Paola y su experiencia de fe De familia católica, la clavadista Paola Espinosa lleva como segundo nombre Milagros, pues debido a un tumor que tenía su madre mientras ella estaba en su vientre, hacía peligrar la vida de ambas.
El Observador PÁGINA 14
DE
6 de noviembre de 2011
AÑO 17
No. 852
elobservadorenlinea.com
LA
Fundado en 1995
Lo que no se le perdona a Benedicto XVI
PÓRTICO Por Jaime Septién
jaimeseptien@elobservadorenlinea.com
A
caba de salir en nuestro país la edición traducida al español de En defensa del Papa, un texto editado por el sello Martínez Roca, en el que, en casi 400 páginas, los periodistas italianos Paolo Rodari y Andrea Tornielli desmontan una a una las acusaciones que se han hecho —desde el entorno internacional y desde dentro de la Iglesia— al Santo Padre Benedicto XVI en lo que va de su pontificado. Estos seis años en los que el Papa ha recibido dardos envenenados, quizá como nunca, que vienen de muchos lados y que, aunque no forman un complot orquestado, así lo parecen. Mil falacias son desmenuzadas por ambos «vaticanistas», uno del periódico Il Foglio (Rodari) y el otro del periódico Il Giornale. Vale la pena detenerse en el comentario del libro, pues al que se está atacando es al mismísimo vicario de Cristo. Hagamos un catálogo (siempre inexacto) de los temas que se abordan. Primero que nada, el «discurso de Ratisbona», en el que el Papa, en una cátedra universitaria, «ofende» al Islam al tratar de reivindicar la relación entre fe y razón. Luego, la dimisión del recién nombrado arzobispo de Varsovia, Stanislaw Welgus, quien fue «encontrado» como colaborador antiguo de los servicios secretos del comunismo; más adelante el motu proprio de Benedicto XVI en el que volvía a la Misa en latín, aunado al levantamiento de la excomunión a los obispos lefebvrianos y la entrevista que exhumó la televisión sueca con el obispo Williamson, en la que negaba la existencia de los campos de concentración durante el nazismo. También el texto toca, en extenso, la enorme crisis causada
durante el primer viaje de Benedicto XVI al continente africano, donde afirmó que el condón no era, ni remotamente, la solución al tema del Sida; los escándalos de la pedofilia sacerdotal en Irlanda, Alemania y Estados Unidos; las guerras de los medios de comunicación contra el Papa, el Vaticano, las conferencias episcopales; el caso del mexicano Marcial Maciel y del cardenal austriaco Hans Hermann Groër, acusados, ambos, de abuso sexual y de haber sido protegidos por altos personajes de la curia romana; la constitución para los anglicanos, las profecías de Fátima… Pero, ¿cuál es el objetivo? Los autores lo sintetizan en esta frase: De tormenta en tormenta, de polémica en polémica, el efecto ha sido el
de «anestesiar» el mensaje de Benedicto XVI, aplastándolo en el cliché de papa «retrógrado», debilitando su alcance. Y sobre todo, olvidando impulsos y aperturas acometidos por Ratzinger en estos primeros cinco años de pontificado (el libro se publicó en Italia a fines de 2010) sobre grandes temas como la pobreza, la salvaguardia de la creación o la globalización. En otras palabras, los ataques han hecho debilitar ante la opinión pública la bienaventuranza de tener un dignísimo sucesor de Juan Pablo II, un sabio, un santo y, además, la mente más calificada del orbe, cuyo empeño está en hacernos entender que el tema fundamental es que…debemos redescubrir a Dios, y no a un Dios cualquiera, sino al Dios con un
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rostro humano, puesto que cuando vemos a Jesucristo vemos a Dios. Y a partir de esto debemos encontrar los caminos para encontrarnos recíprocamente en la familia, entre las generaciones y luego entre las culturas y los pueblos, y los caminos para la reconciliación y la convivencia pacífica en este mundo. Los ataques al Papa han repercutido en toda la Iglesia, en todas las conferencias episcopales, en todas las diócesis y en todos los templos católicos del mundo. Nos han golpeado a todos como Iglesia. Defenderlo es defender los derechos de Dios en el mundo, en su mundo; y los derechos de la Iglesia a transformarlo hacia el bien. Pocas voces periodísticas se atreven a hacerlo. Tampoco los laicos. Estamos siempre dispuestos a creerle al enemigo. A pie juntillas. Pero es nuestra misión conocer de dónde vienen los ataques. Son del maligno, que no duda en aliarse con personajes oscuros de dentro y de fuera de la Iglesia. Nuestra obligación como laicos es informarnos, tanto como la de los periodistas católicos es la de desmontar el vocerío, la tormenta perfecta armada por los que no esperan, no adoran y no aman al Dios de Jesucristo, al Dios para el que Jesucristo es el camino, el camino de la Verdad y de la Vida. Y orar. Porque, como escriben Rodari y Tornielli: «Lo único que no se perdona a Ratzinger es haber sido elegido Papa…».
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