9 minute read
Atisbos médicos en la prehistoria
Atisbos médicos
en l prehistori
Advertisement
Federico Pérgola y Laura Pérgola
Que no existan testimonios firmes de actitudes ligadas a la salud durante la prehistoria no significa que estas no hayan estado presentes. Muchos restos óseos son muestra de que la enfermedad trataba de ser mitigada.
El filósofo existencialista Nicola Abbagnano dice que el hombre es un ser finito pensante, es decir que tiene conciencia de que vive, cosa que implica –como lógica existencial– la trascendencia con lo cual apela al rito y al mito con un objetivo determinado. Se considera que tanto los elefantes como los primates más evolucionados toman conciencia de la muerte de sus semejantes pero es evidente que carecen del sentido de mortalidad de los humanos y, por ende, tampoco del de la trascendencia. Todo este introito viene a cuento porque el hombre ahistórico se preocupó por los despojos mortales de sus congéneres y buscó la forma de otorgarle un sentido con la sepultura (enterramiento) formal: pintura roja u ocre sobre el cuerpo (algunos autores dicen que era para proteger del frío y de las moscas), lecho de flores, atuendos, utensilios de uso diario rodeándolo, etc. ¿Cuándo comenzó esta historia? Gordon Childe dice: “la prehistoria del viejo mundo puede empezar con el derretimiento de los hielos, hace unos 15.000 años”, aunque otros antropólogos la sitúan en el doble de esta fecha. Insistimos, que no haya sido una época histórica no quiere decir que el hombre no haya tratado de desembarazarse de sus afecciones. Ya lo hacían los animales con el lamido, la succión, el rascado, la búsqueda de elementos punzantes para avenar un absceso, etc. El hombre, cuya capacidad más elevada y notoria es la creatividad, debe haber apelado a diversas otras maniobras. Una de ellas, que queremos descartar rápidamente y que ha llegado hasta nuestros días, es la magia.
Nerio Rojas, quien define a la magia como “la placenta de la ciencia”, al referirse a la de la prehistoria expresa: “[…] ha sido estudiada por sus partidarios, por los historiadores de la religión, por los sociólogos y psicólogos. Aquí nos interesa el aspecto psicológico de su formación. Su intención inicial y generalizada es la existencia de una o diversas fuerzas o espíritus misteriosos que regirían los hechos y las cosas corrientes de la vida humana y la naturaleza y la posibilidad de manejarlas a voluntad con métodos especiales. El mago es el que tiene ese poder. […] No es arbitrario imaginar la actitud del hombre en el periodo cuaternario ante los
Recreación de esqueleto de neandertal encontrado en la cueva de
La Chapelle,
Francia.
fenómenos de la naturaleza. Para él fueron un misterio el sol y su luz, la noche y sus estrellas, la lluvia y el rayo, las enfermedades y la muerte. Absorto o aterrorizado meditó sobre ellos.
Después de decirse ¿por qué…? pensó en ‘cómo’ dominarlos. Se propuso primero una causa como explicación. El hombre prehistórico se la dio. De ahí surgió el ‘animismo’ y más tarde la idea religiosa de Dios.
Psicológicamente en su mecanismo, y dejando de lado el aspecto de la ‘cultura’ y su contenido, lo significativo es que aquel hombre primitivo tuvo ya para su explicación un esbozo de idea filosófica: la noción de causalidad.
Después de eso dio otro paso fundamental en su formación. Puesto que no aceptaba que esos fenómenos lo dominaran siempre, pensó, con su ansia orgullosa de libertad, encontrar la clave para manejarlos a voluntad. De allí surgió la magia, cuyos poderes poseían los más viejos y capacitados del grupo. Así nacieron los hechiceros, los magos, los sacerdotes. La magia fue, pues, una creación intelectual del hombre primitivo, producto de su razón al servicio del ansia instintiva y libertadora de su voluntad, una actitud racional y un instrumento pragmático de su lucha para afirmar su personalidad”. Tal vez haya sido también un sentido de omnipotencia que también lo caracterizaba.
En otra parte de su alocución –porque fue una conferencia– Rojas dice que la atracción que este aspecto ha tenido es “polimorfo y penumbroso, y en él, que debe tener una realidad ignorada, ha cabido la religión, la magia, el charlatanismo, la locura, la sensualidad y también el arte y la ciencia”. Sería una parte espiritual pero creativa, para llamarla de alguna manera, para atacar lo males orgánicos de los hombres de las Edades de Piedra, de Bronce y de Hierro. Justamente es de esos tres periodos del Neolítico es de los que nos ocuparemos, dejando para discusión de los antropólogos la serie de especies de hominídeos cercanos al Homo sapiens que se han descubierto en el último tiempo y, por supuesto, al Neandertal y al Cro-Magnon.
Augé ofrece una interesante explicación para estas prácticas iniciáticas: “Los saberes tradicionales, y por ejemplo las ‘medicinas primitivas’, se inscriben en la perspectiva del sentido así concebido. Eso no quiere decir que en la base de ciertas prácticas y de ciertas clasificaciones no haya observación empírica. Por el contrario, los etnólogos siempre se han impresionado por la calidad y la exhaustividad de los reconocimientos que todos los grupos humanos habían hecho de su entorno natural. Lo mismo para la psicología humana. Pero el etnopsiquiatra Georges Devereux señala a propósito de los indios mohave que, incluso si les atribuían un sentido psicológico a los sueños y a las psicosis, no conseguían establecer una teoría general de la psicopatología porque su orientación fundamental era tributaria de la construcción a priori y, por lo tanto, no científica”.
En un amplio cuadro sinóptico de los elementos que se usaban para las prácticas aparentemente curativas (los llama el arte de curar en la prehistoria) Hofschlaeger deja un pequeño ítem para el Neolítico Cercano (así lo denomina) y designa como “conocimientos y procedimientos médicos” a los siguientes: “Utensilios cosméticos de metal (pequeñas tenazas, pinzas, agujas, navaja de afeitar). Captación de manantiales. Tajado de los miembros como castigo, operación de cataratas”. Nos reservamos opiniones sobre estas cuestiones, sin embargo, no deja de tener valor suponer la corta vida de nuestros antepasados y la poca posibilidad de sufrir de algunas afecciones como las cataratas.
En esa época la impronta ósea deja la evidencia de frecuentes casos de osteomielitis sobre todo después de fracturas de los miembros. El autor citado anteriormente atribuye a la humedad de las cavernas la constancia de artritis deformante (las denomina gota de las cavernas), observada sobre todo en la Edad de Piedra. Nielsen de Copenhague estudió restos humanos de esa misma época (cerca de un centenar) y observó artritis deformante, miositis osificante, alteraciones fúngicas de la duramadre (¿serían post morten?), escoliosis, alteraciones dentarias y raquitismo. Esta última afección, según Rudolph Virchow, la padecía también el hombre de Neandertal.
La dentadura parece haber sido otro gran problema del hombre de la época prehistórica ya que se supone que la padecía entre el 1,5 y el 3
% de la población, cifra en realidad escasa para compararlo con el hombre actual. No obstante, la alimentación debe haber sido, en esa época, poco refinada, carente de azúcares, con elementos vastos que favorecerían una buena masticación. El deterioro se atribuía a ciertos aspectos como ser el uso de los dientes como herramientas, no solo con carácter masticatorio, lo que hacía que el desgaste y la rotura de las piezas pusiera en descubierto el canal dentario, con posibilidades de abscesos. Se ha comprobado que sarro y pérdida de dientes era moneda corriente.
Se presume que, así como lo hacían los mamíferos, el rascado, la succión, más la escarificación y el amasamiento fueron los procedimientos que se emplearon, sobre todo, en heridas limpias o infectadas, traumatismos, infecciones cutáneas. La caza de animales e, incluso, la rivalidad con las etnias vecinas hacían frecuentes las afecciones de la piel. Los emplastos de yuyos y de barro colocado sobre las heridas deben haber sido de uso cotidiano.
En las edades de Metal (Bronce e Hierro) es probable que se hayan realizado amputaciones como parecen seguras las de las falanges de la mano.
Dejemos para la imaginación del lector aseveraciones como que en esa época se realizaban operaciones cesáreas en embarazadas fallecidas o circuncisiones en el Nilo en cadáveres nubios y egipcios, por representaciones talladas en piedra, como antecedentes de lo que sucedería en la civilización egipcia.
Otro de los misterios de las prácticas médicas prehistóricas son lo cráneos trepanados. Sendas publicaciones de la sección Correspondencia científica de la revista Nature son demostrativas de este hecho. Alt et al. (387, 360 [1997]) expresan la existencia ‘inequívoca’ de trepanaciones de cráneo (entre paréntesis aclaran cirugía craneana) en testimonios hallados en Ensisheim, Alsacia, datados en 5100 a. C., mientras que Lillie (391, 854 [1998]) señala que existen evidencias que estas prácticas se llevaron a cabo en el periodo mesolítico en su transición al neolítico.
En un cementerio ucranio, a 400 km de Kiev, se estudiaron 370 esqueletos de los cuales dos de ellos exhibían indicios de trepanación. El cráneo de un varón que, al morir, estaría cerca de los 50 años mostraba una trepanación en el lado izquierdo del hueso frontal con signos de reestructuración ósea que reducía el diámetro interno del orificio hasta clausurarlo, lo que indicaba la sobre vida. El cementerio citado era el Vasilyevka II y la datación de la pieza con radiocarbono le otorgaba una antigüedad entre 7500 y 6200 años a.C. El segundo cráneo encontrado poco difería en la datación. Ambos fueron estudiados a mediados del siglo pasado.
Desde tiempo atrás se conocía –por estudios antropológicos realizados en el Valle de Lozère (Francia) por el médico Prunières– que las trepanaciones databan de la Edad de Piedra. La cicatrización ósea demostraba que no se trataba de otra práctica habitual que era la de extraer rodajas de cráneos de cadáveres con fines ornamentales.
Las especulaciones sobre el origen de estos procedimientos han sido variadas y múltiples, como lo han sido los elementos para efectuarlas. Se conocen con seguridad las de mucho tiempo después como fueron las realizadas por los incas por medio del tumi, una pieza cortante de forma singular. La práctica se mantuvo en el tiempo en distintas etnias.
Luego llegaría la domesticación de los animales que, sin duda, agregó otro grupo de noxas a las que ya sufría en hombre.
Bibliografía
• Gordon Childe V, Descubrimiento de la prehistoria, Buenos Aires, Siglo XX, 1978. • Rojas N, “Magia prehistórica y libertad”, Instituto Popular de Conferencias, La Prensa, Buenos Aires, 11 de agosto de 1956. • “La terapéutica en la prehistoria”, Actas Ciba, Basilea, 1939. • Pérgola F, “La neurocirugía: ¿Especialización médica del Neolítico?”, Revista Fundación Facultad de Medicina, 8 (30): 16-17, diciembre 1998. • Augé M, Futuro (2º edición), Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2013. • “La trepanación”, Actas Ciba, Basilea, Nº 5, 1937. • Aguilar A de, “La medicina durante la prehistoria”, Actas Ciba, Basilea, Nº 12, 1936. • Schoch E, “Enfermedad y muerte en el hombre primitivo”, Eco Médico, Buenos Aires, Nº 3, pp. 1-5, 1965.