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23 de agosto de 2009 AÑO 15 No. 737 $8.00 Fundado en 1995
DE LA ACTUALIDAD
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«¿Para qué rezo si Dios no me escucha?» En busca de la oración «que sí sirve» EL OBSERVADOR / REDACCIÓN
El pasado 16 de julio, durante la celebración de los doscientos años de la ciudad de La Paz, Bolivia, y con el aplauso y aprobación de los presidentes Hugo Chávez, de Venezuela; Rafael Correa, de Ecuador, y Fernando Lugo, de Paraguay, el presidente boliviano Evo Morales aseguró que la oración es usada por la jerarquía de la Iglesia católica «como una anestesia que hace dormir al pueblo». Aseguró que, «cuando no pueden dominarnos con la ley, viene la oración y cuando no pueden humillarnos ni dominarnos con la oración viene el fusil». Según Evo Morales, la oración no es entonces sino una práctica para manipular al pueblo; por tanto, las plegarias no sólo no tienen utilidad para el hombre común, sino que hasta le son dañinas. Muy diferente resulta lo que nuestro Dios y Salvador Jesucristo —que es el Camino, la Verdad y la Vida— nos enseña: «... Y todo cuanto pidan en la oración, lo recibirán» (Mt 21, 22); «Levantaos y orad para que no caigáis en la tentación» (Lc 22, 46); «Oren en todo tiempo , para que puedan escapar de todo lo que ha de venir, y comparecer ante el HIjo del Hombre» (Lc 21, 36). A veces nosotros, los cristianos, sin llegar al extremo de lo que enseña el mundo, tampoco le creemos tanto al Señor. Al menos, alguna vez nos han surgido preguntas como éstas: ¿Por qué le tengo que pedir a Dios si Él ya sabe lo que necesitamos?, ¿Qué caso tiene rezar si a mí Dios no me hace caso?, ¿Por qué el Señor no me concede nada si yo sólo pido cosas buenas? A estas interrogantes quiere responder El Observador en este número especial, para descubrir cuál es la oración «que sí sirve», y, desde luego, empeñarnos en ella.
EDITORIAL
PEDIMOS SU ORACIÓN En acuerdo con el número especial que usted, amable lector, tiene en sus manos, El Observador emprende una campaña de oraciones para poder seguir adelante, sirviendo a la Iglesia, como hasta ahora lo ha hecho. El panorama financiero es sombrío para todos. También lo es para nosotros. Nunca, en los 14 años y un mes que lleva circulando sin interrupción el periódico, habíamos atravesado por una situación económica tan delicada. No recibimos subsidios de nadie. Somos como cualquiera otra publicación, con la salvedad de que El Observador está en absoluta comunión con el magisterio de la Iglesia, en la batalla por recuperar en México la presencia católica en la cultura, en la vida pública, en la familia y en el corazón de los seglares. No queremos ocultar el sol con un dedo: estamos en apuros. Por ello, les pedimos, humildemente, sus oraciones y, de ser posible, su ayuda material. Entendemos que lo más importante es el espíritu. Y que si hay unión de los cristianos a favor de una empresa como ésta, Dios escuchará nuestra súplica. El Observador es suyo; vive de su amabilidad, de su lectura. Nos comprometemos a seguir haciendo periodismo de calidad, porque es el único periodismo que responde a las necesidades del mundo y al mandato de Jesucristo. ¡Por favor, ayúdenos a seguir cumpliendo nuestra misión!
Periodismo Católico
PÓRTICO
SENTIDO
COMÚN
POR JAIME SEPTIÉN / JAIMESEPTIEN@GMAIL.COM
En el debate hacia la reforma del artículo 2 de la Constitución local ha habido un gran «convidado de piedra»: el sentido común. Se nos dice que no podemos detener el reloj de la historia; que el progreso nos invita a considerar que existen personas a las cuales se les puede tratar como cosas y cosas a las cuales se les puede tratar como personas. Desde el punto de vista de las cosas como son, es que la vida es la vida y que donde hay vida no puede no haberla. Que donde hay un «quién» no hay un «que»; donde hay un «alguien» no hay un «algo». El problema que enfrentamos es el de querer definir la vida. Porque la vida es –por sentido común– indefinible, es un misterio o es un milagro, que si se pretenden definir dejarían de ser tales. La vida se define por sí misma: es un principio que tiene por principio su propio principio. Un ser humano no es un «qué» que a la doceava o a la catorceava semana o al tercer minuto después de la concepción se convierte en un «quién»; «algo» que se vuelve, como por ensalmo, «alguien». Es una tontería que solamente los ideólogos o los intelectuales –que son los más crédulos que nadie en el mundo– pueden esgrimir como verdad irrefutable. En estos debates sale a relucir el progreso una vez y otra vez. A quienes se les mira por algún lado la fe, se les endilga ir en contra del progreso de la sociedad. No veo por donde sea mejor una sociedad que quiere definir el principio de la vida a otra que se conforma con defenderla desde el principio. Pero hay algo más: nosotros inventamos el progreso. Por lo tanto, nosotros podemos cambiar el giro de sus pasos. Más si esos pasos conducen al abismo donde el débil no tiene voz, no tiene voto y no tiene derecho a lo único que tiene derecho: a vivir. Apostar por el sentido común en el debate por la vida es dejar a un lado la vida definida por los «expertos» y legislar a favor de la vida vivida por los vivientes. Cualquiera sabe qué es vivir. Y se aferra a esa sabiduría que nos viene de muy lejos, que nos viene desde el principio de la humanidad, sea cuando Dios sopló sobre las narices de Adán, sea cuando permitió que la cadena de la evolución derivara en esta majestuosa criatura llamada hombre. Ahí está la vida. ¿Es tan difícil reconocerla desde una tribuna legislativa? Los legisladores que tienen en sus manos la creación de buenas leyes, leyes que fomenten el bien común ¿de veras creen que van a tener algún poder sobre esa fuerza sobrehumana que nos atenaza y que constituye nuestro mayor tesoro en el trasunto de la existencia? Por supuesto que no. Señores legisladores: acaben con este debate. Voten por el sentido común.
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MIRADAS
23 de agosto de 2009, AÑO 15, No. 737
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DESDE MI MESA DE LECTURA
ORAR. SU PENSAMIENTO ESPIRITUAL, DE JUAN XXIII POR JAIME SEPTIÉN / jaimeseptien@elobservadorenlinea.com
Es un libro maravilloso de un Papa maravilloso. Lo publicó en el año 2000 la editorial Planeta, en su colección «Testimonio» que dirigía nuestro amigo Álex Rosal. Su lectura abarca toda la bondad y la fortaleza del «Papa Bueno», del beato Juan XXIII, aquél que –según la prensa de su tiempo—había sido elegido como «un Papa de transición» por su edad avanzada (77 años, lo mismo que el actual Papa, Benedicto XVI), y terminó revolucionando la vida de la Iglesia al convocar el Concilio Vaticano II. Orar para salvarnos
«Un día sin oración es como el cielo sin sol, o un jardín sin flores», escribió Juan XXIII. Así, con esa sencillez llena de colorido, de vida íntima con el Señor y de sabiduría propia del pueblo, Angelo Giuseppe Roncalli dejó su testamento espiritual. Para él, «la oración es el aliento del alma»; siguiendo a san Alfonso María de Ligorio, pensaba que «quien ora, se salva; quien no ora, se condena». Para el Papa Roncalli, «nuestro deber es ser santos». Pero no santos alejados del mundo, pues «santidad quiere decir vida pura (…), justicia perfecta en las relaciones sociales». Combinar la fe y las obras: «ni fe sola, ni obras solas, sino la asociación perfecta de la una y de las otras». El Papa pensaba y actuaba muy en consonancia con aquellas terribles y proféticas palabras de Léon Bloy: «Sólo existe una tristeza, la de no ser santos». Y enderezó todo su magisterio para que la Iglesia volviese a proclamar la hora del laico, es decir, la hora de la santidad en la vida cotidiana, en lo más humilde del trabajo, en la redención de los otros a través del amor, a ejemplo del amor infinito de Jesús por sus hermanos los hombres: «Todo lo que nos acerca a Jesús es bueno», decía. Y remataba: «Todo lo que nos aleja de Jesús es malo y funesto». Firmes en la fe
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Si algo caracterizó al Papa Juan XXIII – «un regalo para la Iglesia», según lo llamó Juan Pablo II—fue la firmeza inamovible de su fe sencilla y, al mismo tiempo, informada. No la llamada «fe del carbonero», sino la de aquel que hace de la Ley del Amor su única bandera. Sobre todo porque, tal y como lo indica su raíz hebrea, el amor del que hablaba Jesucristo es conocimiento. Voy a tratar de resumir en una oración del propio beato Juan XXIII la enseñanza de su testamento espiritual: «Debemos estar firmes en el Señor, para conservar aquella estabilidad y firmeza que es la distinción de los hombres fuertes y decididos. Firmes en la fe ante los halagos del error, con los que Satanás, transfigurado a veces en ángel de luz, intenta hacer olvidar la herencia sagrada del cristianismo. Firmes en la moral, en la práctica generosa de los diez mandamientos, de los preceptos de la Iglesia, y de las catorce obras de misericordia, para resistir a las seducciones que aquí y allá dejan oír su voz de sirenas embusteras. Firmes en el Señor, para conocerlo, amarlo y servirlo, alimentados por la gracia, con su misma vida, alimentados con su precioso cuerpo, que es prenda de vida eterna y de gloria futura. Firmes en la obediencia fiel a la sagrada jerarquía, que representa a Cristo en medio de vosotros, asegurándoos la autenticidad de vuestro homenaje a Dios». Muchos secretos se extraen de este libro. Pero hay uno, que nos lo dice como en susurro el «Papa Bueno» y que puede convertirse en ley de nuestra vida: «El secreto de la verdadera felicidad y de la paz es la sumisión humilde a Dios». JUAN XXIII. Orar. Su pensamiento espiritual. Selección y traducción de José Luis González-Balado. Editorial Planeta. Barcelona, 2000.
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ESPECIAL: LA ORACIÓN
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«Oren en todo tiempo... Perseveren en sus oraciones sin desanimarse nunca» (Ef 6, 18) Siete consideraciones para alcanzar la oración que sí funciona POR DIANA R. GARCÍA B.
1. ¿Para qué oro? ¡Dios nunca me hace caso cuando rezo! «No tengo ganas de orar, ¿para qué hacerlo si a mí Dios no me escucha nunca?»; «Dicen que Dios sí me oye, pero de nada me sirve porque igual no atiende a mis súplicas»; «Yo, cuando rezo, sólo pido cosas buenas, cosas que no van en contra de la voluntad de Dios; ¿entonces por qué a otros sí les hace caso y a mí no?»; «Dicen que Dios me ama; si es así, ¿por qué dejó que se muriera mi papá después de tanto que rezamos para que se curara?».
un consuelo a su medida, tacharán a Dios de ser sordo a sus peticiones. ‘Son ese tipo de personas —decía Martín Descalzo— que tienen a Dios como un aviador su paracaídas: para los casos de emergencia, pero esperando no tener que usarlo jamás’». Ésta sería, pues, una lamentable pero muy común visión utilitarista de Dios, es decir: Dios debe estar a mi servicio y no yo al servicio de Él; Dios es bueno si hace lo que le pido; Dios no me ama o no existe si no me cumple aquello por lo que le recé.
¿Todo cuanto pidan en la oración...?
Expresiones como las anteriores todos las hemos escuchado; incluso alguna vez nosotros mismos, cristianos, las hemos esgrimido en momentos de desaliento. Y es que no hay nada más doloroso que descubrir la —aparente— ineficacia de la oración, que choca tan abiertamente con lo prometido por Dios mismo en las Sagradas Escrituras. San Alfonso María de Ligorio da un rápido resumen de dichas promesas bíblicas en su libro El gran medio de la oración: «Invócame en el día de la tribulación... Llámame y Yo te libraré... Llámame y Yo te oiré ... Pedid y se os dará... Buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá.. Cosas buenas dará mi Padre que está en los cielos a aquel que se las pida... Todo aquel que pide, recibe... Lo que queráis, pedidlo, y se os dará. Todo cuanto pidieren, lo hará mi Padre por ellos. Todo cuanto pidáis en la oración, creed que lo recibiréis y se hará sin falta. Si alguno pidiereis en mi nombre, os lo concederá».
Los pecadores también deben orar Pedir no es malo
Lo anterior no significa que orar para pedir sea malo, pero sí es una llamada de atención en el sentido de que orar es mucho más que sólo estar solicitando favores. El Catecismo de la Iglesia Católica hace notar que ciertamente la petición es la forma de oración «más habitual, por ser la más espontánea» (n. 2629). Pero también recuerda que hay muchos otros modos de orar; por ejemplo, la ora-
La teoría del instructivo incompleto
Y aquí empieza uno a hacer interpretaciones para salvar su fe: «Seguramente Jesucristo quiso decir otra cosa y los apóstoles lo malentendieron»; «como los evangelistas sólo pusieron por escrito una pequeña parte de la enseñanza de Cristo [cfr. Jn 21, 25], tal vez no anotaron todo lo que el Señor les enseñó acerca de la oración, y por eso ésta casi nunca nos funciona, porque no nos llegaron las instrucciones completas». Conclusiones así nos ayudan a no arrojar la toalla, a no condenar a Dios, a seguir creyendo o a intentar seguir creyendo. Pero, por desgracia, el sentimiento de fracaso, la sensación de haber sido burlados por las sentencias bíblicas, puede llevar —y de hecho ha llevado a muchos en todas las épocas— a la abierta enemistad con el Altísimo, o a dudar seriamente de su existencia. La teoría del Dios ficticio
Escribe el ingeniero Alfonso Aguiló en su libro ¿Es razonable ser creyente? (Ediciones Palabra) este ejemplo de una mujer decepcionada: «Me siento engañada. Me habían dicho que Dios era bueno y protegía y amaba a los buenos, que la oración era omnipotente, que Dios concedía todo lo que se le pedía... Empiezo a pensar que detrás de ese nombre, Dios, no hay nada. Que es todo una gigantesca fábula. Que me han engañado como a una tonta desde que nací». Y volvemos a lo mismo: si se supone que Dios es no sólamente todopoderoso, sino que nos ama tanto como verdadero Padre, ¿cómo es que no atiende las súplicas de sus hijos? Es más, ¿quién fue el... sinvergüenza al que se le ocurrió escribir en la Biblia, como salidas de la boca de Jesús, las siguientes palabras?: «Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca halla, y al que llama se le abrirá. ¿O hay acaso alguno entre vosotros que al hijo que le pide pan le dé una piedra; o si le pide un pez, le dé una culebra? Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que se las pidan!» (Mt 7, 7-11). Como la fórmula bíblica no funciona, luego entonces Dios es sólo una ilusión. La teoría del Dios a mi servicio
El mismo Alfonso Aguiló hace notar de inmediato, tras el ejemplo de la frustrada mujer, que la actitud con la que muchos suelen recurrir a la oración es la más inapropiada, comenzando por el hecho de que nunca o casi nunca rezan sino cuando tienen una necesidad, «y si no reciben rápidamente
Corazón de Jesús, a quien el Señor le concedió revelaciones privadas desde 1921 hasta su muerte, en 1923. El Señor le dijo: «Estas almas no me conocen; no han comprendido lo que es mi divino Corazón…porque precisamente sus miserias y sus faltas son las que inclinan hacia ellas mi Bondad. Si reconocen su impotencia y debilidad, si se humillan y vienen a Mí llenas de confianza, me glorifican mucho más que antes de haber caído».
ción de acción de gracias, con la que se reconoce que todo bien recibido es obra de la mano de Dios; la oración de alabanza, en la que se le da gloria Dios no por lo que hace sino por lo que es, y la oración de adoración, en la que, al reconocer que Dios es Dios, se ejerce una sumisión voluntaria a Él. Obviamente, Dios quiere que le pidamos. Por eso, cuando los discípulos le suplicaron: «Señor, enséñanos a orar» (Lc 11, 1), Jesús les enseñó el Padrenuestro, una oración compuesta por un saludo y siete peticiones (Mt 6, 9-13). Pedirle a Dios es un modo de glorificarlo pues así se reconoce que es el verdadero y único Señor de la historia, capaz de cambiar los acontecimientos y hasta de pasar por alto las leyes de la naturaleza. De igual modo, la oración de petición puede constituir un acto de humildad, pues hace evidente que el que reza no es autosuficiente sino una siemple criatura, necesitada de la bondad divina. La promesa de ser escuchados es para todos
Como explica el mismo Catecismo en su número 2565, «la oración es la relación viva de los hijos de Dios con su Padre infinitamente bueno, con su Hijo Jesucristo y con el Espíritu Santo». Visto así, quien se acuerda de Dios sólo cuando tiene una necesidad, obviamente no es una persona que mantiene con una relación correcta con el Señor. Sin embargo, aun cuando alguien no se acuerde nunca de hablar con Dios sino cuando tiene una súplica que hacerle, esta oración tiene su importancia en el sentido de que «la petición ya es un retorno hacia Él» (CIC, n. 2629). Más aún, la promesa de que «todo el que pide recibe; el que busca halla, y al que llama se le abrirá» (Mt 7, 8) la hizo Cristo sin excluir a nadie, porque en Dios no hay exclusión de personas. Todo el que pide con fe recibe, no importa si no es cristiano, si es un protestante o si es un católico muy pecador. Hay a quienes el sentimiento de indignidad les impide acercarse a la oración. Jesucristo habló de esto a sor Josefa Menéndez , religiosa española de la Sociedad del Sagrado
Escribre san Alfonso María de Ligorio en su tratado El gran medio de la oración: «No faltará alguno que dirá por ventura: soy pecador y por tanto no puedo rezar, porque leí en las Sagradas Escrituras: ‘Dios no oye a los pecadores’. Mas nos ataja santo Tomás de Aquino.... [diciendo] que eso sólo se puede decir del pecador, en cuanto es pecador, esto es, cuando pide al Señor medios para seguir pecando, como si se pidiese al Cielo ayuda para vengarse de su enemigo o para llevar adelante alguna mala intención. Y otro tanto puede decirse del pecador que pide al Señor la gracia de la salvación sin deseo de salir del estado de pecado en que se encuentra». En tales casos, «sus oraciones no pueden ser oídas de Dios, porque son temerarias y abominables. ¿Qué mayor temeridad la de un vasallo que se atreve a pedir una gracia a su rey, a quien no tan sólo ofendió mil veces, sino que está resuelto a seguir ofendiéndole en lo venidero? Así entenderemos por qué razón el Espíritu Santo llama detestable y odiosa la oración de aquel que por una parte reza a Dios y por otra parte cierra los oídos para no oír y obedecer la voz del mismo Dios. Lo leemos en el Libro Sagrado de los Proverbios: ‘Quien cierre sus oídos para no escuchar la ley, execrada será de Dios su oración’. A estos desatinados pecadores les dirige el Señor aquellas palabras del profeta Isaías: Por eso, ‘cuando levantareis las manos hacia Mí, Yo apartaré mi vista de vosotros, y cuantas más oraciones me hiciereis, tanto menos os escucharé’... «Hay pecadores que han caído por fragilidad o por empuje de una fuerte pasión y son ellos los primeros en gemir... y en desear que llegue por fin la hora de romper aquellas cadenas y salir de tan mísera esclavitud. Piden ayuda al Señor, y si esta oración fuere constante, Dios ciertamente los oirá... Lo que la amistad no consigue, dice el Crisóstomo, obtiénese por la oración... San Agustín razona muy bien cuando dice que si Dios no oyera a los pecadores, inútil hubiera sido la oración de aquel humilde publicano que le decía: ‘Señor, tened piedad de mí, pobre pecador’. Sin embargo, expresamente nos dice el Evangelio que fue oída su oración y que ‘salió del templo justificado’. «Mas ninguno estudió esta cuestión como el Doctor Angélico, y él no duda en afirmar que es oído el pecador, cuando reza; y trae la razón que, aunque su oración no sea meritoria, tiene la fuerza misteriosa de la impetración, ya que ésta no se apoya en la justicia, sino en la bondad de Dios». Condiciones para que la oración sí «funcione»
Es, pues, un hecho indiscutible —que jamás debemos olvidar— que Dios siempre escucha. Es más, como dice el presbítero español Franciso Fernández Carvajal en su libro Hablar con Dios (Ediciones Palabra), «Jesús nos oye siempre, también cuando parece que calla. Quizá es entonces cuando más atentamente nos escucha; quiere que le pidamos confiadamente, sin desánimo, con fe». Entonces —volvemos al principio—, ¿por qué no vemos resultados en la oración? ¿Por qué seguimos sintiéndonos frustrados a la hora de pedirle algo a Dios? ¿Por qué, por qué? Definitivamente porque fallamos en alguna de las cuatro grandes condiciones que el Señor nos ha enseñado como necesarias para que la oración «funcione»: tener fe al pedir, ser perseverantes en nuestro rezo, pedir cosas buenas y hacerlo con humildad. ¿Realmente las cumplimos cabalmente? ¿No será que nos rendimos fácilmente si no vemos resultados inmediatos? ¿Acaso confiamos al cien por ciento en que Dios nos va a atender? Y, de las cosas que pedimos, ¿no será que no son tan «buenas» como pretendemos o, mejor todavía, no será que Dios tiene pensado para nosotros algo aún mejor?
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ESPECIAL: LA ORACIÓN
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2. ¿De verdad creemos sin vacilar que Dios nos dará lo que le pedimos? «Jesús les respondió: «Yo les aseguro: si tienen fe y no vacilan, .... si dicen a este monte: ‘Quítate y arrójate al mar’, así se hará. Y todo cuanto pidan con fe en la oración, lo recibirán» (Mt 21, 21-22) Dice san Agustín que «Dios está más deseoso de conceder que nosotros de recibir». Sin embargo, para recibir eso que solicitamos en la oración, el Señor nos pide como primer e indispensable requisito que creamos sin vacilar que se nos va a conceder. La fe que falta
A veces puede suceder que estemos totalmente convencidos del poder infinito de Dios, de que Él efectivamente hace milagros e interviene constantemente en la vida humana; es decir, podemos tener una gran fe en el poder de Dios. Pero puede resultar que, al mismo tiempo, no estemos seguros, convencidos, afianzados en la creencia de que Dios nos va a conceder eso que pedimos, dudamos que sea voluntad divina. «Dios sanó a mi vecino de cáncer, pero a mí... ojalá que a mí también; yo, por las dudas, le voy a pedir que me cure». Un pensamiento como éste, por fugaz que sea, no muestra esa confianza que Dios espera de nosotros. Y es que en el fondo, si bien tenemos fe en que puede librarnos de la enfermedad, no tenemos fe en que quiera librarnos de ella.
Aquel que se pone a orar con duda y desconfianza, nada puede recibir. «Nada alcanzará, porque la necia desconfianza que turba su corazón será un obstáculo para los dones de la divina misericordia», dice san Alfonso María de Ligorio. Y san Basilio: «No pediste bien cuando pediste con desconfianza».
El que vacila ya fracasó
Ya con eso el orante va por mal camino, pues dice Santiago, el hijo de Alfeo, que cuando uno le pide algo al Señor debe hacerlo «con fe, sin vacilar; porque el que vacila es semejante al oleaje del mar, movido por el viento y llevado de una a otra parte. Que no piense recibir cosa alguna del Señor un hombre como éste» (Stgo 1, 6-7). Y no hay que sospechar que esta sentencia sea una particular opinión del apóstol colada extrañamente en la Biblia, pues el propio Jesús ya había dicho: «Yo les aseguro: si tienen fe y no vacilan, .... si dicen a este monte: ‘Quítate y arrójate al mar’, así se hará. Y todo cuanto pidan con fe en la oración, lo recibirán» (Mt 21, 21-22). A la religiosa sor Josefa Menéndez el Señor Jesús le reveló particularmente esta misma doctrina: «Si vacilan, si dudan de Mí, no honran mi Corazón. Pero si esperan firmemente lo que me piden, sabiendo que sólo puedo negárselo si es conveniente al bien de su alma, entonces me glorifican».
Cómo hacer «violencia» a Dios
Es posible que suceda que estemos totalmente convencidos del poder infinito de Dios, de que puede concedernos eso que le pedimos; pero, al mismo tiempo, quizá no creemos que Él esté dispuesto a favorecernos. «Si vacilan, si dudan de Mí, no honran mi Corazón», dijo Jesucristo a sor Josefa Menéndez
Cristo no puso un límite a su omnipotencia. Por lo mismo, a pesar de nuestra falta de fe, bien podría darnos lo que le pedimos. Entonces, ¿por qué no lo hace? Porque nos falta confianza. Dice san Alfonso María de Ligorio que «la causa de que nuestra confianza en la misericordia divina sea tan grata al Señor es porque de esta manera honramos y ensalzamos su infinita bondad, que fue la que Él quiso sobre todo manifestar al mundo cuando nos dio la vida». A santa Gertrudis le reveló el Señor que el que pide con confianza tiene tal fuerza sobre su corazón, que no parece sino que le obliga a oírle y darle
todo lo que pide. Lo mismo afirmó san Juan Clímaco: «La oración hace dulcemente violencia sobre Dios». ¿Qué hacer cuando la confianza se nos escapa?
Vuelve san Alfonso María de Ligorio con sus enseñanzas: «Verdad es que hay momentos en que, por aridez del espíritu o por otras turbaciones, que agitan nuestro corazón, no podemos rezar con la confianza que quisiéramos tener. Mas ni en estos casos dejemos de rezar, aunque tengamos que hacernos violencia... ¡Oh, cómo se complace el Señor al ver que en la hora de la tribulación, de los temores y de la tentación, seguimos esperando en Él contra toda esperanza, esto es, contra aquel sentimiento de desconfianza que la desolación interior quiere levantar en nuestro espíritu!... Perseveremos en la oración hasta el fin. Así lo hacía el Santo Job, el cual repetía generoso: ...Dios mío, aunque me arrojes de tu presencia no dejaré de orar». Y ése es, precisamente, el segundo requisito para obtener lo que pedimos en la oración: la perseverancia. D. R. G. B.
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3. Si Dios siempre me escucha, ¿por qué tarda tanto en responder? «La oración del justo tiene mucho poder con tal de que sea perseverante» (Stgo 5, 16) «La única razón por la que obtenemos tan poco de Dios es porque le pedimos demasiado poco y con poca insistencia.... No hay que cansarse de orar. Los que se cansan después de haber rogado durante un tiempo... no merecen ser escuchados.... Es tener muy poca confianza en la bondad de Dios el desesperar tan pronto, el tomar las menores dilaciones por rechazos absolutos». El siglo de la inmediatez
Lo anterior fue escrito por san Claudio de la Colombiere en el siglo XVII, pero pareciera que al presente tuviera más actualidad que en aquel entonces dada la vida acelerada y la búsqueda de inmediatez que padecemos hoy. Si ya no invertimos tiempo ni en cocer frijoles —para algo existen los enlatados— ni en preparar una elaborada comida en casa — mejor se pide pizza o cualquier otra versión de «comida rápida»—, no es de extrañar que en lo referente a la vida espiritual también queramos todo fácil y al instante. Pero Dios tiene una visión totalmente diferente de la nuestra; por eso a sus discípulos «les decía una parábola para inculcarles que era preciso orar siempre sin desfallecer: Había un juez en una ciudad, que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres. Había en aquella ciudad una viuda que, acudiendo a él, le dijo: ‘¡Hazme justicia contra mi adversario!’. Durante mucho tiempo no quiso, pero después se dijo a sí mismo: ‘Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, como esta viuda me causa molestias, le voy a hacer justicia para que no venga continuamente a importunarme’. Dijo, pues, el Señor: ‘Oíd lo que dice el juez injusto; y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que están clamando a él día y noche, y les hace esperar? Os digo que les hará justicia pronto’» (Lc 18, 1-8). Ciertamente hay respuestas a la oración que no pueden esperar. Si yo me encuentro colgando de una roca al borde de un altísimo precipicio y pido a Dios que me salve de la muerte, el Señor no va a tardar un mes, un año o una década en darme la respuesta. Pero en otras ocasiones habrá que esperar
un tiempo, insistiendo confiadamente en la oración, hasta ser testigos de la intervención de Dios. Pensemos, por ejemplo, en los famosos dieciséis años de oraciones que santa Mónica requirió para ver que se le concedía lo pedido: la conversión de su hijo Agustín. ¿Qué tan pronto es «pronto» para Dios?
¿Entonces por qué el Altísimo promete en la cita bíblica una pronta respuesta: «Os digo que [Dios] les hará justicia pronto» (Lc 18, 8)? El aparente retraso que creemos percibir en la respuesta divina a nuestras oraciones en realidad no es tal; y tampoco las sagradas Escrituras mienten; antes bien, éstas nos aclaran la situación: «No se retrasa el Señor en el cumplimien-
to de la promesa, como algunos lo suponen, sino que usa de paciencia con vosotros, no queriendo que algunos perezcan, sino que todos lleguen a la conversión» (2 Pe 3, 9). Aunque dicha cita se refiere de manera específica a la segunda venida de Cristo, explica con claridad cuál es el proceder de Dios respecto del tiempo. Por eso en el versículo anterior explicaba el apóstol: «Mas una cosa no podéis ignorar, queridos: que ante el Señor un día es como mil años y, mil años, como un día» (2 Pe 3, 8). Mas a nosotros, mortales y encerrados en el tiempo, el transcurso de las semanas, los meses y los años sin una respuesta puede parecernos intolerable; pero Dios, inventor del tiempo y ubicado por fuera del tiempo, no actúa ni antes ni después sino en el momento oportuno. «Así dice Yahveh: ‘En tiempo favorable te escucharé’» (Is 49, 8); y todo esto, como dice la Escritura, porque el Señor quiere que « todos lleguen a la conversión» (2 Pe 3, 9). «Quiere Dios salvarnos; mas, para gloria nuestra, quiere que nos
salvemos, como vencedores» apunta san Alfonso María de Ligorio en su libro El gran medio de la oración; «por tanto, mientras vivamos en la presente vida, tendremos que estar en continua guerra. Para salvamos habremos de luchar y vencer. Sin victoria nadie podrá ser coronado». A más tiempo, mayor satisfacción final
Por su parte, san Claudio de la Colombiere enseña: «Cuando se concibe verdaderamente hasta dónde llega la bondad de Dios, jamás se cree uno rechazado, jamás se podría creer que desee quitarnos toda esperanza. Pienso, lo confieso, que, cuando veo que más me hace insistir Dios en pedir una misma gracia, más siento crecer en mí la esperanza de obtenerla; nunca creo que mi oración haya sido rechazada, hasta que me doy cuenta de que he dejado de orar; cuando tras un año de solicitaciones, me encuentro en tanto fervor como tenía al principio, no dudo del cumplimiento de mis deseos; y lejos de perder valor después de tan larga espera, creo tener motivo para regocijarme, porque estoy persuadido de que seré tanto más satisfecho cuanto más largo tiempo se me haya dejado rogar. Si mis primeras instancias hubieran sido totalmente inútiles, jamás hubiera reiterado los mismos votos, mi esperanza no se hubiera sostenido». Continúa el Santo: «En efecto, la conversión de san Agustín no fue concedida a santa Mónica hasta después de dieciséis años de lágrimas; pero también fue una conversión incomparablemente más perfecta que la que había pedido». Y concluye san Claudio con una exhortación para «usted que solicita la conversión de este marido, de esta persona querida: no os canséis de rogar, sed constantes, sed infatigables en vuestras peticiones; si se os rechazan hoy, mañana lo obtendréis todo; si no obtenéis nada este año, el año próximo os será más favorable; sin embargo, no penséis que vuestros afanes sean inútiles: se lleva la cuenta de todos vuestros suspiros, recibiréis en proporción al tiempo que hayáis empleado en rogar; se os está amasando un tesoro que os colmará de una sola vez, que excederá a todos vuestros deseos».
Con la oración aun los más débiles pueden transformarse en fuertes Desde 1975 y hasta 1979, año de su muerte, el sacerdote italiano Ottavio Michelini recibió recibió una serie de revelaciones privadas y visiones de Jesucristo que contienen maravillosas enseñanzas para ser buenos cristianos y enfrentar la realidad de nuestro tiempo. Esto es parte de lo que el Señor le comunicó el 24 de noviembre de 1978: Esta mañana quiero hablarte de uno de estos bienes en particular, de la oración; ella es: + arma poderosa con la que podemos obtener de Dios todo; + arma formidable con la que aun los más débiles pueden transformarse en fuertes, hasta el punto de hacerse invulnerables a todos los ataques lanzados por los enemigos; + arma que si es usada sabiamente consigue siempre hacer prevalecer al combatiente sobre el enemigo; + es el arma empuñada constantemente por los santos y de la cual Yo, Verbo eterno de Dios, he hablado ampliamente en el Evangelio. La oración es, pues, el arma por Mí confiada a mi Iglesia como «garantía de seguridad y de cobertura»; es un arma infalible si se usa con humildad, fe, esperanza y amor; es decir, si es usada en las condiciones de perfecta salud espiritual, en cuanto que quien usa esta arma debe estar en Gracia de Dios, ya que la Gracia nos liga a Dios con un «pacto de amistad», esencial a todos los efectos, sea para las victorias particulares como para la victoria final...
La oración es como saeta que penetra y rasga esta oscuridad como un rayo luminoso, como una flecha imparable; es arma poderosa que detiene siempre la arrogancia del Enemigo y lo pone en fuga.
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4. Yo pedí sólo cosas buenas, y definitivamente Dios no me las concedió Jesús se adelantó un poco, y cayó en tierra suplicando que, si era posible, no tuviera que pasar por aquella hora. Decía: ‘Abbá —o sea, Padre—, si para Ti todo es posible, aparta de Mí esta copa. Pero no se haga lo que Yo quiero, sino lo que quieres Tú» (Mc 14, 35-36) «
Si realmente hemos pedido con fe, y si también fuimos perseverantes en la oración, ¿por qué aun así no siempre recibimos de parte de Dios lo que le solicitamos? El apóstol Santiago responde: «Pedís y no recibís porque pedís mal» (Stgo 4, 2- 3). No pidamos cosas mezquinas
Es verdad: con frecuencia lo que se pide en la oración no es totalmente bueno ni totalmente puro; aun cuando tenga elementos que lo hagan conveniente —la salud de una persona, un empleo en tal o cual lugar—, aquel deseo puede estar contaminado por inconvenientes intereses —quiero que mi padre se cure porque lo amo pero también para que me siga manteniendo, deseo aquel puesto de trabajo no sólo para ganarme el pan sino para estar más cerca de aquella persona que me interesa aunque sea casada—. Por eso exhorta san Agustín: «Tratamos con un Dios que es infinito en poder y riquezas. No le pidamos cosas ruines y mezquinas, sino cosas muy altas y grandes. Pedir a un rey poderoso un céntimo vil, sería sin duda una especie de injuria. ¿ Y no lo será hacer lo mismo con nuestro Dios? Aunque seamos pobres y miserables y muy indignos de los beneficios divinos, sin embargo, pidamos al Señor gracias muy grandes, porque así honramos a Dios». Añade el santo que pedimos no pocas veces a Dios bienes temporales y no nos escucha, y que esto es porque nos ama y nos quiere bien: «Cuántos que caen en pecados, estando sanos y ricos, no
caerían si se encontraran pobres o enfermos. Y por esto cabalmente a algunos que le piden salud del cuerpo y bienes de fortuna se los niega el Señor». Pero lo anterior «no quiere decir —afirma san Alfonso María de Ligorio— que sea una falta pedir cosas convenientes para la vida presente. También las pedía el Sabio en las Sagradas Escrituras: ‘Dame tan sólo, Señor, las cosas necesarias para la vida cotidiana’... Por eso, cuando pedimos a Dios gracias temporales, debemos pedirlas con resignación y a condición de que sean útiles para nuestra salvación eterna. Si por ventura el Señor no nos las concediera estemos seguros de que nos las niega por el amor que nos tiene, pues sabe que serían perjudiciales para nuestro progreso espiritual que es lo único que merece consideración». Lo primero que se debe pedir
Otro tanto afirma san Claudio de la Colombiere: Jesucristo «nos ha prescrito observar un orden en todo lo que pedimos y, sin la observancia de esta regla, en vano esperaremos obtener nada. En San Mateo se nos ha dicho: ‘Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura’. No se os prohíbe desear las riquezas, y todo lo que es necesario para vivir, incluso para vivir bien; pero hay que desear estos bienes en su rango, y si queréis que todos vuestros deseos a este respecto se cumplan infaliblemente, pedid primero las cosas más importantes, a fin de que se añadan las pequeñas al daros las ma-
yores. He aquí exactamente lo que le sucedió a Salomón... Su prudencia le mereció en seguida lo que pedía e incluso lo que no pedía: ‘Te concedo de gusto esta sabiduría porque me la has pedido, pero no dejaré de colmarte de años, de honores y de riquezas, porque no me has pedido nada de todo esto’. Si este es el orden que Dios observa en la distribución de sus gracias, no nos debemos extrañar de que hasta ahora hayamos orado sin éxito». Y añade el santo jesuita francés: «Os confieso que a menudo estoy lleno de compasión cuando veo la diligencia de ciertas personas, que distribuyen limosnas, que hacen promesa de peregrinaciones y ayunos, que interesan hasta a los ministros del altar para el éxito de sus empresas temporales. ¡Hombres ciegos, temo que roguéis y que hagáis rogar en vano! Hay que hacer estas ofrendas, estas promesas de ayunos y peregrinaciones, para obtener de Dios una entera reforma de vuestras costumbres, para obtener la paciencia cristiana, el desprecio del mundo, el desapego de las creaturas; tras estos primeros pasos de un celo regulado, hubierais podido hacer oraciones por el restablecimiento de vuestra salud y por el progreso de vuestros negocios; Dios hubiera escuchado estas oraciones, o mejor, las hubiera prevenido y se hubiera contentado de conocer vuestros deseos para cumplirlos». ¿Y cuando pedimos cosas buenas?
Sin embargo, hay ocasiones en que realmente pedimos cosas en orden a nuestra salvación eterna,
«Lo que ustedes piden puede estar bien hoy, pero no mañana. Ustedes sólo saben el presente, Dios conoce también lo futuro» Esto le reveló Jesús a la mística María Valtorta: «Ved que os pongo en guardia contra un error común. No hagáis como si fueseis débiles en la fe o en el amor, así hacen los paganos de la religión verdadera —porque también entre los fieles hay paganos—, los cuales sienten que muere su fe si no son escuchados. «Pedís y justo os parece el pedir. En realidad, en ese instante no sería ni siquiera injusta aquella gracia. Pero la vida no termina con ese momento: y lo que puede estar bien hoy, no lo podrá estar mañana. Esto no lo sabéis porque tan sólo sabéis el presente, y es también esto una gracia de Dios. Pero Él conoce también lo futuro, y muchas veces para ahorraros una pena ma-
yor, no escucha vuestra plegaria. En el año de vida pública más de una vez he oído decir a corazones: “Cuánto sufrí cuando Dios no me escuchó. Pero ahora: ‘Estuvo mejor así porque esa gracia me habría impedido llegar a esta hora de Dios’”. He oído a otros que dicen y que me dicen: “¿Por qué, Señor, no me escuchas? Lo haces con todos y conmigo no”. Y, sin embargo, aun cuando duele el ver sufrir, he dicho: “No puedo, porque si los hubiese escuchado habría puesto un obstáculo en su vuelo a la perfección. «Algunas veces también el Padre dice: “No puedo”, no porque no pueda realizar al punto ese acto, sino porque sabe las consecuencias futuras. Oíd: un niño está enfermo del estómago. La madre llama al médico y este dice: “Para curarlo es menester que no coma
nada”. El niño llora, chilla, suplica, parece que se va a morir. La madre, siempre buena, une sus lamentos a los de su hijo. Le parece duro lo que dijo el médico; le parece que pueda hacer mal a su hijo el no comer y el tanto llorar. Pero el médico permanece inflexible. Al fin dice: “Mujer: yo sé y tú no sabes. ¿Quieres perder a tu hijo, o quieres que te lo salve?” La madre grita: “Quiero que viva”. “Entonces”, dice el médico, “no puedo permitir que coma. Sería su muerte”. También el Padre algunas veces dice así. Vosotras, madres compasivas de vuestro “yo”, no queréis oírlo llorar porque no ha obtenido lo que pedía. Pero Dios dice: “No puedo. Sería tu mal”. Llega el día, o llega la eternidad, en que se dirá: “¡Gracias, Dios mío, por no haber escuchado mi necedad!”».
Una experiencia de oración Lo siguiente fue escrito por un atleta al quedar paralítico a la edad de 24 años. Pedí a Dios ser fuerte a fin de ejecutar proyectos grandiosos, y Él me hizo débil para conservarme humilde. Pedí a Dios que me diera salud para realizar grandes empresas, y Él me dió enfermedad para comprenderlo mejor. Pedí a Dios riquezas para poseerlo todo, y Él me dejó pobre para no ser egoísta. Pedí a Dios poder para que los hombres precisaran de mí, y Él me dió humildad para que Él me precisara. Señor, no recibí nada de lo que pedí, pero me diste todo lo que yo precisaba. ¡ Alabado sea el Señor ! Entre todos los hombres nadie tiene más que yo. Fuente: http://www.misionerosdelapalabra.org
y aun así Dios no parece escuchar. ¿Qué ocurre aquí? Responde san Alfonso María de Ligorio: «Sucede también a menudo que pedimos al Señor que nos libre de una tentación peligrosa, mas el Señor no nos escucha y permite que siga la guerra de la tentación. Confesemos entonces también que lo permite Dios para nuestro mayor bien. No son las tentaciones y malos pensamientos los que nos apartan de Dios, sino el consentimiento de la voluntad. Cuando el alma en la tentación acude al Señor y la vence con el socorro divino, ¡cómo avanza en el camino de la perfección! ¡Qué fervorosamente se une a Dios! Y por eso cabalmente no la oía el Señor». El monje dominico francés Antonin Dalmace Sertillanges se refiere a este proceder del Señor con una genial frase: «Dios muchas veces nos ayuda no ayudándonos». Hasta el propio san Pablo atestigua haber sido «víctima» del «no» divino. El santo era presa de un mal o de una tentación muy particular y gave, y oraba al Señor para que se la quitara: «Por este motivo tres veces rogué al Señor que la alejase de mí. Pero Él me dijo: ‘Te basta mi gracia, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza’» (2 Co 12, 8-9). ¿Hágase mi voluntad o la de Dios?
Quien de verdad confía en el Señor debe estar dispuesto a
aceptar su voluntad, porque siempre será de más provecho que la nuestra. «Así como elcielo está muy alto por encima de la tierra, así también mis caminos se elevan por encima de sus caminos y mis proyectos son muy superiores a los de ustedes» (Is 55, 9), dice Yahveh. Por eso escribe José Antonio Pagola en su libro La oración de Cristo y la oración de los cristianos que «la eficacia de la oración no consiste en que Dios cambie su voluntad para hacer la nuestra, sino en que nosotros conformemos nuestra voluntad a la suya. De ahí, que todas nuestras peticiones deben estar condicionadas al plan salvífico de Dios». San Francisco de Borja, antes de convertirse en jesuita, era un hombre casado y rezaba por la salud de su esposa enferma con total confianza. El Señor se le apareció y le dijo: «Te concedo lo que me pides: la salud de tu esposa, pero te advierto que ni a ti ni a ella les conviene». El santo, entonces, aceptó con generosidad la voluntad de Dios y su esposa falleció a los pocos días. Por eso, cuando pedimos a Dios algo, es recomendable repetir lo que Jesucristo mismo nos enseñó cuando oraba en el Huerto de los Olivos: «Abbá —o sea, Padre—,... no se haga lo que Yo quiero, sino lo que quieres Tú» (Mc 14, 35-36). D. R. G. B.
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5. Si Dios ya sabe lo que necesitamos, ¿por qué se lo tenemos que decir? «Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes. Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios para que, llegada la ocasión, os ensalce; confiadle todas vuestras preocupaciones, pues Él cuida de vosotros» (1 Pe 5, 5-7) Es verdad, lo dice Jesucristo en las Sagradas Escrituras: «antes de que ustedes pidan, su Padre ya sabe lo que necesitan» (Mt 6, 8). Y, sin embargo, también dice: «Pidan y se les dará» (Mt 7, 7). Cuando el Señor llegó a Jericó, un mendigo ciego le gritaba: «Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí» (Mc 10, 47). Así hizo insistentemente, a pesar de las desaprobaciones de la gente, hasta que Jesús se detuvo y lo hizo llamar. Luego Cristo le hizo la más extraña pregunta: «¿Qué quieres que haga por ti?» (Mc 10, 51). ¡Vaya! ¿Qué no era obvio? ¡El hombre estaba ciego y necesitaba recobrar la vista! Si Dios sabe todo, ¿por qué el ciego tuvo qué decirle cuál era su necesidad? Afortunadamente el ciego fue lo bastante humilde para responder al instante: «‘Rabbuní, ¡que vea!’. Jesús le dijo: ‘Vete, tu fe te ha salvado’. Y al instante [el ciego] recobró la vista y le seguía por el camino» (Mc 10, 51-52). Es que «la oración, sepámoslo o no, es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de Él» (CIC, n. 2560), y «la petición ya es un retorno hacia Él» (CIC, n. 2629). Así, aunque Dios ya sepa lo que necesitamos, el que nosotros demos el paso de acercarnos a Él y decírselo es algo que redunda en nuestro beneficio, y por eso el Señor quiere que le pidamos. Quien se niega a hacerlo alegando el conocimiento infinito del Señor, sencillamente no ha entendido nada del amor que Dios nos tiene, o bien carece de la humildad para acercarse a pedir. La humildad, precisamente, es la cuarta y última condición para que la oración «funcione». Jesús nos lo enseña a través de la parábola de los dos hombres que subieron al templo a orar: «El fariseo, de pie, oraba en su interior
de esta manera: ‘¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros’... En cambio, el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: ‘¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!’. Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado» (Lc 18, 9-14). Por falta de humildad alguien puede negarse a orar; pero también puede ocurrir que sí haga oración, pero con soberbia. «Escucha el Señor —dice san Alfonso María de Ligorio— bondadosamente las oraciones de sus siervos, pero sólo de sus siervos sencillos y humildes, como dice el Salmista: Miró el Señor la oración de los humildes. Y añade el apóstol Santiago: Dios resiste a los soberbios y da sus gracias a los humildes. No escucha el Señor las oraciones de los soberbios que sólo confían en sus fuerzas, antes los deja en su propia miseria». Un día le dijo el Señor a santa Catalina de Siena: «Aprende, hija mía, que el alma que persevera en la oración humilde, alcanza todas las virtudes». Y advierte san Claudio de la Colombiere: «Los que se cansan después de haber rogado durante un tiempo, carecen de humildad o de confianza; y de este modo no merecen ser escuchados. Parece como si pretendierais que se os obedezca al momento vuestra oración como si fuera un mandato... ¿Qué? ¿Acaso vuestro orgullo no os permite sufrir que os hagan volver más de una vez para la misma cosa? Es tener muy poca confianza en la bondad de Dios el desesperar tan pronto, el tomar las menores dilaciones por rechazos absolutos». D. R. G. B.
Quien reza y queda decepcionado es por ponerse fuera del Primer Mandamiento El Señor Jesús le comunicó el 5 de febrero de 1976 lo siguiente al sacerdote italiano Ottavio Michelini: «Hijo mío, escribe: ‘Yo Soy el Señor Dios tuyo; elevar a Él oraciones que sean la expresión del orgu¡no tendrás otro Dios fuera de Mí!’. También es- llo y del egoísmo, como el pedir sólo el éxito de las cribe: ‘Ama al Señor Dios tuyo con todo el cora- cosas materiales, la salud, riqueza y honores. Si se zón, con toda tu alma, con toda tu mente’. piden solamente estas cosas, no se puede estable«Os habéis habituado a escuchar estos Man- cer ningún contacto con Dios. damientos como se escucha el sonido de las cam«Dios no entra en almas llenas de preocupaciopanas que cada día hacen oír su repique. Todos las nes materiales, sedientas sólo de bienes terrenos; oyen pero casi ninguno les hace caso; así también estas almas están envueltas por la oscuridad... los Mandamientos han quedado como letra muer«Dios no sería Dios si no fuera fiel a sus prometa, mientras que deberían estar sas. ‘Pedid y se os dará, llamad Dios no sería Dios si vivos en vuestros corazones. y se os abrirá...’. Quien reza y «He querido poner esta pre- no fuera fiel a sus queda decepcionado, lo debe al misa para hacerte comprender hecho de ponerse fuera del Primejor cómo se reza mal, incluso promesas: «Pedid y se mer Mandamiento: ‘Yo soy el Sepor los pocos que rezan. PoquíDios tuyo, no tendrás otro os dará, llamad y se os ñor simos son los que rezan bien, ya Dios fuera de Mí’. Y porque no que no es posible rezar si se ig- abrirá...» observa el Mandamiento fundanora el primer Mandamiento; mental: ‘¡Ama a Dios con todo el peor todavía si, conociéndolo, se olvida. corazón!’, su oración no es escuchada.... «Ponerse en la presencia de Dios quiere decir «Ponerse en la presencia de Dios es un elemencumplir una serie de acciones espirituales, esencia- to de primer orden en la oración. El orante se olvida les para una oración buena y eficaz. de sí mismo para subir con su alma a Dios Padre que «Es necesario hacer un acto de fe que eleve es el único Grande, el único Santo, el único Bueno. nuestra alma hasta Él. Lo que quiere decir tomar Aquí entra el Mandamiento del amor como parte contacto espiritual con Dios Uno y Trino. esencial de la oración a Dios Padre... «A este acto de fe tienen que seguir, necesaria«‘Santificado sea tu Nombre’. Debemos santimente, actos de humildad, de confianza y de amor ficar, esto es, glorificar el santo Nombre de Dios, que sirven para intensificar el contacto con Dios. uniéndonos al coro de todas las voces y satisfaEstos actos son indispensables para una buena ciendo así la finalidad de la Creación que es la glorioración, porque impiden un ejercicio puramente me- ficación de Dios. ‘Venga Tu Reino’. Quien verdadecánico que repugna a Dios. Yo alejo de Mí a los que ramente ama se olvida de sí mismo, porque su penme honran sólo con los labios y no con el corazón. samiento corre hacia la persona amada para la que «Desgraciadamente son muchos, entre los po- quiere la felicidad. ‘Hágase tu Voluntad’. El buscar cos que rezan, los que rezan sólo materialmente, la realización de nuestros deseos y quereres es anengañándose a sí mismos de haber cumplido un teponernos a los demás, y esto es egoísmo. El antedeber que en realidad no se ha cumplido poner a nuestra voluntad la Voluntad Divina, esto «Por lo que vengo exponiendo, ¿ves qué gra- es amor. ves deficiencias hay en la vida espiritual de los «Si el que reza, reza con estos sentimientos y se cristianos?; por el momento me limito a ésta, pero pone en la presencia de Dios, preocupado sólo de ¡cuántas otras hay que señalar! su Gloria, del advenimiento de su Reino, de la reali«‘Ama al Señor, tu Dios, con todo el corazón...’. zación de su Voluntad, ve que su oración produce Para quien ama verdaderamente a Dios, poniéndo- efectos inesperados y maravillosos. Todo le será lo en el vértice de toda su vida, no hay peligro de dado y en medida sobreabundante».
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6. Orar no es lo mismo que repetir frases mecánicamente «Al orar no multipliquen las palabras como hacen los paganos, que piensan que por mucho hablar serán atendidos. Ustedes no recen de ese modo...» (Mt 6, 7-8)
¡NADA
DE REZOS RUTINARIOS Y SUPERFICIALES! POR EL PADRE JORGE LORING, S.I.
+ Orar es hablar con Dios para manifestarle nuestro amor, tributarle el honor que se merece, agradecerle sus beneficios, ofrecerle nuestros trabajos y sufrimientos, pedirle consejo, confiarle las personas que amamos, los asuntos que nos preocupan y desahogarnos con Él. + Habla a Dios con sencillez y naturalidad. Háblale con tus propias palabras. Se puede orar con fórmulas ya hechas, o espontáneas. Y también repitiendo siempre la misma frase. + Para hablar con Dios no es necesario pronunciar palabras materialmente. Se puede hablar también sólo con el corazón. + La oración no se aprende. Sale sola. Lo mismo que no se aprende a reír o a llorar. La oración sale espontáneamente del corazón que ama a Dios. La oración bien hecha no es la recitación de plegarias que se repiten distraídamente sólo con los labios. La verdadera oración pone siempre en Si por dedicarte a movimiento el corazón.
largos rezos vas a hacerlos de forma distraída y rutinaria, más vale que reces la mitad; pero concentrándote y pensando lo que haces.
+ Dice Santa Teresa que orar es un trato amoroso con Dios. No pedimos para obligar a Dios que cambie sus planes, lo cual es imposible. Ni para informarle de lo que necesitamos, pues Él ya lo sabe. Ni para convencerle para que nos ayude, pues lo desea más que nosotros mismos. Pedimos porque Él quiere que lo hagamos para colaborar con Él en lo que quiere concedernos.
+ Pero no sólo hay que pedir. También hay que alabar y adorar a Dios. + Más vale rezar poco y bien que mucho y mal. Si por dedicarte a largos rezos vas a hacerlos de forma distraída y rutinaria, más vale que reces la mitad o la cuarta parte; pero concentrándote y pensando lo que haces. Glorificas más a Dios y enriqueces más tu alma con un acto intenso de fervor que con mil remisos, superficiales y rutinarios . + Todos deberíamos dedicar algún momento del día a hacer actos internos de amor de Dios. En estos breves instantes se puede merecer más que en el resto de la jornada diaria. Hay que pedirle a Dios la gracia eficaz para hacer con mucho fervor estos actos de amor. + Por otra parte, el buen hijo nunca se avergüenza de su padre, y Dios es mi Padre y Creador. Ningún padre es tan padre como el que es Padre-Creador de sus hijos. Es una ingratitud regatear a Dios las manifestaciones de amor y reverencia. Solía decir el emperador Carlos V : «Nunca es el hombre más grande que cuando está de rodillas delante de Dios. Los animales nunca rezan». + Convendría que cada familia fijase un mínimo de rezo en común, el cual podría ser: 1) Leer un trozo del Evangelio, de cuando en cuando, y comentarlo entre todos. 2) Dar gracias a Dios antes de comer, por poderlo hacer, y pedirle que nunca nos falte lo necesario. 3) Rezar un misterio del rosario cada día. Al menos se podrían aprovechar los desplazamientos de fin de semana en rezar un rosario entero, o algún misterio suelto. Esta buena costumbre nos ayudaría, además, a alcanzar la protección de Dios en la carretera. Durante el día deberíamos estar unidos a Dios como dos personas que se aman. + El valor de la oración es muy grande. Con ella trabajamos más que nadie en favor del prójimo: convertimos más pecadores que los sacerdotes, curamos más enfermos que los médicos, defendemos a la patria mejor que los mismos soldados; porque nuestras oraciones hacen que Dios ayude a los soldados, a los médicos y a los sacerdotes para que consigan lo que pretenden. Extractado de su libro «Para salvarte»
En su libro Catolicismo y Cristianismo, el telepredicador Jimmy Swaggart dice que el Rosario «fue copiado de los hindúes y los mahometanos. Recitar oraciones repetitivamente es una práctica pagana y está condenado explícitamente por Cristo». Éste y muchos otros practicantes del protestantismo gustan de tomar la cita bíblica de Mateo 6, 7 para criticar las fórmulas oracionales empleadas por la Iglesia, pasando por alto que el Nuevo Testamento exalta la oración insistente: + «Le suplica [Jairo a Jesús] con insistencia, diciendo: ‘Mi hija está a punto de morir; ven, impón tus manos sobre ella, para que se salve y viva’» (Mc 5, 23). + «Éstos [ancianos que pedían a Cristo la curación del siervo del centurión], llegando donde Jesús, le suplicaban insistentemente diciendo: ‘Merece que se lo concedas’» (Lc 7, 4). + «Así pues, Pedro estaba custodiado en la cárcel, mientras la Iglesia oraba insistentemente por él a Dios» (Hch 12,5). + «Noche y día le pedimos [a Dios] insistentemente poder ver vuestro rostro y completar lo que falta a vuestra fe» (1 Tes 3, 10). El Padrenuestro, sí o no
Orar insistentemente por una cosa es repetir una y otra vez lo mismo. Volver a las mismas palabras no tiene en sí nada de malo, defectuoso o inútil. De hecho, el mismo Señor nos dejó la oración del Padrenuestro para que la repitamos toda nuestra vida: «Vosotros, pues, orad así: Padre nuestro que estás en los cielos...» (Mt 6, 9ss). Pero algunos hasta dicen que el Padrenuestro es sólo una «oración modelo» para inspirarnos a hacer nuestra propia oración, sin fórmulas escritas ni memorizaciones, y que sólo de este modo evitaremos caer en el «pecado» de la vana repetición. La enseñanza de Jesús
¿A qué se refiere Cristo al desaconsejarnos orar multiplicando las palabras «como hacen los paganos, que piensan que por mucho hablar serán atendidos» (Mt 6, 7)? Responde Fernando SalesMayor en Apologética.org: «Jesús... no condena las oraciones repetitivas judías, de las cuales había muchas. Por ejemplo, el libro de los Salmos es una colección de himnos y oraciones usadas repetidamente en celebraciones judías en las cuales el mismo Jesús participaba. Uno de los salmos, el 136, es en sí mismo una oración repetitiva, en forma de letanía. La Pascua, celebrada por Jesús antes de su crucifixión, incluía oraciones fijas que eran repetidas anualmente, entre ellas los salmos del 113 al 118. A continuación de la Última Cena, Jesús fue al huerto de Getsemaní y oró la
misma oración tres veces seguidas (cfr. Mt 26, 3944). Así pues, también Él recurrió a la oración repetitiva. «En Mt 6, 7-8 Jesús nos previene contra las prácticas de oración de los paganos, quienes tenían una visión mágica de la oración y cuyas oraciones repetitivas Él sí condenó... Pero no condena la mera repetición sino la charlatanería de los paganos. ¿Qué tipo de charlatanería practicaban los paganos? Miremos en 1 Reyes 18, 26-29, donde los profetas paganos en el monte Carmelo trataban de invocar a Baal durante todo el día, invocando repetidamente su nombre y llevando a cabo danzas rituales: ‘Pero no se oyó ni una respuesta’... «Las oraciones de los profetas paganos eran vanas porque, después de pasar el día entero llamando desesperadamente a Baal, éste nunca les respondía. No era un dios real, a diferencia del Dios de Israel, que siempre responde a la oración sincera. El argumento de Jesús en Mt 6, 7 es que no necesitamos —como hacían esos paganos— pasarnos todo el día saltando sobre altares, cortándonos con cuchillos o delirando para ser escuchados por nuestro Padre del Cielo. Él escucha nuestras oraciones al margen de qué tipo de oración sea, larga o corta, compuesta o improvisada, en grupo o individual, repetitiva o única; eso sí, siempre y cuando sea sentida, entendida, y no ‘de corridillo’, en cuyo caso es vana, vacía, reducida a palabrería». Repeticiones «espaciadas»
Entonces, pues, al rezar no se falla por emplear oraciones escritas o aprendidas de memoria. Tampoco si nuestro rezo emplea palabras repetitivas; de hecho, la manera más fácil de hacer una oración perseverante es repitiéndola. Y al argumento de algunos de que, si nuestra oración es la misma, al menos debemos espaciarla en el tiempo para que no sea repetitiva, responde SalesMayor: «Dios está por encima del tiempo, le da igual que le pidamos lo mismo cada quince segundos que cada mucho rato»; y añade que conviene hacer esa oración sin espaciarla pues así «en un tiempo razonable presentamos nuestra oración más veces, mientras que al rezar un Avemaría cada mucho rato, difícilmente nos permitiría rezar el Rosario entero en un día, aparte de que interrumpiría constantemente nuestras actividades. San Pablo dice que tenemos que orar constantemente (cfr. 1Tes 5, 17); no dice ‘orar con moderación, no sea
que nos repitamos’, lo cual es inevitable en la oración continua». Por su parte, el padre Jordi Rivero, en Corazones.org, dice que en Mateo 6 Jesús también nos advierte de la vanagloria que obstaculiza la auténtica oración: «Siempre hay la tentación en quien reza de creerse mejor que los demás por el hecho mismo de rezar. En el tiempo de Jesús los fariseos desarrollaron una élite religiosa con prácticas y rezos que eran inaccesibles al hombre común. Por eso se creían superiores. Repetían palabras en la oración poniendo más importancia en sus propios logros que en el don de Dios. Su pecado era la soberbia. ‘Algunos... se han dado a vanas palabrerías; pretenden ser maestros de la Ley, cuando no saben lo que dicen, ni lo que rotundamente afirman’ (1 Tim 1,6-7). «Podemos ver en este contexto por qué Jesús critica a los ‘que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados’. Se trata de palabras que no surgen del corazón, a lo que hoy llamamos rezar ‘de la boca para afuera’. Éstos ponen su confianza en el poder de sus propias palabras más que en Dios». ¿Oración o magia?
En realidad hay muchos hoy que siguen poniendo su confianza en las palabras, en lugar de ponerla en el Señor; caen, así, en la práctica de la magia, puesto que la magia pretende utilizar recursos (oraciones, ritos, etc.) que, se supone, guardan en sí mismos un poder tan grande sobre Dios que Él no puede resistirse. Así, las famosas cartas en cadena —ya también las hay por internet— y las novenas infalibles para obligar a Dios a conceder un favor — «pida un deseo de negocios y dos imposibles», dice una de las cadenas más famosas— son magia y, por tanto, pecado de superstición, porque pretenden conseguir un resultado garantizado con sólo repetir mecánicamente una serie de palabras, sin necesidad alguna de conversión. Así, cualquier oración hecha en forma distraída es una total pérdida de tiempo. Santa Teresa advierte que cualquier oración vocal requiere «advertencia», es decir, tener clara conciencia de lo que se está diciendo en el momento mismo en que se dice, además de hacerlo con una actitud básica de amor a Dios. Reuniendo estas condiciones cualquier oración repetitiva es tan meritoria como una oración espontánea, y, por tanto, puede acercarnos a la vida en el Cielo, donde esperamos, con los cuatro vivientes del Apocalipsis, repetir «sin descanso día y noche: ‘Santo, Santo, Santo es el Señor Dios del Universo, aquel que era, que es y que ha de venir’» (Ap 4, 8). D. R. G. B.
El Observador
ESPECIAL: LA ORACIÓN
23 de agosto de 2009, AÑO 15, No. 737
7. Quien reza se salva Jesús les dijo: «... Levantaos y orad para que no caigáis en tentación» (Lc 22, 46) «Nada más claro que el lenguaje de las Sagradas Escrituras cuando quieren demostramos la necesidad que de la oración tenemos para salvamos: ‘Es menester orar siempre y no desmayar’... ‘Vigilad y orad para no caer en la tentación’. ‘Pedid y se os dará’... Está bien claro que las palabras es menester, orad, pedid significan y entrañan un precepto y grave necesidad». Estas palabras son de san Alfonso María de Ligorio, quien advierte en su libro El gran medio de la oración sobre la actitud de aquéllos que menosprecian la oración como medio salvífico: «Pretendía el impío Wicleff que estos textos sólo significaban la necesidad de buenas obras, y no de la oración; y era porque, según su errado entender, orar no es otra cosa que obrar bien. Fue éste un error que expresamente condenó la santa Iglesia». A fin de cuentas, «la gracia de la salvación eterna no es una sola gracia; es más bien una cadena de gracias, y todas ellas unidas forman el don de la perseverancia. A esta cadena de gracias ha de corresponder otra cadena de oraciones, si es lícito hablar así, y, por tanto, si rompemos la cadena de la oración, rota queda la cadena de las gracias que han de obtenernos la salvación y estaremos fatalmente perdidos». Ciertamente, Nuestro Señor Jesucristo advierte que en el Juicio Final seremos juzgados por la caridad ejercida: «Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles... pondrá las ovejas a su derecha y los cabritos a su izquierda. Entonces dirá el Rey a los de su derecha: ‘Venid, benditos de mi Padre.... porque tuve hambre, y
me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme’... Y el Rey les dirá: ‘En verdad os digo que cuanto
hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a Mí me lo hicisteis’» (Mt 25, 31-40). Los de la izquierda, lo sabemos, irán a la condenación eterna por negarse a realizar buenas obras en favor de sus hermanos. Entonces, si la Biblia enseña que la salvación está ligada a la actuación humana, ¿por qué habría de ser necesaria la oración? Porque la misma Escritura nos presenta a Jesucristo advirtiéndonos: «Sin Mí nada podéis hacer» (Jn 15, 5). Y es cierto: sin orar no podemos permanecer mucho tiempo sin pecado. Dice el doctor Leonardo Lessio, sacerdote del siglo XVII: «No se puede negar la necesidad de la oración a los adultos para salvarse sin pecar contra la fe, pues es doctrina evidentísima de las Sagra-
das Escrituras que la oración es el único medio para conseguir las ayudas divinas necesarias para la salvación eterna». En otras palabras, sin la gracia de Dios no podemos realizar el bien. Nos recuerda santo Tomás de Aquino: «Después del Bautismo le es necesaria al hombre continua oración, pues si es verdad que por el Bautismo se borran todos los pecados, no lo es menos que queda la inclinación desordenada al pecado en las entrañas del alma y que por fuera el mundo y el demonio nos persiguen a todas horas». Y explica que no es necesario rezar para que Dios conozca nuestras necesidades, sino para que nosotros lleguemos a convencernos de la necesidad que tenemos de acudir a Dios para alcanzar la salvación. Volviendo a san Alfonso María, resumamos: «Sin oración, cosa muy difícil es que nos podamos salvar... Con la oración, la salvación es segura y fácil porque, en efecto, ¿qué se necesita para salvarnos? Que digamos: Dios mío, ayudadme; Señor mío, amparadme y tened misericordia de mí. Esto basta. ¿Hay cosa más fácil? Pues repitámoslo, que si lo decimos bien y con frecuencia esto bastará para llevrnos al Cielo... Pensemos que, si no rezamos, ninguna excusa podremos alegar, porque Dios a todos da la gracia de orar... Si no nos salvamos, culpa nuestra será. Y la causa de nuestra infinita desgracia será una sola: que no hemos rezado». Entonces, ¿hasta cuándo hemos de orar? Responde san Juan Crisóstomo: «Hemos de orar siempre, hasta que oigamos la sentencia de nuestra salvación eterna, es decir, hasta la muerte». D. R. G. B.
Para Dios no todas las oraciones son iguales Esto le fue revelado a la beata estigmatizada Ana Catalina Emmerick en una visión simbólica: Me fue mostrado el valor de las diferentes oraciones en la presencia de Dios. Todas ellas estaban señaladas en grandes tablas blancas y parecían divididas en cuatro clases. Unas oraciones habían sido escritas con magníficos caracteres de oro; otras con letras de color plata; otras con letras oscuras, y las últimas, negras; éstas habían sido luego borradas con una raya. Temiendo no ser digna de entender su significado, apenas me atrevía a preguntárselo a mi guía [su ángel de la guarda]. «Lo que está señalado con letras de oro —me dijo— es la oración de aquéllos que tienen intenciones de hacer buenas obras en unidad con los méritos de Jesucristo, renovando frecuentemente esta intención; los cuales están también prontos a obedecer sus mandatos y a imitar sus ejemplos. «Lo que está señalado con letras de plata, es la oración de los que no piensan unir sus obras con los méritos de Cristo, pero son piadosos y oran con sencillez de corazón. «Lo escrito con letras oscuras, es la oración de aquéllos que, aunque no están tranquilos si no se confiesan y comulgan con frecuencia y rezan todos los días ciertas oraciones, sin embargo son tibios y hacen sus obras sólo por costumbre. «Finalmente, lo que está con letras negras y luego borrado, es la oración de aquéllos que ponen toda su confianza en las oraciones vocales y en las buenas obras que creen practicar; pero no cumplen los mandamientos, ni hacen violencia a sus pasiones desordenadas. Esta oración no tiene valor alguno en la presencia de Dios; por eso está borrada. De la misma manera están borradas las buenas obras de aquéllos que se afanan mucho en hacer el bien, pero sólo tienen presente, al hacerlo, su propia honra y provecho temporal».
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EN DEFENSA DE LA VIDA
23 de agosto de 2009, AÑO 15, No. 737
El Observador
Oración y acción por la defensa de la Vida GUETTY RAFAELA COLIN ACEVEDO
Este mes de agosto los legisladores de Querétaro están escuchando a grupos ciudadanos exponer su posición respecto a la vida y el aborto. Por lo tanto, estos días de audiencia deben ser de mucha oración para nosotros católicos que defendemos y amamos la vida desde el primer instante: la fecundación. Tenemos la oportunidad de unirnos como Iglesia y pedir a Dios Padre, por medio de la intercesión de María de Guadalupe, que nos ayude a proteger la vida en nuestro Estado.
No es suficiente decir «yo no he abortado, no estoy de acuerdo con el aborto, no lo promuevo…» Las audiencias, las firmas y las cartas que se están presentando a los legisladores son todas muy valiosas. Cada una es una gota de agua que se suma a un torrente que no podrán ignorar. Sin embargo, la mejor arma que tenemos como creyentes defensores de la vida es la oración. Las audiencias podrán ser ignoradas, las cartas y firmas podrán no ser tomadas en cuenta, pero nuestra oración es
invencible. No hay, ni habrá poder humano que pueda contra ella, pues nuestro buen Padre Dios no las dejará olvidadas en un rincón, al contrario, las escucha complacido y las responderá en el momento justo. ¿Qué haces por tus hermanos?
Esta batalla, más que asustarnos, nos mueve como hijos de Dios a luchar por nuestros hermanos más indefensos. Debemos sentirnos orgullosos, pero sobre todo muy bendecidos, por pertenecer a la Iglesia que no tiene miedo de alzar su voz por los inocentes, no se avergüenza de defender la vida con oración y acción. Somos hijos muy amados de Dios, y por ello, nos toca hablar por nuestros pequeños hermanos. No es suficiente decir «yo no he abortado, no estoy de acuerdo con el aborto, no lo promuevo…» Recordemos que el Señor nos pedirá cuentas de las cosas buenas que pudimos haber hecho y omitimos por flojera, vergüenza, apatía, etc. Ninguno de estos pretextos será una razón válida ante Dios para justificarnos por la falta de acción cuando nos pregunte qué hicimos para cuidar a esos pequeños por los que Él también entregó su vida, a los que Él ama profundamente, por los que su corazón si-
gue sangrando hoy en día. Todos podemos hacer algo por ellos. No se vale decir «es que yo no podría hablar ante tanta gente en una audiencia, por eso no hago nada… que tal si firmo una carta con mi nombre y dirección y después me pasa algo…» Recordemos que a cada uno de nosotros Dios le dio denarios (dones) y espera que los multipliquemos. No le exige lo mismo al que le dio 1 denario que al que le dio 10, pero a todos nos pide que hagamos algo con esos denarios que nos ha confiado. Exponer tus razones para defender la vida ante la Legislatura, no es lo único que puedes hacer. Recuerda, lo más importante, contra lo que no pueden hacer nada, es tu oración. Ofrece tus Misas, reza el Rosario, visita a Jesús en el Sagrario, ofrece tu ayuno o una buena confesión por la defensa de la vida en Querétaro y en nuestro país. Si en tu Parroquia aún no se ofrecen las Eucaristías por la defensa de la vida en este mes de audiencias, invita al sacerdote a unirse a esta causa. Si haces todo lo anterior, siéntete seguro de que no llegarás ante Dios con las manos vacías cuando te pregunte «¿Qué hiciste por tus pequeños hermanos?»
Ser voz de los que no la tienen
Recuerda también unir tu oración a la oración de la Virgen de Guadalupe, Madre amorosa y defensora de los no nacidos. Como mexicanos, tenemos el honor, el privilegio de contar con su bendita presencia en la Basílica, en la tilma de un humilde indígena desde el 12 de Diciembre de 1531. Por este regalo que nos ha hecho, debemos actuar para que Querétaro se sume a los Estados que ya blindaron la vida y apresurarnos a recuperar el Distrito Federal, que toda nuestra nación sea defensora de la vida, la cuide y proteja desde la concepción, sin importar las circunstancias bajo las cuales haya iniciado. Es lo menos que podemos hacer como católicos mexicanos para agradecerle
a Nuestra Madre todos los años que nos ha acompañado y cuidado con ese amor de Madre que solo ella sabe dar. Por lo anterior, te invito a que te unas en oración y acción a la defensa de la vida. En tu corazón Dios te dirá qué tanto espera de ti en esta batalla, dale tiempo para hablarte y date la oportunidad de responder este llamado tan importante. Cuentas también con María, principal protectora de los no nacidos, para ayudarte en este camino. Se voz de los que aún no tiene voz y con orgullo y firmeza di: Yo amo la vida.
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CONTEXTO ECLESIAL
23 de agosto de 2009, AÑO 15, No. 737
DOMINGO XXI TIEMPO ORDINARIO
«Señor, ¿a quién iremos?» (Jn 6, 55. 60-69) POR EL PADRE UMBERTO MARSICH, M.X. / UMBERTOMARSICH@HOTMAIL.COM El difícil lenguaje de Jesús
El famoso discurso catequético de Jesús, acerca de que su carne es verdadera comida y su sangre verdadera bebida, sigue escandalizando a los oyentes, incluyendo a los discípulos: «Al oír sus palabras –nos confirma el evangelista Juan- muchos discípulos de Jesús dijeron ‘Este modo de hablar es intolerable’». Nada de sorpresa, entonces, si también hoy las palabras de Jesús siguen siendo ‘misterio de fe’. Jesús se ha presentado como el ‘pan’ vivo bajado del cielo, refiriéndose a su encarnación; que da la vida al mundo, refiriéndose al misterio de su muerte salvadora. Las dos verdades son de difícil aceptación.
do, en Cristo y por Él, se está haciendo presente: «La carne –nos explica Jesús- no sirve de nada». Nos cuesta creer en la obra divina y en las palabras de Jesús que, como nos lo explica Él mismo, son ‘Espíritu y vida’, o sea, pertenecen a la esfera de las realidades divinas y tienen fuerza eficaz para dar vida espiritual. Para entender y creer urgimos, sin embargo, de un ‘suplemento’ de inteligencia que sólo el Espíritu nos puede donar; además, percibimos que es el Espíritu mismo quien actúa, entre los hombres, y
puede venir a mí, si el Padre no se lo concede». La gente abandona a Jesús
Poco a poco, como arrollados por la carga de los misterios revelados, la gente empieza alejarse: «Desde entonces –escribe el evangelista- muchos de sus discípulos se echaron para atrás y ya no querían andar con Él». Para muchos, en efecto, la aventura del seguimiento de Jesús ha sido y seguirá siendo nada más ‘aventura’ terminada. Desilusionados quizá porque Jesús no parece fomentar ni
Las palabras de Jesús son ‘espíritu y vida’
Jesús, dándose cuenta –nos dice el evangelista- de que los discípulos ‘murmuraban’, parece aprovechar para rematar con otra misteriosa revelación más: «¿Qué sería si vieran al Hijo del hombre subir a donde estaba antes?». En dos palabras, les explica el sentido de su venida: de Dios ha venido, en efecto, el que nos comunica la vida misma de Dios y que nos llevará hasta el seno de Dios. La revelación de Jesús abarca su origen, su destino divino y el de aquellos que creen en Él. En estas palabras de Jesús entrevemos, por cierto, la anticipación de su próxima resurrección y, en Él, también de la nuestra. El Hijo de Dios ha subido, vestido de nuestra humanidad: el primero de nuestra especie humana, en efecto, ha llegado hasta Dios trasformando y renovando, así, nuestra identidad y la de la creación entera. Según las apariencias, sin embargo, todo parece seguir como siempre. El problema reside en la dificultad que nuestra ‘carne’ tiene para entender que otro mun-
‘doce’, por boca de Pedro, eligen quedarse con Jesús. Se han abierto al Espíritu que los ha llevado, de hecho, a la confesión mesiánica plena y a entender el escandaloso lenguaje de Jesús: «Señor –le contestó Pedro- ¿a quién iremos? Sólo tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios». Las palabras de Pedro, que reconocen en Jesús la fuente de la vida y al Santo de Dios, van más allá de la lógica humana de la carne y se colocan en sintonía con el Espíritu. El Espíritu, en efecto, hace siempre posible que el hombre descubra las palabras de Jesús como ‘espíritu y vida’, es decir, como fuerza, consolación y luz. Conclusión
trasforma el pan y el vino eucarísticos en carne y sangre de Jesús resucitado. Lo que se evidencia, en esta página evangélica, es la oposición endémica entre carne y espíritu: la ‘carne’ es el principio natural que se sitúa en el plano de las realidades de aquí abajo, mientras el ‘Espíritu’ es el principio de arriba, que se sitúa en el nivel de las realidades divinas y trascendentes. Sólo Él, por cierto, es capaz de vivificar, de producir vida eterna y hacer conocer las cosas de Dios. No obstante todo, entre los discípulos, hay quienes se obstinan a no creer. Por esta razón, Jesús les recuerda: «Que nadie
responder a sus expectativas nacionalistas, o tal vez escandalizados de verdad por un discurso difícil de entender y de acepar humanamente, abandonan a Jesús. Desde luego, los que lo rechazan y se van son los que no han superado el nivel de la ‘carne’ y no han logrado entrar en la dimensión trascendente del espíritu. ¿Ustedes también quieren dejarme?
Testigo del éxodo de muchos de sus discípulos incrédulos Jesús, repentinamente, quiere probar la fidelidad de los ‘suyos’ y les pregunta: «¿Ustedes también quieren dejarme?». Afortunadamente, los
Nos complace, a este punto, ver en Pedro y en el conjunto de los ‘doce’, a la comunidad pascual. Ésta es la que ha reconocido, en Jesús Resucitado, al Señor de la vida y, en cierto modo, representa a cada creyente que, libremente, acepta correr el riesgo de la fe, adhiriéndose sin reservas a Jesús, a su palabra salvadora y a la comunidad cristiana. En efecto, es en ella y con ella como cada creyente puede recorrer el camino que lo conduce a Dios y a su salvación. La pregunta de Jesús, en cierta forma, no ha perdido actualidad y Él la vuelve a dirigir a cada uno de sus discípulos; a cada uno de nosotros que decimos creer en Él: «¿Tú también quieres dejarme?». En un mundo y en una sociedad donde tiraniza el ‘relativismo’ y donde Dios parece haberse convertido en un estorbo inútil, creemos necesaria la pregunta y, desde luego, oportuna nuestra profesión de fe y declaración de amor: «Señor, ¿a quién iremos? Sólo tú tienes palabras de vida eterna».
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DESDE EL VATICANO
LA «ESTRELLA DE LA ESPERANZA» SANDRA RAMIREZ / ROMA
El sábado 15 de agosto, el Papa Benedicto XVI presidió la Solemnidad de la Asunción en la capilla de Santo Tomás de Villanueva en el Palacio Apostólico de Castelgandolfo. El Santo Padre rezó después el Ángelus y ante miles de fieles recordó que en el «corazón» del mes de agosto, la Virgen Asunta, brinda una ocasión privilegiada para meditar sobre el sentido último de la existencia humana. Fue así como el Pontífice, desde su residencia estiva invitó a todos los católicos del mundo a vivir orientados a los bienes eternos, volviendo los ojos hacia María, Estrella de la Esperanza, y reviviendo el amor y la veneración a la Virgen Santísima. El dogma de la Asunción, proclamado por el Papa Pío XII en la Constitución Munificentisimus Deus de 1950, se refiere a que la Madre de Dios, luego de su vida terrena fue elevada en cuerpo y alma a la gloria celestial. En el contexto del Año Sacerdotal, Joseph Ratzinger recordó al patrono San Juan María Vianney, quien hablaba de María con devoción, confianza e inmediatez. «La Santa Virgen es inmaculada, adornada de todas las virtudes que la hacen tan bella y agradable a la Santísima Trinidad». El Santo Cura de Ars – explicó el obispo de Roma – se sentía atraído por la belleza de María, belleza que coincide con su ser Inmaculada, la única creatura concebida sin sombra de pecado. El Papa invitó a los fieles a hacer propios los sentimientos del Santo y con la misma fe, dirigirse a María Asunta al cielo, confiándole de modo particular a los sacerdotes del mundo entero.
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EN FAVOR DE LA VIDA
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PINCELADAS
EL ATEO Y LA RAMA POR EL PADRE JUSTO LÓPEZ MELÚS
Se dice que, cuando Moisés alzó su cayado sobre el mar Rojo, no se produjo el milagro de dividir las aguas para que pasaran los israelitas. Sólo cuando el primer israelita se lanzó al mar retrocedieron las olas y se dividieron las aguas, dejando expedito el paso a los judíos. Fue su confianza la que obró el milagro. Esa fe intrépida le faltó a un ateo cuando estaba empezando a creer. Se cayó un día por un precipicio y aún pudo agarrarse a la rama de un árbol. Pero no podía aguantar así mucho tiempo.
Entonces, por si acaso, gritó: — ¡Dios! Pero sólo hubo silencio. Y volvió a gritar: — ¡Dios, si existes, sálvame y creeré en Ti! Una voz poderosa contestó: — Eso dicen todos cuando están en apuros. — No, Dios, no —dijo el hombre—. Como ves, ya he empezado a creer. Después de un momento desde lo alto respondió la voz: — De acuerdo , te salvaré. Suelta la rama. — ¿Soltar la rama? ¿Crees que estoy loco?
«Legislar a favor de la vida es legislar también a favor de la mujer» NUMERALIA
Asegura el filósofo Rodrigo Guerra, director del CISAV REDACCIÓN EL OBSERVADOR
Durante la semana que termina han continuado las audiencias en el Congreso del Estado de Querétaro, para presentar –por parte de la sociedad civil– las reflexiones y consideraciones a favor o en contra de la iniciativa de ley que reforma el artículo 2 de la Constitución local, con lo cual se protegería expresamente el derecho a la vida desde la concepción. El doctor Rodrigo Guerra, director del CISAV, ha señalado que cuando existen voces que, desde otras instancias de la sociedad civil, argumentan que «los derechos de la mujeres no son suficientemente tomados en cuenta cuando se legisla a favor de la vida» es importante recordar que «legislar a favor de la vida es legislar también a favor de la mujer», porque «son mujeres genéticamente identificadas como tales, las que muchas veces pierden la vida en el momento en el que el derecho a la vida no es suficientemente protegido y garantizado por las constituciones». Derecho de las mujeres recién concebidas
El director del CISAV indicó que
una reforma como la se está impulsando en Querétaro es también una legislación «a favor de los derechos de las mujeres que, en el momento de mayor indefensión –en el momento en que están recién concebidas dentro de su madre– también merecen respeto». Enfatizó que solamente «con una bioética y un bioderecho incluyentes, que de manera simultánea defiendan con todo vigor el derecho del concebido y el derecho a la vida digna de la mujer –que a lo mejor ha concebido en contra de su voluntad–, y en la medida que tengamos una política social y una legislación incluyente, podremos ayudar a México y a nuestro estado a tomar un mejor derrotero y a no discriminar nunca a nadie. La verdadera exclusión social comienza cuando no se reconocen los derechos de los últimos e indefensos, de los más pobres y marginados de la historia, como es el caso del no-nacido». Rodrigo Guerra señaló que «una auténtica posición social con alta conciencia de los derechos sexuales y reproductivos de las personas no puede más que partir del reconocimiento del derecho a la vida. Falso sería el derecho sexual y reproductivo de las mujeres que fuera reconocido y que no partiera del más am-
plio reconocimiento al derecho a la vida, porque sin este derecho ningún derecho sexual y reproductivo puede ser promovido y defendido». Estado de derecho basado en la justicia
Enfatizó que «el primero y más fundamental de los derechos, por una cuestión elemental de orden cronológico, es el derecho a la vida; el bien más preciado que está a la base de todos los otros bienes que podemos gozar, incluido el legítimo derecho a vivir nuestra sexualidad de una manera plena, es el derecho a la vida». Guerra se mostró convencido de que «en la medida en que la sociedad queretana haga conciencia del orden que los derechos tienen entre sí, se ayudará no solamente a hacer una mejor legislación, sino también una cultura cívica y de respeto más amplia, más profunda en nuestra sociedad tan necesitada de un estado de derecho». «El estado de derecho no es un simple estado de leyes, sino basado en la justicia, es decir en leyes justas que reconozcan los derechos, aun los más básicos con toda claridad y contundencia como es el caso de la legislación que hoy estamos discutiendo en el estado de Querétaro», concluyó.
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EN FAVOR DE LA VIDA 13
23 de agosto de 2009, AÑO 15, No. 737
«En realidad no es que la Suprema Corte esté a favor del aborto» El experto constitucionalista Víctor Manuel Montoya señala que la resolución de la Corte sobre la despenalización del aborto en el DF ha sido mal entendida POR GILBERTO HERNÁNDEZ GARCÍA / GILBERTO@ELOBSERVADORENLINEA.COM
«La vida debe ser respetada no solo por la ley sino por el auténtico y profundo estado de derecho desde las Constituciones locales de todos y cada uno de los Estados de la República», ha señalado Víctor Manuel Montoya, experto constitucionalista. El abogado egresado de la UNAM, participó esta semana ante
«Si ponemos en la balanza por un lado un ‘derecho irrestricto a abortar’ -que no existey por otro el derecho a la vida, obviamente tenemos que inclinarnos, desde un punto de ética social, por el derecho a la vida, porque para interpretar derechos que supuestamente se contraponen no podemos suprimir el núcleo esencial de lo que es un derecho» la Comisión de Puntos Constitucionales del Congreso de Querétaro, en las audiencias programadas respecto a la Iniciativa de Ley que reforma el Artículo 2 de la Constitución local. El abogado Montoya, que está a la vanguardia de la investigación en derecho constitucional, coordinó el libro «Vida humana y aborto», considerado como el mejor es-
tudio en materia de análisis jurídico, científico y filosófico sobre los debates que en México existen hoy en torno al derecho a la vida. No es verdad que la Corte esté a favor del aborto
Durante su participación el abogado puntualizó que la resolución que emitió la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) en el caso de la despenalización del aborto en el Distrito Federal (DF) «ha sido muy mal conocida y mucho peor entendida» porque «en realidad no es que la SCJN esté a favor del aborto». El experto señaló que en la sentencia final sólo se declaró «que los artículos correspondientes del Código Penal para el DF no son inconstitucionales», pero que en el fondo no se desconoció en forma alguna la tesis de jurisprudencia que existía desde el año 2002, esto es, «una resolución obligatoria de la SCJN para todos los tribunales, que sostienen que el derecho a la vida es un derecho que es la base, la esencia y el presupuesto para la existencia de todos los demás derechos». Montoya aclaró que el debate en torno a la defensa de la vida o del aborto, se ha planteado en «una forma incorrecta», porque «tal parece que se pretende contraponer el derecho a la vida, por un lado, y el derecho de la mujer, por el otro. Ambos derechos no se contraponen, se complementan. Hay que proteger tanto el derecho de la mujer como el derecho a la vida, pero siempre tomando en cuenta que el derecho a la vida es el primer y principal derecho que se establece en la Constitución de la República y que así debe ser reconocido en Querétaro, como ya fue reconocido por 14 estados del país».
El abogado recordó que cuando se discutió en la SCJN la inconstitucionalidad de ciertos artículos del Código Penal para el DF, hubo una divergencia de opiniones de los ministros, sin embargo 3 minis-
niones diversas que no se reflejaron en ninguna forma en la sentencia final que fue formulada por el ministro José Ramón Cossío», señaló. Montoya aseveró que «en la propia sentencia de Cossío hay algo muy rescatable: señala con
tros coincidieron absolutamente en la mayor parte de los argumentos que expresaron (Sergio Aguirre, Mariano Azuela, y Guillermo Ortiz), y se pronunciaron en forma franca y contundente por la protección del derecho a la vida. «Los restantes ministros en cambio dieron opi-
toda claridad que el legislador ordinario, los congresos locales, tienen libertad de configuración, es decir, en este caso, consecuentemente el estado de Querétaro tiene libertad absoluta para legislar en materia de protección del derecho a la vida».
Libertad para legislar sobre la protección a la vida
No existe un «derecho irrestricto a abortar»
El estudiosos argumentó que «si ponemos en la balanza por un lado un ‘derecho irrestricto a abortar’ –que no existe– y por otro el derecho a la vida, obviamente tenemos que inclinarnos, desde un punto de ética social, por el derecho a la vida, porque para interpretar derechos que supuestamente se contraponen no podemos suprimir el núcleo esencial de lo que es un derecho. En este caso, privando de la vida al ser humano recién concebido desde el primer momento en el vientre de su madre le quitamos toda posibilidad de derechos. En cambio el derecho de la mujer, –a la intimidad, libertad sexual y reproductiva-– de ninguna manera pueden desconocer el derecho a la vida del ser humano más indefenso de todos». El jurista reconoció que tal vez al hecho de que el no-nacido se encuentra «enclaustrado en el vientre materno no podemos, muchas veces, ni siquiera darnos cuenta de su existencia; por eso se cree que se puede hacer todo con él. Pero no se le puede privar de la vida porque es ‘otro’, otra persona, no se identifica con la persona de la madre, no forma parte del cuerpo de la madre, sino que es un ser humano esencialmente diferente». Montoya indicó que cada una de las ideas puestas en el debate a favor de la vida «debe ser recogida por las constituciones de cada estado de la República y consecuentemente que debe continuarse con este movimiento que ya se ha iniciado con 14 estados protegiendo la vida desde el momento de la concepción». «Ante estos argumentos, Querétaro debería adoptar una legislación protectora del ser humano más débil», concluyó.
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ESPECIAL: LA ORACIÓN Y LOS JÓVENES
23 de agosto de 2009, AÑO 15, No. 737
Oración para pedir el buen humor Como dijo el gran escritor católico G. K. Chesterton, «divertido no es lo contrario de serio. Divertido es lo contrario de aburrido y de nada más». Por eso muchos santos se dieron el lujo de ser divertidos incluso en el momento de orar. Para muestra, esta oración de santo Tomás Moro, canciller de Inglaterra, escrita cuando estaba en la cárcel —después fue decapitado— por oponerse al divorcio de Enrique VIII: Señor, dame una buena digestión y, naturalmente, algo que digerir. Dame la salud del cuerpo y el buen humor necesario para mantenerla.
El Observador
El Padrenuestro rezado por una muchacha «fresa» Dear dady que estás en el cielooooo..... Santificado mil sea tu nombre. Venga tu reino a nosotros, y has tu voluntad, o sea, así como en el Cielo, igual en la Tierra, ¿me entiendes? Perdóname por esas cosas que a veces hago que, yo así como que, ¡o sea, noooo!... nada que ver Contigo, así como yo perdono a los que me hacen cosas en mal plan.
Dame un alma santa, Señor, que tenga siempre ante los ojos lo que es bueno y puro. De modo que, ante el pecado, no me escandalice, sino que sepa encontrar el modo de remediarlo. Dame un alma que no conozca el aburrimiento, los ronroneos, los suspiros y los lamentos. Y no permitas que tome demasiado en serio esa cosa entrometida que se llama «el yo».
Bendice a mi prójimo, a mi papi, a mi mami, al boy que me gusta y a toda la prole que me rodea.
Dame, Señor, el sentido del humorismo. Dame el saber reírme de un chiste para que sepa sacar un poco de alegría a la vida y poder compartirla con los demás. Amén.
No dejes que caiga en la tentación, porque, o sea, Tú sabes que el diablo es súper mala onda y me quiere hacer cosas que yo ¡ni en cuenta! Amén, ¿ok?
Palabras cruzadas
¡Bye! ¿Te cuidas! O sea pues....
La Liturgia de las Horas u Oficio Divino es el conjunto de oraciones (salmos, antífonas, himnos, lecturas bíblicas y otras) que la Iglesia ha organizado para ser rezadas en determinadas horas de cada día. Es, con la Santa Misa, la plegaria pública y oficial de la Iglesia. Aunque es necesaria la oración privada, igualmente es bueno que recemos unidos como Iglesia. Los sacerdotes, religiosos y religiosas tienen obligación de rezar el Oficio Divino, y los laicos se les pueden unir.
Anónimo
Humor Humor Humor Humor Oración efectiva 1.- Un hombre de profunda oración se hallaba en su departamento cuando el edificio comenzó a incendiarse y él quedó atrapado. De inmediato rezó a Dios con gran confianza y humildad, pidiéndole que lo salvara. Pronto llegaron la policía, los bomberos y las ambulancias. Todos intentaron convencerlo para que saltara por la ventana para ser recibido en una lona; pero él se negó diciendo: «Confío en Dios, Él me va a salvar». Al final el hombre murió en el incendio. Cuando llegó ante la presencia de Dios le reclamó: — ¡Señor, yo confiaba en Ti! ¿Por qué no me ayudaste? — ¡Cómo que no! —respondió el Altísimo — ¿Acaso no te envié a la policía, a los bomberos y las ambulancias?
En la parte inferior hay una pequeña oración de la Liturgia de las Horas; acomoda en las cuadrículas las palabras que aparecen en negrita.
-----------------Oración efectiva 2.- En las estepas africanas va un sacerdote misonero corriendo porque lo persigue un león. De repente el hombre de Dios se arrodilla y reza así: — Señor, te pido que este león se vuelva cristiano. De inmediato el león se detiene, se arrodilla y dice: — Señor, bendice estos alimentos que por tu bondad voy a consumir.
«Yo no habito en la bulla, en el alboroto; a Mí se me encuentra en el silencio» Como dice san Juan Crisóstomo, «orar es siempre posible... Es posible incluso, en el mercado o en un paseo solitario, hacer una frecuente y fervorosa oración. Sentados en vuestra tienda, comprando o vendiendo, o incluso haciendo la cocina». Si Dios está en todos lados, en todos lados podemos orar, ya que orar no es otra cosa que platicar con Él, decirle todo aquello que queramos. Pero si de verdad se quiere avanzar en la vida espiritual, o sea,
ser más como Jesús quiere que seamos, además de orar en cualquier oportunidad: en la escuela, entre una clase y otra; en el cine, mientras esperamos que inicie la película; en el autobús, de camino a casa; etc., habrá que elegir adecuadamente un lugar y el momento para hacer la oración. De gran importancia será apagar el televisor, la computadora, el celular, el iPod y todo lo que haga ruido cerca de nosotros —no te asustes, el silencio no mata a nadie— porque,
si bien nosotros podemos hablarle a Dios en medio del bullicio, es muy difícil —por no decir imposible— que escuchemos lo que Dios nos contesta, porque, ¡oye: Dios en verdad responde! Si nunca has experimentado de forma clara esta respuesta divina —puede ser a través de palabras interiores, de una intuición, de una idea sorpresiva, etc.— es porque seguramente te ha faltado el silencio para darle al Señor oportunidad de responderte.
Un día le dijo el Señor a una mística laica: «Yo no habito en la bulla, en el alboroto; a Mí se me encuentra en el silencio» (mensaje a Catalina Rivas, 27 de octubre de 1996). Y la madre Teresa de Calcuta decía: «Es necesario que encontremos el tiempo de permanecer en el silencio y de contemplar, sobre todo si vivimos en la ciudad donde todo se mueve velozmente. Es en el silencio del corazón donde Dios habla». D. R. G. B.
El Observador
ESPECIAL: LA ORACIÓN Y LOS NIÑOS
23 de agosto de 2009, AÑO 15, No. 737
La oración que Jesús nos enseñó: el Padrenuestro
Dios, quiero platicar Contigo
De todas las oraciones que llegamos a aprendernos en la vida, el Padrenuestro es la principal porque Jesús mismo nos la enseñó. Los apóstoles le dijeron: «Señor, enséñanos a orar», y entonces Él les dio este rezo. Pon las 20 palabras que le hacen falta a la oración y luego búscalas en la sopa de letras:
Padre ___________, que estás en el Cielo, ________________ sea tu _______________; __________ a _____________ tu __________; hágase tu _________ en la ________ como en el _________. Danos _______ nuestro _______ de cada _______; ___________ nuestras _________ como también nosotros ___________ a los que nos __________. No nos dejes _________ en la ____________, y ______________ del ________.
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— ¿Qué puedo hacer para no caer en pecado, señor cura? — Ora. — Las tres y cuarto. Pero, padre, ¿qué hacer para no caer en pecado? ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○
Dos niñitas estaban rezando el Padrenuestro. Una de ellas pregunta: — ¿Por qué rezamos por el pan de cada día y no mejor por el de toda la semana? La otra le contestá: — Porque se pone duro.
Jesús hablaba con su Padre con mucha confianza,y nos enseñó a rezar así también. La siguiente oración te puede inspirar para que reces todos los días, con estas palabras o con las tuyas propias: Padre Bueno, yo sé que para hablar contigo no necesito hacer cosas raras, como hacen algunas personas para que todo el mundo las mire. Yo sé que tampoco necesito muchas palabras ni oraciones aprendidas de memoria. Lo importante es que platique Contigo. Tengo que confiar en Ti, porque eres mi Padre y me quieres. A veces te pido muchas cosas: que apruebe los exámenes, que cures a mi abuelito, que mi papá encuentre trabajo, que no haya más guerras, ni más hambre, ni más pobres en el mundo. Cuando te pido estas cosas, lo que quiero decirte es que, pase lo que pase, yo sé que eres mi Padre Bueno. Porque si yo no quiero que haya pobres, ni guerras, ni hambre, ni que la gente se muera, ni que mi abuelito esté enfermo, ¿cómo lo vas a querer Tú? Yo no sé muchas cosas, pero de eso estoy seguro de que Tú no lo quieres. Ayúdanos a hacer que no haya guerras, que no haya hambre, que no haya desempleo, que no haya enfermedades. Que los hombres sean buenos como Tú quieres que sean. Ayúdanos a querer a todos como Tú nos quieres a todos. Que sepamos perdonarnos como Tú nos perdonas. Y que nunca, nunca, nunca se nos ocurra desanimarnos; no dejes que lleguemos a pensar que no vale la pena ser buenos. Adaptado de http://www.infancia-misionera.com
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NIÑOS
Elabora tu propia caja portátil de la oración Si quieres pasar momentos muy lindos con Dios, la Virgen, tu ángel de la guarda y los santos, te proponemos que te ayudes preparando tu propia caja portátil de la oración. No es que la caja vaya a orar en tu lugar, sino que va a contener lo necesario para ayudarte en tus plegarias. Necesitas conseguirte una caja de zapatos con su tapa, o cualquier otra en la que quepa tu Biblia —después de hacer la Primera Comunión cada niño debería tener su propia Biblia—, una cruz sencilla, una pequeña veladora (si ya tienes permiso de usar cerillos incluye una cajita de éstos; de no ser así, pide a una persona mayor que encienda la velita cuando quieras rezar) y alguna estampa religiosa que te guste mucho.
Forra con papel o tela la caja, o píntala con pintura acrílica del color que tú quieras. Puedes pegarle un broche a la caja (con velcro o con lo que se te ocurra) pero esto no es necesario; lo que es bueno es que la tapa quede pegada a la caja por uno de sus lados, como se ve en el dibujo. Por dentro de la tapa pega la estampa. En el fondo de la caja pega la cruz. Cuando quieras orar, sólo toma tu caja, ve a un lugar tranquilo, saca la Biblia y la veladora, acomoda la caja parada y con su tapa abierta, enciende la veladora (¡cuidado!, ¡cuando esté encendida ponla cerca de la caja pero nunca dentro de ella!) y empieza a platicar con el Señor.
23 de agosto de 2009, AÑO 15, No. 737
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La oración de una niña muy risueña y muy glotona: «Padre nuestro que estas en el cielo, santificado sea tu nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo; danos hoy nuestro pan de cada día... con mermelada o con mantequilla... ¡ji ji ji ji!».
Dos hermanitos estaban rezando en la noche desde sus literas. El de la cama de arriba terminó como simpre así su oración: — Con Dios me acuesto, con Dios me levanto, con la Virgen María, y el Espíritu Santo. En eso se cae la litera de arriba y el niño de la cama de abajo apenas alcanza a quitarse a tiempo. Entonces le reclama a su hermanito: — ¿Viste? ¡Eso pasa por dormir con tanta gente! ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○
En la escuela primaria pregunta la profesora a la alumna en la clase de historia: — Rosita, ¿podrías decirme quién crees que sea el hombre mas malo del mundo?
El Observador
— Yo creo que es un tal Malamén. — ¿Malamén? — Sí, maestra, un señor llamado Malamén. — ¿Y por qué piensas eso? ¿Quién es ese Malamén? ¡En dónde lo viste? —pregunta la extrañada profesora. — Bueno, yo no lo conozco; pero todas las tardes, cuando rezo en casa con mi abuelita, al final decimos siempre: «No nos dejes caer en la tentación y líbranos de Malamén».