30 de octubre de 2016
AÑO 22
No. 1112
Periodismo católico; FE QUE SE HACE CULTURA
$13.00
Ventana abierta Por Jaime Septién
«Para resucitar con Cristo, es necesario morir con Cristo»… Así comienza la Instrucción Acerca de la Sepultura de los Difuntos y la Conservación de las Cenizas en Caso de Cremación difundida esta semana por la Congregación para la Doctrina de la Fe, aprobada por el mismísimo Papa Francisco. Importante e impostergable Instrucción, pues el último pronunciamiento al respecto -de parte de Roma- había sido en 1963. En este tiempo (por las razones que se quiera) la cremación se ha extendido en el mundo, pero también se han propagado nuevas ideas sobre las cenizas –tirarlas al mar, esparcirlas en tierra, guardarlas en casa, engastarlas en joyas— que están en «desacuerdo con la fe la Iglesia». La resurrección de Jesús es la verdad culminante de la fe cristiana. Por su muerte y resurrección, Cristo nos libera del pecado y nos da acceso a una nueva vida. Si es verdad que Cristo nos resucitará el último día, también lo es, en cierto modo, que nosotros ya hemos resucitado con Cristo y gracias a Cristo la muerte cristiana tiene un sentido positivo. Desde siempre la Iglesia ha pedido «que los cuerpos de los difuntos sean sepultados en los cementerios u otros lugares sagrados», como memoria de la muerte, sepultura y resurrección del Señor. Es señal de acompañamiento y de compasión; favorece la oración, el recuerdo y el respeto al cuerpo de los fieles difuntos. Es por eso preferible el entierro. Pero si se opta por la cremación, que las cenizas se mantengan en un lugar sagrado. No en cualquier lugar. Porque el fiel que ha pasado a la otra vida no era un ser «cualquiera». Era un hijo de Dios. Y nuestro ser querido. Por el cual vamos a pedir nosotros y la comunidad cristiana. Lea el documento completo en www.elobservadorenlinea.com/?p=14889
El ángel de la cárcel:
la historia de una mujer que fue monja y se divorció dos veces Página 13
Foto: “Panteón de San Andrés Mixquic” / JULIO VEGA / NOTIMEX
Ad resurgendum cum Christo
Gracias a Cristo, la muerte cristiana tiene un sentido positivo. La visión cristiana de la muerte se expresa de modo privilegiado en la liturgia de la Iglesia: «La vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma: y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo». Por la muerte, el alma se separa del cuerpo, pero en la resurrección Dios devolverá la vida incorruptible a nuestro cuerpo transformado, reuniéndolo con nuestra alma. También en nuestros días, la Iglesia está llamada a anunciar la fe en la resurrección: «La resurrección de los muertos es esperanza de los cristianos; somos cristianos por creer en ella».
Instrucción Ad resurgendum cum Christo
escriben en este número
PUNTO DE MIRA
►Sergio L. Ibarra
Pág. 3
► Felipe Monroy
Pág. 6
►Georg Eikhoff
Pág. 11
►Yusi Cervantes ►Ángelo De Simone
Pág. 12
►Jorge E. Traslosheros ►Tomas de Híjar Ornelas
Pág. 15
►Mons. Mario de Gasperín Gasperín ►Antonio Maza Pereda
Pág. 17
►Marcelo López Cambronero
Pág. 18
►Arturo Maximiliano García
Pág. 19
Aleteia en El Observador
Si vienen los del Daesh, saco la ametralladora: mi rosario Páginas 14
El Papa y el plástico
Este número de El Observador el Tema de la Semana está dedicado a un asunto del que muy poco se habla en la prensa secular y menos en la prensa católica: la brutal invasión de plástico que trastorna nuestra vida y pone en terrible riesgo la salud de la humanidad.
Lo hacemos siguiendo la exhortación hacia la «conversión ecológica» del Papa Francisco en su carta encíclica Laudato Si’. Sobre todo porque –fieles hijos de la civilización del consumo— creemos que el uso inmoderado de productos fabricados en serie «es lo racional y lo acertado» (Romano Guardini). «El gemido de la hermana tierra», unido al «gemido de los abandonados del mundo» llega hasta nuestra redacción como una súplica inaplazable. Abandonar al hombre viejo y predicar al hombre que presta atención a la belleza y la ama como único método para salir del utilitarismo y del egoísmo es nuestra intención con este número. Compártalo usted, amable lector, con su familia, con sus amigos. No podemos dejar ni al Papa ni a la Tierra solos.