HALL LA VENTANA
DECORAR CON EMOCIONES
Ilustración: Mary Dhianna/Freepik.
Los interioristas trabajan con materiales diversos para crear espacios habitables, sean residenciales, comerciales o públicos. Las sensaciones que nos provocan esos entornos son las que utilizamos para juzgarlos y decir que son agradables, positivos, acogedores, estimulantes… o, todo lo contrario. Por lo tanto, nuestra reacción al espacio es uno de los parámetros que el diseñador debe tener en cuenta cuando trabaja con materiales, luces y recubrimientos. Es lo que los profesionales llaman trabajar el interior con emociones. El mundo de las respuestas emocionales está muy presente en las estrategias de las empresas, porque de él depende su futuro. La compañía Apple ha patentado el movimiento de pellizco que se realiza con el índice y el pulgar para ampliar o reducir una imagen en la pantalla táctil de sus iPhones. Empresas de productos
8 casa viva
ambientadores comercializan sprays con olor a automóvil recién estrenado. El vino nos sabe mucho mejor cuando lo saboreamos en una copa de cristal fino y nos parece una birria cuando nos lo sirven en vaso de papel. Cuando lavamos el coche nos da la sensación de que el motor funciona con mayor finura. En algunos comercios de moda identificamos la huella aromática de los locales, la temperatura y la forma en que podemos contemplar los productos expuestos. Una leyenda urbana asegura que las motos Harley Davidson patentaron el rugido inconfundible de sus motores. Los hoteles nos proponen una carta de almohadas para que nos sintamos como en casa… Ejemplos varios y curiosos de lo que se reconoce como diseño emocional. Donald Norman lo explica muy bien en su libro “Emocional Design”, al proponer que el objetivo del diseño actual se debe basar en la respuesta sensitiva que obtenemos de un usuario cuando utiliza un producto o servicio. El diseño emocional es un concepto irrenunciable en el que reside la clave del éxito de los nuevos proyectos. Investigaciones recientes han demostrado cómo los objetos que nos resultan atractivos los percibimos como más eficaces. No nos limitamos a usar un producto, sino que establecemos una relación emocional con él. Nuestra reacción está determinada por el aspecto que tiene, las connotaciones o mecanismos de identificación e incluso por la nostalgia que suscita. Cuando un producto tiene un aspecto atractivo y, además, halaga las ideas que tenemos de nosotros mismos y la sociedad, lo que experimentamos es positivo. Lo intuyó el pionero Raymond Loewy en los años 50, cuando dijo: “lo feo no se vende”. En el hogar, el diseño del hábitat solo puede ser emocional. Por eso mismo, las personas que lo van a disfrutar se implican al máximo en este proyecto. Deben decidir la distribución, las reformas, el tamaño y relación entre estancias, el privilegio de la luz natural, los materiales y otros mil detalles que, al final, configuran una casa para vivir y disfrutar. Cuando tomamos decisiones respecto a la nueva casa o a la reforma de la antigua, debemos saber, como los interioristas, que nuestras emociones son un color más de la paleta de posibilidades que ofrece el lienzo en blanco.