En busca de un tiempo olvidado - Liliana Fassi

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Fassi, Liliana En busca de un tiempo olvidado : un viaje a mis raíces para recobrar historias de inmigrantes / Liliana Fassi ; con prólogo de Miriam Luján Divito. - 1a ed. - Villa María : El Mensú Ediciones, 2010. 250 p. ; 21x15 cm. - (Mixturas; 1) ISBN 978-987-25748-6-4 1. Historias de Familias. I. Divito, Miriam Luján, prolog. II. Título CDD 929.2 Fecha de catalogación: 13/10/2010

Contacto con la autora: www.lilianafassi.com.ar lilianafassi@hotmail.com

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© Darío Falconi © Estefanía Belfanti © Darío Falconi © Santiago Gallardo

© Liliana Fassi © 2010 EL MENSÚ ediciones www.elmensuediciones.com.ar mensu.ediciones@gmail.com (0353) 154201252 ISBN 978-987-25748-6-4 Queda hecho el Depósito que establece la Ley 11.723 Libro de edición argentina. La responsabilidad de las opiniones expresadas en las publicaciones de EL MENSÚ son exclusiva competencia de los autores, firmantes y herederos; las mismas, no reflejan necesariamente el punto de vista del Editor ni de la Editorial. Del mismo modo la editorial no se responsabilizará por la utilización de las imágenes que pueda contener la publicación, la inclusión de las mismas, como el permiso de hacer uso de ellas dependerá de cada autor/es. Prohibida la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o transformación de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso previo y escrito de su Editor. Su infracción será penada por las leyes 11.723 y 25.446.


EN BUSCA DE UN TIEMPO OLVIDADO Un viaje a mis raíces para recobrar historias de inmigrantes

El mensú . mixturas . 01



EN BUSCA DE UN TIEMPO OLVIDADO

Liliana Fassi



A los que ya no están, pero siguen aquí…



AGRADECIMIENTOS A Miriam Divito, de quien tanto he aprendido y continúo aprendiendo, por su generosidad y estímulo permanente… A mi madre, quien fue la primera en devolverme una gran parte de nuestra historia… A mi hermana, primera lectora de mis desvaríos, por haber creído siempre que este libro sería posible… A mi esposo, por el sostén incondicional y el aliento para que siguiera adelante cuando no estaba segura de hacerlo… A Cristina Mellano, apasionada por la genealogía como yo, por sus ideas y sugerencias… A Héctor Fassi, por el interés en la historia compartida y por la ayuda con los recursos técnicos. A Estefanía Belfanti, por la sensibilidad para captar y expresar el sentido de este libro. A los que me brindaron su tiempo y compartieron generosamente conmigo sus recuerdos… A todos los que, de una u otra forma, colaboraron conmigo y me apoyaron para que este proyecto llegara a concretarse…



PRÓLOGO

La búsqueda genealógica es un espacio de experiencia que se abre desde mí mismo a los otros, de los que están en nosotros, los análogos de sangre y temperamento. Atravesamos nuestros límites para encontrarnos en un espacio de conmoción que despierta lo que hay de humano en nosotros, que apela a aceptar la totalidad de nuestro ser. También hacer genealogía es un espacio de reconocimiento de la identidad cultural y tradicional; es ver nuestra existencia en referencia a otro horizonte mayor, en un itinerario que fluye desde un origen. Memorar es bucear en una identidad integrada. Este libro propone una aproximación a tres posibles itinerarios de lectura. Remite a datos históricos y al devenir azaroso de sus descubrimientos. Recupera las voces de los otros, los recuerdos que erigen conos de luces y de sombras. También recrea literariamente sobre las fuentes recibidas, configura mundos posibles que se actualizan con verosimilitud y que confluyen en un solo sentir: recuperar la presencia de los otros en un intento de dar vida a los que ya no están. Una percepción especial, una mirada atenta se requiere para apropiarse de lo que se descubre y se dice de los antepasados. Es en los detalles, en la penetración en atmósferas e impresiones, en los pudores, temores y alegrías ante este proceso en donde reside la riqueza de esta obra. Los documentos, las narraciones evocadas desde el recuerdo, la recreación literaria son los soportes de esta obra que narra la saga de familias inmigrantes con sus gozos y sus sombras. En busca de un tiempo olvidado

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El mundo actual incita al vértigo. Este tipo de obras, minuciosa, con cierta morosidad, recupera el interés y el deseo como motores de la existencia, revaloriza los acontecimientos con sorpresa y respeto, no trivializa. Las revelaciones reales exigen tiempo porque somos esencialmente tiempo. Este texto bucea en el tiempo en un recorrido de nosotros mismos y de los demás. En estas páginas el conocimiento y reconocimiento de los antepasados de la autora remite a un cristal de nuestra historia regional y nacional y lo proyecta universalmente, donde cada hombre puede reconocerse como tal. En ello reside su valor simbólico. La remembranza por la palabra, por la memoria, teje una trama que es vida en acto que se proyecta al futuro con nuevos sentidos.

Lic. Miriam Divito

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Se hereda siempre de un secreto que dice: léeme. ¿Serás capaz de ello?” Jacques Derrida “Unos se van jóvenes, otros ancianos. Yo he vivido demasiado. Me gustaría que mis huesos descansaran en la memoria de otros”. Isabel Allende

PALABRAS PRELIMINARES

En todas las familias hubo siempre alguno de sus miembros que se hizo cargo de recoger y conservar la memoria familiar. A esa persona, algunos la podían considerar entrometida; bien mirada, era memoriosa e interesada; alguien a quien se recurría cuando se querían conocer las historias de vida de los ancestros. Hoy, a ese interés se lo enmarca en una disciplina científica y a quienes siguen este camino se los considera genealogistas, ya sean aficionados o cuenten con conocimientos más avanzados. En cualquier caso, ese sujeto avalado por conocimientos especializados, por una metodología, por recursos específicos y por la documentación pertinente ve incentivada su pasión durante el proceso y se constituye en el reservorio de los recuerdos familiares. Las motivaciones para estas búsquedas pueden ser externas –por ejemplo, conseguir la documentación para tramitar una ciudadanía- o internas y, en estos casos, pueden no resultar del todo conscientes; En busca de un tiempo olvidado

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probablemente subyace en ellas el deseo de conocernos a nosotros mismos, de conocer el origen; de comprender nuestro ser y estar en el mundo; de encontrarnos y entendernos a partir de saber algo de los que nos precedieron, en tanto la identidad se construye a partir de este conocimiento. Estas búsquedas están sostenidas por un intenso deseo de saber; un anhelo que se convierte en el motor que guía, que ayuda a sortear obstáculos y a persistir, a veces, durante largos años. Mi investigación empezó una calurosa tarde de verano –allá por enero de 2004- cuando, por casualidad, llegaron a mis manos las actas de nacimiento y matrimonio de mi bisabuelo paterno, Bartolomeo Fassi. La lectura de esos papeles fechados a mediados del siglo XIX, del otro lado del mundo, me provocó una conmoción: tenía ante mí un testimonio palpable de la vida de un ancestro que hasta ese momento había sido sólo un nombre. Un extraño, de quien había escuchado anécdotas que escasamente recordaba, parecía recobrar su voz y afirmar su vínculo conmigo. Sin que entendiera de manera consciente por qué, en ése y no en otro momento de mi existencia, se desencadenó una inquietud, un deseo, una necesidad. Empecé a preguntarme cuán atrás podía llegar rastreando a mis antecesores. Imaginé que era posible descubrir, muy atrás en el tiempo, las huellas de algunos de aquellos cuya sangre llevo. Fue emocionante tomar conciencia de que 200, 300 o 500 años atrás mi familia, distinta y en otro lugar, ya existía. Así, se fue haciendo cada vez más poderoso el deseo de reconstruir mi historia familiar. Muchos de los que están involucrados en la indagación genealógica buscan blasones y escudos familiares. En mi caso, sé que no existen personajes ilustres ni señores feudales; tampoco me interesa 16

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encontrarlos. Voy tras aquellos que inclinaron su espalda roturando la tierra, tal como lo hicieron mi padre, mi abuelo y los que los precedieron; me importa rescatar de ellos su honestidad, su trabajo, su lucha y sus sacrificios por lo que consideraban justo. De esa manera empecé, juntando los hilos que encontraba y siguiéndolos para ver adónde me llevaban. Con el correr de los años fui logrando recoger información sobre mi familia, tanto paterna como materna, aunque cada hallazgo disparó un sinfín de preguntas, de hipótesis, de dudas. En algunos casos, la información surgió con facilidad; en otros, fue necesario recorrer sinuosos caminos que muchas veces no llevaron a ninguna parte y me provocaron una desagradable sensación de frustración, a la vez que una acuciante necesidad de seguir avanzando y llegar a saber… siempre un poco más. Uno a uno, mis ancestros fueron cobrando existencia, volvieron a tener una dimensión humana. Si algo lamenté, fue haber iniciado esta búsqueda cuando ya quedaban pocos que pudieran dar testimonio: los que llegaron con su carga de esperanza y coraje, dejando su tierra y lanzándose a la ventura hacia un continente desconocido, ya no estaban. Muchos de los que escucharon sus historias, sus recuerdos, los que fueron testigos de su llanto y sus deseos de volver, también se habían ido. Al principio, contaba nada más que con algunos relatos deshilvanados y con unos pocos y borrosos recuerdos de infancia. Los que se fueron se llevaron infinidad de secretos. Mientras recorría este camino, me fui sintiendo provocada por dos impulsos: por una parte, el interrogante y el deseo de buscar respuestas acerca del por qué de esta búsqueda; me preguntaba cuáles serían las motivaciones más profundas que me llevaban a continuar a lo largo En busca de un tiempo olvidado

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de los años; por otra parte, experimentaba la necesidad, cada vez más urgente, de escribir sobre aquello que iba descubriendo. A la vez, me interrogaba de manera insistente “¿para qué sirve? ¿A quién le puede interesar?”. Y, poco a poco, en el entrecruzamiento de ideas, sentimientos y motivaciones, fue tomando forma una imagen, constituyente de una síntesis de todos ellos: lograr una producción novedosa que me permitiera satisfacer la curiosidad originaria, el impulso de crear y que, al mismo tiempo, hiciera posible ayudar a otros en el recorrido por este camino. Probablemente, una aspiración exageradamente ambiciosa. Me sumergí, entonces, en la lectura de varios textos vinculados con los motivos que llevan a los seres humanos a embarcarse en las investigaciones genealógicas. Progresivamente fui entendiendo que, en un asunto tan complejo, no se puede encontrar la explicación en una sola causa, sino en una multiplicidad de ellas. A lo largo del tiempo insumido en esas lecturas, fui construyendo y reconstruyendo hipótesis aproximativas, parciales, para explicarme este impulso de una manera que me conformara, al menos temporalmente. Podría decir que, en un plano más o menos consciente, existen razones sentimentales como las de rendir tributo a la memoria de nuestros antepasados. Dice la periodista y escritora Rosa Montero que “…nadie se acordará de la mayoría de nosotros dentro de un par de siglos: a todos los efectos será como si no hubiéramos existido. El absoluto olvido de quienes nos precedieron es un pesado manto, es la derrota con la que nacemos y hacia la que nos dirigimos. Es nuestro pecado original1.” Reconstruir la historia familiar para que aquellas 1 18

Montero, Rosa. “La loca de la casa”. Punto de lectura. Madrid, 2007.

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huellas no se pierdan, puede ser una manera de conjurar la maldición. Quienes tomaron la difícil decisión de emigrar y reconstruir su vida tan lejos de su tierra natal, sufrieron una conmoción significativa en su existencia. Su propia identidad se vio perturbada y estuvieron obligados a re-definirse a sí mismos en una tierra ajena, en una cultura diferente. Su sacrificio merece ser reconocido y recordado. Existen, además, otros motivos más profundos, menos conscientes, relacionados con la necesidad de situarse en una genealogía, de conocer la familia a la cual se pertenece para explicarse el aquí y ahora de la misma: “…en tanto el pasado se transforma en descubrimiento de una historia, es fuente, además, de legitimación; de allí la necesidad de hundirse en el tiempo, en busca de las más profundas raíces para anclar la identidad2.” En mi caso, tenía que ver, también, con la necesidad de llenar algunas lagunas existentes en la historia oficial que me fue transmitida. En todas las familias existen “emociones, fantasmas, secretos y lealtades que preceden al individuo” con los cuales es necesario “refundarse… para encontrar… un lugar en el mundo3” . A lo largo de esta búsqueda pude hacer conscientes muchos de estos fantasmas y lealtades invisibles. Parafraseando a los autores leídos, me hice cargo de escuchar y responder a esas “voces que llegan de atrás4”, y he intentado saldar 2 Imfeld, Daniel J. “Memorias de la inmigración. Relatos (auto) biográficos y búsqueda identitaria”. Congreso Argentino de Inmigración. IV Congreso de Historia de los pueblos de la provincia de Santa Fe. Esperanza, 2005, pp. 6. 3 Saraceni, Gina. “Escribir hacia atrás. Herencia, lengua, memoria”. Beatriz Viterbo Editora. Buenos Aires, 2008, pp. 15. 4

Saraceni, Gina. Op.cit., pp. 15. En busca de un tiempo olvidado

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algunas deudas del “gran libro de cuentas de la familia5”. Posiblemente también sea ésta mi manera de negociar con la muerte, la mía y la de mis seres queridos: “Mirar hacia atrás es enfrentar el espectro que nos interpela a través de su mandato, es interpretar las huellas y vestigios del pasado como una manera de responder a la pregunta sobre el yo y a la pregunta sobre el otro cuya memoria me es legada y confiada para que la haga sobrevivir a través de mí y de mi duelo por el ausente6”. El presente trabajo se inicia con este intento de explicación acerca de su origen y las vicisitudes que me trajeron hasta este punto. Para presentar la reconstrucción familiar, he optado por dividirla en dos grandes partes: la primera se refiere a mis ancestros inmigrantes; la segunda, a los que nacieron en este país. En ambas partes presento uno a uno a mis ancestros y, en referencia a cada uno de ellos, una nueva división intenta satisfacer diversas inquietudes:

Un primer capítulo -llamémosle así- donde relato los diversos caminos emprendidos y los recursos utilizados en la particular búsqueda de los datos pertinentes a cada ancestro, con la intención de que pueda servir de ayuda para otros que intentan similar trayectoria.

5 Schutzenberger, Anne Ancelie. “¡Ay, mis ancestros!” Taurus, Alfaguara. Buenos Aires, 2008, pp. 45. 6 20

Saraceni, Gina. Op.cit., pp. 20.

Liliana Fassi


Un segundo capítulo fue el resultante de “apelar a la memoria de otros7”; en él cito los testimonios, recuerdos y expresiones de varios miembros de la familia. Aquí he respetado el registro coloquial y he transcripto de manera fiel los relatos, pues considero que ello refleja mejor las contradicciones y diferencias que cada uno presenta del mismo acontecimiento, ya que es “en los saltos y los balbuceos del relato donde es posible reconocer y elaborar otras versiones del pasado8”.

En un tercer capítulo, he seleccionado un suceso, supuestamente real, atribuido a cada ancestro y lo he transformado en un relato de ficción, con la intención de llenar vacíos, de ensayar una interpretación de esos “vestigios del pasado9”, de “…poner[me] en su lugar, escribiendo en su nombre para… interpretar… [los] nudos más conflictivos e indescifrables10”. Encuentro que esta tarea fue, en algunos casos, reparadora de percepciones y vivencias dolorosas en relación con algunos “espectros” familiares11.

Finalmente, en tanto el trabajo constituye un mojón en un camino no terminado, refiero algunos hallazgos, dudas e interrogantes que quedan sin responder, además de otros comentarios que consideré interesantes. 7

Saraceni, Gina. Op.cit., pp. 30.

8

Saraceni, Gina. Op.cit., pp. 20.

9

Saraceni, Gina. Op.cit., pp. 20.

10

Saraceni, Gina. Op.cit., pp. 30.

11 Espectro en el sentido dado por Derrida, de “presencia de lo ausente, como reaparición de algo que dejó de estar pero que sigue estando”. (En Saraceni, Gina. Op. Cit., pp. 14). En busca de un tiempo olvidado

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No resulta tarea fácil la pretensión de clasificar este trabajo dentro de un género determinado. En síntesis, se trata de un intento de combinar lo personal y lo familiar con lo social; el pasado con el presente para dar algo a otros y al futuro; es dejar testimonio: “La puesta a distancia del propio pasado o del pasado familiar, para reconstruirlo, permite hacer de él una combinación compleja de historia y de ficción, de memoria y de olvido, de verdad fáctica y de preocupación estética12”. Ignoro si he logrado lo que me propuse; sin embargo, estas hojas quieren ser un sentido homenaje a aquellos que conocí y a los que no; una manera de traerlos a la vida nuevamente, de no dejar que mueran del todo. Una forma de decirles que seguirán presentes en mí y en los que, después que yo, quieran seguir este recorrido. Para que sus huellas no se borren...

12 22

Imfeld, Daniel. Op.cit., pp. 5.

Liliana Fassi


ÁRBOL GENEALÓGICO Fassi - Goy


Alejandro Fassi

Alfredo Fassi

Victoria Coassolo

Giuseppe Coassolo

Maddalena Giordana

Giovanni Battista Bertino

Margherita Borri

Bartolomeo Fassi

LĂ?NEA PATERNA

Bartolomeo Fassi

Luigia Bertino

Giovanni Battista Coassolo

Teresa Asvisio

Antonio Fassi

Michele Borri

Antonio Bertino

Giuseppe Giordana

Francesco Coassolo

Carola Bianciotto Marzialina (paternidad y maternidad desconocida) Croce

Michele Coassolo

LucĂ­a Coassolo


Clelia Goy

Ana Quaglia

Lorenzo Goy

Maddalena Turco

Giuseppe Quaglia

Mariana Garena

Giuseppe Goy

Anna Marro

Francesco Turco

María Canale

Giovanni Quaglia

Margherita Aicardi

Pietro Garena

María Cagna Vallino

Antonio Goy

LÍNEA MATERNA

María Dalmasso

Tommaso Marro

Maddalena Pellegrino

Bartolomeo Turco

Lucía Beltritti

Giuseppe Canale

Bartolomeo Aicardi Domenica Curto

Giovanni Dalmasso

Paolo Marro

Giussepe Pellegrino

Francesco Turco

Battista Rubino Ángela Garetto

Pietro Garena Ángela Borgogno

Giuseppe Garena Marianna Rubino

Bernardino Demaría

Matteo Cagna Vallino

Giuseppe Cagna Vallino María Demaría

Giuseppe Chiabotto Teresa Goy

Giussepe Goy María Giacob

Lucía Chiabotto

Giovanni Goy



Los que vinieron del otro lado del mar... 1882 - 1914

“La memoria es lo que resiste al tiempo y sus poderes de destrucción.” Ernesto Sábato “Olvidar a los muertos es matarlos de nuevo; es negar la vida que ellos vivieron, la esperanza que los sostenía, la fe que los animaba.” Elie Wiesel



BARTOLOMEO FASSI Saluzzo, Cuneo, Italia – 08/05/1845 Saluzzo, Cuneo, Italia – 18/02/1877 Ticino, Córdoba, Argentina – 15/03/1926

LUIGIA BERTINO Saluzzo, Cuneo, Italia – 24/05/1855 Saluzzo, Cuneo, Italia – 18/02/1877 Ticino, Córdoba, Argentina – 13/12/1925

2004 - 2010



EN EL PRINCIPIO FUE… Tras el rastro de un hermano

Verano de 2009… Para quien es curioso y perseverante, la investigación genealógica y la reconstrucción de la vida de los ancestros a partir de pequeños detalles, como si fuesen piezas de un rompecabezas, resulta apasionante. Sin embargo, cuando las dificultades para encontrar los datos necesarios son constantes, surge la frustración y se corre el riesgo de sentirse derrotado y desistir. Aunque los primeros documentos que tuve en mis manos -los que desencadenaron el interés por la historia de mis familiares inmigrantesfueron las actas de nacimiento y matrimonio de Bartolomeo Fassi, mi bisabuelo paterno, ésos fueron los únicos registros de esta familia que obtuve en casi cuatro años de intensa búsqueda. De los recursos disponibles en Internet, que en relación con otros miembros de mi familia me permitieron tener importantes datos, en el caso de Bartolo y Luisa, como los llamaban aquí, no he conseguido la misma ayuda. El Centro de Estudios Migratorios Latinoamericanos ha puesto en línea un banco de datos con más de un millón de nombres de inmigrantes llegados al puerto de Buenos Aires entre los años 1882 y 1920, además de alguna información personal y la fecha y el nombre del barco en el que arribaron al país13. 13 en http://213.212.128.168/radici/ie/defaultie.htm En busca de un tiempo olvidado

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En ese listado, mis bisabuelos no están presentes y, aunque es conocido que el mismo está incompleto –pues numerosos registros han sido destruidos– era también posible –y necesario tener en cuenta– que el matrimonio no hubiese ingresado a la Argentina por el puerto de Buenos Aires, sino que lo hubiese hecho por algún otro puerto del país, por ejemplo el de Rosario, o incluso por el vecino país de Uruguay. En el antiguo Hotel de Inmigrantes –hoy Museo de la Inmigraciónse conservan los registros de desembarco, gruesos tomos en los cuales se asentó la llegada de millones de pasajeros de los barcos que diariamente anclaban en el puerto de Buenos Aires. En ese archivo constataron la inscripción de los dos nombres requeridos: al parecer, mis bisabuelos arribaron en el buque “Amadeo” el 6 de enero de 1882, provenientes del puerto de Génova. Como ocurre con muchos de estos datos, los mismos deben ser tomados como hipótesis provisorias que deberán ser confirmadas o descartadas en el curso de la investigación; fundamentalmente, es necesario considerar que la existencia de homónimos puede inducir a errores. Años después de iniciada mi investigación, puedo decir que es probable que este dato sea cierto, pues algunos hechos concretos, así como ciertos testimonios heredados de viejas historias familiares, permitirían corroborarlo. Para avanzar en el conocimiento de esta pareja de bisabuelos solicité sus certificados de defunción, los cuales brindan información 32

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sobre el lugar de origen, una aproximación al año de nacimiento y los nombres de los padres14. Quien busca a sus ancestros en Italia, debe tener presente que, aunque con algunas variaciones en regiones y comunas, el Registro Civil Italiano cuenta con datos posteriores a 1867, aproximadamente. Con anterioridad a esos años es necesario orientar la búsqueda hacia las parroquias de los pueblos donde aquéllos nacieron. Si se trata de poblaciones muy pequeñas, probablemente exista sólo una parroquia, lo cual facilita la tarea, independientemente de que se reciba o no una respuesta. Saluzzo15, el lugar donde ambos bisabuelos nacieron es, en cambio, una ciudad muy antigua, en la que existen -y existían ya en siglos anteriores- numerosas parroquias. De tal modo, mi búsqueda resultaba más compleja, ya que era posible que la pareja hubiese recibido el sacramento del bautismo en parroquias diferentes y, además, que el matrimonio se hubiera celebrado en una tercera. Si esto se traslada al bautismo y matrimonio de los padres de cada uno, las dificultades aumentan exponencialmente. En esta situación, constituye un buen recurso la diócesis a la que pertenece la localidad donde se busca, en la cual –al menos en teoría- se encuentran los archivos parroquiales. Con estos datos y, una vez más, gracias a las posibilidades que brinda Internet, solicité a Saluzzo, provincia de Cuneo, región Piamonte, Italia, las correspondientes actas de nacimiento. Paralelamente, fui 14 Sin embargo, en el caso de Luisa Bertino los nombres paternos contenidos en dicho documento son erróneos, como pude constatar años después; situación que me llevó a confundir y demorar la búsqueda. Estos datos deben ser confirmados con otra documentación. 15 La comuna de Saluzzo se encuentra en la provincia de Cuneo. Está a 395 metros sobre el nivel del mar, “en una colina que domina el valle del Po, con el Monviso al fondo”. (En www.saluzzo.cn.it). Dista 32 km. de la capital provincial y cuenta con una población de alrededor de 16.800 hab. Saluzzo está hermanada con la localidad de Silvio Pellico, en la provincia de Córdoba, Argentina. 34

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entrevistando a familiares que pudieran darme la mayor cantidad posible de información referida a la llegada al país de Bartolo y Luisa, así como cualquier dato que recordaran y que me permitiera formarme una imagen de lo que fueron sus vidas desde que arribaron a la Argentina, hasta su muerte en un pueblo de la provincia de Córdoba. En todas las instituciones a las cuales uno se dirige, se pueden encontrar personas que responden atentamente las consultas realizadas (ya sea positivamente o no) en relación con la búsqueda, mientras que en otros casos no existen respuestas en absoluto, aunque los pedidos sean insistentes16. Tal fue el caso de la diócesis de Saluzzo, de la cual no recibí respuesta a cartas postales y correos electrónicos –estos últimos enviados, a veces, con una frecuencia mensual- sino hasta después de cuatro años del primer envío. Mientras esperaba que llegaran desde Italia las respuestas que me posibilitaran avanzar, continué con la reconstrucción de la historia familiar a partir de los datos logrados en las entrevistas a diversos integrantes. Desde mi infancia experimenté una sensación de extrañeza al escuchar contar que mis bisabuelos, al radicarse en la provincia de Córdoba, habían dejado en Santa Fe a hermanos de ambos, con los cuales no habían vuelto a tener contacto. Me preguntaba cómo era posible ese alejamiento y el hecho de que nadie conociera las razones del mismo y de la ulterior falta de datos en relación con ellos. Sentía un fuerte deseo de saber quiénes eran esos hermanos; en especial, aquel hermano de mi bisabuelo al que se aludía cuando era niña. De 16 Resulta obvio que esta situación complica notablemente la búsqueda o, sencillamente, la detiene. Ante la falta de respuestas, se hace imposible continuar la investigación por la carencia de datos para ello. En busca de un tiempo olvidado

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él, ni siquiera lograba conocer el nombre y fue el rastro de esa persona enigmática el que comencé a buscar afanosamente. Me comuniqué con varias personas con el apellido Fassi, cuyos datos obtuve de la guía telefónica, estrategia que no me ayudó puesto que, en el caso de los que respondieron a mis cartas, o bien pertenecían a familias que no tenían una conexión aparente, o no disponían de datos suficientes para establecerla. Finalmente, el primer día hábil del año 2009 –quinto año de mi búsqueda- recibí, de parte de la Diócesis de Saluzzo, el acta de bautismo de mi bisabuelo Bartolomeo Fassi y la sugerencia de dirigirme a la Catedral de la mencionada población para obtener el certificado de su matrimonio con Luisa Bertino, el cual no había sido localizado en los archivos diocesanos. En respuesta a mi pedido, el párroco a cargo de la Catedral me hizo saber que no tenía posibilidades de realizar la búsqueda, debido al exceso de demandas similares y a la falta de personas que pudieran abordar la tarea. Así, tanto tiempo después de iniciado este trayecto, de estos ancestros en particular cuento con poco más que aquellos documentos que constituyeron el desencadenante de la búsqueda. Y, aunque he logrado conocer algunas anécdotas en relación con ellos, los interrogantes son, hoy, más numerosos que al comienzo.

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Otoño de 2009… En relación con las actas pertenecientes a Luisa Bertino, al recibir una nota de la comuna de Saluzzo que explicaba la imposibilidad de enviarme el certificado de nacimiento solicitado, debido a una discrepancia entre los nombres paternos que yo enviaba y los que constaban allí, tuve que procurar el conocimiento de dichos nombres a partir de rastrear las actas de su hermano José17. Como en otros casos, debí averiguar el lugar y fecha de defunción para obtener los datos sobre el nacimiento –incluidos los nombres paternos- y, luego, volver a pedir los registros a Saluzzo para avanzar un pequeño paso. Finalmente, un año después de hecha la segunda solicitud, recibí un extracto del acta de nacimiento de Luisa Bertino, con su fecha de nacimiento y el nombre correcto de sus padres. En cuanto a otros Fassi, a pesar de las respuestas negativas obtenidas a mis cartas –o de la falta de ellas- traté de perseverar en mi búsqueda, pensando que en algún lugar del país, con más probabilidad en la provincia de Santa Fe, debían quedar descendientes de alguno de aquellos hermanos de mi bisabuelo o, al menos, del hermano misterioso. Así, siguiendo el rastro de una persona a otra, finalmente pude encontrar en María Luisa (Santa Fe) a quien me confirmó que su abuelo era aquel hermano. Guillermo Cavallo, descendiente por línea materna de Pedro Fassi, me devolvió esa parte de la historia familiar que me faltaba. Él me contó algunas anécdotas que le llegaron a través de su familia sobre mi “andariego” bisabuelo; también confirmó la 17 José fue, a la vez, el suegro de dos de los hijos de Luisa. Romel Fassi, nieto de una de esas hijas de José, colaboró de manera importante en esta búsqueda. 38

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existencia de una hermana de Bartolomeo y Pedro, llamada Margarita. Y, como un valioso regalo adicional, me envió la foto de Bartolo y Luisa con sus nueve hijos; foto que yo sabía que la familia había tenido una vez, pero que no había podido ver jamás. El contacto con familiares de Guillermo me permitió, además, acceder a un descendiente de Margarita Fassi. De esta manera, después de varios años sin tener resultados en la búsqueda de esta rama de mi familia y habiendo experimentado varias veces el impulso de desistir, finalmente el rompecabezas ha tomado una forma más definida y ello renovó mi ánimo para seguir demandando a Saluzzo los datos que me permitan continuar la reconstrucción familiar.

Invierno de 2010… Aunque es el sueño de cualquier genealogista, no siempre es posible realizar in situ las búsquedas de documentación; a la vez, hacerlas a la distancia, depara no pocas dificultades. Suele ocurrir que no se sepa con certeza en qué población buscar; que, sabiéndolo, los documentos estén archivados en un sitio diferente; ocurre también, con lamentable frecuencia, que las consultas y solicitudes no son respondidas. Recientemente, se pusieron en línea los libros microfilmados de numerosas parroquias de Córdoba y Santa Fe, entre otras provincias argentinas18. Esto constituye un aporte valiosísimo para todos los que 18

En: www.search.labs.familysearch.org En busca de un tiempo olvidado

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queremos seguir avanzando en la reconstrucción de nuestra historia familiar. Si bien muchos archivos no fueron incorporados todavía (y es posible que la tarea demore un largo tiempo, pues es realizada por voluntarios), sí se encuentran las parroquias de varias poblaciones donde, según los datos que he recogido, vivieron mis bisabuelos paternos. La exploración paciente de los registros de Carlos Pellegrini, Pilar y Providencia19, en la provincia de Santa Fe; de Morteros, donde están los libros de Colonia San Pedro20, en el noreste cordobés; de Villa Nueva y Villa María, desde fines del siglo XIX hasta la primera mitad del siglo XX dio como resultado el hallazgo de muchos miembros de mi propia rama familiar, como así también de descendientes del hermano de mi bisabuelo, al que tanto he buscado. Curiosamente, aunque no de modo inesperado, sólo encontré las actas de bautismo de dos de los nueve hijos que tuvieron Bartolomeo Fassi y Luisa Bertino. Sin embargo, este escaso logro permite ver que, en verdad, la familia estuvo asentada en las colonias santafesinas que me fueron reseñadas, antes de radicarse en La Palestina, en la provincia de Córdoba21. En las microfilmaciones es posible ver que algunos libros tienen un considerable deterioro; hay, además, referencias a la ausencia de 19 En la parroquia de Providencia constan los registros de bautismos, matrimonios y defunciones de habitantes de María Luisa y Ataliva, entre otras localidades. 20

Ver referencias a Colonia San Pedro en el capítulo correspondiente a Alfredo Fassi.

21 En los registros de Pilar encontré el acta de bautismo de Constancio, el segundo hijo nacido en Argentina, en el año 1884; en esa época, la familia vivía en Colonia Progreso, según refiere dicha acta. En la parroquia de Providencia se halla el acta de Francisco (n. 1886); en ese año, mis bisabuelos tenían domicilio en Colonia María Luisa. 40

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varios folios, lo que corroboraría la hipótesis del extravío de las actas pertenecientes a varios de los hijos del matrimonio, incluido mi abuelo. En tanto recorría los libros bautismales, examiné también los correspondientes a las defunciones acontecidas en esos pueblos, con la intención de dilucidar si el deceso de la hija que tuvieron mis bisabuelos se produjo durante esos años. Tampoco aquí encontré respuestas. Si la niña falleció en la Argentina, como me contaron algunos, su muerte no consta en estas poblaciones; quizás, al igual que lo ocurrido con los bautismos de sus hermanos, los folios pertinentes se han extraviado. Si es cierta la otra versión, según la cual su muerte ocurrió durante la travesía y su cuerpo fue arrojado al mar, éste será otro de los tantos enigmas que quedarán –al menos provisoriamente- sin resolver.

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LA MEMORIA DE OTROS

“... ¿qué cosas creo que recuerdo cuando, quizás, invento o imagino? Es que la memoria está hecha de fragmentos, retazos de un mundo muchas veces soñado. En el borde mismo de lo que somos, las palabras se agolpan para construirnos. Después, tal vez, sólo quede el silencio”. Fabián G. Mosello

Los recuerdos de Miguel “Bartolo y Luisa llegaron a la Argentina tres meses antes del nacimiento de mi abuelo Pedro... él nació en Ataliva y fue bautizado en Esperanza22... Cuando yo era chofer de la empresa Córdoba, más o menos en 1980 o 1982 encontré en Oncativo a un señor no vidente… él me dijo que era nieto de Augusto Fassi y me contó que, desde Italia, habían venido dos hermanos: Bartolo y su abuelo… Su abuelo se había quedado viviendo en Santa Fe… También se decía en la familia que el cura Fassi23, de Reducción, sería primo de los bisabuelos…” 22 En el acta de bautismo de Pedro puede leerse el nombre de sus padrinos: Pedro Fassi y María Bertino. Pedro nació en mayo de 1882 y la ceremonia religiosa fue realizada en noviembre. Este dato aportaría a la hipótesis sobre la posible llegada del matrimonio a la Argentina en enero de dicho año. 23 En referencia al padre Juan Bautista Fassi, párroco de la localidad cordobesa de Reducción, nacido en San Agustín (Santa Fe) en el año 1878 y fallecido en el año 1951. En busca de un tiempo olvidado

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Los recuerdos de Ángel Sobre la inmigración de la familia “…habrían venido, en primer lugar, tres hermanos... y después otros dos... mi abuelo sería uno de los primeros... creo que los otros se llamaban Agustín y Santiago o José... los que vinieron después se quedaron en Buenos Aires... ...la hija de los abuelos habría sido la mayor... creo que nació muerta o a los pocos días de nacer... Creo que mi padre (Alfredo) nació en San Pedro, en la provincia de Córdoba... Aparentemente, como su fe de bautismo se había perdido, cuando se enroló él se puso como fecha de nacimiento el 15 de agosto24... Creo recordar que había dos fotos de Bartolo y Luisa con todos sus hijos. Una la tenía mi padre y la otra alguien en La Palestina... Bartolo era narigón y, en esa foto, ya estaba pelado... Mi padre conocía a otros Fassi que vivían en Villa Nueva y que eran propietarios de campo... los había conocido cuando corría con su caballo en el hipódromo de Villa María... uno de ellos se llamaba Luis...25”

24 Los cumpleaños de Alfredo Fassi siempre fueron celebrados el 25 de diciembre, ya que él mismo decía que había nacido el día de Navidad. No obstante, en el certificado de defunción figura, como fecha de nacimiento, el 15 de agosto de 1892. 25 En 2009 conocí a miembros de esta familia. Hasta el momento no hay un parentesco reconocido; sin embargo, también ellos eran familiares del sacerdote Juan Bautista Fassi. 44

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Los recuerdos de Delfina “…Cuando Alfredo26, mi padre, murió, mis hermanas y yo quemamos sus pertenencias… había una foto del abuelo Bartolo tomada en los momentos de su agonía… también quemamos el bastón y el sombrero de papá…”

Los recuerdos de Clelia “...tus bisabuelos tuvieron una hija y nueve hijos... la nena falleció siendo pequeña... me parece que era la mayor de todos… Tu abuelo contaba que, cuando llegaron a La Palestina, él tenía ocho años... en esa época no había escuelas ahí, por eso a él le daba clases un Sr. de apellido Comba27. Sabía contar que, una vez, su mamá le dio una moneda para que ‘comprara galleta’ –refiriéndose al pan- para que comiera cuando iba a clases, pero el dueño del negocio donde compró lo malinterpretó y le vendió masitas... Cuando llegaron a La Palestina, venían en una “chata” con todos los bártulos, arreando animales. Paraban a la noche y se instalaban debajo 26 Alfredo Fassi era el 7º de los hijos del matrimonio formado por Bartolomeo Fassi y Luisa Bertino. 27 Es muy probable que mi madre esté confundida al respecto. Laura Borga dice que el maestro Luis Comba llegó a la colonia en 1919. En esa época, mi abuelo ya llevaba cinco años de casado y era padre de dos hijos. Quizás pudo tratarse de “don Bautista Turco, que durante diez años lleva a cabo esta misión… desde el nacimiento del siglo XX…” (Borga, Laura. “La Palestina Centenaria”. Colección Otras Voces, Otros Ámbitos. Córdoba, 1994, pp. 60). En busca de un tiempo olvidado

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de los carros para dormir… sobre todo, las mujeres con los chicos… los carros eran una cosa plana, con dos barandillas en las puntas… cuatro ruedas… si tenían barandillas en los costados se llamaba vagón… nosotros teníamos una chata, que tenía una lanza en la punta, y se le ponían cuatro caballos… según lo que llevaban, si eran cosas pesadas, dos de cada lado… Traían muchos caballos, porque era la herramienta que tenían para trabajar… se asentaron en el campo que les correspondía e hicieron un pozo. A un metro de profundidad empezó a brotar el agua. Durante la noche, el pozo se llenaba de sapos y otras alimañas... a la mañana, los apartaban y sacaban el agua, que dejaban asentar para usarla... En aquella época se ofrecían los campos… había ofertas por todos lados, acá eran más baratos… a lo mejor no compraron en Santa Fe porque eran más caros… el campo que compró el bisabuelo tenía trescientas hectáreas, tenía la intención de alambrarlo y criar animales... su idea era que cada hijo pudiera independizarse, él le alquilaría a cada uno una pequeña chacra... pero Juan, el hijo mayor, le pidió al padre su parte de herencia... el bisabuelo dividió la propiedad y le dio a cada uno las treinta y tres hectáreas que le correspondían... en ese momento, el hijo menor tenía alrededor de 12 años... Bartolo y Luisa volvieron a Italia enojados por la actitud del hijo... tenían la intención de no regresar... sin embargo, un tiempo después volvieron y compraron una quinta en Ticino... tu nonno los visitaba en sus últimos años... murieron pobres y solos... En el sector del campo donde nosotros vivimos quedaban, a pocos metros de la casa, en el rincón para el lado del pueblo, escombros de la casa original de la familia... 46

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Las mujeres de dos de los hijos, Juan y Constancio, eran Bertino, hijas de un hermano de Luisa, quien vivía en Santa Fe... cuando llegaron a La Palestina, Juan ya era viudo y tenía dos hijos chiquitos... yo creo que cuando murió la esposa de Juan, la mujer de Constancio se hizo cargo de los sobrinos... Siempre nombraban Esperanza, en Santa Fe… supongo que habían sido vecinos de ahí… pero qué decían… no me acuerdo… Juan tenía un peón, a quien le pedía que le espantara los patos de la laguna para tirarles. Contaban que, una vez, el peón le dijo: “patrón, ¿por qué no juntamos y embolsamos el trigo? Se va a pudrir...” y él le contestó: “¡Calláte y espantáme los patos, que para eso te pago!” …el tío Bautista construyó la casa que después compró tu nonno, junto con la parte del campo correspondiente... lo hizo cuando regresó a La Palestina, después del nacimiento de tu tío Ángel y antes del de tu papá... Otra anécdota cuenta que un vecino le vendió un toro al bisabuelo y le ofreció dejárselo más barato si iba a visitarlo. Él le contestó que prefería pagarlo más caro, pero no hacer visitas... Sabían contar también que, una vez, cuando vivían en Santa Fe, la bisabuela estaba sola en la casa con los chicos y vio pasar unos indios. Enseguida buscó un arma, con la intención de tirarles si se bajaban, pero ellos siguieron de largo... ...la bisabuela era muy devota de la Virgen... A José, el menor de los hijos, le decían “Barba Geppo”. Durante sus últimos años vivió en Tío Pujio en un ranchito, dedicado a cazar iguanas; las comía y vendía los cueros. La mujer se hizo pasar por loca En busca de un tiempo olvidado

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para que la internaran en Oliva, se cansó de la vida que llevaba, lo único que él le llevaba para comer eran iguanas… Barba Geppo murió entre los años 1979 y 1987; dos sobrinos organizaron una colecta para pagar los gastos del sepelio... fue sepultado en La Palestina... Mi abuelo tenía una quinta, que era más grande que las otras quintas… después, siguiendo la misma dirección, había otra y, después, pegada, estaba la de los Fassi… ellos se fueron a Italia para no volver más… y, después, volvieron, porque allá no se pudieron adaptar… ella, la bisabuela, extrañaba a los hijos… se vinieron de vuelta, yo creo que la quinta la compraron después, cuando vinieron de vuelta… vivieron ahí hasta que se murieron los dos… Habrán tenido una o dos vaquitas, gallinas, esas cosas… no sé, eso nunca…”

Los recuerdos de Romel “...la hija que Bartolo y Luisa tuvieron murió siendo chiquita, creo que fue aplastada por un tonel con tierra... creo que era una de los hijos menores... …Uno de los pueblos santafesinos donde vivieron los bisabuelos fue Carlos Pellegrini, también se dice que en Rafaela hay Fassi que tendrían parentesco... 48

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...José Bertino, el padre de mi abuela María, era hermano de nuestra bisabuela Luisa… de él había descendientes en El Trébol, Laspiur, Piamonte y San Jorge… José murió en San Jorge… …Tenía algún dato de que los familiares del párroco de Reducción serían parientes nuestros, tal vez primos. Mi abuelo Constancio decía que el sacerdote era familiar… mi padre llegó a conocerlo…”

Los recuerdos de Arnoldo “...la familia habría llegado a La Palestina alrededor de 1907 o 1908 cuando mi padre, que nació en 1903 en Tacurales, tenía cuatro o cinco años... traían en los brazos a José, el hermano menor de mi padre, nacido en 190528... Posiblemente, a su llegada al país, los bisabuelos habrían vivido en Sunchales... El hijo mayor, Juan, mi abuelo, nació en 1880, era italiano... …Cuando Bartolo y Luisa se fueron a Italia ya habían comprado la quinta en Ticino, donde vivieron hasta su muerte. Desde Saluzzo, mandaron una foto de los dos a su familia... Barba Geppo era considerado –o él se presentaba así- un curandero... yo creo que estaba loco...” 28 Este dato podría ser corroborado con una referencia hallada en el libro de Laura Borga: “La Palestina Centenaria”. La autora cita una información aparecida en otro libro, editado con motivo del cincuentenario de la localidad, que dice: “…en el año 1902 ya había en La Palestina 21 colonos propietarios que sembraron sus chacras y más (sic) 4 o 5 medieros…”. En el listado de dichos colonos no aparece el apellido Fassi. (Borga, Laura. “La Palestina Centenaria”. Colección Otras Voces, Otros Ámbitos. Córdoba, 1994, pp. 186). En busca de un tiempo olvidado

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Los recuerdos de Silvia “Yo he buscado mucho el acta de bautismo de mi abuelo Bartolo29 y no he podido encontrarla... se habría destruido al inundarse el sótano de la iglesia donde se conservaban... también se perdieron las actas de tu abuelo Alfredo y del tío Bautista... …mi abuelo nació en María Luisa en 1888, pero su fe de bautismo estaba en Ataliva... en este lugar, hay un índice donde está registrado un Alfredo Fassi, pero el acta no está... Bautista y Alfredo tenían poca diferencia de edad, posiblemente menos de un año... Hay una versión que dice que emigraron cinco hermanos Fassi: tres varones y dos mujeres; uno de ellos se habría casado con alguien de apellido Bravino30... otra versión dice que se trataba de seis hermanos y que uno de ellos se habría bajado del barco en Uruguay; de él se habría perdido el rastro31... no vinieron en el mismo barco, nuestro bisabuelo habría viajado posiblemente con uno de ellos; los otros lo hicieron después... La emigración de la familia se habría producido entre los años 1880 y 1890... Nuestro bisabuelo fue bastante nómada; vivieron en Providencia, en María Luisa –donde se encuentran nuestros parientes más cercanos- en Capilla Fassi y también habrían vivido en Santiago del Estero, posiblemente entre los años 1888 y 1890… también en Pilar (Santa Fe)... sin embargo, no vivieron en Esperanza, allí bautizaron a 29

Bartolo fue el 5º hijo de Bartolomeo Fassi y Luisa Bertino.

30 En mis propias investigaciones encontré un matrimonio conformado por Pedro Fassi y Teresa Bravino, cuya relación con mi familia establecí en el otoño de 2009. 31 Curiosamente, he hallado en Uruguay a una familia Fassi, originaria de Saluzzo, con una historia similar: algunos hermanos se radicaron en ese país y perdieron el contacto con uno de ellos que habría seguido su viaje hasta Buenos Aires. 50

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Pedro32... Yo he recorrido parte de esa ruta y no encontré rastros... me faltaría seguir avanzando entre Providencia y Tostado, pero no creo que aparezca nada... Cuando estuve en María Luisa conocí la casa donde nació mi abuelo, donde vivieron los Fassi cuando llegaron de Italia... ya estaba en ruinas... luego la demolieron y usaron los ladrillos para construir un polideportivo... Bartolo, nuestro bisabuelo, habría vuelto a Italia dos o tres veces... la última vez ya estaba enfermo de cáncer... se habría dado cuenta y por esa razón volvió... poco después murió... la foto del matrimonio con sus nueve hijos habría sido tomada antes de viajar de regreso a Italia... en uno de esos viajes trajo consigo a unos sobrinos... Un dato curioso: en el Juzgado Federal de Córdoba me dijeron que el primer Fassi fallecido en la provincia fue Juan Evaristo Bartolomé... sería un primo de nuestro bisabuelo... La familia de Capilla Fassi33 sería descendiente de otra rama de primos que vinieron junto con ellos... Es notable la repetición de nombres… en mis investigaciones de la familia encontré que había dos hermanos que se llamaban de la misma forma: Juan Bautista; el mayor de los hijos, a quien llamaban Juan. El que era llamado Bautista también tenía el nombre Juan... En el cementerio de Saluzzo hay sepultados una gran cantidad de hombres llamados Bartolomeo Fassi, lo cual dificulta la búsqueda... 32 Esto contrasta con los recuerdos que tengo de mi infancia, en que se decía que la familia provenía de la localidad santafesina de Esperanza y que mi abuelo había nacido allí; este fue el lugar donde comencé la búsqueda de los registros pertenecientes a mi abuelo Alfredo. 33

En otra parte de trabajo hago referencia a esta familia. En busca de un tiempo olvidado

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Creo que las respuestas a todas las dudas de la migración de los Fassi hacia la Argentina están en Italia...”

Los recuerdos de Víctor “...Mi hermana Luisa siempre cuenta que los abuelos venían con dos hijos: Juan y una hija que falleció... En el puerto, Bartolo no encontró su pasaporte... o algo así... y no pudo viajar con su esposa y los hijos, sino que viajó en otro barco... llegó cuarenta días después... Francisco, mi padre, nació el 3 de agosto de 1886 en María Luisa... Sabían contar del viaje de Santa Fe, mi papá era chico en ese tiempo. Contaban las peripecias que habían pasado… el gauchaje se arrimaba… claro… ellos traían muchos caballos… traían tres o cuatro carros… y, una noche, dice que se revolvían los caballos, se movían, no estaban tranquilos… viajaban de día y de noche acampaban… y se arrimaron… y resulta que estaban tres o cuatro gauchos acostados arriba de los caballos para que no los vieran… y querían apartar caballos… les tiraron dos tiros y ¡salieron!34... Ellos venían cruzando campos, no sé en qué época. Venían derecho a La Palestina, después compraron campos ahí… A mi viejo no se le caía el revólver… tiraba como… pescaba con el revólver, sacaba cantidades… como tirador, si fuera ahora, sería un 34 Dice Fernando Devoto que el bandolerismo rural estaba tan extendido y “la presencia del Estado era tan escasa y poco confiable, cuando no cómplice de la actividad de los maleantes” que los colonos no tenían más remedio que manejar un arma con la misma pericia que el arado. (Devoto, Fernando. “Historia de los italianos en la Argentina”. Biblos. Buenos Aires, 2008, pp. 116). 52

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campeón… de chico, la pasión de él era cazar, los otros iban al baile y él compraba cartuchos para ir a cazar… tiraban muchos tiros, antes… practicaban… En Hernando vivía un Francisco Fassi, primo hermano de mi padre (llamado igual)...35” …Mi padre decía que el cura Fassi, de Reducción, también era pariente… Todos los hijos de los abuelos tenían un apodo: Juan (Yan), Pedro (Pietro), Francisco (Quin, mi padre),Constancio (Tancho), Bartolomeo (Bartolo), Bautista (Battista), Alfredo (Chafrá, tu abuelo), Antonio (Toni), José (Geppo)36.” Barba Geppo estaba loco; había cavado una cueva en un camino hondo y allí atendía a la gente, decía que curaba… la mujer se hizo pasar por loca para entrar a Oliva y terminó trabajando como enfermera…”

Los recuerdos de Luisa37 “El abuelo era tan bueno… nosotros lo seguíamos… caminaba medio encorvado, no era muy alto… la abuela sí, era alta… era mala, nos sacaba corriendo de todos lados… nosotros éramos chicos… de los 35 Los contactos establecidos con descendientes de dos personas llamadas Francisco Fassi en Hernando (una de ellas mi homónima) permitieron comprobar que no tienen relación con nuestra familia. Por otra parte, aún me falta localizar a descendientes de Juan (primer hijo de Bartolo y Luisa) que vivían en Hernando. 36 Los apodos están escritos de manera aproximada a la fonética del piamontés por lo que, seguramente, tienen importantes errores. 37 edad.

En ocasión de nuestra entrevista, en diciembre de 2009, Luisa tenía 96 años de En busca de un tiempo olvidado

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hijos, mi papá era alto… el tío Alfredo también… la abuela era alta, el abuelo no… yo era chica, no me acuerdo mucho… El abuelo se había enfermado, hacía meses que estaba en la cama… gritaba como un cordero… la abuela lo cuidaba… un día la encontraron muerta, estaba en el suelo y el abuelo se había caído arriba de ella… No me acuerdo cuándo fueron a La Palestina… yo era chica, no me acuerdo… el abuelo le dio a cada hijo su campito… Me parece que contaban que a la nenita que tuvieron los abuelos la encontraron muerta en el campo… no me acuerdo… La última vez que lo vi a tu papá, él tenía 12 años… después nos vinimos a Buenos Aires y no lo volví a ver…”

Los recuerdos de María “A la Argentina, los abuelos vinieron con el tío Juan y mi padre que estaba en el vientre… vinieron con el tío Pedro. Yo recuerdo que mi papá38 decía que tenía un tío que se llamaba Juan Bautista, que había nacido en mil setecientos y algo y que era cura. Decía que murió en mil ochocientos y pico… …a tu abuelo le decían ‘barba Chafrá’ y a tu papá ‘Lando’…”

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Pedro Fassi, segundo hijo de Bartolo y Luisa.

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Los recuerdos de Guillermo “Yo soy nieto de Pedro, el hermano de tu bisabuelo… yo llegué a conocer los nombres de dos de sus hermanos: Bartolo –casado con Luisa Bertino- y Margarita Fassi de Boglione, quien vivió en Colonia Susana… En Rafaela hay descendientes de Margarita… Tus bisabuelos estuvieron un tiempo viviendo en el Chaco, pero no les gustó y se volvieron a María Luisa… tu bisabuelo era muy andariego… mi abuelo le dijo que comprara un campo y se quedara en María Luisa, pero él le respondió que no le gustaba, así que cargaron sus cosas en un vagón y se fueron… También vivieron en Ataliva, o un paraje que le pertenece –Galisteo- y posiblemente también en Pilar, en la provincia de Santa Fe. Luego se fueron a Córdoba… Creo que en la iglesia de Providencia –vecina a María Luisa- hay bautismos de hijos Fassi-Bertino… tus bisabuelos fueron padrinos de Pedro, uno de mis tíos… Mi abuelo Pedro compró su campo en María Luisa en el año 1892. Me llama la atención que, entre esa fecha y 1910, el campo cambió de dueños. En 1910 volvió a comprarlo mi abuelo… En mi casa se decía que a los Fassi había que buscarlos para el lado de Córdoba… Localicé una foto de Margarita Fassi con su familia… también una foto con unas cuarenta personas, en la que dice al dorso: ‘familia de Ana Racca y Francisco Fassi, Colonia Las Tres Esquinas, Estación Ranquel, provincia de Córdoba’… me pregunto quiénes serían… En busca de un tiempo olvidado

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Se decía que también los Gentile eran parientes de los Fassi… en el censo de 1895, a continuación de Margarita Fassi hay una familia Gentile, con hijos de edad parecida a los de ella… Cierto Juan Fassi, descendiente de Bartolomeo, solía venir de Córdoba a visitar a mi abuelo… un tío mío había ido una vez a una localidad de Córdoba llamada General Cabrera, a comprar un reproductor y allí se había encontrado con un Fassi que, entiendo, era del lugar… Una nieta del tío Mateo me comentó que la abuela le decía que la hija de Bartolo y Luisa falleció durante la travesía y fue arrojada al mar…”

Los recuerdos de Rita39 “Mateo Fassi, mi marido, tenía caballos de carrera y también los tuvo mi hijo, Oscar… ahora ya no los tiene más… mi marido era socio del hipódromo y sabía juntarse con un Fassi de La Palestina que traía caballos a correr acá…40 ...me acuerdo que mi suegro Domingo iba a visitar a un Fassi de La Palestina, pero no sé cómo se llamaba… la llevaba a mi suegra… 39 Rita de Fassi pertenece a una familia contactada recientemente; el vínculo con ella parece ser el sacerdote de Reducción, Juan Bautista Fassi, con quien ambas familias reseñan un parentesco. 40 Según testimonios de distintos familiares, el único de los Fassi de La Palestina que tenía caballos de carrera era mi abuelo Alfredo. 56

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…Había un Fassi que también se llamaba Domingo, que trabajaba en una estación de servicio… creo que era primo de mi marido… …El padre Juan Bautista Fassi era sobrino de mi suegro… el cura tenía un hermano que también era sacerdote, ése estaba en San Francisco… cuando murió mi suegro vinieron varios curas al sepelio… …En nuestra familia también hay una Liliana Fassi, ella vive en Buenos Aires…”

Datos aportados por Héctor “Estuve buscando en Internet… encontré que, en el primer censo de Santa Fe, el de 1887, hay un Bartolomeo Fassi de 25 años… También encontré, no sé dónde, algo notarial… no entendí muy bien… sobre una operación, no sé si compra, venta u otra cosa, de Saluzzo, de 1660 y pico, a nombre de un Bartolomeo Fassi… Un dato que obviamente manejarás es que era tradición ponerle Bartolo(me) al varón mayor… mi papá cuenta que, en La Palestina, en un tiempo había más de seis “Bartolo Fassi”, a los cuales identificaban con apodos… “el Lungo”, “el Pasuco”, “Bartolito”... en la familia de mi papá, tío Anselmo tenía como segundo nombre Bartolo… o Bartolomé, no sé... Mi papá habla el piamontés, pero no mucho, ya que, cuando las hermanas mayores eran grandes, insistieron para que a los menores (mi papá y tía Edia) se les enseñara a hablar “la castilla”… todos los anteriores aprendieron a hablar en piamontés… En busca de un tiempo olvidado

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Mi papá dice que un tal Francisco Fassi, de Hernando, es primo hermano de su papá, de tu abuelo…41 …mi papá no se acuerda mucho de sus abuelos, ya que él es de los más chicos… lo único que siempre recuerda que contaban era que los hijos, cuando iban a visitarlos, les llevaban una damajuana de vino… claro, con tantos hijos, se acumulaban las damajuanas... pero ellos siempre tomaban el vino más viejo, ¡que estaba agrio, ya! …así que siempre tomaban vino agrio, hasta que el hijo Juan una vez fue… ¡y les tiró todo el vino!”

Datos aportados por Cristina “En Villa Giardino existe una calle que lleva el nombre Agustín Fassi. Se trata de uno de los intendentes de la década del 60, considerado como uno de los mejores y más activos que tuvo la población. Era soltero y todavía vive en el pueblo un sobrino-nieto… Habría algún familiar relacionado con él en la localidad de Sarmiento, en la provincia de Córdoba...42”

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En Nota al pie nº 35 refiero los datos que pude encontrar al respecto.

42 En mis investigaciones he establecido contacto con una homónima de mi hermana, residente en la localidad de Frontera (Santa Fe), quien refiere ser sobrina y ahijada de Agustín. También en esta familia hay una importante cantidad de nombres similares a los de la mía. 58

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QUIZÁS SUCEDIÓ ASÍ... “Fantasmas del malón”

Era un día igual a tantos otros. Promediaba la mañana y Luisa llevaba levantada muchas horas. Aunque el sol brillaba a pleno, el aire todavía estaba fresco. Sin embargo, el insistente crujir de las cigarras auguraba una tarde calurosa. Una gran olla ennegrecida, colgada sobre un fuego improvisado en el patio, hervía lentamente su contenido de carnes y legumbres, difundiendo un sugestivo aroma. A la sombra de los árboles la robusta mujer, el cabello recogido en un ajustado rodete en la nuca, las mangas de la blusa oscura arremangadas por encima de los codos, las manos enrojecidas y callosas por las duras tareas cotidianas, procedía al lavado de la ropa familiar. Sumergía cada prenda en el agua, la frotaba con el jabón que ella misma había fabricado, refregaba con fuerza sobre la tosca tabla de madera, estrujaba, revisaba el resultado de su trabajo y empezaba nuevamente en un ciclo interminable. Sus cuatro hijos estaban cerca, ocupados en las tareas que les había encomendado, aunque eso no les impedía jugar y hacerse bromas unos a otros. Entre los ocho y los dos años, sólo Juan había nacido en Italia. Prefirió no pensar en la única niña que habían tenido, también nacida en su patria y que había fallecido de manera trágica. Hasta ese momento, “la Mérica” les había quitado mucho y les había dado menos de lo prometido. En busca de un tiempo olvidado

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Pedro, con una canasta colgada del brazo, recorría los alrededores de la casa buscando los nidos donde las caprichosas gallinas hubiesen depositado sus huevos, cada día en un lugar distinto, como queriendo desafiar el ingenio de quien estuviera encargado de descubrir su tesoro. Francisco, con una escoba vieja, barría el patio y recogía hojas y ramas que luego quemarían en una gran fogata. Para los niños era una atracción saltar alrededor de las llamas, fiesta posible en cualquier época del año, no sólo durante la noche de San Juan. El pequeño Constancio deambulaba cerca de su madre, observando entre curioso y divertido el correteo de sus hermanos, quizás anticipando alguna travesura. En la huerta, a unos cuantos metros de distancia, Juan preparaba la tierra para la siembra de verduras de estación. Quitaba uno a uno los yuyos intrusos que crecían en los cuadros donde frutas y hortalizas maduraban en una explosión de colores y fragancias. De pronto, corrió hacia el lugar donde estaba su madre, mientras gritaba: —¡Madre! ¡Por el camino vienen cuatro hombres a caballo! ¡Parecen indios! Luisa se secó las manos en el delantal que rodeaba su gruesa cintura, nuevamente habitada y llamó a los niños mientras se dirigía presurosa hacia la casa: —¡Francisco, Constancio, rápido, adentro! ¡Cierren la ventana! ¡Pedro, trae la escopeta! –ordenó a la vez que elevaba una silenciosa plegaria a la Virgen y deseaba con toda su alma que Bartolo estuviera allí. Su esposo y otros colonos que vivían en las cercanías habían partido antes del amanecer rumbo a la estación de ferrocarril más cercana, a 60

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fin de cargar el trigo vendido, con destino al puerto de Rosario. Las condiciones en que arrendaban su campo no eran buenas y no habían prosperado como lo habían soñado al emigrar de Italia, pero habían descubierto que uniéndose entre varios “compaesanos” podían obtener un mejor precio por la parte que les quedaba de las cosechas. —¡Rápido! ¡No se asomen! La mujer y sus cuatro hijos se encerraron en el pequeño rancho. Constancio, de sólo dos años, se aferraba asustado a sus faldas negras. —¡Estén callados! -insistió la madre-. Si ven la casa cerrada y no escuchan voces pensarán que no hay nadie y seguirán su camino. Mientras decía esto, Luisa recordó la ropa colgada y el tonel con prendas en remojo. Difícilmente quien los viera pensaría que no había personas en la casa. El humo de la leña quemándose y el olor de la comida que estaba preparando también ayudaban a intuir la inmediatez de una presencia humana. Los niños percibían la tensión y la angustia de su madre y esto los mantenía inquietos. Francisco empezó a llorar. —Mamá, tengo miedo –dijo Constancio con voz temblorosa-. Si papá estuviera aquí… —¡Shhhh! ¡Callados! ¡No hagan ruido! Su padre no volverá hasta la noche. Ahora tienen que estarse quietos. También ella deseaba que su esposo estuviera en la casa. Aunque siempre había sido fuerte, los pocos años pasados en esta tierra la habían endurecido todavía más. No era la primera vez que tenía que afrontar sola con sus hijos una situación de peligro. Por la pequeña abertura que había dejado en la ventana del frente vigilaba a los jinetes que se acercaban al paso de sus caballos cansados. En busca de un tiempo olvidado

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El arma en sus manos le hacía aparentar mayor seguridad de la que sentía, aunque para defender a sus hijos y su casa estaba dispuesta a recibirlos a balazos si se atrevían a desmontar. Le sorprendía que llegaran hasta allí; se sabía que los indios que quedaban en la provincia estaban muy al norte. Incluso el año anterior, cuando el juez de paz los había censado, les había contado que los salvajes no iban a aparecer en el censo porque no trabajaban la tierra; dedicados sólo a cazar y pescar, no eran productivos para el país. ¿Qué sería lo que los había traído tan lejos? A medida que se iban acercando, Luisa pudo divisarlos mejor. Tres de ellos parecían muy ancianos, los rostros surcados de arrugas y resecos por el sol, uno con visibles cicatrices de viruela, avanzaban encorvados sobre sus caballos tan flacos y sucios como sus dueños. El cuarto se veía joven y musculoso; tendría, quizás, unos veinte años, aunque no le resultaba tan fácil calcular la edad de un indio como la de sus compatriotas. Los cuatro se veían cansados y cubiertos de tierra. Vestidos con bombachas al estilo de los gauchos, descalzos y con las camisas harapientas, en nada se parecían a los bravos guerreros que antaño asolaban las pampas. El pelo negro y duro que les llegaba hasta los hombros, una vincha de colores vivos ajustada sobre la frente y una larga lanza usada para cazar algún animal salvaje que les procurase la comida diaria constituían los pocos símbolos que conservaban de su raza. Los minutos parecían prolongarse mientras la mujer y sus hijos esperaban silenciosos, conteniendo la respiración, a la expectativa de cualquier acción de los jinetes. Los niños estaban tan atemorizados que no se atrevían a moverse; las historias de malones que habían 62

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escuchado solían poblar de pesadillas las noches de Juan y de Pedro. Aunque ellos no los habían vivido, los vecinos más ancianos solían recordarlos y los chicos imaginaban sin dificultad las nubes de tierra levantada por centenares de indios lanzados al galope, aullando ferozmente mientras se dirigían hacia una vivienda, ocultos al costado de sus cabalgaduras para disimular su número. Sabían de las atrocidades cometidas, los robos perpetrados, las casas incendiadas, los hombres ensartados en las lanzas, las mujeres y niños robados y desaparecidos para siempre en las tolderías. Francisco y Constancio aún eran demasiado pequeños para comprender la crudeza de las historias narradas, pero no dejaban de percibir la angustia de los mayores. Lentamente, los cuatro indios fueron acercándose. No hablaban entre sí y cuando pasaron frente al rancho apenas le dirigieron una mirada desinteresada. Eran desvaídos fantasmas de una raza vencida. Poco a poco, Luisa se fue tranquilizando, aunque permaneció todavía un largo tiempo vigilante, con la escopeta preparada por si acaso se les ocurriera volver atrás. —Está bien –dijo al fin-. Ya se fueron. Vengan, volvamos al patio. Pero, al aflojar la tensión que la había sostenido hasta ese momento, una contracción endureció su vientre. Su hijo, allá adentro, le hacía saber que él también se había sentido en peligro. —Vamos –susurró Luisa acariciando su cintura- tranquilo, todavía no es tiempo.

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MARCELLINA CROCE ¿? - Italia - ¿? ¿? - Italia - ¿? Villa María, Córdoba, Argentina – 01/05/1951

VITTORIA COASSOLO Cantalupa, Torino, Italia - 23/03/1897 Hernando, Córdoba, Argentina – 01/04/1915 Villa María, Córdoba, Argentina – 09/02/1968

2006 - 2008



EN EL PRINCIPIO FUE… La nonna italiana y el árbol trunco

Verano de 2008… Las nuevas tecnologías ponen a disposición de los usuarios gran cantidad de información. Muchas veces, los datos que se buscan están ahí; la condición es saber mirar. Cuando en los inicios de esta búsqueda descubrí una página que brinda los nombres y algunos otros datos de los inmigrantes llegados al puerto de Buenos Aires43 me sentí entusiasmada. Sin embargo, a poco de buscar, la frustración fue creciendo al encontrar a algunos homónimos de mis ancestros pero no a aquéllos que yo quería. Los mismos nombres, pero otras fechas de arribo, otras edades, otro estado civil. En el caso de mi familia paterno-materna, había sólo una Marcellina Croce, cuyos datos parecían compatibles con los de mi bisabuela. No obstante, yo sabía que ella había venido a la Argentina siendo ya viuda, huyendo de la primera guerra mundial y trayendo consigo a sus tres hijos menores. Pero mi “nonna” Victoria no estaba allí; tampoco sus hermanos. ¿Cómo era posible? 43 Como mencioné en otro lugar, se trata de http://213.212.128.168/radici/ ie/defaultie.htm. Es un “banco de datos que contiene 1 millón veinte mil fichas aproximadamente que corresponden a italianos que llegaron a Buenos Aires entre 1882 y 1920. La información procede de las listas de desembarque (Registro general de los inmigrantes y Lista de inmigrantes).En Argentina el trabajo ha sido realizado por el Centro de Estudios Migratorios Latino Americanos”. (Citado en la página mencionada). En busca de un tiempo olvidado

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Durante varios meses recorrí una y otra vez los listados sin encontrar nada que me permitiera ver una luz. Parecía que casi todos mis antecesores habían aparecido súbitamente en la Argentina, sin que pudiera detectar cómo ni cuándo. Años después, a raíz del comentario de un iniciado en la misma búsqueda y como muestra de que las ideas lo suficientemente motivadoras siguen incubando inconscientemente aunque parezcan olvidadas, retomé la exploración, esta vez introduciendo el apellido materno. ¡Y allí estaban! ¡Allí habían estado siempre, sólo que yo no había sabido ver! Allí estaban mi querida “nonna Victoria” y sus hermanos más pequeños: Oreste y Mario, todos con el apellido Croce. La laboriosa revisión del extenso listado me permitió corroborar que eran los únicos Croce llegados en el Re Vittorio, el 24 de setiembre de 1914, cuando la guerra en Europa apenas había comenzado e Italia todavía permanecía neutral. La hipótesis acerca de la identidad fue confirmada por una experta en estos temas, quien aseguró que era frecuente que cuando llegaba una madre sola con sus hijos, ya fuera viuda o porque su esposo había emigrado con anterioridad y esperaba a su familia en el país, los niños figurasen en el pasaporte con el apellido materno. En el caso de esta abuela, me ocurrió algo similar a lo que pasó con mis bisabuelos provenientes de Saluzzo. Conocí cuál era su lugar de nacimiento a partir de las actas de defunción y de matrimonio –este último efectuado en el país pocos meses después de su llegada-. Los mails y cartas insistentemente enviados a la comuna y a la parroquia de

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Cantalupa44, de donde provenía, no tuvieron jamás respuesta alguna. De modo que intenté una estrategia diferente: habiendo encontrado en la guía telefónica de esa población un largo listado de personas con el apellido Coassolo, dirigí una carta en mi desastroso italiano a una de ellas, elegida sólo por tener el mismo nombre que un miembro de la familia. Esta carta permaneció varios meses sin respuesta. Cuando ya había desistido de esperarla (en realidad ignoraba que la misiva había seguido un intrincado recorrido) recibí un regalo inesperado: un familiar del destinatario me envió una apreciable cantidad de registros parroquiales pertenecientes a mis ancestros Coassolo, siguiendo la línea paterna45; registros que se remontaban hasta 1809. Lo llamativo de esto es que este generoso benefactor no forma parte de mi rama familiar, aunque lleve el mismo apellido. Sí comparte mi interés por la genealogía. Y, un dato más que aporta a la idea de que en la realidad ocurren cosas más extrañas que en la ficción: me envió ese tesoro sorprendente a través de una persona con quien tiene una relación laboral, aprovechando su visita a la Argentina. Esa persona resultó ser una antigua conocida de mi familia, emigrada a Italia hace años. Así, sorpresivamente, cuando ya renunciaba a seguir, pude avanzar un siglo en el conocimiento de una parte de mi familia paternomaterna. 44 Cantalupa se encuentra a 30 km. de distancia de Torino, la capital provincial, y a 8 km. de Pinerolo. Cuenta con una población aproximada de 2.400 habitantes; su superficie es de 11 km2 y se halla al pie de los montes Tre Denti y Freydour. 45 70

Me resta investigar, aún, los apellidos surgidos por línea materna.

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En cuanto a mi bisabuela Marcellina Croce, viejas historias familiares refieren que creció en un orfanato, lo cual fue confirmado por las actas de bautismo de mi abuela y sus hermanos. En ellas, mi bisabuela aparece como nativa de Cavour, proveniente del “ospizio di Pinerolo”. Los correos enviados a la comuna de Cavour y al Archivo Histórico de Pinerolo, con la intención de obtener alguna posible información, no tuvieron respuesta. De esta bisabuela desconozco la fecha de nacimiento y sólo puedo suponer que su nombre y apellido le fueron dados a su llegada al orfanato. Aquí pierde sentido la búsqueda de personas con el apellido Croce o de cualquier otro dato relativo a su origen; me queda la imagen de un árbol trunco y una gran cantidad de preguntas sin respuesta.

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LA MEMORIA DE OTROS “Hay hechos que son recuerdos de todos y la memoria de otros nos ayuda a evocarlos”. Beatriz Bolsi de Pino

Los recuerdos de Clelia “...tu abuela Victoria llegó a la Argentina siendo adolescente, con su madre y hermanos, después de la muerte del padre… escapaban de la guerra… La bisabuela Marcellina era la segunda esposa... cuando ella y los hijos más chicos vinieron a la Argentina, Medina, la hija mayor, ya se había casado y vivía acá, en la zona rural de Dalmacio Vélez. Antes, vivieron en San Luis, en una zona muy inhóspita. En las cartas que le mandaba a la madre nunca le contó que era un lugar tan feo... decían que vivían en un rancho con paredes de barro y que las víboras se deslizaban por los huecos de las paredes... la tía Medina decía: ‘yo nunca le dije a mi mamá que acá era tan feo’… y la pobre vieja se vino con todos los hijos… …se decía que la bisabuela era hija de una maestra, que la tuvo de soltera y la dejó en un orfanato... tu papá y tu tío no la querían, porque decían que les tiraba los zuequitos cuando se enojaba... …contaban que, durante un tiempo, la nonna Victoria fue a la escuela en Francia… deben haber vivido ahí en algún momento… supongo que en Italia también debe haber ido a la escuela… una vez 72

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escribió al Consulado para saber de la familia… o algo así, no me acuerdo bien… y le mandaron todo explicado desde allá… debe haber sabido escribir más o menos bien… el castellano lo “chapurreaba”… ella era muy inteligente… creo que escribía en castellano y, si no sabía algo, preguntaba… creo que al principio que estaba acá escribía cartas, pero después fue dejando… Se decía que Oreste y Mario habían fabricado un avión y por alguna razón se pelearon... Oreste y su esposa se fueron entonces a vivir a Trelew, después volvieron a Villa María... Había un mecánico en el boulevard Vélez Sarsfield… eran parientes… eran un hombre ya grande y el hijo… eran Coassolo… cuando tus nonnos ya vivían en Villa María habían ido a verlos para saber si eran parientes… parecía que sí, pero nada más, no sé si después siguieron viéndose… A la bisabuela no la conocí… me acuerdo cuando tu nonna volvía del velorio, me parece que la veo… ella cruzaba la plaza… nosotros no éramos novios todavía, tu papá estaba en el servicio… ella cruzaba la plaza porque, en ese tiempo, vivían al frente de la plaza, en la casa de los Quaglia, que había sido la primera escuela… ellos alquilaban dos o tres piezas… de eso me acuerdo… lo único… pero yo no la conocí...46 No hay ninguna foto de ella, de cuerpo entero, yo no me acuerdo de haber visto ninguna foto… Decían que sufrió mucho, porque quedó viuda cuando los chicos eran chicos todavía… que fueron a vivir a Francia… ella debe haber ido a trabajar en casas de familia… 46 Encuentro una discrepancia entre la fecha de la muerte de Marcellina, ocurrida en 1951, y el testimonio de mi madre, según el cual mis abuelos se trasladaron desde el campo al pueblo en el año 1952. 74

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El tío Carlos vivía en Villa Nueva, era hijo de la primera esposa del padre de la nonna… lo único que me acuerdo es que, cuando murió él, vinieron todos y yo me quedé sola, con tu hermana, en la casa de los nonnos, en la casa del pueblo… tengo una foto que sacamos antes de salir… venían al velorio, pero volvieron a la hora de cenar… a lo mejor, habrán venido al entierro, nada más… era de Villa Nueva… Cuando los nonnos vinieron a vivir acá, a Villa María, el hijo del tío Carlos venía siempre a visitarlos… debe haber sido el único hijo que tuvo… no sé… ”

Los recuerdos de J.47 “De los hijos que mi abuelo Juan Bautista tuvo en su primer matrimonio (con Margarita Martoglio) Giuseppe murió en la guerra de Abisinia... tuvo otros hijos cuyos nombres eran Carlos –mi padre-; Teresa; otra mujer posiblemente llamada Cecilia... otros dos nombres eran Teodoro y Esteban; en este caso, no hay seguridad si se trata de la misma persona o de dos hijos... Mi padre nació el 14 de abril de 1883. Él vino a la Argentina en 1905 a vivir con su tío Joaquín, quien ya estaba radicado en Rafaela... no hay datos de lo que ocurrió con las mujeres... 47 J. era descendiente de uno de los hijos del primer matrimonio de mi bisabuelo Juan Bautista Coassolo. Falleció algunos meses después de nuestra entrevista. Al no poder contactar a sus familiares para solicitar la autorización para hacer público el contenido de nuestra entrevista, considero adecuado reservar su identidad. En busca de un tiempo olvidado

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Juan Bautista era albañil y murió en Italia entre los años 1910 y 1914, tuvo un accidente… se cayó de un andamio... tu bisabuela Marcellina era su segunda esposa, ella vino a este país mucho después, con sus hijos...”

Los recuerdos de Cristina “A la nonna Victoria la recuerdo petisa y regordeta… con anteojos, canosa, blanca (o grisácea)... muy dulce… Recuerdo los domingos en la cocina de la casa de los nonnos, una reunión de mujeres (las tías Marcela, Delfina y Luisa, mami, yo y la nonna)… porque los hombres partían para el hipódromo después de un exquisito asado que hacía el nonno… Cuando volvían del hipódromo, a veces contentos y a veces no tanto, emprendíamos el regreso al campo con la ‘chatita’, una Chevrolet modelo ‘27, azul… …la nonna hablaba en piamontés (no siempre, supongo que cuando hablaban algo que no querían que todos entendiéramos; lo mismo hacían con el nonno) con los hijos quienes, además, no la tuteaban y le decían ‘mamá’… Una vez le pregunté si también lo escribía y me contó que, cuando recién vino de Italia, escribía cartas a sus familiares en Italia y las recibía y leía en piamontés (ellos decían italiano, para mí por mucho tiempo fue lo mismo) pero me confesó que, al dejar de hacerlo, se había olvidado de escribir, aunque no de leer. Creo que en castellano escribía, no sé cómo lo habrá aprendido… …me acuerdo de la tía Medina, que era muy parecida a la nonna pero 76

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me parece que más rubia. Y también era muy dulce y amorosa como eran todas sus hijas. Y tenía como muletilla ‘tonce dispues’. Hablaba y a cada rato repetía ese dicho…”

Algunos documentos de Medina Entre algunos de los documentos que Teresa, una de las hijas de Medina, aún conservaba en diciembre de 2006, se encontraba un “Registre d’immatriculation - Application de la loi du 8-8-1895” que expresaba que Maria Medina Margherita Coassolo, nacida el 19-061895, llegó a Saillans (Francia) el día 3-3-1909 para trabajar como “ouvrière en soie”48. Había también una copia del acta de su matrimonio, fechada en 1912, que indicaba que su padre ya había fallecido. Medina murió en Villa María, el 19-12-1974.

Mis recuerdos Mi abuela Victoria murió cuando yo acababa de cumplir seis años, cuando todavía vivíamos en el campo. Aunque parece edad suficiente 48 Ello es: “trabajadora en seda”. Posiblemente haya estado ocupada en alguna fábrica textil o en alguna granja dedicada a la cría de gusanos de seda, en esa aldea del sudeste de Francia. En busca de un tiempo olvidado

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como para recordar mejor, son escasos los recuerdos que conservo de ella. Recuerdo, sí, que era muy paciente conmigo. Solía pedirle una gaseosa que había en la época, a la que ella llamaba “Naranjina”, que sacaba de su heladera y colocaba al sol durante unos minutos para que no me hiciera daño al tomarla tan fría. Una anécdota que siempre me contaron es que, en una ocasión en que vinimos a Villa María, mis padres me compraron un juego de ladrillos de goma. Decían que yo estaba tan feliz con ellos que tomé a mi abuela de la mano y la llevé por el vecindario, pidiéndole que tocara los timbres de las casas para mostrar a todos mi nuevo juguete. Lamentablemente, de este hecho no tengo memoria. El último recuerdo que conservo de ella es el del día de su muerte, cuando mi madre me levantó en sus brazos para que besara su frente, cuando ya estaba en el ataúd. Recuerdo que me impresionaron su rigidez y el frío de su piel.

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QUIZÁS SUCEDIÓ ASÍ... “Dejarlos atrás” “Patria es el lugar donde están enterrados nuestros muertos y donde nosotros seremos enterrados”. Ernesto Sábato

Cantalupa – Piamonte, 1914... En todo “il borgo” se hablaba de la guerra. En la plaza, en la iglesia, en el mercado, no había otro tema. La semana anterior, el Imperio Austrohúngaro había declarado la guerra a Serbia, como respuesta al asesinato del heredero al trono de Viena, el archiduque Francisco Fernando. Rápidamente, las naciones vecinas iban tomando parte en el conflicto y, aunque Italia aún permanecía neutral, no se sabía cuánto tiempo se mantendría esa situación. La idea de emigrar se iba extendiendo con creciente urgencia. Muchos pensaban que era mejor hacerlo cuando todavía hubiera tiempo; sólo unos pocos creían que la guerra no duraría mucho. Por todas partes, grupos de hombres y mujeres discutían sobre la participación de Italia en el nuevo conflicto bélico. —Italia debería continuar siendo neutral. Después de todo, son las grandes potencias las que tienen intereses en juego. ... —El asunto no es tan sencillo... 80

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... —Si nuestro país entra en guerra, mi Giacomo será reclutado. No soportaría perder otro hijo... ... Vittoria salió de la iglesia y cruzó el viejo puente del monasterio, camino a la casa en la que vivía con su madre y sus hermanos. Delgada, aunque con rostro regordete, una blanca mantilla de encaje cubría su cabello corto y oscuro. Bajo sus cejas gruesas, sus ojos eran dulces y francos. Su paso rápido no le impedía observar a los vecinos con los que se cruzaba y escuchar fragmentos de su conversación. Saludaba a unos y otros, todos conocidos en ese pueblo donde su familia era una de las más antiguas, descendiente de los pocos sobrevivientes de una epidemia de peste que, en los años 1600, diezmara la población. —Buongiorno signora Teresa! —Addio, Vittoria, saluda a tu madre de mi parte. Había recorrido más de la mitad del camino cuando encontró a su madre, que regresaba de la casa donde trabajaba como sirvienta. Marzialina era pequeña y delgada; llevaba el cabello claro estirado hacia la nuca. El entrecejo fruncido, las profundas arrugas a los costados de la boca y la mirada triste delataban que, en sus 51 años, había visto y vivido demasiadas cosas; cosas que su hija apenas podía imaginar. Vittoria la tomó del brazo afectuosamente y caminaron juntas por una angosta y sinuosa callejuela que, hacia el norte, terminaba al pie de la montaña. En busca de un tiempo olvidado

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—Madre –dijo- los rumores son cada vez más preocupantes. Alemania se alió a Austria y dicen que Francia tomará partido por Serbia. —Otra vez la guerra –respondió Marzialina con tono cansado-. Aún no pasaron dos años desde que terminó la última y de nuevo el horror... —Y ahora parece peor –afirmó su hija-. Aquella vez los campos de batalla estaban al otro lado del Mediterráneo, pero ahora... —Ahora –la interrumpió Marzialina con la mirada perdida en una imagen que sólo ella podía ver- las trincheras estarán mucho más cerca... quizás a las afueras del pueblo... y los cañones, las ametralladoras... los desertores... —La gente habla de partir. Muchos están pensando en emigrar a América. Cuando salía de la iglesia escuché al signore Francesco decir que se irá a la Argentina ni bien tenga su pasaporte. —Hace años que sus hijos están allí, al igual que tu tío Gioaquino y tus hermanastros Carlo y Teodoro. —¿Cree usted que nosotros deberíamos hacer lo mismo? –Vittoria no pudo evitar el temblor de su voz. Marzialina no respondió, pero la joven sospechaba que la idea daba vueltas en su mente en los últimos días. Cuando Medina, su hija mayor, se fue a la Argentina a poco de casarse, temió no volver a verla. El matrimonio tenía la intención de regresar cuando hubiera ganado el dinero suficiente para mejorar su vida, pero Marzialina nunca pudo desechar la íntima convicción de que jamás volvería abrazar a su primogénita. 82

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Luego de la conversación con Vittoria, se le hizo difícil conciliar el sueño por las noches: permanecía despierta durante largas horas, dando vueltas en la cama y preguntándose qué era lo más conveniente para la familia. La asustaba pensar qué sería de ellos si Italia entraba en guerra. El temor por sus hijos le oprimía el pecho. Mario tenía seis años y podía considerarlo a salvo, pero Oreste, a sus 11, corría el riesgo de ser reclutado si el conflicto se prolongaba algunos años. Ella había sido testigo del sufrimiento que la muerte de Giuseppe había producido en su esposo. El hijo mayor, nacido del primer matrimonio de Giovanni Battista, había perdido la vida en la guerra de Abisinia, el año anterior al nacimiento de Vittoria. Recordó el día que trajeron a su marido a la casa, cuando cayó del andamio en el que trabajaba y golpeó su cabeza gravemente. Durante los largos meses que permaneció postrado, con la mente extraviada en quién sabe qué laberintos, siguió invocando porfiadamente al hijo perdido. A su lado, Vittoria, igualmente insomne, la escuchaba removerse inquieta. Sus 17 años le permitían comprender la realidad y creía adivinar lo que preocupaba a Marzialina. Si la guerra duraba mucho tiempo, las cosas se pondrían más difíciles de lo que ya eran. Ambas trabajaban como domésticas en casas ricas, mientras que los niños ayudaban en distintos quehaceres cuando no iban a la escuela. Ello les permitía sobrevivir, pero si Italia tomaba parte en la guerra las vidas de todos se verían trastocadas: mucha gente dejaría el pueblo, se volvería difícil conseguir trabajo e incluso alimentos pero, sobre todo, sería más peligroso dejar el país, ya fuera por tierra o por mar, con los En busca de un tiempo olvidado

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campos de batalla a uno y otro lado y con el riesgo de que los barcos que los llevaban fuesen atacados y hundidos. Poco a poco, Marzialina fue afirmándose en la idea de partir. No ignoraba que el desarraigo sería doloroso para sus hijos. Ella nunca conoció a sus padres y el orfanato donde creció no podía considerarse su hogar. En aquel tiempo, la única “familia” que tenía era Luigia Pavese, la madrina de Vittoria. Marzialina recordó los largos años compartidos con su amiga en el “ospizio” de Pinerolo. Por las noches, las dos solían esperar el sueño inventándose historias que consolaran su abandono. Ella decía que su madre era una maestra, hija de una acomodada familia de Cavour, que la había obligado a entregar a su niña recién nacida porque no podía aceptar la vergüenza de esa nieta sin padre conocido. Así, creció con una historia que fue haciendo suya, a falta de su propia historia. Se acostumbró a mostrarse fuerte, a veces dura, ocultando sus sentimientos y cualquier manifestación de debilidad. Le costaba demostrar afecto, tanto más cuanto mayores eran la angustia y el dolor. Las cosas cambiaron cuando se casó con Giovanni Battista y fueron naciendo sus hijos: durante esos años tuvo una sensación de seguridad nunca antes experimentada; por primera vez había podido decir que tenía un hogar. Sin embargo, había perdido a su esposo tempranamente: él tenía sólo 58 años cuando murió, dejándola con cuatro hijos, el menor de apenas tres años. Con él, se le fue la risa y debió volver a afrontar la vida sola, a resolver cada cosa sin ayuda y ahora con sus hijos que dependían de ella. 84

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Mientras Marzialina libraba su silenciosa batalla, Vittoria permanecía pendiente de cada gesto, de cada mirada, de cada arruga en el rostro de su madre que le permitieran advertir la decisión tomada. Por lo tanto no se sorprendió cuando, estando sus hijos reunidos en torno a la mesa familiar un domingo de julio, Marzialina les comunicó su resolución. —Hijos –dijo con voz firme- irnos será duro para todos, pero quedarnos será más difícil. La guerra golpea las puertas de nuestra nación y creo que debemos partir cuando todavía hay tiempo. —¿Irnos donde está Medina? –preguntó Oreste sorprendido-. ¿Viviremos con ella? —Así es –confirmó su madre-. Volveremos a verla. En sus cartas nos dice que allí se vive muy bien; que ellos están trabajando mucho y prosperando. —¿Dónde vive Medina hay montañas como aquí? –Mario amaba las caminatas por las faldas del Tre Denti que solían realizar los cuatro algunos domingos de verano, temprano en la mañana. —No –intervino Vittoria con suavidad– pero hay kilómetros y kilómetros de campo para cultivar y es fácil conseguir un caballo para arar la tierra. Además, hay lagunas donde se puede cazar y pescar y también comida en abundancia. Vittoria siempre había sospechado que las cartas de su hermana no contenían toda la verdad. Las dos habían sido muy unidas y podía detectar en las historias contadas cierto tono forzado que intentaba tranquilizar a su madre. Pero en los últimos días había sido testigo de los temores de Marzialina hasta que por fin pudo decidirse y, aunque En busca de un tiempo olvidado

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la atemorizaba, ella también creía que la emigración era la mejor de todas las alternativas. —Seguro estaremos bien –dijo, en un tácito apoyo a Marzialina-. Todos tenemos muchas ganas de volver a encontrarnos con Medina. Podremos trabajar y ustedes –se dirigió a Oreste y a Mario- podrán aprender a andar a caballo. —Pero... ¿volveremos alguna vez? –las lágrimas sonaban en la voz de Oreste-¿Cómo nos haremos entender? Nosotros no hablamos “la castilla”... —¿Allí iremos a la escuela? –agregó Mario a las preguntas de su hermano. —¿Alguna vez volveremos a ver a nuestros parientes? Los niños nunca cuestionaban lo que hacía o decía su madre, pero el impacto era demasiado fuerte como para aceptar callados la novedad. Vittoria podía entender que estuvieran tan asustados ante la idea de dejar definitivamente todo lo conocido, aquel entorno en el que habían transcurrido sus vidas. Comprendía que esa era la razón por la cual disparaban una pregunta tras otra, con los ojos dilatados, el cuerpo rígido, la voz llorosa. También para ella las palabras “nunca más” adquirían una dimensión insospechada. Nunca más volver a recorrer las calles de su infancia; no volver a ver jamás a la gente conocida; dejar de ser ciudadanos de ese país para transformarse en inmigrantes que no pertenecerían del todo al nuevo lugar. —­Seguramente viajaremos­con otros de nuestro pueblo y allí, en Argentina, ya hay muchos “piemontesi” que se fueron antes que nosotros –trató de tranquilizarlos, a pesar de su propia incertidumbre. 86

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—Todos tendremos que aprender a hablar el castellano –Marzialina dirigió a su hija una mirada agradecida- pero entre nosotros podremos seguir hablando el piamontés. De esa manera, no nos olvidaremos de nuestra lengua y será un poco como estar en “il paese”. —¿Y seguiremos siendo italianos? —¿Cómo nos llamarán? ¿Tendremos que cambiar nuestros nombres? —Aquí todos nos conocen –insistió Oreste- y conocieron a nuestro padre, a nuestros abuelos y a todos los Coassolo desde hace cientos de años. —Es cierto –coincidió su hermana- que nuestros nonnos más lejanos estuvieron entre los fundadores de Cantalupa. Pero allí podremos empezar de nuevo, como hicieron ellos y, en unos años, tendremos muchos conocidos y haremos nuevos amigos. Al día siguiente, Marzialina viajó a Torino, la capital de la provincia, donde hizo las gestiones necesarias para obtener el permiso de embarque. En el lugar había largas colas; la idea de dejar Italia se había extendido más de lo que sospechaba. Incluso muchos de su pueblo se encontraban allí. La mujer tuvo que responder numerosas preguntas y probar que su familia cumplía las condiciones requeridas por el país que la recibiría. Debió demostrar que ella y sus hijos estaban sanos y no llevarían enfermedades contagiosas; que no tenían alguna malformación que les impidiera trabajar; que no ejercerían la mendicidad o la prostitución. Parecían demasiadas cosas que justificar como para sentirse bien recibidos. En busca de un tiempo olvidado

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Las semanas que siguieron pasaron para ella en una vorágine de actividades, pues tuvo que resolver numerosas dificultades: conseguir el dinero necesario para pagar los pasajes, vender lo que no podrían llevar y comprar lo indispensable antes de la partida. Era necesario decidir qué hacer con la casa, con los muebles –aquella cama donde parió a sus hijos, la misma donde murió Giovanni Battista hacía menos de tres años-. Había que abandonar la mesa que otrora reunió a toda la familia; dejar los roperos; cada cosa que había sido suya, algunas compradas después de años de ahorro y sacrificios. Con el dinero de las ventas realizadas compró los pasajes en el vapor Re Vittorio. Cada decisión implicaba un proceso doloroso, una despedida que Marzialina afrontaba detrás de una actitud que, a veces, llegaba a ser agresiva; así la había hecho su vida en el orfanato: una mujer reacia a demostrar sus sentimientos, acostumbrada a ocultar su temor y sus debilidades. Vittoria, sensible y paciente, siempre comprensiva, trataba de entusiasmar a sus hermanos con el nuevo destino y, a la vez, de apoyar a su madre en esa etapa crítica de sus vidas. Sin embargo, también ella se sentía angustiada: su identidad, su sentido de pertenencia, los cimientos mismos de su existencia se veían trastornados con este cambio. La embargaban sentimientos contradictorios. Pensaba que su futuro ya no sería el que siempre había dado por sentado. Ahora debería volver a construir un proyecto de vida en un nuevo lugar. 88

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Pensaba que era mucho lo que perdería, pero también sabía que tenía ante sí un futuro sin los fantasmas de la guerra y el hambre. Y eso hacía que, en cierta forma, las pérdidas fueran compensadas. Cuando su familia no la veía recorría la casa acariciando las paredes y las puertas; aspiraba los olores familiares del fogón y los armarios; guardaba los ecos de sus años transcurridos en la casa natal; hacía su propio duelo a solas, para no aumentar la tristeza de los otros. A medida que los días pasaban, fueron llenando unos pocos baúles con ropas y esperanzas; con las reliquias familiares que no podían abandonar y con los sueños incipientes de una vida mejor. Allí, entre lo imprescindible, junto a las ropas de todos y lo que quedaba del ajuar que la propia Marzialina había cosido, iban las cartas de Medina y de Carlo enviadas desde la Argentina; el anillo de boda de Giovanni Battista, la placa de metal que identificara a Marzialina en el ospizio y hasta una bolsita de tela, con un puñado de tierra de la amada Cantalupa. Finalmente, llegó el pasaporte que los habilitaba para viajar a América. Con dedos temblorosos, Marzialina desenrolló el pergamino y leyó:

“In nome di Sua Maestà Vittorio Emanuele III per grazia di Dio e per la volontà della Nazione RE D’ITALIA Il Ministro per gli Affari Esteri prega le autorítà civile e militari de Sua Maestà e delle Potenze amiche e alliate di lasciare liberamente passare...49” 49 “En nombre de Su Majestad, Víctor Manuel III, por gracia de Dios y por voluntad de la Nación, Rey de Italia, el Ministro de Asuntos Exteriores solicita a las autoridades civiles y militares de Su Majestad y de las Potencias amigas y aliadas, que dejen salir libremente a…” En busca de un tiempo olvidado

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Allí, en ese trozo de papel, estaba el destino de su familia; su decisión se hacía más real. El momento se acercaba: el barco zarparía de Génova a principios de septiembre. La fecha de arribo estaba programada para el 24 de ese mes. Medina ya estaría avisada gracias a los buenos oficios de un paisano que había partido hacía poco; así, ella y Pasquale los esperarían en el puerto de Buenos Aires a su llegada. Vittoria ya había admitido que no regresarían jamás. Su madre moriría en aquella lejana tierra y nunca tendría una lápida junto a la de Giovanni Battista. Ella y sus hermanos madurarían y harían su vida allí. Tendrían hijos y nietos que nunca conocerían el lugar donde ellos nacieron... ese valle... esas montañas... ¿Cómo transmitirles el sentimiento sobrecogedor al mirar la imponente mole del Freidour; el juego de luces y sombras cuando el sol iluminaba el Tre Denti al atardecer; las nieves eternas del Monviso al fondo; la torre del campanario, construida 800 años atrás; los bosques de castaños, las coloridas y fragantes flores en los montes durante el verano; el monasterio benedictino; el valle en forma de herradura con sus casitas trepando la falda de las montañas...? ¿Cómo librarse de la nostalgia por esa tierra amada, de abrumadora belleza...? La víspera de la partida, los cuatro llevaron una canasta con algunos alimentos y pasaron el día en los bosques. Aspiraron el fuerte aroma de los abetos, se llenaron los ojos del azul del cielo, escucharon la música del canto de los pájaros. Trataban de grabar para siempre en la memoria cada imagen de su aldea natal para que, a través del tiempo 90

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y la distancia, la siguieran viendo con los ojos del alma. Hablaron sobre el futuro, lloraron por el pasado, imaginaron, desearon, planearon, se sostuvieron y consolaron mutuamente en ese momento crucial de sus vidas. A partir de ahí, sabían que ya no habría retorno. Al amanecer del día señalado para la partida, todo el pueblo se reunió en la plaza. Los que se iban, con sus bultos a cuestas; los que quedaban los acompañarían una parte del camino. Sobre todos pesaba el silencio del adiós definitivo. Unos pasos atrás de su familia, Vittoria se volvió a mirar por última vez el campanario de María Assunta, la parroquia varias veces centenaria donde ella y sus hermanos fueron bautizados. En ese momento, sus campanas empezaron a sonar con un repique cristalino, despertando ecos en el valle. Llamaban a prima, la misa de la aurora, aunque ella sintió que despedían a los que emigraban. Dirigió luego los ojos hacia el plácido cementerio parroquial, en el que las tumbas de los Coassolo podían rastrearse por más de cuatrocientos años. Toda su historia familiar podía reconstruirse leyendo sus lápidas, algunas ya desteñidas por el tiempo. Se despidió silenciosamente de su aldea y de todos los suyos que quedaban allí. Dio la vuelta y emprendió el viaje.

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GIUSEPPE GOY Leinì, Torino, Italia - 18/02/1872 Rafaela, Santa Fe, Argentina - 08/04/1897 Ticino, Córdoba, Argentina – 21/06/1940

2004 - 2009



EN EL PRINCIPIO FUE… El ilegible nombre de un pueblito italiano… (o los Goy que no fueron franceses) Invierno de 2006…

Sabiendo de la cantidad de datos que brinda un acta de defunción a quien quiere reconstruir la historia de sus ancestros, me dediqué a recopilar esos documentos con la ayuda de mi madre, quien me aproximó a la fecha de fallecimiento de mis bisabuelos y su lugar de sepultura. Los registros pertenecientes a otros bisabuelos50 no presentaron inconvenientes y sí un feliz hallazgo: los nombres de sus progenitores51, además de la comuna italiana donde nacieron. Al mejorar progresivamente mi manejo de los recursos disponibles en Internet pude acceder a las páginas de esas comunas donde, a pesar de mi ignorancia de la lengua italiana, pude desentrañar alguna información y ver fotos de los lugares desde donde aquellos emigrantes partieron; lugares que, seguramente, quedaron grabados en su mente y cuya visión murieron añorando. Valles y montañas de una belleza majestuosa, que debieron contrastar enormemente con estas pampas agrestes, interminables hasta donde se perdía la vista. 50 Las muertes de Bartolomeo Fassi y Luisa Bertino, José Quaglia y Magdalena Turco, bisabuelos paterno-paternos y materno-maternos, respectivamente, están registradas en el Municipio de Ticino, encontrándose sepultados los primeros en La Palestina y los segundos en Ticino. 51 Sin embargo, en el caso de Luisa Bertino existe un error en la mencionada acta, como comprobaría años después. En busca de un tiempo olvidado

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En el caso de mi bisabuelo materno-paterno, José Goy, su acta de defunción decía que había nacido en un pueblo de la provincia de Torino. Esta fue una de las numerosas sorpresas que me brindó mi investigación, ya que esa acta que decía que mi bisabuelo era italiano se contradecía con lo que mi madre había contado siempre, con respecto a que él era de origen francés. La dificultad fue que, en un principio, se me hizo imposible decodificar el nombre del pueblo y encontrarlo en el elenco de comunas italianas. Durante meses busqué trabajosamente algo que se pareciera a lo que estaba escrito en ese registro, sin resultados. Realicé múltiples consultas con personas que tenían un mayor conocimiento de la lengua italiana y de la historia del país, sin hallar nada. Me hablaron de la posibilidad de que se tratara de un pueblo desaparecido durante las guerras, o tal vez de un pequeño caserío que hubiese sido absorbido por una ciudad mayor, con lo cual habría perdido su nombre original; posiblemente se tratara, también, de un error de escritura de la persona que anotó la defunción52. Dos años después, en el desesperado intento por identificar dicha comuna, escribí a la parroquia de una localidad cuyas dos primeras letras coincidían con el nombre incomprensible y… ¡se produjo el milagro! El sacerdote del lugar me envió, pocos días después, un mail adjuntando una foto digital del acta de bautismo de Giuseppe Goy, nacido en Leini’ el 18 de febrero de 187253. 52 Un hecho que yo ignoraba en ese momento es que los datos contenidos en las actas de defunción deben ser tomados como verdades provisorias, ya que los mismos son brindados por quien informa de la muerte, lo cual implica errores en no pocas ocasiones. Para estos fines, son las actas de matrimonio y nacimiento las que incluyen información más fidedigna. 53 Leini’, en la provincia de Torino, está ubicada a 14 km. de la capital provincial. Tiene una población de casi 12.000 habitantes y se halla a 245 metros sobre el nivel del mar. Entre las ciudades más cercanas se encuentra Volpiano (a 5,2 km.) de donde era oriunda María Cagna Vallino, la madre de Giuseppe Goy. 96

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Otra vez sentí la emoción de trascender el tiempo: ahí, ante mis ojos, tenía la firma de mi tatarabuelo Antonio, declarando el nacimiento de su hijo. Y la gentileza del sacerdote, quien transcribía los datos del acta manuscrita. Finalmente comprobé que se había tratado de un error de la persona que registró el lugar de nacimiento de José, a la hora de su muerte. Los dos años de frustraciones fueron recompensados con la respuesta pronta del párroco a un nuevo pedido de datos genealógicos. Por buena disposición o por interés hacia la genealogía, dedicó el tiempo y el trabajo a localizar, una a una, las actas de bautismo, matrimonio y defunción de los ancestros de José Goy, hasta llegar al nacimiento de mis pentabuelos54 en el año 1802. Y un regalo agregado: la foto del acta de casamiento –escrita en latín- de mis cuatriabuelos55, celebrado el 30 de mayo de 1824. Al no dominar la lengua de mis ancestros, me resultó difícil expresar plenamente el infinito agradecimiento a esa persona que, del otro lado del mundo y gracias a la tecnología posmoderna, me devolvía una parte de mi historia. De esta manera, el árbol empezó a crecer, las ramas a diversificarse; por cada documento encontrado, los nombres de los antecesores y un nuevo apellido. Y más hipótesis, más preguntas, el descubrimiento de pérdidas dolorosas en esta familia: ¡Giuseppe había perdido a su padre cuando tenía sólo cuatro años! La historia parecía ser cíclica: cuando su esposa murió, sus hijos eran pequeños. Y mi abuelo56, a su vez, 54

Pentabuelos: abuelos de los tatarabuelos.

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Cuatriabuelos: padres de los tatarabuelos.

56 Mi abuelo, Lorenzo Goy, fue el cuarto hijo del matrimonio formado por Giuseppe Goy y Marianna Garena. En busca de un tiempo olvidado

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quedó viudo con hijos de escasos años, a los cuales no quiso, no pudo o no supo criar.

Primavera de 2007… De la llegada de José Goy al país, en cuanto al año o a familiares con quienes pudo haber emigrado, no encontré huellas en ninguno de los recursos provistos para tal fin; solamente en su certificado de matrimonio –en 1897- se hace referencia a su madre, quien aún residía en Italia. Por otra parte, en el censo nacional del año 1895 se encuentra censado cierto José Goy, soltero, de ocupación cocinero –la misma que aparece en su certificado de matrimonio- residente en Ceres, en el departamento santafesino San Cristóbal. Sin embargo, no hay una coincidencia exacta entre la edad del censado y la que José habría tenido en la fecha del censo.

Invierno de 2009… Mi madre no recuerda que en la familia se conociera la existencia

de hermanos de José, ni que algún familiar hubiese venido con él al país. Sin embargo, teniendo en cuenta que sus padres estuvieron casados entre los años 1867 y 1876 -año en que su padre murió con 98

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sólo 31 años de edad- y habiendo nacido José en 1872, es lícito pensar que hubo otros hermanos antes y después de él. Repetidos correos electrónicos enviados a la parroquia, como así también a la Comuna de Leini’57 no han tenido ninguna respuesta.

Primavera de 2009… Mucho después de mi último reclamo recibí, de parte del sacerdote de Leini’, la tan ansiada respuesta a mis insistentes pedidos. Como lo había hecho años atrás, el párroco me envió un correo electrónico con una breve nota explicando que mis tatarabuelos tuvieron, en su breve matrimonio, cuatro hijos. Adjuntó, también, las fotos digitales de las correspondientes actas de bautismo58. De esos hermanos de mi bisabuelo no encontré rastros en la “página de los barcos”, ni tampoco en los Censos de los años 1887 y 1895.

57 En este caso, he enviado también pedidos a la Comuna, considerando que para esos años ya existía el Registro Civil en Italia. 58 Antonio Goy y María Cagna Vallino estuvieron casados entre 1867 y 1876, año en que Antonio falleció a los 31 años de edad. Sus hijos fueron Gioanni Alberto (n. 1868), Gioanni (n. 1869), mi bisabuelo Giuseppe (n. 1872) y Anna María (n. 1874). En busca de un tiempo olvidado

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QUIZÁS SUCEDIÓ ASÍ... “Cartas para una madre”

“Y entonces me dijo, con muy pocas fuerzas y con menos prisa, ‘prométeme, hijo, que a la vieja aldea irás algún día, y al viento del norte dirás que su amigo, a una nueva tierra le entregó la vida’”. Alberto Cortéz

San Cristóbal, 10 de junio de 1895 “Cara Mamma: Espero que la llegada de esta carta la encuentre bien de salud. Yo estoy muy bien por el momento gracias a Dios. Sabe Mamma en el verano tuvimos una epidemia de cólera que mató a tanta gente pero después de marzo se fue pasando será que el Señor se apiadó de nosotros porque en el campo no se ha muerto tanta gente como en las ciudades, dicen que en Rosario fueron miles los que cayeron. Así puede quedarse tranquila Mamma que su hijo sigue tan fuerte y sano como la última vez que lo abrazó. Le pido perdón por no mandarle antes noticias mías pero tengo mucho trabajo y los días se me pasan y no me puedo sentar a escribirle. Espero que el señor párroco le haga el favor que nos prometió y Usted 100

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le pueda dictar una carta para mí así yo también tendré noticias suyas. Mejor no le cuento del viaje desde Italia, prefiero no acordarme porque nunca en mi vida había estado tan enfermo con decirle Mamma que creí que me moría. Sabe Mamma conseguí trabajo como cocinero en una estancia de San Cristóbal en la provincia de Santa Fe. Las estancias son grandes propiedades Mamma más grandes que la más grande propiedad de nuestra patria Mamma. No me pagan mucho pero tengo comida y una cama gratis y como todavía estoy usando los zuecos y la ropa que traje de Italia apenas les hice dos o tres remiendos estoy ahorrando un dinerito para mandarle a Usted para sus necesidades. Se lo mandaré con un “compaesano” de confianza que pronto se volverá a nuestra tierra. Sabe Mamma me bajé del barco en la ciudad de Rosario que tiene un puerto muy grande adonde llegan también los barcos que traen inmigrantes y ahí me encontré con unos “compaesanos” que habían llevado una carga de trigo al puerto iban a mandarla a Europa y como se volvían al interior y conocían que la estancia se había quedado sin cocinero me vine para acá con ellos con la esperanza de conseguir el trabajo. Aquí donde estoy trabaja mucha gente es una estancia muy grande que se dedica al cultivo del trigo. Si Usted viera los campos cuando el trigo está maduro Mamma yo no sé cómo decirle lo que es esto. Todo esto es muy diferente de las “giornate59” italianas tan 59 Giornata: medida usada en Piamonte, equivalente a 3.810 m2. Era aproximadamente la cantidad de tierra que se trabajaba en un día o “giorno”. (citado por Borga, Laura. “En la tierra de promisión”. s/d). En busca de un tiempo olvidado

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pequeñas aquí la vista se pierde en el horizonte y no se ve el fin de los sembrados, la tierra es negra y fértil es mucha la tierra y falta gente para trabajarla. Los agricultores de acá usan arados tirados por bueyes y otras máquinas que allí ni nos hacen falta con tan poquita tierra y también se cuenta que algunos estancieros muy ricos empezaron a traer de Europa una cosa que llaman tractor, que dicen que se usa para arrastrar el arado o la trilladora yo no sé bien porque eso no lo he visto nunca. Cuando llega la época de la cosecha entre octubre y diciembre sabe Mamma acá las estaciones están cambiadas, acá el verano empieza en diciembre y en la época de la cosecha van apareciendo muchos paisanos para trabajar, golondrinas les dicen porque después que terminan las labores se van dicen que se vuelven a la patria. Este país es tan grande Mamma Usted no se imagina lo grande que es. Fíjese que un hombre puede andar a caballo muchos días y no salir de la provincia y la chacra más cercana está a muchos kilómetros y no hay poblados cerca, tampoco hay caminos nada más unas sendas angostas y el ferrocarril que lleva las cosechas a los puertos. También se cuenta que unos años atrás por aquí había malones. Las cosas que se cuentan Mamma son para quitarle la paz a uno, dicen que los indios que llegaban eran cientos o miles montados en sus caballos y gritando salvajemente y cuentan que se robaban los animales y que prendían fuego a todo y que con sus lanzas mataban a los hombres los clavaban en el suelo con sus lanzas y también dicen que se llevaban a las mujeres y a los niños y que nunca más 102

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los volvían a ver. Las cosas que se cuentan son para quitarle a uno el sueño pero quédese tranquila Mamma que dicen que la milicia ya los ha corrido a los indios y que ya quedan muy pocos y que están lejos. Esta estancia es tan grande que podrían trabajar y comer muchos compaesanos nuestros. El que tenga ganas de trabajar acá no podrá decir nunca que pasa hambre. Yo preparo la comida para todos Usted sabe que siempre me gustó la cocina y que aprendí muy bien de mi madrina la tía Adele y además por aquí tenemos carne en cantidad. Mire Mamma todos los días comemos carne de vaca o de oveja y a veces patos y otros bichos de las lagunas y todo muy abundante y el pan es verdadero pan de trigo tan blanco y tan tierno como Usted no se imagina. Madre le digo que aquí no hay hambre. En los meses que dura la cosecha tengo que cocinar para mucha más gente porque los golondrinas también viven en la estancia durante esos meses y dormimos todos en dos galpones largos al lado de los corrales, son unas construcciones parecidas a nuestros establos pero mucho más grandes todo aquí es grande Mamma muy grande. Por las noches después de comer nos sentamos a contar historias y entonces circula el mate una bebida caliente que toman todos por acá, gringos y criollos peones y patrones. Sabe Mamma es una costumbre que al principio no me gustó mucho porque se prepara con las hojas secas de una planta, se ponen adentro de una cosa que llaman calabaza que es el fruto de otra planta y se le echa agua caliente y se toma con una caña de metal que llaman bombilla y todos toman del mismo mate. Pero con el tiempo uno se acostumbra y además quita la sed. En busca de un tiempo olvidado

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He tenido que aprender la castilla Mamma pero cuando nos juntamos dos piamonteses hablamos en nuestra lengua así nos parece estar en casa y mire Mamma gracias a estas cartas que le escribo no me olvido de cómo se escribe el italiano. Sabe Mamma muchas veces la soledad se hace difícil y la tristeza es grande se añora la patria y la familia pero dicen que en estas tierras un hombre puede hacerse un futuro y progresar y lo mejor de todo es que hay paz. En la estancia hay una casa grande la llaman el casco de la estancia allí vive el patrón con su familia, no las vemos mucho a la señora y a las hijas de lejos no más cuando cortan frutas de los árboles que hay atrás de la casa o les dan de comer a los pollos y a las gallinas. Yo creo que fue una buena decisión venirme a la Argentina Mamma y ojalá que con el tiempo pueda ahorrar y comprarme mi propio campo y quién le dice en una de esas Usted pueda venirse a vivir conmigo. Cara Mamma ruego por Usted y le pido a Dios que le dé salud y la proteja y espero que me mande sus noticias. Su hijo que la ama. Giuseppe”

Rafaela, 12 de noviembre de 1896 “Cara Mamma: Espero que la llegada de esta carta la encuentre bien de salud. Yo estoy muy bien por el momento gracias a Dios. Tuve una gran alegría cuando recibí la carta que me mandó y me puso feliz saber que Usted y la familia están bien. 104

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Según la fecha de la carta que me manda nuestros vecinos Zannini y Ricco que emigraron para acá ya tienen que haber llegado pero a Rafaela no han venido y la verdad es que yo no voy mucho a Rosario para averiguar por ellos en el puerto y con lo grande que es este país y con tantas colonias que se han fundado Dios sabe cuál habrá sido su destino, eso si desembarcaron en Rosario que si lo hicieron en Buenos Aires pueden estar muy lejos. Usted verá que le escribo desde Rafaela me fui de la estancia y ahora vivo en este poblado, su carta me la trajo un peón de la estancia en una ocasión en que pasó por acá. Me fui porque como le había contado la paga no era mucha y pensé que acá podía tener oportunidad de conseguir algo mejor. Por estos años Rafaela es uno de los pueblos más importantes de la provincia vea Mamma si será importante que tiene muchas fondas, fábricas y comercios que venden lo que Usted busque y por si fuera poco también hay un café con teatro y hasta una agencia de pasajes. Yo trabajo como cocinero en la fonda de Battista Gremo un paisano amigo como Usted ve sigo haciendo lo que me gusta que es cocinar pero con la esperanza de ahorrar dinero y comprarme mi campito algún día. Tengo otra noticia para darle Madre: tengo una novia y me voy a casar en pocos meses más, ella se llama Mariana y también es italiana tiene 16 años y ya van para diez que emigró con la familia, ellos eran de Vigone así que puede quedarse tranquila que su nuera será piamontesa como nosotros. Su padre no pudo progresar mucho en estos años, empezó con un contrato tenía que darle la mitad de la cosecha al dueño de la En busca de un tiempo olvidado

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tierra, mediero le llaman a eso y todavía no llegó a propietario. Le tocaron varios años de malas cosechas cuando no eran las plagas era el granizo si no fueron inundaciones fue la sequía según la época. Como si el Señor quisiera poner a prueba su paciencia o su coraje pero después de cada cosecha perdida él volvió a empezar y nunca lo escuché maldecir ni siquiera quejarse de su mala suerte y lo más importante es que es un hombre honesto como Dios manda. Usted sabe los nativos de acá nos dicen gringos porque somos de afuera, a todos los inmigrantes nos dicen gringos pero yo le digo Mamma que gracias a nosotros este país se está poblando y se va haciendo grande, créame si le digo Mamma que hay más italianos que criollos trabajando la tierra. Deséenos lo mejor por nuestra boda Madre y rece por nosotros. Yo ruego por Usted y le pido a Dios que le dé salud y la proteja. Espero que me envíe sus noticias. Pronto voy a mandarle una platita para que Usted la use para sus necesidades, no es mucho pero creo que la ayudará por un tiempo hasta que pueda mandarle algo más. Su hijo que la ama y nunca la olvida. Giuseppe”

Rafaela, 30 de julio de 1897 “Cara Mamma: Espero que la llegada de esta carta la encuentre bien de salud. Ya hace unos días que recibí su carta y me pongo a responderle rápido porque tengo grandes noticias para darle. Usted sabe me casé con Mariana el 8 de abril se imaginará que el cura párroco bendijo nuestra unión en la Catedral de Rafaela como 106

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debe ser, pero en este país también tienen el registro civil como nosotros allá y entonces también nos ha casado el Juez de Paz. Mi suegro tuvo que darnos su autorización porque Mariana es menor y pusimos dos testigos de esta colonia también italianos por supuesto, el patrón de la fonda que me dio trabajo y vivienda ya se lo había nombrado y un comerciante amigo llamado Cesare Maggi. La ceremonia religiosa fue muy emocionante pero hubiese querido que Usted estuviera aquí con nosotros y que fuera nuestra madrina. Sabe Mamma siempre la extraño mucho pero en una ocasión tan importante como el casamiento uno quiere tener cerca a toda la familia y me dolió mucho no tenerla a mi lado. Imagino que Usted también debe sentir lo mismo pero no quiero ponerla triste Mamma ya llegará el día en que podamos estar juntos de nuevo. Estoy seguro que Mariana le gustaría a Usted Mamma es una mujer muy trabajadora fuerte y con mucho coraje, estaba muy bonita con su vestido de novia negro el mismo que usó su madre para su propia boda allá en Vigone. Mi suegra Margarita dice que lo trajo porque cuando se muera quiere que la sepulten con su vestido puesto pero mientras tanto sus hijas que se van casando están muy orgullosas de usarlo. Sabe Mamma desde niña Mariana fue la más inteligente de las cinco hermanas, ella siempre quiso aprender a leer y escribir pero como nunca fue a la escuela no pudo lograrlo sin embargo sí que sabe poner su nombre y así firmó los papeles de nuestro matrimonio. Por ahora yo sigo trabajando con mi amigo el fondero pero Mariana ya no está como sirvienta con la familia Riotti y ahora se dedica a los quehaceres del hogar hasta tanto vengan los hijos. En busca de un tiempo olvidado

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Ruego por Usted y le pido a Dios que la proteja. Espero que me envíe sus noticias. Mariana dice que le manda su afecto y su deseo de poder conocerla un día. Su hijo que la ama y la extraña. Giuseppe”

Rafaela, 20 de enero de 1900 “Cara Mamma: Espero que la llegada de esta carta la encuentre bien de salud. Yo ahora estoy bien Gracias a Dios. Tiempo atrás tuve un accidente en la fonda porque una olla con agua caliente se me cayó encima y estuve unos días sin poder dormir por el dolor de las ampollas pero no se preocupe que ahora ya me encuentro bien Gracias a Dios. Mariana le quiere agradecer la mantilla que le mandó como regalo se quedó admirada por el bordado que Usted le ha hecho y quiere que le diga que estará orgullosa de usarla los domingos cuando vamos a oír misa. Tenemos una buena noticia para darle otra vez tengo que decirle que tiene otro nieto, el 27 de diciembre nació un varón le pusimos por nombre Pedro como su abuelo que era una promesa que Mariana le había hecho a su padre cuando tuviera su primer niño. El pequeño tiene buenos pulmones y no le importa tenernos desvelados será porque nació a las 11 de la noche que llora desde que se pone el sol y se duerme al amanecer, por lo menos sus gritos no despiertan a la hermana. Marianita sigue durmiendo como si no pasara nada. 108

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Por acá la gente ha festejado mucho el nuevo siglo con la esperanza de que traiga prosperidad y paz. Usted sabe que por estos lados estamos en verano yo ya se lo conté en un carta hace tiempo, por eso hubo festejos en las calles. Le confieso Mamma que he extrañado las Navidades en Europa, esas noches serenas y estrelladas con la nieve en las cumbres del Monviso y el Monte Rosa cercanos a nuestra Leinì si hasta parece que allí el Señor estuviera más cerca. En estos días Mariana cumplió 20 años y vino su familia a visitarla también su hermana Dominga con ella hacía años que no se veían y vinieron a conocer al nuevo integrante de la familia y a saludar por el Año Nuevo. Mariana está muy contenta. Si Usted se decidiera a venirse para acá Mamma estoy seguro de que podríamos arreglar algo para comprar su pasaje y podría aprovechar y venirse con los próximos vecinos que salgan de Leinì para la Argentina así no viajaría sola. Por favor olvídese de lo que le he contado sobre el viaje en barco yo estaba tan descompuesto pero hubo gente que no sintió nada. Le pido Mamma que eso no la detenga. Ruego por Usted y le pido a Dios que la proteja. Espero que me envíe sus noticias. Su hijo que la ama y desea volver a abrazarla. Giuseppe”

Ballesteros, 25 de mayo de 1905 “Cara Mamma: Espero que la llegada de esta carta la encuentre bien de salud y que se haya recuperado de esas fiebres que tuvo la última vez que tuve noticias suyas recuerde que acá todos rogamos En busca de un tiempo olvidado

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por Usted y la queremos sana y fuerte. Yo estoy bien Gracias a Dios y la familia también. Mariana y yo le queremos agradecer los presentes que nos ha mandado para los niños. Usted sabe Mamma desde el mes pasado tiene otro nieto, se llama Lorenzo y nació el 18 de abril así es que ahora ya son cuatro Marianita. Pedro. Alberto. Y este niño. Por lo que parece Mariana y yo vamos a tener una gran familia los dos somos sanos y fuertes y el Señor nos está bendiciendo con muchos hijos por lo cual le agradecemos. Nosotros seguimos viviendo en Ballesteros, en la estancia de Vionnet se acuerda que le había contado y yo sigo siendo capataz, también eso se lo había contado pero no falta mucho para que podamos tener nuestro propio campito. Si todo va bien y seguimos ahorrando en pocos años más voy a ser dueño de unas hectáreas y eso será lo mejor que me podrá pasar porque tener el propio campo le da a uno la libertad de sembrar lo que quiere y de criar todos los animales que se le ocurran, cosa que el arrendatario no puede hacer porque el dueño de la tierra es el que manda lo que hay que cultivar y ellos no dejan tener animales porque se comen los granos y ponen muchas condiciones cuando uno tiene que dejar los campos. Por eso quiero tener mi campo Mamma para que nadie me diga lo que tengo que hacer ni cómo debo hacerlo. Yo sigo pensando que sería conveniente que Usted se viniera con nosotros así volveríamos a estar juntos y Usted conocería a sus cuatro nietos que cada día están más grandes a los mayores les gusta que les cuente sobre su abuela que está allá en Italia. Y también les contamos 110

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de nuestras aldeas y de nuestra gente así ellos no se sienten tan lejanos de nuestra Italia. Usted sabe Mamma que los niños hablan el piamontés como hacemos en la familia aunque para afuera tienen que aprender la castilla para hablarla con los de acá. Por acá se dice que hay obligación de mandar a los chicos a la escuela pero decirlo es más fácil que hacerlo porque los más grandes tienen un par de brazos que son necesarios para cuidar animales y ayudar en tiempos de cosecha ya veremos cuando tengan edad para mandarlos. Si Usted se viniera Mamma no estaría tan triste como me contó. Y otra cosa Mamma claro que me parece bien que el dinero que le mandé lo destine a la colecta para ampliar la parroquia de San Pedro y San Pablo, pero Mamma no tiene que preguntarme esa plata es suya para lo que Usted disponga. Ruego por Usted y le pido a Dios que la proteja. Espero que me mande sus noticias. Su hijo que la ama. Giuseppe”

Ticino, 14 de octubre de 1912 “Cara Mamma: Espero que la llegada de esta carta la encuentre bien de salud. Todos nosotros estamos bien por el momento Gracias a Dios. Tengo que darle la noticia más esperada desde que emigré de la Patria al fin su hijo es propietario de un campo. Hemos comprado seiscientas hectáreas de una tierra buena y productiva en la provincia En busca de un tiempo olvidado

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de Córdoba seiscientas Mamma. Que eso es mucho más que lo que tienen los señorones más ricos de nuestra Italia es que por aquí hay mucha tierra disponible y en esta provincia los campos todavía son más baratos que en la provincia de Santa Fe y son igual de buenos. Por fin Mariana y yo con los seis niños nos podremos asentar en un lugar. Seiscientas hectáreas Mamma su hijo es propietario de un gran campo por fin he conseguido lo que tanto deseaba desde que dejé la patria. Aquí hay mucho trabajo por hacer, esta colonia recién se fundó el año pasado y la gente sigue viniendo. Cuando llegamos en nuestra tierra no había nada así que lo primero que hicimos fue cavar un pozo para sacar agua y empezamos a preparar la tierra para sembrarla, yo le digo Mamma que no fue necesario cavar muy profundo para encontrar agua y además la pala se hunde en la tierra sin ningún esfuerzo ni se parece a la tierra dura y llena de piedras de nuestras montañas. Seguramente Usted se preguntará dónde vivíamos al principio, el carro que nos trajo nos sirvió de casa mientras tanto nos íbamos haciendo nuestro hogar que por ahora sólo es una pieza que usamos para todo pero en cuanto nos sea posible iremos agregando otras. Trabajamos de sol a sol con la esperanza de tener un futuro y que nunca se diga que un piamontés le tiene miedo al trabajo Mariana se arremanga igual que yo y no hay ninguna tarea que ella no sea capaz de hacer. Usted sabe Mamma la primera cosecha la perdimos en menos de una hora, las espigas de trigo estaban casi a punto y de golpe la tarde se volvió negra como la noche del norte apareció una nube de 112

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langostas que tapó el sol yo creo que eran millones. Ay Mamma la langosta es un bicho inmundo que en unos minutos se come todo lo que encuentra y pone sus huevos en la tierra y el trabajo para combatirla no sirve para nada porque hay que destapar los huevos y matar a las que van naciendo que les dicen saltonas, pero nunca se acaban por cada una que se mata nacen cien y cuando se mueren contaminan el agua que toma el ganado. Vea Mamma Usted no va a creerlo pero yo le digo que si las gallinas se las comen los huevos tienen el olor de las langostas muertas. Y el ruido Mamma cómo puedo contarle el ruido que hacen esos millones de bichos volando si parece que el cielo se le va a caer sobre la cabeza. Así que a la mañana teníamos una cosecha casi lista para ser levantada que nos iba a permitir pagar las deudas y también guardar unos pesos y a la noche ya no había nada. Tuvimos que empezar de nuevo y ahora las deudas son mayores porque hizo falta que nos fiaran las semillas para sembrar de nuevo y como siempre se precisa algo seguimos comprando en el almacén y anotando en una libreta que algún día pagaremos pero no vamos a bajar los brazos, además ya se sabe que el chacarero que levanta una de cada tres cosechas puede decir que es afortunado. Los hijos van creciendo bien pero Pedro después de la enfermedad que tuvo me recuerda al tío Giovanni que en paz descanse porque muchas veces se aleja de la casa, se sienta sobre un tronco y parece que se queda mirando para adentro y a veces es como si hablara con alguien que nadie más puede ver yo me pregunto Mamma si será que en la familia hay algo que hace que algunos sean diferentes. En busca de un tiempo olvidado

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Junto con esta carta Mariana le manda una foto de la familia para que pueda ver a sus seis nietos, el primero es Lorenzo después está Marianita con el brazo en el hombro de su hijo ¿sigue igual su hijo que cuando lo vio por última vez Mamma? después está Pedro ¿vio qué alto? con la mano en el hombro de su madre, después están Alberto y Juan y el pequeñito es Francisquito. Usted tiene una linda familia Mamma y todos la queremos mucho. Ruego por Usted y le pido a Dios que la proteja. Espero que me envíe sus noticias y no pierdo nunca la esperanza de volver a verla. Ya sé que esta carta no llegará a tiempo para su cumpleaños el día 31 pero igual le deseamos muchas felicidades para ese día. Su hijo que la ama. Giuseppe”

Ticino, 5 de noviembre de 1915 “Cara Mamma: Ya hace unos años que no tengo noticias suyas y la verdad no sé qué pensar yo también pasé mucho tiempo sin escribirle porque no tenía el ánimo para decir lo que tengo que contarle. Mi Mariana ha muerto se la llevó una enfermedad maldita y pensar que recién ahora cumpliría 35 años. Sabe Mamma la enfermedad la fue comiendo de a poco si se murió gritando que le sacáramos los perros que le mordían el pecho. Y por si no fuera suficiente desgracia mi única hija llamada como su madre se tragó un tarro de veneno vaya a saber por qué, por aquí la gente habla la gente siempre habla y las malas lenguas cuentan muchas cosas que nadie sabe si son ciertas, pero todas me 114

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hacen parecer una bestia que no habría sabido entender la debilidad de una mujer, como si yo fuera capaz de hacer lo que dicen. Mamma tenía nada más que quince años si estaba en la flor de la edad. Y para aumentar mi vergüenza y mi dolor el párroco se negó a rezar un responso por su alma y a sepultarla en tierra consagrada así que le cavamos una tumba afuera del cementerio y no tiene ni una cruz que señale dónde descansan sus huesos que su alma no sé si tendrá descanso. Así es que ahora estoy solo con los cinco hijos y aunque Pedro ya tiene 18 años no siempre es de mucha ayuda y los otros van creciendo como pueden sin su madre y sin su abuela porque mis suegros están bastante lejos de acá y no puedo pedirles ni esperar que me den una mano. Se acuerda Mamma cuando le decía que habría sido lindo que se viniera con nosotros al menos ahora estaríamos juntos y quién sabe lo que lograría la mano de una mujer con estos chicos. Pero yo no sé qué pensar de su largo silencio. Por eso le pido Mamma que si recibe esta carta y puede hacerlo no demore en mandarme noticias suyas quien le dice todavía estemos a tiempo de cambiar la historia de esta familia. Ruego por Usted y espero sus noticias. Su hijo que la ama. Giuseppe”

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MARIANNA GARENA Vigone, Torino, Italia - 16/01/1880 Rafaela, Santa Fe, Argentina - 08/04/1897 ¿? – ¿?

2004 - 2007 2009 - 2010



EN EL PRINCIPIO FUE… Una tumba perdida

Primavera de 2006… Uno de los interrogantes que probablemente quedará sin resolver es el lugar donde descansa mi bisabuela materna, Mariana Garena. Mientras crecía, escuchaba a mi madre contar que su abuela paterna falleció siendo joven, cuando sus hijos eran muy pequeños. Nunca supo dónde se encontraba su tumba y yo asumí como un desafío localizarla. Esta rama de la familia era casi desconocida, por una sucesión de muertes tempranas y por una particular y dolorosa historia de abandonos. Sólo se sabía que Mariana había estado casada con José Goy, que había tenido seis hijos y que había fallecido cuando mi abuelo Lorenzo, el cuarto de los hermanos, contaba ocho años de edad. Se suponía que, en la época del nacimiento de Lorenzo, la familia vivía en la llamada “Estancia de Vionnet”, en la localidad de Ballesteros. ¡Y eso era todo! Demasiado poco, pero servía para empezar. Para confirmar el lugar de nacimiento y por falta de la fecha exacta de ese suceso debí empezar por el final: encontrar el registro de fallecimiento de mi abuelo en Corral de Bustos. Una vez que lo obtuve, pude confirmar que el nacimiento se había producido en Ballesteros. Me comuniqué con el Registro Civil Municipal y allí comprobaron la existencia de dicha acta. Emociona ver esos tomos polvorientos, de quebradizas hojas color sepia; enternecen las firmas de aquellos padres declarando el nacimiento de sus hijos; En busca de un tiempo olvidado

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rúbricas temblorosas que dejan adivinar la poco frecuente práctica de la escritura. Confirmado el nacimiento de Lorenzo Goy en 1905, deduje que la probable fecha de defunción de Mariana Garena era alrededor de 1913. Nuevamente tomé contacto con Ballesteros, pero esta vez sufrí una decepción: ese registro no se encontraba allí. Entre tantas cosas aprendidas en este camino de la genealogía, supe que la creación del Registro Civil fue bastante tardía en relación con la fundación de las poblaciones. Así, quienes querían formalizar su unión matrimonial, anotar a sus hijos o registrar las muertes de sus familiares lo hacían inicialmente en las parroquias del lugar, o del lugar más cercano si en la localidad no había una. Por otra parte, esto estaba ligado a las arraigadas creencias religiosas traídas de Italia. Laura Borga dice en su libro “La Palestina Centenaria” que los niños llegaban mucho antes a la pila bautismal que al Registro Civil60. Me dirigí, entonces, a la parroquia de esa población, pero allí encontré una cuestión de competencias: de haberse registrado la muerte de Mariana en Ballesteros, tales registros se encuentran hoy en la ciudad de Bell Ville. Me advirtieron además que, dada la proximidad de la Estancia de Vionnet con la localidad de Ausonia, existía la posibilidad de que lo hubiesen inscripto allí y, en ese caso, las actas son conservadas en Villa Nueva. Nuevos fracasos: en ninguno de estos dos lugares pude encontrar datos. 60 Borga, Laura. “La Palestina Centenaria”. Colección Otras Voces, Otros Ámbitos. Córdoba. 1994, pp. 41. 120

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De modo que empecé una búsqueda sistemática, considerando a la vez el Registro Civil y la parroquia de cada una de las localidades posibles desde Bell Ville hasta Hernando, teniendo en cuenta que hacia 1930 José Goy y sus familiares llevaban largo tiempo viviendo en Ticino. Me preguntaba: ¿sería posible que Mariana hubiese fallecido allí? La mayor decepción fue que, de ser así, la Iglesia no conserva registros de defunción de esa zona y época, aunque sí lo hace con los nacimientos, matrimonios y confirmaciones. Me preguntaba si era posible que tantas personas se fueran sin dejar rastros, sólo porque morir no tiene el rango de sacramento como nacer o casarse. Antes de contar con la copia del acta de nacimiento de mi abuelo, en mis interminables horas de navegación por la Red, había encontrado la base de datos de los inmigrantes arribados al puerto de Buenos Aires (ya citada en otro lugar). Allí, al teclear el apellido Garena, surgió una lista de personas que llevaban dicho apellido; entre ellas, una niña de apenas seis años ¡se llamaba Mariana! Llegados el mismo día y en el mismo barco, dos adultos –un hombre y una mujer- y cinco niños entre dos y trece años de edad. Se podía pensar que era una familia, pero… mi madre siempre creyó que su abuela llegó a la Argentina ya casada, cerca del año 1900. Y estos Garena desembarcaron del vapor “Sirio” el 29 de octubre de 1886. Si se trataba de mis ancestros, ello cambiaba toda la historia y abría numerosas preguntas e hipótesis: ¿Mariana y José se habrían casado en la Argentina? ¿Dónde? ¿Mariana tuvo varios hermanos? ¿Qué pasó con ellos? Si vino al país con sus padres, esto significaba que ellos también podían estar sepultados aquí. ¿Dónde se afincaron? ¿Qué En busca de un tiempo olvidado

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pasó con ellos que, a la muerte de Mariana y después, no tuvieron contacto con sus descendientes? Y todavía más… si José había venido a la Argentina siendo soltero… ¿dónde vivió? ¿Cómo se conocieron? Si Mariana era esa niña llegada al país con seis años en 1886, significaba que al morir tenía alrededor de 33 años. Tantas preguntas que no tuve cómo contestar, hasta el momento de tener en mis manos el acta de nacimiento de Lorenzo. Ésta me permitió responder algunas de mis preguntas: en dicha acta, además de los datos esperados en cuanto a fecha y lugar de nacimiento, hallé el nombre de sus abuelos paternos y maternos. Y estos últimos coincidían con los inmigrantes arribados a Buenos Aires. Según el acta, mi abuelo era nieto, por línea materna, de Pedro Garena y Margarita Aicardi. ¡Eran ellos! Paralelamente, empecé la búsqueda del certificado de casamiento de Mariana y José, suponiendo que los hallaría en el lugar donde ella creció y donde, quizás, descansaran sus padres. ¿Cuál sería ese lugar? ¿Tal vez Ballesteros, donde nació mi abuelo? Quizás la historia había empezado allí, en vez de terminar. La espera ansiosa de unas vacaciones para hacer una visita al Registro Civil de esa localidad fue compensada con un nuevo fracaso: ni el matrimonio, ni el nacimiento de los hijos mayores, sólo el nacimiento de Lorenzo y de Juan, el hermano que le seguía. Hasta 1912 no hay registros del nacimiento de Francisco, el hijo menor. ¡Cuánta impotencia, qué frustración al no poder encontrar el mínimo rastro de esta historia que cada vez se hacía más intrigante, de esta familia que no podía terminar de conocer! Tanto tiempo dedicado a ella hizo que desarrollara hacia Mariana una especie de fascinación; 122

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progresivamente tenía más preguntas sobre ella; pasé mucho tiempo imaginando cómo era, qué había sucedido en sus últimos días…

Verano de 2007… Las entrevistas genealógicas realizadas a los familiares de mayor edad pueden brindar datos que, aunque a veces sean erróneos, constituyen pistas para avanzar en la investigación. Mi madre siempre recordó que, en el momento de fallecer su propia madre, en diciembre de 1943, habían concurrido al sepelio personas que -ella creía- eran descendientes de una hermana de su abuelo José Goy. De ellos, recordaba el apellido y que vivían en la localidad de Monte Buey, en la provincia de Córdoba. Como lo había hecho en tantas ocasiones en relación con otras búsquedas, dirigí algunas cartas a personas con ese apellido, cuyos datos extraje de la guía telefónica. Cuando ya había olvidado dicho envío, un año después, recibí un llamado telefónico de Isabel de Picco, nieta de Teresa Garena, una de las hermanas de mi bisabuela Mariana61. Isabel me permitió avanzar un poco más en la reconstrucción de esta familia, con algunos datos que me brindó sobre sus recuerdos62. Tiempo después, releyendo algunas de las notas tomadas durante nuestras conversaciones, surgieron otras ideas: Isabel me había contado 61 Al igual que en el caso del apellido Coassolo, también esta carta tuvo un largo recorrido: recibida por una tía de Isabel, en Monte Buey, fue olvidada durante un tiempo y luego entregada a su sobrina, quien vive en la ciudad de Villa María, con el pedido de que estableciera contacto conmigo. 62 A partir del contacto con Isabel pude corroborar que se trataba de familiares de Mariana y no de José, como siempre creyó mi madre. En busca de un tiempo olvidado

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que su madre nació en Rafaela… me pregunté si ése sería el lugar donde toda la familia se hallaba radicada. Envié una carta esperanzada y en poco tiempo obtuve la respuesta tan ansiada: ¡allí estaba registrado el matrimonio entre mis bisabuelos José Goy y Mariana Garena, en abril del año 1897! Era un hallazgo afortunado, porque para la época aún no estaba oficialmente creado el Registro Civil de la provincia de Santa Fe. Semanas después, tuve en mis manos una copia borrosa del acta, escrita con una letra que resultaba muy difícil entender. En ella tenía nuevos datos: ambos eran habitantes de la colonia Rafaela; el trabajo de José como cocinero; una firma reemplazando la de Pedro, quien no sabía hacerlo pero debía autorizar el matrimonio de su hija, ya que Mariana era menor. Las posteriores comunicaciones con el Registro Civil de Rafaela me permitieron lograr aún el acta de nacimiento de Pedro, pero no la de Mariana hija. Y luego… el rastro volvió a perderse. Aparentemente, el nacimiento de la niña no se produjo allí, como tampoco la defunción de mis tatarabuelos Pedro y Margarita, al menos en un periodo importante de años en que se realizó la búsqueda. Otra idea surgida gracias a las notas tomadas de los testimonios de Isabel fue solicitar al Registro Civil de Monte Buey, donde está sepultada su abuela, el dato respecto al lugar de nacimiento de Teresa, considerando que podría ser el mismo que el de mi bisabuela. La gentileza y buena voluntad encontradas en muchísimas personas pertenecientes a Municipios y Parroquias de diversas localidades de Santa Fe y de Córdoba son dignas de mención. Quien me atendió no tuvo reparos en leer para mí, a través del teléfono, los datos registrados en el certificado de defunción de Teresa Garena. Así, pude saber que 124

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había nacido en la localidad de Vigone63, en la provincia de Torino, Piamonte, Italia. En respuesta a un correo electrónico enviado a la comuna mencionada obtuve, pocos meses después, una nota con los nombres y fechas de nacimiento y defunción de los ancestros de Mariana, tanto por línea materna como paterna, que se remontan hasta principios del siglo XIX. Paradójicamente, esta bisabuela cuyos últimos años no puedo reconstruir es una de quienes mejor conozco su origen. Los datos sobre sus padres, abuelos y bisabuelos han salido a la luz; también el último lugar de residencia familiar antes de emigrar a la Argentina –Orbassano-, el buque que los trajo –Sirio-, los nombres de sus hermanas…

Invierno de 2007… Un recurso que quienes nos dedicamos a la investigación genealógica saludamos calurosamente fue la puesta on line de los datos del Censo Provincial efectuado en el año 1887 en la provincia de Santa Fe64. Si bien tuve que perseverar para localizar a algunos de los que buscaba, encontré a una parte de la familia Garena en la colonia Egusquiza, cercana a Rafaela. Sin embargo, allí se me presentó un 63 Vigone dista 36 km. de la capital provincial. Cuenta con poco más de 5.000 habitantes y data del siglo X. Está hermanada con Cañada Rosquín, en la provincia de Santa Fe. 64

Puede encontrarse en www.digitalmicrofilm.com.ar/censos En busca de un tiempo olvidado

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nuevo interrogante: en la planilla censal figuraban Pedro, su esposa Margarita y tres hijas: Teresa, Mariana y Francisca; esto ocurría siete meses después de su llegada al país. No aparecían allí los dos hijos mayores, un varón llamado Domingo y una niña, María, ambos de la misma edad según los datos obtenidos en la “página de los barcos”. El censista registró que el matrimonio tenía tres hijos, aunque los años que llevaban casados permitía suponer que podían haber tenido más descendientes. Sin embargo ¿dónde estaban esos dos niños arribados al puerto de Buenos Aires con el resto de la familia? ¿Qué había pasado con ellos? Era posible que, según la costumbre de la época, algunos hijos hubiesen sido enviados a algún lugar diferente del domicilio paterno, para trabajar como sirvientas, peones, etc. Con esta idea en mente y teniendo en cuenta los errores de transcripción de los nombres que había encontrado ya en otros casos65, procedí a revisar minuciosamente todas las fichas censales, sin encontrar ningún rastro de esos dos hermanos de mi bisabuela Mariana. Tiempo después también fue puesto en la Red el Censo Nacional del año 189566. En este caso, los errores son aún mayores que en el anterior y no parece estar indexado en su totalidad. Aquí pude hallar solamente a Mariana, de 15 años de edad, de ocupación “sirvienta”, en Sunchales, en el departamento Castellanos (Santa Fe). Del resto de la familia, en estas fichas censales no he localizado a nadie.

65 Mis bisabuelos Bartolo Fassi y Luisa Bertino aparecen en este censo como Bartolo Fani y Luisa Bertina, respectivamente. 66 126

Este censo se puede consultar en www.search.labs.familysearch.org

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Otoño de 2009… A causa de la duda planteada por la existencia y desaparición en pocos meses de los dos hermanos mayores de Mariana, decidí solicitar al párroco de Vigone, de quien había tenido buena respuesta en ocasiones anteriores, las actas de bautismo de los niños referidos, asumiendo que se trataba de los hijos mayores de mis tatarabuelos. No mucho después de realizado el pedido, recibí dichas actas y con ellas una nueva sorpresa: no eran un niño y una niña, sino dos mujeres llamadas María y Dominga y… ¡se trataba de mellizas! Con estos datos procedí a una nueva búsqueda en el Censo Provincial y allí pude encontrar, con un nombre tergiversado, a Dominga, trabajando como sirvienta en Colonia Susana. De María, su gemela, no hallé rastros.

Invierno de 2010… Aunque en el curso de mi búsqueda genealógica encontré datos inesperados, creo que, en este aspecto, esta rama de la familia es la que supera, con mucho, a las demás. A partir de la puesta en línea de las actas parroquiales67 microfilmadas, retomé la búsqueda del posible lugar de defunción de mi bisabuela materno-paterna. 67

En: www.search.labs.familysearch.org En busca de un tiempo olvidado

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Guiada por la información que tenía desde un principio, localicé en Bell Ville las actas de los bautismos celebrados en Ballesteros y, en Villa Nueva, los libros de la parroquia de Ausonia. Hasta ahí, ninguna novedad. Sin inconvenientes, imprimí una copia de los certificados pertenecientes a mi abuelo y sus hermanos. Sin embargo, al trasladar la revisión a los registros de Villa María, orientada hacia otros apellidos, el asombro fue mayúsculo al encontrar, inesperadamente, el bautismo de un niño nacido en el año 1916, cuyo nombre era Bernardo, hijo de José Goy y de Mariana Garena. Este descubrimiento replanteó toda mi investigación ya que, según los datos de los que disponía, Mariana había muerto alrededor de 1913 y resultaba que, tres años después, había sido madre de otro hijo. Por otra parte, de la existencia de ese niño no se tenía conocimiento en la familia; mi madre siempre contó que su padre tuvo cinco hermanos, a los cuales ella conoció (con excepción de Mariana hija, quien murió en la adolescencia). Este descubrimiento abre nuevos interrogantes e hipótesis: sobre el destino de ese niño (casi con seguridad, debió morir tempranamente; de otra manera, habría alguna referencia sobre él); también, sobre la fecha cierta de la muerte de Mariana. El acta de Bernardo menciona a Villa María como el lugar de residencia de la familia. Supongo que debió ser en la zona rural; seguramente antes de comprar sus campos en Ticino. Me pregunto si esta adquisición fue anterior o posterior a la muerte de mi bisabuela; sin embargo, ello circunscribe los posibles lugares de sepultura a los 128

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cementerios de Villa María y de La Palestina, puesto que, en esos años, todavía no había sido construido el de Ticino. Lamentablemente, tal como me explicaron en el Obispado de Villa María, no se conservan las actas de las defunciones ocurridas en esa zona en la época señalada. Finalmente, la tumba de Mariana continúa perdida y presumo que lo seguirá estando.

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LA MEMORIA DE OTROS “Un pueblo olvida cuando la generación poseedora del pasado no lo transmite o ésta rechaza lo que recibió o cesa de transmitirlo”. Jorge Luis Borges

Los recuerdos de Clelia “Mis abuelos se casaron y llegaron a la Argentina más o menos en 1897. Vivían en Ballesteros… Mi abuela murió de cáncer… decían que se cayó del sulky, el tío Pedro contaba eso, vaya a saber si él sabía bien… que un día andaba en el sulky y se cayó para atrás… entonces se golpeó la columna… y decían que, desde ahí, le agarró cáncer… vaya a saber… cuando murió pedía por favor que le sacaran los perros que la estaban comiendo… el tío contaba eso… lo tenían por tonto, pero no tenía nada de tonto… había tenido meningitis y, en lugar de incentivarlo, de ayudarlo… porque… sordo no era… no sé qué secuela le habrá dejado… pero, a todo eso, en lugar de mandarlo a la escuela, como a los otros… no lo mandaron a la escuela… era analfabeto completamente… quedó soltero y murió en un geriátrico, en Villa María. Nunca supe dónde está enterrado, ni la fecha precisa de la muerte… él votaba, figuraba en los padrones, o sea que debió nacer en Argentina… La segunda hija se llamaba como la madre, Mariana, se suicidó a los 15 años… se envenenó un año después de la muerte de mi abuela… había dos versiones: una decía que la había violado un ‘croto’, un día En busca de un tiempo olvidado

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que estaba sola en el campo; la otra versión decía que había tenido relaciones con el novio… lo que fuera, decían que se mató por miedo a la reacción de mi abuelo cuando se enterara… No sé cuándo fueron a vivir a Ticino… mi abuelo perdió el campo –se lo quitaron- en 1935, cuando yo tenía tres meses. Había llegado a hacerse un importante capital, pero era demasiado ingenuo… ...el campo que compró era de seiscientas hectáreas, se llamaba “El Manantial”… cuando lo perdió, los propietarios lo lotearon y lo vendieron a varios dueños… él estaba enfermo y lo engañaron, le hicieron firmar una escritura falsa… perdió todo por una firma mal puesta… Decían que al abuelo le gustaba cocinar… también era muy instruido… todos los que tenían una duda… o algo… en el campo… iban a preguntarle a él, porque leía mucho… tenía muchos libros… de religión también… algunos de ésos los tenía después mi abuela Quaglia… decían que el abuelo sabía de historia… sabía mucho… Yo tenía cinco años cuando mi abuelo murió, pero me acuerdo que se pasaba todo el tiempo en la cama. Se levantaba para comer y volvía a acostarse… sentado en la mesa, sacudía la cabeza para un lado y para el otro, con la cabeza baja, con la mirada perdida… Los tres tíos se fueron juntos al Chaco, los tres eran solteros… no sé si mi abuelo habrá ido y después se habrá vuelto… no sé… yo diría que el abuelo no se fue… ¿Sabés por qué? Porque como al tío Pedro lo tenían por discapacitado… a menos que se lo hubiera llevado también al tío Pedro… y después haya vuelto… no sé nada de eso… 132

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Yo creía que la hermana de mi abuela, casada con Bernardi, era Goy68... que era hermana de mi abuelo… no sé si la abuela Quaglia nos contaba eso, nos decía eso… o creía ella también… resulta que era Garena… yo no la conocí… lo único que me acuerdo, porque yo tenía cinco años cuando murió mi abuelo, es que vinieron en unos autazos bárbaros, yo me pasaba mirando los autos… vinieron al velorio de mi abuelo. De los que vinieron, me acuerdo de dos hombres altos… no sé si vinieron más… tienen que haber venido más, porque eran dos autos… no sé si la hermana de mi abuela ya se había muerto o no… después de la muerte del abuelo Goy, la abuela Quaglia recibió una foto, que no sé dónde habrá quedado… está la señora, una señora grande, y la nuera y la hija (Margarita) y unos chicos chiquitos… vaya a saber dónde quedaron esas fotos… le mandaron a la abuela… Después, recibió una carta, que… yo no sé qué confusión hubo… porque Margarita me quería llevar a mí con ella, como no tenía hijos… al poco tiempo murió el marido, y, después, la abuela recibió una carta que decía que Margarita había muerto… y me decía: ‘menos mal que no te llevó a vos, sino quedarías huérfana por segunda vez’… eso me decía la abuela… Después no recibió más cartas… yo sé que mandaron una caja así… con ropa para nosotros… para todos los chicos… No sé qué confusión hubo con esa carta… mi mamá murió en el ‘43, eso habrá sido en el ‘44… ‘45… eso… lo único que me acuerdo… Cuando murió mi mamá, ya no llegaron a la casa… vinieron directamente a esperarla en el cementerio… pero… ahí, no sé quién vino… ni nada… porque a mí no me trajeron… 68

Ver referencias a Teresa Garena de Bernardi, en el verano de 2007. En busca de un tiempo olvidado

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Después, no supe más nada… yo creo que mi papá y mi mamá sabían ir a Monte Buey y creo que ellos habrán venido, pero yo no me acuerdo… no sé…”

Los recuerdos de Isabel “Cuando yo era chica, mi abuela estaba enferma. Me acuerdo que al final de sus días había perdido la lucidez y llamaba a su hermana muerta: ‘Mariana… Mariana…’ No sé datos de su llegada a América, sólo sé que mi abuela tenía nueve años y creo que decían que eran de Torino… …tampoco sé dónde se radicaron cuando llegaron al país… Por lo que sé, Mariana no está sepultada en Monte Buey.... Cuando era chica alcancé a conocer a la tía Francisca… tanto mi abuela como ella se casaron en Argentina... Francisca tuvo una hija que se casó con Ferreyra y ella tuvo un hijo que se llamaba Osvaldo, ya fallecido. Ellos vivían en Sunchales… Nunca escuché que hubiera otros hermanos, además de Mariana, Teresa y Francisca… siempre supe de esas tres mujeres… Mi mamá, Margarita, nació en Rafaela… Tengo un primo que me contó que habría familiares Garena en Laborde…”

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QUIZÁS SUCEDIÓ ASÍ... “Con ojos de niña”

1 de octubre de 1886… En el puerto de Génova reinaba un intenso bullicio. Una multitud iba y venía, aprontándose para embarcar en el Sirio. El lujoso vapor había hecho su viaje inaugural tres años antes y periódicamente surcaba los mares entre Génova y Buenos Aires, llevando inmigrantes a “hacer la América”. Los grupos que rondaban las proximidades del barco ofrecían marcados contrastes. Cercanos a la pasarela de popa, hombres y mujeres suntuosamente vestidos daban órdenes a sumisos criados que, diligentes como hormigas, acarreaban espléndidos equipajes. Los pasajeros de primera clase escasamente alcanzaban una cincuentena: ricos hacendados argentinos con sus aristocráticas esposas de regreso al país, comerciantes europeos en viaje de negocios, agentes de inmigración que llevaban otra remesa de campesinos para formar una nueva colonia. Distribuidos en pequeños grupos, según el género o la afinidad, conversaban animadamente sobre los recientes acontecimientos políticos de la Argentina, las joyas adquiridas durante la estancia en Italia o el guardarropas que dictaba la moda francesa, el último escándalo provocado por algún conocido miembro de la sociedad porteña o la conveniencia de fundar colonias con la presencia de En busca de un tiempo olvidado

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militares para proteger a sus pobladores de los malones, un temor todavía presente. Se mantenían apartados de la muchedumbre que pululaba por el muelle, a la que dirigían miradas entre curiosas y despectivas. Los que harían el viaje en tercera clase, algunos con su pasaje pago por el gobierno del país adonde iban, formaban una abigarrada mezcolanza de colores y dialectos. Familias enteras provenientes de todas las regiones de Italia, tocados con gorros de lana los hombres y pañuelos oscuros las mujeres, delataban su pobreza en sus rústicas ropas, sus toscos suecos de madera y en los baúles de cartón que contenían sus magras pertenencias. Algunos, provenientes de lejanas aldeas, habían llegado uno o dos días atrás. Sin el dinero suficiente para costear el pasaje en tren a todos sus miembros, las familias más numerosas se habían visto obligadas a realizar a pie la mayor parte del trayecto. Fatigados, sucios y abatidos, sin un lugar decente donde pasar las horas previas a la partida, acampaban en los muelles arrumbados en un revoltijo de enseres y alimentos. Casi un mes demorarían en atravesar el Atlántico en las entrañas del barco que los llevaría a un destino soñado, permitiéndoles huir de la miseria, la enfermedad o las persecuciones en esa patria que ya no podía ofrecerles una vida digna. Mientras Pedro y sus dos hijas mayores vigilaban los bultos que contenían todo el capital familiar, Teresa y Mariana cuidaban de la pequeña Francisca que, desde la altura de sus dos años, miraba con ojos azorados las dos chimeneas del imponente Sirio. Margarita, la madre, lloraba quedamente mientras se abrazaba a los pocos familiares que habían ido al puerto a despedirlos, segura de que ya no volvería a verlos. Segura de que jamás volvería a pisar su 136

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tierra. Ni siquiera le quedaba el consuelo de unas escasas cartas, pues la escritura le era ajena. Para Mariana, la travesía que estaba por comenzar era un hecho trascendente. Sensible y perceptiva, experimentaba alternativamente los sentimientos de cada miembro de su familia: la expectativa de su padre, la angustia de su madre, el miedo de Teresa, la infantil curiosidad de Francisca por esa experiencia novedosa. Lamentaba no saber escribir, para anotar día a día lo que ocurriría en el viaje. Bueno o malo, sabía que sería inolvidable. …Mamá no deja de llorar… Maria la mira y llora, a mí también me dan ganas de llorar cuando ellas lloran… por suerte Francisca no se da cuenta de nada… Mamá dice que no volveremos más a Italia… yo no sé… Padre dice que ganaremos mucha plata y que podremos volver… El barco que nos va a llevar a la “Mérica” es grande, muy grande, más grande que la casa donde vivíamos en Orbassano… y está todo pintado de blanco… ¡cómo brilla al sol! ¿Cómo se verá desde allá arriba?... tengo ganas de subir a ver… A Francisca le llaman la atención las chimeneas, porque están largando humo… yo pienso que abajo debe estar la cocina, pero Padre dice que ese humo es de los motores del barco… yo no entiendo cómo es eso… Yo le pregunté a Teresa si tiene miedo de cruzar el mar, ella dice que no, pero me agarra fuerte la mano y mira el agua y abre los ojos muy grandes… a mí me da miedo el mar, ¡pero es tan lindo! …hasta donde se pierde la vista se ve el agua… ¡debe ser grande el mar!... En busca de un tiempo olvidado

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Finalmente, dieron la orden de embarcar. En el muelle la gente empezó a abrazarse, aunque aún quedaban unas horas por delante; el proceso sería lento. Por todas partes se oía el llanto de las mujeres y los gritos de los hombres despidiéndose de los que quedaban en la patria. En voz alta prometían volver pero, secretamente, unos y otros dudaban de reencontrarse algún día. Los que viajaban en primera clase, alejados de la algarabía, dirigían miradas despectivas y comentaban entre sí sobre el desaliño y el comportamiento inadecuado de ese montón de campesinos. Para abreviar ese espectáculo que les resultaba chocante, al que no se habituaban pese a que era invariable en todas las travesías, subían de prisa al barco por la escala de popa, al final de la cual los esperaban obsequiosos marineros que los conducían a sus camarotes. En ese sector del barco gozarían de privacidad, pasearían y tomarían sol en las cubiertas a las que sólo ellos tenían acceso y verían satisfechas todas sus necesidades, igual que en un hotel de lujo. Hacia la proa, más de mil pasajeros de tercera clase formaron una gruesa fila y, lentamente, arrastrando sus bártulos, fueron pasando frente a la mesa del sobrecargo, quien corroboraba sus datos y entregaba al cabeza de familia un cupón que debería presentar a diario a fin de retirar la comida para los suyos. La espera se hacía larga para Mariana, cansada y ansiosa por subir al buque. Margarita sostenía a Francisca en sus brazos, temerosa de que la niña cayera al agua o se perdiera entre el gentío. Un paso más atrás, María y Dominga, pálidas y con los ojos dilatados, se aferraban entre sí y trataban de no perder de vista las largas faldas maternas. Teresa apretaba fuertemente el brazo de Mariana, mientras todas, como una 138

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caravana de hormigas, seguían al padre que cargaba sobre la espalda un grueso fardo de mantas enrolladas y arrastraba un pesado baúl. Casi dos horas habían pasado cuando pudieron, por fin, trepar por la pasarela, donde un marinero esperaba a un nutrido grupo para guiarlo a las profundidades del barco. Mientras bajaban varios tramos de escaleras y recorrían largos y angostos pasillos, les advirtió que no podrían cruzar a los sectores donde se hospedaban los demás pasajeros. Sólo durante la partida y algunas horas cada día podrían permanecer en la cubierta de proa para tomar aire fresco, comer o permitir que el personal de servicio limpiara los dormitorios colectivos. Al final del laberíntico recorrido los separaron: hacia la izquierda, los camarotes destinados a los hombres; a la derecha, las mujeres y los niños pequeños. …Mamá eligió tres camas lejos de la puerta, están una al lado de la otra… ella dormirá con Francisca… nos dijo que nos acomodemos en las otras… María y Dominga quisieron la del medio… ellas siempre están juntas… mamá dice que es porque nacieron juntas… yo dormiré con Teresa, así puedo agarrarle la mano cuando la oscuridad le dé miedo… Padre dijo que podemos enfermarnos, que hay gente que tiene el mal del mar… trajimos limones para chupar, dicen que los limones curan el mal del mar… ¡ojalá que nosotras no nos enfermemos! Ahora vamos a ir arriba, Padre dice que ese lugar se llama “la cubierta”, para ver cuando el barco salga del puerto y saludar a los que se quedan… ¡Vamos, mamá, Teresa, María, Dominga, vamos a ver el mar! ¡Apúrense! ¡Vamos! En busca de un tiempo olvidado

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Reunidos en la proa del barco escucharon el potente y grave lamento del Sirio, anunciando la partida. Mariana observó que dos hombres en tierra soltaban las gruesas amarras y las arrojaban a bordo, donde los marineros corrían presurosos de un lado a otro, ocupados en sus tareas. Poco a poco, el buque comenzó a separarse del muelle; los que estaban arriba sollozaban y agitaban las manos en un gesto final de despedida a los que quedaban y a la tierra que los había visto nacer. Lentamente, el barco salió del puerto y puso proa hacia el horizonte; la costa fue haciéndose cada vez más pequeña, hasta perderse en la distancia.

2 de octubre… Mamá, Dominga y Teresa vomitaron toda la noche… empezaron apenas partimos… ahora están en la cama, sin poder moverse. Dicen que están mareadas… Francisca está muy asustada viendo a mamá así, ella nunca la vio enferma… María y yo las ayudamos y les dimos a chupar un limón, pero volvieron a vomitar… creo que eso debe ser el mal del mar… pero yo sabía que a mí no me iba a agarrar… Hay mucha gente en nuestro dormitorio, mamá dice que se llama “camarote”… hay muchas mujeres y niños… y bebés… dormimos dos en una cama, algunas pequeñitas duermen tres en la misma cama… me parece que acá no cabe tanta gente… y es tan oscuro… muchas 140

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vomitaron anoche… y lloraban… y los bebés también lloraban… algunas decían que se iban a morir acá adentro…

7 de octubre… Dominga y Teresa ya están bien, ya se curaron del mal del mar… María está muy callada y triste… mamá también está triste… cuando las veo así yo también me pongo triste y tengo ganas de llorar… Yo sé por qué mamá está tan triste… es que tiene miedo de que no haya una parroquia allá donde vamos… tiene miedo de no poder escuchar la misa… Cerca de nuestra cama hay unas niñas de Torino… viajan con su mamá… su padre hace mucho tiempo que se fue a la “Mérica” y van a encontrarse con él… dicen que lo extrañan mucho… Mamá no tendría que estar tan triste… nosotros nos vamos todos juntos…

8 de octubre… Todos los días nos levantamos a la misma hora… Padre hace la cola para buscar la comida para todas… la comida del barco es muy fea y algunas veces no alcanza… Padre dice que no tiene hambre y nos da su parte a nosotras… En Orbassano le contaron a Padre que en el barco nos iban a dar todos los días pan fresco y carne fresca, pero eso es mentira… hace mucho que no comemos carne… y el pan es viejo y es muy duro… En busca de un tiempo olvidado

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Ya no me parece tan lindo el barco… todo está muy sucio… hay cáscaras de frutas tiradas en el piso… y algunos también hacen otras cosas en el piso… y es mentira que limpien todos los días… está sucio y hay mucho olor… y de noche es peor… Yo pienso que del otro lado, donde está la gente rica, debe ser más lindo el barco… seguro que limpian todos los días y la comida seguro que es más rica… seguro que comen carne y que no les dan pan duro, pero cuando le dije a Teresa que me gustaría conocer esa parte del barco me dijo que yo estoy loca… le dije que nos podemos perder cuando bajamos de “la cubierta” y pasar a ese lado, pero me dijo que siempre soy la misma y que si no me callaba le iba a decir a mamá… ¡cómo me gustaría conocer esa parte del barco!... Hace muchos días que estamos en el barco… todas las mañanas subo a “la cubierta” con Padre y Teresa y Dominga y Maria y Francisca y miramos el mar… hay agua por todos lados, atrás, adelante, nada más que agua… ¡qué grande es el mar!

10 de octubre… Tantos días en el mar y no hay nada más que agua y agua… para mí que estamos parados, pero cuando le pregunté, Padre se echó a reír… dice que la “Mérica” está muy lejos y que todavía nos faltan muchos días para llegar… ¿y si el barco se pierde? ¿Cómo hacen para saber el camino si no se ve nada más que agua? En el barco no hay nada para hacer, entonces hablamos mucho con nuestras amigas de Torino… ellas nos cuentan que su padre 142

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les mandaba cartas desde la “Mérica”… dicen que él ha comprado un pedazo de tierra y que les mandó los pasajes para que vayan a reunirse con él… dicen que todas van a trabajar en ese pedazo de tierra y que después van a comprar más… Todas las noches nos arrodillamos al lado de nuestras camas y rezamos… Mamá le pide al Señor que nos proteja y nos libre de todo mal… yo le pido que el barco no se pierda… ¡yo tengo muchas ganas de llegar y conocer la “Mérica”!

11 de octubre… Los días son largos en el barco… yo me aburro… unas mujeres dicen que si seguimos muchos días más en el barco van a saltar al agua… dicen que ya no aguantan más… lo que más me gusta es cuando subimos todos a “la cubierta” y miramos el mar, pero cuando bajamos al dormitorio no me gusta, porque no podemos hacer nada más que hablar y rezar… y dormir y esperar que llegue el otro día… Padre contó que algunos hombres están enseñándole palabras en “la castilla”. Dice que adonde vamos se habla la castilla y que tendremos que aprenderla… Yo le pedí que me enseñe… yo quiero ir a la escuela allá adonde vamos… quiero aprender a leer y a escribir… ¿habrá escuelas allá adonde vamos? Madre ya no vomita, pero no quiere comer… toma agua, nada más… es difícil conseguir agua… nos dan un poco y dicen que nos tiene que durar todo el día… yo no entiendo por qué nos dicen eso, si en el mar hay mucha agua... si alcanzaría para todos… En busca de un tiempo olvidado

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Mamá todavía no se levanta de la cama… y llora, pero cuando yo me acerco se seca las lágrimas… yo la abrazo… también a la noche la escucho llorar… de noche muchas mujeres lloran…

13 de octubre… Hay tormenta… el barco sube y baja, sube y baja… y se escucha el ruido del agua contra las paredes… y los truenos… con las sacudidas, mamá volvió a vomitar… Las mujeres lloran y dicen que el barco se va a hundir y que nos vamos a morir todos acá adentro… yo tengo mucho miedo… estoy con Teresa en nuestra cama, estamos abrazadas muy fuerte, muy fuerte… Francisca está con Dominga y con Maria, para no molestar a mamá que está enferma… Hoy no vimos a Padre… no nos dejaron subir, por la tormenta… acá adentro hace mucho calor, está muy oscuro… ¡mamá, Teresa! … no veo nada… ¡tengo mucho miedo! …¡qué fuerte es el ruido! …y los truenos… ¡como se mueve el barco! Teresa llora… ¡Mamá, abráceme! ¡Yo no quiero morirme antes de llegar a la “Mérica”! ¡Por favor, Dios mío, protégenos! ¡Por favor, que el barco no se hunda! ¡Por favor!

14 de octubre… Ya paró de llover y con Teresa y Dominga y María y Francisca subimos a “la cubierta”… también Padre subió… dice que los hombres 144

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también tuvieron miedo de la tormenta y que ellos también le pedían a Dios que el barco no se hunda… Anoche murió un hombre que viajaba en el barco… Padre contó que esta mañana lo envolvieron en las mantas que traía y lo tiraron al mar… yo me puse triste… me dio mucho miedo que alguno de nosotros también se muera y que nos tiren al mar… Padre también nos contó que unos hombres le mostraron un libro que tiene un nombre raro… me parece que se llama… no me acuerdo… y que ese libro enseña cómo tenemos que hacer las cosas en la “Mérica” los que vamos de Italia… parece que allá nos llaman de una forma rara… no me acuerdo… ¿cómo es que nos llaman a los italianos?… Mamá está mejor y dice que mañana va a subir a ver el mar… ¡es grande el mar! …más grande que Vigone y que Orbassano… pero cuando hay tormenta no me gusta… el cielo todavía está negro… ¡Ojalá que no vuelva a llover! Cuando recemos esta noche voy a pedirle a Dios que no permita que el barco se hunda y que ninguno de nosotros se muera y que lleguemos rápido a la Mérica…

18 de octubre… Cuando subimos a “la cubierta” esta mañana, Padre estaba mirando el mar y tenía los ojos llenos de lágrimas… Mamá se sintió mejor y también pudo subir… Padre contó que anoche varios hombres cantaron “canzonettas”… dijo que todos terminaron llorando…¿Será por eso que Padre está triste hoy?

En busca de un tiempo olvidado

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24 de octubre… Padre dice que ya falta poco para llegar… dice que unos días más y estaremos en la “Mérica”… contó que allá adonde vamos hay un río, todo de plata es ese río… ¿cómo será un río de plata? Yo tengo muchas ganas de verlo… Padre también dice que allá en la “Mérica” las monedas están tiradas en el suelo y que lo único que hay que hacer es agacharse a juntarlas… con las que junte voy a comprarle a mamá unos zuecos nuevos, así no estará tan triste… nuestras amigas de Torino dicen que su padre les mandaba monedas de oro… pero no saben dónde las juntó… Hoy comimos spaghetti… y el pan que nos dieron estaba recién hecho… hoy me gustó la comida que nos dieron…

26 de octubre… Padre dice que iremos a trabajar en el campo… dice que adonde vamos sobra la tierra y que falta gente para trabajar… yo no sé… con todos los que vamos en este barco ¡yo no sé si alcanzará la tierra para todos! Padre también dice que si trabajamos mucho vamos a poder comprar la tierra… y que vamos a ser ricos… debe ser rico el padre de nuestras amigas si compró la tierra… pero si son ricas, yo no sé por qué no viajan en la otra parte del barco… 146

Liliana Fassi


29 de octubre… Antes del amanecer, el Sirio ancló frente a la costa argentina. La escasa profundidad del puerto de Buenos Aires impedía que el buque se acercara más. Deberían esperar a la salida del sol para salvar los ocho kilómetros que aún les faltaban para pisar tierra. Por unas escalas colgadas a los costados del barco, deberían descender como arañas a las barcazas en las que se amontonarían pasajeros y equipajes y, si la marea estaba baja, traspondrían los últimos metros en carros tirados por animales de carga. Los nuevos inmigrantes, agolpados en cubierta, con las espaldas entibiadas por los primeros rayos del sol primaveral, buscaban anhelantes algún indicio, una primera imagen del país en el que construirían su futuro. …Padre dice que hemos llegado, pero la tierra está muy lejos… yo no sé cómo vamos a llegar… allá lejos veo unas casitas blancas… y donde hay poca agua andan unos carros tirados por caballos que llevan gente… Antes de que bajemos del barco va a venir un médico a revisarnos, para que no traigamos enfermedades a la “Mérica”… dicen que a los que están enfermos los mandarán de vuelta… ¿y si se enteran de que mamá estuvo vomitando la mandarán de vuelta? ¿Esta es la “Mérica”? ¡Hasta ahora, yo no veo ningún río de plata!

En busca de un tiempo olvidado

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GIUSEPPE QUAGLIA Beinette, Cuneo, Italia – 20/09/1876 Beinette, Cuneo, Italia – 26/08/1901 Ticino, Córdoba, Argentina – 06/01/1966

MADDALENA TURCO Beinette, Cuneo, Italia – 02/03/1877 Beinette, Cuneo, Italia – 26/08/1901 Ticino, Córdoba, Argentina – 15/08/1956

2004 - 2007



EN EL PRINCIPIO FUE… El camino más fácil Primavera de 2007…

Al haber crecido con sus abuelos maternos, mi madre tuvo mayor cantidad de datos para aportarme en esta investigación. Conociendo desde el comienzo cuál era el pueblo de origen de ambos –Beinette, en la provincia de Cuneo, Piamonte69- la búsqueda resultó más fácil que en otros casos. Fue posible lograr la fecha aproximada de nacimiento, ya que mi madre recordaba sus cumpleaños. Conservó, además, unas esquelas orladas de negro que se habían hecho para participar a familiares y amigos de la misa efectuada en conmemoración de sus abuelos. Y, sobre todo, los correos electrónicos a la comuna de Beinette tuvieron rápida respuesta, gracias a la excelente disposición de la responsable del Registro Civil, quien nunca dejó de responder a mis pedidos. De tal modo, en poco tiempo y en contraposición con lo ocurrido en la búsqueda de otros ancestros, pude reconstruir fácilmente mi rama familiar materno-materna, al menos hasta la época en que el Registro Civil cuenta con archivos. 69 Beinette se halla a 9 km. de la capital provincial. Está a 491 metros sobre el nivel del mar y tiene una población de alrededor de 2.800 habitantes. Entre las comunas más cercanas se encuentra Peveragno, a 4.3 km. De allí eran originarios Anna Marro y Francisco Turco, padres de mi bisabuela materno-materna Magdalena Turco de Quaglia. En busca de un tiempo olvidado

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En el caso de la parroquia de Beinette, en cambio, no he recibido ninguna respuesta a los múltiples pedidos hechos y es en este punto donde, seguramente, se complicará la búsqueda en lo sucesivo, ya que necesitaré recurrir a ella para continuar avanzando en el conocimiento de estas familias.

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LA MEMORIA DE OTROS

“Sólo cuando se es olvidado por aquéllos que nos recordaban, o cuando éstos han perecido, se puede afirmar que inexistimos”. Felipe Gómez Isa

Los recuerdos de Clelia “Mis abuelos eran de Beinette, en Piamonte… cuando era chico, la madre lo llevaba a mi abuelo de la mano, a pedir limosna a la casa de la familia de mi abuela… pienso que eso le debe haber causado resentimiento y por eso la trataba tan mal… Mi abuelo tenía una hermana que vivía en Brasil, estaba casada con un cafetalero… después ella se separó y se volvió a Italia… mi abuelo estuvo un tiempo, creo que no mucho, trabajando en Brasil en los cafetales… fue a Italia y trajo a los hermanos… antes había estado en Francia trabajando en las bodegas, decían que por eso le gustaba tomar… Contaban que en un viaje que mi abuelo hizo a Brasil se enfermó de cólera… él decía que los que se enfermaron fueron los hermanos, ellos decían que había sido él… se decía que, en esos tiempos, a los que se enfermaban en los barcos los tiraban al mar, para evitar contagios… entonces, los hermanos lo obligaban a caminar por la cubierta, sosteniéndolo uno de cada lado, para escapar a la revisación… creo que En busca de un tiempo olvidado

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los habían dejado en una isla, no estoy segura… no sé si será cierto, no sé si el barco se habrá ido y habrá vuelto después a buscarlos… De mi abuela Magdalena habían quedado hermanos en Italia, tenía un montón de hermanos… uno muerto en alguna guerra, un sacerdote, una monja, una hermana vino a la Argentina… al cura creo que lo habían mandado a Rusia y a la monja a Francia… no sé ni cómo se llamaban… la hermana que vivía en Ticino se llamaba María… creo que a la Argentina vinieron ellas dos, nada más… también vinieron tíos de la abuela, hermanos de mi bisabuelo… dos vivían en La Palestina, en el campo… Andrés y Juan Bautista70... el otro, creo que era soltero y que vivía en Pasco… no estaba con ellos… no me acuerdo cómo se llamaba, ni nada de él… Ellos vinieron al país enseguida después de casarse. En 1902 nació el primer hijo, el tío Juan… nació en la provincia de Santa Fe… me acuerdo de una anécdota que contaban… un día estaba sentadito en el patio, jugando, era en un monte, se habían hecho un ranchito y cuando la abuela mira venía un viborón enorme que le llegaba cerca… entonces ella se acordó de que a la víbora le gusta mucho la leche… fue, buscó un plato de leche y se lo puso cerca y la víbora se puso a tomar la leche… y ella despacito pudo levantarlo y llevarlo… Los otros dos hermanos que le siguen, la verdad, no sé dónde nacieron… eran tres varones seguidos, después tres mujeres y después tres varones otra vez… 70 En su obra, Laura Borga relata anécdotas sobre la vida de Juan Bautista Turco como maestro y sacristán del pueblo. También refiere la intensa participación de ambos hermanos en diferentes actividades comunitarias. (Borga, Laura. “La Palestina Centenaria”. Colección Otras Voces, Otros Ámbitos. Córdoba, 1994). 154

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Los abuelos hicieron dos o tres viajes a Italia y volvieron… la tía María nació en el barco, en el último viaje de vuelta a la Argentina… ella era de 1908 o 1909, tenía la nacionalidad italiana… Cuando tenían el segundo hijo viajaron a Italia. Al llegar, mi abuela vio que sólo su papá fue a recibirlos. Ahí se enteró de que la madre había muerto y la carta donde el padre se lo anunciaba se había cruzado con ellos en el viaje… el segundo hijo se llamaba Santiago… aunque no estoy segura de que haya alcanzado a ir a Italia, porque se le murió siendo chiquito… mi abuela le estaba dando la mamadera y se le quedó muerto en los brazos… Después tuvieron otro hijo, que también llamaron Santiago. Ése se murió porque lo mordió un perro rabioso, que también la había mordido a mi mamá… el perro salía de la pieza y mi mamá estaba en la puerta, entonces la mordió… cerca de la ceja, por acá tenía una cicatriz… pero no le pasó nada a ella, en cambio, a él sí… fueron al pueblo a buscarle el remedio… pero se murió… El tío José nació en Argentina en 1906, cuando habían vuelto del primer viaje… la tía María nació en 1908 o 1909, al regreso de otro viaje a Italia... nació en el barco… Mi abuelo era muy avaro… cuando salían de la iglesia, apenas se casaron, ella vio una moneda en el suelo y quiso levantarla… él puso el pie sobre la moneda y se la quedó… en el viaje a la Argentina, mi abuela tuvo el “mal de mar”. El médico del barco le recomendó a mi abuelo que le comprara comida de primera clase, que era mejor… ellos viajaban en tercera… él no le compró… Una vez, cuando dormía, mi abuela le revisó un cinto que no se sacaba nunca y descubrió que tenía un forro lleno de monedas de oro… 156

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Cuando llegaron al país, se emplearon en una estancia en Rosario… creo que llegaron a Buenos Aires, allá iba gente a contratar inmigrantes para trabajar, para mí que los contrataron así… ella trabajaba como cocinera y el pago era la comida para los dos… después, fueron a un lugar de montes… él compró un buey y trabajaba la tierra con un arado de madera… sembraba a mano… Tuvieron un campo en Pampayasta… cuando mi abuelo lo perdió –se lo quitaron- se fue al monte con sus herramientas y un arma para defenderlas, pero nadie fue a buscarlo… Cuando nació mi mamá, en 1911, estaban en un campo en La Palestina… después vivieron en Alto Alegre… …también en campo Yucat… en un tiempo vivieron en “Campo Moreyra”, más al sur, entre Las Perdices y Ticino, y después compraron en Ticino, alrededor de 1920… la noche que llegaron a Campo Moreyra, nació el hijo menor, el tío Antonio… Los padres de mi abuela71, eran dueños de tres ‘cascinas’72 que sumaban quince hectáreas. Para la época, en Europa, era una gran propiedad73… el padre de mi abuela era muy generoso… todos los días le daba de comer a los mendigos del lugar… cuando murió mi bisabuelo, el abuelo la agarró a palos a la abuela para que le diera la herencia… el hijo mayor salió en su defensa… le juró que siempre la iba a cuidar… Mi bisabuelo era el mayor de los hermanos y fue padre antes que los demás, mi abuela también era la mayor de los hermanos y nació antes 71

Francisco Turco y Anna Marro.

72 Granjas. 73 Fernando Devoto menciona en su obra “Historia de los italianos en la Argentina” que en el siglo XIX la tierra llegó a estar tan fragmentada que, en el Piamonte y especialmente en la provincia de Cuneo, el promedio era de un propietario cada cuatro hectáreas. (Devoto, Fernando. “Historia de los italianos en la Argentina”. Biblos. Buenos Aires, 2008). En busca de un tiempo olvidado

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que el resto de sus primos… también vinieron a la Argentina otros hermanos de mi bisabuelo, estaban en Ticino o en La Palestina74… Mi abuelo dilapidó la herencia del suegro y sólo le quedó el campo de Ticino… ahí fueron vecinos de los Goy… yo pienso que así se habrán conocido mi papá y mi mamá… el abuelo despilfarró todo… se dio la buena vida… cobraba la cosecha y desaparecía por un tiempo, nadie sabía dónde estaba… una vez le dijeron a la abuela que lo habían sacado de un campamento de gitanos… volvía sin un peso… Mi abuelo tenía una quinta en las afueras del pueblo, en Ticino… tenía tres hectáreas y media, cuatro hectáreas, algo así… la de los Fassi estaba en esa misma dirección… eran todas quintas, en la calle donde terminaba el pueblo… la quinta de mi abuelo hacía esquina, con una casa antigua que… se ve que, antiguamente, hubo algún negocio… un salón grande en la esquina, y él lo tenía alquilado para hombres solos. Mis abuelos vivían en una parte de la casa… después, las otras piezas… había una que se la habían dejado a la antigua dueña de la casa… había otra pieza donde dormía un tío y atrás, en otra pieza, que ya daba a la calle, dormía el otro tío… después, estaba el salón grande, que lo tenían siempre alquilado… los abuelos vivían también ahí, muchos años… de ahí, cuando ya no se podían manejar, los hijos los llevaron al campo… murieron los dos en el campo… Yo viví en esa quinta con ellos… En 1928 habían construido una casa nueva, cerca de la otra, más moderna y confortable, y se trasladaron… el ciclón de ese año destruyó por completo la casa nueva y dejó intacta la vieja… mi abuela estuvo internada un mes en Las Perdices por las heridas que sufrió al 74 158

Juan Bautista y Andrés Turco.

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derrumbarse la casa… se habían hecho la casa nueva porque la otra estaba que se caía… ya estaba cuando ellos alquilaron el campo… entonces, se hicieron la casa nueva, cerca, cerquita… y el ciclón se la arrasó… y la vieja quedó como estaba, mirá vos… Entre Ticino y la casa de mi abuela había una hilera de pencas altas. Mi abuela contaba que eso estaba ahí como recuerdo de una casa que hubo… ahí vivieron los primeros colonos… era como un sótano, que tenía un puente levadizo. A la noche, la gente que vivía ahí se metía adentro y levantaba el puente, para protegerse de los indios… decían que todavía había indios… Mi abuela era sumamente trabajadora… tenía una huerta, fabricaba quesos, hilaba lana… hacía cualquier cantidad de clases de quesos, depende de cómo cuajaba la leche… tenía diferentes moldes con agujeritos, para filtrar el suero y airear el queso… al roquefort lo envolvía y lo enterraba, hacía un pozo y lo ponía en una olla, que no fuera a entrarle tierra, ni bichos y lo dejaba como seis meses… la abuela le mandaba a mi mamá, eran muchos de familia… ordeñaban tres o cuatro vacas, no tenían mucha leche, habrán sacado tres o cinco litros por vaca… después, la abuela seguro que le daba algo para que se llevara a cualquiera que iba a la casa… Mi abuela hilaba la lana… a los vellones los ataba en un palo, no sé cómo los ataba… tenía un huso… y, entonces, iba sacando lana, se sentaba, y el palo ese lo sostenía entre las piernas, y al huso le enganchaba la lana y la iba tirando… lo daba vueltas… enrollaba la lana en el huso… trataba de afinarla, para que fuera pareja… cuando En busca de un tiempo olvidado

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terminaba ese vellón, sacaba la lana del huso y hacía un ovillo… volvía a atar otro… hacía casi siempre de dos hilos… hacía uno, después otro y, después, los unía… pero era menos trabajo… después, hacía la madeja… la lana tenía que ser sucia, sin lavar… porque, sino, no se puede… las madejas… las lavaba, algunas veces las teñía con anilina… la abuela compraba los paquetes de anilina… algunas, las teñía; otras, para entrecasa, para los chicos, así nomás, natural… mi tío tenía una oveja, que no era negra del todo, pero era gris… así… entonces, la lana de esa oveja no se vendía, era para la abuela, para hilar… para los chicos, la hacían natural… La abuela sabía hacer de todo, de todo, de todo… hacía flores para llevar al cementerio, hacía las flores de papel, después armaba la corona… qué más… sabía hacer de todo, la abuela era muy hacendosa… Mi abuela tenía un horno para pan… hacían pan, masitas… era muy raro que cocinaran un lechón pero, a veces, también cocinaban un lechón… la abuela tenía cocina a leña, con un horno grandote, con tres o cuatro hornallas, el tanque de agua… tenía siempre agua caliente… Contaba que, en Italia, no comían carne más que para Navidad… únicamente se mataba en esa época, iban todos a comprar un poco de carne porque era Navidad, había alguien que se dedicaba a eso y toda la gente iba a comprarle… ellos comían polenta, sopa de arroz y porotos… la polenta la hacían con leche o con cuajada… por ejemplo, la leche la desnataban y la dejaban cuajar… mi abuela la hacía con suero que compraba en la carnicería… la colaba para que fuera dulce y eso lo ponían arriba de la polenta… traían esas costumbres, acá empezaron a 160

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comer carne… también contaba que iban a cocinar el pan en un horno que había en el pueblo y tenían que dejar una parte en un canasto para los que iban a pedir… Mi abuela murió cuando tu hermana estaba por cumplir un año… era muy chiquitita cuando murió… se achicó mucho… había una foto, que estaba toda la familia, todos de pie, pero yo no la tengo… era un cuadro grande… capaz que la tenga mi prima… la abuela tenía el pelo largo, pero tenía poquito, igual que yo… castaño, como yo… no se puso canosa… le quedaron poquitos pelos, pero ni una cana… El abuelo tenía el pelo negro y la piel morena… mi abuela tenía el cabello castaño claro… no me acuerdo del color de los ojos… …los dos sabían leer y escribir… la abuela, en su pueblo, estaba en el coro de la iglesia… Cuando yo era chica, sabía bien el italiano, porque la abuela me hacía leer las cartas que recibía de allá… ella sabía leer y escribir, fue maestra allá… también había aprendido a leer y escribir el castellano, lo hablaba medio atravesado, como todos los italianos… contaba que su pueblo, Beinette, estaba al pie de la montaña… de noche bajaban los lobos… ellos iban caminando a Francia, que está cerca… allá todas las casas están muy cerca, ellos trabajaban en el campo… cultivaban trigo, maíz… tenían algunos animales, los cuidaban con una soguita al cuello para que no les arruinaran los sembrados… es todo chiquito allá… se aprovechan los centímetros de tierra… en invierno nevaba, quedaba todo blanco… los padres de la abuela tenían un galpón grande pegado a la casa, el establo… de noche guardaban los animales ahí adentro… a la mañana ordeñaban las vacas y las llevaban por ahí para que comieran… En busca de un tiempo olvidado

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Al abuelo de la abuela75 le decían el “padrino del delantal”, porque usaba siempre un delantal… Decían que, cuando era soltero, había peleado en una de las guerras de Italia… Contaba la abuela que las mujeres se hacían el “fardel”, que era toda la ropa que la mujer llevaba cuando se casaba… tenía que hacérsela ella misma… el ajuar… Yo, a los abuelos, los trataba de usted… ellos me tuteaban… había familias que, a los hijos, también los trataban de usted… yo conocía… inspiraba más respeto… ellos pensaban así…”

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Bartolomé Turco.

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QUIZÁS SUCEDIÓ ASÍ... “Adioses”

“A medida que nos acercamos a la muerte, también nos acercamos a la tierra, y no a la tierra en general, sino a aquel pedazo, aquel ínfimo (¡pero tan querido, tan añorado!) pedazo de tierra en que transcurrió nuestra infancia, en que tuvimos nuestros juegos y nuestra magia, la irrecuperable magia de la irrecuperable niñez”. Ernesto Sábato

I Mientras el barco iniciaba las lentas maniobras para atracar en el puerto de Génova, la ansiedad imponía un galope en el pulso de Magdalena. El caluroso mes de junio de 1905 agotaba sus días y traía la promesa de un verano inusualmente tórrido. Los Q. regresaban a Italia con sus hijos Juan y Santiago. Cuatro años atrás habían partido desde ese mismo puerto, recién casados, hacia un destino de esplendor que el tiempo había deslucido. —¿Dónde está mamá? –preguntó Magdalena a su padre, cuando todavía no se había desprendido de su abrazo. —¿Por qué no vino con usted al puerto? —¿No recibieron mi carta? La tristeza en el rostro de Francisco confirmaba a su hija la triste noticia que había intuido apenas descendió del barco y lo vio solo, parado en el muelle, con la espalda vencida. La carta en la que les En busca de un tiempo olvidado

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contaba sobre la muerte de Anna aún iba rumbo a América, donde no había nadie para recibirla. Inconscientemente, Magdalena movió la cabeza hacia un lado y otro, mientras sentía que el dolor cobraba una dimensión física, tal como una prensa que apretara su pecho cada vez más fuerte y le quitara la capacidad de respirar. “No es verdad”, fue el primer pensamiento que acudió a su mente. “No puede ser, no puede ser cierto”. Un sentimiento de extrañeza la colmó; el impacto fue tan fuerte que le pareció que se deslizaba fuera del mundo real, a un lugar insonoro, hecho de grises. Temblorosa, buscó otra vez el abrazo de su padre y dejó que lágrimas calladas mojaran su hombro. En los últimos años había aprendido a llorar en silencio, un llanto callado que resultaba más desgarrador cuanto más reprimido. Aunque el adiós definitivo para los que emigraban era casi una certeza, la ilusión de volver a encontrarse con sus padres la había animado en el difícil cruce del océano. Con un rosario en las manos, se había refugiado en el recuerdo de su madre tan sólo tres noches atrás, mientras el barco soportaba una furiosa tormenta en alta mar. Los golpes de las olas en el casco del barco, exagerados por la oscura profundidad de los camarotes de tercera clase, le habían resultado menos amenazantes cuando pensaba en el ansiado encuentro. De la misma manera que de niña se reconfortaba al saber que Anna estaba allí, detrás de las tinieblas de la noche, ahora calmaba su angustia el saber que su madre la esperaba al otro lado de ese océano devorador. Sin embargo, no era ése el único dolor que los esperaba. Resultaba difícil creer que también la madre de José había muerto, solamente una semana antes que Anna. Magdalena volvió a ver en su mente a 164

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María, siempre apagada, con sus ropas zurcidas y vueltas a zurcir, la mirada nublada, las manos llagadas a fuerza de trabajar para otros, el rostro surcado por arrugas de sufrimiento que desmentían sus jóvenes años. La vida que ella misma llevaba en América, los sufrimientos padecidos, el desengaño de una vida diferente a la esperada, todo ello hacía que comprendiera profundamente a su suegra y se apiadara de ella. Apoyó una mano cautelosa en el brazo de José, prodigándole un consuelo que ella misma necesitaba angustiosamente, pero él permaneció rígido y distante. Desde el día de su boda, Magdalena había tenido muestras de la dureza de su esposo que, con el tiempo, se había ido convirtiendo en una crueldad deliberada. José nunca había demostrado sentimientos afectuosos hacia ella o a sus hijos; al contrario, muchas veces parecía poseído por un rencor que Magdalena creía que se remontaba hasta su infancia. María y su hijo caminaban apresuradamente por el camino que llevaba a la granja de los T., preocupados por llegar a tiempo para la comida. Los dueños de la propiedad alimentaban diariamente a una decena de lugareños que, a pesar de las largas y duras jornadas de trabajo en los campos, no ganaban lo suficiente para dar de comer a su numerosa prole. Mientras llegaban, vieron que algunos entraban por el ancho portón de madera del cobertizo. En su interior, un amplio hogar albergaba una enorme olla ennegrecida, colgada de un gancho sobre la crepitante En busca de un tiempo olvidado

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llama. Desaliñados hombres y mujeres formaban un patético grupo, con sus críos aferrados a las faldas o en los brazos. Desfilaban arrastrando los pies, a la vez que extendían toscos recipientes que Francisco y Anna iban llenando. Con sus manos callosas envolvían los cuencos plenos para aprovechar su calor y buscaban un espacio en los largos bancos de madera dispuestos contra las paredes del recinto. Aunque todos se conocían, no hablaban entre sí; casi no se miraban; comían cabizbajos un alimento que sabía amargo. Eran conscientes de compartir el humillado silencio de sentirse incapaces de proveer a su familia con lo necesario. —Hoy no está Magdalena –dijo María en voz baja. —Es raro, porque nunca falta para ayudar a sus padres. ¿Será que está enferma? José recorrió con la mirada el lugar, buscando la conocida figura de la hija de los dueños de casa. La niña tenía apenas unos meses menos que él y, a pesar de su simpatía y su sencillez, le parecía tan distante como los picos más altos que circundaban su pueblo. Pese a sus pocos años, José ya percibía las diferencias entre esa familia y la suya y, lejos de sentirse agradecido por la ayuda que los T. les brindaban a ellos y a otros campesinos, lo embargaba un creciente resentimiento por las injusticias intuidas en la manera en que el Dios de su madre disponía las cosas. María, prematuramente envejecida por el sufrimiento y las privaciones, había sido la tercera esposa de su padre y varios años menor que él. José no recordaba alguna época en que la familia hubiera disfrutado de una comida abundante, sobre todo después de la muerte de su padre. No tenía memoria de algún invierno sin sentir el frío en sus pies casi desnudos o en su cuerpo cubierto por ropas andrajosas. 166

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Las privaciones, el sufrimiento, el disimulo de su madre al secarse las lágrimas en el áspero delantal fueron haciendo crecer en él la impotencia y la furia. No podía aceptar que las cosas indispensables les fueran inaccesibles. Se sentía lejos de compartir la resignación y el fatalismo de María; al contrario, las experiencias vividas en sus escasos años habían gestado en él un rencor irracional hacia aquellos que él consideraba culpables de sus vidas miserables. —Algún día –le dijo a su madre- voy a casarme con ella y voy a ser el dueño de todo esto.

II Mientras el tren recorría el camino de regreso a su hogar, Magdalena luchaba con la sensación de irrealidad que la invadía. Una detrás de otra, pasaban por su mente miles de imágenes de su madre, eterno refugio de su infancia y anhelado sostén que había perdido desde que se fueron a América. Creyó que nunca más iba a desprenderse del lacerante dolor en el pecho. Se imaginó como un árbol al que le hubiesen cortado de un hachazo la mitad de su raíz y sintió que iba a derrumbarse. “¡Cuántas cosas quería contarle!” –pensó-. “¿Y ahora a quién voy a decirle…?”. Si al menos hubiera podido despedirse, abrazarla una vez más, decirle que la amaba y que la seguía necesitando aunque ya estaba cerca de cumplir treinta años y era madre de dos hijos. —Me pone feliz conocer a mis nietos- dijo Francisco, sentando en sus piernas al mayor de los niños, mientras su hija sostenía a Santiago, que se había dormido acunado por el traqueteo del tren. En busca de un tiempo olvidado

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—Santiago recién tiene un año y Juan ya ha cumplido los tres. Es un hombrecito. —Anna soñaba con conocerlos-. Francisco acariciaba la cabeza de Juan, que miraba por primera vez a ese abuelo del que su madre le había hablado tanto. —En los últimos días, tu madre te llamaba como cuando eras niña, ¿te acuerdas? Frente a ellos, José guardaba un gélido silencio mientras miraba hacia afuera, a los picos de los Alpes que las vías férreas atravesaban en el sinuoso recorrido hacia Cuneo, en la vecina región del Piamonte. Desde su llegada, casi no les había dirigido la palabra y se había aislado en un hosco silencio. Magdalena sabía que el ceño fruncido, los labios apretados y el movimiento espasmódico de los puños presagiaban un estallido de consecuencias impredecibles. Además del llanto silencioso, también había aprendido a temer ese gesto de su esposo y a intentar evitarlo. Tomó las manos de su padre y lo interrogó sobre las razones de las dos muertes tan próximas. —Padre… ¿qué fue lo que pasó? ¿Cómo puede ser que las dos, con tan pocos días de diferencia… en tan poco tiempo…? ¿Estaban enfermas? ¿Cómo no lo supimos? —Hacía bastante que María no se veía bien, pero este invierno empeoró de manera notable. —¿Qué tenía? ¿De qué se enfermó? -Siguió preguntando su hija, ante el mutismo de José-. —Tosía todo el tiempo y estaba muy débil. Una mañana la fiebre no la dejó levantarse. Anna iba todos los días a atenderla, le llevaba algún 168

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alimento, pero ella se negaba a comer. Parecía que ya no conocía a la gente que tenía alrededor. —¿Y mamá? ¿Qué cosa le pasó? -la angustia ahogó la voz de Magdalena. —Unos días después, Anna amaneció también con una fiebre muy alta… —¿Y el médico, qué dijo? ¿Por qué no pudo ayudarlas? —Él creía que podía ser alguna enfermedad contagiosa. Intentó con varios remedios, pero nada sirvió. Se fueron con una semana de diferencia -recordó Francisco, mientras las lágrimas caían por su rostro y su nieto las secaba con la mano. —No fue ninguna enfermedad contagiosa -fueron las primeras palabras de José desde que habían subido al tren. —Mi madre murió de miseria y soledad. Los familiares y amigos formaban un semicírculo frente a la puerta de la iglesia, mientras esperaban la salida de los novios. El padrino respondía a los gritos de los chiquillos arrojando monedas al aire. Después de los abrazos y felicitaciones, seco ya el llanto emocionado de las madres, cuando partían, un reflejo dorado a pocos pasos de ella llamó la atención de Magdalena. Al volverse a mirar vio una moneda de oro que había pasado inadvertida a la voracidad de los niños. Interpretó el hallazgo como un augurio de buena suerte en el día de su boda y extendió la mano para recogerla, en el mismo momento en que el pie de su flamante marido cayó con fuerza sobre la moneda y la ocultó de su vista. Con el gesto congelado y una incipiente angustia, oscuramente premonitoria, vio como él se inclinaba, tomaba la moneda En busca de un tiempo olvidado

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y la introducía en el bolsillo de su chaleco, sin buscar su mirada ni dirigirle la palabra. Las horas siguientes, el almuerzo en casa de sus padres, los preparativos para embarcar el día después pasaron en medio de una confusión y un malestar crecientes. Empezó a dudar de lo que había pasado, quiso pensar que su esposo no había advertido su intento; ensayó la ilusión de que él guardaba la moneda para sorprenderla después con un regalo. Posiblemente allí había empezado a justificar su conducta, a buscar excusas para sus desplantes, como una manera de hacer más tolerable el temor que empezaba a sentir ante lo definitivo de un futuro del que ya no podía escapar. Al día siguiente, María, Francisco y Anna los acompañaron al puerto para despedirlos, aunque José insistía en que no era necesario. Lo exasperaban las lágrimas maternas, que consideraba exageradas. Él aseguraba que volverían en poco tiempo, cuando hubiesen ganado el dinero que, según decían, en América se encontraba regado en el suelo. Sin embargo, Magdalena creía, secretamente, que el regreso no ocurriría tan pronto. Apenas el barco salió del puerto y puso proa al sudoeste, empezó a sentirse enferma. Les habían hablado del “mal del mar” que algunos experimentaban en el cruce del océano y que hacía que muchos temieran embarcarse. Decían que el mareo y los vómitos eran tan intensos que les hacían pensar en arrojarse por la borda. Decían también que los esfuerzos para vomitar continuaban aunque en el estómago no quedara nada, por lo que recomendaban continuar comiendo, para que el forcejeo no fuese en vano. En una ocasión, había llegado a sus manos un manual que contenía consejos destinados a los inmigrantes. En él 170

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recomendaban a los que embarcaban que llevasen limones para chupar y contrarrestar así las náuseas. Ninguno de los consejos recibidos antes, ni los que generosamente ofrecían sus compañeros de viaje le resultaron útiles. Día a día desmejoraba visiblemente; su rostro había adquirido una palidez cadavérica, con oscuras manchas moradas en torno a los ojos hundidos; los esfuerzos por eliminar algo que ya no estaba en su cuerpo la dejaban extenuada. Su condición se agravaba por la calidad de la comida de tercera clase, que le era imposible digerir. El médico del barco recomendó a José que comprara algunos alimentos de los que se preparaban para los pasajeros de primera clase, de mejor calidad y más convenientes para quienes estaban en las condiciones de la joven. Indicó también que bebiera mucha agua, para evitar un deterioro mayor del organismo. —¿Y usted cree que yo puedo pagar la comida de los ricos? No tengo plata para eso. —Se trata de su esposa. Su condición es bastante crítica. Si usted no sigue mis indicaciones, yo no puedo asegurarle que no empeore, no sé lo que podría ocurrir. —Como usted dijo, es mi esposa –contestó José- y yo sé lo que nos conviene. Ella tendrá que ser fuerte. Además, cuando lleguemos a la “Mérica” va a tener que trabajar duro y olvidarse de tantos mimos. Se tendrá que ir acostumbrando a otra vida, ahora es la mujer de un pobre.

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III En Cuneo se bajaron del tren. Francisco había dejado allí un carro tirado por dos caballos, para recorrer los ocho kilómetros que distaban aún hasta llegar a Beinette. Cargaron los baúles que habían traído, subieron a los niños y ellos mismos se hicieron un lugar. —Hija, en tus cartas nos contabas muchas cosas pero, estando tan lejos, uno siempre quiere saber más. Cuéntame todo desde el principio –pidió Francisco. —¿Recuerda lo que les escribí, papá? Al llegar a Buenos Aires algunos pasajeros se bajaron del barco, pero nosotros seguimos por un río hasta Rosario, una ciudad muy grande en la provincia de Santa Fe. Allí nos bajamos y…. —Dime, hija –interrumpió Francisco. —¿Es verdad que ese país es tan grande? —Es mucho, mucho más grande de lo que pueda imaginarse, papá. Uno puede andar días y días sin salir de la provincia. Y en el campo, uno puede ver salir el sol y seguirlo por el cielo hasta que se pone y no dejar de verlo en todo el día… y el horizonte está tan lejos… —También contabas de un lugar muy grande donde trabajaban… —Eso fue al principio… era una estancia en Rosario -intervino José-. Pero ella tenía que cocinar para mucha gente y nos pagaban solamente con la comida… el dueño se aprovechaba de nosotros… —Dime… ¿cómo es una estancia? –volvió a preguntar Francisco-. —Es como una de nuestras granjas pero diez, cien veces más grande –contestó Magdalena-. Se dedican a cultivar cereales, trigo sobre todo, desde el comienzo al fin de la tierra… 172

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—¿Y ahora? ¿Me dicen que ya no están allí? —No –respondió el yerno-. Hace un tiempo compré un campo chico, en la provincia de Córdoba, al oeste de Santa Fe. Por ahora son pocas hectáreas, pero trabajando mucho y ahorrando podré comprar más tierras. —Es una zona con montes –intervino Magdalena-, cerca de un lugar que llaman Pampayasta… es un nombre que usaban los indios… y cerca pasa un río… —Esa es una buena noticia, hijos. Ya tienen su propia tierra, como soñaban cuando se fueron de la patria… —También compré algunos bueyes para arar… -agregó José-. —Trabajamos muy duro, desde la salida del sol hasta el anochecer… la vida allá no es fácil, padre… —Ella siempre se está quejando –reprochó José, sin dirigirse a nadie en particular-. Cuando partimos sabía que iba a tener que trabajar mucho para ganar plata y llegar a ser dueños de una propiedad, pero parece que nunca entendió que somos pobres… Cuando Magdalena terminó de limpiar la infinita pila de cacharros usados para la cena, hacía varias horas que todos en la estancia estaban durmiendo. Sin embargo, todavía no había llegado su hora de retirarse a descansar; aún le faltaba poner a remojar el maíz y los porotos para preparar el locro del día siguiente, esa comida típica del país que había tenido que aprender a cocinar para satisfacer el hambre de tantos trabajadores empleados por el patrón. En busca de un tiempo olvidado

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Cubrió sus hombros con una manta de lana y salió al patio. Se dirigió hacia la bomba de agua, colgó de ella el balde que llevaba y accionó la palanca. Un chorro helado la salpicó cuando el balde estuvo lleno. Tambaleándose por el peso, lo acarreó hasta la cocina, donde llenó dos grandes ollas que contenían las legumbres que remojaría durante la noche para ablandarlas. Al amanecer empezaría a cocinarlas lentamente en los grandes fogones que tenía la estancia. Cuando los preparativos estuvieron listos y la cocina quedó en orden, tomó una pila de ropas que tenía sobre una silla y se sentó junto a la mesa para remendarlas. La escasa luz no ayudaba a sus ojos cansados, pero sabía que José querría usar esa camisa al día siguiente, no porque no dispusiera de otra, sino para ponerla en falta. Estaba terminando esta tarea cuando recordó que debía voltear los quesos que había preparado y que maduraban en la despensa vecina a la cocina. Cuando por fin consideró que su día estaba terminado, se dirigió a la pieza que compartía con su marido. Agradeció al cielo que él estuviera profundamente dormido, para no tener que soportar sus constantes reproches; lo que hacía, lo que dejaba de hacer, lo que decía, su tristeza y su añoranza de la patria y la familia, todo era motivo de comentarios despectivos y amargos. Mejor todavía, al estar dormido, no se vería obligada a cumplir con sus deberes de esposa. Cuando iba a introducirse en la cama cuidadosamente para no despertarlo observó, a la débil luz de la vela, que el cinto del cual él jamás se desprendía se había soltado de su cintura y se había deslizado hacia un costado. Durante varios minutos se vio tironeada entre la curiosidad, aumentada por la habitual actitud de José, y el terror de pensar lo 174

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que ocurriría si él despertaba y la encontraba examinándolo. Había aprendido a conocerlo lo suficiente como para saber cuál sería su reacción y esa posibilidad la espantaba. Sin embargo, sucumbió a la curiosidad y cautelosamente acercó una mano temblorosa para tocar el cinto con la punta de los dedos, como si se tratara de una serpiente venenosa que podía clavarle los colmillos súbitamente. Notó que el cinto era anormalmente grueso y duro; le llamó la atención que no se trataba de una cinta de cuero; parecía, en cambio, una funda que contenía algo. Miró a su marido, que seguía durmiendo y trató de acompasar su propia respiración a la pausada y profunda de él. Hizo un esfuerzo por contener los latidos desbocados de su corazón, pero no consiguió controlar el temblor de sus manos. Palpó el cinto y notó una gruesa tela cosida en el interior, formando un largo y angosto bolsillo cerrado con un botón en el extremo junto a la hebilla. Lo desprendió e introdujo dos dedos buscando lo que fuera que formaba relieves y extrajo una moneda de oro. Asombrada, fue deslizando el contenido del cinto con suavidad. Su respiración se detuvo y su corazón salteó un latido cuando comprobó que, en el interior de la prenda de la cual su esposo nunca se deshacía, había una pequeña fortuna en monedas de oro.

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IV Magdalena entró a la casa donde había transcurrido su infancia y a su mente volvieron de golpe todos los recuerdos. No pudo contener las lágrimas; la figura de su madre aparecía en cada rincón, detrás de cada puerta; estaba presente junto a cada uno de los muebles, en cada cosa que habían tocado sus manos. Sin embargo, dolía comprobar que Anna no estaba allí y que ya no volvería a estar. Apenas bajaron del carro, José había tomado el camino que llevaba hasta el lugar donde había muerto su madre. La vivienda se hallaba en un estado ruinoso, ya que ninguno de sus hermanos había permanecido allí para ayudar a María a conservarla habitable. La puerta colgaba con sus bisagras rotas y en el interior una gruesa capa de polvo cubría los escasos muebles, en su mayoría destruidos por el paso de los años y la falta de cuidados. Sintió que el resentimiento nacido en su infancia regresaba y se expandía por su pecho como una marea. Volvió a dominarlo el odio hacia los que tenían la vida que a él le había sido negada. Recordó el tironeo de la mano de su madre, cuando caminaban hasta la granja del que hoy era su suegro y volvió a sentir en su boca el sabor amargo de la comida mendigada. Volvió a ver las miradas de compasión de los vecinos cuando acompañaba a María a la iglesia. Notó el conocido hormigueo que empezaba en su rostro y bajaba por los brazos hasta concentrarse en sus manos. Abrió y cerró convulsivamente los puños, mientras la furia se adueñaba de él y lo obligaba a buscar una descarga. 176

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Estaba convencido de que su madre había muerto sola, enferma y hundida en la miseria y que sus suegros no habían hecho nada por ella. Tan sólo llevarle unas míseras migajas. Como antes. Como siempre. La imaginó muriendo sola, llamando a sus hijos que estaban del otro lado del mundo. Perdido el control, arrojó cuanto objeto encontró a su alrededor; golpeó la puerta que se desprendió totalmente de sus goznes; completó la destrucción que el tiempo y el abandono habían iniciado. Finalmente, quedó con los brazos colgando laxos a los costados del cuerpo, cubierto de polvo y telarañas. Observó los despojos que quedaban, como si un huracán hubiera arrasado con todo. Se sintió extrañamente ajeno, insensible a tanto daño, emocionalmente distante del hombre que lo había causado, desposeído de todo enojo pero también de toda culpa. Recuperada su actitud habitual, volvió a la casa de su suegro decidido a acortar todo lo posible su estancia en el país. Aquí ya no quedaba nada que le importara; su madre había muerto, sus hermanos habían emigrado, no había propiedades de su familia que pudiera vender. Sin embargo, sí que podía exigirle a su mujer que le pidiera a su padre el dinero que le correspondía por la herencia de su madre. Con eso podrían volver de inmediato a América y él compraría unos campos que estaban en venta en un pueblo cercano. Permanecerían en Italia sólo el tiempo que le llevara a su suegro conseguir lo que le debía a su hija. Magdalena quedó paralizada cuando José le dijo lo que había pensado. Intentó razonar con él, contarle cómo se sentía, decirle que necesitaba permanecer un tiempo con su padre para mitigar el dolor de ambos, pero el gesto de José no admitía razonamientos, mucho menos En busca de un tiempo olvidado

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oposición. Por dura experiencia sabía que, cuando su marido tomaba una decisión, no había manera de hacerlo cambiar; todavía peor, ya no se atrevía a intentarlo. Agobiada, imaginó el rostro de su padre cuando le pidiera su herencia. Sabía que le causaría un dolor indescriptible, cuando Anna aún no se había enfriado en su tumba… Súbitamente, deseó estar con ella, terminar con todo, dejarse dormir y ya no sentir… Varios de los jóvenes que el año anterior habían partido a Francia para trabajar estaban de regreso y el pueblo organizaba una fiesta para darles la bienvenida. Como era costumbre cuando un emigrante volvía, todos los vecinos se reunían en una casa para festejar, comer y cantar durante horas, pero también para escuchar sus anécdotas, hacerle miles de preguntas y analizar la posibilidad de partir también. Magdalena miró al hijo de María, sentado en el otro extremo de la habitación junto al amigo que había compartido con él su experiencia en el vecino país. Le pareció más atractivo que cuando se fue, aunque no había perdido su gesto adusto. Lo conocía desde que eran niños; su padre había muerto tempranamente dejando a su familia en la pobreza. Lo recordaba junto a sus hermanos, recorriendo el pueblo en busca de un trabajo, una limosna, una ayuda que les permitiera colaborar con su madre en el sustento diario. Mientras la gente a su alrededor hablaba y se reía, él se le acercó. Conversaron sobre Francia, sobre la posibilidad que la emigración les daba a los que estaban dispuestos a dejarlo todo y emprender el viaje. 178

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Hablaron de América y de las extensas tierras disponibles para los que quisieran trabajarlas. Allí, decían, la plata se encontraba tirada en el suelo. Se ilusionaron con el futuro de opulencia que América ofrecía a los que la adoptaban como su patria. Al final de la noche, José le propuso casarse con él y partir juntos a la Argentina. Cautivada por sus relatos, intrigada por lo desconocido que podía esperarla, al final de la noche Magdalena había aceptado casarse con José y acompañarlo al otro lado del mundo.

V Mientras el barco iniciaba las lentas maniobras para zarpar del puerto de Génova, la angustia oprimía el pecho de Magdalena. Aferraba a sus hijos contra su pecho mientras su marido, a su lado, tenía un gesto triunfante. Una vez más, la joven volvía a ver a su padre parado en el muelle, solo, con la espalda vencida. Pocas semanas antes, habían llegado a ese mismo puerto con la esperanza del reencuentro. Ahora, esa esperanza había muerto en su alma, colmada de dolor y de pérdida. Levantó la mano para despedirse de Francisco. Le dijo con la mirada que lo amaba y lo necesitaba y le pidió perdón por el desgarro que le había causado, aunque sabía que él comprendía. Lentamente, el barco salió del puerto y puso proa al sudoeste. El muelle se fue alejando y la figura de su padre, borroneada por las lágrimas, empequeñeció hasta perderse en la distancia.

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Los que nacieron aquí... 1891 - 1911

“… nuestra identidad reside en la memoria, en el relato de nuestra biografía…” Rosa Montero

“…Nombre y voz, memoria y deseo, nos permiten darnos cuenta de que vivimos rodeados de mundos perdidos, de historias desaparecidas que es necesario rescatar. Esos mundos y esas historias son nuestra responsabilidad: fueron creados por hombres y mujeres. No podemos olvidarlos sin condenarnos nosotros mismos al olvido. Debemos mantener la historia para tener historia, somos los testigos del pasado para seguir siendo los testigos del futuro. El pasado depende de nuestro recuerdo y el futuro de nuestro deseo…” Carlos Fuentes



ALFREDO FASSI ¿?, Argentina – ¿25/12/1891? Hernando, Córdoba, Argentina – 01/04/1915 Villa María, Córdoba, Argentina – 15/09/1974

2004 - 2007 2010



EN EL PRINCIPIO FUE… Un hallazgo sorprendente

Invierno de 2008… La particular historia de la familia de mi madre, las muertes tempranas de su madre y su abuela paterna, la separación de los hermanos, la personalidad de su padre, hicieron que una gran cantidad de datos se perdieran y que ella no tuviera conocimiento de muchos hechos. Sin embargo, al avanzar en esta búsqueda, fue posible reconstruir las raíces de sus familias paterna y materna por un período de más de cien años. Aunque quedan muchos vacíos que quizás nunca logre llenar, cuento con actas que testimonian esa historia. Paradójicamente, mi padre creció y formó una familia teniendo a sus propios padres hasta la adultez; sin embargo, también en esta familia hay acontecimientos que permanecen desconocidos. Por ejemplo, de Alfredo, mi abuelo paterno, no he llegado a saber con certeza cuál fue su lugar de nacimiento ni he conseguido el acta correspondiente. Recuerdo que, cuando era niña, escuchaba decir que mi abuelo había nacido en la localidad santafesina de Esperanza, pero me asombró descubrir en los certificados de matrimonio y de defunción que su lugar de nacimiento era San Pedro, en la provincia de Córdoba. Asimismo, siempre se dijo que mi abuelo cumplía años el día de En busca de un tiempo olvidado

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Navidad; sin embargo, la fecha de nacimiento que aparece en dichos registros es el 15 de agosto del año 189276. Luego de constatar la existencia de varias poblaciones cordobesas con ese nombre, una primera hipótesis que me planteé fue que el lugar buscado podía ser una pequeña colonia ubicada en el noreste de la provincia, cercana al límite con Santa Fe, o bien otro poblado en el norte cordobés, no muy lejano de la provincia de Santiago del Estero77. De esa manera, comencé a comunicarme –telefónicamente y por correo postal- con las parroquias y municipios de esas poblaciones y de otras vecinas, siempre considerando la parroquia más cercana y la creación de las comunas en la fecha en que naciera mi abuelo. Después de años de persistir en este intento sin obtener respuestas o teniendo respuestas negativas, la descorazonadora respuesta es que, si Alfredo nació en la colonia cordobesa de San Pedro78 cercana a Morteros y Brinkmann, sus registros han sido destruidos por un incendio. Tampoco en el Archivo Provincial del Registro Civil han encontrado datos sobre el nacimiento de mi abuelo. Por otro lado, no puedo dejar de considerar que esta respuesta no es definitiva ya que existiría, en la localidad de Ataliva (provincia de Santa Fe), un índice que menciona a cierto Alfredo Fassi, aunque el 76 Teniendo en cuenta que en la época los niños eran inscriptos tardíamente, supongo que nació el 25 de diciembre de 1891 y que fue anotado –o bautizado- ocho meses después. 77 Esta idea cobró mayor fuerza luego de que una prima, quien también investigó la historia familiar, me contara que nuestros bisabuelos habían vivido algún tiempo en la provincia del norte. 78 Esta colonia cuenta hoy con menos de treinta habitantes. (En “Argentina Pueblo a Pueblo”. Clarín. Buenos Aires, 2006). 186

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libro donde estaba asentado el bautismo ha sido destruido79. Cualquiera fuera el caso, esta carencia me mantuvo largo tiempo en el desconocimiento del nombre de sus abuelos maternos80, lo que me obligó a elaborar otra estrategia: hacer esa búsqueda a partir de localizar los certificados de nacimiento de los hermanos de mi abuelo Alfredo. La dificultad, en este caso, estribaba en que cada uno de ellos había nacido, según creía, en una población diferente y en la complicación agregada de encontrar la parroquia más cercana a ese lugar en la época correspondiente. Para esto, debía indagar las fechas y lugar de fallecimiento de algunos de ellos y localizar la correspondiente acta, de la cual obtendría los datos de nacimiento. Además, hacerlo de ese modo me permitiría, en parte, reconstruir el itinerario seguido por mis bisabuelos desde su llegada a la Argentina, el cual parecía ser bastante azaroso, hasta su radicación en el pueblo donde murieron. El hallazgo del certificado de defunción de tres de los hermanos de mi abuelo mostró que, al menos para la inscripción en el Registro Civil o el bautismo, la familia se hallaba en las colonias de María Luisa o de Ataliva. Los pedidos de las respectivas actas de nacimiento o de bautismo no tuvieron resultados; en algunos casos, no tuve respuesta; en otros, las actas –al igual que la de mi abuelo- han desaparecido. 79 Este dato sería compatible con el nacimiento de otros hermanos de Alfredo en Ataliva y María Luisa y en el hallazgo, en el censo nacional de 1895, de una ficha censal de Ataliva –lamentablemente incompleta- en la que aparecen mi abuelo y algunos de sus hermanos. Según este documento, Alfredo nació en la provincia de Santa Fe, aunque no se hace mención de la localidad. 80 En el capítulo correspondiente a la madre de Alfredo, Luisa Bertino, relato las dificultades encontradas para obtener esta información, debido a un error en su certificado de defunción. 188

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Es así como he aceptado que en toda búsqueda genealógica, en un momento determinado, es necesario poner un punto final y reconocer que no siempre se logran los objetivos propuestos.

Invierno de 2010… Teniendo en cuenta el resultado de mi investigación desde 2004, en relación con el nacimiento de mi abuelo, era previsible que la búsqueda en los registros microfilmados de las parroquias santafesinas y cordobesas fuera infructuosa. Sin embargo, la emprendí con cierta secreta esperanza de que alguien hubiese pasado algo por alto, de que los nombres estuviesen mal escritos, o de que, de alguna manera milagrosa, yo pudiera localizar el tan ansiado documento. Después de rastrear folio por folio los diversos libros, no hallé el nombre de Alfredo Fassi; no obstante, en Morteros obra el acta de bautismo de uno de sus sobrinos, que fue celebrado en la cercana Colonia San Pedro. Como me habían informado, los libros de la época en que nació mi abuelo ya no existen, pero es posible que, finalmente, haya encontrado una respuesta a la pregunta sobre cuál de los poblados llamados “San Pedro” fue su lugar de nacimiento, en tanto la familia, en algún momento, estuvo vinculada a esta colonia del noreste cordobés.

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LA MEMORIA DE OTROS

“Y uno se pregunta: ¿de qué materia oscura y luminosa se forman los recuerdos? ¿De qué fondo, intangible y perenne se nutre la memoria?” María Beatriz Bolsi de Pino

Los recuerdos de Clelia “…tu abuela trabajaba como sirvienta en la casa del tío Constancio, en el campo entre Dalmacio Vélez y Hernando, donde estaba radicada con su familia… ahí ya vivía la tía Medina cuando ellas llegaron al país… tu nonna se casó a poco de venir… la ocuparon de sirvienta con el tío Constancio y, ahí, se conocieron con tu abuelo… antes no era como ahora… vivían en Dalmacio Vélez, pero lo que no sé es si en el campo o en el pueblo… eso no sé… Los nonnos vivieron en el campo, en la casa de los bisabuelos Fassi. Allí nacieron Luisa y Bartolo, los dos hijos mayores. Después se fueron a Ucacha, donde nació Marcellina, después a Dalmacio Vélez… creo que ahí nació Ángel… …tu papá nació cuando ya habían vuelto a La Palestina, en la casa construida por el tío Bautista… El primer parto de tu nonna fue atendido por la suegra… el de tu papá, por la primera esposa del tío Bautista… Luisa, la hija mayor, nació a los nueve meses exactos de la boda y tu abuela pensaba que eso podría despertar comentarios… 190

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Tu abuelo fue el primero en ese sector donde estábamos que tuvo un molinillo… un sobrino de él llevó la novedad a La Palestina y se encargaba de colocarlo… con el molinillo hizo también la instalación de luz en la casa y conectó la radio… por eso nosotros teníamos luz, con baterías… eso fue antes que nos casáramos… el molinillo era como una antena y arriba tenía como una hélice… de ahí bajaban cables y había unas baterías, como las de un auto… teníamos una grande y dos más chicas… estaban en la galería, en una repisa. Tenían un reloj para marcar si cargaban, si no cargaban, cuánto cargaban y cuando estaban cargadas se desconectaba el molinillo… era como un cadenita que lo frenaba… siempre había viento, así que siempre cargaba… las baterías duraban según cuánto teníamos la luz prendida o la radio… había cables en la casa para la luz, la radio no me acuerdo cómo estaba conectada… Una vez, una tormenta tiró el molinillo, lo hizo trizas y no pudieron más arreglarlo… tus nonnos se fueron al pueblo en el ‘52… eso lo hicieron antes… estaba puesto contra la pared de la galería, no sé cuántos metros arriba del techo, tendría unos tres o cuatro metros… Los nonnos fueron a vivir al pueblo en 1952, en la casa que había sido la primera escuela… los dueños eran los tíos Quaglia, que alquilaban habitaciones… de allí, se trasladaron a la vuelta, a media cuadra de la plaza, a una casa que era de la familia Garelli. Después, en 1957, se vinieron a Villa María, le compraron al Banco Hipotecario la casa de Salta y Colombia, donde vivieron hasta que murieron… Las comidas que acostumbraban… tu nonna contaba que hacían todos los días puchero y a la noche bifes a la sartén con ensalada… el domingo eran sagrados los tallarines… En busca de un tiempo olvidado

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A tu abuelo le decían “el alemán”, por su estatura y color de pelo y de ojos… Él trabajaba con los bancos. Una vez tuvieron que recorrer los tres bancos que había en Villa María para encontrar la escritura del campo. Tu papá era el apoderado. Llegó un momento en que ya no se podía hacer trámites sin inscribirse en la Caja de Jubilaciones. Tu abuelo no quiso hacerlo, porque pensaba que ya no se iba a jubilar y le pidió a tu papá que lo hiciera. Esto después nos trajo complicaciones… no pudimos seguir pagando… nos emplazaron para ponernos al día con los aportes… …Tiempo después que le vendió el campo a Monti, él no lo podía pagar... entonces le fue a decir que se lo devolvía y el nonno le dijo: ‘no, qué vas a devolverme el campo… algún día me lo podrás pagar…’ …Otra vez, tu abuelo entregó una seña por un terreno frente a la casa de Villa María, para tener ahí a su caballo... no me acuerdo por qué razón no se pudo concretar la venta y perdió la plata que había entregado y el terreno… otra vez, un vecino de La Palestina le iba a vender un campo, pero le pidió que en el boleto figurara un importe diferente al verdadero, para no tener que pagar réditos… El negocio no se hizo, porque tu abuelo se negó a firmar un documento por un importe que no fuera cierto… Tu nonno había sido socio del hipódromo… Bill, el caballo de carreras que tenía, era pazuco… corría maneado… era un pura sangre muy bueno… Decían que iba a tener un gran futuro… el nonno lo dio a correr a un jockey… los X81 lo sobornaron… ellos tenían caballos también… y ese jockey lo picaneó. Bill se acobardó y cuando tenía que 81 192

Por tratarse de un apellido conocido en el lugar, prefiero omitirlo.

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largar, en las carreras, se quedaba parado… tu abuelo lo vendió para dar cría… …Me acuerdo cuando fueron a comprarlo, a una cabaña en un pueblo de la provincia de Santa Fe… tenía alrededor de dos años y ya estaba amansado para el sulky… Alfredo lo tenía en un galponcito en el patio de la casa de Villa María, lo llevaba todos los días a ejercitar al hipódromo… lo llevaban a correr a los pueblos… a nosotros nos habían quedado varios de los hijos de Bill… muchos años antes que nosotros nos casáramos, la familia había tenido caballos de carrera, ninguno con papeles… Bill fue el único… Fue también con el único que corrió en el hipódromo… lo vendió a Bonetto, de Ticino… En aquella época, la gente era muy supersticiosa… creían en la luz mala… tu abuelo decía: ‘a mí denme un revólver y no le tengo miedo ni al diablo’… sabían contar que, una vez, se veía en el alambrado del fondo, contra el campo vecino, una luz que se movía… el nonno agarró el revólver y se fue a ver qué era… cuando llegó no había nada… la nonna también tiraba… volteaba las lechuzas en vuelo… tu nonno iba a cazar, tenía una escopeta para salir a cazar, cuando estaban en el campo, el revólver no le faltaba nunca… Tu abuela me había dado dos fundas bordadas por ella… cosía, tejía, bordaba, hacía de todo… hasta los trajes para el nonno hacía… acá cosía para afuera… La marca del ganado del nonno era una letra A… la nuestra era el número 57, porque fue ese año que le compramos los animales al nonno…”

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Los recuerdos de Ángel “…La fe de bautismo de mi papá se perdió y él, cuando fue a enrolarse, se puso como fecha de nacimiento el 15 de agosto porque era la fecha de una fiesta…82”

Los recuerdos de Cristina “…Al nonno lo recuerdo muy rubio con sus ojos azules o verdes, sentado en un sillón de madera con asiento y respaldo de tela, algo como una reposera, en la galería abierta que daba al patio… y vos trepando a una especie de pared bajita que cerraba la galería… el nonno decía que ibas a ser artista de circo por lo inquieta… Luego cuando ya vivíamos en Villa María, me gustaba ir a cocinarle y a él le gustaba que yo fuera. Le hacía la sopa de verduras. Comprábamos un poquito de cada verdura, pero con eso era suficiente para una olla enorme, entonces solía mandarme a buscarlos a ustedes para que comiéramos todos juntos porque sino no sabía qué hacer con tanta cantidad de sopa… Un día me regaló dinero (no recuerdo por qué, creo que para un cumpleaños) y con eso me compré la tela para un vestido (macramé negro forrado en blanco y con un lazo de raso negro)… ¡Cómo me gustaría volver a ver la casa de los nonnos! Por fuera han reformado un poquito la parte que da a la calle Colombia... el frente 82 En la fecha se conmemora la Ascensión de la Virgen. Según los recuerdos de mi madre, Alfredo era devoto de la Virgen, al igual que su madre. 194

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sigue igual… Si algún día pudiera comprarla no lo dudaría… al lado de la cocina, en el patio, el nonno hacía quinta, tenía unos pimientos grandes… morrones, hermosos y ricos, también tomates. Y en el patio, al frente de la galería, siempre tenía unas flores muy coloridas, creo que se llamaban cinias o algo parecido… El nonno era medio atravesado para hablar, pero mami se reía porque decía que cuando él sabía que una palabra la pronunciaba mal, no la decía, la cambiaba por otra o alguna trampa hacía… No podía pronunciar la “j” y entonces decía, por ejemplo, ‘Cuan’ en lugar de Juan… No recuerdo haber pasado un día completo en el hipódromo, pero sí de ir después de almorzar en la casa de los nonnos… tomaban mate… a mí me gustaba ver los caballos y a veces apostaba de mentirita… a veces ganaba el caballo que yo elegía, otras no…”

Mis recuerdos Desde niños, mi padre y su hermano Ángel fueron compañeros de juegos y de travesuras. Ya crecidos, seguían gastándoles bromas inocentes a mi abuelo y a otros miembros de la familia. Recuerdo que mi padre siempre contaba que, en una ocasión, capturaron una lechuza y la ataron a la higuera que se encontraba junto a la puerta del patio por la cual entraba mi abuelo cuando regresaba a la casa. Ya de noche, cuando Alfredo pasó junto al árbol, el animal, asustado, empezó a chistar, lo cual sobresaltó al hombre. Cuando se 196

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dio cuenta de la broma jugada dio por descontado quiénes eran los autores y administró una penitencia… …recuerdo que mi padre se dirigía al suyo tratándolo de Usted… La galería de la casa de mis abuelos, en Villa María, era lugar de reunión de la familia. Todavía puedo ver la larga mesa de madera y a mi abuelo sentado en su sillón, a la cabecera de la misma, presidiendo los festejos… puedo verlo inclinado sobre la parrilla preparando un asado en el patio, manejando por igual el cuchillo con la mano izquierda o con la derecha… puedo verlo apoyado en su bastón, los hombros cubiertos con una manta marrón, sugiriéndome que contara hasta 80, para hacerme comprender la dimensión de su edad, que mi infantil impaciencia no lograba captar…

Restos de una foto antigua

Mi madre todavía conserva un certificado que le fuera

entregado a mi abuelo, en ocasión de ganar una carrera en el Hipódromo de Villa María. Lamentablemente, la foto fue destruida por la humedad. Las gestiones que hice, a fin de obtener alguna copia de la misma, no dieron resultados. En el cartón al cual estaba adherida la fotografía pueden leerse los datos relativos al evento.

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HIPÓDROMO DE VILLA MARÍA Premio “OBRERITA”

$ 1.600

Distancia: 2.200 mts.

Stud La Palestina 1º Nº 1: Bill Diomed

Sport:

2º Nº 3 Adiós

5,70 – 4=

3º Nº 5 Diomed Diret

- 4,50

4º Nº 2 Chinchilla

Jockey A. FASSI Gda por 15 mts. Cuidador: A. Fassi Fecha: 30 – 11 - 58

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Liliana Fassi

- Tpo. 3’ 31’’


QUIZÁS SUCEDIÓ ASÍ… “Victoria en domingo”

El día es soleado y cálido. Es domingo de trote. Alfredo se levantó más temprano que otros días. Por la ventana de la cocina ve que va a ser un día especial para que el hipódromo se llene de gente. Después de desayunar con su mujer, va al galpón del patio en el que se encuentra Bill Diomed, su pura sangre de carreras. El caballo lo recibe con un soplido. Alfredo le acaricia el pescuezo, le pone agua en el bebedero y le prepara su ración de avena. Él ama a los caballos y les ha transmitido ese afecto a sus hijos, en especial al menor, que ha corrido carreras de furia mientras fue adolescente y su contextura se lo permitió. Cuando el potro termina de comer y beber, Alfredo lo alista para trasladarlo hasta el hipódromo. Allí ya hay gran cantidad de gente. Las familias empezaron a llegar desde temprano, para encontrar un lugar cómodo bajo los frondosos árboles, donde estacionan sus vehículos. Es evidente que todos quieren estar ahí cuando se corra el gran premio “Obrerita”. Flota en el aire un clima de fiesta. Mientras los niños corretean por los alrededores, los adultos bajan de los autos sus canastas llenas de comida y de bebidas; van preparados para pasar el día. Caminan hasta las tribunas, donde eligen las gradas más altas, que les brindarán sombra a la hora de calor más intenso y un excelente panorama del óvalo de la pista. Los hombres dejan En busca de un tiempo olvidado

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instaladas a las mujeres y los chicos y se apuran hasta el lugar donde van a hacerse los remates. Alfredo lleva a Bill hasta su cubículo, donde deberá esperar hasta el momento de la carrera, la última de las doce de esa jornada. Faltan todavía muchas horas para ese momento. Saluda a los que va encontrando mientras da una vuelta por el lugar; se detiene a conversar con algunos, estrecha la mano de otros. Es muy conocido entre los turfistas y también él conoce a todos ya que, desde hace años, participa intensamente en la actividad y es socio activo del hipódromo. En el camino hacia la tribuna se encuentra con su hijo, que llega a buscarlo. —Buen día, papá. ¿Cómo está? —Buen día, hijo. Va a ser largo el día hasta que llegue la hora de la carrera. —¿Cómo está Bill, hoy? —Por ahora, tranquilo. Pero, como siempre, se va a poner nervioso a medida que avance el día. No le gusta quedarse parado, él nació para correr. Mientras hablan, caminan al encuentro de su nuera, su pequeña nieta y su esposa, que ha venido con ellos. Alfredo trata de disimularlo, pero la niña de tres años es, entre todos sus nietos, su preferida. Con una exclamación de alegría la levanta en sus brazos y continúa caminando. —¿Sabe ya contra quiénes corren? –pregunta el hijo. —Sí, esta vez nos tocan “Adiós”, “Chinchilla” y “Diomed Diret”; ésos ya los conocemos. Y hay un novato, “Gorosito”. —¿Y en las otras? ¿Algún conocido nuestro? 200

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—Sí –Alfredo deja a su nieta en el piso, pues la niña quiere subir sola los altos escalones de la tribuna- en la cuarta corre “Cholito”, el de mi primo Mateo. Ha llegado la hora de la primera carrera. Las siguientes irán largando cada 45 minutos. La tribuna ya está llena y muchos hormiguean por los alrededores. Se acercan a ver a los caballos, consultan antecedentes, opinan sobre los favoritos; van luego a las ventanillas para hacer las apuestas que les traerán el triunfo y la fortuna con que sueñan. Las horas pasan lentamente para Alfredo y su familia, que se van contagiando del fervor creciente del público y la ansiedad que experimentan cada vez que su pura sangre compite en una carrera. Al mediodía, almuerzan a la sombra de los árboles. La esposa y la nuera de Alfredo han dispuesto, sobre un mantel a cuadros extendido en el césped, el almuerzo acostumbrado en los días de hipódromo: carne asada fría, queso, salames y fiambres de la última carneada, que acompañan con amargo serrano, ya que Alfredo nunca toma alcohol antes de correr. Después del postre, un termo con café aleja el sueño y los mantiene alertas. Otros, en cambio, no resisten la modorra de la siesta y cabecean echados debajo de los árboles. Cuando está por empezar la primera competencia de la tarde, regresan a la tribuna. Alfredo acomoda a la niña, que se ha dormido en sus brazos, en la falda de la madre y se marcha con su hijo al lugar donde espera Bill. Se aseguran de que no le haya faltado el agua, le dan una nueva ración de avena, unas zanahorias –su postre favorito- y empiezan a prepararlo para la carrera final.

En busca de un tiempo olvidado

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—Esta vez tampoco nos vas a fallar, ¿no, Bill? –Alfredo está convencido de que el caballo entiende lo que dice y éste, como confirmando esa creencia, yergue las orejas y relincha. Padre e hijo palmean el pescuezo del animal, revisan –por enésima vez- que sus cascos estén correctamente herrados y comprueban la firmeza de sus patas. —¿Qué le parece, papá? ¿A cuánto estarán esta vez las apuestas? —Después de la última carrera que ganamos, seguro va a ser el favorito y puede ser que no paguen tanto. Pero el premio es bueno, son $ 1.600 para el ganador. —Bill tiene muchas posibilidades esta vez, ¿no? —Sí, el que puede llegar a complicar la cosa es Adiós, es un buen potro. —¿Y los demás? —No me preocupan mucho, la verdad. Chinchilla viene de perder tres carreras seguidas y Diomed Diret nunca le pudo ganar a Bill. —¿Y ese Gorosito? ¿De quién es? —No sé de que stud viene, pero parece que es un novato. No creo que nos traiga problemas. Además, Bill está en muy buena forma. Y aunque no paguen mucho, Bill se merece nuestras apuestas ¿no te parece, hijo? Mientras hablan, van terminando de preparar a Bill. Alfredo coloca al potro entre las varas del sulky. —Alcanzame las pasuqueras –le pide al hijo-. No queremos que “rompa” en medio de la carrera y lo descalifiquen ¿no es cierto? —No creo que haya peligro, papá. Bill sabe cómo se tiene que portar –alega el hijo. 202

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Al fin llega el momento tan esperado. Los participantes del gran premio salen a la pista a hacer una exhibición, para que el público pueda evaluar a los animales y decidir las últimas apuestas. El rojo del sulky de Alfredo lanza destellos al sol de la tarde y acrecienta el anhelo en su pecho. Los cinco participantes se dirigen al lugar de la largada y se acomodan detrás del vehículo con el dispositivo que reglamenta la salida. Luego de unos metros de trotar detrás del móvil, dan la señal. El público, a los costados de la pista empieza a gritar, alentando a sus favoritos. Los conductores tratan de mantener a sus caballos a una velocidad que les permita aguantar los dos mil doscientos metros que exige el desafío. Intentan conservar una distancia segura con los otros participantes. “Cuidado, Bill –piensa Alfredo- no vayamos a tocar la rueda de otro sulky”. Tiene la experiencia suficiente para saber que, si eso ocurre, el accidente puede ser fatal. Después del primer respiro, los competidores empiezan a apurar a sus caballos. Es el momento de ganar terreno para llegar a la meta con una buena ventaja. —¡Vamos, Bill, vamos! – anima Alfredo haciendo sonar la fusta pero sin tocar al potro. Como si el animal hubiera estado esperando la orden, apura el trote sin perder la elegancia. “Este es el mejor pingo que he tenido. Los demás no le hacen ni sombra”. Un poco más atrás, Gorosito empieza a galopar sin que su conductor pueda frenarlo. En pocos metros, esa conducta le ocasiona la descalificación. En busca de un tiempo olvidado

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Los cuatro restantes forman un grupo compacto, donde nada permite anticipar cuál será el ganador. Todos luchan por la primera plaza. “Adiós me está queriendo sacar ventaja, lo voy a adelantar por afuera, que hay menos peligro. Tengo que tratar de pasarlo antes de la curva”. Alfredo escucha los gritos del público alentándolo y, entre ellos, le parece reconocer la vocecita de su nieta. —¡Mi nonno! ¡Es mi nonno! —¡Dale, Bill! ¡Tenemos que ganar, vos podés! –Alfredo no deja de alentar al caballo. Su pecho se expande de emoción mientras ve que los demás competidores van quedando atrás. —¡Vamos! ¡Así se hace! ¡Bien, Bill! Adiós y Bill toman la última curva lado a lado, sin cederle ventaja al adversario. “Cuidado, Bill, que no nos cierre. No le vayas a enganchar la rueda con la mano. ¡Dale! ¡Ahora es el momento de dar lo mejor de vos!”. Cuando enfilan la recta final, Alfredo toca con la fusta el anca del potro y, acelerando el ritmo, toman la delantera, dejando a Adiós definitivamente atrás. Entre el caballo y su dueño se ha establecido una corriente de energía que les hace sentir que el triunfo está cerca. —¡Muy bien, Bill! ¡Así se hace! En medio del griterío general cruzan frente al disco. Han logrado la hazaña en tres minutos y medio. Quince metros atrás, Adiós agota su último esfuerzo, a pesar de los golpes de fusta de su conductor. Después de él, van llegando Diomed Diret y Chinchilla. Una oleada de alegría estalla en el pecho de Alfredo. —¡Bien, Bill! –grita con un brazo en alto-. ¡Sos el mejor! “Estoy tan orgulloso de vos, Bill”. 204

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Siente ganas de arrojarse del sulky para abrazar a ese animal al que tanto quiere y que le ha dado tantas satisfacciones. Su familia se abraza feliz y corre al lugar donde los dos ganadores reciben los aplausos. En el tablero de posiciones, a la derecha de las tribunas, va subiendo lentamente al primer puesto el número de Bill, seguido del resto. La gente corre a cobrar sus apuestas. —¡Vení, Carballo! –llama Alfredo- ¡Sacános la foto de la victoria! ¡Preparáte para la foto, Bill, que ésta va a quedar para nuestros nietos! El fotógrafo -el de siempre en estas jornadas, un viejo conocido suyo- ya ha tomado la foto en el momento de cruzar el disco. En la reunión siguiente, dos domingos después, Carballo tendrá preparada para Alfredo la habitual cartulina que se llevan los ganadores: en grandes letras negras, orladas de rojo, el nombre del hipódromo y el de Alfredo, el stud del que provienen y el premio ganado. En letras más chicas, el tiempo empleado, la distancia recorrida y el orden de llegada a la meta. En el ángulo derecho, la foto del sulky pasando frente al disco y, en el centro, dominando el cuadro, una gran foto desde la que Alfredo, sonriente, sentado en su sulky y Bill, con las orejas erguidas, miran a la cámara con expresión de triunfo. Abajo, en un rincón, la fecha memorable: 30 de noviembre de 1958. —¡Vamos todos a casa! –invita Alfredo-. Hay que festejar la victoria.

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LORENZO GOY Ballesteros, Córdoba, Argentina – 18/04/1905 ¿Dalmacio Vélez?, Córdoba, Argentina – 20/04/1933 Corral de Bustos, Córdoba, Argentina – 13/08/1967

ANA QUAGLIA Arroyo Cabral, Córdoba, Argentina – 03/01/1911 ¿Dalmacio Vélez?, Córdoba, Argentina – 20/04/1933 Ticino, Córdoba, Argentina – 29/12/1943

2004 - 2009



EN EL PRINCIPIO FUE… La resistencia a preguntar

“Soy inconmensurablemente más de lo que sé de mí” Paul Ricoeur

Invierno de 2009… En relación con esta pareja de ancestros, comencé buscando el acta de defunción de mi abuelo para confirmar su lugar de nacimiento y hallar, así, datos sobre mi bisabuela Mariana Garena. El certificado de nacimiento de mi abuela Ana Quaglia, lo he conseguido recientemente en el municipio de Arroyo Cabral. Del casamiento aún no cuento con constancias pero, según los datos brindados por mi madre, se produjo en la localidad de Dalmacio Vélez. Desde la infancia viví como un tema tabú todo lo relacionado con estos abuelos; la particular situación ocurrida a partir de la muerte temprana de Anita; el abandono paterno y la separación que sufrieron mi madre y sus hermanos; la percepción de que existían “no dichos” o temas sobre los cuales era preferible no hablar; todo esto hizo que evitara indagar demasiado en temas obviamente dolorosos. Por ello, no sólo he demorado en tramitar los certificados que corroboren fechas y nombres sino que, además, son escasos los testimonios de los que dispongo sobre sus personas y sus vidas. En busca de un tiempo olvidado

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Sin embargo, esta búsqueda –aunque pobre- me ha permitido devolver a una de mis tías una parte de su historia, ya que pudo conocer la fecha de nacimiento de sus padres a partir de mi investigación y la localización de estos registros.

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LA MEMORIA DE OTROS

“…somos, no sólo aquello que nos contamos de nosotros mismos, sino también aquello que recordamos, aquello que nos atrevemos a recordar”. Manuel Cruz

Los recuerdos de Clelia “Los dos recuerdos más queridos que tengo son los de mi mamá y mi abuelita… las dos mujeres más buenas y sufrientes que conocí… mi madre viviendo en el campo, con trabajos pesados, recibiendo malos tratos… tener ocho hijos en diez años de casada… entregando su vida con los dos últimos… Mi abuela… viniendo de una familia de bien y de un lugar comparado con la Argentina en aquella época… era como salir del paraíso terrenal y venir al infierno… trabajos pesados, malos tratos de parte del marido… tuvo nueve hijos y tres embarazos frustrados… Realmente tenían una fortaleza espiritual que… hoy no se aguantaría… además de una gran fe religiosa… por eso yo digo que, si mi mamá y mi abuela no son santas, no existen los santos… Mi mamá y mi papá se casaron en Dalmacio Vélez… el día que iban a casarse, iban de madrugada en un sulky mi mamá y mi abuelo. En otro sulky iba mi abuela, no sé con quién… mientras la llevaba, el abuelo trataba de convencerla a mi mamá para que no se casara… mi abuelo no lo quería a mi papá… Mi hermano una vez dijo: ‘decían que el abuelo era tan malo, pero en eso tenía razón…’ 212

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…hasta mi mamá, con lo pobre que era, siempre tuvo una chica ocupada… en aquella época siempre tenían chicas ocupadas, incluso en el campo… era mucho el trabajo para una mujer sola… había que sacar el agua a mano… había muchos chicos… era muy pesado… la tenían en la casa… supongo que le darían la comida y alguna vez le comprarían ropa… le pagarían algo, la verdad, no sé… Cuando yo era chica, me acuerdo que pasaba el carnicero y, por no entrar, porque mi casa estaba lejos del camino grande… la calle pública… mi papá había hecho un cajón con tapa, y el carnicero la dejaba ahí adentro… entonces se la iba a buscar cuando uno veía que pasaba, a la mañana temprano… creo que carneaban de noche… nadie tenía heladera, entonces había que cocinarla enseguida o… por ejemplo… en todas las casas había una fiambrera, que era un cajón con marco de madera y tejido mosquitero alrededor… y se colgaba afuera… si estaba fresco se dejaba para hacerla después y sino se cocinaba toda y se la guardaba también en la fiambrera, pero en una olla o en algo… en verano también se dejaba afuera porque de noche se ponía fresco y de día se dejaba en la galería… no duraba muchos días, no sé cada cuánto pasaba el carnicero… él pasaba y dejaba la carne y después se le iba a pagar al negocio, era como tener libreta… Los verduleros pasaban por la casa… llevaban verduras, mandarina y maní… Donde vivíamos nosotros el agua era muy salada, eran muy pocas las cosas que venían… nosotros lo único que teníamos era acelga y achicoria… otra cosa no crecía… nosotros estábamos en la peor zona de agua salada… En busca de un tiempo olvidado

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Nosotros íbamos a pescar cerca de Dalmacio Vélez, un camino más al sur, al arroyo Tegua… se pescaban casi siempre mojarritas, alguno que otro bagre, no muy grandes… alguna vez más, otras menos, algún domingo… Más cerca de donde vivíamos con mi mamá había una laguna, la laguna “La Burra”… cuando yo era chica… después se secó y nunca más llovió tanto como para que se llenara esa laguna… estaba de Ticino para el sur… Más o menos en 1925 hubo un crimen en Ticino, en un campo vecino al de mi abuelo… el matador era de apellido Gilli, mató a la mujer y a la suegra… mi papá lo desarmó y después se fue al pueblo a hacer la denuncia… ¡y eso que mi papá tenía fama de miedoso!... Mi papá leía y escribía bien… no sé si fue a la escuela… era bastante instruido… mi mamá… el abuelo ocupaba una chica, que tenía sexto grado… una chica del pueblo… las traía a la casa todo el tiempo de invierno y, de paso, los vecinos también mandaban sus hijos a la casa de mi abuelo…83 En distintos lugares, cuando vivieron en Alto Alegre, ya tenían también la maestra a domicilio, todos los años ponían una chica, así que todos los hijos aprendieron a leer y escribir… no sé si a la escuela los mandaron… En mi casa, mi papá tenía setenta caballos… ya no se usaban los bueyes para trabajar, en ese tiempo… mi papá hacía todo con caballos, hasta las cortitrillas… venían máquinas a trillar, todo con caballos… donde vivíamos nosotros, ese campo, lo alquilaban, lo trabajaban mi 83 Dice Laura Borga: “En las chacras, aprovechando los meses de tregua entre siembra y cosecha, algunos llevaban una persona con cierta instrucción, para que enseñara a sus hijos y a los de los chacareros vecinos las primeras letras…”.Borga, Laura. “La Palestina Centenaria”. Colección Otras Voces, Otros Ámbitos. Córdoba, 1994, pp. 60. 214

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papá y el tío Pedro… él vivía con nosotros;… después, para el tiempo del maíz, se ponía gente, para que juntaran el maíz,… para trillar el trigo, venían las trilladoras, tenían un dueño y venían… De mis hermanitos que se murieron, una nena era mayor que yo, nació muerta… le iban a poner Mariana, como la abuela… otra, después que yo, murió de tres meses… después de mucho tiempo descubrieron que por la ‘pata de cabra’… vaya a saber… lloraba y se hacía un arquito para atrás… para colmo, el médico le sacó la teta… porque decía que era la leche de mi mamá la que le hacía mal… así que se murió en pocos días… se llamaba María Inés… después está el tío, después la tía… después, uno que nació muerto… el año anterior que muriera mi mamá… y, después, los mellizos…

A mi mamá la mordió un perro cuando era chica… ella tenía

una cicatriz acá… en la ceja… Mi mamá no tenía el pelo largo… por acá… al hombro… era gordita, siempre fue gordita, pero no era muy alta… Mi mamá tenía un fogón, era hecho con material, y arriba tenía una chapa, abajo se guardaba la leña… entre la chapa esa y el piso había un lugar para hacer fuego… la chapa era una cosa brillosa, no sé qué habrá sido… en la parte de arriba tenía hornallas y cocinaba… yo no me acuerdo bien… también tenían un horno de barro… mi mamá era muy buena cocinera, se comentaba que había sido muy buena cocinera… Mi mamá no sabía bailar, era ‘pata dura’… mi papá era buen bailarín… lo que habrá sufrido, pobre hombre, sin poder bailar… mi abuela no las dejaba ir al baile a las hijas, los hijos tampoco habrán ido, no sé… ella decía que en el baile se pisoteaba a Cristo clavado en la cruz… por eso no aprendió mi mamá, de dónde va a aprender… En busca de un tiempo olvidado

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Cuando yo era chica, me daban ‘ajenco’, para los parásitos… Fernet en ayunas, para el dolor de estómago, que no sabían si eran parásitos o qué era… té de ruda… nos daban aceite de hígado de bacalao… sal inglesa, de vez en cuando… el día que nos daban sal inglesa estábamos en cama hasta las doce… y mi mamá hacía caldo de gallina, bien desgrasado, por supuesto, antes de levantarnos, nos daban una taza grande de caldo de gallina… eso era idea del abuelo Goy, que decía que, una vez al mes, a los chicos había que darles eso… …el alcanfor era para prevenir enfermedades… cuando empezó la poliomielitis, antes que saliera la vacuna, se comentaba que había que ponerles una bolsita con alcanfor… Mi papá era castrador de potros… que es un trabajo muy delicado… había pocos… Se hacía en invierno para que no se embicharan… a los caballos se los cauterizaba, porque tienen mayor riesgo de hemorragia… Mi papá no contaba nada… él no hablaba de su familia ni de su pasado…”

Los recuerdos de Cristina “De mi abuelo materno tengo dos recuerdos… el primero, en un día muy gris, creo que de temporal, de llovizna finita, nuestro padre lo llevó en sulky a Ticino, para que tomara el tren para volver a Río Tercero… supongo que había pasado unos días en casa… no sé si fue cuando naciste vos, o por qué había ido… tengo dudas de que sea para tu nacimiento porque, para esa fecha, recuerdo muy bien la visita de tía Rita... 216

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El abuelo tenía un poncho… o una manta… y creo que también un sombrero… Yo le tenía… no sé, no me simpatizaba demasiado, me parece… La segunda vez que lo vi fue cuando se casó la tía Ana … tuvo que venir a firmar porque era menor de edad… fue en la casa de los C., pero en realidad debe haber sido el día del compromiso… no recuerdo bien… porque el compromiso fue de día y el casamiento de noche… Yo lo recuerdo como un día soleado… pero muchos cariños no me hizo... después, nunca más lo vi…

Mis recuerdos De este abuelo tengo sólo un recuerdo: un día en que él llegó a mi casa, yo corrí a su encuentro y, sonriente, me levantó en sus brazos… era un día de sol y él llevaba un sombrero…

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QUIZÁS SUCEDIÓ ASÍ... “Si esa boda no…” “Ni siquiera le ha sido concedido dejarte en herencia una carta… o algo hecho con sus manos…” Mariri Montenegro

1 “No sé si ése va a ser un buen marido para mi hija, me parece que lo único que le interesa son los pingos y chupar… y gastarse toda la plata en eso… pero esas seiscientas hectáreas del campo del viejo podrían dar una buena cosecha y serían un buen negocio si las sembráramos a medias… éste es el único de los hermanos que se quedó en esta provincia, todos los otros se fueron… si le propongo repartir el producto de los dos campos, seguro que va a aceptar… lo que me preocupa es que ése va a tirar todo y no va a ahorrar ni un peso… …está bien que a las mujeres no hay que dejarlas que manejen la plata… si yo hubiera dejado que mi mujer se quedara con la herencia del padre habría hecho cualquier cosa… las mujeres no tienen que manejar la plata, eso es cosa de hombres... pero con ése no estoy seguro… se ve a la legua que no le gusta trabajar, que es un vago, un atorrante, todo el pueblo lo dice… y es capaz de querer vivir a costillas mías… no sé qué contestarle…” “¡Pobre hija! Me parece que su padre está por aceptar el pedido de mano de ese hombre… va a ser muy infeliz casada con él, estoy segura… todos 218

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saben que no es un buen hombre, se le nota en la cara… mi marido no tendría que aceptar que nuestra hija se case con él… pero si yo le digo algo, se va a poner como loco… y va a ser peor… Me acuerdo del día que nos casamos… yo creía que las cosas iban a ser diferentes, él parecía un buen hombre… un poco reservado, pero yo pensaba que era por la vida que había llevado… pero apenas salimos de la parroquia me mostró cómo iba a ser nuestra vida… cuando yo vi esa moneda en el piso y él le puso el pie encima para que no la agarrara… sentí que me pisaba el alma… y después, en el barco… cuando me estaba muriendo y él no quiso comprarme comida buena… siempre pareció que me odiaba… que culpaba a mis padres por alguna cosa… y yo no quiero que mi pobre hija tenga una mala vida, no quiero que su vida sea como la mía… que no sufra como sufrí yo… sólo tener hijos, un hijo cada año… y verlos morirse…” “Ya va siendo tiempo de formar una familia y me parece que ella es justo la mujer que me conviene… robusta y fuerte, para trabajar en el campo y darme muchos hijos… y parece callada y obediente… seguro que va a ser tan trabajadora como la madre, que sabe hacer de todo… Teniéndola siempre con un hijo en camino no me va a dar problemas… porque un hombre tiene necesidades, pero las mujeres no entienden eso… yo no puedo despreciar una invitación en el boliche y cuando uno le acepta un vino a un amigo está obligado a retribuir… el que merece llamarse hombre no se puede negar… y con las mujeres… uno no puede quedar como un tonto cuando una mujer está dispuesta… que para eso hay dos clases de mujeres, unas para casarse y las otras… y a las esposas hay que mantenerlas siempre ocupadas con los críos… para que no tengan tiempo de pensar lo que no deben…”

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“Creo que mi padre le va a contestar que sí… es buen mozo y buenbailarín,pero…nosé…enelpueblodicentantascosas…noestoy seguraquevayaaserunbuenmarido…perosipapásedecide,nohay nadaqueyopuedahacer…¿Porquésehabráfijadoenmí?Preferiría que le hubiera pedido matrimonio a otra… Papá piensa que es un haragán, pero está pensando decirle que sí… y yo sé que se lo pasa yendo a los boliches… él dice que cuando tengamos nuestro campo y nuestra casa vamos a trabajar juntos y progresar… pero no sé… dice que es así porque creció sin su madre y su padre es un poco flojo… pero cuando tengamos una familia yo no sé si va a ser distinto… y mamá no se anima a decirle nada a mi padre…lapobrehasufridotantoquetienemiedo…peropapátampoco le haría caso…” “La madre de ella no quiere que se case con mi hijo y, la verdad, un poco de razón tiene… me salió torcido este hijo… debe ser que los crié solo, sin su madre. Si ella no se hubiera muerto cuando eran tan chicos habría sido diferente… y yo hice todo lo que pude… sin nadie que me ayudara… Ella es una buena mujer y en una de ésas hasta lo encarrila… si a él no le gustara tanto la botella… el problema son esas juntas que tiene, esos amigotes que lo llevan por mal camino… pero cuando vengan los chicos va a tener que sentar cabeza…”

2 “Llegó el día… y ella está tan amargada… anoche me dijo que desearía que su padre hubiera dicho que no… si yo hablara con mi marido y le 220

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pidiera… pero… a último momento ¿quién puede pensar que se va a echar atrás?” “Me parece que mi mujer quiere que suspenda el casamiento… a mí tampoco me gusta este candidato, pero esto es un negocio que no puedo desaprovechar… nos conviene a las dos partes… las dos tienen que entender… después veremos cómo se porta ése y, si hace falta, le voy a poner los puntos… ”

“¡Llegó el día! ¡Si papá hubiera dicho que no…! Le pedí ayuda a mamá, pero ella no se anima a hacer nada… le tiene tanto miedo… Diossabequévidameespera…sipudieracreerquecuandoestemos casados va a ser distinto…”

“Ya es tarde… ahora no me queda más que rezar para que no tenga una vida como la mía…que no sea tan desgraciada… está tan linda con ese vestido… pero está tan triste…”

“Se me casa otro hijo… desde el cielo su madre debe estar velando por él y pidiéndole al Señor que sea feliz… ojalá que pueda hacer feliz a esta joven… la madre llora tanto… se nota que a mi hijo no lo quiere… sin embargo, el padre dijo que sí… ojalá que tengan una buena y larga vida juntos, que no les pase como a mí, que perdí a mi esposa tan temprano… era tan joven… si podríamos haber pasado juntos muchos años más… al menos, espero que él no la haga sufrir…” En busca de un tiempo olvidado

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“Bueno… ¡por fin se terminaron todas estas pavadas de prometerle al juez de paz y al cura y todo eso!... Ahora hay que ir a tomar unos tragos con los amigos, que un hombre tiene que festejar el día de su casamiento… La voy a llevar a la casa, que vaya poniendo orden ahí, y me voy a llegar hasta el boliche… que se vaya acostumbrando y no me venga con quejas… un hombre le tiene que mostrar de entrada a la mujer cómo son las cosas… no hace falta ser un bruto como mi suegro… pero ella tiene que saber que un hombre necesita pasar tiempo con los amigos… tener sus distracciones…”

“¡Yaestamoscasados!Ahoranosepuedehacermásnada…papá no quiso volverse atrás en la palabra dada… ¿qué vida me espera? Tengo que tener fe en Dios… y pedirle que me ayude… me imagino queahorairemosalacasayempezaremosnuestravidajuntos…querrá quelepreparenuestraprimeracena…voyaponeresemantelblanco quebordéparamiajuar,cuandomeimaginabaquemecasaríaconun hombre bueno… por amor…”

3 “Eldolor…yanoaguantomás…porfavor,quealguienhagaalgo parasacarmeestedolor…elmédicodicequetengootrohijoadentro quenopuedenacer…lanenaestábien,laescuchollorar…yanopuedo más, cuando nacieron los otros no sentí esto… ¿será que me voy a 222

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morir? ¿qué va a ser de mis hijos? Mi marido no va a hacer nada porellos,nuncahizonada…simipadrelehubieradichoqueno…¡Por favor, que este dolor se termine! ¿Qué es esto qué me está poniendo el médico? Tengo frío, pero el dolor se me va pasando… ¿está más oscuro? ... ¿por qué no escucho las voces si los veo que me están hablando?… ya no me duele…” “¡Mi querida hija! Yo no sé qué voy a hacer para seguir adelante… le faltaban cinco días para cumplir treinta y tres años… ¿por qué este hombre se habrá querido casar con ella?... no le dio un solo día de felicidad… en estos años tuvo ocho hijos, se le murieron tres… y ahora se va ella con otro hijo adentro que no quiso nacer… ¿cómo voy a soportar el dolor? Esos dos parece que se quieren apropiar de la recién nacida… los chicos tendrían que venir con nosotros, somos los únicos abuelos que les quedan… y el padre no se va a empezar a preocupar por ellos ahora, si nunca lo hizo… pero… ¿qué irá a decir mi marido?... ¡mi pobre hija!… si su padre hubiera dicho que no…” “Hubiera sido mejor que le dijera que no cuando me pidió la mano de mi hija… ése sólo sirvió para hacerle hijos y no trabajó un solo día, nada más que chupar y jugarse toda la plata y andar por ahí… siempre fue un vago… la verdad que yo me imaginaba que ése no iba a cambiar… y, al final, al viejo le quitaron el campo hace años… ¿Y ahora qué vamos a hacer con todos esos chicos? Nosotros ya estamos viejos y no podemos con los cuatro… y una recién nacida, con el trabajo que dan… y a todos juntos ¿quién los va a querer?...”

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“¿Y ahora qué voy a hacer con estos chicos? Será mejor que se los lleven los abuelos… esos dos, que no tuvieron hijos, seguro van a querer a la recién nacida… y el varón… a lo mejor también se lo quedan, para ayudarlos en el campo… creo que va a ser lo mejor… aunque no estén todos juntos, por lo menos van a tener techo y comida… si mi padre no se hubiera muerto, me podría dar una mano… pero así… yo no puedo quedarme con ellos… ¿qué voy a hacer yo solo con tantos chicos? Tengo que tomar un trago, que se me aclaren las ideas y se me desate este nudo que tengo en el pecho… ¡venir a morirse justo ahora!...”

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A LO LARGO DEL CAMINO OTROS FASSI En esta búsqueda constante de los hermanos de Bartolomeo, que habrían venido con él al país –antes o después- he enviado múltiples cartas a personas con el apellido Fassi, distribuidas en las provincias de Santa Fe y de Córdoba. En respuesta a las mismas, recibí unas cuantas cartas y varios correos electrónicos; como resultado de una de ellas, pude conocer la existencia de un lugar que lleva nuestro nombre, fundado por varios hermanos Fassi y sus familias, en la provincia vecina. Cuenta la historia de la fundación de “Capilla Fassi” que dos matrimonios –dos hermanos con sus esposas y la hija de uno de ellos– en tanto avanzaban desde Buenos Aires a Santa Fe trabajando campos, bajaron de su carro bajo un árbol donde los alcanzó la noche, el 13 de abril de 1884. A la mañana siguiente, cuando la luz del sol alumbró el lugar que los rodeaba, decidieron radicarse allí: fueron los primeros pobladores de Colonia Egusquiza. Un mes vivieron en su carro bajo el ñandubay centenario que los había cobijado la primera noche. En los años siguientes, otros hermanos Fassi fueron llegando. Fundada la capilla que lleva su nombre, construyeron sus casas a uno y otro lado de la misma, sobre el camino que lleva al árbol fundacional. En agosto de 2008 sus descendientes nos recibieron a mi familia y a mí –a poco de haber establecido contacto- como si tuviésemos la misma sangre. En busca de un tiempo olvidado

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El homenaje recibido nos hizo sentir que éramos parte de ellos, que ése era un momento trascendente para todos, aunque no hubiésemos encontrado vínculos directos entre sus ancestros y los nuestros. Sin embargo, nuestra historia cuenta que Bartolomeo y Luisa vivieron en Capilla Fassi, en algún momento de su peregrinaje de Santa Fe a Córdoba.

OTROS APELLIDOS COASSOLO En Paraná, provincia de Entre Ríos, vive una familia originaria también de Cantalupa, al igual que mi abuela paterna, aunque no tendríamos una relación directa. GOY – GARENA Las personas a las cuales he contactado, residentes en diferentes provincias desde Chaco a Buenos Aires, no tienen una relación con mis antepasados.

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CURIOSIDADES, DUDAS, ESPACIOS EN BLANCO… En las búsquedas genealógicas hay un constante ir y venir sobre datos, nombres, situaciones, algunos de los cuales permiten establecer relaciones importantes; unos, pueden llevar a la obtención de nuevos datos y permiten avanzar en la investigación; otros, son meramente anecdóticos, sobre todo cuando han pasado tantos años; cuando ya no queda quien pueda recordar. La familia fundadora de Capilla Fassi, primeros pobladores de Colonia Egusquiza, llegaron al lugar en abril de 1884 y se establecieron allí. En 1887, a pocos meses de su llegada a la Argentina, Pedro Garena y su familia aparecen censados en la zona rural de Egusquiza. Hoy, esa proximidad es sólo un dato más; probablemente se conocían, pero ya nadie puede responder cuál era esa relación. Oriundos de provincias vecinas de la región del Piamonte, tal vez podría imaginarse que compartieron alguna ceremonia religiosa, o días de trabajo; tal vez un amigo en común o fueron amigos ellos mismos…

Me queda todavía por identificar la relación –si es que existe- con otras familias Fassi con quienes conservo un contacto a partir de estas búsquedas, cuyos descendientes están radicados en diferentes localidades de las provincias de Córdoba, Santa Fe, Mendoza y Entre Ríos y también con una familia residente en Uruguay. Estos últimos son los únicos cuyos antepasados provenían de Saluzzo, al igual que mis ancestros; sin embargo, todos los Fassi contactados hasta ahora son oriundos de la provincia piamontesa de Cuneo. En busca de un tiempo olvidado

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Llama la atención que en todas estas familias, aunque no he identificado el ancestro común, sí existen numerosos nombres repetidos. Aunque los nombres Bartolo, Pedro o Juan Bautista eran bastante frecuentes en la época, en estas familias se reiteran de manera significativa; es preciso recordar, también, que las familias italianas tenían muy arraigada la costumbre de dar a los hijos el nombre de los antepasados.

Una coincidencia curiosa resulta de la existencia en mi familia de una anécdota según la cual un hermano de mi bisabuelo Bartolomeo Fassi habría descendido del barco que lo traía desde Italia en el vecino puerto de Uruguay. Este hermano se habría radicado en ese país, perdiéndose todo rastro de él. De manera similar, la familia uruguaya que he localizado, cuyos ancestros también provenían de Saluzzo, cuenta una historia parecida: uno de los hermanos habría llegado hasta Buenos Aires y no habrían vuelto a saber de él. Sin embargo, como ocurre con otras familias, no he localizado un ancestro común entre nuestra familia y estos Fassi uruguayos.

En la localidad cordobesa de Hernando existen integrantes de tres familias con el apellido Fassi, aparentemente sin un parentesco cercano. En un caso, se trata de descendientes de dos de los hijos de Bartolomeo y Luisa, radicados tempranamente en el lugar; la segunda 228

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familia desciende de uno de los fundadores de Capilla Fassi; en el caso de la tercera, en la que encontré a una de mis homónimas, el ancestro llegado a Hernando era originario de Sicilia.

Mal que le pese a mi narcisismo, mi nombre resultó ser más común de lo que yo creía. A lo largo de esta búsqueda pude averiguar que existen al menos otras cuatro personas llamadas como yo: Liliana Fassi. Una de ellas tiene aproximadamente mi edad y vive en la localidad de Hernando; otra, es una pintora de quien hay una obra en el Museo Municipal de Villa María; la tercera, pertenece a una familia recientemente contactada y viviría en la provincia de Buenos Aires; la cuarta, desciende de los Fassi radicados en Rafaela (Santa Fe). Al parecer, no solo en el siglo XIX era frecuente que hubiera nombres repetidos en nuestra familia.

Al revisar las planillas del Censo Nacional del año 1895, me sorprendió encontrar gran cantidad de habitantes con el apellido Fassi, la mayoría italianos con sus hijos mayores de la misma nacionalidad y argentinos los más pequeños. Actualmente, las personas que llevan el apellido Fassi son más numerosas en Argentina que en Italia y, un dato más curioso aún, la Argentina encabeza este índice entre todos los país del mundo84. 84 Según el sitio www.publicprofiler.org/worldnames, en la República Argentina el apellido Fassi aparece con una frecuencia de 40.31 por millón, mientras que en Italia la frecuencia es de 25.24 por millón, muy lejos de la de otros países. En busca de un tiempo olvidado

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Hasta el momento sólo he logrado conocer el nombre de los padres de Bartolomeo Fassi, quienes eran nativos de Saluzzo. Sin embargo, en la actualidad, ya no quedan personas con ese apellido en dicha comuna; la mayor concentración del apellido Fassi está hoy en la región de Lombardía85. Sobre el origen del apellido, según datos que me aportara Silvia Fassi en los comienzos de mi investigación; se trataría de un término de origen germano que se habría italianizado. Derivaría de fass (barril); fassen: prendere (tomar). Los primeros Fassi habrían aparecido en Lombardía; Saluzzo fue la primera comuna de la provincia de Cuneo donde apareció el apellido. Habría también una versión según la cual los Fassi serían originarios de Sicilia86. Actualmente hay familias Fassi en Lombardía -en Bérgamo-; también en Villafranca y Cavour, en la provincia de Torino, Piamonte. Silvia me ha brindado, además, algunas aportaciones históricas sobre nuestro apellido. Según esto, en Lombardía residieron algunos Fassi que profesaban la religión judía. Para protegerse durante la guerra, se ocultaron entre otros Fassi no judíos. Al crearse el Estado de Israel, en 1948, quisieron emigrar pero no fueron aceptados, acusados de haber renegado de su fe. De ese modo, debieron regresar a Lombardía.

85 La frecuencia por millón en Lombardía y Piamonte sería de 90.76 y 61.07 respectivamente, según datos que aparecen en www.publicprofiler.org/worldnames 86 Todavía no he profundizado el contacto con descendientes de Francisco Fassi, originario de Sicilia, que actualmente viven en la localidad de Hernando, en la provincia de Córdoba. 230

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Hasta el momento no logré encontrar registros sobre el nacimiento ni la defunción de la hija que tuvieron José Goy y Mariana Garena. Si la versión sobre su suicidio es cierta, me pregunto sobre su destino final, cualquiera sea la población. Este interrogante surge de referencias, según las cuales la Iglesia negaba a los suicidas el enterramiento en suelo consagrado. También me pregunto si, en este caso, la muerte habría sido asentada en los registros católicos. Al no encontrar los certificados donde consten su nacimiento y su muerte, suelo pensar que las dos fotos que tiene mi madre son las únicas evidencias de la existencia de esta niña.

Tampoco pude develar todavía el destino de los padres de Mariana: Pedro Garena y Margarita Aicardi. La búsqueda de las actas de defunción, realizada desde la localidad de Rafaela hacia todo el departamento Castellanos y considerando un lapso significativo de años, no tuvo resultados. Tampoco los dio la pesquisa realizada en Ballesteros, asumiendo que hubiesen vivido junto a su hija y yerno. Sólo puedo plantearme la hipótesis de su traslado a otra colonia, si es que permanecieron en la Argentina. Me pregunto si alguno de ellos vivía aún a la muerte de Mariana, pues en mi familia tampoco había un conocimiento acerca de su migración al país o de un contacto de mi abuelo y sus hermanos con sus propios abuelos.

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Es también un enigma lo que pudo ocurrir con las dos hermanas mayores de Mariana Garena. De una de ellas, Dominga, he encontrado un único rastro en el Censo Provincial de Santa Fe del año 1887, cuando fue censada con el apellido Gorena en Colonia Susana. De María, su gemela, no hallé indicios en dicho censo. De ninguna de las dos hay datos posteriores y, peor aún, nunca hubo conocimiento de su existencia en la familia. Probablemente se han casado y, al cambiar su apellido, esa huella se perdió definitivamente.

Comencé mi investigación genealógica con la casi certeza de que mi bisabuelo José Goy era francés, de acuerdo a lo que siempre me dijo mi madre. Sin embargo, el rastreo realizado por el sacerdote de Leini’ permitió localizar las actas de nacimiento, matrimonio y defunción de la familia Goy hasta el año 1802; al menos hasta ese año mis antepasados eran italianos. Queda el interrogante sobre el origen de este equívoco en la familia durante tantos años87.

De la entrada al país de mi bisabuelo materno-paterno no tengo datos; sólo encuentro a cierto José Goy, de profesión cocinero -la misma que figura en el acta de su casamiento- en el Censo Nacional de 1895, radicado en Ceres, en el departamento santafesino de San Cristóbal. 87 El apellido Goy aparece hoy con mayor frecuencia en Suiza, Francia y Argentina, con 122.04, 49.41 y 25.17 por millón, respectivamente. Las cifras en Italia son de apenas 1.82 habitantes por millón. (Datos extraídos de www.publicprofiler.org/worldnames). 232

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Su acta de matrimonio refiere que, a la fecha del casamiento en 1897, su madre residía aún en Italia. Del fallecimiento de María Cagna Vallino no he localizado rastros.

De los hermanos de mi bisabuela Luisa Bertino, sólo cuento con datos parciales de los descendientes de José, dos de cuyas hijas se casaron con sus primos Fassi. En el acta de bautismo de Pedro, el primer hijo nacido en este país, se menciona a su madrina, María Bertino, a quien supongo hermana de mi bisabuela. De ella, al igual que con otras mujeres de la familia, no tengo posibilidades de encontrar huellas después de su matrimonio.

Al haber crecido en un orfanato, es imposible continuar reconstruyendo la rama perteneciente a mi bisabuela Marcellina Croce. Me quedan muchos interrogantes acerca de su vida, desde el origen de su nombre y apellido, la edad hasta la cual vivió en esa institución, cuál fue su verdadera historia. Encontré sólo un dato significativo: en el acta de bautismo de mi abuela Victoria, su madrina es mencionada como proveniente del “ospizio di Pinerolo”, lo que me hace pensar en un vínculo existente entre ella y mi bisabuela a partir de esa convivencia.

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Sobre el apellido Coassolo, Alicia y Roberto Coassolo, los miembros de la familia localizada en la provincia de Entre Ríos, originaria de Cantalupa al igual que la mía, me enviaron un material que atribuye su origen a una leyenda de los tiempos de la “Peste Negra”. Según esta leyenda, el apellido derivaría del grito desesperado de un sobreviviente de la epidemia: “So qua sol” (he quedado solo). La persona que realizó en Cantalupa la búsqueda de las actas de mis antepasados me contó en su carta que el apellido es uno de los más antiguos del poblado –se remonta hasta los años 1600-, y viven allí al menos cuatro o cinco familias, descendientes de otras tantas cepas. En la actualidad, en la República Argentina el apellido Coassolo tiene una distribución de 4.15 habitantes por millón, mientras que la frecuencia en Italia es de 2.39. En aquél país, la mayor concentración se encuentra en la región de Piamonte (26.81 hab/millón) y, dentro de dicha región, la ciudad que encabeza la lista es, precisamente, Cantalupa88.

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Datos extraídos de www.publicprofiler.org/worldnames.

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MIS INFORMANTES FUERON… Cavallo, Guillermo Fassi, Ángel Fassi, Arnoldo Fassi, Delfina Fassi, Héctor Fassi, Luisa Fassi, María Fassi, María Cristina Fassi, Miguel Fassi, Rita de Fassi, Romel Fassi, Silvia Fassi, Víctor Goy, Clelia Prytulak de Picco, Isabel Rostagno, Teresa

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ALGUNOS RECURSOS UTILIZADOS EN ESTA BÚSQUEDA GENEALÓGICA

Grupos de Genealogía Italiana en Español: http://ar.groups.yahoo.com/group/apellidositalianos/ http://ar.groups.yahoo.com/group/ArgenGen/ Banco de datos de inmigrantes arribados al puerto de Buenos Aires: http://213.212.128.168/radici/ie/defaultie.htm Museo de la Inmigración. Hotel de Inmigrantes: www.mininterior.gov.ar/migraciones/museo Página de Genealogía italiana en español: www.apellidositalianos.com.ar Red gratuita mundial de Genealogía en español: www.geneanet.org/?lang=es Censo Provincial de Santa Fe, año 1887: www.digitalmicrofilm.com.ar/censos Libros parroquiales de las provincias de Córdoba y Santa Fe; Segundo Censo Nacional, año 1895: www.search.labs.familysearch.org

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Distribución de apellidos en el mundo: www.publicprofiler.org/worldnames Distribución de apellidos en Italia: www.gens.labo.net Buscador de comunas en Italia: www.comuni.it Archivo de Estado de la provincia de Cuneo: www.archivi.beniculturali.it/ASCN/ Archivo de Estado de la provincia de Torino: www.archiviodistatotorino.it Iglesia Católica de Italia (para la búsqueda de Parroquias y Diócesis): www.chiesacattolica.it Guía telefónica de Italia: www.paginebianche.it Guía telefónica de Argentina: www.telexplorer.com.ar En busca de un tiempo olvidado

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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS - Bolsi de Pino, Beatriz. “Tributo a la memoria”. En: Congreso Argentino de Inmigración. IV Congreso de Historia de los pueblos de la provincia de Santa Fe. Esperanza, 2005. - Borga, Laura. “La Palestina Centenaria”. Colección Otras Voces, Otros Ámbitos. Córdoba, 1994. - Borga, Laura. “En la tierra de promisión”. Sin datos de edición. - Devoto, Fernando. “Historia de los italianos en la Argentina”. Biblos. Buenos Aires, 2008. - Imfeld, Daniel J. “Memorias de la inmigración. Relatos (auto) biográficos y búsqueda identitaria”. En: Congreso Argentino de Inmigración. IV Congreso de Historia de los pueblos de la provincia de Santa Fe. Esperanza, 2005. - Kristeva, Julia; Ricoeur, Paul; Wiesel, Elie. “Por qué recordar”. En: http://books.google.com.ar - Montero, Rosa. “La loca de la casa”. Punto de lectura. Madrid, 2007. - Saraceni, Gina. “Escribir hacia atrás. Herencia, lengua, memoria”. Beatriz Viterbo Editora. Buenos Aires, 2008. - Schutzenberger, Anne Ancelie. “¡Ay, mis ancestros!” Alfaguara. Buenos Aires, 2008.

Taurus,

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FOTOGRAFÍAS Las fotografías fueron un valiosísimo aporte al desarrollo de ésta búsqueda que aún no se agota. Quiero agradecer a todos aquellos que le han puesto cuerpo y cara a cada miembro de nuestras familias. Las imágenes que ilustran este libro fueron obtenidas gracias a la gentileza de distintas personas: Foto 1: Gentileza de Arnoldo Fassi. Foto 2: Gentileza de Arnoldo Fassi. Foto 3: Gentileza de Guillermo Cavallo. Foto 4: Gentileza de Delfina Fassi. Foto 5: Gentileza de Arnoldo Fassi. Foto 6: Tomada de placa funeraria. Foto 7: Gentileza de Clelia Goy. Foto 8: Gentileza de Clelia Goy. Foto 9: Gentileza de Clelia Goy. Foto 10: Gentileza de Clelia Goy. Foto 11: Gentileza de Clelia Goy.


ORDEN DEL LIBRO



EN BUSCA DE UN TIEMPO OLVIDADO un viaje a mis raíces para recobrar historias de inmigrantes

Prólogo de Miriam Divito 13 Palabras preliminares 15 Línea paterna 24 Línea materna 25 . PRIMERA PARTE . Los que vinieron del otro lado del mar: 1882-1914

27

Bartolomeo Fassi – Luigia Bertino 29 - En el principio fue... Tras el rastro de un hermano

31

- La memoria de otros 43 - Quizás sucedió así... “Fantasmas del malón”

59

Marcellina Croce – Vittoria Coassolo 65 - En el principio fue... La nonna italiana y el árbol trunco

67

- La memoria de otros 72 - Quizás sucedió así... “Dejarlos atrás”

80

Giuseppe Goy 93 - En el principio fue... El ilegible nombre de un pueblito italiano…

95

(o los Goy que no fueron franceses)

- Quizás sucedió así... “Cartas para una madre”

100


Marianna Garena 117 - En el principio fue… Una tumba perdida

119

- La memoria de otros 131 - Quizás sucedió así... “Con ojos de niña”

135

Giuseppe Quaglia – Maddalena Turco 149 - En el principio fue… El camino más fácil

151

- La memoria de otros 153 - Quizás sucedió así... “Adioses”

163

. SEGUNDA PARTE . Los que nacieron aquí: 1891 – 1911

181

Alfredo Fassi 183 - En el principio fue… Un hallazgo sorprendente

185

- La memoria de otros 190 - Quizás sucedió así... “Victoria en domingo”

199

Lorenzo Goy – Ana Quaglia 207 - En el principio fue… La resistencia a preguntar

209

- La memoria de otros 212 - Quizás sucedió así... “Si esa boda no…”

218


A lo largo del camino 225 - Otros Fassi Otros apellidos: 226 Coassolo Goy - Garena

Curiosidades, dudas, espacios en blanco

227

Mis informantes fueron… 235 Algunos recursos utilizados en esta búsqueda genealógica

236

Referencias bibliográficas 238 Fotografías 239



Este libro se terminó de imprimir en el mes de Noviembre de 2010, por orden de EL MENSÚ ediciones en Bibliografika de VOROS S.A. Bucarelli 1160, Buenos Aires, República Argentina.



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