El cuentófago

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Antonio Granados Ilustraci贸n

Leticia Mart铆nez


Dirección editorial Ana Laura Delgado Cuidado de la edición Sonia Zenteno Concepto Antonio Granados Diseño Leticia Martínez Corrección de estilo Ana María Carbonell Diagramación Laura Hernández

© 2007. Antonio Granados, por los textos

© 2007. Leticia Martínez, por las ilustraciones

Primera edición, marzo 2007 D. R. © 2007. Ediciones El Naranjo, S. A. de C. V. Av. México 570, Col. San Jerónimo Aculco C. P. 10400, México, D. F. Tels. 5652 9112 y 5652 6769 elnaranjo@edicioneselnaranjo.com.mx www.edicioneselnaranjo.com.mx ISBN 978-968-5389-55-6 Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio, sin el permiso por escrito del titular de los derechos. Impreso en China • Printed in China


Antonio Granados Ilustraci贸n

Leticia Mart铆nez



Si yo fuera quien contara todas estas cosas, seguro que se diría: “Son invenciones. ¿Quién va a creer que una gabardi­na con sombrero ande caminando sola por ahí robándole cuentos a la gente?”. Pero como son los adultos los que lo cuentan, entonces, hay que creerlo.


Cuéntame un cuento Todo empezó un día en que mi papá llegó del trabajo más tarde que de costumbre y no dijo, como siempre, sus tres frases mágicas: “Hola a todos”, “estoy cansado” y “¿qué hay de comer?”. Digo que eran sus frases mágicas, porque con la primera se ahorraba el esfuerzo de saludar, uno por uno, a los cuatro que estábamos en la casa. Con la se­gunda lograba que nadie se acercara ni siquiera para pedirle ayuda en la tarea, y con la tercera nos volvía invisibles a mis dos hermanos y a mí, porque mi mamá, entonces, ya sólo le prestaba atención a él. Como yo ya tenía sueño apenas le di importancia a su llegada. Es más, ya iba hacia la cama cuando le oí decir: —Cuéntame un cuento, Evan­ gelina. Creí que había oído mal, pero era cierto, ¡mi papá estaba casi rogándole a mi mamá que le platicara un cuento! Hubiera querido saber si mi mamá le cumplió el deseo, pero como no me había vuelto invisible para ella, como otras noches, se dio cuenta de que estaba a media sala con mi almohada preferida entre las manos y me mandó a dormir.

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Las heridas del mundo No sé qué pasó esa vez, pero al día siguiente mi papá llegó mucho más temprano que de costumbre, baste decir que yo todavía no acababa la tarea. Apenas dio un paso adentro de la casa, mencionó su primera frase mágica: “Hola a todos”, lo raro fue que después nos saludó a uno por uno. Cuando llegó a mí, me revolvió el cabello y me dijo: —¿Te ayudo con la tarea? —No, gracias, nada más me falta resolver dos quebrados —le contesté. Toda la tarde mi papá se comportó muy raro, exageradamente amable. Nos buscaba la cara y trataba de hablar con nosotros, pero en el momento menos oportuno. Por ejemplo, se acercó a mi hermano mayor cuando estaba muy concentrado, como hablando entre dientes, con las piezas de un mapamundi entre las manos: —¿Qué haces, Campeón? —le preguntó algo que era obvio, pues sucedía ante sus ojos. —Aquí, curando las heridas del mundo —contestó Rodolfo que solía ser irónico y responder con frases ingeniosas. —Oye, ¿y no te gustaría que llegara así volando Superworld con su capa y te ayudara a construir tu rompecabezas?

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—¿Súper qué? —Supermundo… y te ayudara a levantar de las ruinas las Torres Gemelas de Manhattan y… —por supuesto, o mi papá se hacía tonto o no se había enterado de que Rodolfo tenía la rara costumbre de estudiar de bulto. —No, me gustaría tener una “supermemoria” y “superaprenderme” todas las “supercapitales” del “supermundo”, porque mañana tengo un “superexamen” de “supergeografía”. Pobre papá, se estrelló en las palabras duras y burlonas de mi hermano. Pero hay que decir en descargo que muchas veces él también era irónico y cortante con nosotros. Fracasado en su primer intento, fue hacia el sofá, donde mi hermano menor sostenía una revista de monitos, y se dirigió a él con el apodo que se había ganado gracias a su afición por los helados: —¿Qué lee mi Hombre de las Nieves?

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—Nada —contestó mi hermano con razón, pues apenas iba en prepri. —¿Y no quieres contarme de lo que se trata tu librito? —Ahorita no, porque apenas Batman anda buscando al Acertijo y todavía no acabo. Mi papá se apartó de Misael para dejarlo terminar su cómic, sin perderlo de vista. Seguramente quería hablar con él; pero de nada le sirvió esperar porque, en una de las últimas páginas, mi hermano vencido por el sueño dejó caer su revista. Mi papá recogió el cómic, lo hojeó, levantó los hombros y tomó en brazos a mi hermano para llevarlo cargando a la cama, como si llevara un enfermo al hospital. Al verlo subir las escaleras rumbo a nuestra recámara, involuntariamente, lo imaginé como un superhéroe derrotado, y su día pasó por mi mente como una historieta.

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Gotas de contracansancio Después de cenar un vaso con leche y una barra de avena, fui al baño a lavarme los dientes. Al salir, vi derrumbado a “Superworld” en un sillón de la sala. —Buenas noches, pa. —Oye, Mara, ¿tú no podrías contarme un cuento? Fue tan directo y lastimero el tono, que me pareció vergonzoso pedir explicación alguna. Así que en honor de aquella rara vez que él había aceptado contarme un cuento, me acomodé en el sofá y fui inventando la siguiente historia: —Pues ahí tienes que era un señor, así como cualquiera, que trabajaba de superhéroe. Aunque su nombre era Jacobo. —Mira, igual que yo. —Sí, pa, igual que tú… Sus compañeros, adictos al inglés, aunque no tuviera nada qué ver, le llamaban Jack; su hija le llamaba por su nombre secreto. —¿Y cuál era su nombre secreto? —Pues era secreto, por eso no te lo puedo decir. —Pero a mí me lo puedes confiar. —No, porque entonces dejaría de ser secreto. —Déjame adivinar, su hija le decía… Equisyé. —No. —¿Enígmaton? —No. —¿Pragmáticus? —Bueno, ¿quieres que siga o jugamos a las adivinanzas?

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n la ciudad, un misterioso ladrón está haciendo de las suyas: roba a sus víctimas algo muy especial, los acosa y es imposible evadirlo por su extraña naturaleza. Cuando un adulto es atacado por este hombre no tiene más remedio que recurrir a sus recuerdos y a su imaginación, porque El Cuentófago es insaciable. Pero ¿qué sucede cuando se agotan las remembranzas? Antonio Granados Nació a finales de los años cincuenta, en la Ciudad de México. Desde niño ha sentido una atracción inexplicable por los bolígrafos; él dice que ahí empezó su gusto por la escritura, cuando todavía no sabía ni garabatear su nombre. Durante varios años realizó un amplio trabajo de recopilación de juegos, cantos y relatos en comunidades de diversas zonas del país, que después convirtió en libros, y algunos de ellos han sido premiados. Antonio, además de escritor, es creador de canciones.

Leticia Martínez Aunque nació en Monterrey, Nuevo León, y ahí estudió también Arquitectura, actualmente vive en Sonora. Su pasión es el cine y la pintura. Eso explica por qué, además de idear casas, suele crear personajes y relatos dibujados. Empezó por hacer historias de ficción para sus hijos y continuó con el proyecto Voz de Papel, como ilustradora. Después conoció a Antonio Granados y emprendieron juntos varios proyectos editoriales.

Para Niños Lectores www.edicioneselnaranjo.com.mx


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