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LIGAR

en tiempos modernos la tecnología revoluciona el arte de la seducción. PÁGInaS 8 a 11


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PSicologÍa

El héroe de tu infancia

Los cuentos despertaron en nuestra niñez la imaginación, la creatividad y la fantasía. ¿Por qué no volver a ellos para adentrarnos en nuevos desafíos? Por gabriel garcía de oro el PaÍS Érase una vez… Cuando oímos estas palabras, algo se despierta en nuestro interior. Una conexión con aquellas ganas de saber qué pasará, a qué desafíos tendrán que enfrentarse los protagonistas. Pero hay más. También conectamos con la infancia, cuando conseguimos crecer más que en cualquier otra etapa de nuestra vida. Era un tiempo en el que teníamos expectativas, todo estaba por hacer y nada de lo que queríamos parecía imposible. Poco a poco, sin grandes lecciones, sino a través de la emoción de las aventuras, fuimos capaces por primera vez de experimentar los grandes sentimientos que nos definen como personas: justicia, valentía, lealtad, heroísmo, amor… Con estos compañeros fuimos capaces de interiorizar valores positivos. A fuerza de querer actuar como ellos, algo de su esencia nos ayudó a formarnos. Porque, tal y como asegura Bruno Bettelheim, autor de Psicoanálisis de los cuentos de hadas, el relato infantil “al mismo tiempo que divierte al niño, le ayuda a comprenderse y alienta el desarrollo de su personalidad. Le brinda significados a diferentes niveles y enriquece su existencia de muy distintas maneras”. El famoso psiquiatra infantil nos advierte de la importancia de los cuentos de hadas en la educación, ya que ejercen una función liberadora a la vez que forman nuestra mentalidad, proporcionándonos herramientas morales,

DIRECTOR GENERAL

oRLAnDo TomÁS DEÁnDAR mARTÍnEZ odeandar45@hotmail.com COORDINADOR Adrián Altamirano Jaime adrian.altamirano@elmanana.com

DISEÑO Mariela Olvera

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Domingo es un magazine semanal. Impreso en los talleres de Editora DEMAR, S.A. de C.V., ubicados en la calle Matías Canales No. 504, Código Postal No. 88620, Col. Ribereña, Apartado Postal No. 14, Cd. Reynosa, Tam. domingocultural@elmanana.com


PSicologÍa emocionales y relacionales. Es decir, ese equipo de supervivencia que necesitábamos para enfrentarnos al mundo y sus desafíos. Si es así, ¿por qué no recuperarlos? ¿Por qué no regresar a ellos para seguir creciendo? Si lo hacemos, seguro que nos sorprenderemos y descubriremos que, como afirma G. K. Chesterton, “los cuentos de hadas son más que reales; no porque nos digan que los dragones existen, sino porque nos enseñan que se puede vencer a los dragones”. ¿Y quién no tiene dragones en su vida para vencer? Joseph Campbell, en su libro El héroe de las mil caras, describió la estructura narrativa de los cuentos populares y de toda narración épica. Según el mitógrafo norteamericano, puede variar la historia, los personajes y las circunstancias, pero el esqueleto sigue siendo el mismo. Da igual que se trate de las aventuras de Simbad el Marino, o de Pinocho, o de Blancanieves; todos tienen los elementos e ingredientes del esquema de Campbell, conocido como el viaje del héroe. Y no solo ellos. Incluso La guerra de las galaxias los tiene. Y es que George Lucas fue el primer autor en reconocer que se había basado en el viaje del héroe para crear, en 1974, la más famosa saga de la historia del cine. Y en parte fue gracias a este esquema que Lucas consiguió realizar lo que muchos analistas reconocen como el cuento de hadas de nuestros días. Una narración que ha cautivado a niños de cualquier edad y que, como las grandes historias, tiene una frase mágica de entrada, que en este caso no es “Érase una vez…”, sino “Hace mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana…”. Así, teniendo presente la estructura del héroe, podemos usarla a nuestro favor. Podemos ver por las fases por las que debe pasar todo protagonista de un cuento que merezca la pena ser contado. Tal vez no habrá emperadores galácticos ni brujas que se miran al espejo preguntándose quién es la más bonita del reino, pero habrá un desafío que nos preocupa, que nos paraliza, que nos impide avanzar. Un villano, pero en forma de jefe, de falso amigo, de relación tóxica, de nuevo negocio… Y sea como sea, deberemos emprender este viaje, no renunciar a la aventura que nos propone la vida

y convertirnos en el héroe de nuestra propia existencia. Es decir, estar más cerca de la persona que queríamos ser cuando escuchábamos esas historias antes de ir a dormir. • El mundo ordinario. Así empieza el esquema del viaje del héroe de Campbell; es decir, con nuestra vida tal y como es antes de emprender nuestra búsqueda. La realidad en la que estamos y de la que nos va a costar salir. Nos sentimos, a pesar de todo, cómodos y seguros. Es lo conocido y rutinario. • La llamada de la aventura. Es cuando nos damos cuenta de que en nuestro tranquilo mundo hay algo que ya no funciona. Algo se ha colado en la tranquilidad del día a día. Se empieza a plantear un desafío, un reto, una aventura. Puede ser, por ejemplo, que, sin saber muy bien por qué, empecemos a no sentirnos realizados en nuestro trabajo o consideremos la necesidad de más responsabilidades y nuevos horizontes profesionales. O que aparezca una nueva vocación en nuestro interior, o las ganas de cambiar de sector. Cualquier cosa que avecine nubes en el despejado cielo de nuestro día a día. Cada uno tendrá su llamada y cada uno sabrá que no es algo pasajero, una incomodidad que se despejará sola. Es algo que reconocemos como que necesitamos probar. • El rechazo. Intentamos convencernos de que se trata de nubes de paso. En esta etapa aparecen pensamientos del tipo “Estoy bien en mi trabajo, cobro un buen sueldo y tengo un horario cómodo”, “Esto no va conmigo, yo ya no tengo edad”, “A mí no me pasan estas cosas”. Seguro que todos hemos tenido esos pensamientos que pretenden salvar nuestro mundo ordinario. Nos resistimos a abandonar nuestra zona de comodidad porque tenemos miedo a lo desconocido. • Maestro, mentor o ayuda sobrenatural. Aquí, en este punto de la historia, aparece el maestro. Puede tener muchas formas. A veces es simplemente una influencia positiva que da alas a nuestros sueños. Puede tratarse de un business angel, en el caso de un emprendedor, o de un head hunter, si estamos buscando trabajo. O de un amigo que nos brinda un buen consejo. Puede tener forma, incluso, de “ayuda sobrenatural”, que llevado fuera del

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cine debemos entenderlo como aquel cúmulo de casualidades inexplicables que ocurren cuando estamos en la fase de búsqueda. • Cruzar el umbral. En las cinco anteriores etapas aún nos encontramos, según el esquema de Campbell, en nuestro mundo ordinario. Ahora sí. Decidimos cruzar. Salir de nuestra zona de comodidad. Hemos aceptado esa llamada que ha crecido en nuestro interior, ya sea perseguir esa vocación, o presentarnos a esa oposición, o aspirar a ese ascenso, o lanzarnos a esa relación amorosa que nos atemorizaba. Da igual. Lo cierto es que hemos decidido cruzar el umbral y adentrarnos en un nuevo mundo. • Pruebas, aliados y enemigos. Imaginemos que hemos decidido convertirnos en emprendedores. Aquí, en este punto, aparecen las primeras pruebas, conocemos a gente que se convierte en nuevos amigos, en inesperados compañeros del viaje. Pero todo tiene su reverso, así que también conoceremos enemigos y adversarios. Aparecerán nuevos problemas que requerirán de nuevas soluciones. • Acercamiento. Las nuevas circunstancias y las cosas que ya hemos vivido consiguen que estrechemos lazos con nuestros nuevos aliados. Crecemos con ellos, compartimos momentos de aprendizaje y vulnerabilidad. Poco a poco nos vamos sintiendo preparados para afrontar los desafíos que se presentan en el horizonte. Y, sobre todo, para la primera gran prueba del viaje. Todo ha sido una preparación que nos lleva hasta el próximo punto de nuestra propia historia. • La gran prueba. Es ese momento para el que nos hemos estado preparando. Es esa presentación a unos inversores, es ese leer el primer capítulo de la novela delante de nuestros compañeros de taller literario, es lo que sea, pero es una prueba que nos enfrentará a nuestros propios miedos y a nosotros mismos. • Tesoro. Nos hemos enfrentado a la gran prueba y a nosotros mismos, y salimos reforzados y recompensados. Conseguimos algo importante, un tesoro personal que nos indica que estamos avanzando. Ya no somos los mismos que decidieron abandonar la zona de confort. Podría parecer que

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Para saber más liBroS

◗ el héroe de las mil caras joseph campbell (Fondo de Cultura Económica) En él descubriremos el viaje del héroe y cómo este esquema subyace en los relatos épicos de las más diversas culturas. ◗ Psicoanálisis de los cuentos de hadas Bruno Bettelheim (Planeta) Es una obra que nos revelará la importancia que tienen los cuentos populares en el desarrollo del niño y, por extensión, de nosotros mismos. ◗ Fábulas de esopo (Anaya) Tenemos una buena manera de reconectar con aquello que escuchábamos en nuestra infancia y sacar nuevas lecciones para nuestro día a día.

aquí acaba la aventura. Pero no es así. Aún faltan tres pasos para completar nuestro viaje. • Regreso. Hay un momento en el que deberemos regresar a nuestro mundo ordinario e incorporar nuestras nuevas vivencias en él. En el camino de vuelta nos encontraremos con nuevos desafíos y una prueba final que nos hará dudar. Es el primer fracaso. Una derrota que hará que nos tambaleemos. • Resurrección del héroe. El héroe que hemos despertado en nosotros saldrá victorioso de la última gran prueba. Es la victoria final. Esto no significa que no habrá más derrotas, más piedras en el camino o más dificultades. Significa que ya tenemos las herramientas necesarias para seguir avanzando, que ya hemos incorporado todo lo necesario para que miremos los desafíos con confianza. Hemos ampliado nuestra área de comodidad. • Regreso con el elixir. Volvemos a nuestro mundo ordinario. Ya no somos los mismos. Ahora debemos compartir con los demás todo lo que hemos aprendido. Porque no hay mejor manera de seguir aprendiendo que enseñar a los demás lo que ya sabemos.


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actualidad

La lección de los pobres Chad, uno de los países más empobrecidos del mundo, pone a Europa ante el espejo: tiene 13 millones de habitantes y acoge a más de 645.000 desplazados por la guerra

Por Maribel Marín EL PAÍS Hay un país en África cuya población está en condiciones de dar una lección de humanidad a Occidente. No es demagogia, es pura estadística. Ese país sin salida al mar es uno de los más pobres del mundo, en ese país la esperanza de vida es de 51 años, en ese país solo la mitad de la población tiene acceso al agua potable y más de tres millones de personas están en situación de inseguridad alimentaria. Y, pese a todo, ese país de 13 millones de habitantes, lastrado por la corrupción, el terrorismo de Boko Haram y la caída del precio del petróleo, comparte de forma silenciosa sus escasos recursos con más de 645.000 desplazados que huyen o han huido de la guerra en las naciones vecinas. Ese país es Chad, tiene el mismo presidente, Idriss Déby, desde 1990 y, como noveno Estado del mundo con más migrantes dentro de sus fronteras, ha asistido como el hermano pobre al regateo de 120.000 asilados protagonizado por la prós-

El campo de desplazados de Sido, a un kilómetro de la frontera con República Centroafricana, está cerrado desde 2014. pera Europa en nombre de sus 500 millones de ciudadanos. “Somos conscientes de la situación en otras partes del mundo, pero estamos muy necesitados de ayuda. Chad no puede contener solo esta situación”, dice Mahamat Ali Hassane, gobernador del Moyen-Chari, una de las regiones que más refugiados y repatriados acoge por el conflicto de la República Centroafricana y que ha sido visitado a invitación por Oxfam Intermón y ECHO, la oficina de Ayuda Humanitaria de la Comisión Europea. Tras una sucesión de guerras, inva-

siones y dictaduras, la que fue colonia francesa hasta 1960 —hoy en el puesto 184º de 187 del índice de desarrollo humano de Naciones Unidas— ha vivido en los últimos años la frágil estabilidad propia de un Estado fallido, seriamente amenazada además por el polvorín bélico que le circunda desde hace décadas y la crisis migratoria que lleva aparejada. No hay uno solo de los puntos cardinales de sus fronteras ajeno al fenómeno, porque no hay una sola de sus fronteras libre de conflicto. En el norte, la pesadilla libia y la batalla por los recursos y el tráfico de armas; en el sur, los sanguinarios combates

entre las milicias cristianas antiBalaka y las musulmanas Séléka en la República Centroafricana, en las que se vieron implicados soldados chadianos, supuestamente encargados de contribuir a estabilizar la guerra y acusados en 2014 de atizarla al ponerse de parte de los rebeldes musulmanes; en el oeste, el terrorismo de Boko Haram que ha traspasado Nigeria para adentrarse en Camerún y el lago Chad, y en el este, sin tocar la línea fronteriza y pasado lo peor del conflicto racial entre árabes y negros en Sudán, Sudán del Sur, que trata de salir de la guerra civil.


actualidad Cuando uno se apaga y amaina el goteo de refugiados, como ocurre ahora con el de la República Centroafricana, se enciende el otro: la violencia de la secta islamista que ha atentado con saña en Chad, ha causado miles de desplazados y una inseguridad que ha llevado al cierre de fronteras y “que está afectando a la estabilidad política, social y económica del país y con ello a la vida de la población”, resalta Mamadou Cire Diallo, director de Oxfam Intermón en Chad. Déby, más preocupado de consolidar su poder que de sacar a los chadianos de la miseria, gobierna la nación con mano de hierro y no es precisamente un modelo a seguir en la defensa de las libertades y los derechos humanos. Se le acusa de haberlo corrompido todo, desde la justicia hasta la sanidad, y de haber hecho de la represión una práctica cada vez más común. Pero paradójicamente, este jefe de Estado, que afronta nuevas elecciones en 2016, ha dado a lo largo de los últimos años más de una muestra de solidaridad con los desplazados por la guerra, sea por convicción o por mera impotencia. Bajo su mandato, el Ejecutivo de Yamena —que este año ha recibido 234 millones de dólares de los 502 previstos para ayuda humanitaria— ha cedido tierras para dar cobijo a los refugiados en distintos puntos de su territorio y se ha hecho cargo de los nacionales de los países vecinos de origen chadiano sin límite de generación, mientras Europa cuestiona a Merkel por su excesiva hospitalidad y discute la construcción de asentamientos fuera de sus fronteras para atajar la crisis migratoria por la guerra en Siria. La población de Chad, además, le ha secundado, soportando con llamativa generosidad en algunas zonas la llegada de más bocas sedientas y necesitadas de alimentos. No es un decir. En Sido, al sur del país y a un kilómetro de la frontera con la República Centroafricana, más de 4.000 familias han dado cobijo a más de 18.000 desplazados del otro lado de la frontera, y en la región de Mandoul, 12.500 han sido también acogidos por la comunidad local. —¡Cómo vamos a dejar tirados a los refugiados si hemos visto lo que es la guerra! El marabú Faki Ahmat Yaya, de 60

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La comunidad local se beneficia de la ayuda humanitaria a los desplazados: alimentos, letrinas y pozos años, líder religioso de Sido, estaba hace 12 años de visita en ese país cuando estalló uno de los múltiples episodios de violencia de las últimas décadas. Vio matar a tres de sus hermanos y a siete sobrinos. Vio el éxodo de la gente que huía del horror. Hoy, casado con tres mujeres con las que tiene 22 hijos, tiene abiertas las puertas de su casa para los desplazados: ha llegado a tener acogidos al mismo tiempo a 120 exiliados de la República Centroafricana por la guerra que estalló en 2013 tras el golpe de Estado y la toma de poder del grupo Séléka. “Cuando empezaron a llegar no había infraestructuras suficientes para recibirlos”, explica. “Pensé que no eran condiciones dignas de vida, que no me gustaría estar en su situación y decidí acogerlos”. Construyó tiendas de plástico bajo los árboles de su casa, mató una vaca para darles de comer los primeros días, mandó hacer harina con 500 kilos de maíz y cedió parte de su finca cultivable a algunas de las familias. Eso fue al principio. Cuando ya no pudo más, el Programa Mundial de Alimentos acudió en su auxilio para completar las raciones de comida y Oxfam Intermón le dio material agrícola para cultivar la tierra. Hoy el marabú se siente exhausto. “Todo lo que tenía se acabó, es muy duro”. “Ahora no sé cuántos vivimos aquí”, dice con franqueza, “pero somos más de 45”. Los cabezas de familia volvieron a la República Centroafricana a buscarse la vida y confiaron a Yaya a sus mujeres e hijos, que le observan hablar con devoción. “Cuando has visto la muerte, escapas de ella y te acogen así, solo puedes sentir felicidad y gratitud infinita”, dice la portavoz de las acogidas sobre una colorida alfombra. El marabú dice que jamás, ni en los momentos más difíciles, ha pensado en decirles que se marchen. Quizá sea pura humanidad, quizá su

El centro de Salud del campo de Maingama, atendido por un médico y técnicos auxiliares, es un modesto lugar donde los pacientes esperan su turno en el suelo y al aire libre, como se ve en la imagen.

Chad tiene la estructura típica de las naciones menos desarrolladas: un 46,7% de la población es menor de 15 años y tan sólo un 3% supera los 65.


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generosidad esté movida por la religión. “En el islam recibir a gente en casa es un honor”, explica Loum Diguera, el empresario local que ejerce de traductor en este viaje. Esta esplendidez entre los pobres resulta especialmente sorprendente cuando se cotejan las cifras que dan idea de la presión que la presencia de refugiados ejerce sobre la población local. Según Oxfam Intermón, en la zona sur del país ha disminuido en un 50% la cobertura de necesidades básicas de las casas receptoras de desplazados, faltan productos en mercados locales cerca de la frontera con la República Centroafricana, se ha disparado un 70% el precio de los alimentos básicos y la tasa de acceso al agua en los pueblos receptores ha caído del 58% al 36% desde el inicio de la crisis. La pregunta se hace imprescindible. ¿Ha habido conflictos entre los desplazados y las poblaciones locales? La respuesta a ese interrogante, formulado a una decena de interlocutores, es siempre la misma. “No”. Mahamat Saleh, prefecto de Maro, cuartel general en la zona de varias organizacio-

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nes humanitarias, lo explica así: “No ha habido un problema de cohabitación porque tienen el mismo origen e incluso hablan la misma lengua, el sango”, dice sentado a la sombra de un mango. La otra posible explicación a esta insólita convivencia pacífica en esta nación de mayoría musulmana (53% frente al 35% de cristianos) en la que conviven más de 200 etnias y se habla fundamentalmente árabe y francés está en la ayuda humanitaria. Los chadianos, al menos en el sur, comparten con la población local los beneficios de los proyectos impulsados por las ONG: distribución de alimentos y semillas, construcción de letrinas y rehabilitación de pozos en una región en la que la dificultad de acceder al agua potable está detrás de un buen número de enfermedades. “La población se ha beneficiado del

El marabú Faki Ahmat Yaya, de 60 años, llegó a acoger a 120 desplazados en su casa en Sido

En un país en el que apenas un 40% de los niños acaba la educación primaria, la educación de los menores desplazados es más que un reto.

dinero y la ayuda de emergencia de las ONG empezando por las instalaciones sanitarias”, admite el prefecto de Maro cuando se le pregunta si la llegada de desplazados ha mejorado o empeorado la calidad de vida en la región. Pero también es verdad que su presencia ha tenido un impacto negativo en el costo de la comida. El precio del pollo, por ejemplo, se ha duplicado”. A la incidencia de la presión demográfica en la carestía de los alimentos hay que sumar el cierre de fronteras, que ha tenido consecuencias fatales para el tradicional comercio de ganado. En temporada de lluvias, el sur de Chad llama la atención por el color rojizo de la tierra y el verde de los campos y los árboles de mango. Sorprende también porque apenas se observan diferencias entre los pueblos y los campos de refugiados, que se han convertido en pequeñas ciudades con habitantes generalmente decididos a quedarse. Los dos colectivos tienen prácticamente las mismas condiciones de vida. Subsisten gracias a los pequeños cultivos, la ganadería y el comercio,

vendiendo lo mismo aceite que jabón, tabaco o mazorcas de maíz en determinados tramos de la tortuosa carretera que conduce desde Sarh, donde aterrizan los aviones de Naciones Unidas, hasta la frontera con la República Centroafricana. Tienen también los mismos problemas: nutrición, acceso a la educación, la electricidad, la higiene, la sanidad… En un país en el que el mosquito Anopheles campa a sus anchas, hace dos semanas, el 49% de las consultas en el centro de salud del campo de Maingama, que comparten locales y retornados, fueron por malaria. El maldito palú, como lo llaman allí, no distingue entre locales y desplazados. Tampoco el sarampión o el cólera. “La gente vive de la ayuda humanitaria, pero cuando se acaben las misiones, ¿qué va a ocurrir?”, se lamenta el subprefecto de Sido, Bechir Yacouba. Los perjuicios comienzan a hacerse evidentes ahora que pasado el aluvión de llegadas de 2013 y 2014 los fondos se han reducido en el sur un 70% —según ONG que trabajan en el terreno—, en favor de la zona del lago Chad, donde ahora se concentra la crisis migratoria

El marabú Faki Ahmat Yaya, de 60 años, casado con tres mujeres con las que tiene 22 hijos, ha llegado a acoger en su casa de Sido al mismo tiempo a 120 exiliados de República Centroafricana.


actualidad por la violencia de Boko Haram. La población lo nota en cosas tan básicas como el tamaño de las raciones de comida. Adjide Moussa, retornada de la República Centroafricana, vive con angustia el racionamiento. Tiene a su cargo a sus cinco hijos y a Saleh Amadou, un chico que hace poco más de un año llegó solo a Sido. Hijo de un camionero y una cocinera, tenía 17 años cuando los anti-Balaka lanzaron una granada dentro de su casa en Bangui, la capital de la República Centroafricana. Era la hora de la cena y todos salvo su padre —su madre y sus cinco hermanos— estaban en la vivienda. “Se produjo un momento de confusión y cada uno trató de salvarse”, cuenta ahora. Buscó desesperadamente a su madre, pero no la encontró y se enteró de que estaba a punto de salir el último convoy dispuesto por el Gobierno de Déby para repatriar a los centroafricanos de origen chadiano. Amadou llegó solo a Chad. Una noche dormía al raso en el campo de retornados junto a la modesta caseta habitada por Adjide Moussa, de 28 años, y sus cinco hijos. “Le vi fuera y me dio lástima. Le dije que viniera a vivir con nosotros”, explica. “Él estaba siempre como ausente, triste. Y le dije: ‘Nos ha tocado vivir una nueva vida. Tienes

que aguantar lo que estamos pasando. Nosotros somos ahora tu nueva familia. Lo poco que tenemos es también tuyo”. “Hoy”, aclara, “sigue sin tener noticia de sus padres y hermanos, pero está un poco mejor”. La familia recibe cada mes un cupón por persona por valor de 6.000 francos (no llega a 10 dólares) para tomar comida del Programa Mundial de Alimentos. Con ellos consigue arroz, aceite, azúcar… “Pero no es suficiente”, dice Moussa, que en la República Centroafricana vivía “muy bien” como comerciante en una tienda de ultramarinos. Ahora hace croquetas, buñuelos y tartas y las vende para tener un complemento con el que sobrevivir. Pero no le llega para enviar a los niños a la escuela. “Me piden casi 10.000 francos (15,20 dólares) al año por cada uno y yo no tengo ese dinero”, dice. La educación de los refugiados de Chad, país en el que solo un 40% de los niños completa el ciclo de primaria, es todo un desafío. La emergencia ya pasó en esta zona, así que las organizaciones humanitarias

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tratan de romper la dependencia de los más vulnerables. Oxfam Intermón y ECHO, por ejemplo, que han construido pozos e impulsado programas agrícolas con un presupuesto de 750.000 dólares este año, están ayudando a 1.400 familias a vivir de los pequeños cultivos. Han repartido cupones por valor de 30.000 francos (45,70 dólares) con los que los beneficiarios pueden comprar en temporada de lluvias cuatro tipos de semillas —sorgo, frijol, cacahuete y maíz— y material para labrar la tierra. Cuando cesen las precipitaciones, 530 familias recibirán también 20.000 francos (30,50 dólares) y formación para vivir de las plantaciones de lechuga, melón, tomate y pepino. La primera campaña empezó en mayo y la distribución de semillas y materiales en junio, así que la cosecha empieza a recogerse ahora. “Yo, antes, en la República Centroafricana, trabajaba en el mercado. Hasta ahora no sabía cultivar la tierra”, dice Heoua Bdoulaye, de 30 años, que responde con un “no sé” cuando se le pregunta cuántos hijos tiene —luego dirá que

“Parte de la población ha estado recibiendo comida gratis y no quiere trabajar”. Kossia Nicole, Oxfam

El acceso al agua limpia es un privilegio en muchas zonas de este país afectado por sequías e inundaciones.

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son ocho—. “Por lo menos tendremos qué comer”. El proyecto termina en 2016 porque no hay más fondos, explica Tahp Yussine Fadoul, responsable de Seguridad Alimentaria en Maro. Y para empezar a rozar la autosuficiencia, las familias necesitarían al menos dos años. “La mayoría de la gente de la zona es válida para trabajar. Tienen que aprender a buscarse la vida. No es un problema generalizado, pero es cierto que una parte de la población que ha estado recibiendo ayuda, comida gratis, se ha acostumbrado y no quiere trabajar”, dice Kossia Nicole, responsable de los programas humanitarios de Oxfam Intermón en Chad. “No podemos responsabilizarnos de ellos eternamente. La emergencia terminó”. Su compañera Kamilah Morain, responsable del programa Chad WA, incide también en ello: “Hay una gran dependencia de estas poblaciones de los trabajadores humanitarios. Sería muy deshonesto no reconocer que es una lacra del sistema”. Y añade: “Los donantes, Gobiernos y organizaciones debemos tener una reflexión global sobre cómo conseguir la autonomía de las poblaciones y romper con la dependencia sin dejarles tirados”. Acabar con la dependencia de la ayuda. Ahí es nada. Sobre todo, en esta nación azotada por desastres naturales, sequías e inundaciones que ha visto sepultadas en los últimos tiempos sus expectativas de desarrollo. La caída del precio del petróleo, de cuya dependencia excesiva ya alertó el Fondo Monetario Internacional, y el aumento de inversiones militares para combatir a Boko Haram —Chad es el gran gendarme de África contra el yihadismo— han impactado de lleno en el gasto social y en infraestructuras, que ha caído alrededor de un 20%. El corazón muerto de África, como se conoce a Chad, sigue así siendo el cuarto país más pobre del mundo, solo por detrás de Níger, la República Democrática del Congo y la República Centroafricana, con todo lo que eso significa. Solo un dato: su población vive de media con tres dólares al día. Y no tiene problema en compartirlos.


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reportaje

La tecnología ha revolucionado

el arte de la seducción Las aplicaciones móviles, con Tinder a la cabeza, son el nuevo terreno de juego para la búsqueda de sexo y relaciones

Por Virginia Collera EL PAÍS “Es un juego con recompensa”. “La experiencia es similar a la de ir a una tienda de pinturas a elegir colores”. “Abres la aplicación, miras las fotos y decides: esta sí, esta no. Te sientes Dios”. “Es marketing puro y duro: pones tus mejores fotos para venderte”. “Es entretenido, divertido, emocionante”. “Mi sensación es que

es Sodoma y Gomorra”. “Quedar es muy fácil. Co... es muy fácil. La gente está predispuesta. Los chicos y las chicas”. “Es tan fácil establecer relación que, si no va bien, buscas otra”. “Es una forma alternativa de conocer gente”. “Es sile, nole. Es brillante”. Cada vez hay más solteros. Y la tendencia no parece que vaya a reducir. Además, a ello contribuye el uso de smart­phones: el 81% de los móviles son inteligentes, según un informe de la Fundación Telefónica. Internet –entre otras muchas cosas– ha facilitado que oferta y demanda se encuentren sin necesidad de intermediarios: compramos en eBay, buscamos alojamiento

en Airbnb y ligamos a través Tinder, Happn, Badoo. Grindr fue la pionera. Su fundador, Joel Simkhai, llevaba tiempo buscando una solución: él era gay, y siempre se preguntaba quiénes a su alrededor también lo eran. Había recurrido a webs para conocer chicos, pero sin resultados satisfactorios. En 2009 lanzó ­Grindr, una aplicación geolocalizada que permite, de un vistazo, ver perfiles de otros gais en la misma zona del usuario. Hoy la utilizan a diario más de dos millones de homosexuales en todo el mundo, desde Estados Unidos hasta Irak o Ghana. Y Tinder, nacida en 2012, es la responsable de la popularización de las apps para ligar. Ninguna otra crece tan rápido. En 2010, plataformas como Badoo acomodaron sus sites al smartphone, pero no dieron con el eureka de Tinder.

“No está probado que la gente sea más proclive a establecer una relación seria o esporádica en función de cómo se conozca” Fundamentalmente dirigida a un público heterosexual, la clave de su éxito es la sencillez: solo hay que registrarse con el perfil de Facebook, seleccionar unas cuantas fotos, determinar el radio de descubrimiento, el sexo y el rango de edad de los chicos o chicas a los que se quiere conocer, y empezar a mirar fotos. Sí. No. Sí. No. Con el movimiento de un dedo. Si se desliza a la derecha, te gusta. A la izquierda, no te gusta. Si la atracción es mutua, hay una coincidencia y se puede empezar a hablar. La app estadounidense, que opera en 196 países y está disponible en 30 idiomas, no proporciona cifras de usuarios, pero presume de haber superado los mil millones de coincidencias en su breve historia. Es la aplicación de la que habla todo el mundo. Un filón para monologuistas. A finales de los noventa y principios de los 2000 surgieron webs de contactos como Meetic, Match, OkCupid o eDarling que, basándose en exhaustivos cuestionarios y algoritmos de recomendación, proponían personas compatibles con sus usuarios y permitían navegar entre montones de perfiles. Estas representan el modelo tradicional: el del agente inmobiliario con experiencia y profesionalidad como avales. En Estados Unidos, las


reportaje plataformas de dating ganarán mil millones de dólares –las apps, 550 millones– en 2015, según previsiones de la firma IBISWorld. El nuevo modelo está liderado por las aplicaciones concebidas para el smartphone y, por tanto, fáciles de utilizar. Ahora el cliente va solo al supermercado: busca, compara y elige. La crítica recurrente a Tinder es su superficialidad. Unas cuantas fotos, la edad, una descripción de 500 caracteres –opcional– y una serie de intereses no bastan para tomar una decisión informada. “Es la vida real, pero mejor”, defienden sus fundadores. Sus perfiles proceden de Facebook, lo cual garantiza una cierta autenticidad, y además, como apuntaba Eli J. Finkel, psicólogo de la Universidad Northwestern de Illinois y estudioso de la evolución de las citas online en The New York Times, Tinder se basa en la imagen, pero nosotros también: siempre hemos ligado con el que nos gustaba. “Encuentra a quien te has cruzado”. Ese es el eslogan de Happn, la nueva aplicación que está sumando usuarios rápidamente. Es la favorita de Pablo, informático de 24 años. “A veces voy por la calle y pienso: ‘A ver si por casualidad esa chica está en la app”. Él empezó a utilizar Happn y Tinder porque sus amigos lo hacían. Sentía curiosidad. E ­ stas herramientas móviles han creado una audiencia completamente nueva: por primera vez chicos y chicas de 18 y 25 años, fundamentalmente residentes en un entorno urbano, se plantean utilizar servicios de dating. Yago, de 44 años, separado desde hace ocho, probó sucesivamente Meetic, Badoo y, por último, Tinder. También sentía curiosidad, pero, como suele ocurrir al usuario habitual de los sitios de encuentros, sus oportunidades de conocer gente se habían reducido. “Mi grupo de amigos no me aportaba nada, estaban todos emparejados, y mi entorno laboral estaba muy condicionado por mi posición. Quería conocer gente sin compromisos. Para tomar una cerveza. Para ir al cine. No estaba pensando ni principal ni exclusivamente en sexo”. Conoció a su pareja actual a través de Tinder. “Ella tiene 26 años y era reacia a utilizar este tipo de apps, pero en su caso lo hizo porque parecía que estaba off si no tenía Tinder. Equivalía a no estar en el

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“La gente ya no cree en el ‘ para toda la vida’ y busca lo práctico. Ahí entran las aplicaciones” mundo”. Torso desnudo, a la izquierda. Haciendo surf, a la derecha. Con perrito, a la izquierda. Con la excortada de la foto, a la izquierda. Con cinco amigos, a la izquierda. Con barba, a la derecha. Hiperguaperas, a la izquierda”. Tras los filtros, a María, periodista de 32 años, le quedaron 220 coincidencias. Ella buscaba una relación y se puso un límite: tendría 10 citas, y si nada pros-

peraba, abandonaría Tinder y Happn. Pero rectificó. “Puedo haber quedado con 15, quizás alguno más, y repetido con 4”. Adicta al trabajo, al principio siempre quedaba a tomar algo cerca de su casa. Hasta que se aburrió y cambió de estrategia. “Siempre era la misma situación, las mismas preguntas, así que empecé a hacer planes. A uno me lo llevé a clase de trapecio”. Ahora ni

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siquiera tiene tiempo para ligar, pero se plantea volver a la carga en primavera. “Yo he llegado a quedar con cinco chicos en una semana y media, y he de decir que mi promedio de citas en la vida real no era así”. Es el punto fuerte de estas aplicaciones: multiplican las oportunidades, aceleran el proceso de conocer a alguien. Hay quienes chatean durante semanas para minimizar riesgos, otros en cambio se aventuran tras unas horas de intercambio de mensajes. A veces sale bien, otras no tanto, pero siempre asegura cómicas anécdotas con las que deleitar a amigos casados o en “relaciones eternas” –les fascina este nuevo mundo, coinciden los entrevistados–. Dos hits de tertulia: la “decepción” de Jessica (nombre supuesto), de 39 años, con David. Para ella, la música es una línea roja: es fundamental compartir gustos. Había mucha química, pero escuchaba Kiss FM, y cuando ella le comentó que le gustaba David Bowie, él contestó que prefería a David Guetta. La pujanza de las aplicaciones de citas constata, en opinión de Luis Ayuso, profesor de Sociología en la Universidad de Málaga, “una pérdida del pudor”. Nuestros abuelos se excitaban con el cancán y los adolescentes de hoy son maestros en el arte del sexting. En muchas ocasiones, añaden sus usuarios, también de modales. “Es muy duro: escribes a alguien y a lo mejor la foto de perfil les gusta, pero las siguientes no, y lo normal es que no te respondan. Hay quienes te dicen: ‘Disculpa, no es lo que esperaba’, pero no es lo habitual”, cuenta Enrique. Él lo primero que hizo cuando estrenó su smartphone fue descargarse Grindr, pero ahora lleva cuatro meses sin utilizarla. “Si tienes tendencia a la baja autoestima, es un círcu­lo vicioso: llegas a casa y echas la red. Hubo una tarde que me tiré cinco horas y no quedé con nadie. Me enojaba conmigo mismo, pero al mismo tiempo estaba buscando que me dijeran lo bueno que estaba. A mí estas aplicaciones me bajan la autoestima: cuando las elimino me siento liberado”. Tener una actitud más fría es parte del aprendizaje. Un signo de veteranía. “Necesitas una vida entera. Del chat de Tinder pasas al WhatsApp y tienes esa conversación más tu grupo de amigas, del trabajo, Instagram,


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Facebook. A ratos estresa”, asegura Jessica. “Al principio me tomaba más tiempo, pero ahora voy más al grano y, si no me interesa, directamente borro”. Eugenia, de 39 años, calcula que el 70% de sus relaciones han nacido en chats o aplicaciones. Las cuatro últimas surgieron en Wapa, una app para lesbianas con 200.000 usuarias activas (Wapo, para chicos gais, suma casi 350.000). “Al principio era una ilusa y me imaginaba en el altar con la chica con la que hablaba. Ahora, en cambio, soy muy distante”, explica. “Yo, por mi personalidad, siempre he tenido miedo al rechazo, pero en la app me da más igual”. Ella dice no, a ella le dicen no. Es parte del juego. “Es como si no hubiese habido sexo antes de Tinder. Veo el consumo compulsivo propio de la novedad”, resume Jessica. El año pasado presenció cómo la hija de unos amigos abría sus regalos de Reyes. Retiraba el envoltorio, miraba el juguete unos segundos, lo apartaba y abría el siguiente. Para ella, esa imagen podría ilustrar el “desenfreno” que propician las aplicaciones. “Me descargué Tinder hace nueve meses porque buscaba una relación, pero no tardé en darme cuenta de que no era el medio que pensaba y cambié el chip. He aprendido a disfrutarlo, pero me encantaría regresar a lo tradicional. Es mucho más interesante. Lo triste de las apps es que no te tomas el tiempo de descubrir a la otra persona. No se da pie a profundizar”. Paul W. Eastwick, profesor de Psicología de la Universidad de Texas, ha dedicado buena parte de su investigación académica a entender cómo se inician las relaciones románticas y los mecanismos psicológicos que favorecen que las parejas permanezcan unidas. “Las aplicaciones y las webs de contactos hacen que la gente piense que tiene más opciones románticas y hay evidencia empírica que demuestra que tardarán más en comprometerse”, explica. “Yo creo que sí que está cambiando nuestra forma de relacionarnos”, opina Yago, profesional del marketing de 44 años. “Pero más en la forma que en el fondo, porque al final se acaba quedando y es lo de siempre. Pero en este primer paso se están produciendo cambios. Yo he tenido

reportaje

“Es como si Tinder hubiera inventado el sexo. Veo el consumo compulsivo de la novedad” relaciones en las que, ante la primera crisis, una de mis respuestas ha sido volver a mirar Tinder. Son herramientas frívolas, pero no creo que esto las inhabilite para entablar relaciones duraderas. Una vez das con una persona con la que estás a gusto, tiene el mismo valor que la hayas conocido en una app, en la discoteca o en un curso de cocina”. Enrique es menos optimista. “En algunas ciudadaes se busca sexo. Directo e inmediato. Y es tan fácil conseguirlo cuando quieras y con quien quieras que es imposible iniciar relaciones. Conozco muy pocos casos de parejas que hayan salido de encuentros fortuitos vía apps como Grindr o Wapo. La oferta es tan brutal que está todo muy devaluado”. El pasado verano, la edición estadounidense de Vanity Fair publicó un polémico artículo que vaticinaba el “apocalipsis” de los encuentros románticos. Y la culpa era de las aplicaciones. De nuevo, Eastwick apela a la evidencia científica: “No está probado que la gente sea más proclive a establecer una relación seria o esporádica en función de cómo se conozcan. El lugar no tiene efecto alguno sobre la duración de la relación”. María defiende que el cartel de “solo sexo” que se cuelga a Tinder es inmerecido. “Estoy muy cansada de que la gente piense que solo es para acabar en la cama. Me dicen: ‘Si buscas pareja, mejor métete en Meetic o eDarling’, pero yo tengo poco tiempo y no quiero

rellenar cuestionarios. Tinder es más relajado, respondes o no respondes, apareces o no apareces. Me ha ayudado a quitarle hierro a las citas porque cuando estás soltero tienes pocas y cada una es un mundo. Para la primera, me depilé y maquillé, lavé el coche, me puse la mejor ropa interior. Y dos horas antes el sujeto me canceló. Aprendes, y a la sexta te pones rímel y a correr. Cuanta menos importancia le das, menos te duele. No es un fracaso: es parte del juego. Ha habido chicos que han desaparecido y otros con los que he repetido y han querido más. En mi experiencia, también se busca pareja. Me he encontrado a muchos como yo: workaholics con todos sus amigos casados con hijos o emparejados”, precisa. En Usos amorosos de la postguerra española (Anagrama), Carmen Martín Gaite relata la historia de una señorita, “que le había aguantado al novio tal cantidad de desaires y de humillaciones que nadie se explicaba cómo no lo mandaba a volar”. El día de la boda, tras el sí de su prometido y esperándose de ella idéntica respuesta, espetó un rotundo “¡No, señor!”. Perpetrada la venganza, se volvió ante los allí presentes y aclaró: “¡Y si he llegado hasta aquí es para que sepan todos ustedes que si me quedo soltera es porque me da la gana!”. En el libro, tejido a base de hemeroteca y recuerdos personales, Martín Gaite describió cómo éramos. Si el marido era infiel, que lo hiciera a escondidas, así nada pasaba. El

divorcio no existía: era cosa de irse a los extremos. Las jovencitas que se metían a monja recibían admiración; las solteronas, piedad y desdén. Los trabajos que alejaran a la mujer del hogar eran un “peligro disolvente”. A la hora de casarse, se aconsejaba a las muchachas que no eligieran a un “jovencito inexperto”, sino a un hombre “vivido”. Ellas, por supuesto, debían llegar vírgenes al matrimonio. Sumisión y sonrisa. “Afortunadamente, esa es una cultura tradicional que vamos dejando atrás”, apunta el profesor Ayuso. “Las nuevas generaciones de mujeres están más formadas y, por tanto, son más abiertas. Pero además ahora tenemos a la abuela, educada para el matrimonio, que le dice a su nieta: ‘Oye, no se te ocurra casarte, ten muchos amiguitos, pero sé siempre independiente’. Hay un verdadero cambio social”. Sin ese paso adelante, subraya, hoy no estaríamos hablando de aplicaciones. En Happn, el 60% son hombres y el 40% mujeres. Por edades, los solteros más activos son los de 18 a 25 años, que representan la mitad. El 40% restante tiene entre 26 y 35, y las franjas de 36 a 45 y mayores de 46 suman el 7% y el 3% respectivamente, según datos facilitados por esta app francesa. Un inciso: no solo hay solteros en estas plataformas. Según un estudio reciente de GlobalWebIndex, consultora especializada en consumo digital, el 42% de los usuarios de Tinder no lo estaban. Al menos, no sin compromiso.


rePortaje La aplicación reaccionó rebajando el porcentaje: según sus datos, solo les constaba que el 1,7% estuvieran casados. ¿Cómo detectarlos? No ponen foto en sus perfiles o, si lo hacen, se cuidan de que no se les reconozca, explican varios entrevistados. También, añaden, existe otra categoría: los que solo se dan de alta para jugar. Una vez más, los infieles saldrían malparados de producirse un caso de hackeo como el de Ashley Madison. Pero a los que no tienen pareja no les preocupa en exceso ni la privacidad ni el uso que se haga de sus datos. “Todos ligamos”, es la respuesta más repetida. “Y cada vez más gente utiliza las aplicaciones para hacerlo”. No existe el estigma que antaño se asociaba a los sitios de citas, pero los usuarios de estas apps quieren controlar la información: en un grupo de WhatsApp de sus amigos detallarán sus aventuras, pero en Facebook serán más cautos porque entre sus amigos está tanto el profesor de yoga como el tío querido. “Yo creo que es precisamente el equilibrio de roles lo que ha hecho que este tipo de herramientas hayan despegado”, señala Yago. “Estuve un par de meses en Meetic, Badoo apenas lo utilicé y cuando llegué a Tinder me encontré con mucha más proactividad por parte de las mujeres. Mi chica es muy joven y en su entorno de amigas de su edad, 26, 27, 28 años, utilizan Tinder para tener sexo. Ni se cuestionan que no pueda ser una vía tan buena como cualquier otra para una relación estable, pero no tienen reparos en utilizarla para sexo”. Tras salir de una larga relación, Carlos, de 33 años, vivió su año “de libertinaje”. Se dio de alta en Badoo –su red mundial supera los 267 millones de usuarios, aseguran. Esta última, fue la que más utilizó porque él prefiere “dejarse querer”. En este “supermercado de las citas” son las mujeres quienes eligen. Ellos solo pueden enviar “hechizos” para llamar su atención, pero únicamente podrán conversar si ellas los compran. Nunca antes. “Te levantabas por la mañana y tres chicas te habían metido en la cesta. ¡Te subía el ego y la moral!”. En total, hace cuentas, quedó con unas 30 ó 40 mujeres. “Fue una época graciosa y divertida. De no parar”, rememora. Su semana álgida tuvo cuatro encuentros. Las de tres –con chicas distintas– eran

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“A mí estas ‘apps’ me bajan la autoestima. Cuando las elimino me siento liberado” habituales. Su impresión es que los hombres no son los únicos cazadores. “Quizá todavía un poco más, pero se está igualando casi al 50%”. Sí son los que, lamenta, tienen el comportamiento más reprochable. “Me impactó que muchas chicas, al final de la noche, me confesaran que estaban sorprendidas de que fuera un sujeto normal. Contaban auténticas barbaridades”. El envío espontáneo de fotos de los genitales ya casi ha alcanzado la categoría de chiste (de mal gusto) entre las usuarias de servicios de dating. El amor romántico nació en el Siglo XVIII en Occidente y desde entonces ha sufrido distintas transformaciones. Si antes su máxima expresión era el matrimonio para toda la vida, ahora lo es la monogamia sucesiva. “Los cambios son consecuencia de la tensión entre el deseo de individualidad y el de fusión en una pareja y del ensalzamiento de la elección continua en todos los ámbitos de esta sociedad de consumo”, afirma Jordi Roca, profesor de Antropología de la Universidad Rovira i Virgili. “De ahí el modelo actual tan generalizado de la sucesión de relaciones, posible gracias a la normalización del divorcio. Dicho esto, no es el fin del matrimonio: la mayoría de personas que se divorcian reincide. Y en muchos casos cada nueva unión es pensada y deseada como definitiva”. Pero si en la actualidad el matrimonio para toda la vida pierde adeptos, el ideal romántico sigue siendo hegemónico. Y, según Roca, “contribuye en gran medida a la monogamia sucesiva. Son tantas y tan elevadas y tan poco realistas las expectativas que transmite el amor romántico que difícilmente puede evitarse la frustración y el desengaño tras unos años, algunos estudios cifran un promedio de siete, de relación”. Y Tinder y compañía son alumnos aplicados de la teoría y práctica del amor: explotan el ideal romántico – Happn se cimienta en el amor a primera vista– y, al mismo tiempo, satisfacen la necesidad periódica de encontrar pareja. Entonces, ¿acabarán estas herramien-

tas con el amor, como anticipan los agoreros? “La tecnología no genera pautas sociales. La gente ya no cree en el ‘para toda la vida’ y busca cosas más prácticas, más a corto plazo, y ahí entran estas aplicaciones”, opina Cristina Miguel, profesora ayudante en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Leeds, que está a punto de presentar su tesis sobre la intimidad en la era de la redes sociales. Roca está de acuerdo, pero añade una reflexión: “Las aplicaciones y sites de ligue cuestionan varios mitos del amor romántico. El mito del azar, del carácter fortuito del encuentro de pareja; el de la media naranja, es decir, solo hay una persona en el mundo a la que estamos destinados y a la inversa; y el del amor ciego y no calculado, ahora sustituido por la elección razonable

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e interesada”. Según Felim McGrath, analista de GlobalWebIndex, “las aplicaciones para ligar se han propagado muy rápidamente, pero las webs de contactos están muy consolidadas, así que todo parece indicar que seguirán siendo relevantes durante un tiempo”. El conglomerado IAC/ InterActive aglutina a algunas de las más importantes: OkCupid, Meetic, Match, Tinder. Si el futuro pertenece al modelo tradicional o al de Tinder, tanto da. El hábito se consolida y las personas que quieren conocer gente utilizan varias herramientas a la vez. Cuantas más opciones, mejor. Víctor (26 años) tiene un smartphone desde hace poco. Pero utiliza OkCupid desde hace un par de años. “Es otra parte del pastel”, justifica. ¿Por qué limitarse a su círculo de amigos o de trabajo? “Yo no he relegado el ligar a lo virtual. Simplemente lo sumo. Y mucha gente lo hace”. Él ahora está “quedando” con una chica a la que seguía en Twitter.


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reportaje

Paseo por el Lejano Oeste En el Far West, la tierra mítica donde los cielos corren rápido, hay indios al acecho y ‘saloons’ en cada villa. Una realidad construida a través de los westerns y sus clichés Una exposición en el Museo Thyssen revisita, a través del arte, los arquetipos que construyeron el sueño de la conquista norteamericana

A la busca. Charles Wimar pintó en 1857 la imagen mítica de los indios americanos en su obra ‘El rastro perdido’. Por Estrella de Diego EL PAÍS Si hay alguna imagen que todos atesoramos como memoria colectiva, como recuerdo compartido y pertenencia –aunque paradójicamente sea de otros–, es la del Lejano Oeste. Son los espacios abiertos, surcados por el viento y los búfalos que de una forma inesperada desvela una mañana el cielo alto de Chicago –incluso en medio de un despliegue tan portentoso de arquitectura–; nubes que corren más deprisa que la mirada; aire que sopla por un país entero, que lo atraviesa desbocado por las grandes llanuras como los búfalos, y que tarda kilómetros y kilómetros en encontrar un sistema montañoso que lo

amortigüe y lo domestique. La forma de nombrar es elocuente en Estados Unidos: hay una pequeña franja al este y otra en su extremo opuesto – California y el resto de Estados del Pacífico–. Entre medias, indómito, lleno de superficies infinitas, un lugar extraordinario: el Medio Oeste, la tierra mítica y que todos conocemos por los westerns, películas que desde la infancia nos acompañan como una imagen martilleante de la construcción de estereotipos, como ocurre en el cine de Hollywood. Es la tierra prometida para los colonos y el final de una civilización para los nativos americanos y hasta para las tierras que habitaban, ya que poco a poco los cultivos fueron domesticando las praderas inconmensurables.

De hecho, las películas del Oeste, tantas veces vistas y llenas de gags repetidos –vasos de whisky que corren por las barras; chicas “ligeras de cascos”; duelos de malos y buenos que se quedan un momento en medio del paisaje desierto a punto de sacar las pistolas, imagen congelada durante unos fotogramas…–, han ido construyendo en la imaginación colectiva el ideal de conquista que subyace en los primeros colonizadores en Estados Unidos. Blancos contra indios –vaqueros contra indios–, los westerns narran la historia desde un solo ángulo: el de los colonizadores con sus caravanas en círculo para evitar el ataque de los temibles y malvados indios, que montan a pelo y recorren las praderas sin tregua.

Porque, en efecto, a finales del Siglo XIX el Oeste estaba domesticado por completo, incluso el feroz jefe Toro Sentado aparece en varias imágenes posando en el estudio de un fotógrafo de los que colocaban a cada persona en la pose que mandaba la estricta etiqueta del Siglo XIX –el burgués de burgués, el “indio” de “indio”–. Al fondo, se adivinaba el típico decorado que hacía aún más triste la representación del anciano, en otros tiempos fiero, sosteniendo su arma por puro protocolo. De esa manera le representa la foto de D. F. Barry de 1885, que tal vez circuló en forma de postal –lo “exótico” a buen precio que tanto gustaba al XIX en sus espectáculos de tiro al blanco y sus exposiciones universales–. Esta obra y algunas otras


reportaje curiosidades maravillosas se podrán ver en la exposición La ilusión del Lejano Oeste, en el Museo Thyssen del 3 de noviembre al 7 de febrero, comisariada por el artista Miguel Ángel Blanco, quien ha tomado como punto de partida un hecho excepcional: es la única colección del país donde se pueden encontrar obras relacionadas con el tema. Pese a todos los estereotipos que se han ido construyendo entrado el XX –o precisamente por esos estereotipos de libertad que el relato desvela en la memoria–, ese Oeste vuelve a ser el mito fundacional norteamericano por excelencia. Lo es para aquellos que en los años treinta primero y en los cincuenta después quisieron “buscar América”. Hacia el Oeste se iría la mítica pintora Georgia O’Keeffe, más concretamente a Nuevo México en 1939, junto a Beck Strand, que había estado casada con el conocido fotógrafo Paul Strand. Ese lugar acabaría por convertirse en su casa durante los siguientes años y allí aprendería nuevos paisajes. Se trataba de un viaje sin el marido, el fotógrafo Alfred Stieglitz, que suele leerse como parte del mito feminista. Pero dicha partida se inscribe en la tónica de esos años, en los cuales otros habían salido de Nueva York en “busca de América”, de las raíces, de lo perdido: Hartley en 1918, Weston hacia California en 1926. Años más tarde, en los cincuenta, la beat generation impulsaría ese mismo viaje hacia las tierras con algo de prometidas en una época que no aceptaba el destino prediseñado de su país y que daba paso a nuevas invenciones que, también en busca de esa América, conocían de partida la imposibilidad de hallarla como se describía, quizá porque todo paisaje recorrido es un paisaje inventado. A esa generación pertenecerían William Burroughs, Allen Ginsberg y Jack Kerouac, con su libro En el camino, donde se cuenta la historia de un desclasado que también se esfuerza por “buscar América”, que en su caso es un lugar impreciso, una etapa en el camino de raíces contraculturales. Ambos momentos son, en el fondo, cierto retorno a la tierra prometida que ejemplifican los paisajes del Oeste, el origen despoblado e imponente que habían recorrido los prime-

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Las películas del oeste han ido construyendo en la imaginación colectiva el ideal de conquista que subyace a los primeros pobladores de EU

Guerrero nativo, Óleo del pintor George Catlin, que se especializó en la representación de nativos americanos a mediados del Siglo XIX. ros españoles, quienes llegaron a estas tierras en el Siglo XVI, dejando ejemplos de mapas que no solo dan idea de la precisión del recorrido, sino del espíritu expansionista hasta el XIX. Son esos paisajes magníficos de los cuales dan cuenta también pintores como Henry Lewis en Las cataratas de San Antonio del Alto Misisipi, siguiendo una moda muy popular entre los viajeros por América Latina, deslumbrados ante una naturaleza poderosa y desbocada, que en este cuadro concreto –de la colección del propio Museo Thyssen– muestra a un nativo mientras observa la magnificencia del panorama, reenviando al concepto de lo sublime en 1847. El paisaje de Albert

­ ierstadt –en la colección de Carmen B Thyssen– repite el esquema de los observadores frente a la naturaleza privilegiada. En la propuesta de estos pintores, a veces más bien aficionados y etnógrafos, se pone además de manifiesto la sugestiva línea divisoria entre creación y antropología que los viajeros –o viajeros por el propio país en busca de las raíces, como en el caso de Lewis– plantean. Tal es el caso también del pintor norteamericano William Henry Jack­ son cuando pinta El Gran Cañón de Arizona a principios del XX, esa naturaleza hostil de la cual hablaba la exploradora Calamity Jane en las cartas nunca enviadas a la hija: “Durante

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el mes de junio he hecho poney express rider transportando el correo de Estados Unidos entre Deadwood y Custer, una distancia de 50 millas, en una de las pistas más duras de Black Hills. (…) Estaba considerado el camino más peligroso de las colinas, pero como mi reputación como jinete y mi puntería eran bien conocidas, he tenido pocos problemas, porque los de la oficina me consideraban una persona preparada y porque sabían que siempre daba en el blanco”. Son los mismos paisajes que reproduce el western cuando forman ya parte de la historia, si bien algunos de ellos, en su potencia, no consigan ser domesticados jamás por los cultivos y el consumo, como desvela el retrato melancólico de Toro Sentado. Por eso quizá emocionan de una forma inusi­tada algunas de las representaciones que se proponen de los nativos americanos en sus propias tierras, como las de uno de los fotógrafos más potentes de la historia de la fotografía norteamericana, Edward Curtis, quien con sus retratos de fondo neutro y sus bellos rostros traspasa la idea de documento y entra en el territorio del estudio psicológico, mostrando y demostrando el orgullo de los protagonistas a su pertenencia, la que les sería arrebatada en el duro camino hasta la reserva o, incluso, hacia el estudio de un fotógrafo mediocre, incapaz de leer más allá de los estereotipos. Quizá las fotos de Curtis, sobre todo la que muestra a un nativo americano en una reserva Crow estirando una piel sobre el suelo en 1909 –cuando las tierras y los hombres habían sido devastados–, fueron las que vio Jackson Pollock, el gran pintor norte­americano, quien en los años cincuenta del siglo pasado inventaba unas raíces que le eran ajenas: “Mi pintura no sale del caballete. Prefiero colocar el lienzo sin estirar sobre la pared dura o sobre el suelo. Necesito sentir la resistencia de una superficie dura. Sobre el suelo estoy más cómodo. Me siento más cerca, más como una parte de mi propia obra porque puedo dar vueltas, trabajar desde los cuatro lados y literalmente estar sobre la pintura. Se parece al método de los pintores sobre la arena del Oeste”.


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tecnologÍa

La ilusión de Silicon Valley ANTE EL PUÑADO DE EMPRESAS CALIFORNIANAS

QUE ESTÁN TRANSFORMANDO EL MUNDO A SU ANTOJO EMERGE UN CORO DE VOCES QUE ALERTA DEL LADO OSCURO DE LA REVOLUCIÓN DIGITAL

sEdE cEntraL de Oracle en Silicon Valley, California. Por nicholas carr el PaÍS Silicon Valley, conjunto monótono de centros comerciales, parques empresariales y complejos de comida rápida, no parece un núcleo cultural, y, sin embargo, en eso precisamente se ha convertido. En los últimos 20 años, desde el mismo momento en que la empresa tecnológica estadounidense Netscape comercializó el navegador inventado por el visionario inglés Tim Berners-Lee, el Valle del silicio se ha ocupado de remodelar Estados Unidos y gran parte del mundo a su imagen y semejanza. Ha dado un vuelco a la manera de trabajar de los medios de comunicación, ha cambiado la forma de conversar de las personas y ha reescrito las reglas de realización, venta y valoración

Las herramientas de la era digital engendran una cultura de distracción y dependencia, una subordinación irreflexiva que acaba por restringir los horizontes de la gente de las obras de arte y otros trabajos relacionados con el intelecto. De buen grado, la mayoría de la gente ha ido otorgando un creciente poder al sector tecnológico sobre sus mentes y sus vidas. Al fin y al cabo, los ordenadores e Internet son útiles y divertidos, y los empresarios y los ingenieros se han empleado a fondo en inventar nuevas maneras de hacer que disfrutemos de los placeres, beneficios y ventajas prácticas de la revolución tecnológica, por lo general sin tener que pagar por ese privilegio. Mil millones de habitantes del planeta usan Facebook cada día. Alrededor de 2.000 millones

llevan consigo un teléfono inteligente a todas partes y suelen echar un vistazo al dispositivo cada pocos minutos durante el tiempo que pasan despiertos. Las cifras subrayan lo que ya sabemos: ansiamos las dádivas de Silicon Valley. Compramos en Amazon, viajamos con Uber, bailamos con Spotify y hablamos por WhatsApp y Twitter. Pero las dudas sobre la llamada revolución digital van en aumento. La luminosa visión que la gente tenía del famoso valle se ha ensombrecido incluso en Estados Unidos, un país de fanáticos de los aparatos tecnológicos. Una oleada de artículos recien-

tes, aparecidos a raíz de las revelaciones de Edward Snowden sobre la vigilancia en Internet por parte de los servicios secretos, ha empañado la imagen brillante y benévola que los consumidores tenían del sector informático. Dan a entender que tras la retórica sobre el empoderamiento personal y la democratización se esconde una realidad que puede ser explotadora, manipuladora y hasta misántropa. Las investigaciones periodísticas han encontrado pruebas de que en los almacenes y las oficinas de Amazon, así como en las fábricas asiáticas de ordenadores, se trabaja en condiciones abusivas. Han descubierto que Facebook lleva a cabo experimentos clandestinos para evaluar los efectos psicológicos en sus usuarios manipulando el “contenido emocional” de los post y las noticias


tecnologÍa sugeridas. Los análisis económicos de las llamadas empresas de servicios compartidos, como Uber y Airbnb, indican que, si bien proporcionan beneficios a los inversores privados, es posible que estén empobreciendo a las comunidades en las que operan. Libros como el de Astra Taylor The People’s Platform (La plataforma del pueblo), publicado en 2014, muestran que seguramente Internet está agudizando las desigualdades económicas y sociales en vez de poniéndoles remedio. Las incertidumbres políticas y económicas ligadas a los efectos del poder de Silicon Valley van a más, al tiempo que el impacto cultural de los medios de comunicación digitales se somete a una severa reevaluación. Prestigiosos literatos e intelectuales, entre ellos el premio Nobel peruano Mario Vargas Llosa y el novelista estado­unidense Jonathan Franzen, presentan a Internet como causa y síntoma de la homogeneización y la trivialización de la cultura. A principios de este año, el editor y crítico social Leon Wieseltier publicaba en The New York Times una enérgica condena del “tecnologicismo” en la que sostenía que los “gángsteres” empresariales y los filisteos tecnófilos han incautado la cultura. “A medida que aumenta la frecuencia de la expresión, su fuerza disminuye”, decía, y “el debate cultural está siendo absorbido sin cesar por el debate empresarial”. También en el plano personal se están multiplicando las inquietudes por nuestra obsesión con los artilugios suministradores de datos. En varios estudios recientes, los científicos han empezado a vincular algunas pérdidas de memoria y empatía con el uso de ordenadores y de Internet y están encontrando nuevas pruebas que corroboran descubrimientos anteriores según los cuales las distracciones del mundo digital pueden entorpecer nuestras percepciones y nuestros juicios. Cuando lo trivial nos invade, parece que perdemos el control de lo esencial. En Reclaiming Conversation (Recuperar la conversación), su controvertido nuevo libro, Sherry Turkle, catedrática del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), expone cómo una dependencia excesiva de las redes sociales y de los sistemas

de mensajería electrónica puede empobrecer nuestras conversaciones e incluso nuestras relaciones. Sustituimos la intimidad real por la simulada. Cuando examinamos más de cerca el credo de Silicon Valley, descubrimos su incoherencia básica. Es una filosofía quimérica que engloba una torpe amalgama de creencias, entre ellas la fe neoliberal en el libre mercado, la confianza maoísta en el colectivismo, la desconfianza libertaria en la sociedad y la creencia evangélica en un paraíso venidero. Ahora bien, lo que de verdad motiva a Silicon Valley tiene muy poco que ver con la ideología y casi todo con la forma de pensar de un adolescente. La veneración del sector tecnológico por la disrupción se asemeja a la afición de un adolescente por romper cosas, sin reparos incluso si ello tiene las peores consecuencias posibles. Por tanto, no es de extrañar que cada vez más gente contemple con mirada crítica y escéptica el legado del sector. A pesar de proliferar, los detractores siguen, no obstante, constituyendo una minoría. La fe de la sociedad en la tecnología

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como panacea para los males sociales e individuales todavía es firme, y sigue habiendo una gran resistencia a cualquier cuestionamiento de Silicon Valley y de sus productos. Aún hoy se suele despachar a los detractores de la revolución digital calificándolos de nostálgicos retrógrados o de luditas y tachándolos de “antitecnológicos”. Tales acusaciones muestran lo distorsionada que ha llegado a estar la visión predominante de la tecnología. Al confundir su avance con el progreso social, hemos sacrificado nuestra capacidad de ver la tecnología con claridad y de diferenciar sus efectos. En el mejor de los casos, la innovación tecnológica nos facilita nuevas herramientas para ampliar nuestras aptitudes, centrar nuestro pensamiento y ejercer nuestra creatividad; expande las posibilidades humanas y el poder

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de acción individual. Pero, con demasiada frecuencia, las tecnologías que promulga Silicon Valley tienen el efecto contrario. Las herramientas de la era digital engendran una cultura de distracción y dependencia, una subordinación irreflexiva que acaba por restringir los horizontes de la gente en lugar de ensancharlos. Poner en duda Silicon Valley no es oponerse a la tecnología. Es pedir más a nuestros tecnólogos, a nuestras herramientas, a nosotros mismos. Es situar la tecnología en el plano humano que le corresponde. Visto retrospectivamente, nos equivocamos al ceder tanto poder sobre nuestra cultura y nuestra vida cotidiana a un puñado de grandes empresas de la Costa Oeste de Estados Unidos. Ha llegado el momento de enmendar el error.

Poner en duda Silicon Valley no es oponerse a la tecnología. Es pedir más a nuestros tecnólogos, a nuestras herramientas, a nosotros mismos. Es situar la tecnología en el plano humano que le corresponde

La luminosa visión que la gente tenía del famoso valle se ha ensombrecido incluso en Estados Unidos.


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cultura

Incrementa Egidio Torre Cantú infraestructura cultural de Tamaulipas Bustamante, tam. El Gobernador Egidio Torre Cantú anunció la construcción de la Casa de Cultura de este municipio del altiplano tamaulipeco, como parte de las acciones en el incremento de la infraestructura tamaulipeca para la cohesión social y la convivencia familiar. Además que dignificará la iniciación artística de los niños de esa región, que anteriormente no contaban con un espacio destinado especialmente para el enriquecimiento del arte. “Nos da mucho gusto venir a convivir con ustedes, para poder inaugurar y anunciar obras de gran beneficio para esta comunidad”, expresó el Gobernador de Tamaulipas. Actualmente más de 50 alumnos acuden a clases culturales de manera improvisada en casas particulares, patios de escuela o espacios alternos. A partir de esta construcción tendrán un lugar digno para asistir a los talleres de música, danza y artes

plásticas. La Casa de la Cultura de Bustamante se distribuirá en una área de 203.51 m2 entre la dirección y vestíbulo, que funcionará como sala de exposiciones; tres aulas; y módulo de servicios sanitarios y mantenimiento. “Este edificio que tendrá todo lo necesario para que los niños y jóvenes de Bustamante se sensibilicen y sobre todo convivan todos juntos. Aquí podrán aprender todas las manifestaciones que enriquecen el arte y el espíritu”, mencionó Libertad García Cabriales, titular del Instituto Tamaulipeco para la Cultura y las Artes (ITCA). Con esta construcción se incrementa un 75 por ciento de servicios a la población. Además se suma a 25 casas construidas y rehabilitadas, y 33 equipadas en todo el Estado. De esta manera el Gobierno de Tamaulipas reafirma su compromiso por abarcar casi en su totalidad a todos los municipios de la entidad con espacios culturales dentro de la administración 2011-2016.


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