Edición especial: Pascua
16 de abril de 2017
AÑO 22
No. 1136
PERIODISMO CATÓLICO; FE QUE SE HACE CULTURA
$13.00
VENTANA ABIERTA Jaime Septién
¿Quién soy yo en la Resurrección?
E
l sepulcro vacío y los días posteriores al domingo en que Jesús resucitó, tocaron hondamente a los que lo vieron. Está su testimonio. Muchos, finalmente, creyeron. San Pablo lo dice con claridad: si Él no hubiese resucitado, vana sería nuestra fe. Un bonito cuento ético. Una historia de amor culminante. Un programa de vida. Y nada más. Ante el Resucitado, ¿quién de todos los actores soy? La respuesta típica: los discípulos de Emaús. Pero ellos sintieron arder su corazón cuando el peregrino les explicaba las escrituras y más aún cuando partió en su mesa el pan. ¿Ardo yo en celo por el Evangelio? Y cuando parte para mí el pan en el altar, ¿siento esa urgencia de ir a contarlo a todo el mundo? En el mejor de los casos, una leve alegría del alma; un aleteo íntimo y consolador de que hay un Dios que me protege. Hasta ahí. Reconocimiento racional del ardor. No, no soy como los discípulos de la Calzada de Emaús. Soy Tomás metiendo el dedo en el agujero del costado divino. Indagando, comparando, viendo «si me conviene» seguir al Maestro. «Cerciorarme» es mi costumbre. No vaya a ser que eso del sepulcro vacío sea –como dijeron los poderes de entonces– una estrategia de sus seguidores para convencer a los incautos de que Jesús era el Hijo de Dios… Y siento que por meter el dedo en la herida, ya soy «bueno». Resucitar es cambiar.
en
Resurrección de Cristo, óleo sobre tabla de Nicolas Bertin (1667 - 1736)
El Observador
Y los niños…
¿se enteran de qué va la Pascua? PÁG. 14
EDICIÓN ESPECIAL: PASCUA
La actitud de los testigos de la Resurrección. ¿A quién te pareces? PÁGINAS 3-6
GUÍA PARA HACER Y MEDITAR: ► El Vía Lucis 9-10 ► La indulgencia plenaria 11 ► El Pregón Pascual 11 ► El Regina Coeli 12 Las abejas, el cirio pascual y Pío XII 7 ► Y los niños… ¿se enteran de qué va la Pascua? 14 ►
TEMA DE LA SEMANA
TESTIGOS DE LA RESURRECCIÓN 16 de abril de 2017/ AÑO 22, No.1136
EL OBSERVADOR DE LA ACTUALIDAD/PÁGINA 2
LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR
Sus fieles seguidores, sus hermanos, volvieron al cenáculo afligidos, asustados, temiendo ser cogidos y recibir la muerte por villanos.
Van a ungir el cadáver con sus manos las mujeres, ahogando sus plañidos, no están todos los ritos conseguidos y piensan que los riesgos no son vanos. Al llegar al sepulcro se asombraron por encontrar la piedra removida y a un ángel que les dice: No está aquí. Alteradas, corriendo, se alejaron con el alma exaltada, conmovida, a ver entre los vivos al Rabbí. Jesucristo se muestra a las mujeres, les anuncia su marcha a Galilea, que lo digan sin miedo a la asamblea, allí se informarán de sus poderes. Todos dudan, pues son los pareceres femeninos, y su dolor sortea, con locas fantasías, la marea de impaciencias, deseos y quereres.
Juan y Pedro deciden comprobarlo. Allí estaban los lienzos recogidos y el sepulcro vacío, abandonado. Los soldados dispuestos a velarlo huyeron del lugar, despavoridos, ¡el Mesías había resucitado! Los once a Galilea se encaminan al cerro que Jesús les ha indicado, cuando le ven venir, resucitado, ante su gloria espléndida se inclinan. Cuarenta días junto a Él se hacinan, les promete que siempre irá a su lado, que no teman, poder le ha sido dado, sus palabras la inmensidad dominan. Su mandato es que vayan por el mundo bautizando en la Santa Trinidad y salvando a las almas en su nombre. Enviará al Espíritu fecundo que con sus siete dones da la paz y diviniza el ámbito del hombre.
Emma Margarita R. A. Valdés
¡CRISTO HA RESUCITADO! Cuando ellas llegaron el sepulcro vacío estaba. Dijeron: «se lo robaron», mas he aquí que ángeles les hablaban. «¿Por qué buscáis sepultado entre los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado», y gran gozo les recibe. A los suyos se volvieron y con gozo inexplicado las nuevas con alegría dieron: «¡Cristo ha resucitado!».
Ignacio López Durán
tema de la semana
TESTIGOS DE LA RESURRECCIÓN 16 de abril de 2017/ AÑO 22, No.1136
El Observador de la actualidad/página 3
Vivir como si Cristo no hubiera resucitado
L
a encuesta nacional de cultura y práctica religiosa titulada Creer en México, realizada por el IMDOSOC entre la población mexicana de 18 años o más, y publicada en 2014, ya mostraba una situación desconcertante: El 90% dijo creer en Dios. El 86% de la población adulta decía tener una religión, y de ese total sólo el 1% pertenecía a una religión no cristiana, mientras que el 7% lo era de una cristiana no católica (protestante u ortodoxa) y el 92% cristiana católica.
«Si se anuncia que Cristo resucitó de entre los muertos, ¿cómo algunos de ustedes afirman que los muertos no resucitan?
«¡Si no hay resurrección, Cristo no resucitó!
Sin embargo, cuando se les preguntó a los encuestados si creían que hay vida después de la muerte, vida eterna, sólo el 37% dijo que sí.
Eso significa que casi dos terceras partes de nuestros connacionales no esperan nada después de la existencia terrena. Ni premio, ni castigo, ni Juicio Final, ni, desde luego, la resurrección de los muertos. Sin duda es incongruente decirse cristiano y, al mismo tiempo, tener una visión tan corta respecto de la existencia humana. Pero si no se cree en la propia resurrección es porque tampoco se cree que Cristo realmente haya resucitado. Pero no es un problema exclusivamente mexicano. En España, por ejemplo, un estudio publicado en 2009 por Publiscopio daba cuenta de cómo el año anterior apenas el 44% de los españoles creían que Jesús hubiera resucitado, y cómo 12 meses después la fe en esta verdad revelada ya sólo era admitida por el 38%. En todo el mundo el porcentaje de presuntos cristianos que viven como si Jesús se hubiera quedado para siempre en su sepulcro va a la alza. Y, claro, no hay interés en seguir a Alguien a quien se le considera un fracasado.
NO HAY CRISTIANISMO SIN RESURRECCIÓN
Pero si el cristianismo existe —el verdadero cristianismo— es porque Cristo resucitó. Los Padres de la Iglesia, es decir, los primeros sucesores de los Apóstoles, dan testimonio con sentencias como éstas:
+ «Todo está perdido y todo cae si Cristo no ha resucitado! ¡Todo depende de la resurrección de Cristo!».
San Juan Crisóstomo
+ «Todo lo que creemos es por la fe en nuestra resurrección».
Nicetas de Remesiana
+ «Quitada nuestra fe en la Resurrección, cae toda la doctrina cristiana».
San Agustín
+ La Resurrección «es el compendio de nuestra fe...,
«Y si Cristo no resucitó, es vana nuestra predicación y vana también la fe de ustedes.
siendo manifiesto que por eso solamente nació Cristo».
San Máximo de Turín por qué la niegan
Hay quienes no aceptan la resurrección sencillamente porque no creen en Dios y, por tanto, viven también sin esperanza. Pero el que hoy exista tanta gente que al mismo tiempo dice creer que Dios existe, pero no cree en la resurrección de los muertos y en la vida eterna, es como un retorno a la época de los saduceos. La secta judía de los saduceos no creía en el más allá, a diferencia de la secta de los fariseos, que lo afirmaba. Para los saduceos, el premio que Dios daba estaba en esta vida, y consistía en dicha, riqueza, salud, etc. Por tanto, el que vivía desgracias, o el que era pobre o enfermo estaba siendo castigado por Dios a causa de sus pecados. La negación de la resurrección de Cristo y la resurrección de los muertos en el Día Final es una clara señal de retorno al materialismo. Pero como el hombre es religioso por naturaleza, habiendo renunciado a la fe en la resurrección, se ha dejado envolver por creencias religiosas alternativas, como la de la reencarnación. Pero todo ello es señal del vacío que experimenta, es sed de eternidad. Y no podrá saciarla plenamente sino en Cristo, y Cristo resucitado.
¿falta de testigos?
Por si lo anterior no fuera suficiente, el teólogo protestante alemán Rudolf Bultmann causó un desastre en la primera mitad del siglo XX como protagonista del escepticismo histórico: según él, casi todo lo que se lee en el Evangelio —he-
chos, milagros, etc.— no fue un acontecimiento real, sino mito, es decir, relato simbólico; y que por eso es necesario desmitologizar el Evangelio. Agarrados de esta corriente de pensamiento, también muchos teólogos católicos modernos han negado la realidad histórica de la resurrección del Señor. Y hasta la fecha no falta uno que otro seminario, escuela bíblica, libro, etc., que aún alega que no hubo testigos de la Resurrección, y que aunque se lee en los Evangelios acerca de la tumba vacía, esto debe entenderse únicamente como «un relato destinado a justificar una celebración de culto»(Cardenal Walter Kasper, «Jesús, el Cristo», pág. 192), pues «debemos admitir que no tenemos aquí trazos históricos, sino procedimientos de estilo destinados a despertar la atención y producir un efecto de suspenso» (pág. 191).
¡claro que hay testigos!
Es verdad que no hubo testigos humanos dentro del sepulcro en el momento mismo de la Resurrección. Pero sí hubo numerosísimos testigos afuera. Vieron a Jesús las Santas Mujeres, los Apóstoles y numerosos discípulos; en una ocasión, hasta 500 de ellos: «Luego se apareció a más de quinientos hermanos al mismo tiempo» (I Corintios 15,6). Ellos no alucinaron, no tuvieron visiones subjetivas, sino que se encontraron objetivamente con Cristo resucitado; incluso lo tocaron y comieron con Él. Y de cada uno de estos testigos podemos aprender mucho. Aprender a ser valientes; aprender a testificar, de palabra y de obra, que Jesús está vivo y que esperamos que, en su retorno glorioso, Él nos resucite.
«Incluso, seríamos falsos testigos de Dios, porque atestiguamos que Él resucitó a Jesucristo, lo que es imposible, si los muertos no resucitan. «Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó. «Y si Cristo no resucitó, la fe de ustedes es inútil y sus pecados no han sido perdonados. «En consecuencia, los que murieron con la fe en Cristo han perecido para siempre. «Si nosotros hemos puesto nuestra esperanza en Cristo solamente para esta vida, seríamos los hombres más dignos de lástima. «Pero no, Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de todos». (I Corintios 15, 12-20)
tema de la semana
TESTIGOS DE LA RESURRECCIÓN 16 de abril de 2017/ AÑO 22, No.1136
El Observador de la actualidad/página 4
La actitud de los testigos. ¿A quién te pareces? VIRGEN MARÍA, LA QUE creYÓ y ESPERÓ CON TOTAL CONFIANZA
L
a única persona en no sorprenderse de la resurrección de Jesús fue su Santísima Madre. Su Hijo dijo más de una vez que resucitaría al tercer día, y Ella simplemente creyó y esperó. Sin embargo, eso no quiere decir que, con ese consuelo, Ella no sufriera cuando su Jesús era crucificado; de hecho, de los testigos de la Pasión nadie sufrió tanto como la Santísima Virgen: «Y a ti misma una espada te atravesará el corazón» (Lc 2, 35), le había profetizado el anciano Simeón. Pero de los testigos de la Resurrección nadie debió tener mayor gozo que María. Además debió ser la primera en ver a Jesús resucitado. Las Escrituras no especifican que Cristo se le haya aparecido en particular, pero sí dice que hubo muchos testigos, y que en una ocasión estaban reunidos más de quinientos cuando Jesús se hizo visualmente presente (cfr. I Co 15, 6). Sería imposible que durante los 40 días en que el Señor se estuvo apareciendo a los suyos, no lo hubiera hecho con su amadísima Madre. Hay que recordar que no todo lo que hizo Jesús aparece en la Biblia (cfr. Jn 20, 30; 21, 25). Ahí sólo se escribió lo mínimo necesario para mostrar la veracidad del acontecimiento central de la fe cristiana. Y si los evangelistas hubieran hablado del encuentro de Jesús resucitado con su Madre, es probable que los que negaban la Resurrección lo hubieran considerado un testimonio demasiado interesado y, por tanto, poco digno de fe. Pero para los discípulos del Señor, todo lo que procedía de Él era demasiado valioso como para desecharlo; por eso lo que no se escribió igual se conservó, transmitiéndolo de boca en boca, que es lo que se llama la Tradición (con mayúscula). Y, según la Tradición, Jesús no sólo se apareció a su Madre, sino a Ella antes que a los demás. Eso es algo que en la Iglesia se ha creído desde el principio. Lo dicen, entre otros, san Ambrosio, Sedulio (poeta cristiano del siglo V), san Alberto Magno, san Paulino de Nola, san Bernardino de Siena, san Lorenzo de Brindis, san Ignacio de Loyola, santa Teresa de Jesús, María Valtorta, la beata Ana Catalina Emmerick, Benedicto XV y san Juan Pablo II. A la venerable sor María de Jesús de Ágreda la propia Virgen le dictó su vida, y esta religiosa del siglo XVII lo anotó de esta manera: «Estando así prevenida María Santísima, entró Cristo nuestro Salvador resucitado y glorioso, acompañado de todos los santos y patriarcas. Postróse en tierra la siempre humilde Reina y adoró a su Hijo Santísimo, y su Majestad la levantó y llegó a sí mismo».
LOS GUARDIAS DEL SEPULCRO, TESTIGOS DESINTERESADOS
S
ucedió que «los sumos sacerdotes y los fariseos se reunieron y se presentaron ante Pilato, diciéndole: "Señor, nosotros nos hemos acordado de que ese impostor, cuando aún vivía, dijo: 'A los tres días resucitaré'. Ordena que el sepulcro sea custodiado hasta el tercer día, no sea que sus discípulos roben el cuerpo y luego digan al pueblo: '¡Ha resucitado!'. Que este último engaño sería peor que el primero". Pilato les respondió: "Ahí tienen la guardia, vayan y aseguren la vigilancia como lo crean conveniente". Ellos fueron y aseguraron la vigilancia del sepulcro, sellando la piedra y dejando allí la guardia» (Mt 27, 62-66). Si el de María Santísima o el de cualquier persona cercana a Jesús podía parecer un testimonio interesado, el de estos guardias no lo era. Quizá les daba lo mismo cuál fuera el futuro de la comunidad de los discípulos de Jesús, y quizá ni siquiera sabían nada de las enseñanzas del Señor como para tener una posición favorable o desfavorable respecto a Él. Pero les tocó ser testigos de este prodigio: «Pasado el sábado, al amanecer del primer día de la semana..., se produjo un gran temblor de tierra: el Ángel del Señor bajó del Cielo, hizo rodar la piedra del sepulcro y se sentó sobre ella. Su aspecto era como el de un relámpago y sus vestiduras eran blancas como la nieve.
«Al verlo, los guardias temblaron de espanto y quedaron como muertos» (Mt 28, 1-4). La noche del Jueves Santo, en el huerto de los Olivos, ya había ocurrido un suceso tan extraño como el de ahora: «Entonces Judas, al frente de un destacamento de soldados y de los guardias designados por los sumos sacerdotes y los fariseos, llegó allí con faroles, antorchas y armas.... Jesús...les preguntó: "¿A quién buscan?". "A Jesús, el Nazareno". ´Él les dijo: "Soy Yo"... Cuando Jesús les dijo: "Soy yo", ellos retrocedieron y cayeron en tierra» (Jn 18, 3-6). A la beata Ana Catalina le habría sido revelado que los «alguaciles y los seis fariseos no cayeron..., lo mismo que Judas, que tampoco se cayó, aunque estaba al lado de los soldados. Todos los que se cayeron y se levantaron se convirtieron después, y fueron cristianos». En cuanto a lo que ocurrió cuando el Ángel bajó y abrió el sepulcro, «los soldados cayeron como muertos y permanecieron en el suelo sin dar señales de vida», y así los encontraron las Santas Mujeres cuando llegaron. Todo lo que ellas ahí vivieron fue estando los soldados aún en el suelo. Finalmente los guardias «se levantaron y recogieron sus picas y faroles. Estaban aterrorizados. Yo los vi correr hasta llegar a las puertas de la ciudad». El Evangelio dice que «algunos guardias fueron a la ciudad para contar a los sumos sacerdotes todo lo que había sucedido. Éstos se reunieron con los ancianos y, de común acuerdo, dieron a los soldados una gran cantidad de dinero, con esta consigna: «"Digan así: 'Sus discípulos vinieron durante la noche y robaron su cuerpo, mientras dormíamos'. Si el asunto llega a oídos del gobernador, nosotros nos encargaremos de apaciguarlo y de evitarles a ustedes cualquier contratiempo". «Ellos recibieron el dinero y cumplieron la consigna. Esta versión se ha difundido entre los judíos hasta el día de hoy» (Mt 28, 11-15).
Sin embargo, la beata Ana Catalina especifica que «cuatro soldados que habían estado custodiando el sepulcro» habían ido primero con Pilato a informarle, aunque no les creyó; «mientras que otros se dirigieron al templo y dieron conocimiento a las autoridades judías»; pero los sacerdotes «cogieron a los soldados uno a uno y, a fuerza de dinero o amenazas, los fueron convenciendo para que contaran que los discípulos se habían llevado el Cuerpo de Jesús mientras ellos dormían. Los soldados dijeron que sus compañeros habían ido a casa de Pilato a contarle lo mismo y que les iban a contradecir, pero los fariseos les prometieron que lo amañarían todo con el gobernador. En esto llegaron los soldados que habían ido a casa de Pilato y se negaron a rectificar lo que le habían contado a éste».
«Se mantuvieron firmes en lo que habían dicho», por lo que «fueron enviados a la cárcel. Los demás difundieron el embuste que fue extendido por los saduceos, herodianos y fariseos, esparciéndolo por todas las sinagogas y acompañándolo de injurias contra Jesús». «Sin embargo, todas esas calumnias no consiguieron lo que pretendían, porque tras la resurrección de Jesús,... los mejores se convirtieron primero en secreto y, después de Pentecostés, abiertamente». Soldados testigos de la Resurrección fueron «de los primeros que recibieron el bautismo, después de Pentecostés».
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TESTIGOS DE LA RESURRECCIÓN 16 de abril de 2017/ AÑO 22, No.1136
LAS SANTAS MUJERES anuncian LA BUENA NUEVA
L
os Evangelios no parecen ponerse de acuerdo en qué mujeres fueron al sepulcro:
► En el de san Mateo dice: «Pasado el sábado, al amanecer del primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a visitar el sepulcro» (Mt 28, 1). ► En el de san Marcos se lee: «Pasado el sábado, María Magdalena, María, la madre de Santiago, y Salomé compraron perfumes para ungir el cuerpo de Jesús. A la madrugada del primer día de la semana, cuando salía el sol, fueron al sepulcro» (Mc 16, 1-2). ► San Lucas relata: «El primer día de la semana, al amanecer, las mujeres fueron al sepulcro con los perfumes que habían preparado» (Lc 24, 1). «Eran María Magdalena, Juana y María, la madre de Santiago» (Lc 24, 9). ► Y, finalmente, escribe san Juan: «El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada» (Jn 20, 1).
Sin embargo, estas divergencias simplemente dependen de cómo se enteraron cada uno de los evangelistas de la Buena Nueva de la Resurrección, es decir, de boca de quién o quiénes escucharon por vez primera la gran noticia. Si María Magdalena lo contó, es probable que dijera «yo ví», «yo estaba», «corrí», etc., no porque haya ido sola al sepulcro, sino porque en un cierto momento se separó de las otras: «Vio que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo... y les dijo: 'Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto'» (Jn 20, 1-2). Ese «sabemos» demuestra que no era la única en ir al sepulcro. Entonces, las Santas Mujeres de este pasaje son María Magdalena, Juana (mujer de Cusa, un administrador de Herodes, cfr. Lc 8, 1-3) , Salomé (que el Evangelio atestigua que estuvo en el Calvario, cfr. Mc 15, 40), y «la otra» María (María de Cleofás, la madre de Santiago «el menor»). Cuando las cuatro llegan y ven el sepulcro abierto, de inmediato María Magdalena corre a dar aviso a los Apóstoles. Las demás se quedan y ven a dos ángeles que hablan con ellas (cfr. Lc 24, 4). Uno de ellos les dijo:«No teman,
yo sé que ustedes buscan a Jesús, el Crucificado. No está aquí, porque ha resucitado como lo había dicho» (Mt 28, 5-6). También les comunica una misión: «Vayan en seguida a decir a sus discípulos: 'Ha resucitado de entre los muertos,...'» (v. 7). «Las mujeres, atemorizadas pero llenas de alegría, se alejaron rápidamente del sepulcro y fueron a dar la noticia a los discípulos» (v. 8). Están alegres porque, aunque no habían visto a Jesús, han creído ya en la Resurrección, y sólo entonces el Señor se les aparece:
«De pronto, Jesús salió a su encuentro y las saludó, diciendo: 'Alégrense'. Ellas se acercaron y, abrazándole los pies, se postraron delante de Él» (v. 9); es decir, lo adoraron, porque es Dios. María Magdalena regresa al sepulcro, pero tiene un dolor tan profundo que, aunque ve a los ángeles, ni siquiera se asombra de este prodigio: «Ellos le dijeron: 'Mujer, ¿por qué lloras?'. María respondió: 'Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto'» (Jn 20, 13). Entonces le sucede como más tarde a los discípulos que caminaban a Emaús: «Se dio vuelta y vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció» (v. 14). Será hasta que Jesús le diga «¡María!» (v. 16) cuando ella lo identifique. Las cuatro Santas Mujeres se volvieron las primeras proclamadoras del triunfo pascual de Cristo, sin bien algunos discípulos pensaban que ellas «deliraban, y no les creyeron» (Lc 24, 11); pero estos incrédulos al menos habrían de reconocer que las mujeres, con su testimonio, «nos han desconcertado» (Lc 24, 22).
El Observador de la actualidad/página 5
PEDRO, JUAN y el sepulcro
P
edro y Juan también creyeron en la Resurrección antes de que Jesús se les apareciera. Les bastó ver el sepulcro. Llama la atención que, cuando María Magdalena corrió a avisarles: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto» (Jn 20, 2), a pesar del miedo que sentían los discípulos, que los hacía esconderse de los judíos (cfr. Jn 20, 19), la reacción de Pedro y Juan fue instantánea: «Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró. Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro; vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte. Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó. Y es que hasta entonces no habían comprendido la Escritura, según la cual Él tenía que resucitar de entre los muertos» (Jn 20, 3-9).
La carrera de Pedro y Juan revelan profundo amor y veneración hacia Jesús, pero quizá también el presentimiento de que la Luz está cerca, que no todo está acabado a pesar de las apariencias. María Magdalena no les dijo: «Ha resucitado» —ella aún no lo sabía—; sin embargo, Pedro y Juan, al ver el sudario, puesto aparte y bien acomodado,
entienden que si los enemigos de Jesús se hubieran robado su cuerpo, no habrían perdido el tiempo doblando y disponiendo este lienzo con tanto cuidado. Un detalle al parecer tan insignificante bastó para que ambos comprendieran en un segundo las Escrituras; por eso escribe Juan: «Luego entró el otro discípulo…; él también vio y creyó». Es un hecho que el mismo día de la Resurrección, antes de aparecerse en el Cenáculo a los discípulos ahí reunidos (cfr. Jn 20, 19), Jesús se le apareció a Simón Pedro. Esto lo atestigua san Pablo: «Se apareció a Pedro y después a los Doce» (I Co 15, 5; cfr. (Lc 24, 34).). Quizá esto ocurrió cuando regresaban del sepulcro al Cenáculo, considerando lo que cuenta la beata Ana Catalina: «Yo había visto a Jesús pasar delante de Pedro y de Juan y me pareció que Pedro lo vio porque lo vi sobrecogerse súbitamente. No sé si Juan lo reconoció».
Queridos hermanos y hermanas:
É
l lo dijo claramente a sus discípulos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga» (Mt 16,24). Él nunca prometió honores y triunfos. Los Evangelios son muy claros. Siempre advirtió a sus amigos que el camino era ese, y que la victoria final pasaría a través de la pasión y de la cruz. Y lo mismo vale para nosotros. Para seguir fielmente a Jesús, pedimos la gracia de hacerlo no de palabra sino con los hechos, y de llevar nuestra cruz con paciencia, de no rechazarla, ni deshacerse de ella, sino que, mirándolo a él, aceptémosla y llevémosla día a día. Y este Jesús, que acepta que lo aclamen aun sabiendo que le espera el «crucifige», no nos pide que lo contemplemos sólo en
los cuadros o en las fotografías, o incluso en los vídeos que circulan por la red. No. Él está presente en muchos de nuestros hermanos y hermanas que hoy, hoy sufren como él, sufren a causa de un trabajo esclavo, sufren por los dramas familiares, por las enfermedades... Sufren a causa de la guerra y el terrorismo, por culpa de los intereses que mueven las armas y dañan con ellas. Hombres y mujeres engañados, pisoteados en su dignidad, descartados.... Jesús está en ellos, en cada uno de ellos, y con ese rostro desfigurado, con esa voz rota pide que se le mire, que se le reconozca, que se le ame.
(Fragmento de la Homilía del Santo Padre Francisco en la Plaza de San Pedro el domingo 9 de abril de 2017)
tema de la semana
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El Observador de la actualidad/página 6
DISCÍPULOS de EMAÚS, los «DUROS DE ENTENDIMIENTO»
N
o sólo las Santas Mujeres, sino Pedro y Juan habían anunciado ya a los otros la resurrección del Señor; sin embargo, entre los discípulos había quienes todavía no lo creían. Por eso, «ese mismo día, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén»(Lc 24, 13). Los demás, con dudas o sin ellas, han permanecido juntos; pero estos dos se marchan. Uno de ellos es Cleofás (Lc 24, 18). Del otro no se dice su nombre, por lo que es de prever que es el mismo que escribe, es decir, Lucas. Y en ello coinciden las visiones de la beata Ana Catalina: «Lucas y Cleofás, especialmente, estaban muy dudosos en su fe. «Como salió de nuevo la orden de los sacerdotes de que nadie diese albergue ni comida a los discípulos de Jesús, resolvieron los dos, que se conocían con anterioridad, ir a Emaús y vivir allí retirados. «Abandonaron la reunión y uno… se encaminó por la derecha… y el otro por la parte opuesta, para no despertar sospechas y no ser vistos juntos».
En su camino «hablaban sobre lo que había ocurrido. Mientras
que Él está vivo» (Lc 24, 22-23). Incluso habían escuchado que Jesús se apareció a Simón Pedro. Entonces Jesús debe explicarles todas las Escrituras que se referían a Él, no sin antes decirles:
«¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas!» (v. 25).
conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos. Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran» (Lc 24, 14-16).
Ellos admiten que ya les fue anunciada la Resurrección: «Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles, asegurándoles
TOMÁS y los otros LENTOs para CREER
S
ucedió que al atardecer del día de la Resurrección, «estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: '¡La paz esté con ustedes!'... Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor» (Jn 20, 19-20). Esto sucedió justo después de que los discípulos de Emaús regresaran a Jerusalén a dar testimonio: «Ellos... contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. Todavía estaban hablando cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: 'La paz esté con ustedes'» (Lc 24, 35-36). A pesar del testimonio de las Santas Mujeres, a pesar del testimonio de Pedro y Juan, y a pesar del testimonio de los que venían de Emaús, había discípulos que no creían aún. Más aún, Jesús se les aparece y siguen sin creer plenamente, como si de un espejismo se tratara, o de una experiencia paranormal; pero Dios les tiene paciencia y los saca de su error:
«Atónitos y llenos de temor, creían ver un espíritu, pero
Jesús les preguntó: '¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas? Miren mis manos y mis pies, soy Yo mismo. Tóquenme y vean. Un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo'. Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies» (Lc 24, 37-40). ¿Suficiente para creer? ¡No!:
«Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer. Pero Jesús les preguntó: '¿Tienen aquí algo para comer?'. Ellos le presentaron un trozo de pescado asado; Él lo tomó y lo comió delante de todos... Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras» (Lc 24, 41-45). Sin embargo, «Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús» (Jn 20, 24). ¿La razón? Dice la beata Ana Catalina que «Tomás se había retirado por propia voluntad», «se había separado de la comunidad y su fe había flaqueado».
No cree a los otros discípulos, que le informaron que el Señor se les había aparecido a todos ellos: «Él les respondió: 'Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré'» (v. 25). Pero alguna esperanza debió arraigar en él, porque «ocho días más tarde... estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús...Luego dijo a Tomás: 'Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe'» (Jn 20, 26-27). Tomás, conmovido, no puede sino hacer esta radical confesión de fe: «¡Señor mío y Dios mío!» (v. 28). Sin embargo, Jesús hace esta declaración: «Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!» (v. 29). Y esa es la bienaventuranza para los cristianos de todos los tiempos, quienes, sin haber estado en esos lugares y esos tiempos y, por tanto, no haber sido testigos oculares de la Resurrección, creen literalmente que Jesús se levantó de entre los muertos, ¡creen que Jesús está realmente vivo!
Y ellos dirán más tarde que su corazón ardía mientras el Señor les hablaba por el camino (v. 32). Le piden que se quede con ellos, «porque ya es tarde y el día se acaba» (v. 29). Y es entonces que Jesús, estando a la mesa, «tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio. Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero Él había desaparecido de su vista» (Lc 24, 29-31). Es notable cómo, al creer, ya no ven ni cansancio ni noche, sino que «en ese mismo momento se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos, y estos les dijeron: 'Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!'» (Lc 24, 33-34).
en
El Observador
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14 de septiembre 16 de abrildede2014 2017// AÑO AÑO20, 22,No. No.1136 1001
Las abejas, el cirio pascual y Pío XII La Pascua es el culmen de la vida cristiana y la solemnidad más grande de toda la vida litúrgica de la Iglesia
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a importancia del cirio pascual, solemnemente encendido en la Noche Santa, se evidencia por el amplio espacio que le dedica el antiguo himno del Exultet –conservado en el Misal Romano– que anuncia el glorioso acontecimiento de la Resurrección de Jesús. Es por eso que, en la historia, estos himnos pascuales eran llamados Laus Cerei. En este pasaje del Exultet (o Pregón Pascual) se hace referencia dos veces a las abejas que producen cera con la que se confecciona el cirio y se alimenta la simbólica llama.
Las abejas en el antiguo Egipto y en Grecia En la mitología y en la religión del antiguo Egipto, así como en la literatura clásica griega, las abejas y la miel tienen un significado misterioso vinculado al mundo de la divinidad.
La miel es el alimento de los dioses, dulce al paladar, que desciende del cielo creando un puente entre el cielo y la tierra; es signo de pureza, de castidad y dulzura. Las abejas son el símbolo del culto a diversas divinidades de Corintio, Éfeso y Creta. Tanto en Egipto como en Grecia se encuentran testimonios de la presencia de la miel en algunos ritos fúnebres como alimento destinado a la vida ultraterrena.
Las abejas en la Biblia En la Biblia (sobre todo en el Antiguo Testamento) la abeja es un
POR MIGUEL CUARTERO SAMPERI arquetipo de significado polivalente, como muchos símbolos (objetos, elementos naturales o animales). La abeja es el símbolo de la laboriosidad, del trabajo incansable, del fervor, como se lee en el texto griego de los Proverbios: «O dirígete a la abeja y aprende qué trabajadora es y qué trabajo noble realiza. Sus trabajos reyes y plebeyos consumen para una buena salud y es deseada y estimada por todos. Aunque es frágil en su fuerza física, por haber honrado a la Sabiduría, es respetada» (LXX. Pr. 6,8).
La abeja es también símbolo de organización y de método en el trabajo para construir el nido y producir la miel y la cera; es también el símbolo de la bondad que va más allá de las apariencias: «Pequeña entre los que vuelan es la abeja, más lo que ella elabora es lo más dulce» (Si 11,3), por eso fue también interpretada como imagen de Israel o la Virgen María. Pero por otra parte, la abeja es también el símbolo de los enemigos que atacan al justo de cualquier parte: «Me rodeaban como avispas» (Sal 118, 12). Los pueblos enemigos son comparados con insectos molestos: «Aquel día silbará Yahveh al enjambre que hay en los confines de los ríos de Egipto, y a las abejas que hay en tierra de Asur» (Is 7,18).
Las abejas y los Padres de la Iglesia
Los Padres de la Iglesia, sensibles a las metáforas extraídas de la vida cotidiana y la naturale-
za, han hecho referencia muchas veces a las abejas en sus homilías y catequesis. La laboriosidad y eficacia de la abeja es alabada por Clemente Alejandrino: «La abeja chupa las flores de toda una pradera para sacar una sola miel». Teolepto de Filadelfia cita a las abejas como un ejemplo a seguir, un modelo para la vida de las comunidades monásticas: «¡Imiten la sabiduría de las abejas!».
San Ambrosio de Milán compara la Iglesia con una colmena donde las abejas (los cristianos) trabajan con fervor y fidelidad buscando y obteniendo lo mejor de cada flor: la miel. También Bernardo de Claraval habló de las abejas considerándolas un símbolo del Espíritu Santo que vuela y se alimenta del perfume de las flores. La abeja es también considerada imagen de Cristo por su miel pero también por su aguijón: es la misericordia (dulzura) unida a la justicia (fuerza). Para Orígenes el agua sacia al peregrino durante el camino en el desierto, pero, llegado a la meta, la miel es el alimento de la riqueza y la victoria, es el sustento de los místicos, el dulce alimento prometido.
El Papa Pío XII sobre el papel de las abejas También el Papa Pío XII ha dedicado elogios a las abejas, a su organización y a los frutos de su trabajo; lo hizo el 22 de septiembre de 1958 en un discurso a los
participantes al 17º Congreso Internacional de Apicultores, reunidos en Roma para el evento. En esa ocasión, el Papa definió el mundo de las abejas como un mundo sorprendente para la mente humana que, desde la antigüedad, expresa interés y curiosidad por estos laboriosos insectos. De la actividad de las abejas –subrayaba el papa Pacelli– los hombres obtienen numerosos beneficios. Antes incluso de hablar de la miel («el producto más característico» de «valiosas propiedades nutritivas»), el Papa habló de la importancia de la cera, obra de estas «incansables trabajadoras». «Si consideramos que las velas, destinadas al uso litúrgico, deben ser confeccionadas –completamente o en su ma-
yoría– por esta cera, debemos admitir que las abejas ayudan de alguna manera al hombre a realizar su deber supremo: el de la religión». La perfecta organización de la sociedad colmenar (una «ciudad industrial donde se trabaja asidua y ordenadamente») ofrecía a Pío XII la ocasión para una reflexión sobre la sabiduría e inteligencia divinas. Si la ciencia reconoce en la sociedad de las abejas una extraordinaria capacidad organizativa y una incomparable precisión matemática, la filosofía debe excluir que la inteligencia que vuelve posible esta sorprendente realidad sea la de las abejas (incapaces de entender y de progresar sino sólo de obedecer a un instinto innato): el origen debe buscarse en otro lado.
en
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Dios vuelve por ti
Jesús vuelve por amor, ese es el gran regalo de estos días de Pascua
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usco que me paguen por mis logros y me admiren por mis conquistas. Mi corazón se aferra desesperado a todo lo que brilla, a lo que no desluce, a lo que no tiene ni una sola mancha. Se aferra torpemente a lo perfecto, a lo que no tiene defecto alguno. ¡Cuánto me pesan mis pecados, mis caídas, mis errores! ¡Cuánto me pesa la mancha en mi historial! La huella que queda grabada en el alma para siempre. Me siento tan pobre al mirar las manchas de mi vida. Las heridas que siguen doliendo en lo más profundo. Tiemblo al contemplar mi propia debilidad. Como los discípulos en el cenáculo. Como Tomás al volver Jesús al octavo día y poder tocar sus heridas. No he sido tan fiel como soñaba. He caído. Y esa experiencia grita en mi interior. Me gusta esa afirmación: «Cuando reconozcamos que somos pecadores, sabremos que Jesús vino por nosotros». Quiero reconocerme pecador. Sólo así comprenderé que Jesús vino por mí, porque me quería. Vino por-
POR CARLOS PADILLA que me amaba. Porque deseaba estar conmigo. En este tiempo de Pascua, Jesús resucitado vuelve con los discípulos. Ya no vive con ellos como cuando iban por los caminos, cuando pescaban, cuando dormían juntos al raso. Pero sale a su encuentro. No se ha ido. Me cuesta tanto pensar que se vaya… Hago mías las palabras de una persona que rezaba: «Por favor, no te vayas del todo, quédate conmigo para siempre. Quédate en los caminos de mi vida. Quédate en mi pesca. En mi huida. En mi miedo. Quédate, porque sin ti no puedo hacer nada». Quiero también yo retenerlo. Como esos discípulos de Emaús: «Quédate con nosotros, la tarde está cayendo». Pienso en la alegría de los discípulos de esos días en que Jesús va a buscarlos una y otra vez. Me cuesta pensar que se vaya otra vez y para siempre. Pienso en su alegría. En cada encuentro. Se han sentido perdonados. Amados más que antes. Más que nunca. Esa experiencia ha llegado con la Resurrección. Antes no hacía falta porque todo lo com-
partían con Él. Ahora Jesús les regala esa experiencia de encontrarse de nuevo. Va a buscarlos. Se encuentra con cada uno. Jesús vuelve por amor. Pienso que ese es el gran regalo de estos días de Pascua. No se aparece para demostrar que era verdad que era Dios, que era verdad que iba a resucitar, que nadie podría acabar con Él para siempre. No buscó aparecerse delante de multitudes. No. Sus encuen-
tros son personales. Ocultos. Sencillos. Son encuentros de amor con nombre propio. Vuelve por amor a los que ama, a los que le aman. Pienso que ese es mi Dios, al que yo adoro, al que amo, al que necesito. El Dios que vuelve por mí. Que no se preocupa tanto de mis resultados, de darme una lección, de corregirme. Sino que vuelve sólo por mí. Porque me ama.
Como a María Magdalena. Como a Pedro en el lago. Como a los dos discípulos de Emaús. Como a los once escondidos en el Cenáculo. Como a Tomás que no estaba la primera vez y vuelve a los ocho días. Jesús llega. Se muestra. Me imagino la alegría de Jesús de poder alegrar a los suyos. Su emoción, tan humana, tan de Dios, por poder calmar su corazón y su turbación.
¿Y si pusieras un árbol de Pascua? POR MARIA PAOLA DAUD
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esde hace algunos años, para la época de Cuaresma me gusta decorar un ángulo de mi casa con el árbol de Pascua. Es una tradición del norte de Europa, más específicamente de Alemania, que simboliza el renacer. También lo llaman el árbol de la Vida, porque representa la Resurrección de Jesús y la redención del hombre. Toma su origen bíblico en el Génesis: « Y el Señor Dios hizo brotar de la tierra todo árbol agradable a la vista y bueno para comer; asimismo, en medio del huerto, el árbol de la vida» (Gen. 2,9.) Siguiendo la tradición, los alemanes adornan el árbol con 7 ramos brotados, como los del
Una bella tradición alemana. cerezo, damasco, durazno, que justamente florecen para esta época en el hemisferio norte, ya que la primavera está a la puerta.
A estos ramos los introducen en un recipiente que puede ser de terracota, cerámica o vidrio, con una esponja verde embebida en
agua, de esas que venden en las floristerías. Luego lo embellecen con adornos como pajaritos, huevos
colorados, flores, abejitas, moños, etc. Más tarde le agregan el ramo de olivo bendecido cuando llega el Domingo de Ramos, y lo colocan en un lugar visible de la casa. Algunos también adornan un árbol propio de su jardín. A mí me gusta tenerlo en el salón, me recuerda mucho el tiempo especial que estamos viviendo para prepararme mejor. Este año mi arbolito es más sobrio, pero es porque justo me regalaron un ramo hermoso de cerezo florido. Me encantó así cómo estaba, lo puse en un farol que en su interior tiene un recipiente con la esponja y, para que no se viera, le puse un poco de paja sintética, unas velas que la acompañan y allí está perfumando mi salón el «árbol de la Vida».
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VÍA LUCIS
Compartimos con Jesús la alegría de su resurrección
DISPOSICIÓN INICIAL
Los acontecimientos del Vía Crucis concluyen en un sepulcro, y dejan quizá en nuestro interior una imagen de fracaso. Pero ese no es el final. Jesús, con su Resurrección, triunfa sobre el pecado y sobre la muerte. El Vía Lucis es el camino de la luz, del gozo y la alegría vividos con Cristo y gracias a Cristo resucitado. Vamos a vivir con los discípulos su alegría desbordante que sabe contagiar a todos. Vamos a dejarnos iluminar con la presencia y acción de Cristo resucitado que vive ya para siempre entre nosotros. Vamos a dejarnos llenar por el Espíritu Santo que vivifica el alma.
ORACIÓN PREPARATORIA
Señor Jesús, con tu Resurrección triunfaste sobre la muerte y vives para siempre comunicándonos la vida, la alegría, la esperanza firme. Tú, que fortaleciste la fe de los apóstoles, de las mujeres y de tus discípulos enseñándolos a amar con obras, fortalece también nuestro espíritu vacilante, para que nos entreguemos de lleno a Ti. Queremos compartir contigo y con tu Madre Santísima la alegría de tu resurrección gloriosa. Tú que nos has abierto el camino hacia el Padre, haz que, iluminados por el Espíritu Santo, gocemos un día de la gloria eterna.
PRIMERA ESTACIÓN. ¡CRISTO VIVE!: ¡HA RESUCITADO!
En la ciudad santa, Jerusalén, la noche va dejando paso al primer día de la semana. Es un amanecer glorioso, de alegría desbordante, porque Cristo ha vencido definitivamente a la muerte. ¡Cristo vive! ¡Aleluya! Del Evangelio según San Mateo 28, 1-7. (cf. Mc 16, 1-8; Lc, 24, 1-9; Jn 20, 1-2).
ORACIÓN Señor Jesús, enséñanos a no huir de la cruz, porque antes del triunfo suele estar la tribulación. Y sólo tomando tu cruz podremos llenarnos de ese gozo que nunca acaba.
SEGUNDA ESTACIÓN. EL ENCUENTRO CON MARÍA MAGDALENA.
María Magdalena va al frente de las mujeres que se dirigen al sepulcro para terminar de embalsamar el cuerpo de Jesús. Llora su ausencia porque ama, pero Jesús no se deja ganar en generosidad y sale a su encuentro. Del Evangelio según San Juan 20, 10-18 (cf. Mc 16, 9-11; Mt 28, 9-10).
ORACIÓN Virgen María, nosotros te queremos pedir que, como María Magdalena, seamos testigos y mensajeros de la resurrección de Jesucristo, viviendo contigo el gozo de no separarnos nunca del Señor.
TERCERA ESTACIÓN. JESÚS SE APARECE A LAS MUJERES
Las mujeres se ven desbordadas por los hechos: el sepulcro está vacío y un ángel les anuncia que Cristo vive. Y les hace un encargo: anunciadlo a los apóstoles. Pero la mayor alegría es ver a Jesús, que sale a su encuentro. Del Evangelio según San Mateo 28, 8-10.
ORACIÓN Señor Jesús, que, a pesar de las dificultades, interiores o exteriores, sepamos confiar y no nos dejemos vencer por la tristeza o el desaliento; que nuestro único móvil sea el amor, el ponernos a tu servicio porque, como aquellas mujeres, y las buenas mujeres de todos los tiempos, queremos estar, desde el silencio, al servicio de los demás.
CUARTA ESTACIÓN. LOS SOLDADOS CUSTODIAN EL SEPULCRO DE CRISTO
Para ratificar la resurrección de Cristo, Dios permitió que hubiera unos testigos especiales: los soldados puestos por los príncipes de los sacerdotes, precisamente para evitar que hubiera un engaño. Del Evangelio según San Mateo 28, 11-15.
Oración Señor Jesús, que te reconozcamos, Señor, como la Verdad de nuestra vida.
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al mundo, a cada hombre, a todo hombre, la alegría de tu resurrección, para que así el mundo crea, y, creyendo, sea transformado a tu imagen.
QUINTA ESTACIÓN. PEDRO Y JUAN CONTEMPLAN EL SEPULCRO VACÍO
Los apóstoles han recibido con desconfianza la noticia que les han dado las mujeres. Están confusos, pero el amor puede más. Por eso Pedro y Juan se acercan al sepulcro con la rapidez de su esperanza. Del Evangelio según San Juan 20, 3-10 (cf. Lc 24, 12).
DÉCIMOTERCERA ESTACIÓN JESÚS ASCIENDE AL CIELO
Cumplida su misión entre los hombres, Jesús asciende al Cielo. Ha salido del Padre, ahora vuelve al Padre y está sentado a su derecha. Cristo glorioso está en el Cielo, y desde allí habrá de venir como Juez de vivos y muertos. De los Hechos de los Apóstoles 1, 9-11 (cf. Mc 16, 19-20; Lc 24, 50-53).
Oración Señor Jesús, que sepamos escuchar a los que nos hablan en tu nombre para que corramos con esperanza a buscarte.
SEXTA ESTACIÓN. JESÚS, EN EL CENÁCULO, MUESTRA SUS LLAGAS A LOS APÓSTOLES
Los discípulos están en el Cenáculo, el lugar donde fue la Última Cena. Temerosos y desesperanzados, comentan los sucesos ocurridos. Es entonces cuando Jesús se presenta en medio de ellos, y el miedo da paso a la paz. Del Evangelio según San Lucas 24, 36-43 (cf. Mc 16, 14-18; Jn, 20, 19-23).
Oración Señor Jesús, que seas para nosotros no una figura lejana que existió en la historia, sino que, vivo y presente entre nosotros, ilumines nuestro camino en esta vida y, después, transformes nuestro cuerpo frágil en cuerpo glorioso como el tuyo.
SÉPTIMA ESTACIÓN. EN EL CAMINO DE EMAÚS
Esa misma tarde dos discípulos vuelven desilusionados a sus casas. Pero un caminante les devuelve esperanza. Sus corazones vibran de gozo con su compañía; sin embargo, sólo se les abren los ojos al verlo partir el pan. Del Evangelio según San Lucas 24, 13-32
Oración Señor Jesús, que siempre nos lleve a Ti, Señor, un deseo ardiente de encontrarte también en los hermanos.
Octava estación JESÚS DA A LOS APÓSTOLES EL PODER DE PERDONAR LOS PECADOS.
Jesús se presenta ante sus discípulos. Y el temor de un primer momento da paso a la alegría. Va a ser entonces cuando el Señor les dará el poder de perdonar los pecados, de ofrecer a los hombres la misericordia de Dios. Del Evangelio según San Juan 20, 19-23 (cf. Mc 16, 14; Lc 24, 36-45).
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Oración Señor Jesús, ayúdanos a sentir la alegría profunda de tu misericordia en el sacramento de la Penitencia. Porque la Penitencia limpia el alma, devolviéndonos tu amistad, nos reconcilia con la Iglesia y nos ofrece la paz y serenidad de conciencia para reemprender con fuerza el combate cristiano.
NOVENA ESTACIÓN. JESÚS FORTALECE LA FE DE TOMÁS.
Tomás no estaba con los demás apóstoles en el primer encuentro con Jesús resucitado. Ellos le han contado su experiencia gozosa, pero no se ha dejado convencer. Por eso el Señor, ahora, se dirige a él para confirmar su fe. Del Evangelio según San Juan 20, 26-29
Oración Señor Jesús, como dijiste al apóstol Tomás, queremos, aún sin ver, rendir nuestro juicio y abrazarnos con firmeza a tu palabra y al magisterio de la Iglesia que has instituido, para que tu Pueblo permanezca en la verdad que libera.
DÉCIMA ESTACIÓN. JESÚS RESUCITADO EN EL LAGO DE GALILEA
Los apóstoles han vuelto a su trabajo: a la pesca. Durante toda la noche se han esforzado, sin conseguir nada. Desde la orilla, Jesús les invita a empezar de nuevo. Y la obediencia les otorga una muchedumbre de peces. Del Evangelio según San Juan 21, 1-6ª
Oración Señor Jesús, que nunca te perdamos de vista, y sigamos siempre tus indicaciones, aunque nos parezcan difíciles o absurdas, porque sólo así recogeremos frutos abundantes que serán tuyos, no nuestros.
UNDÉCIMA ESTACIÓN. JESÚS CONFIRMA A PEDRO EN EL AMOR
Jesús ha cogido aparte a Pedro porque quiere preguntarle por su amor. Quiere ponerlo al frente de la naciente Iglesia. Pedro, pescador de Galilea, va a convertirse en el Pastor de los que siguen al Señor. Del Evangelio según San Juan 21, 15-19.
Oración Señor Jesús, ayúdanos a estar muy unidos al sucesor de Pedro, al Santo Padre el Papa, con el apoyo eficaz que da la obediencia, porque es garantía de la unidad de la Iglesia y de la fidelidad al Evangelio.
DUODÉCIMA ESTACIÓN. LA DESPEDIDA: JESÚS ENCARGA SU MISIÓN A LOS APÓSTOLES
Antes de dejar a sus discípulos, el Señor les hace el encargo apostólico: la tarea de extender el Reino de Dios por todo el mundo, de hacer llegar a todos los rincones la Buena Noticia. Del Evangelio según San Mateo 28, 16-20. cf. Lc 24, 44-48.
Oración Señor Jesús, dilata nuestro corazón para que crezca en nosotros el deseo de llevar
Oración Señor Jesús, haz que la esperanza del Cielo nos ayude a trabajar sin descanso aquí en la tierra. Que no permanezcamos nunca de brazos cruzados, sino que hagamos de nuestra vida una siembra continua de paz y de alegría.
DÉCIMOCUARTA ESTACIÓN LA VENIDA DEL ESPÍRITU SANTO EN PENTECOSTÉS
La promesa firme que Jesús ha hecho a sus discípulos es la de enviarles un Consolador. Cincuenta días después de la Resurrección, el Espíritu Santo se derrama sobre la Iglesia naciente para fortalecerla, confirmarla, santificarla. De los Hechos de los Apóstoles 2, 1-4
Oración Dios Espíritu Santo, derrama sobre nosotros el fuego de tu amor para que, transformados por tu fuerza, te pongamos en la entraña de nuestro ser y de nuestro obrar, y todo lo hagamos bajo tu impulso.
ORACIÓN FINAL
Señor y Dios nuestro, fuente de alegría y de esperanza, hemos vivido con tu Hijo los acontecimientos de su Resurrección y Ascensión hasta la venida del Espíritu Santo; haz que la contemplación de estos misterios nos llene de tu gracia y nos capacite para dar testimonio de Jesucristo en medio del mundo. Te pedimos por tu Santa Iglesia: que sea fiel reflejo de las huellas de Cristo en la historia y que, llena del Espíritu Santo, manifieste al mundo los tesoros de tu amor, santifique a tus fieles con los sacramentos y haga partícipes a todos los hombres de la resurrección eterna. Por Jesucristo nuestro Señor.
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Pregón Pascual
El triunfo de Cristo sobre el pecado
El Pregón Pascual o Exultet, que se canta la noche de la vigilia pascual, ha de ser uno de los himnos más hermosos y emotivos de toda la liturgia romana pues canta el triunfo definitivo de Cristo sobre el pecado y sobre la muerte, el triunfo de la luz del Salvador sobre las tinieblas que parecían haber vencido al rey de la vida. Cuenta, además, con la fuerza de una tradición antigua ya que se encuentran testimonios de su existencia desde el mismo siglo IV.
Exulten por fin los coros de los ángeles, exulten las jerarquías del cielo, y por la victoria de Rey tan poderoso que las trompetas anuncien la salvación. Goce también la tierra, inundada de tanta claridad, y que, radiante con el fulgor del Rey eterno, se sienta libre de la tiniebla que cubría el orbe entero. Alégrese también nuestra madre la Iglesia, revestida de luz tan brillante; resuene este templo con las aclamaciones del pueblo. En verdad es justo y necesario aclamar con nuestras voces y con todo el afecto del corazón a Dios invisible, el Padre todopoderoso, y a su único Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Porque él ha pagado por nosotros al eterno Padre la deuda de Adán y, derramando su sangre, canceló el recibo del antiguo pecado. Porque éstas son las fiestas de Pascua, en las que se inmola el verdadero Cordero, cuya sangre consagra las puertas de los fieles. Ésta es la noche en que sacaste de Egipto a los israelitas, nuestros padres, y los hiciste pasar a pie el mar Rojo. Ésta es la noche en que la columna de fuego esclareció las tinieblas del pecado. Ésta es la noche en que, por toda la tierra, los que confiesan su fe en Cristo son arrancados de los vicios del mundo y de la oscuridad del pecado, son restituidos a la gracia y son agregados a los santos. Ésta es la noche en que, rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo. ¿De qué nos serviría haber nacido si no hubiéramos sido rescatados? ¡Qué asombroso beneficio de tu amor por nosotros! ¡Qué incomparable ternura y caridad! ¡Para rescatar al esclavo, entregaste al Hijo!
Necesario fue el pecado de Adán, que ha sido borrado por la muerte de Cristo. ¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor! ¡Qué noche tan dichosa! Sólo ella conoció el momento en que Cristo resucitó de entre los muertos. Ésta es la noche de la que estaba escrito: «Será la noche clara como el día, la noche iluminada por mi gozo». Y así, esta noche santa ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos. En esta noche de gracia, acepta, Padre santo, este sacrificio vespertino de alabanza que la santa Iglesia te ofrece por medio de sus ministros en la solemne ofrenda de este cirio, hecho con cera de abejas. Sabernos ya lo que anuncia esta columna de fuego, ardiendo en llama viva para gloria de Dios. Y aunque distribuye su luz, no mengua al repartirla, porque se alimenta de esta cera fundida, que elaboró la abeja fecunda para hacer esta lámpara preciosa.
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Gana la indulgencia plenaria este Domingo de Pascua Asistiendo a la Misa de Pascua y renovando en ella las promesas de nuestro Santo Bautismo, junto a la confesión, comunión y oración por el Papa
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a indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya perdonados, en cuanto a la culpa, que el fiel cristiano, debidamente dispuesto y cumpliendo determinadas condiciones, consigue por mediación de la Iglesia, la cual, como administradora de la redención, distribuye y aplica con autoridad el tesoro de las satisfacciones de Cristo y de los santos. La indulgencia plenaria libera totalmente de la pena temporal que debemos por los pecados. Para entender el valor de las indulgencias, es preciso recordar que el pecado tiene una doble consecuencia: eterna y temporal. El pecado grave nos priva de la amistad con Dios y nos hace incapaces de la vida eterna, esto se llama «pena eterna»; el pecado venial perturba el orden universal dispuesto por Dios, por lo tanto, afecta no sólo al pecador sino a toda la comunidad humana, lo cual se llama «pena temporal». Así, es necesario, no sólo recuperar la amistad con Dios por medio de una sincera confesión, sino también restaurar plenamente todos los bienes personales, sociales y los relativos al orden universal, destruidos o perturbados por el pecado. De modo que cuando nos confesamos se nos perdona
la culpa, pero aún hay que pagar por la deuda de nuestros pecados, lo cual se hace a través del sufrimiento ofrecido a Dios aquí en la Tierra o en el Purgatorio, después de la muerte. Lo que hace la indulgencia es pagar en parte o totalmente dicha deuda. Consecuentemente, la posibilidad de ganar una indulgencia tiene un valor incalculable que los cristianos debemos aprovechar, en toda ocasión. Esta gracia se puede obtener de varias maneras y varios días especiales, entre ellos el Domingo de Pascua, siempre que los fieles cumplan con las siguientes condiciones: Confesión sacramental (puede ser previa a estos días), Comunión eucarística y oración por las intenciones del Sumo Pontífice, además de la exclusión de todo afecto al pecado, incluso venial.
¿Cómo ganar la indulgencia plenaria el Domingo de Pascua?
Junto a las tres condiciones mencionadas, asistiendo a la celebración de la Vigilia Pascual (Sábado Santo por la noche) o a la Misa Dominical de Pascua y renovando en ella las promesas de nuestro Santo Bautismo. También recibiendo (en directo o a través de algún medio de comunicación) la bendición Urbi et orbi que imparte el Papa al mediodía en el Vaticano. Fuente: Desde la fe
¡Qué noche tan dichosa en que se une el Cielo con la Tierra, lo humano y lo divino! Te rogarnos, Señor, que este cirio, consagrado a tu nombre, arda sin apagarse para destruir la oscuridad de esta noche, y, como ofrenda agradable, se asocie a las lumbreras del cielo. Que el lucero matinal lo encuentre ardiendo, ese lucero que no conoce ocaso y es Cristo, tu Hijo resucitado, que, al salir del sepulcro, brilla sereno para el linaje humano, y vive y reina glorioso por los siglos de los siglos. Amén.
El Domingo de Pascua todos los católicos podemos ganar, para nosotros mismos o para los fieles difuntos, el don de la Indulgencia Plenaria.
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¿Qué es el Regina Coeli y cómo se reza?
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A nuestra señora de la Pascua
La oración a la Virgen que en el tiempo pascual sustituye al Ángelus
E
l Regina Coeli (Reina del cielo) es una oración que los fieles rezan a la Virgen María en lugar de la oración del Ángelus durante el tiempo pascual, desde la Vigilia de Pascua hasta el medio día del sábado de Pentecostés. Cantar a María «¡Alégrate!» es una tradición que se remonta al siglo XII y que fue extendida por la comunidad de los franciscanos, según informa Gaudium Press. Como muchas oraciones, las primeras palabras que la componen le dan su nombre, que la Iglesia recuerda aún en su latín original: Regina Coeli. Esta antífona mariana es uno de los cuatro himnos del tiempo de Pascua que se incluyen en la Liturgia de las Horas, y que se rezan desde el Sábado Santo, víspera de la Resurrección del Señor, hasta el domingo después de Pentecostés. Forma parte de la oración litúrgica nocturna llamada Completas. Su brevedad y sencillez, además de su hermoso significado teológico, hacen
de esta oración una de las más bellas expresiones de la alegría pascual.
Se desconoce el origen del Regina Coeli, pero una bella tradición lo atribuye a san Gregorio Magno, Pontífice y Doctor de la Iglesia, quien habría escuchado los primeros tres versos de la boca de los ángeles mientras realizaba procesión descalzo por las calles de Roma. A la composición celestial el Santo Papa habría añadido únicamente la cuarta frase de la oración: «Ruega por nosotros a Dios». La antífona original es adaptada para ser recitada como oración, de una forma similar a la del Ángelus, tomando su forma presente y agregando una oración final:
V. Alégrate, Reina del cielo. Aleluya. R. Porque el que mereciste llevar en tu seno. Aleluya. V. Ha resucitado, según predijo. Aleluya. R. Ruega por nosotros a Dios. Aleluya. V. Gózate y alégrate, Virgen María. Aleluya. R. Porque ha resucitado Dios verdaderamente. Aleluya. V. Oremos: Oh Dios que por la Resurrección de tu Hijo, nuestro Señor
Jesucristo, te has dignado dar la alegría al mundo, concédenos por su Madre, la Virgen María, alcanzar el gozo de la vida eterna. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor. R. Amén.
Por Cardenal Pironio
Señora de la Pascua: Señora de la Cruz y la Esperanza. Señora del Viernes y del Domingo, Señora de la noche y la mañana Señora de todas las partidas, porque eres la Señora Escúchanos: Hoy queremos decirte: «muchas gracias». Muchas gracias, Señora, por tu Fiat: por tu completa disponibilidad de «Esclava». Por tu pobreza y tu silencio. Por el gozo de tus siete espadas. Por el dolor de todas tus partidas que fueron dando la paz a tantas almas. Por haberte quedado con nosotros a pesar del tiempo y las distancias Tú conoces el dolor de la partida porque tu vida fue siempre despedida. Por eso fuiste y fue fecunda tu vida. Señora del Silencio y de la Cruz. Señora del Amor y de la Entrega. Señora de la Palabra recibida y de la palabra empeñada, Señora de la Paz y la Esperanza. Señora de todos los que parten,
porque eres la Señora del camino y de la Pascua. Enséñanos, María, la gratitud y el gozo de todas las partidas. Enséñanos a decir siempre que Sí, con toda el alma. Entra en la pequeñez de nuestro corazón y pronúncialo Tú misma por nosotros. Sé el camino de los que parten y la serenidad de los que quedan. Acompáñanos siempre mientras vamos peregrinando juntos hacia el Padre. Enséñanos que esta vida es siempre una partida. Siempre un desprendimiento y una ofrenda. Siempre un tránsito y una Pascua. Hasta que llegue el tránsito definitivo, la Pascua consumada. Entonces comprenderemos que para vivir hace falta morir, para encontrarse plenamente en el Señor hace falta despedirse. Y que es necesario pasar por muchas cosas para poder entrar en la gloria (Lc 24, 26). Señora de la Pascua: en las dos puntas de nuestro camino, tus dos palabras: fíat y magnificat. Que aprendamos que la vida es siempre un «sí» y un «muchas gracias. Amén. Que así sea.
en
El Observador
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¿Por qué hay que comulgar por lo menos una vez al año? Una mirada histórica a uno de los preceptos básicos para un católico
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POR P. PAULO RICARDO
Por qué el tercer mandamiento de la Iglesia pide que se comulgue por lo menos una vez al año, con ocasión de la Pascua de Resurrección? La pregunta es apropiada, porque algunas personas pueden escandalizarse con este mandamiento, cuestionando si no sería muy poco comulgar sólo una vez al año.
De acuerdo con las diferentes situaciones a lo largo de la historia, la Iglesia ha ido tomando diferentes posturas. Mientras que en algunas épocas predominó un rigorismo, y las personas sólo raramente se acercaban a la Comunión, hoy se vive un cierto descuido en la recepción de la Eucaristía y muchos ni siquiera tienen escrúpulos por comulgar en pecado mortal. La Iglesia, sin embargo, posee la justa medida a este respecto. Para entender la historia de este tercer mandamiento, santo Tomás de Aquino explica que la Iglesia ha ido adaptando las normas a las distintas situaciones. Por ejemplo, en la Iglesia primitiva, «cuando más fuerte era el fervor de la fe cristiana, se estableció que los fieles comulgaran diariamente», y
según estableció el Papa Anacleto, los que no comulgaban diariamente podían considerarse excomulgados.
Y conforme pasó el tiempo, «al crecer cada vez más la iniquidad y enfriarse la caridad de la mayoría (Mt 24,12), Inocencio III determinó que los fieles comulgasen una vez al año al menos, o sea, en tiempo de Pascua. Sin embargo, en el libro De ecclesiasticis dogmatibus se aconseja que se comulgue todos los domingos». Esta obligación de confesarse y comulgar al menos por Pascua quedó definitivamente establecida en el IV Concilio de Letrán.
Con el tiempo, al ir apagándose el fervor de la fe, prosigue santo Tomás, el Papa Fabián permitió que todos comulgasen, si no tan Mala interpretación frecuentemente, al de los fieles Desgraciadamente, con el menos tres veces pasar del tiempo, el pueblo al año, a saber, cristiano fue incorporando una en Pascua, en mentalidad rigorista acerca de la Eucaristía. Con la herejía janPentecostés y en senista, en el siglo XVII, la situala Natividad del ción se agravó aún más. Como Señor. ejemplo, en un libro que se vol-
vió popular en Francia –con el título De la frèquente comunión (Sobre la Comunión frecuente)–, su autor, Antoine Arnauld, llegaba a insinuar que, para comulgar, sería necesario no solamente estar sin pecados veniales, sino también libre de las penas debidas a los pecados. En pocas palabras, hizo de la Eucaristía un «premio para los buenos». Esa obra hizo que las personas se apartaran de la Comunión y haría suspirar a santa Teresita del Niño Jesús, al final del siglo XIX, por no poder recibir la Comunión con tanta frecuencia como lo desearía. Años más tarde, atendiendo a las peticiones de Teresita, el Papa san Pío X, gran admirador de la santa carmelita, incentivó a los fieles, con su extraordinario tino pastoral, a la Comunión frecuente. Durante su pontificado,
publicó varios decretos y discursos sobre el asunto, quedando conocido, por eso, como el «papa de la Eucaristía». En 1910, en el decreto Quam Singulari, el Papa también habló de la importancia de la comunión para los niños. Estas enseñanzas son la formula básica de la Iglesia y son válidas hasta nuestros días, como lo dice el Catecismo de la Iglesia Católica actual: «El tercer mandamiento (recibir el sacramento de la Eucaristía al menos por Pascua) garantiza un mínimo en la recepción del Cuerpo y la Sangre del Señor en conexión con el tiempo de Pascua, origen y centro de la liturgia cristiana». Más que ofrecer a Dios el mínimo, es importante que seamos devotos y comulguemos con frecuencia, de acuerdo con las debidas disposiciones y con el deseo siempre ardiente de santificarnos.
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El Observador
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14 de septiembre 16 de abrildede2014 2017// AÑO AÑO20, 22,No. No.1136 1001
Y los niños… ¿se enteran de qué va la Pascua? La mejor manera de «explicar» la Pascua a los pequeños es vivir en Pascua todos los días
A
sí comenzamos todos los Domingos de Pascua, normalmente tras haber celebrado la Vigilia durante la noche, en casa. ¡Feliz Pascua! Lo decimos niños y mayores, unos a otros, abuelos, nietos, padres, hijos, hermanos… ¡Feliz Pascua! ¡El Señor ha resucitado! ¡Él ha vencido a la muerte!
El reto, como padre, es grande. ¿Cómo ayudar a los hijos a vivir la Pascua? ¿Cómo hablar de la Resurrección? ¿Qué entenderán ellos, pequeños, si los mayores no acabamos de enterarnos del todo…? ¿O será al revés? ¿Se enterarán ellos más fácilmente que nosotros? Lo que tengo claro es que la Resurrección es un misterio de nuestra fe. Igual que la concepción de Jesús, que la presencia real de Jesús en la Eucaristía, igual que los milagros e igual que, en definitiva, la manera que tiene Dios de guiar a su pueblo y de hacerse presente en nuestras vidas.
Sólo aquellos que lo conocían lo vieron Resucitado…
4.
Como padre no me planteo explicar el misterio a mis hijos. Creo que me equivocaría. El misterio no se explica: se acoge y se contempla. Ante la acción de Dios no llegan las palabras. Cuando intentamos explicar ciertas cosas, ponerle palabras a todo, es cuando nos quedamos tan cortos… tan lejos… que entramos en una serie de discusiones y problemáticas que nos alejan de la Verdad. Mis hijos tienen la certeza de que sus padres, mi mujer y yo, les queremos. No necesitamos explicar el amor. A veces nos entienden, a veces no; a veces aceptan nuestra palabra con docilidad y otras con rebeldía… pero no necesitamos explicar el amor. Ellos saben que les amamos porque así lo han sentido, de manera misteriosa, desde su nacimiento. Un amor que, por supuesto, se concreta cada día, pero que a la vez, es una realidad intangible e inexplicable. ¿Por qué explicar, pues, el misterio del Amor de Dios en la Cruz y en la Resurrección? La mejor manera de «explicar» la Pascua a los pequeños es vivir en Pascua todos los días. ¿Y esto cómo se hace? Hay co-
sas que, creo son ineludibles:
1.
Somos limitados e imperfectos, pero, aún así, somos queridos. En casa, diariamente, es fácil experimentar esto, aunque no siempre lo vivimos con tranquilidad y sosiego. Pero en el seno de la familia es donde se experimenta que más allá de nuestras caídas, faltas, imperfecciones… somos amados. Y ese amor es el que nos permite seguir viviendo cada día. Los niños deben experimentar que son amados más allá de comportamientos, resultados académicos, expectativas, infidelidades… Si en casa vivimos esto, será más fácil acoger ese Amor que nos salva y nos lleva a la Vida Eterna más allá de nuestro pecado y nuestras limitaciones.
2.
Existe la luz y existe la oscuridad. Existe el bien y existe el mal. Existe la gracia y existe el pecado. Negarles a nuestros hijos esta realidad es negarles la posibilidad de entender que hay salvación porque necesitamos ser salvados. El mundo no es un centro comercial en Navidad, lleno de guirnaldas, juguetes, luces y musiquita alegre.
Existe la muerte, la injusticia, la oscuridad, la necesidad, la pobreza… Quien esconde el mal a los ojos de los hijos… ¿cómo va luego a decirles que acojan a la Luz Refulgente de la Aurora? Quien evita el sufrimiento y gira la cara ante la injusticia… ¿cómo ayudará a sus hijos a poner los ojos fijos en Aquel que vence al mal para siempre?
3.
Si Dios está vivo y está en casa… la familia y las decisiones de cada uno de sus miembros, se toman también con Jesús. Todo lo que se vive (estudios, compromisos, sacramentos, trabajos, enfermedades, alegrías, etc) se miran desde Jesús y nada se elige sin tenerle en cuenta. La familia está abierta desde siempre a esa dimensión: a la presencia real de Jesús Resucitado entre nosotros. Si Dios está vivo… en casa se reza. Si Dios está vivo, en casa se le habla… Si Dios está vivo, se le va a escuchar y a ver a la iglesia, y se le visita visitando a los abuelos, y se le ayuda ayudando a los amigos del cole… ¿Cómo se puede vivir la Pascua siendo Jesús un desconocido en casa?
Y, por último, ayudando a descubrir la presencia del Señor en lo pequeño. Cristo nació pequeño, murió pequeño y resucitó sin alardes. Cultivar la espiritualidad de lo pequeño, al estilo de santa Teresita de Lisieux, es un camino precioso para percibir, en la noche de Pascua, que es verdad, que Jesús ¡ha resucitado! Porque la noche de Pascua hay luna llena, porque huele a flores, porque el cirio va delante y nos guía, porque el agua nos lava y nos refresca, porque nuestra historia no es instantánea sino que es una «historia caminada»… Es Pascua porque cada día hay personas que son liberadas de sus ataduras, porque hay personas cercanas ofuscadas y ciegas… que ¡ahora ven!, porque hay amigos cansados del camino, impedidos, con mucho peso encima… ¡que han vuelto a caminar!, porque hay hombres y mujeres, a los que han quitado la voz, que vuelven a hablar y a gritar y a ¡proclamar su perdón y su alegría! Porque los niños mismos experimentan mucho de todo eso en su propia vida, ya de pequeños… El misterio de la Pascua no se explica, se experimenta. Como le dijo Jesús a Judas… menos cabeza y más corazón. Démosle una oportunidad a Dios y a nuestros hijos. Su relación con Él, aún pequeños, es un misterio también para nosotros, los padres. Es una relación personal y plena, no nos engañemos, igual que la nuestra, ¡o mejor! Un niño habla del cielo con tanta naturalidad… la misma que nosotros hemos perdido al intentar explicar cómo es y cómo se entra y por dónde se va. ¡Feliz Pascua a todos! Que el Señor nos regale el don de comunicar su misterio, de ser testigos de su Buena Notica.
LA BOA Y EL ELEFANTE
especial
16 de abril de 2017/ AÑO 22, No.1136
El Observador de la actualidad/página 15
Cómo ser un BUEN CIUDADANO Por Antonio MAZA PEREDA
Una sociedad con esperanza
H
ace años hospedamos en la casa de ustedes a una religiosa argentina, progresista y revolucionaria. Ella, que hacía apostolado entre los pobres de su país, fue a visitar alguna de las zonas marginadas de la ciudad de México. A su regreso nos dijo algo que, en mi opinión, es muy importante: «La diferencia entre los pobres mexicanos y los pobres de otros países es que los pobres mexicanos tienen esperanza.» Y tiene toda la razón. A mí me consta de primera mano cómo obreros que ganan poco más que el salario mínimo tienen la esperanza de que sus hijos estudiarán y serán profesionales. Y con mucha frecuencia, esa esperanza se cumple. Ahora que terminamos la Cuaresma y llegamos a la Pascua de Resurrección, entramos en la fiesta más grande de la Iglesia. Y es, específicamente, la fiesta de la esperanza. Porque la resurrección del Señor Jesucristo es el origen de nuestra fe. La fe en que Jesús, verdadero Dios, nos ha prometido la resurrección y que
él no puede ser infiel a sus palabras. Y, además, la fe en que Jesús, verdadero hombre, resucitó de veras. Es la primicia, el primero de los hombres resucitado y llevado en cuerpo y alma al cielo. ¿Cómo sería nuestra sociedad si todos viviéramos como personas que van a resucitar? ¿Tendríamos las mismas prioridades? ¿Trataríamos a los demás del mismo modo? ¿Sufríamos de la misma manera? Claramente, esto no es así. Y eso nos cuestiona. ¿Verdaderamente creemos que vamos a resucitar? Porque, finalmente, eso es la raíz de todo. La raíz
de nuestra fe, la razón de nuestra caridad, el motivo de nuestra alegría. Sí, celebramos el amor del Padre, que nos ha querido tanto que entregó a su Hijo para que muriera por nosotros. Agradecemos al Hijo su pasión y su muerte por todos nosotros, que somos pecadores. Respondemos a las inspiraciones del Espíritu Santo que infunde esa esperanza de nuestros corazones. Pero todo esto es para que nosotros demos esperanza a los demás. Para que demostremos con nuestras vidas que, en medio de un mundo triste, agobia-
do por inútiles preocupaciones y por temores muy reales, se puede ser alegre. Se puede vivir con gozo sabiendo que todo esto, todo esto pasará. Que hay una vida mejor, que no se acaba, donde no habrá lágrimas ni tristezas y que somos herederos de esa vida.
Hermanas y Hermanos: ¡Resucitó, resucitó de veras nuestro Amor y nuestra Esperanza! ¡Felices Pascuas!
En Pascua se anda más ligero de espíritu Por Nestor Mora
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DIRECTORIO
Cómo que más ligero de espíritu? Si hemos vivido la Cuaresma y la Semana Santa con un mínimo de coherencia, nos sentiremos con el alma más predispuesta a vivir y andar en el día a día. Lo cotidiano cobra sentido mientras caminamos hacia Pentecostés, ya que la Gracia del Señor nos ha dado fuerzas para seguir adelante. Nuestra Pascua es Cristo inmolado, y ninguna cosa nos enseña más eficazmente la inmolación de Cristo, que aquello que Él dice a grandes voces
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como llamando a los que ve abrumados en Egipto bajo Faraón: «Venid a Mí todos los que trabajáis y estáis cargados, y Yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de Mí que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es suave y mi carga ligera». (San Agustín, Sobre la doctrina cristiana, XLI, 62) Todos nos sentimos aprisionados por el Faraón, por el César, por la sociedad y quienes nos gobiernan. La vida conlleva cargas que podemos llevar con gozo y otras que transportamos
por obligación. Todos sabemos la gran cantidad de cosas insustanciales que hacemos a lo largo del año. Ahora llegamos con el corazón humilde, ya que hemos visto que Cristo ha resucitado y ha vencido a la muerte. Ahora andamos con el yugo suave y la carga ligera, porque sabemos que todo lo que hacemos sólo tiene sentido si es para mayor gloria de Dios. Encontramos nuestras almas descansadas y nuestro ánimo predispuesto a seguir adelante con brío. Nuestra Pascua es Cristo redentor del mundo. ¡Feliz Pascua!
especial
16 de abril de 2017/ AÑO 22, No.1136
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Del zoroastrismo a sacerdote católico El padre Shroff conoció el cristianismo en la universidad en Canadá. Se enamoró de la Liturgia, en Pascua bautiza a su madre
N J. Lozano/ReL
o es muy frecuente que un sacerdote tenga la oportunidad de bautizar a su propia madre pero hay ocasiones en las que ocurre. Y esta bendición la podrá cumplir el padre Hezuk Shroff cuando introduzca a su madre en la Iglesia a través del bautismo en la Vigilia Pascual. El padre Shroff es también un converso y descubrió la fe de adulto pues él es de origen parsi, una minoría ubicada principalmente en la India que practica la religión zoroástrica, que era la mayoritaria en Persia antes de la conquista islámica. De hecho, parsi significa persa.
Una religión antigua y perseguida
El zoroastrismo es una fe antigua, de la que muchos estudiosos creen que procedían los magos de oriente. Y los parsis empezaron a emigrar a lo que hoy es India huyendo de la persecución islámica hace ya casi mil años, representando esta comunidad la más numerosa de los seguidores de Zoroastro.
Shroff nació en esta comunidad zoroástrica en la India en 1971 pero emigró junto a toda su familia a Canadá, involucrándose en un grupo de esta pequeña religión aunque en realidad su familia no era especialmente religiosa.
En declaraciones a Crux, el padre Shroff cuenta que fue educado en las enseñanzas de esta religión mientras crecía siendo un niño introvertido y reservado.
Conoció el cristianismo en la universidad
Este joven no conoció personalmente el cristianismo y a sus seguidores hasta que empezó sus estudios de bioquímica en la Universidad McGill de Montreal. Su compañero de cuarto era un «ferviente cristiano pentecostal, que me presentó la iglesia evangélica local y el Evangelio, el mensaje de la fe cristiana y de la persona de Jesús». Sin embargo, Hezuk pronto comenzó a interesarse por el catolicismo y a leer libros sobre la Iglesia Católica y en 1994 acompañó a uno de sus compañeros de la universidad a Misa en la basílica de San Patricio, en Montreal.
Fascinado por la misa
«La liturgia de la Misa me fascinó, yo sabía en mi interior que este era un momento sagrado. Me enamoré de
la belleza y la verdad de la fe católica. Como había oído sobre sobre la gracia de Dios, la Santa Eucaristía y la devoción de los fieles a la Virgen María y a los santos…me dije a mí mismo: aquí es donde tenía que estar». Un año después, en 1995, Hozuk fue recibido en la Iglesia Católica en la Vigilia Pascual en la misma basílica a la que asistió a Misa por primera vez. Tras bautizarse, este joven de origen indio sintió una fuerte llamada a la vida religiosa. Estuvo tres años en Quebec y luego estuvo en Francia con los monjes benedictinos antes de darse cuenta de que no estaba hecho para la vida monástica. Y es que pasó seis años en la Comunidad de San Juan, donde estudió Filosofía y Teología.
En busqueda de su verdadera vocación
Mientras realizaba estos estudios, el superior de la comunidad decidió enviar a Hozuk a la ciudad filipina de Cebu para pasar un tiempo en la misión.
«Fue aquí, en Filipinas, tras trabajar en el ministerio juvenil, donde finalmente entendí que Dios me estaba llamando para servir como sacerdote diocesano», afirma. Y en particular descubrió que quería dedicarse a atender a los jóvenes, que se encontraban como ovejas sin pastor. Recuerda que, en Filipinas, «los jóvenes me decían que su pastor no tenía tiempo para ellos porque estaba demasiado ocupado dirigiendo la parroquia. Pensé, ¡qué triste! Después de todo, ¿no es la misión principal de un cura el cuidado de las almas confiadas a él?».
Ordenado en la festividad de la Virgen de Fátima
Con esta inquietud volvió a Canadá en 2006 donde ingresó en el seminario diocesano para ser sacerdote por
la Archidiócesis de Ottawa. El 13 de mayo de 2011, festividad de la Virgen de Fátima, fue ordenado sacerdote.
Su familia, todos zoroastristas, no se opuso a su conversión y tanto su padre, su madre, su hermana como familiares suyos llegados en coche desde Chicago decidieron acompañarle en su ordenación. Su madre oraba para que fuera sacerdote
«Mi madre estaba muy feliz con mi conversión, e incluso había estado rezando para que yo fuera sacerdote», cuenta este religioso. Por su parte, para su padre fue más difícil aunque respetó y apoyó su decisión. Él quiso demostrar a su padre que abrazar el catolicismo no era rechazar su patrimonio cultural y su historia. «Me hice católico no porque despreciara mis raíces o mi infancia, sino porque sentí que Cristo me llamaba a ser uno de los suyos».
Y así llegó también la conversión de su madre. Ella tenía una relación especial con la Iglesia católica desde su infancia pues había estado en un internado católico. «Mi madre quiso ser católica durante la mayor parte de su vida, pero no podía a causa de las presiones y circunstancias externas». Es ahora cuando su madre cumplirá su sueño y con el ciento por uno. Tras realizar el catecumenado de adultos será bautizada como católica esta Pascua y precisamente a manos de su hijo. «Será bautizada exactamente 22 años después del día en el que yo recibí el bautismo».
especial
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Era protestante devota y entró en una parroquia pensando que la Vigilia de Pascua duraba 20 minutos
Su primera misa fue la de la Vigilia Pascual
A
manda Evinger era una joven protestante que se preparaba para ser misionera calvinista en un instituto bíblico. Había aprendido a escuchar a Dios cada día en una experiencia peculiar unos años antes en el desierto de Mojave. Era Semana Santa, y sentía que Dios la conducía a ayunar como los santos antiguos de los que leía. Rezando en la playa del lago, el Sábado Santo, dejó que Dios expresase su voluntad. «Yo sólo escuchaba, y pronto sentí el impulso en mi corazón de ir a una parroquia católica que estaba calle abajo. Obedecí». Cuando llegó a la parroquia leyó un cartel: «Vigilia de Pascua a las 20h». «Me aterrorizaba entrar, pero en mi mente protestante una vigilia significaba estar simplemente unos 20 minutos con velas y canciones al aire libre, así que entré. Pensé: bien, no habrá Misa idólatra, adoración de María, nada ofensivo». Efectivamente, lo que vio al principio es que la gente permanecía fuera, a la entrada de la iglesia, con canciones y velas. Pero a los pocos minutos empezó una procesión de entrada. «Estuve a punto de irme a casa, pero supe que era el momento de afrontar mis miedos. Tenía que saber si la Iglesia católica era un agente del demonio o era de verdad la Iglesia Una y Verdadera mencionada en el Credo de los apóstoles». Y así vio su primera Misa, la de la Vigilia Pascual, la más larga del año.
Lo que vio en su primera misa
«Quedé estupefacta a medida que cada mentira que me habían dicho sobre la fe católica se hundía ante mis ojos. ¿Por qué los protestantes dicen que los católicos no leen las Escrituras? En esa vigilia se proclamaron al menos seis o siete lecturas. ¿Cómo pueden decir que los católicos no tienen una relación personal con Cristo? Lo recibían en esa vigilia, muchos con tanta reverencia, tomándolo en sus cuerpos. Y estaba claro que nadie adoraba a María. Y la belleza de la liturgia quitaba el aliento: la adoración auténtica de Dios Todopoderoso. Nunca había experimentado nada así. ¡Cuánto decía la Misa de la naturaleza tremenda del Cielo y de Dios!», explica Amanda en su testimonio
Voluntarios con los pobres
La Vigilia Pascual católica puede ser una experiencia llena de belleza... pero no dura veinte minutitos, sino mucho más.
publicado en el National Catholic Register. «Cuando al final de la vigilia vi a unas cuantas personas que recibían sus primeros sacramentos, supe que Dios me llamaba a hacer lo mismo. No podía resistirme al amor de la Madre Iglesia. Miembros de mi familia me rechazarían, mis profesores lo lamentarían porque yo tenía títulos prestigiosos en el departamento de Teología Reformada, mi futuro sería incierto, y mis amigos se reirían, pero ya no me importaba».
«La siguiente Pascua, recibí a mi Jesús, que tanto había esperado, en la Santa Comunión, como católica, y mi alma por fin descansó. Había llegado a casa», escribe.
Hoy vive con su esposo Michael y tres hijos a los que educan en su hogar (homeschooling), que es una casita en la pradera en la muy rural Dakota del Norte. También escribe en algunas publicaciones católicas. Su casa, dice con humor, está llena de cosas «ultracatólicas», como imágenes de santos y textos devocionales. Pero ese fue el final de un viaje que dio muchas vueltas.
Una niña con fe, una escuela anticristiana
Es lógico que haya optado por educar a sus
hijos en casa porque en el colegio público al que fue en la adolescencia perdió la fe bajo presiones. Ella nació en una familia calvinista y de niña tenía fe. «Recuerdo haber sentido con fuerza la presencia de Dios en un campamento bíblico reformado, a las afueras de Muskegon, Michigan. Yo sabía que Él existía, y que me amaba, y que de alguna manera todo estaría bien». Tenía problemas de nervios y de salud, pero «aquella pertinaz conciencia de la majestad de Dios era muy consoladora». Pero el colegio público al que iba de adolescente era muy hostil a la fe cristiana, y ella fue sumergida en ese nuevo ambiente. «Busqué a Dios en todos los sitios equivocados. Me metí en religiones New Age, buscando paz y amor. Pasé varios años viviendo peligrosamente lejos de la gracia de Dios, sólo para acabar en un hospital para adolescentes a los 17 años». En aquel hospital volvió a hacer una oración tras años de alejamiento. Después, su hermana la llevó de vacaciones a las colinas, las Black Hills. «Sentada en medio de la poderosa creación de Dios, recé. ¡Recé! Fueron solo unos momentos, y no dije palabras, pero era una oración real. El tipo de oración que añoro tener, incluso hoy». Después pasó un año de voluntariado social trabajando con niños pobres. Conoció a otros voluntarios, gente alternativa, «que vivía vidas bastante pecaminosas pero con una inconfundible bondad en ellos, bondad de Dios».
En California llegó a un hospital de voluntarios y misioneros regido por católicos. Quiso ayudarles muchos meses. Los médicos eran católicos que iban a Misa cada mañana, luego rezaban el Rosario. Un gran Cristo sufriente recibía a los visitantes con el cartel «Tengo sed». Eran personas inspiradas por la Madre Teresa de Calcuta y su amor a los pobres. Allí conoció también a pobres mexicanos enamorados de Dios y de la Virgen de Guadalupe. Un día el doctor y varias enfermeras la llevaron a ver el desierto de Mojave. Allí, en el espacio enorme, bajo el calor aplastante, «sentí que Dios convertía mi corazón de piedra en un corazón de carne. Desde ese día empecé a rezar en cada momento libre, y desde entonces busqué a mi Rey con verdadero amor».
Estudiando teología
Fue después de esto que empezó a estudiar español y también teología protestante. Pero leía muchos clásicos antiguos, y muchas cosas no encajaban con lo que veía en el mundo protestante. ¿Cómo es que cada denominación protestante era incompatible con las otras en distintos temas importantes de doctrina, caso a caso? Una vez, tras años de estudio, rezaba en una capilla que su abuelo había ayudado a construir, en la que él había rezado, y leyendo Juan 6 («mi cuerpo es verdadera comida, mi sangre es verdadera bebida, tomad y comed, tomad y bebed») se planteaba por qué sus profesores leían casi todo en la Biblia de manera literal pero insistían en que estas palabras no debían leerse literalmente. Poco a poco vio que «no hay una fe protestante: nació como una protesta contra la fe católica». Y los monjes de los que leía, personas como San Francisco de Asís... su santidad y amor a Dios eran innegables, ¿estaban equivocados, día tras día, año tras año, en lo que creían acerca de la Eucaristía y la presencia real de Cristo? Todo esto la llevaría, poco después, a atreverse a entrar en aquella iglesia esa Noche de Pascua que la transformó. P.J.Ginés/ReL
"Estén seguros de que cuanto más puras sean sus miradas y palabras, tanto más agradarán a la Virgen María y mayores gracias les obtendrá Ella de su divino Hijo y Redentor nuestro. "San Juan Bosco
ACTUALIDAD actualidad
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16 de abril dede 2017/ AÑO 5 de enero 2014/ AÑO22, 19,No.1136 No. 965
Cada semana con Francisco Marcelo López Cambronero
El Pueblo soñado por Dios
D
ios ha establecido una alianza. La hizo con Abraham, nuestro padre, y la selló en la última cena y en la promesa que hizo a Pedro: “sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. Mi Iglesia, mi pueblo, el pueblo de Dios. A través de la fe de Abraham y ante Pedro, en la Cruz, en la Resurrección, en Pentecostés…
Dios ha sellado una alianza con su pueblo, pero no con una entidad abstracta que resulta de la unión impersonal de mucha gente, sino con cada uno de nosotros. Dios entra en la historia y también en nuestras biografías, viene a nuestro encuentro y se mantiene fiel. En la homilía del pasado 6 de abril Francisco se detuvo es este hecho singular que ha cambiado la historia: somos el pueblo de Dios. Y cada vez que participamos en la Eucaristía se renueva esta alianza eterna por la que Él se ha comprometido sabiendo, porque bien lo sabía, que los hombres traicionaríamos una y otra vez y que tendría que sufrir nuestras disidencias. Sin embar-
go, Él espera y se mantiene, y su amor incondicional asegura nuestra esperanza incluso en las situaciones más difíciles. Pensemos en Abraham: el Señor le dijo que sería el padre de generaciones y generaciones de hombres y mujeres y se lo dijo en la vejez, cuando su mujer ya era estéril, es decir, contra toda esperanza. Sin embargo, aquel pastor nómada creyó, obedeció, y con su sí, y con el de la Virgen, se abrió la historia para acoger el plan de salvación de la humanidad. Somos de la estirpe de Abraham, somos sus hijos en la fe y podemos mantener en el corazón la esperanza de que la vida se encamine hacia la plenitud. Puede ser que atravesemos momentos complicados, que miremos nuestra realidad y la veamos llena de cosas feas, pero Dios es capaz de acoger el fracaso, las dudas y las angustias del ser humano. Descubramos, con Francisco, la belleza de ser el pueblo soñado por Dios: “Estoy seguro de que en medio de las cosas, tal vez feas – porque todos las tenemos, tantas cosas feas en la vida – si hoy hacemos esto, descubriremos la belleza del amor de Dios, la belleza de Su Misericordia, la belleza de la esperanza. Y estoy seguro de que todos nosotros estaremos llenos de alegría”
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Manualidades para hacer con los niños durante las próximas vacaciones
Cestitos para los huevos de Pascua Por María Paola Daud / Aleteia
A
hora que vienen las fiestas de Pascua tendremos un tiempito más para estar con los niños. ¿Qué les parece esta idea para hacer en familia? Son cestitos de fomi para rellenar con huevitos de Pascua y después regalar a familiares o amigos. También proponemos jugar
con los niños escondiendo huevitos de chocolate por la casa y el jardín para luego buscarlos y almacenar en estas canastitas estos dulces. Sólo necesitamos una hoja de fomi, formitas adhesivas del mismo material, tijeras y ganchitos de dos patas. De esa manera no usamos la pistola de silicón y es más fácil para los niños.
PROCEDEMOS ASÍ:
1
5
) Dividimos en 4 partes iguales la hoja de fomi [teniendo el pliego acostado, las divisiones son verticales, como se ve en la imagen] y quitamos una cuarta parte.
) Cortamos el pedazo de fomi que nos queda. Hacemos dos tiras de 2.5 cm, que nos servirán para las manijas de la canastita.
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6
) Redondeamos las esquinas.
3
) Dividimos en tres, tal y como se ve en la foto, de modo que queda marcada en seis cuadrados.
4
) Cortamos sólo hasta donde se ve en la imagen, de los dos lados.
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8
) Unimos los laterales con un ganchito y una tirita.
) Unimos las tiritas con otro ganchito.
) Y ahora viene lo más divertido de hacer con los niños: pegar las formitas para decorar las cestas. Y quedan así:
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El Observador de la actualidad
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¡Se levantó de entre los muertos!
Acomoda las letras de las siguientes palabras que están en desorden. Guiándote por los números que aparecen abajo de algunas casillas, coloca las letras indicadas en la cuadrícula de abajo para que puedas descubrir una palabra relacionada con la Pascua de Resurrección de Jesús.
SALUDO DE CRISTIANOS EN PASCUA:
En lugar de un «Hola», se dice: «Cristo ha resucitado, aleluya»; y se responde: «Verdaderamente ha resucitado, aleluya».
Encuentra siete diferencias
SOLUCIÓN: Las palabras cuyas letras había que ordenar son CUERPO, ENTRAR, PIEDRA, y SEMANA. La palabra extra relacionada con la Pascua es RESUCITADO.
María Magdalena va al sepulcro
Chispitas
En clase de religión, la maestra quiere motivar a sus estudiantes para que celebren la Pascua, así que les pregunta: — ¿Saben cómo termina la Semana Santa? Y ellos contestan: — Sí, termina con la letra «A», maestra. Pocos días antes de la Pascua un indignado conejo entra al gallinero con una cesta llena de huevos blancos y les reclama a las gallinas: — ¿Cuántas veces se los tengo que decir? ¡Los quiero de colores! — ¿Cuántos huevos de Pascua se pueden poner en una canasta vacía? — Sólo uno, porque después de poner uno ya no estará vacía.
TRABALENGUAS
Paco Pascal, por la Pascua, va a pescar en vacaciones bajo una pacana; y pescará peces perca y pargo, pues pasará descansando en Pascua.