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Candidatos sin propuesta

Hoy es necesario discutir sobre algo que se cae de maduro. No hay en los candidatos, propuestas de políticas públicas con fundamento, lo que se observa desde lejos. Y tampoco hay que ser genio de las finanzas o de los alcances y las limitaciones del presupuesto nacional. Pero se puede afirmar que hoy, los candidatos que encabezan las encuestas (no importa si las creemos o no) solo venden humo, como si pensaran que los electores son todos ignorantes.

Ante ello lo que se vislumbra en el panorama electoral y en los resultados que veremos después del 25 de junio, es un serio ausentismo electoral. La gente no está dispuesta a dar su voto por tonterías monumentales que los hoy candidatos exponen, con alguna excepción. Lo peor de todo, que sin arrugar un músculo de la cara y sin ruborizarse. Da pena ajena ver los “debates” presidenciales. Por razones familiares vi un foro de los canales abiertos. Cuatro candidatos y ausencia de propuestas sólidas, estructuradas, realistas, con datos financieros y legales. De la misma manera nada relacionado con temas tan urgentes como el desarrollo rural.

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Ejemplo, para el campo hace falta lo que tanto se proclama: seguridad jurídica. Y para ello lo primero que deberían de saber los candidatos, es que no hay leyes agrarias. Como hay de tránsito, salud, familia, comercio, penal, etc. Pero no hay un código agrario, ni tribunales especiales, menos una fiscalía que investigue todos los delitos que ocurren en el campo, ocupaciones de tierras o expulsiones. Una de dos, o se teme tocar el tema o se ignora de forma brutal.

Igual en la minería. Es un insulto a la nación que las empresas den el 1% de las regalías y se embolsen el 99%. Ocurre igual en oros negocios del estado. Es lo que hace unos días vimos. La autopista Palín-escuintla, fue el negocio realizado. 1% para el país, 99% para la empresa. Pero esto no lo tocan los candidatos.

Ni hablar de lo fiscal. Hay una tasa de recaudación del escaso 11 o 12% del PÎB. Y todo de acuerdo a quien presente datos y como los presente. Con eso muy pocas posibilidades de invertir en obra púbica. Pero todos hacen silencio. La causa se sabe: no molestar a sus financistas.

Y como un tema que nos degrada como país, una cadena de TV se da el lujo de convocar a los candidatos que les parece y dejan fuera a los que no forman parte de sus preferencias. De tal suerte, los que encabezan encuestas amañadas o no, son el pretexto para dejar fuera al resto, esto es unos 20 candidatos. Y los excluidos, se callan la boca, mientras los elegidos vulgarizan un foro presidencial sin ideas, sin propuestas. Aun se puede rectificar.

JUAN DIEGO GODOY

Saber menos

Ha acabado otro semestre más de cátedra universitaria y me gusta pensar que quienes damos clases nos preguntamos a menudo por qué lo hacemos. ¿Qué nos motiva a hacer lo que hacemos, a dedicarnos a la enseñanza? No necesariamente es un salario. Tampoco las caras largas de algunos alumnos durante las primeras clases del día (por ejemplo, una de mis cátedras inicia a las 6:50 a.m., los lunes). Definitivamente no es la distancia que hemos de recorrer en una ciudad y sus periferias caóticas para llegar a tiempo a las aulas. Semestre tras semestre concluyo que lo que más me motiva a enseñar es la oportunidad de poder ser testigo del crecimiento y superación de mis alumnos. Nada es más reconfortante que ser testigo de cómo esa persona que se examina al final del semestre ha cambiado en cuestión de meses; ya no es la misma porque es mejor que antes. Y no solo porque sepa más sobre ingeniería, derecho, comunicación, psicología o matemáticas. Es mejor persona porque ha aprendido a reflexionar, a escuchar, a cuestionar y a recibir consejo. Ingenieros, médicos, abogados y periodistas hay muchos. Profesionales que sepan reflexionar, analizar y cuestionar con bases éticas

y principios claros, hay pocos.

Las calificaciones son números, y aunque nunca he sido muy partidario de ellas, entiendo que funcionan para llevar un control más o menos objetivo de los progresos académicos de los universitarios. Pero al fin y al cabo son eso, números. Por eso para mí las calificaciones más importantes son aquellas que escapan del conteo numérico. Son las calificaciones abstractas, las que se comprueban cuando el alumno da un buen argumento en clase, o cuando hace esa pregunta clave, o cuando presenta un caso y es capaz de estructurarlo, desarmarlo y descifrarlo con maestría, o cuando redacta un texto que, además de estar escrito sin faltas ortográficas, obliga al lector a la reflexión y al cuestionamiento de sus ideas, o cuando pronuncia un discurso con gallardía. En fin, esas son las calificaciones que realmente cuentan, porque esos son los alumnos que como profesores deberíamos formar.

Hace poco, en un conversatorio sobre el futuro de la educación universitaria que se llevó a cabo en la Universidad del Istmo, uno de los ponentes aseguraba que los universitarios más cotizados por las empresas son aquellos que aportan a las instituciones todo aquello que éstas no tienen tiempo para enseñar, como el trabajo en equipo, el respeto, la cortesía y la responsabilidad laboral, y que esa debía ser la misión más importante de una casa de estudios. Sobre todo, de una casa de estudios como la Universidad del Istmo, cuyo lema es “saber para servir”.

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