18 de septiembre de 2016
AÑO 22
No. 1106
Periodismo católico; FE QUE SE HACE CULTURA
$13.00
Cada semana con Francisco
Ventana abierta
Marcelo López Cambronero
Por Jaime Septién
Los olvidos
La acogida a las «segundas uniones»
E
l Papa acaba de decir una gran verdad en su homilía del pasado martes 13 en Santa Marta: que la familia –sobre todo durante la comida– vea menos tele (o no vea), esconda el celular y converse más. Uno de los grandes olvidos en el debate sobre la familia hoy es, justamente, el tema de la influencia de los medios de comunicación en ella. La intuición es que la familia está desmoronándose y que muchos lo achacan a las difíciles condiciones económicas por las que atraviesa el país. Pero no es así, al menos no es así del todo. Hay una parte no explorada en la ausencia de políticas públicas frente a los medios de comunicación abiertos, comerciales, sin restricciones de ninguna especie, tanto de producción como de emisión de contenidos. Tibias y desmayadas son las «restricciones» que a nadie importan. Mucho menos a quienes deberían importar. Por ejemplo, las clasificaciones y los horarios de los programas de televisión. Estas anomalías, que no se notan ni se difunden, son las que pegan. ¿Por qué? Porque aceleran la disolución de la familia natural: la «fábrica de humanidad» de la que hablaba Chesterton. La echan al vacío. La ponen a pelear entre sus miembros. Los padres no reconocen las conductas -ni la abulia- de sus hijos; los hijos no reconocen fuente ninguna de autoridad... Y lo que se desarregla, tristemente, es esa fábrica preciosa de humanidad, de civilización, de cultura, de misericordia. Si esa fábrica falla, todo en la sociedad fallará.
El abuso de la tecnología deja grandes vacíos en las relaciones familiares. Presentes de cuerpo, pero ausentes de mente, los padres suelen prestar más atención a los aparatos tecnológicos que a la información que sus hijos puedan brindarles, generando así a los llamados «huérfanos digitales». Página 2
PUNTO DE MIRA La batalla por los nombres
Uno de los ángulos ignorados, tanto por organizadores y voceros de las recientes marchas en más de 110 ciudades del país como por sus detractores, tiene que ver con la precisión de los nombres. Los nombres sobre los cuales descansaron invitación y repulsa: «familia» y «matrimonio». Confucio (551-479 A.C.) solía decir que si él fuera el rey, la pri-
mera reforma que mandaría a hacer sería «la reforma del lenguaje».
¿Por qué? Porque «la rectificación de los nombres» era, para Confucio, la primera tarea de todo gobierno. «Si los nombres no son
correctos, el lenguaje no concordará con la verdad de las cosas», y esto, en un plazo no muy largo, conducirá
Cierto: la experiencia que tenemos de gobiernos «rectificando» nombres no es muy grata. Corresponde hoy a la inteligencia hacerlo. No a la ideología. Ni a la despiadada falta de cultura. Mucho avanza-
ríamos como sociedad si dejamos de debatir a gritos y nos ponemos a trabajar significados precisos de los nombres que dan sentido a la sexualidad y a la propia familia.
El matrimonio no es cualquier unión. Es unión procreativa, de cuidado, identidad y educación de los hijos. La familia natural es padre-madre e hijos. En igualdad de derechos, hay otro tipo de uniones. «Rectifiquemos»
nombres que no discriminen a nadie. Y asunto semi-arreglado.
En este número exploramos las dificultades, los costos y las amenidades de una mascota en casa. Echamos una mirada a las nuevas formaciones de «huérfanos digitales» y Miguel Aranguren habla de lo que implica volver al trabajo solitario del pensar...
Aleteia en El Observador Los 5 síntomas de una fe tóxica Páginas 7
a la guerra.
Matrimonio y familia: glosa al sentido común Por Felipe de Jesús Monroy Página 16
E
stoy seguro de que el informado lector de El Observador sabe que en los últimos meses ha habido una cierta polémica sobre algunos aspectos de la Exhortación Apostólica Amoris Laetitia. Esta discusión se refería sobre todo a cómo atender a las personas que habían comenzado una segunda unión tras el fracaso de su matrimonio, de lo que trataba el capitulo VIII. Desde mi punto de vista el texto del Papa era muy claro, pero no faltó quien se animara a buscarle el quinto pie al gato, exigiendo una aclaración que parece que ha llegado, y en la línea que dictaba el sentido común. El dato es que los obispos de la región de Buenos Aires han elaborado un documento en el que señalan a sus sacerdotes algunos criterios para la interpretación del referido capítulo y el Papa, tras leer el texto, les ha enviado una misiva en la que se puede leer: «El escrito es muy bueno y explicita cabalmente el sentido del capítulo VIII de Amoris Laetitia. No hay otras interpretaciones. Y estoy seguro de que hará mucho bien». «No hay otras interpretaciones»… y es que no podía haberlas, salvo que uno pretendiera retorcer las palabras de Francisco con extrañas intenciones. La idea de fondo del documento es muy sencilla: Cristo ha resucitado, está vivo entre nosotros y se ofrece para que lo encontremos. Esta relación es decisiva y en ella se basa la moral cristiana. La idea de una moral al margen de la relación con Cristo, meramente racional y de aplicación matemática, no es cristiana, sino kantiana. Por eso los obispos de la Región de Buenos Aires (y podrán ver que muchos otros en las próximas semanas) insisten en priorizar la acogida y la misericordia. No se ofrece un acceso automático a los sacramentos, pero sí una atención personal a cada situación, con discernimiento, que tenga en cuenta que el pecado mortal que impide la comunión exige conocimiento de la maldad del acto y plena aceptación del mismo. En muchos casos no se dan estas condiciones, no hay pecado mortal y se puede comulgar, o bien cabe el arrepentimiento y el perdón. ¿Quién puede discernir en cada situación particular? Es precisa la compañía de un sacerdote que intente comprender, escuchar, acompañar y querer. Efectivamente, no hay otra interpretación posible.