El Observador
29 de agosto de 2010 AÑO 16 No. 790 $10.00 Fundado en 1995
DE LA ACTUALIDAD
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Los sordos tienen también necesidad de oír hablar de Dios porque hablan con Dios «Vayan y prediquen el Evangelio», fue el mandato de Cristo. Esas palabras adquieren especial sentido cuando se dicen en el mundo de la discapacidad. Anunciar la Palabra en el mundo del silencio es uno de los retos de la Iglesia. Los sordos también son parte del Pueblo de Dios, también tienen hambre y sed de justicia. Evangelizarlos y acogerlos es una tarea permanente; apoyarlos en sus necesidades emocionales y espirituales es una de las áreas de oportunidad que enfrentamos como Iglesia. Hacen falta catequistas y sacerdotes preparados para llegar a ellos. Se necesitan hombres y mujeres que formen comunidad y practiquen solidaridad con los que han sido formados en el rechazo y la exclusión. Como una forma de contribuir a un mayor conocimiento del mundo del silencio, le dedicamos este número. Misa para sordos en la diócesis de Querétaro: Parroquia de Cristo Rey (Madero 297 Pte. Col. Niños Héroes) Domingos 12 del día
Dos catequistas terminando de traducir una Eucaristía con sordos. Durante toda la Misa ellas van traduciendo todo lo que se dice : oraciones, lecturas, homilía, palabras de la consagración; para que los sordos la sigan.
Capacitación en Centro de Instrucción para Sordos Ocampo 2-B Norte, viernes por la tarde con José Luís Aboytes
OPINIÓN
«Guías ciegos que cuelan el mosquito y se tragan el camello» -P. MARIO ÁNGEL FLORES P. 2 ENTREVISTA
Jorge Traslosheros: «La corte ha puesto el derecho al servicio de un grupo de privilegio» P. 3
Periodismo Católico
¾ PÓRTICO
PRIMERO MUERTOS QUE SENCILLOS
POR JAIME SEPTIÉN / jaimeseptien@gmail.com
Hace algunos años, una muchachita española ganó el concurso de interpretación musical europeo con una canción que llevaba el estrambótico título de Primero muerta que sencilla. El nombre de la canción le viene al pelo a quienes hoy en México andan desesperados, inventando derechos que no existen e invitando a la gente a perder el tiempo en cosas que nada tienen que ver con nuestros verdaderos, genuinos, grandototes problemas nacionales. Chesterton decía que «la mayoría de los humanos volverían a los viejos cauces de la fe y de la moral si lograran ampliar sus mentes lo suficiente como para poder hacerlo». La «ampliación» de la mente que nos lleva a entender lo bueno y lo que nos da sentido de vida, según el pensador inglés, no significa elevarse por encima de la media intelectual ni rebanarse los sesos acudiendo a fuentes esotéricas, como apuntan algunos despistados; significa ampliar la mente para ver las cosas sencillas. Nada hay más difícil que ver lo sencillo. Digo, para las mentes retorcidas y negativas. Y todavía más complejo es ver lo obvio. En el caso del «derecho a la adopción» de los «matrimonios homosexuales» se olvidan varios aspectos de una sencillez apabullante. Primero, que no existe ningún «derecho a la adopción», ni por heterosexuales ni por homosexuales. Los niños abandonados no son mascotas, ni por el hecho de ser pareja o dispareja tenemos algún «derecho» a ir al orfelinato a buscar uno que satisfaga mi deseo de paternidad. La paternidad tampoco es un derecho, es una responsabilidad gigantesca. Y el Estado debe vigilar que la responsabilidad se ejerza a plenitud, porque el artículo tercero de la Convención de los Derechos del Niño estipula, con claridad meridiana, que «todas las medidas respecto al niño deben estar basadas en la consideración del interés superior» del niño… Lo segundo es que no hay tal «matrimonio» homosexual: habrá junta, ayuntamiento, intereses comunes, buena disposición de uno a otro o de una a otra, pero eso no es un «matrimonio», como un avión no es un pájaro, aunque en la forma se asemejen. Y lo que no es matrimonio va contra natura de la pareja humana, de la familia, del bienestar e identidad de los miembros, de su libertad y reconocimientos, de su orientación y ciudadanía…, es decir, va contra el interés superior del niño ofendido ya por el abandono y al que debemos, sencillamente, volver a inyectarle amor para que sane su herida. Obvio.