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Los diarios de Andy Warhol
Méndez Vides
Nueva York es el actual centro cultural del mundo, como lo fue París cien años atrás. Allí se congregan los grupos más variados de intelectuales y artistas de todas partes del mundo, y conviven en una sopa revuelta, que salpica y contamina al resto del pla- neta. Allí han surgido escritores de talla mundial, y es donde llegan a vivir los que intentan trascender, allí fue descubierto el pintor colombiano Botero, y llegó a morir Reinaldo Arenas desterrado de Cuba, enfermo entre rascacielos. En Nueva York han surgido novedosos movimientos que han impulsado el progreso del arte universal, como el del paradigmático Andy Warhol, que en los años sesenta despertó el arte pop, que con su famosa “Factory” inició una serie de experimentos cinematográficos, plásticos y literarios que lo convirtieron en una leyenda. En Union Square se reunían jóvenes interesados en las artes, alrededor de Warhol, que se influyeron entre sí hasta estallar como luminarias independientes. En los diarios de Warhol, ese inmenso libro que se parece a las antiguas páginas amarillas de la época de los teléfonos fijos, el lector ingresa en los mejores momentos en la vida del artista, y es parte de la convivencia, de las intensas experiencias colectivas que influyeron en el movimiento creativo de una comunidad. No se trata de seres aislados, sino de las figuras más brillantes de una época masticando juntos, estimulándose, empujándose unos a los otros y creando inagotables, porque la cultura se manifiesta regularmente en montón.
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Así sucedió un siglo atrás en España, donde una generación de escritores y artistas jóvenes hicieron historia, porque juntos brillaron Lorca, Buñuel, Dalí, Neruda, Hernández, Alberti, y tantos más. Y en esas aguas nadó también periféricamente nuestro Luis Cardoza y Aragón, y compañía.
La lectura de los diarios de Warhol, provoca la nostalgia sobre la necesidad de la convivencia de los artistas, que de alguna manera se sucedió en los años del conflicto en los años setenta del siglo pasado, que luego de la diáspora reanudaron en los noventa, tras la firma de la paz, y que la pandemia volvió a ahogar. Mario Monteforte Toledo aconsejaba evitar el alejamiento y distanciamiento social fre- cuente entre los chapines, invocaba asistir a reuniones, salir de los libros a vivir en carne propia, a experimentar y sumarse a movimientos colectivos. Kant plantea en sus Ideas para una historia universal en clave cosmopolita que “los árboles logran en medio del bosque un bello y recto crecimiento, precisamente porque cada uno intenta privarle al otro del aire y el sol, obligándose mutuamente a buscar ambas cosas por encima de sí, en lugar de crecer atrofiados, torcidos y encorvados como aquellos que extienden caprichosamente sus ramas en libertad y apartados de los otros”. Pero cada quien escoge según su circunstancia, y aquí existen pequeños nodos de iluminados, aunque las oportunidades no sean las mismas de Nueva York, y seguramente se estarán desarrollando altos y frondosos ejemplares, mientras que otros optaran en la privacidad a ser como esas matas encogidas y encorvadas que señalaba Kant. Los libros son palabra viva, y la lectura de los Diarios de Andy Warhol permite experimentar el salto colectivo a otra dimensión.
Miles de jóvenes llegan cada año a Nueva York, y se reúnen en grupos de semejantes, dedicados a soñar con marcar la diferencia, y la lectura del testimonio de Warhol los inspira a marcar la diferencia, no seguir las modas de la tiranía de la mayoría, sino encontrar la clave para cambiar el rumbo, experimentar y descubrir nuevos límites del asombro. Allá o aquí, en un mundo global, el desafío del arte no tiene freno y es posible correr la aventura del descubrimiento, y la lectura de las obras testimoniales de los grandes movimientos estimula el espíritu y alienta a los más jóvenes a dar el gran salto de la imaginación.