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30 de agosto de 2009 AÑO 15 No. 738 $8.00 Fundado en 1995
DE LA ACTUALIDAD
Teresa de Calcuta: «No hay mayor error que no hacer nada por pensar que se hace poco» PÓRTICO
A doce años del fallecimiento de la beata Teresa de Calcuta, su obra pervive a través de la orden que ella fundara: las Misioneras de la Caridad. Esta congregación religiosa tiene la particularidad de que, además de los votos de pobreza, castidad y obediencia, propios de todas las comunidades de vida consagrada, se añade un cuarto voto: el de la caridad, entendido éste como la entrega de todo corazón y gratuita a los más pobres de entre los pobres. Según una carta firmada en diciembre de 2008 por la madre Nirmala, quien sustituyó a la madre Teresa al frente de la orden (a partir de marzo de 2009 la nueva superiora es la madre Mary Prema, de origen alemán), «hasta octubre de 2008 éramos cuatro mil 900 hermanas profesas, 258 novicias y 188 postulantes. Tenemos 762 casas (245 en India y 517 en el resto del mundo) en 135 países. Se han aprobado nuevas casas en diciembre de 2008, pero que aún no están abiertas: Vallecas, en España; Anjouan, en las Islas Comodoro; Soddo, en Etiopía, y Guadalajara, en México». Además de la rama más conocida, la de las Hermanas Activas, la orden cuenta con las Hermanas Contemplativas, los Hermanos Activos, los Hermanos Contemplativos y los Sacerdotes. Igualmente, el Movimiento Corpus Christi para sacerdotes diocesanos, los Misioneros Laicos de la Caridad, los Colaboradores, los Voluntarios y los Colaboradores Enfermos y Sufrientes. Así, hay lugar para que todos, desde cualquier lugar y condición, puedan atender a Cristo sufriente, presente en cada persona que padece. A decir de la madre Teresa, «no hay mayor error que no hacer nada por pensar que se hace poco». Algo que habría que considerar especialmente en este tiempo de crisis económica, en el que todos, de alguna manera, podemos hacer algo por alguien.
TODOS SOMOS CALCUTA POR JAIME SEPTIÉN / jaimeseptien@gmail.com
EDITORIAL
CÓMO Y POR QUÉ El número pasado pedíamos oraciones y ayuda material para enfrentar la poderosa crisis que se ha abatido sobre la vida financiera del periódico. Algunas almas caritativas —no damos nombres, pero ellos saben la deuda eterna de agradecimiento que El Observador les tiene— se han acercado a nosotros y nos han dado aliento y apoyo para seguir adelante. Dios les pague. Por lo demás, otras personas nos han preguntado cómo ayudar y por qué. Damos respuesta. ¿Cómo? De diversas formas: comprando el periódico (no hemos subido el precio de portada, cuando todo nos ha subido a nosotros); recomendándolo, voceándolo, suscribiéndose o suscribiendo a otros que quisieran ustedes que lo leyeran. Por ejemplo: comunidades sacerdotales, seminarios, casas de formación, profesores de escuelas católicas, gente que espera en consultorios, monjas de clausura, presos en los penales, asilos de ancianos, colonias y barrios pobres, asociaciones y bancos de ayuda... Dar así alimento para el alma a quien lo necesita tanto como el alimento para el cuerpo. ¿Por qué? Porque nos estamos jugando el pellejo —literalmente—en la propagación de la buena prensa. Este periódico ayuda al fiel laico y a las personas de buena voluntad a conocer más a su Iglesia, a ver al mundo con esperanza y a transformar el desorden moral y material que vivimos en un orden donde trabaja el Espíritu Santo. Es prensa limpia, católica y necesaria. Por eso lo necesitamos a usted.
Periodismo Católico
Es muy conocida la petición de la beata Teresa de Calcuta al poder de EU y de todo el mundo sobre los niños que están a punto de ser abortados: «¡No los maten, dénmelos a mí!». La expresión es maravillosa. Y turbadora. Nos compromete a buscar las formas de justicia, caridad, acompañamiento e inserción social aplicables a las mujeres que deciden seguir el embarazo hasta su término, no obstante existan leyes que les permitan «deshacerse del producto». La beata Teresa es un testimonio profundísimo de la resolución que deberíamos asumir los cristianos cuando nos decimos defensores de la vida del no nacido. Lo que nos dice esta expresión es que, si somos lo que decimos que somos, debemos trabajar sin descanso para que el nuevo ser venga a un mundo de justicia y dignidad. En otras palabras: para que ese pequeñito que hoy, por la causa que sea, está siendo objeto de deliberación por parte de su madre, con respecto a su vida, crezca arropado de una familia, recibido con esmero por todos los que gozamos del don inapreciable de la vida. Todos somos Calcuta —desde la perspectiva de la beata Teresa, de quien el próximo 5 de septiembre celebramos 12 años de su nacimiento al Cielo—: una sociedad despiadada, en la que se puede encender una vela; un basural de inmundicias rescatable por el amor sin condiciones, reflejo del amor de Dios. Calcuta está a la orilla de nuestra comunidad, al otro lado del barrio, en el suburbio de mi ciudad, en algunos puntos de la geografía de mi Estado, en el 52 por ciento de los que habitan mi país. Ahí donde la vida está amenazada; ahí donde parece estar suspendida de su riqueza; ahí donde hemos cavado zanjas para echar los cadáveres vivientes de la avaricia; ahí está nuestra Calcuta Hubo un tiempo en que fue necesario ir a comprobar que existía una «ciudad de la alegría» en el corazón mismo de las tinieblas. Hoy, Calcuta está al lado. Y si queremos ser cristianos de los de verdad —y no esas criaturas blandengues y quejosas en que nos hemos convertido— es nuestra obligación imitar aquí mismo a la beata Teresa. Es nuestra obligación decirle a los pobres, a los desheredados, a los hambrientos, a los no nacidos: «No los voy a dejar solos; no voy a dejar que los maten: soy miserable, pero estoy aquí».