El Observador
14 de febrero de 2010 AÑO 15 No. 762 $8.00 Fundado en 1995
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Justicia Notas para comprender el mensaje de Benedicto XVI para la Cuaresma 2010 PÓRTICO
CUARENTA DÍAS PARA CAMBIAR AL MUNDO POR JAIME SEPTIÉN / jaimeseptien@gmail.com
Inicia la Cuaresma. El mensaje de Benedicto XVI, tan bellamente resumido por don Mario De Gasperín a un lado de esta nota, toca el núcleo de la paz, del desarrollo humano, del amor y del perdón: la justicia. La Cuaresma es el tiempo litúrgico que nos hace uno con Cristo a través del ayuno, de la oración y de la limosna y que nos prepara para vivir en la justicia que es, decía Joubert, «verdad en acción». La Cuaresma nos como El ayuno nos recuerda que el cuerpo hace uno con es templo del Espíritu Santo, vocación servicio a los demás. Abstenerse es Cristo a través del de elevarse por encima de la necesidad y ayuno, la oración anclar en el reino de la virtud, es decir, de la renuncia. La oración, individual o y la limosna comunitaria, hace patente nuestra pequeñez y, al mismo tiempo, nuestra inmensa necesidad de ser colmados por una escucha amorosa, por Uno que nos amó primero y que está dispuesto a darnos lo que necesitamos si se lo pedimos en el nombre de Jesús y por intercesión de María. La limosna es la acción final del desprendimiento, de la santa indiferencia ante los bienes terrenales que nos abre al misterio y a la serenidad. El huérfano y la viuda, símbolos bíblicos de los desvalidos, de los «olvidados de la tierra» (como los llamó el sociólogo Franz Fanon) se nos dan en oportunidad única y maravillosa de constituirnos hijos de Dios y herederos del Reino. Ni el ayuno por enflacar, ni la oración por aparentar, ni la limosna por salir del paso y mostrar a los demás «que somos buenos», son la «verdad en acción» sino todo lo contrario: son mentiras que engañan al único bobo que se deja engañar con esas triquiñuelas: yo mismo. En cuarenta días podemos cambiar al mundo si convertimos el corazón a Cristo y, como Él, vencemos la tentación de abandonar la Gracia en manos del placer, del poder, del dinero….
«La justicia de Dios se ha manifestado por la fe en Jesucristo» (Rm 3,21) 1º «Justicia», según la clásica definición de Ulpiano, (S. III), es «dar a cada quien lo suyo»; pero no dice en qué consiste «lo suyo», lo que debe darse a cada uno.
5º «Dar al pobre no es otra cosa que dar a Dios lo que se le debe», porque Dios primero escuchó el clamor de su pueblo oprimido en Egipto y lo liberó de la esclavitud; después pide a Israel que escuche y obedezca sus mandamientos. Dios está atento al clamor del desdichado y luego pide que se le escuche haciendo justicia al pobre.
2º «Lo suyo», lo que el hombre necesita, no son solamente los bienes materiales -necesarios, por cierto, pero no los únicos-, sino algo mayor: los bienes del espíritu, del amor, que solo Dios puede comunicar. «Aquello de lo que el hombre tiene más necesidad no se lo puede garantizar por ley», sino que se recibe de Dios; por eso, «no es justicia humana la que aparta al hombre del verdadero Dios» (S. Agustín). Una ley que aparta de Dios es una ley injusta. 3º ¿De dónde viene la injusticia? Hay muchas cosas y causas que la producen y vienen del «exterior»: guerras, violencia, etcétera. Pero hay una causa mayor, más profunda, que viene del «interior» del hombre, del corazón (cf Mc 7,15ss). «Identificar el origen del mal en una causa exterior es una forma de pensar ingenua y miope». La causa profunda de la injusticia es el egoísmo, producto del pecado original: «Mira que en la culpa nací, pecador me concibió mi madre» (Ps 51) 4º La sabiduría de Israel une íntimamente la fe en Dios con la justicia para con el prójimo. No se pueden separar. En efecto, sedaqá significa aceptar la voluntad de Dios y practicar la equidad con el prójimo, en especial con el pobre, el forastero, el huérfano y la viuda. Justicia son ambas cosas a la vez: obediencia a Dios y amor al prójimo.
Para hacer justicia se necesita salir de nuestra autosuficiencia, de nuestro egoísmo.
8º Pero, «¿qué justicia existe donde el justo muere en lugar del culpable y el culpable recibe la bendición que le corresponde al justo?» ¿Cómo recibe aquí cada uno «lo suyo», sino más bien lo contrario? Aquí aparece muy claro cómo la justicia divina es distinta y superior a la justicia humana: Dios ha pagado por el hombre un precio exorbitante, la muerte de su Hijo inocente en la Cruz. Creer en Cristo y en su Evangelio significa aceptar que necesitamos de Otro, para salvarnos; salir de la ilusión de la autosuficiencia, de la soberbia y abrirnos al don de la gracia, a su amor y a la necesidad de su perdón. 9º La fe no es algo natural y cómodo, sino sobrenatural y exigente. Es liberarme de lo «mío», de mi egoísmo, para aceptar lo «suyo», lo de Dios: su amor, su gracia, su perdón, en especial en el sacramento de la Reconciliación y de la Eucaristía. Ante Dios todos somos deudores, no acreedores. Recibimos siempre más de lo que merecemos.
6º «El mensaje cristiano responde positivamente a la sed de justicia del hombre: ‘Ahora, independientemente de la ley, la justicia de Dios se nos ha manifestado... por la fe en Jesucristo... a quien exhibió Dios como instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe, para mostrar su justicia’, dice san Pablo (cf. Rm 3, 21-25).
10º El cristiano, por haber experimentado este don, esta «justicia divina» llena de misericordia y gratitud, «se ve impulsado a contribuir a la formación de sociedades justas, donde todos reciban lo necesario para vivir según su propia dignidad de hombres y donde la justicia sea vivificada por el amor».
7º ¿Cuál es la justicia de Cristo? La que nos viene por su gra-
Resumió: Mario de Gasperín Gasperín, obispo de Querétaro
Lea el mensaje completo del Papa Benedicto XVI para la Cuaresma 2010 en la página 3
Periodismo Católico
cia, como regalo y don de Dios. Esto es lo que significa «su sangre», su vida entregada, expresión de su amor. Cristo, en la Cruz, acepta hacerse «maldición» por causa nuestra, para atraer sobre nosotros la «bendición» de Dios.