La
A l b e r t o C h ima l
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Eliza b e t h Bu ile s
ilustraciรณn
La
D is
ta n
te
La Distante Primera edición, septiembre de 2018 Coedición: Ediciones El Naranjo, S.A. de C.V. / Secretaría de Cultura © Alberto Chimal, por el texto © Elizabeth Builes, por las ilustraciones D.R. © 2018, Ediciones El Naranjo, S.A. de C.V. Av. México 570, Col. San Jerónimo Aculco C.P. 10400, Ciudad de México Tel. +52 (55) 5652 1974 elnaranjo@edicioneselnaranjo.com.mx www.edicioneselnaranjo.com.mx D.R. © 2018, de la presente edición Secretaría de Cultura Dirección General de Publicaciones Av. Paseo de la Reforma 175 Col. Cuauhtémoc, C.P. 06500 Ciudad de México www.cultura.gob.mx Dirección editorial: Ana Laura Delgado Asistencia editorial: Lorena H. Rodríguez Diseño editorial: Raquel Sánchez Jiménez Las características gráficas y tipográficas de esta edición son propiedad de Ediciones El Naranjo, S.A. de C.V. ISBN: 978-607-8442-67-6, Ediciones El Naranjo ISBN: 978-607-745-861-6, Secretaría de Cultura Todos los Derechos Reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, la fotocopia o la grabación, sin la previa autorización por escrito de los editores. Impreso en México / Printed in Mexico
La Distante se imprimió en el mes de septiembre de 2018, en los talleres de Gráficas Corona JE, S.A. de C.V., Calle 8,185, Col. Granjas San Antonio, Del. Iztapalapa C.P. 09070, Ciudad de México. En su composición tipográfica se utilizó la familia Helvetica. Se imprimieron 2 000 ejemplares en papel bond de 120 gramos, con encuadernación en cartoné. El cuidado de la impresión estuvo a cargo de Ediciones El Naranjo.
La
Distante
A lber t o Ch i m a l E liz abeth Bu i l e s
i l ustraci รณn
¿Conocen la Gesta del Corazón Incansable? Claro que la conocen. Es una historia que se cuenta por
todas partes. Aquella que comienza con el gran guerrero
perdido en el desierto, solo, sediento, sin comida, errando sobre la arena, a punto de morir, y que luego pasa a tantos lugares y a tantas hazañas inconcebibles. ¿Verdad que sí? ¿Verdad que a todos les gusta la historia de aquel héroe valiente y esforzado?
Bien. Como todos la conocen y a todos les gusta, no les
voy a contar esa historia, sino otra, que es como su hermana o su prima, pero en la que hay también desierto y sole-
dad, hazañas grandes y dolores terribles, y van a ver qué más. Y esta otra historia empieza así:
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La D istante
Cuando el este del mundo no sabía del oeste, hubo, en
el borde del Gran Desierto, una ciudad.
Se llamaba Kadur, la de altas paredes, por los muros
enormes de piedra y acero que la protegían de todo ataque. Estos muros se juntaban en cuatro esquinas, que señalaban los puntos cardinales. En cada esquina se elevaba una to-
rre. En lo más alto de cada torre había centinelas, y uno de ellos se llamaba Manek.
No pasaba de los dieciséis. Era alto, desgarbado y tan
flaco, decían, como en sus años de infancia, y en esto, como
en que era retraído, torpe de trato, inseguro de su cuerpo y su alma que crecían, no era distinto de otros muchachos. Pero tenía, como un don, la mirada más larga: los ojos más agudos y poderosos que jamás hayan sido.
No miento. Podía distinguir las gotas de lluvia en una
tormenta a leguas de distancia, o reconocer la cara de un hombre a más de mil trancos; si miraba al suelo, podía ver las sombras cambiantes, minúsculas de los granos de pol-
vo, que nunca forman dos veces la misma figura; si volvía la vista a Kadur, podía encontrar en las calles a su madre,
a su padre, a cualquiera de sus hermanos, y podía seguirlo desde lo alto con tal escrúpulo que era capaz de decir, más
tarde, cuántos pasos había dado de un lugar a otro, por ejemplo, o cuál había sido su ánimo durante el recorrido...
Estaba siempre en el turno de la noche y en la torre del
oeste, la más cercana a las arenas. Más de una vez había
dado la alerta contra los bárbaros varraky, que entonces
vivían en el desierto y anhelaban la tierra verde; más de una
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La D istante
vez, antes que los centinelas de otras torres, había visto la llegada de las caravanas que venían del este, por entre las
montañas de Urga Kan, con alimentos y mercancías para la ciudad. Todos aseguraban que llegaría lejos: podría subir
cuanto quisiera, decían, en la guardia de las torres, llegar a capitán, pasar incluso al ejército del rey. Pero Manek no pensaba mucho en su porvenir, y en verdad no le hubiera molestado ser siempre un vigía, porque nada le gustaba
más que subir cada día a las torres. Porque el mundo, desde la altura, se ofrecía pleno a sus ojos milagrosos.
Una noche, a poco de la puesta del sol, Manek hacía
guardia en la torre con Ankar, un muchacho tan joven como él. Los dos conversaban, aunque Manek no ponía toda el alma en ello, embelesado como estaba por las estrellas: cada una marcaba un ritmo distinto con su parpadeo, y las más cercanas al horizonte, las que rozaban el desierto,
eran cubiertas y descubiertas por la arena que el aire impulsaba. En ese aparecer y desaparecer, como bien sabía Manek, podía leerse la velocidad y la dirección del viento, y aun pronosticar tormentas con mucha más exactitud que con otros métodos...
Entonces la vio, pequeña, muy lejana, alumbrada ape-
nas por las luces de la noche.
Era una joven, allí, en medio del desierto.
Estaba inmóvil, de pie, con los brazos extendidos hacia
él. Se veía y no, escondida a veces por la arena, como las
estrellas, pero estaba en el suelo. Su piel era morena, como la de la gente de Kadur, y se cubría con una túnica blanca.
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Alb e rt o C himal
Por primera vez en su vida, Manek se restregó los ojos,
incapaz de creer en ellos.
Y, también por primera vez, pidió a su amigo: —Mira allá.
Ankar miró y dijo:
—No veo nada —y Manek se dio cuenta de lo tonto que
había sido, porque nadie sino él podría haberla visto, así de lejos estaba.
Pero de todos modos, cuando él mismo volvió a mirar, la
joven se había ido.
—¿Qué tengo que ver? —preguntó Ankar.
—Ya se fue —le respondió Manek—. Era una muchacha
—volvió a restregarse los ojos—. Nunca había visto a nadie tan lejos...
—Si la viste, es que estaba allí —y dio la alerta: un toque
de cuerno que avisaba de alguien perdido en el desierto.
De inmediato subió un capitán, para saber a dónde tenía que partir con su destacamento, y les preguntó: —¿Cómo es?
—Es una mujer —respondió Manek—. Está sola, en
aquella dirección, a tantas leguas como el horizonte. Su tra-
za es de oriental. Viste de blanco, así que la luna ayudará a verla.
El capitán permaneció callado un momento, y luego,
desde lo alto, ordenó romper filas a su tropa, que esperaba abajo.
—¿No van a ir por ella, capitán? —preguntó Ankar, in-
dignado.
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La D istante
—No es varraky —dijo Manek.
—Tampoco es alguien a quien pueda asistir —respondió
el capitán—, y les voy a decir porqué, aunque me asombra que no lo sepan ya. ¿No se cuenta aquí arriba la leyenda de la Distante, de Akundi la Maldita?
Y ustedes, como Ankar y Manek, de seguro tampoco sa-
ben de esa historia. Fue de las primeras leyendas del mundo, mucho antes del tiempo de las magas y los hechiceros, y ya en ese tiempo antiguo se estaba olvidando.
—Hace mucho tiempo —dijo el capitán—, vivió en Kadur
una joven llamada Akundi. Era muy hermosa y muy vana,
despreciaba a todos y no dejaba que se le acercaran. Hu-
millaba a quien lo intentara y se burlaba de él. Y porque su
belleza era grande, muchos no querían rendirse y volvían a
buscarla, una y otra vez, para ser despedidos con risas y
palabras hirientes. Pero un día, un dios, un poder del mundo, llegó hasta Akundi y la alabó como ninguno, con hermosas palabras, con la sinceridad más grande y más clara.
Y Akundi solo pensó en el goce de humillarlo, de burlar su porfía, y lo insultó como nunca había insultado a nadie. Lo
llamó escoria, malnacido, lastre y viento, y le dijo que no
había nacido quien pudiera pretenderla; que no sería, ciertamente, alguien como él, y que ni el mundo ni el tiempo ni el destino la harían acercarse, entretanto, a ningún otro.
»Y él, o ella, o aquello, pues la condición de los dioses
no es la de los hombres, enfureció, y en su ira la maldijo.
»Ella vivía en la calle de Siboki. Una mañana salió, dio
un paso, y fue como si hubiese dado cinco. En un instante
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Alb e rt o C himal
Alber t o Chima l
e s cr itor
Siempre me han gustado las historias. En las tardes de hace muchos años, mientras otros niños jugaban futbol o salían a perseguirse en bicicleta, yo leía relatos de fantasmas, cuentos de sucesos extraños en la vida cotidiana o novelas de
aventuras en mundos o tiempos remotos. Entonces se decía que mi gusto era raro. A lo mejor habrá quien lo diga ahora también, pero lo cierto es que todas las formas que toman
las historias —incluyendo películas y hasta videojuegos— me han acompañado siempre y han hecho mi vida un poco más rica, pues con ellas he conocido experiencias que de otra forma nunca hubiera tenido.
Aparte, como me dediqué a inventar mis historias, tam-
bién he tenido la oportunidad de compartir muchas experiencias propias a través de ellas. Un ejemplo es este libro:
yo no soy su protagonista, pero sí nos parecemos. También vimos la vida desde lejos y también, cuando llegó el momento, encontramos el amor.
Vivo en la Ciudad de México con mi esposa, que se lla-
ma Raquel, y con nuestros gatos, que se llaman Primo y
Morris. Según mis cálculos, jamás me cansaré de inventar historias.
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La D istante
Elizabeth Buile s
i l u s tradora
Nací en el valle obtuso de Medellín, Colombia, donde tiempo después, un primo diez años menor que yo me enseñó a andar en bicicleta, en una sin frenos. Bajábamos a gran velocidad, impulsados por la loma en la cual vivía.
Siempre curiosa de cuanto bicho y planta se encontrara
cerca, tuve como juguete un microscopio que nunca apren-
dí a usar. Me imaginaba como una mujer de ciencia. Más tarde se me partió el corazón cuando entendí que probablemente nunca viajaría al espacio exterior.
Mientras todo esto sucedía, dibujaba, y seguí dibujando
hasta ahora, para contar historias de bichos, plantas, e inventar lo que pasa cuando miro al cielo o cuando abro los
ojos bajo el agua, también para narrar mis historias y las de otros, las de muchos; porque además de mirar por lentes
de distintos aumentos me gusta escuchar conversaciones ajenas.
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La D istante
colección mar de cuentos
Para jóvenes lectores
¿Conocen la Gesta del Corazón Incansable? Claro que la conocen. Es una historia que se cuenta por todas partes. Empieza con el guerrero perdido en el desierto, a punto de morir, y luego pasa a muchos lugares y hazañas. ¿Verdad que sí? Pues bien, esta no es esa historia: esta es la historia de otro héroe. Uno que no tiene fama, que igual se extravió en la arena, que encontró el amor... Alberto Chimal nació en Toluca, México. Es escritor y profesor
de literatura y escritura creativa. Ha ganado diversos premios literarios y dentro de la literatura infantil, ha publicado los libros La madre y la muerte–La partida, El juego más antiguo y Cartas para Lluvia. Tiene un canal en YouTube (youtube.com/Albertoy RaquelMX). La Distante es su primer libro publicado en Ediciones El Naranjo.
Elizabeth Builes nació en Medellín, Colombia. Estudió Artes
Plásticas en la Universidad Nacional de Colombia. Trabajó como ilustradora científica en el herbario de la Universidad de Antioquia. Ha ilustrado para diferentes medios impresos y revistas de Colombia y México. Ganó el premio nacional de ilustración Tragaluz en 2013. En El Naranjo también ilustró Querido pájaro.
www.edicioneselnaranjo.com.mx
ISBN 978-607-8442-67-6
9 786078 442676