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LA MEDICINA EN EL ANTIGUO EGIPTO

Javier Vilar Egiptólogo y Presidente de la Fundación Sophia

PRIMERA PARTE

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El antiguo Egipto siempre ha sido un lugar enigmático y misterioso. Una civilización cuyos grandes logros y conocimientos, muy avanzados a su tiempo, despiertan todavía hoy nuestra admiración y nuestro asombro. A través de sus grandiosos monumentos y obras de

arte, sus textos e inscripciones jeroglíficas, sus muebles y utensilios cotidianos, los antiguos egipcios nos han legado el valioso testimonio de su mundo. Un mundo mágico y sagrado bendecido por la presencia de sus dioses; gobernado por grandes faraones y dirigido por célebres sabios como Imhotep, Ptahotep, Hordyedef, Amenhotep hijo

de Hapu, Merikara o Amenemope. Y es que Egipto fue siempre el país de los sabios, la cuna ancestral de unos hombres y mujeres dotados de gran visión, capacidad e inteligencia, cuyas obras y realizaciones siguen desafiando nuestra lógica invitándonos a buscar respuestas.

Pero esta fascinación hacia Egipto no es nueva, pues ya en el mundo antiguo los sabios griegos y romanos viajaban al país del Nilo en busca de su ciencia y su sabiduría. De hecho, los tres principales artífices del pensamiento filosófico griego, que son Orfeo, Pitágoras y Platón, recibieron instrucción en las escuelas de sabiduría del antiguo Egipto. No nos debe extrañar, como muy bien señala el profesor Serrano Delgado, que: griegos y romanos consideren Egipto como una tierra de sabios, receptáculo de conocimientos ancestrales, el lugar al que hay que acudir para formarse y llegar a ser, en definitiva, un filósofo. Las biografías de muchos de los grandes personajes del mundo griego incluyen, como si de un tópico se tratara, la visita y estancia en Egipto, beneficiándose de los estudios, de la instrucción y de las revelaciones

conocimientos, se formaban ya médicos, juristas, escribas, teólogos, profesores, moralistas, gobernantes, funcionarios, músicos, pintores, escultores, joyeros, maestros artesanos, agrimensores, matemáticos, astrónomos, ingenieros y grandes arquitectos; que fueron capaces de diseñar y construir colosales pirámides, estatuas y obeliscos; elaborar complejos tratados de matemáticas y geometría, edificar magníficos templos de piedra policromada y excavar bellas tumbas e hipogeos, cuyos muros, techos y columnas están plagados de símbolos mágicos, escenas rituales, textos sagrados e imágenes astronómicas.

que se reciben, especialmente de la mano de los sacerdotes, a los que se considera por excelencia, los depositarios de esa sabiduría ancestral.¹

Una sabiduría ancestral y multimilenaria que, según los propios egipcios, les había sido transmitida en la aurora de los tiempos por el dios Thot, patrón de las ciencias, las artes y las letras. De hecho, según Clemente de Alejandría, los antiguos egipcios tenían una enciclopedia con todo su saber sagrado y secreto que constaba de 42 volúmenes. Según parece, seis eran de medicina, varios de magia, matemáticas y geometría y el resto abarcaba las leyes, la educación de los sacerdotes, la historia del mundo, la geografía, los jeroglíficos, la astronomía, la astrología y la religión.

Pero si hay una ciencia, junto a la Arquitectura, en la que destacaban los sabios egipcios, fue en la Medicina. Por eso, de entre todos los pueblos que cita en sus crónicas, Heródoto califica a los sabios egipcios como la gente más hábil y erudita que hasta el presente ha podido encontrar; menciona a los sacerdotes de Heliópolis

En este sentido, el sabio griego Heródoto, también llamado «Padre de la Historia» que recorrió Egipto hacia el año 465 a C., afirmaba que los egipcios eran el pueblo más antiguo del mundo y según él los egipcios cultivan y ejercitan la memoria más que los demás hombres. De hecho, cuesta creer que en los remotos albores de la historia, cuando la cultura mediterránea no conocía todavía la Edad del Bronce y en el resto de Europa andábamos cazando osos con palos y piedras; en las Casas de la Vida del antiguo Egipto, que eran las Universidades de su tiempo en las cuales se estudiaban, conservaban y transmitían los

como los más sabios y letrados de todo el Egipto y no duda en reconocer que gran parte de lo que los griegos sabían lo habían aprendido de los maestros egipcios. En el caso de la Medicina griega, sabemos que su linaje se remonta a célebres médicos como Galeno, Apolodoro, Hipócrates o Esculapio, que según la tradición, fue instruido por el mítico sabio Quirón.

Natural de Pérgamo (Asia menor), Galeno fue un célebre médico, cirujano y filósofo griego del siglo II d. C., (130-216 d. C.), es considerado uno de los más completos y competentes investigadores médicos de la Antigüedad. Sabemos que se formó en la escuela de medicina de Menfis y también que estudió dicha ciencia con dos médicos hipocráticos, llamados Estraconio y Sátiro. Por su parte a Hipócrates de Cos (460- 370 a. C.), considerado tradicionalmente por los griegos como «el padre de la

medicina», también se le atribuye una larga estancia en Egipto durante sus años de formación como médico. Hipócrates fue el fundador de la escuela de medicina que lleva su nombre, autor del célebre tratado de enseñanzas médicas o Corpus Hippocraticum, y creador del famoso Juramento hipocrático, código deontológico en forma de juramento ritual que, según parece, trajo de su estancia en Egipto.

Finalmente, si vamos más atrás todavía, vemos que Asclepios, el dios griego de la medicina llamado Esculapio por los romanos, es en realidad una versión divinizada del gran Imhotep, el célebre sabio egipcio que además de visir del Rey Zoser (III Dinastía) fue el constructor de su monumental complejo funerario de Sakkara y su célebre pirámide escalonada. Imhotep está considerado como el inventor de la Arquitectura en piedra tallada y el primer médico de la historia al que se atribuye uno de los más importantes papiros médicos y posiblemente el más antiguo, el papiro Edwin Smith. El papiro Edwin Smith, del cual hablaremos en detalle más adelante, es un auténtico tratado científico de cirugía ósea. Un asombroso documento científico que, para la época en que fue escrito, constituye todo un paradigma de la ciencia médica de las civilizaciones antiguas. En él se expone cómo tratar todas las contusiones de las vértebras, las luxaciones y los diversos tipos de fracturas, muchos de cuyos tratamientos siguen siendo vigentes hoy en día.

Nacido en Ankhtowe, suburbio de Menfis, el día 16 de Epofi, tercer mes de la estación de la cosecha, alrededor del año 3000 a. C., la educación de Imhotep debió ser excelente, pues parece haber tenido todos los talentos de su época; ya que además de médico y arquitecto Imhotep fue también inventor, astrónomo, matemático, autor de textos sapienciales, gran sacerdote (hijo) de Ptah en Menfis, sumo sacerdote de Ra en Heliópolis y gran iniciado a los misterios de la Magia (Heka), ciencia divina que había sido legada a los hombres por los dioses para poder proteger y salvaguardar su existencia. De hecho, su fama como médico mago fue tal, que se decía no solo que curaba a los enfermos, sino que los resucitaba. En el Papiro de Ebers, se dice que salió de Heliópolis con los Príncipes de la Gran Casa, los Señores de la Salvaguarda, los Dueños de la Eternidad y de Sais, con las madres de los dioses que lo han tomado bajo su protección, para que pueda destruir toda enfermedad.

Divinizado por los egipcios como dios de la medicina, a Imhotep, cuyo nombre significa «el que esta en paz» o también «el que viene en paz», se le rindió culto sagrado y fue objeto de una gran devoción popular; tanto entre los sabios y escribas que le consideraban como su patrono y protector, como entre las gentes sencillas del pueblo egipcio. Por eso, en una capilla del templo de Karnak, hay una bella inscripción que dice: Te saludo querida divinidad ¡Imhotep, hijo de Ptah! (...) Los hombres te aplauden y las mujeres te adoran. Todos exaltan tu bondad para

que les cures (..) Te traen ofrendas y regalos. Te profieren alabanzas. Lo cierto es que durante largos siglos, los egipcios consideraron a Imhotep como el dios de la medicina y la sabiduría y le representaban sentado, con la postura de los escribas, con un papiro desplegado sobre sus rodillas y tocado con un casquete.

En cualquier caso, si bien con el correr de los siglos Imhotep fue divinizado como «Dios de la cura y de la medicina» y asimilado a Esculapio, la profesión médica en el antiguo Egipto está atestiguada por diversas fuentes desde la I Dinastía. Flinders Petrie halló evidencias de ello en la necrópolis tinita de Abidos². Pero además de Imhotep, conocemos también el nombre y titulaciones de algunos médicos que se remontan a las primeras dinastías. En este sentido, es digna de mención entre otras, la Tumba de Anmahor, en la necrópolis de Sakkara (2.500 a. C.), en la que figuran diversas y curiosísimas viñetas relacionadas con la práctica médica; o la del médico real Hesira, que al igual que Imhotep ejerció la medicina bajo el reinado del Rey Zoser a principios de la III dinastía y cuya tumba se halla también en Sakkara. De hecho, en el museo del Cairo, podemos ver expuestos unos preciosos paneles de madera de la tumba, en los que, junto con sus instrumentos médicos y su efigie, vemos que además de supervisor de los escribas y médico real, Hesira era dentista...

Como podemos comprobar, a través de las diversas fuentes históricas, arqueológicas y literarias, la medicina egipcia era una ciencia extraordinariamente avanzada para su época, en la que aparece por primera vez en la historia la institución de la Escuela de Medicina (Casa de la Vida), patrocinada por el estado faraónico, los tratados de medicina y la figura del médico especialista.

(Continuará)

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