¿Te atreves? Daniel Hernández Chambers Luis San Vicente,
ilustración
Dirección editorial: Ana Laura Delgado Cuidado de la edición: Raquel Sánchez y Elena Borrás Corrección de estilo: Sonia Zenteno Calderón Diseño editorial: Raquel Sánchez © 2021. Daniel H. Chambers, por el texto © 2021. Luis San Vicente, por las ilustraciones Primera edición, octubre de 2021 D. R. © 2021. Ediciones El Naranjo, S. A. de C. V. Avenida México 570, Col. San Jerónimo Aculco, C. P. 10400, Ciudad de México. Tel. +52 (55) 5652 1974 elnaranjo@edicioneselnaranjo.com.mx www.edicioneselnaranjo.com.mx ISBN: 978-607-8807-06-2 Queda prohibida la reproducción parcial o total, directa o indirecta del contenido de la presente obra, sin contar previamente con la autorización expresa y por escrito de los editores, en términos de la Ley Federal del Derecho de Autor, y en su caso de los tratados internacionales aplicables. La persona que infrinja esta disposición se hará acreedora a las sanciones legales correspondientes. Impreso en México / Printed in Mexico
¿Te atreves? Daniel Hernández Chambers Luis San Vicente,
ilustración
De reojo Víctor percibió un parpadeo luminoso en la pantalla de su computadora. La había dejado encendida mientras se tumbaba un rato en su cama para descansar la vista y tratar de aliviar el dolor de cabeza que lo llevaba torturando todo el día, y, sin proponérselo, se había quedado dormido. Ahora se sentía algo mejor. Aguzó el oído, pero la ausencia total de sonidos lo convenció de que su madre todavía no había regresado a casa. Miró su reloj de pulsera: las cinco y veintitrés de la tarde. Se incorporó, se frotó la cara con ambas manos y fijó la mirada en la pantalla. Lo que parpadeaba era una ventana rectangular que se había abierto en el escritorio, sobre la imagen que tenía de fondo (una panorámica del planeta Tierra visto desde la Luna). Se trataba del aviso de que había recibido un mensaje. Lo tenía configurado de tal modo que, primero, en cuanto el mensaje llegaba a la bandeja de entrada, se iluminaba un icono diminuto en la barra de herramientas, pero a medida que pasaba el tiempo, si no lo había abierto, el icono aumentaba de tamaño y se desplazaba por la pantalla hasta situarse en el centro, donde se abría por sí sola una ventana anunciando el nuevo mensaje. Esa configuración más de
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una vez resultaba un incordio y había pensado en cambiarla, pero siempre lo dejaba para más adelante. Se levantó y fue a la mesa-escritorio, movió el mouse hasta colocar el puntero sobre la dichosa ventana e hizo doble clic en ella. Al instante, se abrió el mensaje. Constaba de una única frase. Una pregunta:
¿Te atreves? Y un enlace: http://atrevete.com Como remitente aparecía tan solo un número. Ni nombre ni apellidos, ni avatar ni apodo, solo un número. Víctor colocó el puntero del mouse sobre el icono de “eliminar mensaje”, pero no llegó a pulsar el botón. Leyó de nuevo la pregunta. ¿Te atreves? Se sentó en su silla reclinable. ¿A qué se suponía que debía atreverse, a entrar en el enlace? No le preocupaba que pudiera tratarse de un virus informático o algo parecido, pues su computadora estaba perfectamente protegida contra tales eventualidades, pero le molestaba un poco esa forma de dirigirse a él, sin presentaciones, escudándose en el anonimato de un número. Supuso que se trataría de una campaña publicitaria invasiva o cualquier sandez semejante. O una broma. Una pérdida de tiempo, en definitiva.
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Pero aquella interrogante… Era un desafío, y a Víctor le encantaban los desafíos de todo tipo. Las diversas cicatrices de sus rodillas, codos y barbilla así lo atestiguaban. Sonrió, consciente ya de que no iba a poder contenerse, e hizo clic sobre el enlace. Al punto, se abrió una nueva ventana que ocupó toda la pantalla. Y en ella fue surgiendo una imagen.
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El fondo era de color gris, y sobre él apareció poco a poco una ilustración, acompañada por el sonido del roce que produce la punta de un lápiz en el papel, como si estuvieran realizando el dibujo en aquel preciso instante. La imagen de alguien envuelto en una capa color granate y con la cabeza cubierta por entero con una amplia capucha que no permitía ver su rostro. ¿Un brujo?, dijo Víctor para sus adentros. Cuando la ilustración estuvo terminada, adquirió movimiento: el brazo derecho (el único libre, pues el otro sostenía un báculo con una gema brillante incrustada) se extendió hacia delante y la mano se abrió. Sobre la palma apareció un recuadro de texto, y en él, letra a letra, la frase:
¡Enhorabuena por tu valor! Cuando la frase estuvo completa, los símbolos comenzaron a desaparecer en el mismo orden en el que habían surgido. El recuadro quedó en blanco un par de segundos, tras los cuales apareció una nueva instrucción:
Para continuar, has de escoger un apodo.
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Víctor cruzó los brazos y se recostó en su silla. —¿De qué narices va esto? —preguntó en voz alta. Aquella nueva frase no se borró como la anterior, sino que a su lado brotó un segundo recuadro de texto, en el que el cursor parpadeaba para indicar que Víctor debía escribir allí el apodo elegido. Los segundos se convirtieron en un minuto, y luego en otro, sin que Víctor decidiera el siguiente paso. Por fin se levantó, salió de la habitación y fue a la cocina. Como había supuesto, su madre no estaba en casa. Desde hacía años sus horarios eran bastante irregulares. Abrió la nevera y tomó una lata de refresco. Se sentó sobre la barra de la cocina y se la bebió en tres tragos mientras meditaba. Si le solicitaban un apodo, lo más probable era que se tratase de un juego o de un chat, pero su paciencia se estaba acabando. Tiró la lata al cubo de reciclaje y regresó al cuarto. —Vale —dijo, otra vez en voz alta—. Voy a escribir un apodo, pero más vale que esto merezca la pena o me dedicaré a hackearles la web por hacerme perder el tiempo. Escribió:
Atreyu Pulsó enter y esperó. El hombre encapuchado recuperó su posición original y pareció contemplar, desde la profundidad de su capucha, a
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Víctor. Acto seguido, sujetó el báculo con ambas manos, lo alzó y golpeó con él el suelo, que se agrietó. Las grietas fueron extendiéndose por toda la ilustración, ocupando toda la pantalla, y entonces la imagen estalló en pedazos para, después, quedar en negro. La página web se cerró para mostrar de nuevo los iconos del escritorio de Víctor. —¿Qué mierda…? —exclamó el chico. Maximizó la bandeja de entrada de su dirección de correo y pulsó repetidas veces el mensaje, pero este se negó a abrirse. —¿Y ahora qué?
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—¿Cómo va tu dolor de cabeza? —preguntó Celia, su madre. Acababa de entrar y ambos, madre e hijo, se habían encontrado en el umbral de la cocina, Víctor con un vaso de agua, Celia con su maletín. —Mejor. Celia dejó el maletín en la barra de la cocina y posó la palma de su mano en la frente de su hijo. —Parece que sí. ¿Te has tomado algo? ¿Paracetamol? —No, me he dormido un rato, y al despertar ya me encontraba mejor. —Será que por la noche no dormiste lo suficiente. —Sí, como un tronco. —¿En serio? Te oí trasteando en tu cuarto. —¿Qué dices? No me he despertado ni una sola vez. —Dirás que no te acuerdas, pero te oí perfectamente. —Será eso, no me acuerdo para nada. O puede que tú lo soñaras. —Es normal que la falta de sueño produzca dolor de cabeza. —Pero es que sí dormí, mamá. Si me levanté sería para ir al baño, pero creo que me acordaría de eso. Celia se sirvió un vaso de agua y se lo bebió mirando a su hijo.
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—Si te vuelve a doler, me lo dices. Últimamente te pasa con frecuencia. La tía Amelia sufre de jaquecas, no quiero ni pensar que pueda ser eso lo que te pasa a ti. —Siempre has dicho que la tía Amelia se inventa sus jaquecas. —No… —Ya lo creo que sí, lo has dicho. —Alguna vez se las inventa, o las exagera, pero casi siempre las sufre de verdad. Pero tus dolores de cabeza pueden ser cualquier cosa. Que duermas mal, aunque no te des cuenta, o que comas mal, o todas esas bebidas con gas que te tomas a lo largo del día, o las mil horas que pasas delante de la computadora… Puede haber cientos de razones, pero hay que controlarlo. Si no se te van pronto, vamos al médico. —Está bien —aceptó Víctor, alejándose por el pasillo. —¿A dónde vas? —A mi cuarto. —Ni hablar. Seguro que llevas ahí todo el día, ¿o no? Ven, nos vamos. —¿A dónde? —A dar un paseo. —Paso. —No, “paso” no, “paseo”.
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Me gusta tu apodo. El valiente cazador de piel de aceituna y melena negro azulada que parte en busca de la cura para la enfermedad de la Emperatriz Infantil en La historia interminable. Este era el mensaje que Víctor encontró en su bandeja de entrada a la mañana siguiente. Bajo ese párrafo, había una invitación:
Ven, Atreyu. Sígueme: http://atrevete.com/0a1 Dejándose llevar, abrió el enlace. Esta vez la figura encapuchada apareció de inmediato, sin que fuera necesario esperar a que un ilustrador invisible la dibujase. Estaba situada en la mitad izquierda de la pantalla, mientras que la derecha estaba ocupada por el siguiente texto:
Bienvenido, Atreyu. Sé que te estás preguntando qué es esto. Ha llegado el momento de que recibas una explicación. En una palabra: esto es un RETO. Te estoy planteando un reto, un desafío. Atrévete a jugar contra
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mí, intenta vencerme. Te aseguro que no será fácil. Si lo fuera, ¿qué sentido tendría? Yo sé más cosas de ti que tú de mí, juego con ventaja, ese es el desafío al que te enfrentas. ¿Aceptas? Sé que vas a hacerlo. Quizá hoy no, es probable que en cuanto termines de leer este párrafo decidas apagar la computadora o, al menos, cerrar esta página. Pero si hoy haces eso, mañana volverás, y entonces sí, aceptarás el desafío. Porque te entusiasman los desafíos. Cuanto más complicados mejor. ¿Me equivoco? Si todavía estás aquí, pulsa continuar para seguir leyendo. Puedes hacerlo hoy y podrás hacerlo también mañana, pero no esperaré más allá que eso, así que decídete. ¿Eres de verdad un valiente o tu curiosidad solo es suficiente para llegar hasta este punto? Decide. Víctor no pulsó todavía. Sabía ya que lo haría, pero quería concederse un momento de rebelión, como si quienquiera que fuera el organizador del reto estuviera en ese mismo instante esperando ansioso su respuesta. Salió del dormitorio y recorrió descalzo la casa. Su madre le había dejado una nota pegada con cuidado a la pantalla de
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la televisión en la que decía que había ido a hacer unas consultas en el archivo municipal y que intentaría no tardar. Fue a la cocina, puso un par de rebanadas de pan a tostar, llenó una taza con leche y cacao y la calentó en el microondas. Luego se sentó en la sala de estar y desayunó con calma, recreándose en la fantasía de que el “otro” estaría mordiéndose las uñas. Pero, en realidad, era él quien se sentía impaciente. No podía evitarlo. Dejó el segundo pan tostado a medias y volvió a su habitación. Situó el cursor sobre la palabra continuar y pulsó.
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Preguntas frecuentes: • ¿Cuántos jugadores hay?
Esto es un desafío personal. Tú eres el único
jugador. • ¿Cuánto cuesta? ¿Tengo que pagar algo?
Participar en el desafío es totalmente gra-
tuito. En ningún momento se te pedirá que compres nada, ni se te solicitarán datos bancarios ni nada por el estilo. Puedes preguntarte, entonces, qué sentido tiene esto, si el creador del desafío no pretende enriquecerse. El sentido es el placer del desafío en sí mismo. La aventura por la aventura. La atracción del enigma. Es un buen juego, te lo garantizo. Prueba, solo te pido eso. Si no te gusta, puedes abandonar cuando lo desees. • ¿Cuál es el nombre del juego? Llamémoslo El desafío de la identidad. ¿Te gusta? • ¿Existe alguna norma de obligado cumplimiento en El desafío de la identidad?
Desde luego que sí.
Hay siete normas. El siete es un número de
connotaciones mágicas, seguro que ya lo sabías.
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Daniel Hernández Chambers, escritor Nací en Santa Cruz de Tenerife mediada la segunda mitad del siglo xx. De haberlo hecho unos meses más tarde, habría nacido en Barcelona; y de haberlo hecho poco antes, habría sido en Londres o Sheffield. En aquella época mis padres se movían mucho, luego acabaron echando raíces en Alicante y ahí fue donde mis hermanos y yo crecimos. Quizá esto tendrá que ver con que siempre me haya sentido fuera de lugar. Al ser el pequeño, por un tiempo me convertí en algo así como la mochila de mis hermanos, pues me llevaban con ellos mientras nuestros padres trabajaban. Para intentar no ser un estorbo, les contaba historias que me inventaba, a ellos y a sus amigos. Supongo que las historias no tenían ni pies ni cabeza, pero me di cuenta de que yo mismo disfrutaba contándolas, así que un buen día agarré algunos folios y un bolígrafo y me puse a escribir. Tal vez tenía 8 o 9 años pero desde ese día no he parado de hacerlo.
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Luis San Vicente, ilustrador Nací en el mes de marzo y siempre me ha gustado dibujar. Con un lápiz rayé cada cuaderno, libro o pupitre que tenía enfrente, mis garabatos solían provocar enojos ocasionales a mis maestros y padres. Mucha culpa tuvieron Quino, Maurice Sendack, Mad y las historietas que germinaron en mí, la semilla del ilustrador. Pasaron años y a pesar de los consejos de mis tutores que solicitaban un cambio de dirección a una carrera “seria” como arquitectura, seguí por esa esa línea chueca que me llevaría a la ilustración. Estudié Diseño Gráfico, trabajé en un periódico e ilustré un montón de libros, carteles y revistas. Pero aún sigo siendo ese niño con un lápiz que va dejando dibujos en las servilletas. No me arrepiento de andar el camino de la textura y el color, sin duda, la ilustración es ese mundo mágico donde pertenezco.
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colección ecos de tinta
Para jóvenes lectores
Viviendo al filo Vivian Mansour
La guarida de las Lechuzas Antonio Ramos Revillas
La locura de Macario Marisela Aguilar S.
Supergigante Ana Pessoa
¿Te atreves? se imprimió en el mes de octubre de 2021, en los talleres de Litográfica Ingramex, S. A. de C. V., Centeno 162-1, Col. Granjas Esmeralda, C. P. 09810, Ciudad de México. En su composición tipográfica se utilizaron las familias ITC Leawood e IBM Plex Mono. Se imprimieron 2 000 ejemplares en papel bond ahuesado de 90 gramos, con encuadernación rústica. El cuidado de la impresión estuvo a cargo de Ediciones El Naranjo.
colección ecos de tinta
Para jóvenes lectores
Las migrañas de Víctor son cada vez más intensas y constantes. Un día recibe en su computadora un extraño y desconcertante desafío. Para superarlo tendrá que enfrentarse a diversas pruebas que le harán conocerse a sí mismo quizá más de lo que quisiera; ahora Víctor tiene más preguntas que respuestas.
Daniel H. Chambers nació en Santa Cruz de Tenerife, España, en 1972. Estudió Literatura Inglesa en la Universidad de Alicante. En 2006 publicó su primera novela, La ciudad gris. Ha sido galardonado con diversos reconocimientos como el Premio Gran Angular; el Premio Leer es Vivir de Everest; el Ala Delta de Literatura Infantil; el Premio Alandar, entre muchos otros. Aunque ha trabajado como camarero de heladería, botones de hotel, supervisor de vuelo y maquinista de tranvía, siempre encuentra tiempo libre para escribir y fabular. ¿Te atreves? es el primer libro que publica en una editorial mexicana. Luis San Vicente nació en la Ciudad de México, en 1970. Estudió Diseño de la Comunicación Gráfica en la uam. Ha ilustrado más de 45 libros infantiles de editoriales nacionales y extranjeras. Su trabajo ha sido expuesto en diversos países y ha sido reconocido en distintas ocasiones: fue dos veces ganador del Catálogo de Ilustraciones Infantiles y juveniles (filij, Conaculta); obtuvo el Encouragement Prize Noma (Japón, Unesco); recibió dos menciones de honor en el Encuentro Latinoamericano de Diseño (Palermo, Argentina), entre otros. ¿Te atreves? es el primer libro que ilustra en El Naranjo.
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