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Microfisuras de Ursulino Oximea Gilberto Valdez Valenzuela (Sonora, México

MICROFISURAS DE URSULINO OXIMEA

Autor: GILBERTO VALDEZ VALENZUELA

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Esta historia que abro, no es idéntica al laborioso rasgueo de una guitarra para que la llame canción, tampoco es el preciso ámbito de la infancia feliz. Se trata de una escena de perplejidades, negando la vida en un laberinto en expansión.

Todo comienza siendo como una cabalgata a paso muy lento pero que avanza gradualmente a una carrera cruel, irónica y adolorida. incertidumbre y miedo. De estas cosas sufría mi hermano Ursulino. Tenía el epígrafe perfecto, la conclusión acertada para darle a sus impresiones el matiz de una verdad. Si los planes fallaban recurría a los gestos sutiles y a los rasgos más frágiles, incluso al llanto.

Una vez, mejor dicho, muchos años se encerró bajo los poderes de un hechizo, su habitación fue su cárcel. Adentro de esos muros comenzaba el mundo, un mundo demonio que solo le da desasosiego. Allí lo vimos encerrar el tiempo en tiernos ademanes. La arterioesclerosis había hecho su pesar un poco leñoso.

Experimentaba tal endurecimiento que ni el arrepentimiento logra hacer llorar su dolor seco. No, no tenía ningún problema mental, ni asumía militancia drogata. Simplemente, el mutismo y la huevonada lo llevó a privilegiar el cultivo de la bella caligrafía

del silencio, y este silencio era la desgracia en la que se arriesga todo: no existir, ni pensar, ni hablar.

¿Qué le pasa a Ursulino? Se vuelve un dardo expresando la voluntad de quienes, pulsando todas las cuerdas, ciertas o escondidas nunca da en el blanco.

Cierto, la de mi hermano no es una vida de protagonista, no ha tenido la obsesión de la intervención, ni la preocupación de las candilejas, pero ha sido capaz siempre para llenar un vacío, una ausencia, una falta de sentido a la vida. Y eso explica también el comentario del cual mana el antiguo veneno: “Ursulino ha perdido la capacidad de convivencia”, como afirmó aquel siquiatra egresado de la Universidad Patito, aquella del lema Cervantino, “nacimos para vivir muriendo”. Descartaremos esta opinión porque es el resultado de la anamnesis inadecuadamente arrancada con una sesión de tortura en el antro de Trofonio.

A Ursulino se le pudo reconocer a partir de una letanía que pronunciaba insistentemente: “me estoy saliendo de mí mismo”, “me doy miedo a mi mismo”. Después le asaltaba la inesperada propuesta de convertirse en un vegetariano célibe o abrazar la doctrina ciceroniana del deber, abordando “temas grandes” poco conversados: la eutanasia, el suicidio, la locura, la relación entre arte y vida…

De hombre de abundante alegría, mi hermano descompuso el cuadro convirtiéndose en un homo calamitosus. Paradójicamente deseaba la muerte con la misma intensión que huía de ella. Estuvo

preso dentro de una experiencia que lo perseguía día tras día: emulaba de Jacopone da todi1, su mente, su expresión corporal, su voz, sus hábitos, sus sueños… pero sus preferencias sádicas, fueron más crueles, más perversas. Su egodistonía le apuraba sentirse en muerte.

No quería vivir la odiosa vejez que vuelve al hombre malvado y feo… sin dientes e impotente.

Como la aguja rayando el disco, justo a los 50, insistía que no quería dejar la vida, aunque se le acababa el hilo de las parcas. Sostenía como un principio básico declarado que pertenecía a una especie turnia, de congresos, manifestación y bandera.

He aquí, porque el uso de gafas negras por parte de Ursulino tiene una explicación subversiva.

La escritura toma aire de jeroglífico en el cuaderno de Ursulino. Nadie lo sabe, ni siente, ni pueden imaginarse, pero dicen que en las manos de mi hermano vive un demonio terrible, Titivillus le llaman. Él se remonta con dos alas y con una repetición rítmica le provoca errores ortográficos.

1 Jacopo de Benedetti, más conocido como Jacopone da Todi (Todi, 1236 - Collazzone, 1306) está considerado uno de los más célebres autores de loas religiosas de la literatura italiana. Los críticos lo consideran uno de los más importantes poetas italianos de la Edad Media. Su composición más conocida es la denominada Stabat Mater.

En cada clase, Ursulino está realizando el más grande esfuerzo cultural. Él escribe por los tremuleos o sismos del corazón. Son las irrigaciones de los nilos que imbricadamente animan el humus de la carne, los suberbaja pulmonares que con uniformidad lo arrojan a los ríos humanos de la vida.

Las interjecciones del maestro para descuatrapear alumnos atrasados, le hacen a Ursulino lo que el viento a Juárez.

Letras, números o cualquier ilusión filosófica no pueden ser valores abstractos. Ursulino hace surrealismo, cultura Bretoniana sin saberlo. Difícilmente puede hablar y su inteligencia es de onda lenta. Todo lo registra con retraso.

Con tan serios lastres, mi hermano anuló los plumíferos deslices y aprendió a leer y escribir. Fue una campana de libertad construyendo música del lenguaje.

Según el pungitivo testamento verbal, Ursulino nació así por culpa de los excesos de las agruras del aguardiente cabrío consumido por mi padre.

Mi madre que lo era de modo múltiple, educada en la esclavitud reproductora, ejerció plenamente su condición amorosa. Nada, ni los fríos, ni lluvia calabobos, la detenía, como dijo el poeta: “juntos vivimos en círculos en llamas”.

Los ejercicios cotidianos de curación, llevaban al infierno a Ursulino. Una vez, le suministraron un medicamento que no era otra cosa

que una receta con sugestiones verbales. Lo cierto es que esto de los placebos y nocebos le movían muchas moléculas en el cerebro. Recuerdo nítidamente (cuando mi hermano tenía otros modos de sentir, pensar y vivir) una conversación con otros jóvenes acerca de aquella idea de reacción cínica, “neutral”, de la literatura.

¡Bah! El mito de la nada, otro Helesponto que franquear, escribió Ursulino. Y afirmó: la literatura, toda la literatura es una literatura de clase que siempre está teñida por una situación. Nunca es pura, jamás es solamente arte. Quien escribe libra un combate por la fidelidad y por la fidelidad acoge la cólera, acompaña al hombre en desgracia, en una palabra, lucha contra todo lo que constituye un obstáculo a la vida. Si escribo se libera la praxis y no la esperanza ojalatera (ojalá esto, ojalá lo otro) del tibio diletantismo que tanto alardean.

Desde entonces reconocen su historia entre las historias de los demás. Nadie puede olvidar la respuesta mezquina de los hombres de letras. De él hablaron mal, a boca llena unos, con melindre el no querer queriendo algunos, bastantes con la alevosía del puñal trapero muchos haciendo circular la moneda falsa de la calumnia. Quisiera que las cosas fueran de otra manera. Hoy recibimos una sorpresa de Ursulino. Era día de limpieza general. Sonaba insistentemente la puerta, los golpes parecían vagas señales. Sabíamos que quería Salir. La clave fue cuando encendió la luz interna. Yo me dirigí a la puerta de blanca madera. Luego aparece semidesnudo. Me dispara preguntas irracionales: ¿Quién eres? ¿Cómo te llamas?

Su mirada me desarma. Se hallaba triste y enfermo. Yo lo observo con ojo múltiple. Ursulino volvió a preocuparme. Aun con el exiguo cuerpo nadie le convence dejar la manía incómoda de practicar el trote y las pataditas de un caballo mesteño.

Despide vaho de orines y a cada rato hace conatos de vómito. Su consigna de mudez me alarma que, de tanto no hablar vaya a perder el tacto.

No en balde somos mellizos del mismo infelizaje. A mí también se me ha encargado en la mollera que necesito aturdirme con gritos vocingleros y eliminar humanos, de esos que se pagan un niño o una niña en una playa tailandesa o brasilera.

Por si el lector quiere saber algo más del personaje. Ursulino Oximea Bacasegua, añadiré los siguientes datos: tiene los ojos turnios, por su mirada retadora y marina, ha tomado como divisa, unas gafas negras con destellos verduzcos. Usa “mata” con flecos oblicuos desde las sienes hasta la nuca. Usa también fajas de cuero en las muñecas, bolso de vaqueta. Viste todo de Levis, calza zapatos de minero y siempre trae un libro en las manos. Vive en perpetuo descontento y dónde lo ven derrama sensualidad y facilonería de su patrimonio cultural, por eso, su profesión es desbaratar montones de ignorancia. Su estatura llena por completo los quicios de las puertas. A menudo se protege con un cubre bocas, para impedir las porquerías del ventarrón capitalista.

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