Diente de león

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Diente de león

Para niños lectores

María Baranda Isidro R. Esquivel

Laina sabe que tiene once años; que sus mejores amigos son Maki y Felu; que hay que cuidarse del sol, del viento y de los hoyos negros de la viruela; que a veces le da hambre, mucha hambre, hasta que piensa en el cielo, y que su papá se fue lejos. Pero también sabe que cada vez que sopla una de las flores llamadas diente de león, sus sueños llegan a donde ella desea. Y entonces todos los deseos que guarda adentro, muy adentro, suceden.

ISBN 978-607-7661-43-6

9 786077 661436

www.edicioneselnaranjo.com.mx

Diente de león

María Baranda Isidro R. Esquivel, ilustración





Diente de le贸n


Para Sofía y Jimena

Dirección editorial Ana Laura Delgado Cuidado de la edición Angélica Antonio Monroy Revisión del texto Alberto Lara Castillo Sonia Zenteno Calderón Diseño Fabiola Pérez Solís Ana Laura Delgado © 2012. María Baranda, por el texto © 2012. Isidro R. Esquivel, por las ilustraciones Primera edición, octubre de 2012 D.R. © 2012. Ediciones El Naranjo, S. A. de C.V. Cerrada Nicolás Bravo, núm. 21-1, Col. San Jerónimo Lídice, C. P. 10200, México, D. F. Tel/fax + 52 (55) 5652 1974 elnaranjo@edicioneselnaranjo.com.mx www.edicioneselnaranjo.com.mx ISBN: 978-607-7661-43-6 Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio, sin el permiso por escrito de los titulares de los derechos. Este libro fue escrito gracias a un apoyo del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Impreso en México • Printed in Mexico


Diente de le贸n Mar铆a Baranda Isidro R. Esquivel, ilustraci贸n



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Mañana cumplo once años. Mamá dice que podrán venir Felu y Maki. Ella hará un pastel grande, inmenso, enorme, de ciruela. Once es mi número de la suerte. “¿Podrían venir once amigos?” “No”, dice mamá, “no alcanzaría la comida. Y las fiestas son para celebrar, no para padecer”. Padecer es una palabra que se cae lenta de la boca de todos. “Se padece”, susurra la abuela, “ahora todo se padece”. “¿Y cómo era antes?”, quiero saber. “Diferente”, contesta mamá. Y sus ojos se llenan de aire.

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MamĂĄ me hizo una trenza larga y me puso dos listones de colores: uno azul como el cielo, otro rojo como la sangre. Y cosiĂł mi vestido de botones grandes. Estoy lista para recibir maĂąana a mis amigos y jugar a que somos soldados en un bosque.

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Papá lleva seis meses en la montaña. Ahora trabaja en un sembradío. “¿De qué?”, quiero saber. “De flores”, responde la abuela, “se dice flores”. Mamá la mira con ojos de pantera. Papá, a veces, va por el aire, vuela, recorre todo en una avioneta pequeña que hace piruetas. En la montaña hay soldados por todas partes. Y no se sabe ni para cuándo regresará papá.

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Felu tiene viruela. No vino a mi fiesta. Maki y yo tomamos agua y comimos pastel. Mis cuatro hermanos pequeños también. Mamá y la abuela cantaron canciones y se rieron, sí, yo las vi sonreír. La viruela son unos puntos morados, casi negros, que arden, duelen por toda la piel. Si se tocan todo queda como un gran cráter. “O un campo minado”, sugirió Maki. Supimos que Felu tuvo fiebre toda la noche. Su tía vino por la abuela. La abuela sabe rezar para que se vayan los malos espíritus, esos que ponen la sed, el hambre, el dolor en la piel hasta que se siente un hoyo grande en los sueños. La abuela los espanta.

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La abuela no volvió de casa de Felu. Sé que algo malo pasa. Mamá dijo que iría a ver, pero no lo hace. Está cociendo unos frijoles. ¿De dónde los sacó? Hace tres semanas que no tenemos más que un poco de maíz con agua y ciruelas, muchas ciruelas. Mamá fue ayer al almacén donde están los soldados. A Maki y a mí nos gusta espiarlos, ver cómo limpian sus armas. Mamá no deja que nos acerquemos, pero nosotros nos ponemos detrás de unas matas y los vemos. Ellos nunca están en silencio: gruñen, escupen, tallan los pies contra las piedras. A mí me dan un poco, poquito, de miedo.

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La abuela necesita unas plantas. “Hojas del monte”, aclara, “para rezarle a Felu. La fiebre no sale de su cuerpo”. Maki y yo vamos con ella a buscarlas. Pican las moscas. Nos muerden. Abuela las espanta con sus rezos. Dice: “Ojo de mula” “Ojo de buitre” “Caimán”. Las moscas la oyen. Nos dejan en paz. Las hojas son verdes y amarillas con una línea roja al centro. “Como si fuera sangre”, comentó la abuela. Sangre de dioses, por eso saca la fiebre de los cuerpos.

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Vino el jefe de los soldados. Buscaba a mamá. Abuela le contó lo de Felu. El jefe quiso verlo. Yo fui con la abuela. El jefe gritó: “Este se muere, llévenselo”. Dio la orden a los otros tres soldados. La tía de Felu lloró. Le pidió que lo dejara. “Serás tonta, mujer, aquí se muere”, contestó. Él quería salvarlo. La abuela dijo otros rezos que nadie escuchó. Felu hizo un quejidito como de pájaro. Se lo llevaron al otro lado del monte donde se guardan los sueños. La tía fue con ellos. Mamá tardó un día más en regresar. Vino sola, nos contó que él, el médico, se había ido para siempre. ¿Se habrá muerto?

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María Baranda Z

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Nací en la Ciudad de México cuando no había tantos coches y los niños podíamos salir a jugar a la calle. Mis hermanos y yo corríamos junto al tren que pasaba por la casa y gritábamos fuerte, muy fuerte, para ganarle al tren en su sonido. Ellos, mis hermanos, se subían ágiles y veloces para mostrar su valentía. Parecían pájaros gigantes a punto de volar. Yo nunca lo hice. Siempre los esperé de pie, junto a la vía, sola, segura de que alguna vez podría hacerlo. Entonces apretaba los ojos con mucha intensidad, cada vez más y más, hasta sentir que me iba, alas al aire, y que podía volar. Por eso escribo. Porque cierro los ojos y pienso en la palabra “mundo” y todo se pone azul y blanco y yo me voy, me voy hasta lo alto del cielo. Me gustan los libros que te llevan a otros lugares. Como decir “lluvia” y que aparezca un lugar secreto, desconocido, donde puedan surgir montañas y ríos y de pronto una barca o la sombra de un pájaro inmenso. Leo, leo mucho, todos los días hasta que los ojos se me llenan de sueño. Desde que empecé a escribir, cuando tenía como diez u once años, me compro unos cuadernos de hojas blancas que venden en las papelerías. Y poco a poco empiezo a llenarlos de palabras, de palabras que son mundos, mundos que me llevan al aire y a soñar que yo algún día, estoy segura, podré volar.


Isidro R. Esquivel Z

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Nací un 15 de mayo en un barrio de la Ciudad de México, en él escaseaban los árboles y las aves, abundaban el asfalto y los automóviles de los que todos nos teníamos que cuidar siempre. Ya en la adolescencia descubrí que había mundos en apariencia imposibles, donde habitaban los desterrados, los sucios, los diferentes, aquellos que se comían sus zapatos a falta de pan, eternos inquilinos del desencanto. También aprendí que los barrotes de las celdas de la miseria pueden ceder ante la poesía y la imaginación; entonces empecé a dibujar. Pasó algún tiempo antes de encontrarme frente al primer boceto que me provocó un suave dolor en la boca del estómago, ése que da frente al hallazgo, al primer instante cuando reconoces que está aconteciendo algo importante. Tenía veinticinco años cuando comprendí que la ilustración es como una mesa puesta donde se come con las manos sucias y con los pies, donde hay otro lugar para que lo imposible se siente y te haga compañía. Allí podemos comernos el hambre, planear cómo robarnos el cielo y esperar a que la noche oculte este mundo para imaginar uno nuevo, donde lo otro, lo diverso, encuentre un rincón cálido para desempacar. Así inicié mi viaje: con una idea, un cepillo de dientes y una maleta llena de papel, y así sigo, buscando dibujos que provoquen esa sensación en la boca del estómago al echar un vistazo a los mundos imposibles.




Diente de león

Para niños lectores

María Baranda Isidro R. Esquivel

Laina sabe que tiene once años; que sus mejores amigos son Maki y Felu; que hay que cuidarse del sol, del viento y de los hoyos negros de la viruela; que a veces le da hambre, mucha hambre, hasta que piensa en el cielo, y que su papá se fue lejos. Pero también sabe que cada vez que sopla una de las flores llamadas diente de león, sus sueños llegan a donde ella desea. Y entonces todos los deseos que guarda adentro, muy adentro, suceden.

ISBN 978-607-7661-43-6

9 786077 661436

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