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Vida azarosa de un hacedor Dr. Emilio Ramón Coni

(4/3/1855-3/7/1928)

Agustín F. García Puga

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La vida de este incansable luchador ha sido muy rica en episodios gratifi cantes en lo científi co aunque, como ha ocurrido con tantos hacedores, no siempre fue debidamente reconocido su esfuerzo por mejorar la calidad de vida de sus contemporáneos. Sus primeros años transcurrieron en la provincia de Corrientes, lugar de su nacimiento y, al cumplir cuatro años de edad, sus padres, de origen francés, decidieron viajar a su país. Después de comenzar sus estudios en Francia, retornaron a Buenos Aires, donde completó sus estudios primarios. Posteriormente ingresó en el Colegio Nacional de Buenos Aires egresando “con califi cación sobresaliente” 1 . Ingresó en la Facultad de Medicina en 1872 (ese mismo año también inició su carrera el doctor José M. Ramos Mejía) y “se destacó como el mejor de sus compañeros de promoción, siendo practicante del Hospital General de Hombres por concurso de oposición. Le tocó vivir la etapa sombría de donde la infección purulenta intrahospitalaria producía alta mortalidad entre los operados. Quizás percibió en ese momento que el porvenir de la medicina estaba cifrado en la higiene pública”. “Entre sus iniciativas deben consignarse: la creación de la Asistencia Pública: inclusión de la Medicina Legal en el plan de estudios de la Facultad de Medicina con el complemento de la Morgue; inspección higiénica y médica escolar, la vacunación obligatoria, la inspección veterinaria de las carnes de consumo: y la denuncia obligatoria de las enfermedades infectocontagiosas”.

Su tesis de doctorado la tituló “Lepra anestésica” y se basó

en “la observación personal de veintiún casos en distintos centros declarados como focos leprosos en distintas regiones del país y del Paraguay. Su labor mereció la distinción especial de la Facultad de Medicina de Buenos Aires y la designación de miembro correspondiente extranjero de la Academia de Medicina de Río de Janeiro”.

Se lo puede considerar el creador de la demografía argentina por su tesonera labor en pro de la difusión de las estadísticas “para la difusión de las prácticas higiénicas” publicadas en un Boletín Demográfi co mensual editado por él mismo. Con 24 años de edad, viajó a Europa en 1879 y asistió al Vº Congreso Internacional de Higiene y Demografía reunido en La Haya. “Sus boletines demográfi cos fueron elogiados y adoptados como modelo para las administraciones municipales de los países allí representados”.

“En 1884 ganó el premio ´Guillermo Rawson´ por su trabajo ´Causas de la morbilidad y mortalidad de la primera infancia en Buenos Aires´, que además fue galardonado por la Academia de Medicina de París”.

Publicó el “Código de Higiene y medicina Legal de la República Argentina, para uso de los médicos, abogados y farmacéuticos, junto con un Código de Deontología Médica, con los derechos y deberes de los que practican las diversas ramas del arte de curar”. Durante todo 1891 trabajó en la escritura del mismo que “encerraba toda la legislación sanitaria y médicolegal de nuestro país”. El libro tuvo un costo de $ 3.500 y la venta no superó los 2.500 pesos. Como no se vendía, el último lote de 150 libros los donó a la Facultad de Medicina 2 .

Fue el primer presidente de la Sociedad Médica Argentina (1891) actualmente AMA, e impulsor de la primera revista de esta institución. “Ese mismo año, debió ocupar la Dirección de la Asistencia Pública, cargo que aceptó previa la formal promesa de la autoridad municipal, de completa libertad de acción en el desempeño de sus nueva tareas. Siempre fl oraba, en sus actitudes, la independencia insobornable, que era su blasón, permitiéndole ser justiciero y efi caz. Durante su gestión dividió la asistencia pública en tres ramas: Administración Sanitaria, Asistencia Pública y Patronato de la infancia. Fundó además la Inspección Técnica de Higiene, de indiscutibles benefi cios sanitarios para la ciudad”.

“Coni fue un verdadero apóstol de la medicina social. Fue uno de los fundadores de la Liga Argentina contra la Tuberculosis y propulsó la Liga Argentina contra el Alcoholismo. Abogó por la necesidad impostergable del examen prenupcial para ambos contrayentes, propuesta que sería después incluida, aunque parcialmente y con omisión de su nombre en la legislatura nacional”.

“Al genio emprendedor y tesorero de Coni se debe la existencia del Hospital que él designó ´Doctor Enrique Tornú´, destinado a la internación de pacientes tuberculosos”. Pese los inconvenientes planteados por vecinos, logró que se terminara la obra.

Autor de 858 trabajos científi cos, 205 monografías, 34 libros y 8 premios, 47 distinciones honorífi cas y academias y sociedades extranjeras y 14 diplomas de honor por instituciones nacionales.

Otros logros 3 : Jefe de Clínica Quirúrgica en el Hospital Ge

neral de Hombres, fundador y director de la inspección médica e higiénica de las escuelas públicas de Catedral al Sur y San Telmo. También fundó y dirigió los Anales de Higiene Pública, el primer asilo nocturno de Buenos Aires y la primera maternidad en el Hospital San Roque (hoy Ramos Mejía).

Tuvo destacada actuación en diversos congresos celebrados en Europa.

Representó al gobierno y entidades culturales en La Haya, Ginebra, Londres y Washington.

Director de saneamientos en varias provincias.

Sus artículos fueron publicados en La Prensa y La Nación y en revistas científi cas.

En Corrientes un hospital lleva su nombre hoy y, en Buenos Aires, el Museo de Higiene Municipal y un pasaje.

Pero su labor incansable y fecunda, como dijimos, no siempre tuvo la repercusión y el apoyo de las autoridades y, desencantado con algunas actitudes de ese y otros sectores, el doctor Emilio R. Coni, difundió en 1921, un folleto de 11 páginas que tituló: “Amargas refl exiones de un viejo médico sociólogo” 4 , con el subtítulo: “De cómo han sido recompensados sus servicios”.

Hemos decidido transcribirlo, respetando la grafía, porque consideramos que las generaciones de médicos que hoy luchan por un mundo mejor, donde la injusticia social pase a ser un triste recuerdo, un mundo donde no exista la miseria, la desolación, el hambre, la desnutrición y todas las plagas que tanto daño hacen a la salud de la población, deben tomar la posta de tantos abnegados profesionales de la medicina que sacrifi caron su vida investigando, la mayoría de las veces en condiciones totalmente desventajosas, en procura de evitar los males que asolaron y asuelan a la humanidad. Aunque esa lucha no siempre ha sido reconocida como merecía, ha sido siempre benefi ciosa para quienes los sucedieron, y eso, en defi nitiva, es lo que importa.

El folleto que reproducimos en su totalidad, será un llamado de atención para los que mañana tendrán la tarea continuar brindando su aporte para preservar y mejorar la salud de la población.

“El lector que se disponga a leer estas líneas, tiene que prepararse a escuchar grandes y dolorosas verdades. Mi sabio maestro de medicina legal, el doctor Eduardo Wilde, decía en una de sus conferencias: ´La verdad a veces es más irritante que la misma injusticia´. Y me he convencido de esta afi rmación del médico talentoso, incisivo, cáustico y lleno de esprit.

“La terrible guerra europea, agotando todos los elementos de destrucción, creo los gases asfi xiantes, que fulminaban en medio de las tinieblas a los pobre soldados, o los dejaban maltrechos, ciegos o inválidos para siempre. Hubo necesidad de precaverse de ellos por máscaras de protección, que, por cierto, nada de cómodo tenían. Terminó la guerra con hecatombe de millares de hombres, después de espantosa destrucción de miles de ciudades y la desolación en todas partes. Quedaron desconsolados padres sin hijos, mujeres sin esposos, novias sin prometidos, huérfanos por doquier.

“Pero por desgracia, después de avasallar la potencia infernal que pretendía reducir a la humanidad a rebaño de ovejas, empezaron a surgir en todas partes los gases asfi xiantes morales, de consecuencias mucho más funestas que los de la guerra.

Digo en todas partes, porque, en efecto ningún país se ha librado de ellos.

“¿Qué debe entenderse por gases asfi xiantes morales? El lector podrá darse cuenta de ello en el curso de este trabajo. Estos gases, por desgracia, han contribuido a subvertir las ideas de libertad, de respeto mutuo, de organización, de orden, de moral, etc., creando una situación caótica lamentable.

“En los principales países civilizados, se ha hecho sentir una desorientación completa en las ideas, la cohesión existente entre los aliados que exterminaron al monstruo, ha desaparecido casi por completo; cada uno quiere sacar la mejor parte en el reparto de la victoria.

“No me referiré al caos y a la anarquía reinantes en Rusia y en los países balcánicos; a la intranquilidad y desorganización de los países de la Europa Occidental que los mantiene en continua efervescencia, con masa enorme de población obrera inquieta que no tiene respeto alguno por los principios, ni tampoco por las autoridades constituidas. En su desvarío van persiguiendo utopías. Es el reinado del terror, de la violencia, el atropello de derechos consagrados, que se contempla en todas partes.

“En América latina, aprovechando los gases asfi xiantes morales, se han entronizado verdaderos déspotas, mandones irresponsables e ignorantes, que deportan a sus contrarios, cierran imprentas, se burlan del parlamento y de la prensa, no respetan la opinión pública y manejan la hacienda del Estado como bien propio. Los hombres independientes y de valer están relegados en sus casas, y en la Argentina no se les ha deportado hasta ahora, porque sus gobernantes no necesitan recurrir a ese medio violento, pues harto saben que tienen ante sí a un pueblo dócil y sumiso, que ha demostrado sufrir sin reaccionar, todos los atropellos, todas las iniquidades, todos los desconciertos. Por desgracia, no existe un solo órgano de la prensa que haya fustigado enérgicamente tan lamentable situación; se marca e hipnotiza al pueblo con centenarios de héroes y estadistas, que se avergonzarían si volvieran a la vida; se hacen grandes festejos e iluminaciones en medio del bullicio de petardos, bandas y fanfarrias militares; se envía al Perú una embajada civil presidida por la cabeza de la iglesia argentina con gran séquito militar y un escuadrón de granaderos a caballo, que deslumbrará seguramente al pueblo limeño, presentando a este país como una California, Lugo que no se ha permitido ni los mismos Estados Unidos de América con 105 millones de habitantes. Y sin embargo, el gobierno que tal rastacuerismo exhibe, gastando sendos millones de pesos, sin autorización legislativa alguna mantiene acéfalas legaciones de importancia en el extranjero, en medio del clamor y protesta de la prensa y pueblo de los respectivos países y ha acabado con a libertad y autonomía de las provincias argentinas por prolongadas y vergonzosas intervenciones, para poder asegurar un sucesor en las próximas elecciones presidenciales.

“Y el que esto escribe, no se expresa por pasión, por despecho, por resentimiento alguno: jamás ha militado en política, ni fi gurado su nombre para nada en comités políticos, en clubs sociales, en la misma Facultad de Medicina que quiso nombrarlo profesor de Higiene, en 1891, y todo por independencia ingénita de carácter y con el fi rme deseo de conservar su libertad de acción. Nunca tampoco ha sido cortesano ni favorito de gobierno alguno, ni recibido prebendas gubernativas, dedicándose en cuerpo y alma a la ciencia por una parte y a las obras de asistencia social por otra. Ha representado a suplís en el extranjero en múltiples misiones científi cas, congresos, conferencias, etc. Ha vivido en los últimos tiempos en el retiro austero y silencioso de su

gabinete. Como verdadero patriota, durante medio siglo de intensa existencia, ha servido a su país como lo ha entendido, sin adulaciones a los poderosos, sin claudicaciones de ningún género y, en fi n, con fi rme entereza ha fustigado, toda vez que se ha presentado la ocasión, en la prensa y en conversaciones familiares, las incorrecciones, las torpezas y los avances de los poderes públicos.

“Ha dado a publicidad 30 libros, 180 monografías, folletos, informes, etc., y tomado activa participación en trece periódicos médicos como fundador, director, redactor o colaborador. Ha invertido cuantiosas sumas de peculio en dichas publicaciones, viajes de estudio, delegaciones ante congresos científi cos. Ha desempeñado 70 cargos y funciones técnicas y administrativas de variada índole, en su casi totalidad a título gratuito. Ha representado al país en carácter de delegado ante 35 congresos y conferencias en Europa y América, ejerciendo en diez de ellos cargos de presidente o vicepresidente titular u honorario. Con rarísimas excepciones, dichas representaciones fueron sufragadas de su propio peculio.

“La síntesis de su obra científi ca y administrativa de medio siglo, se registra en las “Memorias de un médico higienista”, aparecidas en 1918 y juzgadas favorablemente por la crítica extranjera y nacional.

“Percibo, recorriendo el largo camino andado, que en vez de médico de enfermos, lo he sido de pueblos y ciudades, por mi acción continuada de demógrafo, higienista, publicista, puericultor, médico sociólogo, etc., y mi obra desinteresada ha llenado el campo de la preservación social, por jalones que han marcado derrotero a mis sucesores.

“Ningún médico argentino, ni latino-americano y hasta más, pocos extranjeros, han realizado la vasta obra científi ca y social llevada a cabo por mí en cincuenta años; puedo afi rmarlo sin jactancia ni pueril vanaglo

ria, llegado al ocaso de la vida, con espíritu sereno, ecuánime, sin espejismos.

“Echemos rápida ojeada sobre las recompensas que ha merecido tan larga y desinteresada actuación.

“En 1881, fundé la Inspección higiénica y médica en las escuelas públicas de Catedral al Sud y San Telmo, establecida con carácter ofi cial en 1886. El Cuerpo médico escolar jamás ha hecho mención del hecho y lo más serio aun, que llegó hasta ignorarlo su mismo representante en el Congreso científi co-americano de Montevideo en 1901.

“En las Comisiones Municipales de 1880-81 y 1901-05, desempeñé los cargos de presidente de su Comisión de Higiene con verdadero detrimento de mis intereses profesionales y soportando no pocas contrariedades.

“En 1886, la Academia de medicina de París, acordóme una medalla de plata por mi libro “Causes de la morbidité et mortalité de la première enfance á Buenos Aires”, recompensado el año anterior con el premio Rawson. En 1897, la misma Academia dignóse nombrarme miembro correspondiente extranjero y esto decidió a la de Buenos Aires a conferirme al año siguiente el título de miembro honorario. Nadie es profeta en su tierra.

“En 1880, fui nombrado también miembro honorario del Círculo Médico Argentino, asociación de estudiantes, el que a su vez siguió el ejemplo dado por la Asociación Médica Bonaerense, que me lo había acordado en 1877. Cuando al Círculo Médico Argentino se anexó el Centro de Estudiantes de Medicina, se creyó conveniente despojarme del título de miembro honorario y en cambio, hizoseme fi gurar como socio protector!! Jamás entablé reclamo por tal desposeimiento.

“En 1890-92 organicé la enseñanza de los sordomudos contratando en Europa al profesor Molfi no y creando los institutos nacionales respecti

vos y escuelas normales anexas, que se han convertido hoy en amplios y magnífi cos establecimientos. Ningún gobierno se ha dignado siquiera reconocer en forma ofi cial el concurso desinteresado que en este sentido presté.

“En 1892, reorganicé por completo la Asistencia Pública, que no existía sino de nombre y fundé de toutes pièces la Administración Sanitaria Municipal con sus vastos servicios y entre ellos el muy importante de la desinfección, que comenzó a funcionar entonces tomando por ejemplo, el de Berlín y París. El Intendente Cané no tuvo reparo alguno para cometer conmigo un atropello sin nombre, para desalojarme del cargo y reemplazarme con un amigo suyo, que titulándose mío, desempeñó un papel de traidor y felón a la vez.

“En 1892, siendo director de la Asistencia Pública fundé el Patronato de la Infancia, cuya presidencia titular quería acordárseme, pero ante mi formal negativa, nombróseme presidente honorario, en vista de ser el fundador de la institución. En su sala de sesiones fi guran los retratos de sus presidentes y hasta de algunos de sus vocales desaparecidos, pero no se ha pensado en colocar el de su fundador, para el que, por otra parte, jamás se tuvo consideración alguna, siendo de observar que no recibió invitaciones para sus festivales, inauguraciones de sus nuevos servicios y ni siquiera su publicación mensual cuando la tenía, y tampoco sus memorias anuales. Pero su indiferencia y mala voluntad para con él culminó en aquella época (1894), en que llegó a desconocer su título de presidente honorario y fundador de la institución fi rmado por dos médicos eminentes los Dres. Rafael Herrera Vegas, como presidente y Samuel Gache como secretario.

“Las razones alegadas por nota eran que no había constancia alguna de tal nombramiento en los archivos y que por otra parte, en los estatutos

no fi guraba el título acordado. Risum teneatis amici.

“En 1893, la Comisión de Obras de Salubridad de la Capital, de la que había sido vocal de su sección técnica, tuvo a bien confi arme la misión de estudiar en los principales centros europeos, la provisión de agua y alcantarillado. Como retribución de dichos trabajos puramente honorarios, encargaríaseme la adquisición de diversos materiales para las obras. Después de viajar por las principales capitales y ciudades europeas y para elevar ocho largos informes, dando cuenta del desempeño de mi comisión, vime forzado a renunciar el cargo, al ver sorprendida mi buena fe y torpemente lesionados mis intereses pecuniarios. La Comisión de Salubridad no solo faltó a los compromisos contraídos, peri ni siquiera se le ocurrió reembolsarme los gastos de traslación y otros, originados por la misión confi ada.

“En 1896, realicé el saneamiento e higienización de la provincia de Mendoza, cuyos trabajos constan en un grueso volumen, lleno de ilustraciones. Las autoridades mendocinas echando en olvido los importantes servicios prestados, no han tenido ni siquiera la cortesía de invitarme pro forma a la inauguración de obras que yo había proyectado, el Hospital Provincial por ejemplo y no han creído tampoco dejar constancia permanente de mi acción fructífera, valorada por los principales médicos de Europa y América (véase mis Memorias).

“En 1897, realicé iguales estudios y trabajos en la provincia de Corrientes, que constan en un grueso volumen, sin que hasta el presente, ninguno de los gobiernos que se han sucedido durante el espacio de veinticuatro años, se haya creído obligado a abonar el importe de mis honorarios, cuya fi jación quedó librada al criterio del mismo gobierno.

“En 1901, fundé la “Liga Argentina contra la Tuberculosis”, a cuya

institución presté servicios desinteresados durante diez años consecutivos, creando cuatro dispensarios, concursos de lactantes, la asistencia social del tuberculoso y la verdadera profi laxis de la enfermedad. Retirado de su presidencia en 1911, por causa de grave enfermedad, se pensó en poner mi nombre a un dispensario de Barracas establecido al fi nalizar el año 1915 y suprimido en 1920 por razones, según se dijo, de economía, no obstante que en la misma época se creaban dos nuevos: uno en Belgrano y otro en Villa Crespo, designado este último con el nombre del Dr. Eduardo Wilde.

“En 1918 fundé el Dispensario Público Nacional para tuberculosos y en 1919 desempeñé la dirección del Sanatorio de Santa María en Córdoba. Fue mi última actuación en la lucha antituberculosa de este país, a la que con todo desinterés consagré mis mejores energías y fui desalojado torpemente de ambos cargos, por bajas y mezquinas intrigas, cuando aún me sentía con fuerzas sufi cientes para el concurso de mi buena voluntad y larga experiencia.

“Los tres grandes rotativos de la metrópoli (La Nación, La Prensa y La Razón), han terminado, después de marcada mala voluntad hacia mí, por cerrarme sus columnas, pero me excuso dar a conocer al lector las causas de tal cierre, simplemente por honor la prensa argentina.

“¿Pero, a qué continuar esta larga y por demás enojosa enumeración? Lo que interesa al lector es saber cómo han sido premiados tan largos y desinteresados servicios. Pero prefi ero que lo diga mi deplorado y eminente amigo el Dr. Penna, que tuvo a bien prologar las “Memorias de un médico higienista”. He aquí dos de sus párrafos:

“Al presentar ahora a la consideración de los contemporáneos, estas memorias, verdadera autobiografía científi ca de un ciudadano argentino que en el ocaso de su vida les ha

redactado con la sincera verdad de su espíritu selecto y honrado, probado en todas las circunstancias en que le cupo fi gurar y que perfi lan en forma correcta un carácter nacional que vivió pulsando las necesidades colectivas para señalarles el remedio, yo, admirador de sus virtudes y talento, no puedo menos que sorprenderme ante la insensibilidad de la generación presente, que no ha hallado todavía la ocasión de tributarle el homenaje de consideración, de justicia y de reconocimiento que su consagración y desvelos merecen.

Como estadígrafo ha producido obras fundamentales organizando los servicios de compilación y echando las bases de la demografía nacional. Es quizá uno de los más grandes títulos que puede ostentar.

“Ante la masa enorme de incorrecciones, de desconsideraciones, de ingratitudes, de olvidos, hasta de felonías, posiblemente un espíritu menos templado habría arriado bandera, roto su pluma, recojídose en el silencio e indiferentismo, pero la suerte quiso que permaneciera fi rme en la brecha”.

El Dr. Estanislao S. Zeballos explicó oportunamente en La Prensa mi situación:

“No debe halagos a los favores casuales de la amistad o de la fortuna, y cuando se recuerda que su preparación técnica y administrativa apenas recordada por los poderes públicos y por la opinión todavía indisciplinada de nuestro país, no le ha abierto los grandes caminos trillados con éxito fugaz por hombres sin preparación ni criterio, se advierte el carácter del Dr. Coni, que ha perseverado sin estímulos, sin recompensas, sin horizonte, con la modestia y la pasión del propagandista”.

Un distinguido médico chileno, el Dr. Ladislao Labra, escribía recientemente, analizando mi trabajo publicado en esta misma revista: ´La higiene pública y la raza latina y sajona´:

“La cobardía es un fenómeno social que ha adquirido proporciones enormes en nuestros días. Nadie quiere afrontar responsabilidades, ni nadie se atreve tampoco a llamar las cosas por su nombre.

“Muchos conocen nuestros defectos y no ignoran la manera de corregirlos, pero la cobardía o mezquinos intereses personales, los hacen enmudecer y sacrifi car los altos intereses de la colectividad.

“Sus palabras son un anatema contra aquellos que se dicen patriotas, pero que en realidad no hacen

otra cosa que medrar a la sombra de la patria inmolándola en aras de su egoísmo.

“Su trabajo parece que hubiera sido escrito para mi patria. Los defectos y desaciertos que usted señala para Argentina, existen aquí en mayor escala. La politiquería que todo lo invade y desquicia tiene aquí raíces profundas. Todo está subordinado a ella, nada escapa a su funesta infl uencia. En materia de higiene todo lo encuentra en Chile: improvisación, falta de previsión, ignorancia, inconsciencia, etc.

Su labor debe ser ingrata, como ocurre con todas las campañas de bien público, pero tengo la convicción más que absoluta, que será provechosa y que si los dirigentes, por inconsciencia o egoísmo, no dan a los pueblos lo que legítimamente les corresponde, serán arrastrados por la ola inmensa de renovación social que invade al mundo en estos momentos.

“Los hombres sanos de corazón, y de espíritu, honrados y patriotas de la América entera, lo acompañarán en la magna tarea, a que ha dedicado su vida de apóstol y luchador”.

En sus “Memorias”, se refi rió al ostracismo en Europa durante los años 1894-1896. Allí denunció la actitud del Intendente Cané quien, utilizando los servicios de alguien que se decía amigo de Coni, realizó una maniobra para desplazarlo.

Molesto por el no reconocimiento de su tarea y agotado por el esfuerzo de normalizar una institución como la Asistencia Pública, sumado a la traición del “amigo” hizo que, decepcionado, se alejara viajando a Europa, para tratar de superar lo sucedido. Infl uyó en su decisión el hecho de que, debido a su dedicación exclusiva por la tarea emprendida había desatendido su consultorio lo que provocó el alejamiento de los pacientes lo que le produjo también un problema económico.

También criticaba la actitud de colegas 5 que “se arrestan unos a otros los enfermos sin reparo alguno; constituyen otras veces verdaderas camarillas que alejan de las consultas al médico inteligente y probo; llenan las columnas de los diarios con sus pomposos avisos preconizando curaciones garantizadas de toda clase de enfermedades, y en una palabra, explotan por todos los medios posibles la credibilidad de la mayoría de la población que, por desgracia, los protege y ampara”.

Se trasladó a París y allí acudió al director de La Prensa, doctor Adolfo Dávila, ofreciendo su colaboración científi - ca. El doctor Dávila aceptó complacido su ofrecimiento y acordó abonarle “dos cartas mensuales de 100 francos oro cada una”, tal cual constaba en la carta que le envió el 22 de mayo de 1894.

Durante su estadía en esa ciudad, la Comisión de las Obras de Salubridad de Buenos Aires, le solicitó que “pidiera libros sobre la provisión de agua corriente y construcción de servicio de cloacas en las ciudades que versaran sobre esa materia hasta 1885”. También le pidieron que en caso de no conseguirlas gratuitamente, que las abonara de su bolsillo y luego le restituirían el importe 6 .

En Francia desarrolló una actividad intensa asistiendo a cursos y participando en la Facultad de Medicina. Lamentablemente, debido a la mala salud de su mujer, se vio forzado a abandonar París y regresar a Buenos Aires. En 1896, como consecuencia de todo lo ocurrido sufrió un ataque cerebral que le produjo una hemiplejía en el lado derecho del cuerpo.

Estudioso de los problemas de saneamiento de la ciudad, las aguas corrientes y el sistema de cloacas, presentó proyectos para su realización, pero estos no fueron considerados como correspondía por la Legislatura. Reconociendo sus antecedentes, el gobierno mendocino lo convocó en 1897 para poner en práctica sus conocimientos en la materia y resolver los problemas de saneamiento en la provincia.

El Dr. Ángel Gallardo, director de la Revista Médico Quirúrgica, lo invitó a colaborar en la publicación en la que se destacó como estadígrafo publicando las estadísticas de mortalidad de la ciudad de Buenos Aires. “Su idoneidad motivó que un año antes de doctorarse le fuera ofrecida la dirección del único periódico médico del país”. Rechazó en repetidas oportunidades la oferta debido a que aún no había fi nalizado su carrera y el cargo debía ser ejercido por un profesional recibido. Ante la posibilidad de que, al no aceptar esa responsabilidad la revista cesara en su edición, aceptó, primero en forma anónima y, una vez recibido, la dirigió durante once años.

La lista de colaboraciones es muy extensa, por ejemplo, en la Revista Médico Quirúrgica, fundada y dirigida por Ángel Gallardo y Pedro Mallo (a partir del segundo tomo reemplazado por Antonio Tristán Ballester), primera revista especializada en medicina editada entre los años 1864 y 1888. A partir del tomo XI (1874), publicó alrededor de 200 artículos y desde el tomo XII se hizo cargo de las estadísticas (movimiento de enfermos en los hospitales porteños). Fue su director y su nombre comenzó a fi gurar en la tapa a partir

del tomo XVI hasta el tomo XXV, último editado, ya que al viajar a Europa el doctor Coni, cesó su aparición.

Su honestidad e inclaudicable defensa de los principios que alentaban el ejercicio de su profesión fueron causa de serias difi cultades que le acarrearon muchos disgustos. Nunca guardó silencio ante la injusticia y criticó la actitud de las autoridades con respecto a la lucha contra la tuberculosis, el alcoholismo, las enfermedades venéreas y el tabaquismo.

Con respecto a la Liga Argentina de Buenos Aires, fundada por él, de la cual fue su primer director, se quejaba por el bajo presupuesto asignado y denunció que: “El gobierno nacional en el año 1916, no ha entregado un solo centavo de la subvención acordada por el presupuesto. El subsidio municipal, que es hoy simplemente de 900 pesos mensuales, según parece el nuevo Intendente médico, doctor Llambías, se propone reducirla a 90 pesos mensuales!!”.

Otra frustración la sufrió en 1907 cuando su proyecto sobre el alcoholismo elevado al Congreso no fue tomado en cuenta 7 . Al respecto, dice en sus memorias “continúa durmiendo el sueño en las carpetas del Congreso, como también el Ministerio de Interior el relativo a asilos de templanza y el de prohibición de venta, fabricación e importación del ajenjo”.

Sobre este tema mantuvo una polémica con el doctor Billod, médico director del Asilo de Alienados de Vancluse (Francia) quien sostenía que la internación para su cura de un alcoholista, era un ataque a la libertad individual. Los argumentos de Coni se basaron en datos estadísticos que demostraban que “gran número de delitos y crímenes son cometidos bajo la infl uencia del alcohol”. Sostenía que el objetivo era convertirlo en un ciudadano útil para él y para la sociedad.

Como ocurrió con la tuberculosis, las autoridades no prestaron mucha atención a este problema y sostenía Coni que la iniciativa privada ha demostrado que “no llegará nunca a sustituir la acción gubernativa, especialmente en países de origen latino”.

Con relación al tabaquismo, en 1907 8 , ya claramente establecido el daño irreversible que el tabaquismo producía en el ser humano, especialmente en la edad del desarrollo, ante el hecho de que fumaran criaturas y adolescentes decidió luchar contra esta verdadera plaga. Cuando viajó por Europa comprobó que “en ningún país del viejo continente el abuso del tabaco alcanza las alarmantes proporciones de la República Argentina” y destacó “las cuantiosas fortunas que han levantado las empresas tabacaleras entre nosotros”.

A esto se sumaba la presentación de un proyecto de ley “prohibiendo el uso del tabaco a los menores de diez y seis años”. Lamentablemente, quedó durmiendo en las carpetas.

Es entendible desde el criterio de priorizar el aspecto económico ya que, dice Coni, anualmente le produce al fi sco 15 millones de pesos.

También denunció al periodismo por no ayudar en la campaña antitabáquica porque jamás reclamaban la urgencia de una ley sobre el particular.

Como bien lo dice al fi nal de su escrito “Las luchas contra el alcohol y el tabaco encontrarán siempre serias resistencias

en los gobiernos, que obtienen con estos dos agentes, ingentes entradas en sus arcas”.

También denunció al Poder Ejecutivo por enviar a Europa a un protegido del gobierno para estudiar la tuberculosis, porque el correspondiente informe nunca se conoció. Advirtió asimismo, que estas actitudes del gobierno no fueron consultadas con su asesor técnico, el Departamento Nacional de Higiene.

Otra denuncia que involucra a un poderoso sector, tuvo que ver con la tuberculosis humana y el hecho de haber “invertido cuantiosas sumas en la bovina, sin duda, porque a su juicio, la última afecta más directamente la potencia económica del país. ¡El capital humano parecería que tuviera menos valor que el capital vacuno!”.

Es obvio que todos estos comentarios no caían bien en los sectores involucrados pero, insistimos, eso no arredró a Coni que continuó luchando por sus ideales.

Bibliografía

1. Buzzi Alfredo y Pérgola Federico, Clásicos Argentinos de Medicina y Cirugía, T I, 79-81, Libreros

López Editores, Bs. As., 1993. 2. Coni Emilio Ramón, Memorias de un médico higienista, contribución a la historia pública y social argentina (1867-1917), 140-144, Biblioteca de la Facultad de Medicina (UBA) Ubi 14.338, Buenos

Aires, 1918. 3. Cutolo Vicente, Nuevo Diccionario Biográfi co Argentino (1750-1930), T II, p 316, Editorial Elche,

Bs. As., 1969 4. Coni Emilio Ramón, Amargas refl exiones de un viejo médico sociólogo, Biblioteca de la Facultad de

Medicina (UBA), Ubi 21577, Buenos Aires, 1921. 5. Memorias… (o.cit.), pp. 139. 6. Idem, ibidem, pp. 276. 7. Idem, ibidem, pp. 546-565. 8. Idem, ibidem, pp. 566-573.

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