Obra apoyada por la Dirección General del Libro, Archivos y Bibliotecas/ Secretaría de Estado de Cultura, Gobierno de Portugal Título original, Irmão Lobo. © Planeta Tangerina, Carcavelos, Portugal, 2013. © Carla Maia de Almeida, textos © António Jorge Gonçalves, ilustraciones © Jerónimo Pizarro, traducción Esta edición se publicó bajo la licencia de Editora Planeta Tangerina, Portugal.Todos los derechos reservados. Primera edición en español: Taller de Edición • Rocca® S. A. (Bogotá D. C., Colombia, 2014). Primera edición en español: Ediciones El Naranjo, S. A. de C.V. (México, D. F., 2015). Dirección editorial: Ana Laura Delgado Cuidado de la edición: Sonia Zenteno Asistencia editorial: Rebeca Martínez Diagramación: Caín Cruz D.R. © 2015. Ediciones El Naranjo, S. A. de C.V. Avenida México 570, Col. San Jerónimo Aculco, C. P. 10400, México, D. F. Tel/fax: + 52 (55) 56 52 1974 elnaranjo@edicioneselnaranjo.com.mx www.edicioneselnaranjo.com.mx ISBN: 978-607-8442-11-9 Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida en su todo o en sus partes, ni registrada o transmitida por un sistema de recuperación, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico o fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito del autor y de los editores. Impreso en México • Printed in Mexico
The taste of love is sweet When hearts like ours meet. I fell for you like a child Oh, but the fire went wild. Johnny Cash, Ring of Fire
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Capítulo I
Durante algún tiempo creí que estaba enamorada de Kalkitos. Pero eso no podía ser así, porque en ese entonces yo tenía solo ocho años y Kalkitos tenía la edad de Fósil, mi hermano mayor. Casi podía ser mi papá. Algo no funcionaba en esa historia. Casi nada. Lo primero que no funcionaba era, según Blanche, que yo había nacido “fuera del tiempo”. Comencé a captarlo antes de entender lo que quería decir. Hoy tengo quince años y estoy al borde de comenzar mi vida, pero todavía no he llegado a comprender todo lo que me ha sucedido. Cuando yo tenía ocho años, el tiempo se asemejaba a los números rojos del microondas que se la pasaban cambiando y brillando intermitentes en la oscuridad de la cocina. El tiempo, todo, era ocupado por Blanche que corría de un lado a otro, acelerada, mientras me ponía los zapatos y me ajustaba la chaqueta, miraba el teléfono móvil y repetía “ya no tenemos tiempo, no tenemos más tiempo”. Entonces comenzaba a correr más y se le escurrían migajas de pan tostado por el suelo, como en la historia de Hansel y Gretel. Migajas que no nos llevarían a una casa de chocolate y que la aspiradora se tragaría al día siguiente. Cuando hacía frío, llovía o estaba soleado, eso también era tiempo. Chaquetas, botas, gorros, guantes, bufandas, sandalias, camisetas, ropa interior, era como vestir el tiempo. Yo lo entendía, era fácil. 11
Incluso cuando Alce Negro musitaba, sentado en el sofá en frente del televisor, “estamos viviendo tiempos imposibles de gobernar”, yo sabía si lo que había dicho era bueno o malo por la forma como él cambiaba de canal. Aburrido, zap, irritado, zap, zap, casi incontrolado, zap, zap, zap. Pero eso de nacer fuera del tiempo no lo entendía. No. Porque, a fin de cuentas, yo iba al colegio como todos los otros chicos, me ponía sandalias en el verano y usaba un gorro cuando hacía mucho frío.Tenía una casa, como todos los demás, y en esa casa vivían Blanche, Alce Negro, Fósil y Miss Kitty: mi familia está compuesta por mis papás y mis dos hermanos mayores. No era posible que todos ellos vivieran en el tiempo y yo por fuera. No. Pero existían otras cosas que no eran claras. • Nuestra nueva casa era vieja. • Blanche tenía tres trabajos y siempre estaba disgustada. • Alce Negro no tenía trabajo y también vivía contrariado, sobre todo cuando actuaba como el Hombre de Hielo. • Fósil y Kalkitos se pasaban horas riendo en el cuarto, encerrados, y ni a Blanche ni a Alce Negro les hacía gracia. • Miss Kitty no se parecía en absoluto a las muchachas de su edad. Esto, solo para dar una idea. Lo más duro era la falta que yo sentía de Malik, nuestro perrito husky, desde que él se había ido. O mejor, desde que lo habían echado, porque no se adaptaba —decían— al departamento. Esa era la explicación oficial. —Malik nunca se adaptó al departamento. 12
Lo miro en las fotografías donde está acostado, con las patas estiradas como una esfinge, la lengua afuera de la boca medio abierta, los dientes a la vista, y una sonrisa no del todo evidente. Era el único que no desviaba los ojos de la máquina de fotos. Sostenía sus ojos azules, aquellos ojos donde se alargaba un cielo sin nubes. (¿En qué llanuras corres ahora, Ojitos de Relámpago? Comienza a ladrar para que yo sepa dónde estás). Malik. Pienso en él como si fuera un tótem que hubiera logrado mantener unida a una tribu, mientras buscaba adaptarse al departamento y soñaba con su viejo tipi1 en medio de la pradera. En las fotografías que nos tomamos después de que se fuera, todos parecemos un triste puñado de monedas lanzadas al aire, caídas en desorden, apartadas unas de las otras. En esta, por ejemplo, Blanche me mira a mí, Alce Negro dirige la mirada al cielo, Fósil mira hacia abajo y Miss Kitty hacia adentro, tras sus lentes oscuros, hacia los lugares a los cuales solo ella tenía acceso. Después de ese verano, todo se comenzó a incendiar y nunca volvimos a aparecer juntos, los cinco, en las fotografías. Fue el verano de la Gran Travesía por el Desierto de la Muerte. O, simplemente, el verano de la Gran Travesía. Lo recuerdo como si fuera hoy.
Tienda de piel de forma cónica que utilizaban como vivienda los indios de las praderas de América del Norte, rae, Diccionario de la lengua española (N. del T.).
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Capítulo 2
—¿Entonces, la niña es la manzana de la discordia? Escondí las palabras en la boca, como si me hubieran obligado a tragarme un caramelo. Lo mordí lentamente, intentando entender lo que querían decir. Palabras que sabían a moho y a algo extraño, como las galletas que la tía Placeres había puesto sobre la mesa de las meriendas. —No es culpa de Bellota —dijo papá—. Ella nació cuando tenía que nacer. —Bellota no es un nombre de persona —interrumpió la tía Placeres, al instante—. ¿Entonces, quién tiene la culpa? —Nadie. O los dos. O este país que no avanza. —No digas tonterías, Juan Miguel —siguió ella, y estiró el cuello de brontosaurio—. Un matrimonio no se deshace solo.Y lo que sobra es trabajo. Ustedes creyeron que el dinero caía del cielo y se la pasaron despilfarrando por ahí. Ahora… —Oh, tía Placeres, por favor, no es el momento… —A nadie le gusta oír la verdad. Se giró hacia su hermana, que era otra especie de dinosaurio con el cuello más corto, uno de nombre más difícil. —Trabajo no falta. María Dolores, ¿desde hace cuánto tiempo nosotras estamos buscando a alguien que se haga cargo de la finca? —Hace tres meses. —Si la tía me paga bien, yo me ocupo de la finca. 17
Carla Maia de Almeida Nació en la casa de los abuelos, en Matosinhos, el 12 de enero de 1969, y allí vivió los años más felices y tranquilos. De su colección de olores memorables forman parte las gotas de azúcar quemada de la refinería, las papas fritas vendidas en la playa en conos de papel, los croissants con jamón de la Confitería Ferreira y el pescado frito que se guardaba en el mueble de la cocina. Hija de profesores, también vivió en Braga y en Moreira, una aldea de Minho rodeada por colinas y pinares, donde practicó el arte de rasparse las rodillas y le tuvo miedo a los perros. Las series televisivas de los años setenta le dieron los primeros modelos femeninos: unas veces quería ser Lady Marianne, la novia de Sandokan; otras, Maya, la de Espacio 1999. Cuando iba al circo, le gustaban sobre todo las acróbatas y las contorsionistas. Leía mucho y bailaba Boney M. ante el espejo, cuando nadie la veía. A los once años se trasladó, con sus padres y una hermana, hacia los alrededores de Lisboa, cambio del cual nunca se recompuso. Encontró el camino de regreso a casa cuando comenzó a escribir otras cosas, además de textos periodísticos (opción dudosa, para decir lo menos). Tiene siete libros publicados: O Gato e a Rainha Só, Não Quero Usar Óculos, Ainda Falta Muito?, Onde Moram as Casas, A Lebre de Chumbo, Amores de Família y Ana de Castro Osório-A Mulher que Votou na Literatura.
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António Jorge Gonçalves A los dos años comenzó a ser “cuatrojos” y tuvo que usar un parche —como los piratas— en el ojo derecho, para ejercitar el izquierdo, más perezoso. Eso no impidió que por detrás de hojas mecanografiadas comenzara a diseñar historietas con un bolígrafo. La primera de ellas, esbozada a sus cuatro años, contaba el nacimiento de una cebra. Ya a los seis, con sus dos hermanos, creó la Space Story, una revista de historietas de la que solo se hizo un ejemplar a mano. Después surgieron los fanzines o tiras cómicas que imprimía con su papá los fines de semana, en una caprichosa máquina offset de la oficina. Soñó con colaborar como autor de historietas en las hojas de grandes dimensiones de la revista Tintin, con olor a tinta todavía fresca y producidas en las oficinas de la librería y editorial Bertrand. Fue muy aplicado en el colegio y cantó en las misas. Un día llegó a las Bellas Artes y descubrió la libertad. Lo arrebató una pasión “del ataúd a la tumba”, es decir, mortal, y diseñó figuras alegres y tristes. Un día arrojó las gafas, se dejó crecer las patillas y partió con la computadora y la guitarra en los hombros hacia el laberinto de las grandes ciudades en que se iría a perder. Creó el proyecto Subway Life, dibujando personas sentadas en los vagones del metro de ciudades como Londres, Lisboa, Berlín, Estocolmo, São Paulo, Nueva York, Atenas, Tokio o Cairo. Más tarde, volvió a estar presente en la llegada de una niña, y ella ahora lo acompaña en el atelier, vestida como una princesa; sentada, diseña figuras con caras llenas de asombro.
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Jerónimo Pizarro Nació en Bogotá en 1977. Vivió en una serie de departamentos entre nuevos y viejos a los que nunca volvió. Recuerda que un celador le enseñó a montar en bicicleta, gracias a lo cual, muchos años después, pudo enseñarle a su papá a pedalear sobre dos ruedas. Su mamá era un huracán y acumulaba trabajos para darle una educación parecida a la que ella recibió. Hijo de profesores y lector asiduo, buscó un empleo muy pronto — en la tienda de su abuela, en el interior de una clínica— para comprar las historietas y las novelas de aventuras que quería leer. Tiene un hermano que ni por haber estudiado Derecho deja de tener un corazón de niño; y otro al que llamaba cariñosamente “Chigüiro” cuando era pequeño. Fue “cuatrojos” y usó un parche para ejercitar el ojo izquierdo, pues tenía un ojo más perezoso (como Jorge Luis Borges y António Jorge Gonçalves, entre otros). En la adolescencia fue a la vez muy aplicado y rebelde. En los pastizales de la Sabana de Bogotá solía perderse con Milú, un perro que un día le quitaron y cuyo nombre había encontrado en los libros de Tintin. Tras licenciarse en Literatura cumplió uno de sus sueños: volver a Lisboa. Allí se quedó más de diez años, y un día se hizo portugués. Portugal representó un amor a primera vista, y tal vez uno de los pocos que lo acompañarán toda la vida, pues allí llegó a ser íntimamente feliz y a conocer la ternura y la bondad mezcladas con el sentimiento de la saudade. Tanto que un día, al celebrar el día del teatro, quedó hechizado.
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Otros títulos de la colección Para niños lectores
Para jóvenes lectores
El ajedrez de Natsuki Kyra Galván
Adiós a los cuentos de hadas Elizabeth Cruz Madrid
Las Cavernarias y el templo escondido Moisés Sheinberg
El anillo de César María García Esperón
La colina de los muertos Ricardo Chávez Castañeda
Dido para Eneas María García Esperón
Copo de Algodón María García Esperón
La guarida de las lechuzas Antonio Ramos Revillas
Diario de un desenterrador de dinosaurios Juan Carlos Quezadas
El libro de la negación Ricardo Chávez Castañeda
En el Sur Christel Guczka Estrellas de vainilla Moisés Sheinberg Lotería de piratas Vivian Mansour El perfume de la faraona Kyra Galván La risa de los cocodrilos María Baranda Valeria en el espejo Antonio Granados
La locura de Macario Marisela Aguilar Los mil años de Pepe Corcueña Toño Malpica Para Nina Javier Malpica Tristania Andrés Acosta Un hada en el umbral de la Tierra Daína Chaviano
se imprimió en el mes de septiembre de 2015, en los talleres de Litográfica Ingramex, S. A. de C. V., Centeno núm. 162, Col. Granjas Esmeralda, C. P. 09810, México, D. F. Se utilizó la familia Bembo. Se imprimieron 2 000 ejemplares en papel bond de 90 gramos, con encuadernación rústica. El cuidado de la impresión estuvo a cargo de Ana Laura Delgado.
colección ecos de tinta
Para jóvenes lectores
Malik. Pienso en él como si fuera un tótem que hubiera logrado mantener unida a una tribu, mientras buscaba adaptarse al departamento y soñaba con su viejo tipi en medio de la pradera. En las fotografías que nos tomamos después de que se fuera, todos parecemos un triste puñado de monedas lanzadas al aire, caídas en desorden, apartadas unas de las otras. En esta, por ejemplo, Blanche me mira a mí, Alce Negro dirige la mirada al cielo, Fósil mira hacia abajo y Miss Kitty hacia adentro, tras sus lentes oscuros, hacia los lugares a los cuales solo ella tenía acceso. Después de ese verano, todo se comenzó a incendiar y nunca volvimos a aparecer juntos, los cinco, en las fotografías. Fue el verano de la Gran Travesía por el Desierto de la Muerte. O, simplemente, el verano de la Gran Travesía. Lo recuerdo como si fuera hoy. Una narración a dos voces, cuenta la historia de una familia obligada a sufrir constantes mudanzas y a adaptarse a nuevas circunstancias en un país que se desmorona. En ella se cruzan la voz de Bellota, de ocho años —que parte con su padre a la expedición por el Desierto de la Muerte—, y la del mismo personaje ya adolescente, recordando la extraña aventura de su infancia.
ISBN 978-607-8442-11-9
www.edicioneselnaranjo.com.mx
9 786078 442119