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EL LENGUAJE DE LA CREACIÓN
Mónica GutiérrezProfesora del CES y Graduada en Historia del Arte
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El hombre siempre ha sentido la necesidad de entender a la naturaleza observándola. De esta forma se convierte en el modelo que despierta la capacidad creadora del hombre. Con la observación directa, la naturaleza se convierte en maestra de vida para el ser humano y la separación entre Arte, Ciencia y Naturaleza se desvanece, pues se descubre que están íntimamente vinculados, como veremos más adelante.
Aunque el modo en que se creó el mundo es un misterio, la naturaleza se construye constantemente a sí misma siguiendo unas mismas leyes que se reflejan en todos los seres. El munso natural es el mayor ejemplo de artista que crea incansablemente y de ahí su importancia en el arte.
Ella se expresa en su creación bajo unos principios y cánones fijos que han sido fuente de inspiración desde los orígenes de la civilización. Para los antiguos, «naturaleza» significaba perfección. Evoluciona de un modo ordenado y determinado convirtiéndose en modelo y ejemplo de inspiración para artistas y sabios que buscaron reflejar su belleza y las proporciones inmutables de los seres vivos, tanto en sus propias vidas como en obras y construcciones. Admirados ante ella, se esforzaron en emularla y recrearla en las diferentes artes: música, danza, escultura, o aplicándola en la arquitectura, la pintura y el relieve de sus templos, tumbas y pirámides, así como en las matemáticas, la astronomía y la medicina.
Dharmán, Tao, Cosmos o la regla de Maat son nombres que la representan. Conocer a Maat en Egipto significaba tener los planos con los que se diseñó y construyó el universo. Como muy bien nos explica Javier Vilar en varios artículos de esta revista, significa «tener la clave de oro» que encierra el secreto de la perfección, el canon de proporción divina o regla universal de toda medida que hace posible toda forma de armonía, equilibrio y belleza en la naturaleza y en el hombre.
Hapi
La existencia se convierte en un espectáculo para nuestro entendimiento cuando descubrimos la sincronía que hay en cada organismo, los patrones y proporciones que la hace perfecta. El microcosmos y el macrocosmos, están basados en leyes y relaciones geométricas; desde la estructura atómica, la piel, una planta, una estrella de mar, una galaxia o nebulosa planetaria, responden a estructuras geométricas y simétricas.
Hablar de geometría «medida de la tierra» es hablar de la naturaleza. Su finalidad es explicar cuáles son las leyes o dinámicas a través de las cuales está ordenado el universo y el hombre. Su origen nos viene de Egipto, cuyos geómetras (llamados así por los griegos), eran sabios sacerdotes vinculados al culto de Thot, dios de la sabiduría oculta con cabeza de ibis. Cada año, cuando se sucedían las inundaciones, las aguas del Nilo anegaban por completo los márgenes del río. Los lindes de la tierra de cultivo desaparecían y al bajar las aguas todo se quedaba completamente cubierto
de limo. La tierra negra había borrado lo anterior y marcaba un nuevo límite que hacía necesario volver a recalcular y repartir equitativamente el terreno entre los propietarios. La función del geómetra tenía que ver con la justicia a la vez que ejecutaban un acto de creación simbólico, según el mito de la creación de Heliópolis. Del caos y la oscuridad surge el Num y de ésta, a su vez, surge el primer sonido o frecuencia, la primera palabra, el primer punto del cual empezó a dividirse y separarse.
La geometría sagrada ha sido estudiada en diferentes épocas y ha estado presente en muchas religiones del mundo. Los griegos fueron sus principales transmisores. De Pitágoras, su mayor representante, bebieron otros como Platón y de estos pasó a Roma expresada en sus tratados de filosofía; de la tradición Neoplatónica- Hermética de la Escuela de Alejandría fue recogida por renacentistas como Alberti o Marsilio Ficino, los cuales dejaron en sus textos rastros reconocibles de este mismo concepto.
La simetría es una de las estructuras y leyes geométricas más simples que está en todo lo construido por la naturaleza. Su uso en el arte facilita la copia del natural.
Profundicemos ahora en el modo en que ha surgido el universo. En la idea de que todas las formas se manifiestan como parte de lo Uno, de un centro o principio creador del cual surge la Vida; que se construye, genera y recrea constantemente partiendo de este punto central. La figura que surge de este centro ordena a todos los puntos que equidistan de él dando lugar al círculo, una figura perfecta que gira y nunca tiene fin; símbolo de unión, de la eternidad, de lo inmesurable, de lo inmortal, de lo eterno, del espíritu y asociado a la divinidad. Su manifestación en la naturaleza se expresa de forma mandálica, la cual vemos reflejada en los frutos, en una gota de agua, una flor; o a través del arte en los rosetones de las catedrales, en la construcción de ciudades sagradas con un ónfalos, como ombligo del mundo, centro del hombre y de la tierra.
Descubrimos ese patrón en espiral en infinidad de elementos en la naturaleza, desde configuraciones biológicas como caracolas o cuernos de ovinos, las semillas de ciertas flores como los girasoles, en la formación de los árboles, en sus ramas, en la disposición de su hoja, en los pétalos de una rosa, en el oído interno del ser humano, en el feto… Emparentada con la espiral de Fibonacci y descrita por Leonardo de Pisa, matemático italiano del siglo XIII. Un patrón que está en todo: en el constante movimiento de la evolución de la vida, en un huracán, el viento, remolinos de agua o en las olas del mar, en las galaxias, en la estructura helicoidal del ADN, etc.
Y cuando descubrimos que lo mencionado se sintetiza y queda contenido en la sección áurea, nos damos cuenta de que todo está interrelacionado y que un conocimiento nos lleva a otro. La proporción áurea es considerada desde la antigüedad como la más bella proporción que hay en el universo. Phi es la relación que guardan entre sí dos segmentos de rectas, el número divino relacionado con
las cosas bellas al que se le atribuye un carácter estético. El Phi y el número áureo han estado presentes en las obras de los artistas y en las diferentes culturas desde la antiguedad para acomodarlos en sus obras, e investigado por los filósofos para entender la belleza que hay detrás de todas las cosas. Múltiples textos nos hablan del «número de oro» que une la ciencia y la filosofía de las antiguas culturas con el arte. Con un nombre u otro, esta proporción armónica está presente en todo: en Botánica, en la elegancia de las especies; en el cuerpo humano, el rostro, los ventrículos; es la estructura de la creación reflejada en una flor de girasol, una piña piñonera, la concha o en las curvas de nautilos, hasta en la estructura del huevo, considerada la figura más perfecta de la naturaleza.
Al profundizar en cualquiera de estos ámbitos y sus múltiples vínculos, la conciencia se abre a una visión más amplia de la unión que existe entre naturaleza y arte, cuyo lenguaje se expresa en toda la creación. La relación entre la parte y el todo se retrató en el Renacimiento con
el Hombre de Vitrubio, dibujado por Leonardo da Vinci para ilustrar un tratado de arquitectura sobre la divina proporción.
La belleza no es tangible. Sin embargo, es una experiencia muy humana que nos acompaña desde siempre. Aunque su definición a lo largo de la historia ha cambiado mucho, estos conocimientos nos reafirman una vez más que algunas cosas nunca cambian. El arte tiene unas pautas, unos cánones y leyes que han estado y están en la naturaleza, en el hombre y en el arte de las culturas desde nuestros inicios hasta nuestros días.
El hombre parece mantener un misterioso e inseparable acuerdo sobre qué es la belleza, la cual se refleja en la creación de la naturaleza y puede ser comprendida en base a unos patrones que se repiten.
Hay algo que va más allá de la geometría, de la ciencia, del arte o de la naturaleza y que tal vez se escape a nuestro entendimiento. Nos causa admiración y su intuición nos trasciende… Es un sentimiento donde el hombre, el científico, el artista, el filósofo, el amante de la vida y de su belleza se unifican… y se abre a una nueva dimensión de comprensión que lo abarca todo… donde todos formamos parte de todo; donde todas las teorías se fusionan en una, es la sabiduría del SER. Esa es la visión de todo sabio y buscador de la verdad y la belleza que recoge lo esencial para conectar con el principio de todo cuanto existe, iniciando un camino de lo múltiple a la unidad; donde se descubre que no existe una única forma sino un proceso de manifestación que en sí mismo es bello. Y cuando conectas con él y desvelas que está en los ciclos de la vida, en la regeneración constante, en la evolución de la existencia y por lo tanto, en todos nosotros, descubres lo apasionante que es profundizar en sus secretos y en la sabiduría desde cualquiera de sus ámbitos.