El ajedrez de Natsuki

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i贸 谩n o, ilustrac v l a G ang Pimi Kyra

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Dirección editorial y diseño: Ana Laura Delgado Cuidado de la edición: Sonia Zenteno Asistencia editorial: Rebeca Martínez Formación: Caín Cruz © 2015. Kyra Galván, por el texto © 2015. Francisco Pimiango, por las ilustraciones Primera edición, septiembre de 2015 D.R. © 2015. Ediciones El Naranjo, S. A. de C. V. Avenida México 570, Col. San Jerónimo Aculco, 10400, México, D. F. Tel/fax: + 52 (55) 56 52 1974 elnaranjo@edicioneselnaranjo.com.mx www.edicioneselnaranjo.com.mx

ISBN 978-607-8442-08-9 Queda prohibida la reproducción parcial o total, directa o indirecta del contenido de la presente obra, sin contar previamente con la autorización expresa y por escrito de los editores, en términos de la Ley Federal del Derecho de Autor, y en su caso de los tratados internacionales aplicables. La persona que infrinja esta disposición se hará acreedora a las sanciones legales correspondientes.

Impreso en México / Printed in Mexico


Kyra Galv谩n Francisco Pimiango, ilustraci贸n



Porque el ajedrez es más noble y de mayor maestría que los otros [juegos], hablamos de él primeramente. Alfonso X el Sabio

En el momento en que blancas y negras están en su lugar, en ese momento se detiene el mundo para mí, todo el espacio del universo se contrae hasta medir ocho casillas por ocho. Juan José Arreola


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I. El salón de clase Buenos días, mis queridos lectores. Hoy les voy a contar una historia que puede ser la de cualquiera de nosotros. Pero para que ustedes puedan ser partícipes, tendremos que asomarnos a un salón de clases. Creo que desde esta ventana se observa muy bien lo que sucede ahí adentro. La maestra está dando clase y apunta palabras en el pizarrón. Algunos niños están muy atentos y levantan la mano para contestar. Otros están haciendo dibujos en sus cuadernos, y unos cuantos más miran hacia afuera de la ventana buscando algo que no está ni en los libros ni en el pizarrón. Sus cuerpos están ocupando un asiento, pero se aprecia que sus mentes están vagando por otros parajes, porque ya captaron lo que dijo la maestra y quieren ir más allá. Sus corazones intuyen que hay algo más interesante que tienen que encontrar y quieren ir a buscar las estrellas y las nebulosas; las selvas tropicales donde se descubren lagartijas voladoras e insectos gigantescos. Este es el caso de Jacinta y Tomás. ¿Qué hacer con ellos, nos preguntamos? ¿Creen ustedes que debemos arrojarlos a los leones? ¿Los mandaremos en un cometa a Venus? ¿O solamente les llamaremos la atención como hacen las maestras? Mejor vamos a escuchar lo que sucede: —¡Jacinta, Tomás! A ver, díganme qué acabo de decir, están en la Luna de Valencia —levantó la voz la maestra Rosario—. 9


Dejen de soñar y pongan atención —sentenció—, o si no, tendrán que quedarse a trabajar en el recreo. Tomás regresó a ocupar su cuerpo que se encontraba sentado en el pupitre de la segunda fila que compartía con Andrea, la niña más aplicada del salón. A Tomás la escuela lo ponía nervioso. Sentía que no rendía igual que sus compañeros. Era tímido por naturaleza y admiraba a la mayoría de sus amigos por ser más osados y extrovertidos que él y porque eran capaces de aprenderse todo de memoria —incluyendo el vocabulario en inglés y en español— y a quienes no les costaba trabajo exponer un tema frente a todo el grupo, sin equivocarse ni sonrojarse. Sin embargo, de lo que sí estaba seguro, era de que no quería pasar por tonto. Ansiaba que las maestras lo alabaran y lo felicitaran, tal y como lo hacían con sus compañeros, y, además, quería que su mamá se sintiera orgullosa de él, solo que no sabía cómo lograrlo. Y por eso le gustaba ver por la ventana del salón. Por ahí podía viajar a otros lugares en donde se sentía cómodo consigo mismo, y con suerte podría descubrir una manera de alcanzar lo que deseaba. El caso de Jacinta era un poco diferente. Ella era una niña muy inteligente, pero en su casa había problemas que no estaba en sus manos resolver y eso la inquietaba. Mirar por la ventana la tranquilizaba, pues su mente no estaba en condiciones de ponerle demasiada atención a la maestra. Durante esas escapadas era una reina con muchos súbditos que le llevaban a regalar dulces, conejos blancos y caballos con estrellas en la piel. Y en esos momentos ella se sentía como no era capaz de sentirse el resto del día. 10


Pero había que poner atención porque perder el recreo, a todas luces, podría resultar peor. Esa misma tarde, en la escuela pudimos observar que Adriana, la mamá de Tomás, llegaba retrasada a recogerlo. Al recordar todas las cosas que aún le faltaba por hacer, ella pensaba que “hoy en día el tiempo no alcanza para nada”. Le había salido una ampolla en la planta del pie que le ardía como un cerillo encendido e interrumpía sus reflexiones a cada paso que daba. También se sentía acalorada y con sed; sin embargo, quería ser la primera en llegar al salón de tercer año, así que subió los escalones de dos en dos a pesar de la molestia que le causaba la lesión. La maestra Rosario ya estaba lista en la puerta del salón para entregar a los niños. En cuanto la vio, le dijo que quería hablar con ella y le pidió que esperara hasta terminar de entregar a todos los alumnos de la clase a sus respectivos padres. Adriana aceptó de inmediato, pero se preocupó al pensar en los posibles sucesos por los que la maestra querría hablar con ella. Tratando de ocultar su inquietud lo mejor que pudo, le pidió a su hijo que se fuera a jugar un rato al patio mientras ella charlaba con la maestra. Cuando al fin la profesora Rosario se desocupó, le dijo: —Mire, no se inquiete, no pasó nada malo, solo quiero comentarle que he notado que Tomás tiene problemas de seguridad en sí mismo. Yo creo, por lo que he observado hasta ahora, que es un niño muy inteligente y capaz, pero no participa en clase y, bueno, tampoco se siente seguro para hablar delante de sus compañeros. Adriana intentó decir algo en ese momento, pero la maestra Rosario tomó aire y se lanzó incansable a seguir hablando, más 11


o menos, con el mismo ritmo acelerado e imparable con el que hablan todas las maestras del mundo. —Yo no lo he querido forzar, ¿sabe?, pero existe el peligro de que comience a atrasarse y luego se va a sentir todavía más inseguro. Él admira a sus compañeros porque se siente menos que ellos, pero esto no es verdad, es tan inteligente como cualquier otro. Creo que tiene esa idea de sí mismo porque la lectura le cuesta un poquito de trabajo y, por eso, sospecho que piensa que no vale la pena afanarse demasiado, porque cree que de todos modos no va a poder —y de nuevo, prosiguió, sin apenas respirar— por eso quería preguntarle si hay algún problema en casa —agregó inesperadamente. En ese instante, Adriana sintió que era a ella a la que se le iba el aire, y se le dificultó articular palabra. Esta era la pregunta que todo padre teme, porque la respuesta exige, por un lado, un grado de honestidad tremendo, ante un problema que no siempre se desea encarar y, por otro, desnuda la privacidad de una familia ante un completo extraño. Sin querer, su lengua tropezó y balbuceó una respuesta lo más rápido que su confundido cerebro le permitió. —No, no creo, bueno, usted sabe, tenemos problemas como todo el mundo, pero no es que estemos divorciándonos ni nada de eso, usted sabe que Tomás es el más pequeño de la familia y luego sus hermanos lo molestan, y mi marido nunca está en casa, de hecho, apenas lo reconocemos cuando regresa por las noches, —dijo riendo—, y yo trabajo también, y además soy voluntaria en una casa de ancianos y… y, bueno… —titubeó Adriana— no sé qué más decirle, esto también me sorprende un poco a mí, porque en casa no es tímido… 12


—No, no —la interrumpió tajante la maestra—. Esos problemas los tiene todo el mundo, me refiero a problemas de violencia, usted sabe, si su marido es violento, o le pegan al niño… porque por ahí tenemos un problema así… —comentó la maestra Rosario, haciendo un gesto y dirigiendo la mirada hacia el interior del salón, a pesar de que ya no había nadie. —Pues no maestra, eso sí que no —contestó Adriana, definitiva. Meditó si contarían los gritos de todos los días, pero concluyó que no creía que fuera para tanto. —Bueno, señora —dijo la maestra en tono conciliatorio—. Yo le quería decir que a lo mejor le haría bien a su hijo que lo inscribiera en clases extracurriculares. Le sugiero que sean de ajedrez, violín o cerámica, por ejemplo, y además, si es posible para ustedes, creo que también una actividad deportiva sería buena. Los deportes les hacen mucho bien a los niños, no solo porque estimulan la coordinación mental y motora, sino para su salud en general. Ya sabe, están en la edad del crecimiento y, en estos días, los niños pasan mucho tiempo sentados y encerrados viendo televisión y jugando con los videojuegos, ya sabe cuáles, ¿no cree? —Muy bien, maestra —suspiró Adriana, aliviada, pues pensó que la sugerencia iría encaminada a mandar a su hijo con el psicólogo—. “Y eso, aparte de caro es algo muy intimidante”, pensó. Me voy a ocupar del asunto y a platicar con Tomás para ver qué actividad le llama más la atención. Gracias por su interés, ahora, si me permite, me voy, porque ya se me hizo muy tarde, y seguro voy a encontrar mucho tráfico de regreso a casa —se dio media vuelta y se fue casi corriendo. 13


—Espere, señora —gritó Rosario—. Se me olvidaba decirle que también sería buena idea comprarle una mascota. —¿Una mascota? —contestó Adriana un poco sorprendida y a estas alturas también molesta—. Pero, ya tenemos un perro y un gato en casa. —Pero —preguntó con suspicacia la maestra Rosario—, ¿son de él? —Pues, no precisamente, son de los hermanos mayores. —Creo que sería muy positivo para él, en estos momentos, tener aunque sea una pequeña, que sea suya y tenga la responsabilidad de cuidarla. Una que no le ocasione muchos problemas a usted, por supuesto. —Sí maestra, también lo tomaré en cuenta, le agradezco mucho su preocupación y sus sugerencias —se apresuró a contestar Adriana, mientras bajaba trotando por las escaleras, para recoger a Tomás en el patio. Lo único que pasaba por su mente era el espantoso tráfico que le iba a tocar a esa hora de camino a casa. Y con el calor que hacía.

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II. Tomás y Jacinta Creo que a estas alturas de la historia ustedes ya saben que Tomás era un niño como casi todos los niños de su edad. Él era largo, flaco, desgarbado y tenía unos dientes delanteros, desproporcionadamente grandes con relación al tamaño de su cara. Sus ojos, de color café, también eran grandes y llenos de vida. En su piel morena se reflejaba su buena salud. Además, pasaba muchas horas bajo el sol. En general, era un niño feliz, y, por supuesto, sus mayores intereses en la vida eran jugar y sus amigos, en ese orden. Aunque había algunos problemas en su casa —a veces sus papás se pasaban largos minutos gritándose uno al otro, reclamándose— y sus hermanos mayores lo molestaban y se burlaban de él, hiriendo sus sentimientos, había detalles que lo compensaban todo, como el que su mamá y su papá eran muy cariñosos con él. Su único deseo en la vida era poder pasarse todo el tiempo jugando. A su edad, parecía que el verbo jugar era el principal en el universo entero. Ya fuera que estuviera en su casa inventando historias con sus juguetes preferidos, en el recreo ideando juegos con sus amigos o frente a la tele viendo sus programas favoritos; pero era mientras jugaba videojuegos, cuando se sentía mejor. Eran muy entretenidos y, lo mejor de todo, lo transportaban a un mundo donde la fantasía podía extenderse 15


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ilimitadamente, facilitándole vivir aventuras muy emocionantes, a diferencia de su vida diaria, que le parecía muy sosa. Además, en ese universo virtual, nadie cuestionaba sus capacidades, sino que ahí él podía realizar hazañas extraordinarias por medio de los personajes que escogía. Desafortunadamente, sus papás decían que eran muy costosos, y que no era bueno que estuviera absorto tantas horas jugando con ellos. Él no podía entender por qué se molestaban, lo que él quería era poseer una gran variedad. La escuela tampoco le importaba demasiado. En realidad, la mayor parte del tiempo le aburría. Las maestras querían que aprendiera muchas cosas de memoria, como fechas y datos, y un montón de nombres de personajes de la historia que a él no le decían nada y como no eran comunes le resultaba muy difícil memorizarlos, también le pedían que recordara nombres de países raros y lejanos que no tenía idea del sitio en dónde podrían encontrarse. Además de esto, también esperaban que hablara frente a toda la clase de algún tema en particular, cosa que a él le daba mucha vergüenza. Esa tarde, sin embargo, su mamá estaba empeñada en ayudarlo con la tarea: —¡Tomás!, ¡Tomás!, ¿qué pasó con tu tarea? —le preguntó a gritos Adriana desde la cocina mientras él miraba la televisión en la habitación contigua. —Ahorita, mamá, ahorita que se acabe este programa, ¿sí? —le contestó Tomás un poco fastidiado. —Nada más termino de lavar los trastes de la comida y voy contigo para que empecemos la tarea, ¿eh? —dijo Adriana un poco preocupada. —Sí, sí, como quieras —contestó Tomás, distraído. 17


Acerca de la autora

Kyra Galván. Nací en la Ciudad de México y siempre me gustó escribir historias. Cuando era niña me llamaba mucho la atención el estado de concentración en el que mi padre se sumergía cuando jugaba al ajedrez. Sin embargo, a mí solo se me dejaba observar y divertirme con las piezas que se iban “comiendo”. Me abstraía metiendo las piezas en una gran caja de madera, en donde le inventaba cuentos al rey, a la reina y a los peones. Un poco más grande, aprendí las reglas, y las diferentes leyendas sobre su origen me fascinaron. Desde entonces lo juego esporádicamente, pero siempre he querido acercar a los niños a este entretenimiento tan atractivo que activa la inteligencia. También me gustan otros juegos de mesa de estrategia como el backgammon, las damas chinas y el antiguo senet. Aunque hoy en día a muchos niños únicamente les gusta usar juegos electrónicos, me encantaría que regresaran a los patios y jardines a jugar. Además de mis libros para niños, como El perfume de la faraona, editado por El Naranjo, también he escrito varios libros de poesía y novelas para adultos.

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Acerca del ilustrador

Francisco Pimiango. Ese no es mi verdadero apellido. Adopté Pimiango del pueblo junto al mar en el que nací, en el oriente de Asturias, España, en 1973. Todo el mundo siempre me ha llamado por el nombre de mi pueblo que, casualmente, tiene relación con México, pues de él salieron muchos emigrantes después de la Guerra Civil española que se instalaron en ese país. Estudié Filosofía y Teología, y ahora trabajo como profesor de Filosofía en bachillerato, y de Teoría del Arte y Estética en la Universidad. La ilustración es otra de mis pasiones y en cuanto puedo dibujo y me sigo preparando en cursos con grandes ilustradores internacionales, como Emilio Urberuaga, Rébecca Dautremer e Isol, entre otros. Escribí e ilustré una serie de tres cuentos titulados Brujas, pues aunque no soy escritor quise hacer un libro de mi completa autoría. Siempre me ha llamado la atención el enorme poder de un ilustrador para representar de manera concreta lo que no tiene más existencia que la residente en la imaginación. He ilustrado para diferentes editoriales españolas y El ajedrez de Natsuki es mi primer libro para una editorial mexicana, El Naranjo. También cultivo la música; he estudiado violín, formado grupos corales y ahora he creado y dirijo una escuela de música en el colegio en el que trabajo.

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Otros títulos de la colección

Para niños lectores

Para jóvenes lectores

Las Cavernarias y el templo escondido Moisés Sheinberg

Adiós a los cuentos de hadas Elizabeth Cruz Madrid

La colina de los muertos Ricardo Chávez Castañeda

El anillo de César María García Esperón

Copo de Algodón María García Esperón

Dido para Eneas María García Esperón

Diario de un desenterrador de dinosaurios Juan Carlos Quezadas

La guarida de las lechuzas Antonio Ramos Revillas

Estrellas de vainilla Moisés Sheinberg Los mil años de Pepe Corcueña Toño Malpica Lotería de piratas Vivian Mansour El perfume de la faraona Kyra Galván La risa de los cocodrilos María Baranda En el Sur Christel Guczka Valeria en el espejo Antonio Granados

Un hada en el umbral de la Tierra Daína Chaviano Hermano lobo Carla Maia de Almeida El libro de la negación Ricardo Chávez Castañeda La locura de Macario Marisela Aguilar Nada detiene a las golondrinas Carlos Marianidis Para Nina Javier Malpica Tristania Andrés Acosta


se imprimió en el mes de septiembre de 2015, en los talleres de Litográfica Ingramex, S. A. de C. V., Centeno 162, Col. Granjas Esmeralda, C. P. 09810, México, D. F. En su composición tipográfica se utilizó la familia ITC Leawood. Se imprimieron 2 000 ejemplares en papel bond de 90 gramos, con encuadernación rústica. El cuidado de la impresión estuvo a cargo de Ana Laura Delgado.


colección ecos de tinta

Para niños lectores

Tomás es un niño inteligente, pero tímido que, a sugerencia de su maestra y un poco a regañadientes, se inscribe en las clases de ajedrez que imparte Natsuki Nakamura, en donde se encuentra con Jacinta, una niña que encontrará en este juego importantes respuestas para mejorar la difícil situación por la que atraviesa. Allí todos los chicos aprenden a mover cada pieza y las leyendas en torno a este antiguo juego, mientras conocen la historia de los antepasados de su nueva profesora. También entenderán en qué consiste la estrategia y cómo pueden aplicarla en su vida cotidiana para transformarla. Kyra Galván es Licenciada en Economía por la unam, y ha realizado estudios de Literatura, Poesía e Historia del Arte. Algunos de sus textos han sido incluidos en antologías de poesía. Desde agosto de 2005 pertenece al Sistema Nacional de Creadores de Arte del Conaculta. Imparte cursos particulares y en los estados de la República sobre creación literaria, que abarcan los géneros de ensayo, relato y poesía. En El Naranjo también ha publicado la novela El perfume de la faraona. Francisco Pimiango nació en Asturias, España. Es profesor de Filosofía y de Teoría del Arte y Estética. Ha dirigido grupos corales y también está al frente de una escuela de música que él creó. La ilustración es otra de sus pasiones. Es autor del texto y las imágenes de la trilogía Brujas y ha ilustrado varios libros para niños en distintas editoriales españolas. Este es el primer libro para una editorial mexicana.

ISBN 978-607-8442-08-9

www.edicioneselnaranjo.com.mx

9 786078 442089


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