Un hada el umbral de la tierra

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Al desaparecer su padre, dos años atrás, Tomy y su madre, Niza, se han quedado varados y solos en Garnys —un planeta congelado y desierto— en espera de ser rescatados para volver a la Tierra. Extrañas voces los acosan y los sumergen en el miedo y la desconfianza, pero un giro sorprendente cambiará sus destinos. El terror y la esperanza se mezclan en esta historia de ciencia ficción y fantasía que podrán disfrutar tanto los jóvenes lectores como los adultos. Daína Chaviano, La Habana, Cuba. Es considerada una de las tres escritoras más importantes de la literatura fantástica en Hispanoamérica. Ha publicado varios libros de narrativa para público juvenil y adulto. Ha obtenido el Premio Anna Seghers 1990 (Alemania, Academia de Artes de Berlín) y el Premio Azorín de Novela 1998 (España). En 2003 fue la Invitada de Honor al 25o. Congreso del Arte Fantástico que se celebra anualmente en Estados Unidos. Sus obras han sido traducidas a casi treinta idiomas. Sitio web: www.dainachaviano.com Rosana Mesa, Xalapa, Veracruz, México. Estudió la Licenciatura en Artes Plásticas, con especialidad en Pintura, en la Universidad Veracruzana. Ha participado en diversas exposiciones tanto individuales como colectivas. Su trabajo ha sido seleccionado en varios catálogos de Ilustradores de Publicaciones Infantiles y Juveniles del Conaculta. En Ediciones El Naranjo ilustró Mi abuelo el luchador.

ISBN 978-607-7661-86-3

9 786077 661863

www.edicioneselnaranjo.com.mx

Daína Chaviano ilustración • Rosana Mesa

Para jóvenes lectores

Daína Chaviano

Rosana Mesa • ilustración



Primera parte


Ilustraci贸n 1

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1

Es el invierno helado, la estación fría de Garnys. A lo lejos, las Montañas Plateadas irisan la llanura con sus reflejos. La lluvia polar cae suavemente, matizándolo todo con resplandores azules. Es la tarde indefensa, desnuda bajo el cielo aterido. En el interior del domo terrestre, Niza aumenta la temperatura de la calefacción y termina de recoger la vajilla sucia. Los platos y cubiertos son lanzados al destructor automático. —Mamá, ¿puedo ir al estanque? Ella se detiene ante el espejo y comienza a repasar ciertos detalles de su rostro. —Ahora no, Tomy —dice con voz ausente—. Está nevando. —Puedo abrigarme más. Si quieres, me pongo el calefactor. Ella se contempla de reojo. —¿Por qué no te quedas leyendo? ¿No te ha gustado el libro que saqué del almacén? —Mucho. Ya lo leí. Niza se olvida del espejo y mira a su hijo. —¡Te lo di ayer! —exclama con sorpresa. —Ya lo leí —repite él, sin inmutarse. —Bueno… No sabe qué decir. 9


Allá lejos el viento rueda montaña abajo, acrecentando su fuerza como una bola de nieve que añade masa y velocidad en su viaje de cima a sima. —¿Puedo ir? —Ponte el calefactor. Tomy corre a ponerse el traje hermetizado. Su madre lo ayuda a ajustar los cierres magnéticos y lo besa antes de cerrar el cristal del casco. —¿Me oyes? —pregunta ella. Él sube el volumen de sus micrófonos exteriores. —Sí. —Escucha, desde hace unos días te noto preocupado. ¿Qué sucede? El rostro del niño es la suprema expresión de la inocencia. —¿He hecho algo malo? —No, Tomy, pero… apenas me hablas; solo te interesa salir. —No me alejo mucho, ¿verdad? —No es eso. Es que afuera hace tanto frío… —Y aquí hay tan poco espacio. Se siente molesto. Niza puede verlo en sus gestos ligeramente bruscos, en su boca contraída, en el leve fruncimiento de cejas. Se siente molesto y no se esfuerza por ocultarlo. —Bueno, no es para tanto —intenta calmarlo—. Me gusta que seamos amigos: tú me cuentas todas tus cosas y yo te cuento las mías. ¿No habíamos quedado en eso? —Yo te digo todas mis cosas; en cambio, tú… Se muerde los labios con ese gesto que ella conoce perfectamente. Su mirada le llega con un reproche tan convincente que casi la asusta, y se le ocurre pensar… Pero es imposible. ¿Cómo podría saber él semejante cosa? 10


—¿Qué ibas a decir, Tomy? —Nada. ¿Puedo irme? —Espera, dime algo. ¿Por qué te gusta tanto ese lugar? Las cejas del niño expresan toda la sorpresa que es capaz de fingir. —¿Cuál lugar? —La laguna. Se encoge de hombros. —En las rocas hay buenos escondites. Cuando juego a los exploradores puedo trepar por ellas en busca de material fisionable para mi nave. Además, las piedras me protegen de los animales peligrosos y aunque tengo mi láser… —¡Tomy! ¿Qué animales peligrosos? Esto es un planeta muerto. —¡Es solo un juego! Tú no sabes nada; ni siquiera sabes escuchar… —¿Ah, no? ¿Podrías decirme qué he estado haciendo todo este rato? De nuevo el rostro contrariado de Tomy. —No me refería a eso —murmura—. Mami, ¿puedo irme ya? Niza lo mira con detenimiento. Días atrás había comenzado a sospechar que estaba siendo excluida de algo; ahora está segura. Sin embargo, prefiere no obligarlo a hablar en contra de sus deseos. Podría ser perjudicial para la relación que necesitan mantener. Le acaricia un hombro a su hijo. —Quisiera acompañarte, pero necesito terminar una traducción. Graduaré el reloj para dentro de una hora. —¡Pero, mamá…! —Está bien, dos horas. Apenas comience la melodía, regresas. ¡Espera! Voy a sintonizar el reloj de la casa con el de tu traje. Ajusta ambos digitales en tiempo de retroceso. La operación apenas demora unos segundos, pero el niño no puede evitar sus acostumbrados saltos de ansiedad. 11


—Puedes irte —dice ella finalmente—. ¡Cuidado con los hoyos de nieve! Observa durante unos instantes la torpe figurita que se aleja de la casa; su paso bamboleante, aunque decidido; su apuro que pretende ser un avance lento y despreocupado. Con vaguedad recuerda los contornos de un rostro maduro, aunque semejante al de Tomy. En vano intenta olvidar la imagen; y su mirada se oscurece cuando una humedad amarga comienza a brotar de sus ojos.

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Si él lograra conocer con exactitud eso que quiere surgir y transformarse en recuerdo para dejar atrás la ansiedad que lo atormenta, pero su mente se niega a entregarle un rayo de luz que aclare sus dudas, y cada mañana la sombra de los malos sueños deja en su memoria el desagradable aroma del miedo. No-no, no es justo preocupar a la madre que se pasa las noches llorando. Aunque no diga nada, él sabe que piensa en su esposo, su amigo-amante perdido dos años atrás en las Montañas Plateadas, cuando buscaba mineral para la nave. Su madre no consigue olvidarlo y todas las noches debo esperar a que ella deje de pensar antes de poder dormirme, pues los recuerdos de la madre le llegan al sueño y lo despiertan. No sé cómo, porque ella no me escucha, y yo en cambio siento claramente mi nombre sonando en su cabeza cuando me alejo un poco de casa o me demoro haciendo algo. Solo que no debe preocuparla con sus tontos sueños, ni con el más tonto deseo suyo de retener eso olvidado, evocar aquello trascendental parecido a esa pesadilla imposible de recordar, pero importante, no sé por qué, pues algo tan persistente debe ser vital y él no puede decirle cuánto le preocupa desde hace días o quizá ¡ayúdame, mami!, pero entonces deberá confesarle que él oye su voz, aunque su madre no pronuncie palabra alguna, y me creerá loco o lo castigará dos semanas sin salir a jugar y sería terrible no ir todos los días a ese lugar adonde lo llevan sus recuerdos, pero no sé qué recuerdos puedo tener de un sitio jamás visto. Y, sin embargo, tuvo recuerdos y después encontró el lugar y 13


lo reconoció como el de sus sueños, y fue pavoroso comprobarlo, pues de algún modo él sabía que eso no es normal y, sin duda, me suceden cosas raras. Si al menos tuviera un padre —su papá, que ya no regresará jamás— podríamos hablar como antes y él me escucharía tan serio. Pero no debe pensar en lo irremediable y ver cómo puedo salir de esto yo solo sin añadir más preocupaciones a su madre. Por eso él no le confía sus cosas, aunque ella no debería reprochárselo si tampoco me cuenta las suyas como quiere aparentar, y si no fuera por esa voz muda sonando dentro de él nunca las conocería, aunque estuve a punto de decírselo cuando me preguntó. Si tenía cuidado ella no se enteraría, pues su madre no sabía escuchar sus pensamientos, los míos cuando yo la llamo en silencio, y él nunca le diría por qué se iba a jugar junto a las rocas de la laguna. En realidad, pocas veces ha jugado a los exploradores buscando material fisionable para su nave sin combustible, y menos aún ha jugado al peligro de los animales salvajes solo conocidos por los libros, pues nació en una pequeña nave de transporte familiar que llegó a Garnys cuando yo cumplí cinco años, y por eso nunca olvidará su asombro ante la nieve y el viento frío y las Montañas Plateadas que parecían tan cercanas, aunque caminé dos horas sin alcanzarlas, seguían en el mismo lugar, a diferencia del resto de las cosas lejanas cuando uno se mueve hacia ellas. Y estaba tan solo que sintió miedo y se quedó un rato llorando sobre la nieve, y si no es por papá que me encontró, habría muerto. Fue la única vez que lo vio al borde de las lágrimas y me asusté tanto que lloré más fuerte, y su padre lo apretó contra su pecho cual si uno de los dos fuera a morirse, como finalmente sucedió la estúpida mañana que riñó con mamá porque ella quería irse y él decía que no podrían sin combustible y ella le dijo: búscalo, y él le contestó: eso no es tan fácil como se ordena, y ella insistió: hace tres años que esperamos una 14


nave inexistente y estoy harta de tanta nieve, y él le preguntó si tú crees que soy un robot insensible al frío, y ella murmuró: estoy a punto de creerlo, y él gritó: necesitaré tres días para llegar hasta las montañas y no quiero dejarlos solos, y ella: por nosotros no te preocupes, después de tres años sin ver seres humanos, tres días no se notarán, y él dijo: esos tres días pueden convertirse en diez, veinte o treinta días, pues el material fisionable no estará en una cima esperando por mí, y ella contestó: no soy idiota, ya lo sé, y finalmente el padre —lo recuerda tan bien— había cogido algunas cosas y se había marchado, no diez ni veinte ni treinta días, ni siquiera seis meses, sino casi dos años, y tal vez nunca regresará, pues tú eres el hombre de la casa que debe ayudar a mamá, que lloró tanto cuando se lo dijo. Si no es por las holografías apenas recordaría su rostro levemente cansado, tan serio y hermoso, porque eso sí, su padre había sido el más inteligente y fuerte y maravilloso padre de la galaxia. Por eso fue tan triste que se hubiera perdido en las montañas. Pero ahora se da cuenta de que divaga, hace mucho rato estoy aquí sin hacer nada, recordando al padre, y necesita aprovechar cada minuto porque hoy he venido a colocar la calefacción en las cuevas y no estoy seguro de si podré hacerlo, y debía apresurarse, pues el reloj cantará dentro de dos horas y sé que media hora antes del tiempo, mamá comenzará a llamarme desde su cabeza y no me dejará en paz. Por eso sería bueno apresurarse y llegar pronto al almacén, dando un gran rodeo detrás de esas piedras para que mamá no me vea.

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Niza echa una ojeada al párrafo lleno de enmiendas y tachaduras realizadas por la máquina, que sigue sus instrucciones: En el breve intervalo que siguió a la estación de Yrrta, los árboles tuvieron menos flores y toda la comarca quedó como estratificada, detenida en algún hermoso instante: preludio insospechado de la muerte que llegaría más tarde…

La mujer levanta la vista y su mirada se aleja del domo. Durante unos segundos recorre las cimas de las Montañas Plateadas, la llanura, las rocas de cavidades oscuras que destruyen la monotonía del paisaje. “¿Llegarán aquí alguna vez?”, piensa. “¿Sabrán que estamos aquí?” El libro —por llamarlo de algún modo— resbala de su regazo hasta el suelo. El leve chasquido la saca de su ensueño y ella se inclina a recoger la lámina de material flexible que, debido a la caída, muestra de nuevo su título en idioma no-terrestre: Ciclos y civilización. Niza recuerda las últimas palabras traducidas y, como de costumbre, el libro “lee” sus pensamientos. El título desaparece de la lámina y es sustituido por un párrafo. Ella continúa dictando: Grwdr decidió posponer el resto de las tareas en la ciudad, con el fin de preparar los invernaderos para el largo frío que se aproximaba…

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Se detiene. Su vista vuela hacia el paisaje helado. “Con gusto me iría, Lulio; aun sabiendo que entonces la posibilidad de encontrarte y volver a ver tu rostro helado se convertiría en un sueño”. Antiguas imágenes vuelven a cruzar su recuerdo. Con un suspiro, intenta olvidar el rostro marchito del pasado y hace todo lo posible por concentrarse en su labor: No era posible creer en la muerte prematura de toda la raza ylon, sabiendo que aquellos monstruosos zilibarianos habían sobrevivido a prolongadas etapas en las que el planeta se heló…

Una llovizna de copos blancos cae en silencio con la suavidad de un velo de plumas. “Si vinieran, me iría con Tomy en la nave que tal vez aterrice en cierto lugar de la llanura. Regresaría a la Tierra…”. Cierra los ojos. “Caminaría por las sabanas pobladas de vegetación; me perdería en cualquier oscura senda para escuchar a solas la voz de los bosques; esparciría ecos por los montes áridos, llenos del olor de las cabras; bucearía en el silencio azul de algún océano; subiría hasta el más alto y bullicioso restaurante de la ciudad para sentir el aroma de las comidas y de la gente… Buscaría los más ansiados amores de un náufrago cósmico: vida humana y naturaleza…”. La llovizna helada se hace más espesa. Pero Niza solo escucha la lluvia cayendo a raudales sobre los pinos; no percibe más que el viento cálido arrastrando torbellinos de hojarasca roja y gris —huracán 17


temible en un mundo de hormigas hambrientas y grillos enamorados—; no siente más que el sol derramando su calor sobre las olas eternamente suicidas; no ve más que amaneceres henchidos de nubes semejantes a sombreros cubiertos de encajes azules. Cualquier otra pasión le parece más remota que su ansiedad por contemplar mariposas y nidos. “Me iría sin ti, Lulio, porque este deseo es más fuerte que el recuerdo de tu amor perdido. Me iría a pesar de tu cadáver necesitado de abrigo en alguna cima de Garnys. Me alejaría aun sabiendo que jamás te olvidaría en aquel otro lugar: el oasis más verde de toda la galaxia”. Abre los ojos y su mirada se llena de nieve. El universo se convierte en un aguacero de miasmas glaciares, pletóricas de ruina y muerte. La silla cruje bajo su cuerpo, y una vez más se inclina sobre la mesa: … pero estuvieron a punto de olvidar que los monstruos podían enquistarse e invernar largas jornadas bajo la nieve, y que ellos solo eran ylonde: seres del aire y del calor.

Afuera, el viento aúlla con fuerza y millones de copos se amontonan despiadadamente sobre otros.

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La cueva es grande y húmeda, pero el viento de la llanura se rompe inútilmente las costillas cuando intenta atravesar sus paredes. Tomy se mueve de un lado a otro, afanándose en ordenar los equipos sustraídos del almacén. Apenas queda una hora para que la melodía con los urgentes sonidos del peligro comience, a pesar de su voluntad. Lo obligarán a regresar rápidamente por la sutil señal de temor que insertarán en su cerebro. Ya ha perdido una hora trasladando los aparatos y quiere dejarlo todo en orden antes de irse. La energía de los tres calefactores ambientales está asegurada para veinte años. Tomy decide colocar uno a la entrada del primer pasadizo, otro en la gruta central y el tercero junto a un respiradero por donde penetra el frío. Tomy, Tomy, no te alejes, Tomy, ten cuidado con los hoyos de nieve, Tomy... Sacude la cabeza para expulsar el llamado inconsciente de su madre, aunque sabe que esto es inútil. De ahora en adelante, sus pensamientos llegarán hasta él a intervalos regulares. Con cuidado comienza a conectar los aparatos. Niza ha repetido la operación muchas veces ante sus ojos: botón rojo, esperar tres segundos; mover el indicador hasta el punto veinte, esperar; abrir los cinco compartimentos; apretar el botón azul… Tomy, Tomy, no te alejes de la casa, Tomy, recuerda que él también, Tomy... 19


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—¡Cállate, mami! en algún hoyo de nieve en las montañas y yo estoy sola, Tomy. De nada valen sus gritos. Por alguna razón, el niño escucha los pensamientos de la madre, aunque ésta no puede oír los suyos. Muchas veces intentó que ella respondiera a su llamado silencioso mientras comían, y solo una noche logró que alzara la vista y lo mirara con sorpresa, como si por fin lo hubiera escuchado; pero eso nunca volvió a ocurrir. Así es que se resigna y continúa su trabajo: botón rojo, esperar tres segundos; mover el indicador hasta el punto veinte, esperar; abrir… Tomy no sabe por qué desea calentar aquel lugar, ni por qué se expone a una reprimenda de mamá si ella se enterase de que está gastando las reservas de supervivencia para aclimatar esa cueva; pero Tomy no comprende muchas cosas, y una más no le preocupa. Sigue su impulso, el mismo que lo hace presentir la existencia de una pesadilla que no recuerda, el mismo que lo obliga a pensar una y otra vez en esas imágenes olvidadas, el mismo que le permite conocer los pensamientos de mamá. Sigue su impulso sin saber si su instinto es solo una prolongación de su feliz inocencia, o algo distinto y ajeno al mundo que conoce. Ya es hora, ya es hora. Llegan vientos fantasmas. Llegan brillos lejanos. Llegan luces de plata. Ya es hora, ya es hora. Niños, vamos a casa… “Tengo que regresar”. 21


Tomy recorre los pasillos con premura. Necesita echar una última ojeada a su obra. Ya es hora, ya es hora… —¡Sí! ¡Ya lo sé! —y su grito furioso retumba en la cueva. Tomy, Tomy, debes regresar, han pasado las dos horas y el reloj canta más alto que nunca, ¿por qué no regresas, Tomy? Corre como un loco a través de los oscuros pasillos. Se apresura a mirar, a palpar, a sentir el cambio que de un momento a otro deberá producirse. Ha trabajado mucho y no quiere perder la oportunidad de presenciar el comienzo de la metamorfosis. Ya es hora, ya es hora. Llegan vientos fantasmas… Minúsculas gotas comienzan a temblar en la punta de los carámbanos que cuelgan del techo. Tomy da un grito de triunfo. Mañana será verano en la cueva. … Llegan brillos lejanos. Llegan luces de plata. Ya es hora, ya es hora… A regañadientes recorre el último pasillo y sale al exterior. Solo un instante se vuelve para mirar la boca en penumbras que ya exhala un aliento distinto. La cueva es grande y húmeda, pero el calor se acumula en ella con la misma premura de mil siglos atrás. 22


Acerca de la autora

Daína Chaviano. Siempre fui una niña rara. Me pasaba horas contemplando las estrellas, imaginando mundos y escuchando historias que me rondaban por la cabeza. En la adolescencia no mejoré mucho. Me gustaba explorar casas abandonadas y realizar experimentos, de esos que llaman parasicológicos o mágicos, según quien los califique. También traté de comunicarme con seres extraterrestres, dibujando señales en la azotea de mi casa… una experiencia que conté en mi primer libro. Sigo teniendo gustos e inquietudes muy diferentes a los de la mayoría de la gente, pero siempre me las arreglo para que todos terminen entusiasmándose con mis pasiones más extrañas o, al menos, para que piensen que mis locuras son bastante divertidas y mucho menos dañinas que las acciones de otras personas, aparentemente más cuerdas. Si quieres conocer algunas de ellas, puedes pasar por mi blog (blog.dainachaviano.com) o por mi sitio web (www.dainachaviano.com).

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Acerca de la ilustradora

Rosana Mesa. Siempre me ha gustado dibujar y pintar. De niña lo que más gozaba era trazar animales, plantas, paisajes y algunos personajes. Soñaba con tener un perro y caballos y, como no los tenía, los imaginaba y los dibujaba. Disfruto mucho los distintos tipos de papeles, las acuarelas, las tintas, los lápices, las montañas, los paisajes y sus colores. En mi casa siempre ha habido muchos libros, cuando aún no sabía leer disfrutaba mucho viendo sus imágenes. Desde entonces, junto con la pintura y el dibujo, el mundo de los libros es mi pasión. Si quieres conocer más de mi trabajo de ilustración puedes visitar mi sitio web (www.flickr.com/photos/rosanamesa).

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Al desaparecer su padre, dos años atrás, Tomy y su madre, Niza, se han quedado varados y solos en Garnys —un planeta congelado y desierto— en espera de ser rescatados para volver a la Tierra. Extrañas voces los acosan y los sumergen en el miedo y la desconfianza, pero un giro sorprendente cambiará sus destinos. El terror y la esperanza se mezclan en esta historia de ciencia ficción y fantasía que podrán disfrutar tanto los jóvenes lectores como los adultos. Daína Chaviano, La Habana, Cuba. Es considerada una de las tres escritoras más importantes de la literatura fantástica en Hispanoamérica. Ha publicado varios libros de narrativa para público juvenil y adulto. Ha obtenido el Premio Anna Seghers 1990 (Alemania, Academia de Artes de Berlín) y el Premio Azorín de Novela 1998 (España). En 2003 fue la Invitada de Honor al 25o. Congreso del Arte Fantástico que se celebra anualmente en Estados Unidos. Sus obras han sido traducidas a casi treinta idiomas. Sitio web: www.dainachaviano.com Rosana Mesa, Xalapa, Veracruz, México. Estudió la Licenciatura en Artes Plásticas, con especialidad en Pintura, en la Universidad Veracruzana. Ha participado en diversas exposiciones tanto individuales como colectivas. Su trabajo ha sido seleccionado en varios catálogos de Ilustradores de Publicaciones Infantiles y Juveniles del Conaculta. En Ediciones El Naranjo ilustró Mi abuelo el luchador.

ISBN 978-607-7661-86-3

9 786077 661863

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