4 de octubre de 2015
PERIODISMO CATÓLICO; FE QUE SE HACE CULTURA
AÑO 21
Sin odio se puede vivir 105 años, aun cuando 25 vivió condenado
La Iglesia china lloró su muerte cuando tenía 105 años. Fue encarcelado durante 25 años y los comunistas lo enterraron vivo, pero sobrevivió.
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VENTANA ABIERTA Por Jaime Septién
Aquí y en China
E
l sacerdote más viejo de China, padre Filippo Ye Yaomin, murió «pacíficamente, pidiendo a la Iglesia un florecimiento de vocaciones y rechazando el odio. Fue el último del grupo de los 'ancianos', los sacerdotes ordenados antes de la llegada de Mao Zedong, quienes a pesar de la persecución habían mantenido intacta la fe y la dignidad». Es el recuerdo hecho a Asia News por una fuente católica de Guangzhou, donde el padre Ye ha vivido mucho antes de morir el 21 de enero a la edad de 105 años. Reunido en 2007 en la Catedral de Guangzhou, el padre Ye recordó con una sonrisa el período de la Revolución Cultural: «Me han enterrado vivo por un día y una noche. ¡Gracias a Dios que mis fieles han conseguido meter en el suelo un bambú para permitirme respirar!». Nacido en 1910 y bautizado con el nombre de Felipe, el padre Ye llegó a la edad de 27 años a Hong Kong para estudiar en el Seminario Mayor del Sur de China. Aquí se queda durante siete años, hasta el final de la Segunda Guerra Mundial y luego vuelve a Guangzhou. Fue ordenado sacerdote en 1948, y al año después enfrenta la llegada del Partido Comunista que inicia pronto a golpear a la Iglesia Católica. En 1955 fue denunciado por «posesión ilegal de material extranjero», que era un boletín enviado por los antiguos compañeros de seminario todavía en Hong Kong (entonces firmemente en manos de Gran Bretaña). Él es condenado a vivir y trabajar en una pocilga en la provincia de Qinghai, donde permaneció hasta 1980. Recordando aquellos días, el padre Ye solía decir: «No odies porque el odio es un pecado».
No. 1056
EL OBISPO Y SU ROSARIO
Un obispo clandestino que ha pasado por campos de trabajo en condiciones infrahumanas, durante años no ha podido ejercer, pero aun así, abandonar a Jesús jamás fue una opción.
E
n la discreta plaza de una ciudad en una provincia china, un humilde anciano parece estar murmurando unas palabras. En realidad no se trata de un anciano, es un obispo clandestino. En China muchos miembros de la Iglesia deben permanecer ocultos al régimen por seguridad. Las palabras que recitan no son unos versos cualesquiera sino el Santo Rosario. Durante años no pudo ejercer su trabajo pastoral como sacerdote. Más tarde fue condenado a un campo de trabajo, donde sobrevivió a unas condiciones inhumanas,
pero aún así «la reforma a través del trabajo» no doblegó su fe ni su fidelidad a Cristo. Hoy más de 40 sacerdotes, otras tantas religiosas y varios seminaristas dan continuidad a su labor, que tal como él dice «es obra de Dios y no de los hombres». Este es su mensaje: «Somos una Iglesia. La Iglesia en China es fruto de la oración de toda la Iglesia. Nosotros no hacemos nada. Dios lo hace todo. Necesitamos de su oración. Les agradezco también su ayuda; gracias a ella hemos podido hacer la obra de Dios. Somos una Iglesia». ayudaalaiglesiaquesufre.mx
ayudaalaiglesiaquesufre.mx
En este número usted volverá a encontrar el boletín de Ayuda a la Iglesia que Sufre, donde se muestra cómo viven los católicos en China que son fieles al Papa y que tienen que vivir clandestinamente, así como las formas en que podemos ayudarles espiritualmente y también materialmente.
EL PAPA EN ESTADOS UNIDOS
ROBA CORAZONES Y MUEVE CONCIENCIAS PÁGINAS 2, 3, 8 y 9
E
sta ocasión es la segunda en que El Observador circula el boletín de Ayuda a la Iglesia que Sufre. En la primera vez se tocó a Iraq. Hoy es el turno a los católicos perseguidos en China. Hace 60 años, cuando Mao Zedong tomó el poder en China, la Iglesia católica quedó proscrita. Y se acordó sustituirla por una iglesia oficial, auspiciada por el régimen, bajo el nombre de «Asociación Patriótica Católica China». Exactamente el mismo esquema que llevó a cabo en México el presidente Plutarco Elías Calles con el peculiar sacerdote oaxaqueño José Joaquín Pérez Budar, «el patriarca Pérez», al impulsar, él y Morones, en 1925, la «Iglesia católica, apostólica, mexicana». Ya se ve que los dictadores tienen sueños de reformadores. El pequeño y terrible problema –para los católicos de aquí y allá- es que esos sueños terminan en ríos de sangre, en martirio y cárcel, destierro, tortura y exilio. En nuestro país la prohibición de toda manifestación católica trajo 250 mil muertes a rastras (por la guerra cristera de 1926 a 1929); en China, miles de encarcelados, obispos, sacerdotes, fieles laicos. No sabemos cuántas muertes, ni cuántos mártires. La asociación Ayuda a la Iglesia que Sufre, desde México, se ha empeñado en aliviar, en lo que se pueda, la terrible situación del catolicismo chino. Recurre hoy a los lectores de El Observador. Nosotros, con entusiasmo, nos sumamos a esta cadena de solidaridad católica. Nos separan muchos kilómetros de mar, nos une el mismo amor a Jesús. Voy a repetir las palabras de Charles Péguy: «Cristiano es el que da la mano. El que no da la mano no es cristiano. Y no importa lo que haga con esa mano». China no está lejos. Está en el corazón de la Eucaristía.