Sucedió en Alepo

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Sucedi贸 en Alepo Silvia Hamui Sutton 83


D.R. © Silvia Hamui Sutton por los textos e ilustraciones D.R. © Ediciones El Naranjo, S. A. de C. V. Av. México 570, Col. San Jerónimo Aculco C. P. 10400, México, D. F. Tels. 56 52 91 12 • 56 52 67 69 Correo electrónico: elnaranjo@att.net.mx Primera edición, 2004 ISBN 968-5389-08-X Coordinación editorial

Ana Laura Delgado Cuidado de la edición

Sonia Zenteno Diseño

Elba Yadira Loyola Ana Laura Delgado Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio, sin el permiso por escrito de los titulares de los derechos Sucedió en Alepo se terminó de imprimir en el mes de marzo de 2004, por Offset Rebosán, Av. Acueducto 115, Col. Huipulco, México, D. F. El tiraje consta de 2 000 ejemplares encuadernados en cartoné.


Índice Mirando hacia atrás 5

El concurso 13

Detrás de los nombres 19

El hijo deseado 27

El problema de Aslán 35

La novia 45

El parche 53

Los hermanos 59

La primera vez 65

El borrego cariñoso 73 Glosario 78



Mirando hacia atrás Las historias que te voy a contar suceden en una ciudad llamada Alepo que se encuentra al norte de Siria, un país muy lejano. Además de estar rodeado por montañas, Alepo es un lugar circundado por una muralla que protegía antiguamente a sus habitantes de las invasiones extranjeras, y, al limitar el acceso a la ciudad, los mantenía seguros, al mismo tiempo que los beneficiaba económicamente, pues se cobraban impuestos por cruzar sus puertas. La gran muralla impedía que los habitantes conocieran el mundo occidental, por lo que se convirtió en una ciudad íntima, con tradiciones más arraigadas a las costumbres orientales y religión más ortodoxa. Aún así, Alepo era un punto estratégico para el comercio pues, aunque la mayoría de sus habitantes no solían traspasar sus muros, formaba parte de la ruta comercial por la cual transitaban los mercaderes de otros lugares. La ciudad estaba conformada por varias comunidades que tenían su propia organización: había grupos de judíos, de cristianos y de musulmanes, que eran la mayoría. La convivencia entre ellos era cordial, aunque cada sector mantenía sus costumbres. Las reglas, que todos los grupos respetaban, permitían la permanencia pacífica en el territorio, como en el caso del pago de im­puestos de cada comunidad (ya sea judía o cristiana) al califa o gobernante musulmán. Cuando Siria fue conquistada por el Islam, en el siglo vi, los judíos ya estaban establecidos, tanto en Damasco como en Alepo. Sin embargo, su vida adquirió cierta estabilidad con los nuevos gobernantes, ya que los califas los aceptaban por ser “gente del libro”, refiriéndose a la fuente bíblica común entre los musulmanes y los judíos. Desde su posición social, sin embargo, los judíos eran catalogados como dimis o súbditos de segunda clase. Durante los veinticinco siglos en los que se desarrolló la cultura judía en Alepo, se sucedieron múltiples acontecimientos históricos que afectaron la vida cotidiana de la ciudad. En varias ocasiones, los judíos tuvieron que

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adecuarse a distintos mandatos legales y religiosos impuestos por los califatos e imperios islámicos que se establecieron desde el siglo vi de nuestra era hasta principios del siglo xx. Aún así, a pesar de los cambios, la vida judía en Alepo floreció gracias a la relativa independencia otorgada por las diferentes dinastías otomanas que se sucedieron unas a otras. Los cuentos que aquí se presentan abarcan la época en que los judíos vivieron pacíficamente en Alepo, es decir, antes de las revueltas nacionalistas surgidas a finales del siglo xix y principios del xx que obligaron a los judíos a una nueva diáspora. México fue uno de los destinos al que emigraron, formando una comunidad constituida por instituciones y costumbres similares a las que se practicaban en Alepo, pero adoptando ciertas prácticas del nuevo país. A este sector de la comunidad judía en México se le conoce como los halebis, nombre que deriva de Halab, Alepo en árabe. “El problema de Aslán” se puede ubicar en la época moderna, ya que refleja la problemática social y política que debilitó y puso fin al Imperio otomano. La comunidad judía en Alepo se basaba en un modelo jerárquico rabínico, en el que la máxima autoridad era un rabino reconocido y respetado, que mantenía unido al grupo a través del cumplimiento de las leyes religiosas. Los rabinos organizaban a la sociedad, bajo la guía de la Torá, manteniendo el cuidado puntual de las tradiciones de generación en generación. La autoridad religiosa, a través de un tribunal de justicia autónomo,

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definía casi todas las situaciones dentro de la comunidad y mantenía el orden social. Ante un conflicto, ya sea familiar, comercial u otro, el tribunal dictaba sentencia irrevocable, después de escuchar a las partes involucradas. Quien no obedeciera, podía ser expulsado de la comunidad. A su vez, las autoridades musulmanas respetaban estas decisiones del tribunal, por lo que tenían, también, carácter oficial. La comunidad se mantenía por el pago de la arijá (impuesto colectivo), que era una cuota que pagaban todas las familias que podían hacerlo, y servía para ayudar a los huérfanos y viudas de la congregación y mantener las instituciones comunitarias. La cuota se ajustaba a las posibilidades de cada familia. Había diferentes niveles sociales dentro de la estructura social, los más respetados eran los que destacaban por su edad, prestigio, conocimientos, prosperidad y alcurnia familiar. Así, los donativos de la “Junta de Notables” eran aportaciones más sustanciosas, ya que provenían de las familias influyentes con mayor riqueza y reconocimiento. Con los fondos obtenidos también se pagaban los impuestos al gobernante local o bashá. En Alepo la educación escolar estaba dirigida sólo a los varones. Las niñas eran educadas en la casa, su formación se basaba en principios religiosos, pero dando una gran importancia a las labores domésticas, es decir, a la elaboración de alimentos, la limpieza de la casa o, cuando eran más grandes, al cuidado de sus hermanos pequeños. Todo esto les servía para su futuro matrimonio, que era planeado por los padres, y

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se realizaba cuando sólo tenían catorce o quince años de edad. Con el paso del tiempo, en épocas más recientes, cambiaron las costumbres para las niñas, y también pudieron acudir a la escuela. El cuento “El concurso” corresponde a esta etapa. Desde los cinco años los niños aprendían las letras del alfabeto hebreo y los símbolos usados para indicar los sonidos vocales, así como la aritmética que les serviría para su actividad comercial en el futuro. Después les enseñaban a formar palabras y frases. El primer libro de instrucción era el Levítico pues su contenido ritual era más importante que, incluso, la Creación (Génesis). Los maestros o jajamim se entendían con los padres, no con las madres, para darles el reporte de sus hijos. Los alumnos aprendían árabe y hebreo. La primera, su lengua materna, también la escribían con caracteres hebreos. Después de estudiar varios libros religiosos, a los doce o trece años, y una vez que habían hecho su Bar Mitzvá, la mayoría de los niños dejaban la escuela para ayudar en el negocio de sus padres. Los que continuaban estudiando ingresaban a un midrash o yeshivá, escuela rabínica avanzada; les enseñaban astronomía, que requería de un grado más adelantado de matemáticas. A la persona con ciertos conocimientos religiosos se le consideraba jajam (maestro o sabio), sin importar su escolaridad o sus habilidades pedagógicas. Los métodos de enseñanza en esa época no eran los más apropiados pues, no sólo en Alepo sino en muchas partes del mundo, había ocasiones en las que los maestros se encolerizaban e imponían severos castigos a los niños que se portaban mal. Cuando el estudiante terminaba su aprendizaje elemental, estaba preparado para ingresar al kitab, en donde cada quien pagaba de acuerdo con sus posibilidades económicas. El kitab también recibía ayuda comunitaria cuando se encontraba en déficit. Una de las escuelas en las que no se pagaba era el kitab-il-yetomin (escuela de los huérfanos), ya que era subsidiada por la comunidad. Al pasar de los años, en 1860, se fundó una organización judía en Fran-

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cia llamada la Alliance Israelite Universelle, cuyo propósito era promover la cultura occidental en las comunidades del Medio Oriente, además de brindar protección a los judíos necesitados que estaban dispersos por Europa y Asia. La apertura de los alepinos hacia el mundo occidental les dio la opción de asomarse al extranjero. La educación se amplió y tomó aspectos europeos sin dejar de tener en cuenta las enseñanzas religiosas. En Alepo toda la congregación se conocía y compartía las desgracias y alegrías. La mayoría de los judíos residían en el barrio de Bah-sita, aunque también tenían sus casas en Sa-ha o en lugares vecinos. Las familias vivían en vecindades (hosh) en las que había un patio central con una pileta de agua en medio que abastecía a todos sus habitantes. En cada uno de los cuartos que rodeaban el patio vivía una familia. De esta manera, en espacios pequeños podía haber familias numerosas (de cinco o seis hijos). Una de las costumbres más arraigadas era extender unas colchonetas en el suelo a la hora de dormir. Cada miembro de la familia contaba con una, que a la mañana siguiente recogía, doblaba y guardaba, para que el mismo espacio sirviera de comedor y de lugar de trabajo, tanto para los niños que trabajaban en sus tareas, como para la madre que zurcía la ropa o preparaba alimentos sencillos. Era común que cada miembro de la familia tuviera un papel determinado. La actividad de las mujeres estaba alrededor de la educación de los hijos, la limpieza y cuidado del hogar y de la alimentación. Generalmente, las personas que vivían en el hosh eran parientes, por eso no era raro que se juntaran las mujeres (cuñadas, primas, suegras, hijas, madres) a preparar las comidas tradicionales y festivas, como el kipe, o los pastelitos como el greibe o el balawa. Estas reuniones no sólo proveían de ricos platillos a la familia, también eran una fuente de enseñanza de costumbres y formas de vida que se transmitían de madres a hijas y de suegras a nueras. Las mujeres del hosh eran las que usaban comúnmente la cocina y la despensa. La bodega o despensa se encontraba en un nivel inferior al patio o al resto de las habitaciones, para que se mantuvieran frescos los alimentos protegidos de la luz del sol. Ahí se almacenaban, en grandes barriles, aceitunas

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en aceite, frutas sumergidas en miel, hierbas secas, etcétera. Mientras las mujeres permanecían en el hosh, los padres de familia se dedicaban al comercio, la mayoría iba a vender productos al mercado, aunque también había quien desempeñaba trabajos de orfebrería, zapatería o que vendía ropa de puerta en puerta. La sociedad funcionaba con fuertes lazos de parentesco en los que se reconocían para brindarse apoyo. Es decir, mediante los nombres y apellidos se podían identificar unos a otros: su educación, su linaje, su honradez y prestigio o su religiosidad. Este conocimiento ofrecía a los individuos de la comunidad una identidad y pertenencia al grupo: cada persona se sentía resguardada (y a veces recriminada) por la presencia del otro. La cohesión del grupo dictaba reglas de comportamiento tanto social como individual. En fin, son muchos los temas de los cuales te podría hablar, como las costumbres que tenían las adolescentes al casarse o los rituales de las festividades religiosas. Sin embargo, es mejor que abras tu imaginación y te adentres en este mundo lejano y antiguo en el que hay niños y adultos que piensan distinto a ti, pero que, en cierta medida, se relacionan contigo por algunos de sus valores.

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9 789685 389082 ISBN 968-5389-08-X

Seguramente te habrás preguntado alguna vez cómo son los niños de otros países. ¿Se parecen sus costumbres y creencias a las tuyas? Te invitamos a descubrir el misterio de los niños de la ciudad de Alepo, en un país muy lejano llamado Siria. Esta ciudad está rodeada de una muralla que sólo tú, con la imaginación, podrás cruzar, y conocer así a los niños que quieren contarte su historia. Silvia Hamui estudió Literatura Latinoamericana. Ha cursado numerosos talleres y diplomados literarios, así como la maestría en la unam. Actualmente está realizando el doctorado en Literatura Comparada en la misma institución. Ha publicado sus textos en reconocidos medios. Es maestra de Literatura en la Universidad Iberoamericana. También es pintora y ha expuesto de manera individual y colectiva en diversos foros.

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