El Observador
29 de noviembre de 2009 AÑO 15 No. 751 $8.00 Fundado en 1995
DE LA ACTUALIDAD
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Adviento: alegría que ningún dolor arrebata Joseph Ratzinger y el Adviento
PÓRTICO
ESPERA Y
Los regalos de Jesucristo no son puro futuro sino que se insertan en el presente. Él está ocultamente presente ya ahora: me habla de múltiples maneras —por la Sagrada Escritura, por el año litúrgico, por los santos, por ciertos acontecimientos, que si Él está detrás de ella, se ve de forma diferente que si estuviese envuelta por la niebla de un origen y un futuro inciertos—. Puedo dirigirle la palabra, puedo exponerle mi dolor, mi impaciencia, mis preguntas, consciente de que su escucha está siempre presente. Ante Él no hay tiempo carente o vacío de sentido. Cada momento es en sí mismo valioso aun cuando yo no pueda hacer otra cosa que soportar calladamente mi enfermedad. Ante Él queda siempre algo por esperar allí donde otros no pueden darme esperanza alguna. Entonces, la vejez y la condición de jubilado no son el último escalón de la vida, desde el cual sólo se puede mirar atrás. Entonces viene siempre algo aún más grande, y justamente el tiempo de la inutilidad exterior puede tornarse en una forma suprema de maduración.
ESPERANZA POR JAIME SEPTIÉN / jaimeseptien@gmail.com
É
La Visitación, de Rogier van der Weyden (alrededor de 1400-1464), el encuentro de María e Isabel, ambas encintas. La pintura está en Leipzig, Alemania, Museo de las artes plásticas.
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SOBRE LA MARCHA Creer y decir «creo» en medio de tanto triunfo de la mentira, es hoy un acto de agradecimiento. Agradecimiento al que nos creó y a todas las cosas buenas que hay en el mundo, aunque los hijos de Dios seamos ciegos como topos. Santiago Norte
Periodismo Católico
Llega la época más bella del año. Y no justamente por las luces, los regalos, las fiestas, sino porque el Hijo de Dios se nos hace presente de una manera dulcísima: en la figura de un niño recién nacido. De forma misteriosa, el Adviento nos muestra que «Dios no se ha retirado del mundo», como decía en un famoso ensayo el cardenal Joseph Ratzinger. Él está aquí, un niño pequeño, adorable, humilde. Él es la espera y la esperanza. En el mismo ensayo («Al comienzo del Adviento. Una conversación de Adviento con enfermos»), el cardenal Ratzinger señala algo esencial: que la llegada de Jesús es lo que le da sentido al tiempo, al tiempo humano y a la historia. «Cuando el tiempo no está lleno por sí mismo de una presencia con sentido, la espera se vuelve insoportable». Muchos dicen que sin Navidad el año sería tedioso. Lo dicen, quizá, por el movimiento comercial, de luces, de regocijo que provocan las fiestas. Pero, en el fondo, aunque no lo sepan con claridad, lo dicen porque intuyen que esa alegría es «la alegría anticipada de algo aún mayor que está por venir», la alegría anticipada de la Salvación por el gran regalo que Dios nos hizo de su Hijo y que —para los cristianos— constituye el fundamento del Adviento, «la forma propiamente cristiana de esperar y tener esperanza». Adviento no es solamente tiempo de presencia y de espera del Eterno. «Justamente porque es ambas cosas a la vez, es también y de manera especial un tiempo de alegría, y de una alegría interiorizada que el sufrimiento no puede erradicar». He aquí el gran suceso que invade el corazón de la humanidad al saberse regalada con el mayor de todos los presentes del tiempo que es el Niño que nació de la Virgen, en un establo, en los actuales territorios torturados de Belén, donde la paz del mundo pende de un hilo, y donde el odio de los seres humanos se afila como un poderoso puñal que el Niño Jesús derribó para siempre. Es la alegría de la fiesta que se prepara con cuatro domingos, con la flama de las velas y con el calor del abrazo de Dios que, al regalarse al hombre, «nos ha dado nuevamente la vida».