El Observador
8 de agosto de 2010 AÑO 16 No. 787 $10.00 Fundado en 1995
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Un bicentenario digno de celebrar: la Adoración Nocturna
¾ PÓRTICO
ADORADORES POR JAIME SEPTIÉN / jaimeseptien@gmail.com
La mayor obra eucarística de la Iglesia cumple doscientos años. Nació en 1810 durante el pontificado del Papa Pío VII y precisamente cuando estaba en cautiverio. ESPECIAL: ADORACIÓN NOCTURNA
-El adorador nocturno, el apóstol número uno de la comunidad -Impulsar el culto al Santísimo Sacramento, una prioridad -El adorador nocturno ideal -Hermann Cohen, un enamorado de la Eucaristía Págs. 3 a 10
Periodismo Católico
Una de las grandes aportaciones de nuestra Iglesia que peregrina en México es, sin duda, la Adoración Nocturna. En cualquier templo o capilla donde se encuentre expuesto el Santísimo, familias enteras rezan y le acompañan durante la noche, como signo de comunión y de esperanza en Cristo Jesús. Las cifras son apabullantes: de los seis millones de adoradores (hombres y mujeres) que hay en el De los seis mundo, más de cuatro millones son mexicanos. El millones de movimiento, que cumple en adoradores 2010 su bicentenario, ha prendido hondamente en el nocturnos del alma de México. Ha puesto mundo, más de a nuestro país como Iglesia que adora, a los pies del cuatro millones Santísimo, en la confianza son mexicanos de que la Eucaristía es el centro de la vida cristiana y que, desde ella, desde el encuentro con Jesucristo presente en la Sagrada Forma, es posible la solidaridad con todos. Adorar, según el Diccionario de la Real Academia Española es a) Reverenciar con sumo honor o respeto a un ser, considerándolo como cosa divina, b) Reverenciar y honrar a Dios con el culto religioso que le es debido, c) Dicho de un cardenal: «Postrarse delante del Papa después de haberle elegido, en señal de reconocerle como legítimo sucesor de San Pedro» y d) Amar con extremo. Los adoradores cumplen con todas las definiciones: reverencia a Dios, le dan el culto que le es debido, se postran delante de su majestad y aman con extremo el pan de los ángeles, pues en Él encuentran el camino, la verdad y la vida. Como sucede con la clausura, la adoración –y menos la nocturna—se entiende fuera de los ojos de la fe. Los que pasan y ven las puertas abiertas de algún templo expiatorio lleno de orantes a las dos de la madrugada, seguramente piensan que los que están ahí dentro son como fantasmas del pasado. Nada más lejos de la realidad. Son las grandes antorchas que nos muestran el fuego nuevo de la resurrección de Cristo; son las hogueras donde se quema el orgullo y aparece, como rescoldo, la humildad de sabernos hijos de Dios. Cuando sepamos aquilatar esa humildad y atravesemos con ella la coraza de nuestros días desperdiciados, sabremos que en la alta noche del rezo, de la salmodia, del canto, hay más luz que en cualquier otro lugar del mundo.