ecléctico, variopinto.

Se destaca en las crónicas, de prosa fragmentaria, como formando la rayuela, el sentimiento de horror inicial al escuchar hablar en alemán: «¿Puede la lengua de un país quedar contaminada? ¿Pueden grabarse en ella las dicciones del horror?». Esta sensación se plasma también en su visita a Núremberg, que da como resultado un relato en el que la escritura transmite fascinación y terror, una confluencia de deseo de saber y, a su vez, resistencia ante las aberraciones del nazismo. A medida que avanza el viaje, Negroni experimenta una cercanía al idioma ajeno y, al mismo tiempo, la sensación de vivir como extranjera sudamericana en el primer mundo. Las crónicas son interrumpidas por un pequeño léxico indispensable del alemán, que funciona como un paso más en la rayuela, un diminuto

casillero que desentona pero que, a su vez, funciona como ficha o paso en el juego del viaje. Se destacan también las percepciones de las visitas a las casas-museos de artistas, que se funden con reflexiones acerca de la concepción de la literatura y del hecho de escribir. El cuaderno adquiere así cierto tinte de intimismo o de metacognición acerca de la propia práctica.

La segunda parte del registro de viaje, que se corresponde con la llegada a Berlín, se titula «Catorce poemas como pequeños muros destruidos». Se trata de otro escenario, que crea también otra escritura, una nueva otredad poética de composiciones en las que el ritmo, el registro y la mirada son diferentes. Se destacan aquí el uso de diminutivos y la adjetivación que confluyen en estilo con los sutiles trazos de tinta china. En las palabras de los poemas se evidencia cierto hastío o sensación de malestar en el viaje, como suele ocurrir al final de todo período de distanciamiento del lugar en el que se vive: «Alguna vez fui feliz de estar viajando», «Tomar tres aspirinas no resuelve nada, no ayuda a simplemente ser».

El último poema cierra de manera perfecta el recorrido, la escritura y el juego. Es un final con crípticas preguntas retóricas, que buscan resignificar el viaje y con dos frases potentes: «Poética partida por el miedo. Abstracta luna que pide más y más y más». Como al pasar, se mezcla entre los catorce poemas una foto de una rayuela invertida. Es este un posible regreso, un viaje que se realiza en sentido contrario pero que, con resistencia y alivio, en las últimas palabras no deja de buscar más y más y más.

Foto 1 y 3: Extraidas del Blog “Proyecto Rayuela” (copyright María Negroni en blog.goethe.de) Foto 2: Gentileza Eterna Cadencia.

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