Jesús L. Castillo
Con fuego en los ojos
Con fuego en los ojos © Jesús L. Castillo El libro hecho en casa. Serie novela © Para esta edición: Fundación Editorial El perro y la rana Sistema Editoriales Regionales Red Nacional de Escritores de Venezuela Gabinete Cultural del estado Yaracuy Depósito Legal: DC2021000529 ISBN: 978-980-14-4764-1 El Sistema de Imprentas Regionales es un proyecto impulsado por el Ministerio del Poder Popular para la Cultura a través de la Fundación Editorial El perro y la rana, con el apoyo y la participación de la Red Nacional de Escritores de Venezuela. Tiene como objeto fundamental brindar una herramienta esencial en la construcción de las ideas: el libro. Este sistema se ramifica por todos los estados del país, donde funciona una pequeña imprenta que le da paso a la publicación de autores.
Plataforma del Libro y la Lectura: Jairo Brijaldo Diagramación Jesús A. Castillo O. Consejo Editorial: MSC Arelys Corona Licda. Nancy M. López P Licda. Dulce A. Motas de A. Licda. Yadaris D. Espinoza de E. Lic. Alexis Morey Diseñador Gráfico Jesús A. Castillo O.
CON FUEGO EN LOS OJOS
Jesús Castillo
CON FUEGO EN LOS OJOS
Jesús Castillo
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Marbelly Bravo
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1 Estaba tirado en la dura cama de cemento, cubierto apenas con una delgada estera. Ya había realizado las oraciones de la mañana… Ahora su mirada vagaba en aquel pequeño tragaluz, mientras contaba mentalmente. Quinientos… Tenía los ojos cerrados, solo descansaba, ya se había acostumbrado a hacerlo sin dejar de pensar. Seiscientos… Hacía mucho frío, todos los amaneceres eran así. Ya no le importaba, hacía tiempo que no. Ochocientos… Podía sentir el grueso dril de su camisa pegado a sus costillas. Todas las mañanas habían sido difíciles, pero sabía por conversaciones de otros como él, que en algún punto, lo dejarían en paz. Novecientos… Pero eso, en sí, era igual de malo. Porque sucederían dos cosas: El olvido y la incertidumbre. El olvido de que lo abandonasen a su suerte, quien sabe hasta cuándo. La incertidumbre de que un momento a otro comenzaría todo de nuevo: Bastaba un comentario, que su nombre saliera a relucir, que su imagen apareciese en alguna foto y sería sorprendido, a cualquier hora, allí, en el patio, en el comedor, durante sus oraciones o mientras dormía, en lo profundo de la noche. Mil… Escuchó el sonido del choque de las pesadas llaves. Las conocía de memoria: El ruido del tintineo entre ellas era siniestro, pues rompía el enorme silencio que reinaba en aquellos pasillos, por los que solo se podía caminar para entrar y salir… O cuando te buscaban para que no regresaras jamás. Era como tantos otros: Alto corpulento, con idéntico corte de cabello y fría mirada que no decía nada, sin un atisbo de humanidad. Le hizo un gesto con la
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cabeza. Obediente, se sentó y se puso sus pantuflas, que era el único calzado que les era permitido usar. Poniéndose de pie, lo siguió. El sonido de aquellas botas sobre el piso de cemento producía un eco sepulcral. A través de los monitores del circuito cerrado de televisión se le veía insignificante caminando detrás de aquel hombre, con aquel uniforme caqui de prisionero limpio, pero desgastado, con la barba y el cabello largos, sumamente delgado, mientras aquel lucía su impecable uniforme con el diseño de camuflaje del desierto y botas de idéntico color. De su cintura pendía un bastón de metal forrado en cuero. No se molestaba en llevarlo en la mano. Era como si le dijese: “Eres tan insignificante para mí que no representas una amenaza” Se detuvieron ante una puerta de madera. Este se limitó a abrirla y colocarse a un lado, en posición de firme. Entró y el uniformado cerró la puerta. El hombre que lo esperaba vestía de traje, como otros que había visto, aunque el corte era de mucha más calidad. Sobre el mesón de metal reposaba un grueso expediente. Ya lo conocía. Su sonrisa pretendía ser cordial y amistosa. -¡Buenos días! -Buenos días… -Siéntese, por favor. -No gracias… Puedo oírlo de pie. -¡Vamos! –Dijo conciliador- ¿lo han tratado mal desde mi llegada? –Lo señaló con un elegante bolígrafoa pesar de lo grave de sus acusaciones, tiene tres comidas, puede salir al patio común, una hora de ejercicio y se le permite realizar sus oraciones…
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Siéntese, conversemos un poco, dígame, ¿quiere un café? ¡Me muero por un buen café! -No quiero ser molestia. -¡De ninguna manera! –Pulsó el intercomunicador a su lado- Dos cafés, por favor. -En seguida, señor Robinson –Contestó una voz. Abrió el expediente y lo ojeó un poco, mientras el prisionero esperaba allí, sentado en silencio, con la mirada perdida. Apareció una mujer uniformada llevando una bandeja y colocó las tazas entre los dos. Sin dejar de leer, musitó: -Tome una taza, con confianza –Sonrió- así verá que no tiene porqué desconfiar. Con suma calma, el prisionero sostuvo la taza, tratando de que no le temblase las manos ni demostrar ansiedad. Bebió un sorbo apenas. La retuvo en su boca, paladeándolo, saboreándolo, memorizando su sabor, su olor, aquel agradable calor entre sus manos. El de traje dejó el folio a un lado y tomó su taza para disfrutarla. Dejó que el tiempo corriera para que su acompañante disfrutase la suya. A pesar de su elegancia y del gastado uniforme de dril del prisionero, este parecía tener más dignidad, mientras ambos hombres disfrutaban de la infusión. En otra ciudad Peter Al Rashid revisaba nuevamente los mensajes de texto de su celular mientras esperaba, conversando con sus compañeros de la universidad. Su novia estaba a su lado, jugando con su largo cabello, disfrutando con su grupo de los jardines, donde otros estudiantes estaban sentados en el césped, conversando y riendo. Un grupo hacía su práctica de taichí, abstraídos del resto de los demás alumnos.
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Otros, jugaban con discos de fresbee o simplemente leían o escuchaban música. Peter pertenecía a la primera generación de su familia, inmigrantes a los Estados Unidos provenientes de Siria. Cuando cumplió dieciséis, viajó al país de sus padres para conocer a sus abuelos. Al llegar, su tío le habló en inglés con su fuerte acento: -¿Así que el niño americano vino a hacer turismo? -Vine conocer mis orígenes, tío… -Si vienes a conocer tus “orígenes” no lo harás visitando viejas tumbas o monumentos. Debes saber de los que sufren, de nuestros mártires y de los sacrificios que hacemos por hacer grande al islam –Se le quedó mirando, dubitativamente- ¿eres practicante? -Sí, tío… -Entonces, no perdamos tiempo… Hay alguien que quiero que conozcas… El Imán a quien Peter Al Rashid fue presentado era un hombre de larga barba blanca, cejas pobladas, vestido de riguroso negro. Su mirada era penetrante. Peter se sentía intimidado. Lo sentaron en el patio, en el suelo de piedra de una antigua mezquita, rodeado de otros jóvenes como él. Les habló de los infieles: -No se avergüencen de haber nacido en país de infieles si se mantienen puros de corazón, a fin de ganarse el paraíso, como dicta el Corán. Deberán mezclarse con ellos, hacerse invisibles… Los que se sientan aptos… Vendrán conmigo. Serán parte de esta cruzada. Hay personas entre ellos, dispuestos a ayudarnos, así sea en pro de sus intereses… Esta no es labor de un día y aquellos que acepten, deberán pasar un tiempo aquí. Así pasó un año… Cuando Peter regresó con su
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familia, se había transformado en un joven silencioso, ensimismado… Sus padres se mostraron preocupados, pero su actitud comenzó a cambiar, paulatinamente: Se dedicó a trabajar en el negocio familiar, una florería en el centro de la ciudad, ingresó en la universidad, hasta se buscó una novia. Se incomodaron un poco, porque no era musulmana, pero esto era américa. Ahora se encontraba en mitad de la carrera. Una tarde recibió una llamada. Se entrevistó con un hombre que no era de su fe, pero parecía ser parte de su causa. Meses después recibió un mensaje. Siguió sus instrucciones y continuó en la universidad. Ahora estaba allí, con sus amigos, su novia, sus compañeros. Sintió vibrar su celular. No creyó necesario cerciorarse. Conocía su contenido. Metió su mano dentro de su cazadora, sacó un cilindro con un botón. Musitó una oración y lo apretó. Nadie cercano a Peter Al Rashid en cincuenta metros sintió nada. La carga explosiva, combinada con una gran cantidad de cojinetes de metal fue suficiente para matarlos en el acto. Las esferas de acero de cinco milímetros actuaron como proyectiles, hiriendo, rompiendo y matando. Vehículos cercanos explotaron por la magnitud del estallido. En otro extremo de la ciudad, era la hora pico en el metro: Gente que salía del trabajo, niños con sus madres que volvían de la escuela, oficinistas, personas con turno nocturno en su trabajo y alguno que otro que salía a divertirse. El muchacho se encontraba sentado cerca de la puerta, cubierto con un abrigo. Se limpiaba la nariz con fuerza, pues parecía estar resfriado. Una niña abrazada a un oso de felpa lo miraba de cuando en
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cuando. La niña le hizo un gesto con la lengua y este le correspondió con una sonrisa, mientras miraba el mensaje de su celular. Le guiñó un ojo al tiempo que metía su mano dentro del abrigo. La explosión partió el vagón en dos. Una parte cayó en el otro carril, estrellándose con el otro tren que transitaba en sentido contrario, bloqueando el túnel. En ese momento, en otro lugar del mundo dos hombres estaban sentados en un café, disfrutando de un partido de backgammon, mientras bebían el fuerte líquido en diminutas tazas, aparentemente ajenos a la gran cantidad de caminantes, mujeres cubiertas, niños corriendo, persiguiéndose o pidiendo limosna a aquellos con apariencia de turistas. Ambos vestían ropas tradicionales de la gente de las montañas, barbados y quemados por el fuerte sol. Un grupo de niños se les acercó, pidiéndoles dinero. Uno de ellos sacó un fuete de cuero con cola de pelo de camello lanzando unos azotes al aire, gritando: -¡Yala! ¡Yala! (¡Fuera! ¡Fuera!) Estos corrieron en todas direcciones, entre risas y gritos. Uno de los hombres le hizo un gesto al otro. Cerca de ellos pasó otro hombre a paso rápido, entre vendedores y mendigos, con la mirada fija y el ceño fruncido, usando un turbante negro como el resto de su indumentaria. Otro de ellos se puso de pie y lo siguió, mientras el otro salió en otra dirección. Se les unió otro hombre en bicicleta, pero este se movía con rapidez, mezclándose entre la gente. Sintiéndose seguido, se internó entre callejones, a fin de perder a cualquiera. En un callejón casi tropezó con una mujer vestida con un burka tradicional. Esta le dijo
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algo inteligible. Su asombro no tuvo límites. Ninguna mujer que se respetara debería andar sola en la calle y mucho menos hablarle a un desconocido. Merecía ser violada y lapidada. No vio la destartalada camioneta que se detuvo detrás de este, de donde bajaron los hombres que lo seguían, sometiéndole y colocándole un capuchón en la cabeza. Lo metieron a empujones y lo ataron con tiras de plástico. La mujer vestida con el burka se introdujo, cerrando la puerta. Recorrieron la carretera hasta que el asfalto desapareció. Los caminos se hicieron sinuosos, entre rocas y arena. Llegaron hasta un despoblado. Allí bajaron del vehículo, llevando a empellones al hombre. -No te resistas si sabes lo que te convine –Le dijo uno de ellos en su lengua, aplicándole una dolorosa llave al brazo- ¡Camina! El otro arrojó una lata que despidió un humo de vivo color naranja. Sabían que los esperaban. La mujer se había despojado del burka y ahora vestía uniforme sin insignias con chaleco blindado, gorra y portaba un AK 47 al hombro. Transcurrió menos de un minuto hasta que apareció el helicóptero pintado de color negro sin identificación. Salieron de inmediato, mientras la camioneta se incendiaba, entre las dunas y los arenales, bajo la mirada indiferente de los camellos. Antes de partir, uno de ellos recogió la lata, a fin de no dejar pistas. El nombre de aquel hombre era Abdullah al Massoud, pero era conocido como “Abbas” (León) y se encontraba entre las listas de los buscados por la interpol, el FBI, la CIA y diferentes organismos de
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inteligencia del mundo. Se le vinculaba con Al Kaeda y otros movimientos terroristas como ISIS. Ahora se encontraba en una casa de seguridad en una base militar norteamericana en Alemania, de la que muy pocos tenían conocimientos. En la región no se sabía de su paradero. Se sospechaba de su secuestro, pero sin pruebas. Por el canal Al Jazira se amenazaba al mundo occidental por su supuesto secuestro. En todo momento había mantenido la dignidad, no había proferido palabra alguna. Se había negado a ingerir alimentos y bebía muy poca agua. No se le permitió comunicación con nadie. No tenía espacio para moverse, además de su celda de dos por dos, sin ventanas y con una luz permanente. Así lo tuvieron, hasta que perdió la noción del tiempo. Aunque no habían pasado muchos días, la intención era dejarlo en un limbo. Fue llevado a una oficina. Abbas esperaba un lugar lúgubre, mal iluminado, con restos de sangre en el piso, como ya había pasado en experiencias pasadas. Lo hicieron sentarse. Entraron dos hombres de uniforme, sin insignias y uno vestido de civil, con camisa por fuera y jeans. Su cabello no revelaba al militar. Era evidente que era diferente a aquellos hombres. -¡Señor Abbas! –Le extendió la mano- Es un placer. Puede llamarme Robinson. Este se le quedó mirando, sin ningún significado en sus ojos. Robinson bajo la mano extendida y tomó otra silla, sentándose frente a él. -Estuvimos buscándolo largo tiempo, no tiene idea del costo de encontrarlo… Hay muchas cosas que necesitamos que nos diga –Este no cambió su actitud
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ni un ápice- por supuesto que sé que usted no nos dirá nada por voluntad propia –Los señaló con un gesto de la cabeza- estos hombres que ve aquí, se encargarán del interrogatorio. -De la tortura –Rompió el silencio- ¡Y se dicen soldados! ¡Asesinos! ¡Eso es lo que son! -Usted es un terrorista que entrena terroristas… Un ideólogo. Pero ellos no son soldados… Son contratistas. Mercenarios, para hablar más claro… -Sonrió- ¿se imagina? ¡Presentarlo ante el mundo como prisionero de guerra contra el terrorismo mundial!... Pero tenemos otros planes. Mi misión es acabar con ciertos líderes con los que no se llega a ningún tipo de arreglo, son radicales como usted. -Estoy dispuesto a morir y llegar a los brazos de Alá. -No. Usted quiere ser un mártir para los suyos… no se lo permitiremos. No morirá, se lo aseguro, porque usted sabe de los ataques en mi país y esto es una afirmación. -No sacarán nada de mí… -Tengo métodos y planes muy concretos… -Se puso de pie- por ahora, lo dejaré en manos de estos… caballeros. Ya afuera, observaba el interrogatorio preliminar. Para ello disponía de un monitor, pues en esa habitación había de una cámara y micrófonos camuflados para observar todo. Una mujer estaba a su lado, observando. -Creí que no usaríamos esos métodos… -¿Desde cuándo es agente de campo? -Tres años, señor… -¿Hoteles cinco estrellas, paseos en limosinas, cenas un restaurante con estrellas Michelin? –Preguntó
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irónico- ¡por supuesto que no! -No señor… -Respondió resignada, temerosa de alguna amenaza- solo he trabajado en esta región. -No es un mal lugar… -Reflexionó, sin dejar de mirar el monitor- hermosos paisajes, increíbles puestas de sol… La comida no es mala, especialmente los postres… Pero no es un mundo para mujeres. -Cierto… Muy duro… Pensé que no usaría a fuerza bruta con él, leí el expediente de ese hombre, no va a doblegarlo con eso. -No planeo doblegarlo así –sonrió- esto es solo parte del “tratamiento”… Váyase a descansar, señorita Youngblood. Valentina Youngblood se trasladó a los dormitorios para mujeres en la base militar. Atravesó pasillos y puntos de control, levantando suspicacias entre los uniformados. Un teniente se puso impertinente en el área de acceso al personal de la base. -Esta no es un área para “contratistas” –dijo con una cortesía que no ocultaba un ligero desdén- madam… -Ella reconoció el típico acento sureño- lo siento… Sin inmutarse, le mostró sus credenciales. Este mostró sorpresa, pero no varió su actitud. -Como puede ver, teniente -dijo mientras las guardabaambos trabajamos para el mismo gobierno. -Usted no es ni militar, ni un oficial al que responderle. -No. Por lo que no tengo que seguir sus órdenes, ni darle explicaciones… Lo que podría hacer es conseguir su traslado a una de nuestras bases militares en Kabul… Se ve que no lleva mucho sol por estos lados… “Seguramente algún antepasado suyo cayó en Little Bighorn*1” en manos de uno mío” –pensó- permiso.
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El hombre no profirió palabra alguna, pero estaba segura de que le había murmurado “perra” por lo bajo. Se dio un baño y comió a solas en el comedor. Ya estaba habituada. A veces el mundo occidental no difería mucho del otro con respecto a la mujer. Durmió como una piedra, agradeciendo la ducha y la comida caliente, además de poder usar ropas occidentales. Podía salir de la base, pero prefería no hacerlo, pues se suponía que no estaba allí. Horas más tarde, se encontraba frente al monitor que daba al cuarto de interrogatorio. Robinson le esperaba. -¿Descansó? -Sí, gracias. -Acompáñeme… Abdullah Al Massoud, alias “Abbas” se encontraba sentado, muy erguido. A pesar de los golpes, el maltrato y la falta de sueño, aún permanecía altanero. Miró con odio al hombre que decía llamarse Robinson. -¿Qué hace una mujer aquí? –Masculló- una mujer sola entre hombres, sin esposo no es más que una cualquiera. -¿Dijo algo? -No señor... Lo hemos golpeado, sin fracturarlo y ha dormido muy poco, no ha comido, pero no se le niegan líquidos, pero solo bebió unos sorbos apenas… Hasta este momento, no había dicho ninguna palabra. -Pero lo hará… Sacó de un bolsillo un cilindro de metal que contenía una jeringa. Sin titubear, lo inyectó en el muslo. En solo unos momentos, Abdullah Al Massoud, se desmayó. -¿Qué es eso? –Preguntó alguien.
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-Un biótico… -¿Un biótico? -Algo vivo… Un patógeno. -¿Un virus? –Preguntó asombrada- ¡Está usted loco! -De ninguna manera… Los golpes eran solo para ablandarlo sicológicamente… Ahora creerá que está al borde de la muerte, pero no lo dejaremos morir… Ya vendrán a buscarlo. Acompáñeme. Una vez afuera, la confrontó. No alzó la voz, pero le habló con furia controlada. Parecía que quería enseñarle algo. -¡Jamás me contradiga delante de nadie! –Le apuntó con un dedo como si le hablase a un niño- ¿Me entendió? -No estoy de acuerdo con sus métodos –trató de justificarse- entiendo la violencia, es gente violenta… Pero esto… Sobrepasa todo. -¿Sobrepasa? –La miró como si fuese una idiota- ¿Es que no lo entiende? ¿Sabe lo que pasó en nuestro país? ¿Lo sabe?... ¡Dos jóvenes se inmolaron en Nueva York!... ¡Uno en una universidad y otro en el metro, en hora pico! –Ella lo miraba sin saber que decir- ¿Sabe cuántas madres y padres no verán a sus hijos? ¿Hermanos que no se verán? ¿Cuántos viudos y viudas hay? ¡El policía que no irá a patrullar, el florista que no abrirá su tienda, los niños que no irán a la escuela, los niños que preguntarán por sus compañeros! ¡Y usted teme que me sobrepase! – Se burló con amargura- ¡Desollaría al diablo vivo si tuviese que hacerlo!... ¡Que no le quepa duda! -Lo siento, no lo estaba juzgando… -No se preocupe –sonrió, tratando de ser jovial- es
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la parte ingrata de este trabajo… Usted lo sabe. No hay medallas, ni ningún respeto por lo que hacemos, nos llenamos las manos de sangre y mierda para que nuestros conciudadanos sigan viviendo el sueño americano, porque alguien tiene que hacerlo y nos tocó a nosotros... Váyase a descansar y la llamaré en unas horas…. Quiero que vea lo que va a pasar. Muy a su pesar, Valentina Youngblood tuvo que reconocer en su interior que deseaba ver cómo terminaba todo aquello.
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2 Marcellus Wallace volvió a pasarse las manos húmedas por el rostro y se miró al espejo. En realidad se sentía cansado. Había salido de una serie de reuniones a fin de organizar el plan de respuesta luego de los atentados. Todo había sido una vorágine de circunstancias. Primero que nada, los burócratas de las diferentes agencias tratando de salvar su cuello, culpándose unos a otros. Finalizada esta etapa, que él con mucho acierto había denominado “la rabieta”, venía “el alivio”, donde cada quien se tranquilizaba y luego comenzaba a organizar el trabajo. Pero en los planos medios era diferente: Allí se trataba de planes de respuesta activados y previamente organizados. Marcellus Wallace pertenecía al grupo que muchos denominaban invisibles. Eran los investigadores, los analistas de campo. El área de trabajo de Wallace era la sicología. Pero por sus habilidades y expediente militar no se le destinó al análisis del comportamiento criminal, sino al de antiterrorismo. Eso permitía determinar quién podría tener potencial para realizar un acto de esa clase o tener nexos directos o no con terroristas. Trabajaba para el FBI, pero dadas las circunstancias, estaba destinado a realizar un análisis en directo de potenciales terroristas, algunos bajo detención por parte de la CIA. No estaba nada de acuerdo con la detención de ciudadanos en suelo norteamericano solo por ser árabes, pero, dada las circunstancias, se guardaba sus opiniones. Secó sus manos, limpio sus gafas, se las colocó y se miró al espejo: Delgado, alto, muy
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presentable de saco y corbata. Se acomodó el nudo de esta, se ajustó el saco y se sintió satisfecho. Marcellus Wallace era considerado un analista de los mejores, pues se había ganado su espacio con tesón y trabajo duro, aunque a veces no creía que un afroamericano pudiese llegar tan lejos sin conexiones políticas, pero él lo había hecho. Ahora le tocaba demostrar otra vez su valía. No conocía los antecedentes de los hombres con quien iba a trabajar, pero sabía del antagonismo natural entre las dos agencias. Salió del baño y caminó hasta la cafetería. No había desayunado y acababa de bajarse de un avión, luego de dos horas en carretera. Se sentó y esperó. -Buenos días –dijo la dulce voz femenina- ¿qué va a desayunar? La joven no tendría más de veinte años. Era pelirroja, con algunas pecas en las mejillas. Sus azules ojos se abrieron con más interés al ver los verdes ojos de Marcellus, que lo hacía más atractivo ante las mujeres, sin importar el color de su piel. Este le mostró su blanca y pareja dentadura, hizo una pausa y con voz natural dijo: -Buenos días… Café por favor y dígame, ¿qué tiene para desayunar –miró el portanombre en su blusaDarla? -Le recomiendo –dijo casi seducida por aquella vozpanqueques, huevos con tocino y pastel de durazno… Es muy solicitado por aquí. ¿Usted no es de por aquí, verdad? -No Darla… No lo soy. Quiero el tocino bien frito y dos huevos término medio, si hay pan tostado, mucho
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mejor… -Puedo decirle al cocinero. -Gracias, Darla… -De nada –dijo en tono invitador mientras llenaba la taza de café- ¿azúcar y crema? -Sí, por favor. -¡Darla! –Gritó una voz malhumorada desde la caja¡Apúrate, que hay otros clientes! -¡Voy! –Dijo de mala gana, para luego cambiar de actitud para hablarle a aquel hombre que consideraba tan elegante y con clase- en seguida traeré su orden. Marcellus cruzó miradas con aquel hombre y este bajó la vista, incómodo. Se imaginaba que en tiempos de su abuelo ese hombre debía verse muy bien a caballo, con el manto y la capucha blanca, quemando cruces de madera en algún patio… Pero eran otros tiempos. Las hostilidades raciales eran mal vistas. Cuando esto pasaba, recordaba las palabras de su padre: “La gente prefiere hacer lo políticamente correcto que hacer lo que realmente es correcto… Son tiempos en que parece que hay más libertades y en el que más peligro corren las libertades”… Si lo pensaba bien, era muy cierto. Regresó la vista a la joven camarera que esperaba con una sonrisa. Le correspondió. -Gracias, Darla. Su celular sonó y este atendió de inmediato, no sin antes mirar el número. No le era conocido. -¿Sí? -¿Señor Wallace? -Habla con él. -¿El señor Marcelus Wallace?
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-Ya le dije que sí… No era primera vez que esto le sucedía. Era culpa de su padre, Demetrius Wallace, profesor de arte en la universidad y fanático del cine, especialmente de las películas de Tarantino.*2 Agradecía haber nacido hombre, porque no se imaginaba que nombre le hubiese endilgado su padre si fuese mujer. -¿Ya se encuentra en el merendero? -Estoy desayunando… -En una hora más o menos estaremos allá… -Bien, aquí espero… En ese momento le era servido el desayuno. -Si quieres algo más, solo tienes que pedirlo… -Gracias, Darla. El desayuno estuvo bueno, pero nada del otro mundo. Solo el pastel estaba excelente, por lo que ordenó otra rebanada. Terminaba su café cuando la joven camarera le trajo la cuenta y dos folletos: Tenían cinco estrellas blancas y se leía en grandes colores: “Diga cómo trabajo”. El otro decía Darla y tenía su número telefónico. No tenía intención de llamarle, pero creyó que sería descortés dejarla y la guardó en su bolsillo. Alzó la mirada y frente a él se encontraban dos hombres de traje, con gafas oscuras e intercomunicadores en sus oídos. -¿Señor Wallace? -Sí… -Acompáñenos, por favor. Afuera esperaban tres hombres más en dos camionetas. Subió a uno de ellas y comenzaron a rodar por una carretera entre largas pendientes, amplias curvas y coníferas como paisaje.
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No dijo palabra alguna. Pero eso le permitió estudiar a sus acompañantes. Para el que conducía y el que estaba a su lado, le era indiferente, pero el que iba junto al conductor, en él, la tensión era palpable, así que decidió esperar. Luego de un buen rato, llegaron a un complejo de cabañas, protegidas por una cerca eléctrica. Luego de las primeras cabañas y viviendas había unos galpones de tipo militar. Se quedaron en la entrada. Un venado saltó paralelo a la cerca. Se veía imponente, luciendo su cornamenta, seguido de una hembra. -Hermoso animal… -Este es un parque nacional –dijo el conductor- la caza está estrictamente prohibida… Los guardias forestales son militares del ejército disfrazados. -¡Que desperdicio! –Dijo su acompañante- ¡Quitarle a uno el placer de la caza, mientras está trabajando aquí! -Se supone que no debemos llamar la atención, Foster. -Sí, claro –Le habló a Wallace- Por aquí, señor… Pasaron las primeras edificaciones y entraron a los galpones. Wallace admiró el gran comedor. -Aquí puede almorzar, señor. -Gracias… -La especialidad de hoy es pollo frito, waffles y pan de maíz*3 -¡Hum, hum, hum! –Dijo Wallace con falso acento campesino, como respuesta al tono irónico de aquel hombre- ¡Pollo frito!... ¡A quién no le gusta el pollo frito!... Si hasta un cuello rojo no puede negarse a comerlo*4 ¿No es cierto, “Fester”*5 El hombre se abalanzó sobre él. Wallace lo esperaba.
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Le dio un golpe en la garganta, al tiempo que le hacía una zancadilla, arrojándolo al piso. Este se puso de pie enseguida. -¡Foster! –Grito una voz furiosa- ¡Deténgase! -¡Pero, señor!... -Di una orden clara… Foster se detuvo, mientras los demás hombres se quedaron allí, a la expectativa. Wallace se había desabotonado el saco y esperaba. -Señor Wallace –el hombre le extendió la mano- soy Frank Roberts. Quiero disculparme sinceramente por la conducta del señor Foster… Veré que sea sancionado de la manera que corresponde. -No hace falta… Por lo menos fue sincero con sus emociones, aunque debo confesar que me dejé llevar un poco por las mías –dijo mientras apretaba su mano. -Veo que no es solo un académico. ¿Militar? -Ejercito. ¿Y usted? -Cuerpo de Marines –sonrió- ¿Le parece si comenzamos? ¿Cuál es su función? -Evaluación y análisis, identificación de información útil para nuestras agencias, como quien sabe más de lo que dice. -¿Nos los dirá? -No son las instrucciones que tengo… Debo pasar esta información a mis superiores y ellos a los suyos. -Pero, si sabe algo y puede decírmelo, lo tomaré como un favor personal. -Bien… No veo que mal puede hacer… Pero sin compromisos. -Gracias… Se dedicó a entrevistarlos individualmente, en sus
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celdas. Wallace les leía un formulario de preguntas que iba llenando. Eran, aparentemente, irrelevantes, pero le permitían estudiar sus reacciones, respiración, dilatación de la pupila y sus respuestas. Algunas preguntas atacaban directamente las creencias de los encuestados, otros las reforzaban. La gran mayoría ante estas preguntas se sentían impulsadas a demostrar la solidez de sus ideas. Wallace grababa todas sus conversaciones, pero solo para su uso. De allí sacaba el análisis de conducta de cada uno de los prisioneros. Las entrevistas eran largas. Ese día solo entrevistó tres. Hizo una pausa para almorzar y cuando finalizó, cenó y se acostó a dormir. Al día siguiente se encontró con que las entrevistas serían en el cuarto de interrogatorios. Buscó inmediatamente a Frank Roberts, para preguntarle por qué del cambio. -Sus primeros entrevistados fueron gente no violenta y colaboradora. Pero hay otros que preferimos que sea bajo nuestra supervisión. -No estoy de acuerdo, Roberts. Si el entrevistado se siente controlado, no puedo leerlo. Debe dejarme hacer mi trabajo. -Haremos esto: Le llevaré un prisionero, si me demuestra que puede controlar la situación, será a su manera –le mostró un expediente- le daré este. -¿Este? –Lo hojeó sorprendido- ¿le parece? -No dije que te la iba a poner fácil –sonrió- vamos a ver qué haces con este. Yusur Moffat medía casi dos metros de altura. Llevaba la cabeza rapada y una larga barba que resaltaba
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sus pobladas cejas y sus ojos de orate. Reflejaba el fanatismo en sus acciones. Había pasado en celda de castigo más veces que ningún otro prisionero. Cuando se lo presentaron, llevaba esposas en las muñecas y los tobillos, unidos por largas cadenas. Llegó con dos escoltas, mientras Wallace leía el grueso expediente. A su lado reposaban dos tazas y un termo de metal. -Quítenle las esposas, por favor. -Pero… -Insisto… Quítenle las esposas –dijo con voz neutrapor favor. Reticente, el guardia lo liberó. -Salga, por favor. El prisionero se quedó allí, de pie, mirándolo, mientras masajeaba sus muñecas, estudiándolo. Wallace no levantaba la vista del expediente, mientras se servía café. Yusur Moffat se sintió ofendido de no ser tomado en cuenta. -¿Sabes que podría matarte antes de que esos hombres abran esa puerta para salvarte? -No, no podrías… -bebió un sorbo de su café- y no te preocupes por esos hombres, nadie está observando. -Entonces, sí podría matarte. -No, porque, como yo lo veo, hay por lo menos dos formas con el mismo resultado: Uno, tratas de pasar por encima de la mesa para atacarme, yo te hago caer, te destrozo un brazo, rompo la taza y te corto el cuello. -¡No puedes hacerle eso a un prisionero! -No eres mi prisionero, ni estás bajo mi custodia… Si tratas de asesinarme y te mato, no tendría problema, pero la otra opción me gusta más: Me atacas y te
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rompo el brazo derecho en tres partes. Nadie querrá comer contigo.*6 -¿Qué quiere usted de mí? -Que respondas unas preguntas, nada más, eso es todo. ¿Es usted un buen musulmán? ¿Practica el Corán? -Sí… -Pues no eres mejor que los guardias… Lo leo aquí en tu expediente: Amenazas a otros compañeros, violencia, apuñalaste a dos de tus hermanos en tú celda. Todos ustedes son musulmanes, algunos uzquebíes, otros turcos. Ahora, responde mis preguntas y es posible que te consiga algún beneficio… ¿Te parece? -Bien… ¿Qué quiere? -Solo responde mi encuesta. ¡Pero qué grosería de mi parte! ¿Quieres café? Luego de responder la encuesta, Wallace pasó a la informalidad. -¿Cómo terminaste aquí? -En un operativo del FBI, donde mis amigos cayeron… Todos murieron en manos de esos infieles. -Pero yo conozco miembros del buró que son musulmanes. -No son verdaderos musulmanes… Aunque hemos recibido ayuda de infieles que creen en nuestra causa. -¿Demostraron su apoyo? -¡Claro! –Bajó la voz, luego de otro sorbo de café- le dieron a Amir el material y la asesoría para fabricar las bombas. No puedo negarlo. Las evidencias estaban allí. Pero no sé más. Lo juro por Alá. -Bueno Yusur…Hemos terminado –cerró la carpeta con el expediente- espera aquí y vendrán por ti.
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-Entonces, ¿nadie veía realmente? -Nadie. No trabajo con ellos… Una hora más tarde, conversaba con Frank Roberts, que trataba de sacarle información. -Vamos, Wallace, colabórame. -Bien –sonrió- te voy a dar una lista de las personas que realmente no tienen nada que ver con las acciones terroristas, antiguas y recientes… -Entiendo… Gracias… ¿Quieres venir conmigo? -¿A dónde? -Al área de deportes… El grupo de seguridad se ejercitaba con las pesas, sacos de boxeo y lucha. Varios le dieron la mano. Foster aún lo miraba con cierta animosidad. -¿Pelea, señor Wallace? -Estoy entrenado, sí. -Usted lo dice –Intervino Foster- Pero me derribó agarrándome por sorpresa… -Foster… -No te preocupes, Roberts. Una pregunta, Foster. ¿Cuál es su especialidad? -Lucha. Fui incluso campeón en la universidad de Dakota. -Bien. Hagamos una cosa: Usted me hará una llave, la que desee y lo dejaré que la aplique por completo. Si logro soltarme, tendré derecho de derribarlo de un golpe. -¡Vamos, Foster –gritó alguien- dale una lección! -¡Hagan sus apuestas, para darle sabor al asunto! -Eso lo dejo entre ustedes. Pero yo no apostaré. -¡Vamos, señor Wallace! –Intervino Roberts- ¿no me diga que tiene miedo?
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-No. Pero si pierdo, será el dinero, además de la humillación y la satisfacción del señor Foster. Y si gano, sentirán la humillación de que les quité su dinero, por lo que hagamos la apuesta, pero no apostaré. -¿Cuáles son las condiciones? -El señor Foster describirá cuál es la técnica que va a aplicar y yo lo dejaré aplicarla. Veremos si puedo zafarme. ¿Alguna condición, señor Foster? -Ningún golpe en los testículos, ni apretones en ellos. ¿Cuál es su técnica? -La psicología, no se preocupe, no dejaremos que Foster junior no aparezca algún día, ¿no cree? –Todos se echaron a reír- si aplico daño a sus partes nobles, perderé automáticamente. El dinero corrió de manos. Roberts fungió de juez. -Bueno Foster, explícanos qué vas a hacer… -Una simple llave al cuello, ambos de pie –dijo confiadoharé candado cerrado con las manos. Si la aplicó al cien por ciento, se desmayará en diez segundos. Eso es todo, jefe. Pero, Wallace debe dejarme aplicarla por completo. -Esas son las reglas. ¿Listo, Wallace? -¿Cuánto tiempo tardaré en desmayarme? -Diez segundos… -¿Puede alguien contar en voz alta?... Me gustaría saber cuándo voy a caer… Foster le hizo gestos para que se acercara. Wallace lo hizo mansamente. Foster le puso la mano en el hombro y lo obligó a inclinarse. Este obedeció. Rodeó con su brazo el cuello al tiempo que cerraba sus manos, aplicando presión. Alguien comenzó a contar en alta voz. La presión sobre el cuello aumentó. Wallace hizo
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fuerza en el cuello, girando la cabeza levemente a la izquierda, a fin de minimizar la presión y facilitar el reducido flujo de aire y sangre por las venas del cuello. Ya iban por tres. Tenía que esperar hasta cinco, sin desmayarse. Al llegar a cinco, dejó caer la mano, como si se desmayara. Cerró el puño, dejando solo el índice y el anular en forma de gancho. Subió la mano en arco con todas sus fuerzas. Foster lo soltó de inmediato, dando un gran salto, rojo como la grana, sin poder salir de su estupor, al igual que el resto. -¿Pero, cómo demonios te atreves?... El cruzado de derecha de Wallace lo hizo girar, con los ojos en blanco, haciéndolo caer de largo a largo. El silencio fue general. De repente, Frank Roberts comenzó a reír a carcajadas, contagiando al resto. Ayudaron a Foster a ponerse de pie y lo sentaron en una banca, en medio de risas. -¡Eres un bastardo Wallace! –dijo tratando de parecer serio, pero sin lograrlo- ¡lo último que me imaginé era que iba a hacer eso! -¡Desgraciado! –Le gritó Foster desde el banco- ¡a ningún hombre se le meten los dedos por el culo! -Me hubiera preocupado de que no se molestara. Mi diagnóstico profesional es que usted es hetero, no es gay. -¡Hijo de puta! –Dijo extendiéndole la mano- tengo que reconocer que me diste una lección. Wallace le correspondió. Una semana después se estaba despidiendo de Frank Roberts en el estacionamiento. Su estadía allí había terminado. -¿Qué crees?
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-Recibirás mi informe final una vez mis superiores conversen conmigo. Algunos de tus prisioneros deberían salir. -Sabes que no dependen de mí, solo soy un custodio… -Roberts, te estaré llamando, y ten cuidado, algo me dice que pronto vamos a tener más trabajo. Ahora voy a otra ciudad, porque hay más gente que debo ver. 3 Abdullah Al Massoud tenía miedo. Se encontraba en el mercado y no encontraba a su madre, Fátima. Escuchaba los gritos de los vendedores, veía los vivos colores de las especias, sentir su olor. El azafrán, la cúrcuma, la paprika… Ahora corría por los estrechos pasillos, mirando los colores de las ropas, los adornos de plata en las ropas de una adolecente. Ahora sintió la mano de su madre, suave, firme. Manos de una mujer trabajadora. Uñas cortas. Dedos cortos. Una mano pequeña. Hacía calor. Sentía su camisa pegada a su espalda. Parecía estar bajo la lluvia. Era sudor. -Háblame Massoud… Era una voz firme, masculina, pero al mismo tiempo, cálida, protectora, invitaba a confiar. -¿Qué te pasó Massoud? –Siguió oyendo la voz en su cabeza- cuéntame Massoud… ¡Tienes tantas cosas!... -Sí, papá… Mis hermanos… ¿Dónde están mis hermanos? ¿La pequeña Isa? -¿Qué pasó con tus hermanos, Massoud? -… Los bombardeos… Murieron en los bombardeos… Ahora flotaba. Una brisa cálida acariciaba su rostro, refrescaba su mente. Ya no era un niño. Era un
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adolecente. El Imán era un hombre sabio. Ya su padre y su madre no existían. Puso un techo sobre su cabeza, un plato en su mesa. Era un hijo más. Con muchos, muchos hermanos. Eran muy jóvenes, pero ya sabían usar un AK 47. Eran muy jóvenes, pero ya sabían colocar explosivos al amparo de la oscuridad, en vehículos militares del enemigo. Por sus habilidades, se le permitió organizar ataques. Se volvió demasiado valioso para usarlo para que se inmolara. Aprendió a hablares, aprendió a disciplinarlos, aprendió a ganárselos, no para su gloria, sino para la gloria de Alá el omnipotente. Occidente era el enemigo. -He peleado padre. Les he vencido. Una y otra vez… -Cuéntame Massoud… Cuéntamelo todo… Ahora descansaba en una cama, entre sábanas blancas. Cintas sobre su cabeza registraban su actividad cerebral. Un monitor registraba sus pulsaciones y su temperatura. Era alta, pero no tanto como hacía unos momentos. La temperatura regulada lo sostenía, manteniéndolo con vida. -Bajamos la temperatura, pero sigue siendo alta. Queremos que se mantenga en la inconciencia, pero no que se le fría el cerebro. A través de una cámara de gessel*7, Valentina Youngblood, miraba todo junto al Sr. Robinson, que no se perdía ni un detalle del interrogatorio. -Este método, señorita Youngblood, es lo último. El biótico le indujo una infección cuya respuesta es fiebre alta, delirios y alucinaciones conducidas, producidas por medicamentos. Controlamos la temperatura, a fin de evitar una meningitis. No queremos que se “fría” su cerebro… No aún.
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-Podría morir. -Esperemos que no, no tenemos intenciones de que muera… Cuando creamos que no puede más, bajaremos la fiebre, le suministraremos antibióticos y trataremos su “resfriado”. -Pero su cuerpo creará defensas contra ese virus. -Pero contamos con expertos que suministraran lo que necesario para crear lo que llamamos “el estado” –se encogió de hombros- no es perfecto. Su sistema inmunológico no lo resistirá por mucho tiempo. Ambos seguían escuchando el monólogo de aquel hombre. Youngblood conocía más ese dialecto local mejor que nadie luego de cinco años. Tuvo que hacer un esfuerzo para disimular al escuchar las palabras deliradas por Massoud. Había contado de su juventud, de diferentes operaciones militares, de las acciones terroristas en el suelo norteamericano, de planes pendientes. Sonreía orgulloso. -¡No eres más que un maldito perro! –Masculló- ¡Pero si tengo que usarte para mi guerra contra los infieles, americano, no dudes que lo haré! Miró de reojo a Robinson. Atendía su celular. Era evidente que la conversación que sostenía no era de su agrado. Colgó. -Hay un investigador del FBI. Su apellido es Wallace. Ha estado haciendo entrevistas en algunos recintos, incluido Guantánamo, realizando una investigación entre agencias. Según mis contactos en el FBI, ha hecho hallazgos, para mí interesantes, pero no productivos. -¿A qué se refiere?
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-Ha identificado personas que realmente no guardan relación con eventos pasados o actuales. -O sea, que son inocentes. -Cariño, bajo la ley patriota, nadie es inocente*8 -¿Seguirán detenidos? -Les diremos que creemos que ya no representan un riesgo y que los dejamos en libertad, con una advertencia y bajo vigilancia –sonrió- no esperará que el gobernó se disculpe, sentaría un mal precedente, ¿se imagina?... También es cierto que el dinero de los contribuyentes será usado de mejor forma. -Pero, algo más debe tener de esa investigación. -Tengo una reunión con los de arriba –miró su relojnos veremos luego. -Señor Robinson, ¿qué quiere usted de mí? -Usted fue clave en la captura de Massoud, tiene experiencia en esa región. Necesito su opinión, no creo que se equivoque… Además, ese hombre es de otra agencia y no confío en él, en usted sí… Tengo entendido que Massoud no fue su primera operación. -No… No lo fue… Señor Robinson… ¿Para quién trabaja usted? -¿Realmente quiere saberlo? –Ella se le quedó mirando- NSA*9 -¿Y qué hace la agencia nacional de seguridad en una investigación fuera del suelo americano? -Estas acciones en el extranjero están destinadas a afectar directamente a nuestra nación… No son revoluciones en otros países, ni son planes para la supuesta dominación musulmana, la expansión de la izquierda o las dictaduras, no sirvo para esas intrigas políticas y palaciegas de la CIA, y discúlpeme
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la expresión y me importa un carajo quién domina a quién, porque creo que nosotros podemos dedicarnos a nuestros asuntos… Usted parece una mujer inteligente, no creo que una organización como a CIA sea para usted… Trabaje conmigo, le aseguro que le irá mejor... Vamos, trabaje conmigo… No me responda ahora, váyase a descansar… Yo la contactaré. - Debo esperar un par de días más antes de hacer un viaje muy largo. -Mi personal la contactará –sonrió- le proporcionaremos transporte aéreo, le llamaré Luego, Saldrá en un par de horas, tal vez un poco más. -Gracias… Luego de un vuelo privado hasta Detroit desde Alemania, Valentina Youngblood arribó a su apartamento. Estaba ubicado en una antigua zona industrial renovada. Ahora había restaurantes con buena comida, algunas pequeñas empresas recuperadas. El lugar se había mejorado mucho. El sitio donde vivía era un antiguo edificio de oficinas, donde ella había comprado el cuarto piso. Los apartamentos parecían individuales, pero había creado puertas disimuladas entre ellas a fin de sentirse segura, pues solo compartía ese piso con una vecina muy particular. Tenía otras razones para vivir allí: Acceso directo a la azotea y la del edificio cercano estaba a un buen salto, además de poder usar las escaleras de servicio y las de emergencia, un acceso al sótano y al estacionamiento. El apartamento estaba muy bien amoblado, pero era muy impersonal: Ninguna foto, ningún retrato, nada que indicase que Valentina Youngblood vivía allí. Lo único que tenía significado para ella era un estudio
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a lápiz de una cabeza de caballo, vista desde varios ángulos. Fue al refrigerador, sacó una cerveza y observó su interior antes de cerrar. Se quitó las botas, y se dejó caer en el sofá, mientras miraba el retrato. Se sentía agotada, esto la sobrepasaba. No era solo el jet lag. Era la propuesta del hombre de la NSA. Dejar la CIA podría granjearle enemigos, pero rechazar a un hombre como Robinson podría ser muy peligroso. -Tengo hambre… -suspiró fastidiada- es tarde… Es un buen momento, supongo. Se puso de pie y salió del apartamento. Caminó descalza por el solitario pasillo hasta la puerta del final. El último apartamento, antes de que llegase, la puerta se abrió. Entró. El apartamento era un sitio bien iluminado, decorado con una mezcla de arte pop, surrealista, muebles estilo avan-garde. Atravesó la sala y corrió una pared falsa. En una silla ergonómica, enfundada en unos brevísimos shorts que revelaban las piernas bien torneadas y musculosas de una joven. Frente a ella, sobre un ordenadísimo escritorio, tres enormes pantallas LCD funcionaban al unísono. En dos corrían programas informáticos con subrutinas, en una rápida sucesión de números y letras. En la última, la joven estaba jugando un juego de rol, “Call of Duty-Blacks Ops”… Su personaje era de las fuerzas especiales. Aunque usaba audífonos y micrófonos, mirando las pantallas a través de sus minúsculas gafas sin montura, no pudo reprimir una leve sonrisa, revelada por los hoyuelos en sus mejillas y su sonrisa lobuna, al mirar su reflejo en el póster de la película de su personaje favorito Lisbeth Salander, de la película “La Chica del Dragón
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Tatuado”, además se había leído todos los libros del autor*10 Además de los breves shorts, usaba una camiseta cortada, que apenas cubría sus senos grandes y erectos. Llevaba su largo cabello en dos coletas, un gorro y medias hasta los tobillos para la baja temperatura que existía en la zona donde tenía sus computadoras y sus servidores. Quizá parecía una actriz porno, pero lo que en realidad era, una de las hackers más buscadas, una leyenda en el mundo de lo que se conocía como la “dark web”*11 -Hola, Valentina… -retomó la comunicación con sus oponentes- bueno caballeros –de los parlantes salía una voz sintetizada- debo retirarme… Ríndanse, por favor… Valentina escuchó unas voces en ruso, alemán, además de un “chinga tu madre” en español. -Hola, Katia… -murmuró. Esta le hizo un guiñoapúrate… Katia corrió por un pasillo de un edificio abandonado, esquivando los disparos. Se lanzó por una ventana. Sacó de su selección de armas un RPG*12 y disparó. Dos de sus oponentes cayeron. Corrió por la calle y seleccionó el rifle de franco tirador. Su oponente hacía lo mismo, pero ella fue más rápida por milésimas de segundo. -Fin del juego… -Regresó a los programas y a las subrutinas, sin dejar de teclear. -¡Tengo hambre! -Valentina fue a la cocina, mientras Katia finalizaba su trabajo. Desde allí pudo escuchar su grito: -¡Hay lasaña en el refrigerador! –dijo, mientras la
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alcanzaba, dando pequeños saltos. Le sirvió una copa de vino y la colocó en la mesa, mientras Valentina, que engullía la comida con gusto. Esta alzó la mirada. Katia se sentó frente a ella, extendió su mano, retirando un poco de salsa de la mejilla. Fue casi una caricia. -Tengo la información que me solicitaste… -Ya no importa –dijo sin levantar la vista del plato- es un poco tarde. -Pensé que te importaba… -¿Celosa? –Dijo tratando de parecer graciosa. -Sabes que sí… Pero creo que deberías leerlo. -Tal vez después… Katia miró los pies descalzos de Valentina. Sonriendo con picardía, metió las manos debajo de la mesa, se sacó las medias, mostrándoselas. Con mucha lentitud deslizó los pies desnudos, acariciando los de su amiga. Valentina se dejó hacer, sin dejar de comer, mientras pensaba. -Tal vez no debiese decirte esto… Pero creo que fue un error. -Sabes que mi trabajo no es hacer juicios, solo recabar información. La decisión no vino de mí. -Pero creo que fue equivocada… Estuve buscando y… -Te he dicho más de una vez que no te involucres en los trabajos de la compañía*13 -Lo siento, pero es que… -No lo hagas –le interrumpió- sabes que si te detectan, te cazarán. -Ya tomé mis contramedidas. Sabes que soy muy inteligente. -No basta con que seas uno de los mejores hackers
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del mundo. -¿Uno de los mejores? –Dijo visiblemente ofendida¿sabes cómo me dicen los “técnicos informáticos” del FBI? ¡Mokoto!*14 -¿Mokoto? -Aunque lo tienen prohibido –sonrió- de los diez piratas informáticos más buscados, soy los cuatro primeros, solo que ellos creen que son cuatro personas diferentes, ya sabes, unos tipos de anteojos, con obesidad mórbida amantes del porno. -Pero a ti te gusta el porno. -¡Ese no es el punto!... El punto es, que soy invisible. -Pero no quiero que corras riesgos innecesarios, no te metas en esos asuntos. -Pero ya tomé precauciones… Mi nueva casa de seguridad está lista, por cierto. -Bien. Pero no te involucres por favor, no quiero que te pase nada –la señaló- eres la única amiga que tengo. -Bien… Verónica… ¿No has pensado en volver? -No… Luego de la muerte de papá, no sentí que nada de eso fuera mío. -Pero tienes familia allí. -Mi tío y mi abuela… Tal vez, vaya alguna vez –se puso de pie- Voy a dormir… Gracias por la comida. -¿No quieres que te acompañe? -No –respondió mientras fregaba el plato y los cubiertos- realmente quiero dormir –sonrió- Este fin de semana voy a ver a Jhon, ¿Vas a venir? -¡Claro! –Dijo entusiasmada- me he estado preparando para esto. -No me vas a querer mucho luego… Nos vemos… -Vero, no me asustes… ¡Vero!
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Se había marchado. Un zumbido intermitente llenó el departamento. Katia sonrió. Ya la información estaba lista. Era tiempo de trabajar. Pulsó unos comandos y el sintetizador de voz se activó. Marcó un número telefónico y esperó. -¿Sí? –Preguntó una voz cascada, molesta- ¿quién demonios le dio este número? -Senador Bishop –era una voz profunda, masculina, ligeramente robotizada- le habla Mokoto. -¿Quién? -Usted poseía cuentas en paraísos fiscales por unos doscientos millones… Le descontaremos unos veinte millones. Ese dinero será tomado como castigo por el apoyo a su sobrino, encubriendo sus, ¿cómo lo llamó usted? “pequeños errores”… Ese ser no es más que un pederasta enfermo. -¿Cómo se atreve? –Masculló- -¿usted no sabe quién soy yo? ¿Qué demonios quiere? ¡Dígame! –Bajó la voz, enfurecido- ¿qué es lo que quiere? -Dentro de cuatro días, ciertos documentos firmados por usted sobre el financiamiento a ciertas empresas contratistas introducidos en el senado para enriquecer una organización de la que usted es accionista, podrían o no salir a la luz pública, eso sin contar sobre sus pactos para enriquecer la máquina militar privada… A menos… -¿A menos, qué? -Que usted no proteja más a su sobrino y permita que la investigación de la policía rinda frutos. -¿Cree usted que me voy a plegar a su vil chantaje? -Ya ha recibido una sanción de veinte millones, poca cosa para usted. Pero dentro de cuatro días, perderás
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otros fondos de otras cuentas secretas, especialmente los fondos de sus socios del negocio de seguridad… Y la prensa recibirá toda la información a través de la web. Adiós. El senador Bishop estaba furioso. No podía creer que alguien se había atrevido a amenazarlo. Sacó otro celular de su saco y marcó el único número que tenía allí. -Tenemos un problema... No. No quiero hablar por celular.... Ven a mi casa. German Garson, “G” para sus allegados había pasado del campo militar a la empresa privada. Estaba en sus cincuentas, llevaba su blanco cabello afeitado al cepillo y lucía un grueso bigote con las puntas hacia abajo. Era el director de seguridad de “Black Hat International”, una empresa contratista que trabaja para el gobierno. Ahora escuchaba las quejas de un histérico senador. -Lo primero que tiene que hacer, senador, es clamarse, ya que necesito que me de todos los detalles. -Bueno, ese tal Mokoto me quitó veinte millones como castigo. Ahora amenaza con afectar nuestras finanzas y los contratos que estamos procesando. -¿Y su sobrino? -¡Mi sobrino me importa una mierda! –Gritó- lo ayudé solo para quitarme a mi esposa de encima. ¿Qué me recomienda? -Los veinte millones están perdidos, pero acá le presentó a Hiro Tadaka –le señaló a su acompañantees nuestro experto informático. -He oído hablar de Mokoto, es una leyenda en el mundo de la dark web. No va a poder encontrarlo tan
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fácilmente. -¡Ahora resulta que usted me trae a un “técnico experto” que solo alaba a un vulgar ladrón! -Solo resalto los hechos, no dije que no podíamos combatirlo… Podemos comenzar dentro de cuatro días, cuando lo contacte. -Bien –dijo más calmado- esperaremos. -En otro orden de ideas, senador, ¿Qué me puede decir de nuestro contacto? ¿Cómo va nuestro proyecto? -Bastante bien –sonrió- Aunque hay personas investigando y tomando acciones esperadas, me garantiza que el proyecto pasa a la fase dos. Yo, por mi parte, estoy haciendo las diligencias para la aprobación de la ley Shield*15 -Entonces, ¿puedo contar con eso? -Podemos amigo. Podemos… -sonrió socarronamentePero voy a necesitar de su apoyo para este asunto. -Cuente conmigo senador… Cuente conmigo.
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4 Marcelus Wallace se encontraba sentado frente al enorme escritorio de roble de su jefe en las oficinas de la sede del FBI en cuántico. Este había leído muy interesado el informe presentado por su subalterno. -Entonces Wallace, ¿está seguro de lo que dice ese informe? -Sí señor. Fueron más de cien entrevistas para valorar el potencial de riesgo de cada uno. -¿Y ellos se lo contaron, así nada más? -¿Y usted es…? -Señor Wallace, le presento al señor Robinson. Es un evaluador interno del mismo caso. Recibió órdenes de activarse, luego de los atentados. -Dígame Wallace, ¿usted cree que pueden haber más atentados? -Si lo creo… Y creo firmemente en mi informe, hay una fuga, un agente durmiente. -Entonces, pensamos lo mismo. Recomiendo que los operativos que están en el exterior regresen de inmediato, y que los que tengan instrucciones de salir, deben permanecer aquí. -¿Y nuestras operaciones en el extranjero? –Preguntó el director del FBI- ¿Cómo haremos, señor Robinson? -Pondremos nuestros recursos tecnológicos a trabajar, además que, reforzaremos nuestras fuerzas militares, incluso con contratistas, si es necesario. -Estoy de acuerdo –dijo Wallace- pero creo firmemente que para poder detectar la fuga, los operativos deben ser relevados de sus funciones. Que se dediquen a otra cosa, mientras se resuelve la fuga.
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-Yo creo, señor director, que el señor Wallace debería, con cualquier excusa, interrogar a los operativos de la CIA, para ver qué logra, en una reunión privada, tal vez. -Estoy de acuerdo. Hablaré con el director de la CIA en una reunión privada. -¿Cree que colaborará? -Jugaré la carta de la destitución y la muerte política si esto llega a saberse, y del beneficio para su carrera si aparece como uno de los pilares de la investigación. -Y como ahora todos los jefes de inteligencia sueñan con ser Vladimir Putin*16 -¡Bien! –Se frotó las manos vigorosamente- ¡hora de ponerse en forma! -Aprovecharé para ver los centros de detención locales, donde no tengo acceso, porque creo que es allí donde puedo encontrar la fuga. -Puedo ayudarlo en eso, amigo Wallace. -Se lo agradezco. -Nos vemos… Wallace quedó a solas con su jefe. Este esperó que la puerta cerrara por completo. No quería que ninguna palabra se dejara colar. -No confío en ese tipo Wallace, pero yo no confío en nadie. Una cosa es cierta: Ese tipo es seguro de aliado. Con él se le podrían abrir muchas puertas, pero tenga cuidado, he oído historias de ese tipo, ni siquiera sé si Robinson es realmente su nombre. -No se preocupe, señor director. Tendré cuidado. -Espere mis instrucciones. Haré las coordinaciones primero.
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Katia estaba empapada en sudor. Transpiraba por todos sus poros. Todos los músculos le dolían. Ahora estaba acostada sobre una tabla de abdominales completamente horizontal, que apenas llegaban poco más arriba de la cintura. Su espalda y sus hombros estaban al aire. Sostenía sobre su cabeza un disco de veinte kilos, agarrado con las manos, orbitándolo sobre su cabeza. Su instructor era un hombre moreno, lleno de tatuajes, que llevaba la cuenta del ejercicio. -¡Vamos Katia! –La alentó, mirando el cronómetro¡vas muy bien, una serie más, una vuelta más! ¡Sé que estás cansada, pero dame diez más! En un rincón, sentada en el piso, Valentina Youngblood observaba atenta, pensando en sí misma. Recordaba a su padre, allá en la reservación, cuando era una niña apenas. Su padre era un militar retirado, estaba activo cuando le avisaron de la muerte de su esposa, atropellada por un conductor borracho. Era parte de las primeras tropas de marines que habían peleado en Irak. Ahora era responsable de la crianza de su pequeña. A muchos en la reservación no les pareció adecuada la crianza de Joe Youngblood a su pequeña de seis años, ¿pero, quiénes eran ellos para decirle cómo criar a su hija?... Valentina aprendió a pescar, a cazar, a disparar. Con doce años, ya aventajaba a muchos varones de su edad, cosa que los exacerbaba. Las niñas de su edad, incluso las más grandes la evitaban, porque no respondía las burlas, pero no aceptaba que le pusieran una mano encima. Una tarde llegó del colegio con la nariz rota. El hermano mayor de una compañera de clase la había golpeado.
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Joe Youngblood era un hombre muy orgulloso. Su hermana le dijo que hiciera algo al respecto. Su madre fue más tajante: -Si comenzaste por este camino, no lo dejes a medias. Ahora, una pequeña Valentina Youngblood se ponía nuevamente de pie. Su padre estaba frente a ella con una larga vara en cuyo extremo estaba forrado con una gruesa capa de lona y tela. La usaba para golpear y para empujar a la niña. Esta esquivaba los empellones, golpeando con las manos y los pies. La niña jadeaba, empapada en sudor. -¿Cansada? No, no puedes. Te enfrentarás a personas más grandes, personas más fuertes, entonces, debes componerte y atacar. La vara hizo un arco amplio para golpear las piernas de la niña y arrojarla al suelo. Esta retrocedió un paso y cuando pasaba, se arrojó sobre ella, rompiendo la vara y cayendo sobre ella para golpearla con los puños. -¡Alto! La niña se puso de pie, con las manos en las rodillas y respirando por la boca. Su padre lanzó la mano abierta en arco y esta vez no se echó para atrás, se agachó y de pasada, le propinó dos golpes. Su padre sonrió satisfecho. -Has hecho tal como te lo enseñé… Mañana cumples trece años. ¿Qué quieres hacer, mi pequeña ardilla – así le decía cariñosamente- para celebrarlo… Haremos lo que tú quieras pequeña. -Quiero ir a pescar al lago contigo y traer truchas, para hacer una comida con la abuela. -Así será…
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-Te quiero, papá… -Lo sé, pequeña…-sonrió- Lo sé. Así vivió con su padre. Ya a los dieciséis años tenía muy pocas amigas y menos amigos. Más de un bravucón perdió la nariz o los dientes al tratar de faltarle el respeto. Hubo fuertes murmuraciones, historias, falsas o no, de que le gustaban las mujeres. Nadie se atrevía a averiguarlo. Lo más increíble era que aún era virgen. Un año más tarde su padre comenzó a sentirse muy enfermo. Tenía cáncer. Muy agresivo. Valentina dejó de ir a la escuela. Se dedicó a su padre hasta el útimo momento. Incluso buscó trabajo para cubrir los gastos médicos. En los días finales, ambos se daban compañía en el hospital de veteranos. Ahora, de un hombre fuerte y corpulento, era una osamenta forrada en piel. Su respiración era muy lenta. Dormía. Sentada a su lado, Valentina hojeaba un libro. Joe Youngblood abrió los ojos muy lentamente. Miró todo a su alrededor. La observó y sonrió. -Mi pequeña ardilla… -Hola, papá… -Estuve pensando mientras no estabas. Sé que todos piensan que no te crié adecuadamente, nunca me importó, yo quería que fueses una mujer fuerte. -No lo hubiese querido de otra forma… -Estoy muriendo… Pequeña ardilla… ¿Qué vas a hacer? -Ya lo resolveré, papá. Quizá ingrese al ejército. -No es la vida que quisiera para ti, pero supongo que tengo la culpa.
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Ingresó al cuerpo de marines. Sirvió en Afganistán. Dos incursiones. Fue asignada al cuerpo de traductores, acompañando a los francotiradores, al cuerpo médico, conversando con los pobladores para recabar información. No siempre era un trabajo tranquilo: Minas, explosivos improvisados, emboscadas. Largas caminatas. Pocos momentos de descanso y distracción. Frank Mansur era descendiente de libaneses. Estudiaba en Cambridge. De buena familia, se alistó en el cuerpo de marines para demostrar que era algo más que un muchacho acomodado que tenía la vida hecha. A ella le gustó su timidez inicial, a pesar de poder demostrar que era muy capaz y sabía defenderse. Mansur admiró su rudeza, su capacidad y su osadía. Le hablaba de poesía, música. Una noche se separaron de un grupo durante una incursión. Se comunicaron por radio. Les ordenaron que esperaran hasta el amanecer o que caminaran durante veinte kilómetros. No era una distancia que ambos no estuviesen acostumbrados a caminar. Pero la mitad del territorio era enemigo, así que decidieron quedarse. Esa noche, al brillo de una fogata, bajo la luz de las estrellas, hicieron el amor. Esa fue su primera vez… Cada vez que pudieron, salieron juntos de permiso. El deseaba al finalizar ese servicio, llevarla a casa y presentarla a su familia. Casarse, hijos tal vez, pero eso nunca sucedió. Mansur murió durante un servicio por el disparo de un franco tirador mientras servía de intérprete y guía del cuerpo médico. Cuando finalizó su servicio, Valentina iba a solicitar otro período, pero fue reclutada por la CIA, por lo que inició otro tipo de trabajo en esos territorios. Había regresado a casa y
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no tenía idea de lo que le esperaba. Ahora estaba allí, mirando a su amiga, tratando de librarse de un rival más grande, más pesado y más fuerte. Luchó hasta que lo logró. Valentina Youngblood sonrió. En más de una forma, esa jovencita le recordaba a ella misma, tan parecida y tan diferente, lo más cercano que tenía parecido a una familia. Sabía que no podía corresponderé como ella deseaba, pero la quería igual. -Oye Katia –dijo Jhon- ¿no te gustaría salir conmigo? Podemos llevar a Valentina, si quieres –preguntó un poco ansioso- hay un sitio fabuloso, donde hay música electrónica, buenos tragos y un ambiente muy agradable. -Lo siento Jhon –respondió apenada- pero no te lo tomes a mal, no eres mi tipo. -No soy solo una cara bonita –dijo encantador- también soy un hombre sensible, me gusta la poesía, la buena música… Esas cosas. -Sin querer parecer un lugar común, no eres tú… Soy yo. -Entiendo –sonrió- pero si cambias de opinión… -Serás la primera opción… Eres una buena persona… Rato después ambas se dirigían a casa. Valentina iba conduciendo, pues se amiga no tenía licencia de conducir por su tipo de trabajo. Permanecían en silencio durante el trayecto, hasta que Valentina rompió el silencio. -Katia… -Dime… -¿Tú nunca…? -¿Yo nunca, qué?
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-Tú sabes… -No, no sé. ¿Yo, qué? -Bueno, si nunca has estado con un hombre. -¿Yo?... Sí. -¿Sí? –Dijo sorprendida- nunca lo hubiera imaginado. ¿Y por qué no aceptaste salir con Jhon? -No es mi tipo… No tiene ese “no sé qué” –sonriótampoco es un hábito -reflexionó- creo que es algo químico, más bien. ¿Y tú nunca has estado con una mujer? -No. -¿Ni por curiosidad? -No… -Si alguna vez quisieras hacerlo, ¿lo harías conmigo? -No. -¿No? –Preguntó sorprendida- ¿por qué? -Conozco tus sentimientos y sé que eso te haría mucho daño… -Supongo que tienes razón… Yo tampoco quisiera lastimarte. Te quiero amiga. -Y yo a ti… El celular de Valentina repicó. No lo conocía el número, pero contestó. -Youngblood… -Señorita Youngblood, le habla Marcellus Wallace, la estoy llamando con autorización del director para una entrevista. -¿Entrevista? -Verá: En vista de las largas temporadas de los operativos en el exterior, tengo instrucciones de realizarles una evaluación para analizar su rendimiento. ¿Le parece bien el miércoles?
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-Pero el lunes salgo a mi asignación. -No sé si se lo han dicho, pero los servicios exteriores de los operativos están suspendidos. -Nadie me lo ha notificado. -Pues me han transformado en el portador de malas noticias. Preséntese cuando le corresponda, para nuestra entrevista, la espero el miércoles. -Está bien… -Colgó. -¿Qué pasó? -Vas a verme la cara por unos días más…Han suspendido las salidas. -Pero, ¿eso es bueno? -No lo sé… Es un tal Marcellus Wallace. -¿Dónde he escuchado ese nombre? ¿Quieres que lo investigue? -Te he dicho que no te involucres en mi trabajo, no quiero que te detecten y te busquen, porque no siempre voy a poder ayudarte y no quiero correr riesgos… -Pero he escuchado ese nombre en algún lado… O leído, pero no sé dónde… Esa noche, mientras Valentina dormía en su departamento, Katia en el suyo se transformaba en Mokoto e invadía el mundo de la web. Puso en funcionamiento todos sus equipos y se preparó para lo que sabía que venía. El celular del senador Bishop repicó varias veces. Este lo dejó sonar, por indicaciones del jefe de seguridad de Black Hat International, German Garson. El celular estaba conectado a una de las tres laptops donde el técnico informático de Garson esperaba. Este revisó sus equipos. En una pantalla podía ver
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el rastreo de la llamada del celular. En las otras dos pantallas podía ver las cuentas y correos de las cuentas que había recibido. Se había puesto sus audífonos y le hizo una señal a su jefe con el pulgar de que todo estaba listo. Bishop contestó. -Buenas noches, senador –Dijo la voz robotizadallegó la hora de sus respuestas. -¿Qué es lo que pretende?, Mokoto. -He visto con satisfacción que ha retirado la protección sobre su sobrino, pero me parece muy poco ético que haya encabezado la investigación de la red de pederastas para hacerse méritos –el técnico le hizo señas para que siguiese hablando- es usted un hombre vil. -No se puede complacer a todos –dijo burlón para provocar al hacker- no pensará que yo iba a perderlo todo así como así. ¿Cuáles son tus términos para dejarme en paz? -Debe entender que el dinero que va a perder hoy es por el tiempo que me está haciendo invertir para evitar que trate de localizarme… Imagino que es el personal de Black Hat International. -¿Y qué si lo intento? –Le retó- ¿No se supone que eres una leyenda? –Garson le hizo señas para que se calmara y continuase conversando, pero este no le hacía caso. -Sesenta por ciento señor G –dijo el informático- dígale que continúe. -Escucha pequeño bastardo: Si llego a ponerte las manos encima, te garantizo que no tendrás juicio. Haré que mis muchachos te traten como a los carteles en Sinaloa. Te rodearé de neumáticos, te bañaré en
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gasolina y te usaré para encender una barbacoa. -Noventa por ciento –dijo el técnico revisando la ruta de rastreo- falta poco… -Fin de la conversación, senador Bishop. Hora de aplicar el plan de acción, adiós. Una lucha entre especialistas informáticos de alto nivel es como un juego de ajedrez: Cada uno aplica una serie de programas en rápida sucesión, según sus habilidades y conocimientos. Hiro Tadaka era un experto muy joven, con gran experiencia en criptografía, comunicaciones y sistemas informáticos de avanzada de nivel militar. Era muy hábil, pero su estilo de trabajo tenía sus limitaciones. Katia, alias Mokoto observaba la larga sucesión de números y algoritmos en una pantalla mientras invadía el sistema de un banco de un paraíso fiscal supuestamente inviolable, con tecnología de punta, mientras su oponente trataba de rastrearla y de insertar virus que destruyeran su sistema. -Eres muy bueno –Dijo Katia, mientras contrarrestaba el virus y continuaba transfiriendo el dinero a diferentes bancos, diluyendo los montos en cientos de cuentas de otros bancos, que a su vez transferían el dinero a otros en montos más pequeños y estos a corporaciones fantasmas que remitían el dinero a otras cuentas en la intrincada red de la web. Katia podía ver los avances y despliegue de Hiro, pero se concentró al máximo, mientras sus dedos danzaban por el teclado con destreza y soltura. -Eres muy bueno –dijo para sí- pero te falta imaginación... Tomó de un juego de unidades de almacenamiento,
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una que tenía pintada el símbolo de enfermedades biológicas en un costado y lo insertó en la computadora. Tecleó unos comandos y esperó, mientras estiraba los brazos con los dedos entrecruzados para relajarse, mirando divertida lo que iba a suceder. Hiro Tadaka tecleaba a toda velocidad, mirando los algoritmos. La barra numérica iba avanzando. De repente, las pantallas se tornaron en negro. Las calaveras y las tibias cruzadas aparecieron. Como al inicio de una película corrió una banda de seguridad en blanco y negro, iniciando en cinco, hasta que llegó a cero. Un joven de aspecto esquelético y anoréxico estaba llevando calzones, sentado en un catre, rascándose las costillas. Su rostro estaba cubierto por un montaje del rostro del senador Bishop, de muy mala calidad. Pero como la intención era la sátira, la ofensa era efectiva. -¿Qué demonios?... –dijo el hombre, rojo de furia con las venas del cuello a punto de estallar- ¿se supone que eso es gracioso? En la habitación entró un hombre de color, grande y musculoso. Vestía solo unos bóxer, donde la enorme erección era notoria. Se quitó la ropa interior de un solo movimiento. Su miembro fue cubierto por una caricatura del rostro de un elefante de gruesa trompa. .-Creo que voy a necesitar un escudo más grande – dijo una voz que era una burda imitación de la voz del senador- no voy a poder sostener esa ley… Tendré que soplarla… Luego el joven le hacía sexo oral, cubierto por la caricatura del rostro del elefante, con un ruido de
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trompetilla de fondo. La imagen desapareció y las computadoras quedaron en negro absoluto. Antes de que cualquiera pudiera decir algo, el anciano levantó una de las laptop de la mesa y la arrojó lejos, arrastrando a las demás por los cables de conexión. -Dime una cosa, jovencito. -Dígame, señor. -¿Tienes poco tiempo en Black Hat? -Sí señor… Luego de mi primera incursión en Afganistán. -Será la última si no haces algo que me demuestre que vales la pena, el idiota de tu jefe podría dejar de ser tú jefe y podrías tener por jefe a un mediocre gerente de un puesto de hamburguesas, y no hablo de una de esas cadenas conocidas… Quizá consigas trabajo en un pueblo del oeste, uno de carretera, quizá consigas una familia pobre que viva en un motor home o un estacionamiento de casas rodantes que no le importen tus ojos rasgados… Tendrás tres niños y aguantarás a tu mujer hasta que se vuelva una gorda insoportable y comiences a beber y lo soluciones metiendo en tu boca el cañón de una escopeta y jalando del gatillo. ¿Imaginas ese futuro para ti?... Porque te prometo que si no veo resultados en esto no podrás tocar ni siquiera el teclado de una caja registradora. -Señor, si me permite… -Disculpa –le interrumpió- ¿hablaba contigo?, porque creo que no hablaba contigo –este desvió la mirada para disimular su ira- le dije a este jovencito que su jefe era un idiota, y si eres su jefe, eres un idiota… Quiero que me expliques cómo es posible que un probable nerd obeso, que no se ha visto el pene en años, que se alimenta de basura y que posiblemente
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vive con su madre, puede meterse en los servidores de la compañía, ubicar mis cuentas corporativas y sacarles todo el dinero, eso sin contar que habló del proyecto escudo. Que me ridiculice no me importa, pero que llame la atención sobre esto antes de que terminemos la segunda fase de nuestro proyecto, nos pone en peligro. -Puedo decirle… -Era una pregunta retórica –lo silenció- quiero que ubiques a ese hijo de puta y lo elimines. El dinero va y viene. Si nuestro proyecto se ve coronado con el éxito, lo que se perdió será limosna. No quiero volver a verlos sin no hay una respuesta que me satisfaga. Ya conocen la salida, buenas noches… Salieron de la mansión. A Garson no le importaban los equipos, pues habían quedado inservibles Subieron a su vehículo y buscaron la autopista. -No te culpo –le dijo al joven- esos tipos pasan toda su vida con un cordón umbilical pegado a una computadora, mientras tú corrías por el desierto con un AR-15 treinta y cinco kilos de equipo en tu espalda, ellos se masturbaban mirando pornografía, solo viven para eso… Además, no puedo soportar que ese desgraciado nos amenace, tal vez sea el senador, pero somos nosotros los que corremos con el peso de esta asignación, así que si lo logramos, habrá tanto, que el pobre senador podría fallecer de un infarto... ¿Cuento contigo para dar con Mokoto? -Lo cazaré, señor G. -Más te vale. Más te vale.
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5 Marcellus Wallace había logrado por medio del señor Robinson que se le admitiese en sedes no oficiales de la CIA que “no existían” y dónde “no habían prisioneros”. Afortunadamente para él, existían muy pocas. Le fue fácil hacer su trabajo. Igual que en las prisiones, realizó las entrevistas en las celdas. Uno en particular llamó su atención: Pocas salidas al patio, aislamiento casi permanente, sin antecedentes de violencia, no tenía más que su cama de cemento y una esterilla para sus oraciones. Leyó la carpeta. Su nombre era Furkan Demir. Lo encontró sentado en su esterilla. Alzó la mirada apenas. -Buenas tardes, señor Furkan. -Me dijeron que usted vendría. Disculpe el asiento y no se preocupe por mí… -Solo debe responderme algunas preguntas… Una conversación casual. -Adelante… -¿Por qué está aquí? -Soy un peligro para la seguridad nacional, como todos los que están aquí. -¿Qué hacía usted? -Profesor de literatura y filosofía… -Decía el informe que se le vio en conversaciones con el hermano de Abdullah al Massoud, Akeem, en una mezquita en Irán. -Jamás lo negué… Yo era profesor en la universidad de Anatolia. -Pero no es ciudadano turco. -Usted ya debe saber que nací aquí… Mis padres son de allí, así que no es un pecado ser inmigrante.
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-Dígame, ¿de qué hablaba con Akeem al Massoud? -Filosofía, historia, trataba de que entendiese el pensamiento occidental, tal vez no lo crea, pero era un moderado, quería tratar de entendernos. -¿Era? -Fue asesinado durante mi detención… Creyeron absurdamente que se les enfrentaba, cuando en realidad estaba llamando a la calma. Wallace pensó que la CIA, fiel a su tradición, había metido la pata. Si Akeem Al Massoud había resultado ser un moderado (y seguro que lo era), era más útil vivo que muerto. Eso, al menos en parte, justificaría el desmedido odio o de su hermano hacía los norteamericanos. -Una cosa más, ¿quién practicó la detención? ¿El ejército? ¿SEAL? -Usaban uniformes, sin insignias ni rangos… Como aquí. “Contratistas” –pensó Wallace- “alguien en la compañía está jugando un juego peligroso” -Me interrogaron durante muchos meses… Querían saber sobre los contactos occidentales de Akeem, no sabía de ninguno… No que yo recuerde. -Pero veo dudas… Quizá no lo recuerda realmente… -Uno de mis interrogadores me preguntó que hacía… Le dije que era filósofo. Me dijo que seguramente yo era un ideólogo para los grupos terroristas. Le dije que si eso era cierto, él tenía derecho de estar donde estaba y yo tenía el derecho de estar aquí, no me entendió y me gané una paliza. -¿Cómo lo detuvieron? Furkan Demir bajó la mirada y guardó silencio por
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unos momentos. Wallace notó que estaba decidiendo si podía confiar en él o no. -Señor Furkan, no trabajo para la CIA ni para los contratistas, no puedo garantizar que pueda conseguirle su libertad, pero mis recomendaciones son tomadas en cuenta, y más en este momento tan difícil. -No tengo nada que perder, señor… -Wallace. -Señor Wallace. -Hubo una mujer… Samira. Su nombre era Samira. O eso creía yo. Dos años atrás. Furkan Demir recitaba versos de un poeta turco a su clase de literatura, con voz profunda, reposada. Las jóvenes lo miraban arreboladas, entregadas a su voz: He aprendido algunas cosas He aprendido algunas cosas de haber vivido tanto: Si estás vivo, experimenta una esencia con toda su energía Que tu amada quede extenuada de tanto ser besada Y tú debes caer rendido después de oler una flor Una persona puede mirar por horas el cielo Puede mirar por horas un pájaro, un niño, el mar Vivir en la tierra es ser parte de ella Desterrar las raíces que libres no arrancarán Si te aferras a cualquier cosa, mantente junto a un amigo Lucha por algo con cada músculo, cuerpo entero, toda tu pasión Y si te tiendes unas horas en una playa abrasadora
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éjate descansar como una hoja, una piedra, un grano de arena Para tu plenitud, escucha cada canción maravillosa Como colmando a todo tu ser de sonido y melodía Uno debe hundir primero la cabeza en la existencia Como si uno se zambullera desde un acantilado en un mar esmeralda Las tierras distantes te atraerán, gente que no conoces Para leer cada libro, conoce la vida de los otros, estarás ardiendo No debes reemplazar por nada el encanto de un vaso de agua Sin importar cuán grande sea la alegría, tu vida se llenará de nostalgia Debes saber del sufrimiento, honorablemente, con todo tu talante Porque los dolores, como las alegrías, hacen brotar a una persona Tu sangre se mezclará en la gran circulación de la energía Y en tus venas fluirá la sangre fresca interminable de tu vida He aprendido algunas cosas de haber vivido tanto Si estás vivo experimenta extensamente, fusión con los ríos, cielos, cosmos Para lo que llamamos savia somos un regalo entregado a la vida Y la vida es un regalo concedido a nosotros. -Así terminamos la clase… -dijo satisfecho- por favor, quiero para la próxima clase un análisis del autor…
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Los alumnos se pusieron de pie. Todos menos uno. Una mujer con el largo cabello recogido en cola de caballo, vistiendo una falda amplia, una blusa muy discreta, sandalias y gafas de lectura. Furkan se le acercó curioso, mientras ella guardaba unos libros. -¿Necesita ayuda? -No, gracias, profesor… Por cierto, el autor de ese poema es Ataol Behramoğlu… -Una conocedora… -Me gusta como recita. -Esta no es su clase, ¿cierto? -Entré por curiosidad, en realidad acompañaba a una amiga… Así nació esa amistad. Ella le acompañaba a sus clases cada vez que podía. Le acompañaba a reuniones, muestras de cultura y charlas de amigos. A veces Furkan visitaba a algunos amigos en mezquitas, donde ella no podía entrar. Siempre la encontraba por casualidad, horas después, a veces en su café favorito o en alguna librería. Finalizado el período de clases en la universidad, antes de irse a Estados Unidos visitó Irán, para conversar con un conocido, Akeem al Massoud. Estaba con otros sentados en cojines, alrededor de una mesa, tomando café, mientras él le explicaba a una cautiva audiencia sobre desarrollo, arte y literatura. Un grupo uniformado irrumpió, armado hasta los dientes, con el rostro cubierto, arrojando a todos al piso. Uno de ellos quiso ponerse de pie y fue derribado a culatazos. Akeem Massoud se incorporó con los brazos extendidos, gritando. Uno de ellos sacó una pistola, forcejeó con Massoud, lo empujó y disparó dos
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veces, matándolo. Salieron de allí con los prisioneros. El grupo esperó. La mujer entró. Furkan se sorprendió al verla. Era extraño. Era ella, pero al mismo tiempo, no la reconocía. Uno de ellos preguntó, señalándolo: -¿Es él? -Sí… Lo es. Fue drogado, uniformado, montado en un avión y enviado como parte del equipo a los Estados Unidos. Pero Furkan Demir no lo sabía. Cuando abrió los ojos, se encontraba en una celda, con una esterilla apenas y una cama de cemento, vistiendo un uniforme de dril, sin correa, camisa manga corta y unas sandalias para sus pies. Ahora, dos años después, volvía a recordar a esa mujer. Marcellus Wallace se puso de pie, extendiéndole la mano. El prisionero se le quedó mirando, sin entender por unos segundos, hasta que le correspondió. Ahora Wallace estaba sentado en una oficina con Valentina Youngblood sentada frente a él, evidentemente incómoda. Este hojeaba una carpeta llena de informes y fotografías. -Es usted muy eficiente. En sus operaciones no hay daños colaterales, escándalos, ni evidencias externas, excepto con la muerte de Akeem al Massoud. -No era mi operación, solo debía identificar a mi contacto. -¿Está usted segura de su culpabilidad? -No puedo decirlo cien por ciento, porque yo no podía entrar a las reuniones en las mezquitas, debía fiarme por agentes infiltrados, que dieron de cierto a Akeem al Massoud como un potencial terrorista. -Pero mis evaluaciones determinaron que era un
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moderado, su hermano sí es un terrorista. -Solo trabajé con lo que me dieron. ¿Quiere que piense en que Furkan Demir es inocente? -Yo creo que lo es, pero lamentablemente, no tengo el alcance para que lo liberen. Y no creo que lo hagan. -¿Por qué? -Es el único testigo de la muerte de Akeem al Massoud. ¿No sabe quién disparó? -No… ¿Es todo? -Sí… He recomendado que el personal activo pase a trabajar en otras áreas, por el momento. -¿Significa que voy a dejar de trabajar como operativo? -Todo el personal va a regresar y a trabajar acá. -¿De qué sospechan? -De nada. Como dicen aquí, solo haga lo que le dicen, por ahora. Que tenga buen día, señorita Youngblood. Ahora se encontraba frente a la máquina de café, esperando su asignación. Allí se encontraba un antiguo compañero. -Hola Youngblood, ¿cómo vas? -Esperando instrucciones. ¿Y tú, Miocik? -A dar charlas a un personal nuevo antes de que salga a los campos de entrenamiento. ¿Y tú? -Ya te dije… Espero. -Ya que ambos nos quedamos en la ciudad, ¿por qué no salimos? –Sonrió- Por los viejos tiempos. -Eso fue hace mucho… Yo era nueva, tú estabas para entrenarme. -Pero la pasamos bien… -No es exactamente como yo lo recuerdo… Te pusiste muy posesivo con mis asignaciones, no me querías en los operativos.
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-Eres una mujer muy atractiva… Vamos, dame una oportunidad… -Adiós Miocik –ve alejó con el café- Voy a personal… -¡Adiós cariño! –La miró alejarse- adiós… -apretó los dientes y murmuró por lo bajo- ¡Perra! Ahora Valentina se encontraba en una oficina como analista. Una persona le explicaba: -Debe revisar una lista de operaciones, simplemente, basada en su experiencia, realice un análisis. Si tiene alguna duda, pídame ayuda, sin dudarlo. También no dude en buscar información en nuestro sistema. -Entiendo. -Otra cosa: Acá no está permitido usar celulares. -No se preocupe, mi nivel de autorización lo permite. -No –dijo el jefe de análisis- en este momento usted es, ni más ni menos, un analista, no un agente de campo. -Entiendo… Así pasaron los días. En cada oportunidad vez que salía a almorzar o tomarse un café, se encontraba con el Agente Miocik, que reiteraba muy sutilmente acerca de comer juntos o tomarse un café. Ella lo rechazaba con cualquier excusa. Una tarde en el estacionamiento lo encontró. Estaba apoyado en la puerta de su automóvil. -Hola… Valentina sonrió, pero sus sentidos estaban alerta. Se quitó la cartera de su hombro y lo sostuvo en su mano. Esta vez fue menos amable. -¿Qué quieres, Miocik? -Nada… Solo salí para refrescarme de las clases… Esos chicos son unos imbéciles.
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-Nosotros lo éramos cuando comenzamos… Pero, ¿qué demonios quieres? -¡Calma mujer! -alzó las manos mostrando las palmas en gesto de paz- solo estoy por aquí, por casualidad. -Por casualidad… -Y claro, como te vi, pensé que sería fantástico acompañarte a tu casa. -Miocik, no nos hagamos los tontos, no voy a salir contigo. -Vamos cariño, por los viejos tiempos… -En los viejos tiempos yo era joven e ingenua. Eres un tipo violento que disfrutas haciendo daño, eso no es lo mío. No me gusta como manejas los operativos. -Este no es un trabajo tranquilo, no es para débiles, deberías saberlo, por eso no te mandan los trabajos difíciles. -El asesinato no es un trabajo difícil, las extracciones son un trabajo difícil. -No es asesinato, son ejecuciones, donde eliminamos peligros potenciales para nuestro país. -Como sea, en lo personal, déjame en paz. -¡Que agresiva! –Se burló- ¿Eres una chica ruda? ¿O me vas a hacer un reporte administrativo? -Voy a tirarte mi cartera, si la esquivas, te espera una sorpresa. -Me gustaría que lo intentes… Cuando Valentina alzó la mano para azotarle la cartera en el rostro, con un reflejo rapidísimo, el hombre le tomó la muñeca, solo para sentir el cañón de un revolver de pequeño calibre sobre la rótula. Se detuvo en seco. Para demostrar dominio, sonrió, al tiempo que la soltaba.
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-¡Esta bien, está bien! –Retrocedió con las manos en alto- no es para tanto, muñeca. -Si me vuelves a decir muñeca, te disparo. Ahora, déjame en paz. -No eres la gran cosa. Ten cuidado, porque podrías quedarte de analista para siempre, digo yo. Valentina abrió la puerta del vehículo, subió rápidamente y puso el motor en marcha. Miocik la miraba irse, mientras ella le mostraba el dedo medio. Miocik sonreía mientras la veía alejarse. Su celular vibró y este contestó: -Hable con confianza, estoy fuera de las instalaciones… -Escuchó las instrucciones- Perfecto. Haré la entrega… Adiós. 6 El agente de Seguridad Alfred Newman estaba complacido con el día ya por finalizar. Había sido un día muy duro en el Aeropuerto La Guardia de Nueva York, no tanto como en el JFK,*17 pero sí muy movido. Un retraso de una hora en un vuelo proveniente de Italia había provocado una alteración del itinerario de la llegada de las aeronaves, además de los puestos de parqueo y pistas de aterrizaje: Más trabajo para los controladores aéreos y el personal de las aerolíneas, que apenas se daban abasto con las quejas de los pasajeros por el retraso en la llegada de los vuelos, girando sobre el aeropuerto, esperando su turno para aterrizar, además de las incomodidades por el cambio de las puertas de llegada. También los pasajeros en los aviones en espera de llegar, tan cerca y tan lejos
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del destino. Newman había revisado en un descuido su celular, cuidando que su supervisor no lo notase, pues ya le había llamado la atención por eso. “Por favor, trae pan y leche. Dos litros” –Leyó en la pantalla- “No va a haber para el desayuno de la niña” Guardó el celular y disimuló. Para su buna fortuna, se encontraba de civil en el área estéril del aeropuerto, vigilante los pasajeros que esperaban para embarcar. Dos oficiales uniformados se le acercaron e iniciaron una “conversación de rutina” para disimular. -Buenos días –dijo uno de ellos- ¿Podría mostrarme su pasaporte, por favor? -Si, como no. Mientras les mostraba su identificación, uno de ellos le dijo de pasada: -Ya llega tu relevo, puedes irte. -Okay… Ahora caminaba por los pasillos internos del aeropuerto en las áreas restringidas, buscando la salida al área pública. Se le antojó un café. Miró las vitrinas de las tiendas, donde se vendían cigarros, pero tenía prohibido fumar. Tuvo que hacer un esfuerzo, pues tenía dos meses sin hacerlo, luego de una larga batalla con su mujer, su madre, e incluso su hija de doce años. Sacó su celular, pues su servicio había terminado. Era otro mensaje: “No olvides la leche y el pan” Sonrió y respondió: “No te preocupes”. En ese momento alzó la mirada. Era un joven que apenas le llegaba a la barbilla. Era un metro setenta en comparación con su metro noventa y cinco, acentuado por su larga barba,
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que tendría que recortar cuando le tocase uniformarse otra vez. Parecía tener la mirada perdida. Leía un libro. Newman no pudo evitar esa sensación de rareza, no podía definirla, era algo que se adquiría con los años, el entrenamiento y la experiencia. Por el aspecto del joven, supuso que se trataba de una “mula” de droga que quería pasar desapercibido, pero para su ojo, actuaba extraño... Sobre sus piernas, reposaba un bolso, donde apoyaba el libro que estaba leyendo. Le hizo una señal acordada a dos agentes que lo conocían y le señaló al joven con un leve movimiento de su cabeza, aprovechando que no era visible desde donde se encontraba. Este notó a los agentes y bajó más la cabeza, como si quisiera esconderse dentro del libro… Se puso de pie con lentitud girando lentamente el cuerpo para alejarse, justo en la dirección de Newman, al tiempo que introducía lentamente la mano dentro del bolso. El Agente Newman sintió temor de que se tratase de algún arma. Cuando sacaba la mano, Newman saltó y le apretó la mano y la muñeca con todas sus fuerzas. Para su buena fortuna, su mano era tan grande que cubrió por completo la mano del joven. Uno de los uniformados le tomó el brazo libre, llevándoselo hacia atrás, retorciéndoselo, dejándolo de rodillas por el dolor. -Newman –dijo el otro agente en baja voz, para que no se generará el pánico- por nada del mundo sueltes esa mano… -Este lo miró sin entender. -¿No es un arma? -¡No lo sueltes! –Le gritó entre dientes- Eso es un detonador de presión –miró a su otro compañero-
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reporta un código cinco… Una vez hecho el reporte, varios agentes se presentaron al lugar, alejando a los pasajeros, mientras el joven era levantado en peso y llevado a la zona de seguridad, donde ya el FBI y los expertos en explosivos hacían su espera. El joven tenía en su poder un pasaporte guatemalteco falso, pero de muy buena manufactura. Carlos González era el nombre, pero el mismo se negaba a decir palabra, no entendía o fingía no entender. Al experto le costó un poco desarmar el artefacto. Los explosivos estaban disimulados dentro del forro del bolso. Lo que informó inquietó al agente del FBI. -Este artefacto explosivo me preocupó un poco. Era un DEI*18 realizado por un experto explosivista. -¿Está usted seguro? -Totalmente, nadie podría armar algo así sin entrenamiento. ¿El muchacho ha dicho algo? -Ni una palabra… Tengo que hacer una llamada… Una hora más tarde apareció una camioneta negra con tres hombres a bordo, todos con identificaciones del FBI. Se presentaron en el área restringida. -Buenas… Soy el agente West, ellos son los agentes Stone y Malone. Venimos por el detenido. -¿Los enviaron de las oficinas? -Así es… Levantaron al joven y lo sacaron de las oficinas. Caminaron por el pasillo hacia los elevadores, buscando la salida en plata baja. Uno de ellos murmuró algo en el oído del detenido. Repentinamente, este empujó a ambos y corrió por el pasillo. Dos hombres caminaban hacia él, del otro
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extremo. Miró en ambas direcciones. Sin pensarlo mucho, saltó hacia el vacío, recorriendo a gran velocidad los cuatro pisos. Su cuerpo atravesó limpiamente una enorme vitrina de señalización del aeropuerto. Una gruesa lámina de metal cortó su cuello, desgarrándole la carótida. Cuando se está al borde de la muerte, el inconsciente responde de manera extraña. Con los brazos doblados en un ángulo antinatural, trataba inútilmente de sujetarse el cuello. Para cuando el personal médico llegó al sitio, ya había fallecido. La Gran Plaza de Fort Worth en Texas fue fundado en 1962 como Seminario Sur y luego como Fort Worth Town Center, ubicado en el 4200 sur por la autopista, es un edificio de dos pisos y más de cien mil metros cuadrados, con doscientas tiendas y servicios. Era domingo y estaba a reventar: Compras de última hora, familias comiendo, parejas simplemente pasando el rato. El día anunciaba con mucho trabajo para los empleados, pues aún no era medio día. Un teléfono repicó en las oficinas del FBI en la sede de Fort Worth. Un aburrido agente que pensaba que iba a ser un fin de semana muy largo, contestó. -Morris… -Ponga atención –dijo una voz con un marcado acento árabe- hay una bomba… Y va a hacer daño, mucha gente va a morir. Se puso de pie con lentitud, haciéndole señas a su supervisor. Como no lo estaba mirando, le arrojó un lápiz… Este le indicó que se acercara y puso el altavoz. -Explíqueme que quiere… -Mientras comenzaba a hablar, el supervisor comenzó a teclear uno mandos en su computadora al tiempo que hacía unas llamada
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a otra extensión, mientras el asistente seguía el protocolo- ¿Cómo es la bomba? -No pierda tiempo… Le voy a demostrar que ustedes con toda su superioridad están bajo nuestra merced… En exactamente quince minutos estallará una bomba en esta ciudad. Mucha gente morirá. -¿Cuál es su causa? -¿Quiere jugar este juego con quince minutos? –Se burló- Se lo facilitaré. La bomba está en el Fort Worth Town Center. Ni con toda su tecnología podrán evitar esto. Son débiles, sin resolución, resolución que a los hijos de Alá les sobra. Pueden sojuzgarnos, usar sus drones, sus aviones, sus tanques, ofendernos con sus mujeres inmorales pisando nuestro suelo luciendo un uniforme. Pueden encerrarnos, torturarnos, matarnos como asesinaron a muchos hombres como Akeem al Massoud y a su hermano Abdullah Al Massoud y quién sabe cuántos más… Solo por mi ayuda, les quedan diez minutos… Hubo unos ruidos de fondo por unos breves segundos, hasta que la llamada cesó. El Agente Morris miró a su supervisor. -La llamada fue localizada en el Fort Worth Town Center. -Activa el plan de acción de inmediato, no tenemos mucho tiempo. Para cuando los bomberos y SWAT llegaron, la policía trataba de desalojar el lugar. Ya el FBI se encontraba en el sitio. Nadie trataba de asumir el mando, pues no había tiempo. -¿Creen que lo logremos? -No lo creo… Hay que minimizar las víctimas.
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La gente seguía saliendo, apurada por los bomberos que se esmeraban por mantener el orden, nadie se molestaba por los que se quedaban atrás, no había tiempo. Cinco vehículos motorizados fueron introducidos para revisar las tiendas. Por sus cámaras se podían ver a algunas personas aun buscando las salidas, mientras los parlantes se ordenaba el desalojo. Los vehículos controlados remotamente eran a prueba de balas y poseían un arma de alta potencia. Ya habían recorrido dos pasillos de tiendas, pero sabían que era inútil. La explosión fue de gran magnitud, destruyendo ventanales de edificios cercanos. Incluso, los vehículos tácticos de SWAT se movieron por la onda de la explosión. El escándalo por las redes sociales y la prensa no paraba: “¿UNA NACION A MERCED DEL TERRORISMO?” era el encabezado del Times. Los otros periódicos estaban más o menos en el mismo tenor. En las oficinas del FBI las reuniones eran a puerta cerrada, entre el director del FBI, un representante de la CIA y el señor Robinson. -Las presiones del congreso no cesan. Un grupo denominado “América Fuerte” está haciendo presión para que se tomen medidas, entre ellas, se incluye mi destitución. Y quiero que sepan, caballeros, que no voy a darle el gusto a nadie. Señor Robinson, ¿cuento con usted? -Mi interés es llegar al fondo de todo… La pregunta real es si YO cuento con usted. -Lo que necesite… Usted dígame. -Sabe que necesito las manos sueltas para esto.
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-Las tiene… Las tiene. -Sin preguntas, ni rendición de cuentas a nadie, solo quiero dar resultados. Si tengo que informarle a alguien es al director de la NSA y a usted. No toleraré ni aceptaré preguntas, ni interferencias de nadie. -Entienda que si se pone en evidencia… -Ahórrese el discurso… Yo perderé el cuello si algo sale mal. -Bien… Esta reunión nunca paso –se puso de pie- me retiro. Robinson. -¿Qué Robinson? –Buscó la salida- Yo nunca estuve aquí. Hay más de veinte personas que pueden atestiguar que estoy de pesca en este momento… Y mi nombre no es Robinson, no sé quién es ese. -Seguro… Váyase a la mierda. -Eso haré. 7 Valentina Youngblood estaba aburrida a morir. Había trabajado durante días haciendo análisis de operaciones pasadas. De cada uno de ellos hizo un informe y el plan de acción. Tomó un expediente y se quedó unos momentos mirando el nombre escrito al frente: DEMIR FURKAN. Hacía tiempo que no recordaba ese nombre. En realidad había hecho todo lo posible por olvidarlo, pero sabía que estaba allí, rasgando su subconsciente. Nunca había querido cuestionarse a sí misma sus decisiones. Ahora estaba allí, con ese nombre de vuelta. El expediente era más grande. Eso quería decir dos cosas: Que seguía vivo y que se mantenía bajo
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observación. El jefe de Analistas tocó a su puerta. -Por favor, sígame. -Bien –Dijo al tiempo que metía el expediente en su bolso, sin saber por qué, dejándolo en la gaveta de su escritorio. Pasaron por varios pasillos y bajaron al sótano. Allí se encontraba el área técnica. Un especialista tecleaba buscando una grabación, dividiéndola en bandas de sonido. Se encontraba el supervisor del área, Marcellus Wallace y el señor Robinson, quien le tendió la mano con cordialidad. Esta le correspondió, al tiempo que saludaba al hombre del FBI con una inclinación de la cabeza que fue correspondida. -Damas y caballeros, lo que vamos a ver aquí y con lo que vamos a trabajar es material considerado como clasificado. Le estoy pidiendo amablemente al técnico que corra el video de la explosión. -¿Hay un video? -Una de los robots antiexplosivos grabó los últimos momentos previos a la explosión. Además, tenemos la llamada telefónica que es la primera pista sólida de este caso, que es la razón por la que está la señorita Youngblood aquí, si lo que leí en su expediente es cierto. -Señor –dijo el técnico- necesito la aprobación escrita de la dirección para poder mostrarle el material- Es el protocolo. -¿Protocolo? –Sonrió- Yo te diré que es el protocolo: Si dentro de treinta segundos no me das lo que me pido, te prometo que pasarás un buen par de años en el ártico tratando de rastrear el sonar de los submarinos rusos en las profundidades. No, no lo mires a él,
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muchacho –se refería al supervisor- no te va a ayudar, yo soy tu única ayuda y prejuicio… Te quedan quince segundos. No se hizo esperar y comenzó a teclear hasta que apareció el video. -Listo, señor… -Buen chico... Eso que ven son los últimos momentos antes de la explosión… Se podía ver la entrada de una tienda. El robot se movió entre prendas de ropa, hasta que llegó a los privados. En el último encontró a un joven escondido, con un paquete pegado al pecho. Le sonrió a la cámara y luego la imagen desapareció. -…Y en ese momento ocurrió la explosión… El informe indica que había dado diez minutos para detonar la bomba. Pero en realidad transcurrieron dieciocho minutos. -Esperó ser detectado para inmolarse –dijo Youngblood- ¿Por qué? -No fue para darle la oportunidad a la gente de salvarse –intervino Wallace- su intención fue demostrar que en todo momento tuvo el control y no detonó antes, simplemente porque fue su deseo. -¿Hubo muchos muertos? -Menos de los esperados, señorita Youngblood, pero víctimas son víctimas. Tenemos que saber el cómo para detenerlos. Ponga la grabación de la llamada. Necesito que usted me indique si el acento es real o falso. El técnico le pasó a Valentina unos audífonos. Se los colocó. Aunque el sonido salía por los parlantes, el que llegaba hasta ella era de más claridad. En algún
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momento alzó la mano. El técnico detuvo la grabación. Ella se quitó los audífonos. -Es evidentemente extranjero, el acento no es falso. Coloque la parte final, por favor, use los parlantes. ¿Puede hacer que se escuche mejor? -Seguro. Aunque era un sonido lejano, lo limpió lo mejor posible. Ella dijo ante un murmullo lejano: -Estas son las dos cosas que me inquietan: La frase es en pastún. Y la conversación lejana es en inglés. De Boston, para ser exacto. -¿Está usted segura? -He trabajado con gente de allí. En mi servicio en Afganistán y en operativos recientes. -Eso quiere decir que están trabajando con nuestra propia gente. ¿Por qué? ¿En qué forma? -Usted y usted –Señaló al técnico y al supervisorFuera. ¡Ya!... –Esperó hasta que quedaron a solasEscuchen: Esto sonará descabellado, pero estoy casi seguro de que quién sea, es quien le da la logística y el entrenamiento a los terroristas. Son jóvenes, no están registrados, los entrenan y motivan. El joven de la llamada sabía de los protocolos en caso de notificación de un aviso de bomba por teléfono. Pero no le importaban, porque tenía sus propios planes. -¿Y cómo hacemos para ubicarlos? -Hay que molestarlos, hacer que actúen. Luego de los interrogatorios y las entrevistas, estoy seguro que es alguien de adentro. -¿Dentro del FBI? -Dentro de la CIA. Sí, no me mire así, señorita Youngblood. ¿No es parte de las operaciones de la
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CIA infiltrar gobiernos para causar zozobra? -Pero no dentro de nuestra propia nación. -¿Y qué lo impide? Ella calló, mientras pensaba en los operativos, el trabajo, la gente que había visto últimamente, e inútil trabajo al que la habían destinado. Porque, ¿qué sentido tenía ver casos cerrados como analista si ya las decisiones estaban tomadas? -Díganme lo que tengo que hacer… En cuestión de días, Valentina se decidió quedarse en su departamento, pues se sentía en rebeldía. Decidió que no podía quedarse para allí siempre. Sabía que Katia estaba durmiendo luego de una noche de trabajo y juegos con otros “operadores”. Miró su reloj. Eran las dos. Decidió ir al gimnasio de Jhon. No regresaría hasta las diez. Entrenó muy duro, hasta las seis. Decidió comer algo en un restaurant. Nunca comía en el mismo sitio, pero tenía una lista de favoritos, donde la primera opción era la comida, la segunda era el sitio, las salidas de emergencia, ubicación de las puertas y un lugar para ver quien entraba y salía, sin comprometer su espalda. No quería que le pasara como al Salvaje Bill.*19 Llegó a un lugar donde la comida era bastante buena y el jazz hacía del ambiente un lugar agradable. Decidió quedarse lo más posible, saboreando un buen vino y sin conversar con nadie. Apenas tuvo que alejar con un gesto a un par de caballeros en busca de acción, pues no quería ser molestada. A las nueve de la noche, sonó su celular. El número no le era conocido. Pero suponía quién podía ser.
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-¿Sí? -Señorita Youngblood, soy Marcellus Wallace. -Diga señor Wallace, ¿en qué puedo servirle? -Supe que no fue a trabajar. Hay algo que quiero conversar con usted. Estoy a pocos minutos de su edificio. -No estoy allí. Espéreme, tardaré un poco. Wallace dio un par de vueltas antes de encontrar el edificio. Había una camioneta negra atravesada en la entrada del estacionamiento, por lo que se detuvo dónde estaba y caminó hasta la entrada. Pudo ver tres hombres bajándose del vehículo. Acababan de llegar. Uno era rubio, el otro afroamericano y el más bajo parecía ser latino. Sus sentidos se alertaron al ver que sacaban de la parte posterior pistolas automáticas y fusiles de asalto, además de colocarse chalecos antibalas. Sacó su pistola, una glock punto cuarenta reglamentaria. Con delicadeza puso una bala en la recámara y avanzó caminando de lado, para que la penumbra ocultara el arma. Pudo escuchar las instrucciones de uno de ellos: -Vive en el cuarto piso. Traten de no hacer escándalo. Es una agente activa. Youngblood es su apellido. -Buenas noches, caballeros. Ya dos se habían colocado los fusiles con su correaje gancho. El tercero había puesto su fusil sobre el capó de la camioneta, pues se estaba ajustando el chaleco. -Oí que vienen a ver también a Youngblood, creo que perdieron el viaje, pues acabo de llamarla y no está. -Lamentamos oír eso –dijo uno de ellos- podemos esperar. ¿Usted va a esperar?
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-Quiero que se queden dónde están y coloquen sus armas en el piso –apretó el arma, colocando el dedo muy cerca del gatillo- por favor… -No tienes por qué temer, “muchacho” –dijo el negrono le haremos daño. -Cierto –dijo el otro- somos sus compañeros. -¡Claro! –Les apuntó- Compañeros de trabajo, que traen silenciadores en sus fusiles… Dejen sus armas en el piso, no habrá un tercer aviso. -Yo te conozco –dijo el rubio- ya sé dónde te he visto… -¿De dónde lo conoces? –Preguntó el que tenía el fusil sobre el capó, al tiempo que se acercaba lentamente a la camioneta. -Es un interrogador de prisioneros, les hace preguntas y encuestas. Trabaja para el FBI. -Señor agente del FBI -dijo el negro en tono de burlaEstos juegos no son para ti, “muchacho” -No soy tu “muchacho”, “hermano” Los dedos del hombre rozaban la culata del arma cuando Wallace le propinó tres disparos. Un triángulo perfecto en el pecho. -¡Quietos! –Volvió a apuntar a los otros dos- Los próximos disparos no serán al chaleco. Con una sola mano y los dedos, armas al piso, ¡ya! -¿Crees que puedes con nosotros tres? –le retó el rubio, mientras el negro ayudaba al otro a ponerse de pie, luego de dejar la pistola y el fusil al piso. -Solo tengo que llamar a la policía –Marcó el discado rápido en su celular y puso el altavoz- Ustedes son contratistas. -¿Cómo lo sabe? -Me lo dijo tu amigo el genio cuando me identificó.
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-Los muchachos van a recoger sus armas del piso… Las van a subir en la camioneta y se van a retirar. Le garantizo que ninguno abrirá fuego, solo se irán… Usted no puede dispararle a ningún hombre que no representa un riesgo para usted. -Pero siempre tendrá un momento en su agenda para buscar a la señorita Youngblood… Con sumo cuidado se despojó del chaleco, arrojándoselo a sus hombres. Estos recogieron las armas del piso y las tiraron en la parte trasera de la camioneta, ignorando por completo a Wallace. -¿Qué le hace pensar que los voy a dejar ir? -Que no puede dispararle a un hombre desarmado. El sonido del motor de la camioneta al encender distrajo por un breve momento a Wallace, lo suficiente para que el rubio le arrebatase la pistola con un golpe de dos manos. El arma cayó en la oscuridad. Wallace adoptó la postura clásica del boxeo, respondiendo el ataque. Tenía predilección por el boxeo, pero había recibido entrenamiento básico de combate. Era corpulento y alto, pero su oponente también y pesaba más de cien kilos. Este esquivó con habilidad los rectos de izquierda al rostro, respondiendo con una rodilla en el pecho, haciéndolo caer. El rubio se arrojó sobre él, lanzando una lluvia de golpes. Wallace los bloqueó como pudo, hasta que logró sujetarle un brazo y cruzó las piernas alrededor de su cuello, para hacerle una palanca de brazo. El rubio giró sobre sí mismo para contrarrestarle, apoderándose del brazo de Wallace, aplicando una llave al hombro. El sonido del brazo al zafarse le arrancó un grito, el rubio pasó del hombro
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al cuello, estrangulándolo desde atrás. -Solo necesito veinte segundos… Si hubieses llamado a la policía, aún tendría cuatro minutos. Comenzó a aplicar presión. Wallace metió la mano que podía mover, entre el antebrazo y el cuello, pero era insuficiente. Los ojos se le entrecerraban. Comenzaba a faltarle el oxígeno. Un joven con un poncho de color verde militar apareció, propinándole una patada al rubio justo en la cabeza. Este retrocedió, mientras Wallace caía pesadamente al suelo. El atacante era mucho más pequeño y delgado, pero era veloz, arrojando patadas y puños a gran velocidad. El rubio bloqueaba como podía, pero no podía evitarlos todo. Lo sujetó del cuello para hacerle una estrangulación de pie, pero fue sorprendido por una patada en la cara con el talón, en el llamado “golpe del escorpión”. Este fue arrojado hacía atrás, impactando con la pared. El joven rodó por el piso, encontrando la pistola de Wallace, apuntando y disparando en todas direcciones, sin ninguna puntería. El rubio corrió con la cabeza gacha, zigzagueando para evitar una bala. Wallace, casi sin sentido, apenas pudo ver borroso el rostro que lo miraba, hasta que perdió la conciencia por completo. 8 Abrió los ojos. Estaba sin zapatos ni camisa, acostado en un mueble, con un brazo firmemente atado a la altura de la muñeca, sujeta a un pilar del apartamento. Se encontraba totalmente inmovilizado. Alguien lo tenía firmemente agarrado con fuerza por la muñeca. Sintió un pie clocarse debajo de la axila y otro en
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el cuello. Le parecieron muy pequeños. Apenas tuvo idea de que alguien apareció cuando comenzaba a faltarle el aire. No estaba muy seguro, pero creyó oír disparos. -Lamento que despertaras –oyó una voz femeninapero no te preocupes, no te va a doler… Aún su mente no estaba clara... Todo giraba frente a sus ojos. Le habían introducido algo en la boca. ¿Era un protector bucal? Babeaba, sentía que le faltaba el aire, algo crujió dentro de su cuerpo, resonando en sus oídos. Lo liberaron de sus ataduras, no supo más nada. Un rostro apareció nuevamente en su campo de visión. -¿Qué tal? –Le quitó el protector bucal- ¿Ya está mejor? -Eres una niña… -le sonrió con ojos vidriosos- Eres muy… -Muy… ¿Qué? –La niña le sonreía interesada- ¿Soy muy qué? -Muy bonita… -le señaló torpemente con el dedo- me engañaste… Eres una mentirosa… -¿Por qué? -Dijiste que no dolería. Pero a alguien le dolió… Mucho. ¿Qué me hiciste? -Te di algo para el dolor. Parece que tardó un poco en hacer efecto. Te vas a quedar dormido un buen rato… Un sonido llegó, cada vez más claro, en oleadas, hasta que se hizo clara. Era música. Debía estar soñando. Parecía que veía un par de piernas espectaculares. Quien las mostraba se estaba inclinando para poner algo en una mesa. Olía muy bien. ¿Sopa? Ahora las piernas un trasero cubierto por un minúsculo biquini.
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Ella pareció notar que era observada y se volteó, tratando inútilmente de cubrirse con el suéter que usaba. -¡Perdón! –Sonrió- Creo que debí cubrirme… Dormiste muchísimo. Era más joven de lo que pensaba, a pesar de su cuerpo. ¿Cuántos años? No le daba más de veinte. -… ¿Dónde estoy? -Mi departamento. Venías por Valentina y vi que tenías problemas. ¿Eres su amigo? -Podría decirse… -Valentina está en su departamento, dijo que le avisara cuando despertaras. Come, te hace falta... Mucho gusto –volvió a sonreír- Me llamo Katia. -Mucho gusto… Se sentó. Sintió el `piso muy frío. El aire acondicionado allí debía ser industrial. Le dolía todo el cuerpo. Había recibido una paliza, pero estaba vivo. La sopa le supo deliciosa. Le recordó la que le hacía su abuela, cuando era un joven en Alabama y la visitaba. -Ya vuelvo. Termínese la sopa, la trajeron de un buen restaurant, porque soy pésima cocinando. Ahora se había puesto un short tan corto que le hacía un flaco favor al resto del vestuario. La vio marcharse dando saltitos, como si fuese una pequeña niña. -Muchacha loca –dijo con cariño- ¡Que frío hace aquí! Se bebió la taza en tragos cortos, sin usar la cuchara. Realmente le gustó. Agarró una botella de agua mineral y se la bebió en dos tragos. Aún sentía mareos. Tomó una manta del mueble, y se envolvió en ella. Se sujetó del mueble, poniéndose de pie. Miró el departamento. Le gustó la decoración.
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Caminó hasta unas copias litográficas de Toulouse Lautrec y de Van Gogh. Aunque no eran originales, debían ser muy costosas, pues eran de gran formato. Le extrañó que estuviesen mal centradas. Fue allí cuando reparó en el espacio libre entre las paredes. -¿Qué demonios…? Puso la mano en la abertura. Los goznes que sostenían la pared permitían que se deslizara con facilidad. Sintió algo de lucidez ante lo que se presentó ante sus ojos: Tres enormes pantallas planas y gran cantidad de equipos de computación. Las pantallas estaban funcionando. Reconoció algunos equipos: Enrutadores, equipos de seguimiento, conexiones satelitales y un monitor que mostraba un circuito cerrado. Allí podía ver el estacionamiento, los pasillos, el ascensor, las escaleras, cada uno de los pisos y la parte posterior del edificio. -¡Hey! –Gritó una voz por los parlantes- ¿Quién eres tú? En una esquina de la pantalla principal surgió una imagen. Un joven tan delgado que parecía anoréxico, con gafas coloreadas y el cabello desteñido en un blanco absoluto. -¿Quién eres tú? –preguntó un sorprendido Wallace. -¿Dónde está Mokoto? –Le gritó- ¿Qué has hecho con ella? -¿Quién demonios es Mokoto? -¡Si no sales de allí, voy a llamar a la policía! -¿Policía? –Gritó- ¡Soy Agente del FBI! -¿FBI? –Se burló- ¡Pareces un indigente recogido! –Acercó su rostro a la cámara- ¿Has visto tus ojos? ¡Estas volando viejo! –Le hizo un gesto- Vamos, dime
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dónde está Mokoto. -¿Pero quién carajos es Mokoto? -¡Ella! –Señaló detrás de él. Wallace se volteó- Ella es… -¡Tú! –dijo sorprendido. -¡Gracias, Dunbar! –Dijo Katia de mala gana- ¡Gracias por exponerme ante el hombre del FBI! El joven llamado Dunbar se abalanzó sobre el teclado y se desconectó. Wallace y Katia cruzaban miradas. Ella firme, retadora, mientras él se encontraba envuelto en una manta, sin camisa y descalzo, tambaleante. Avanzó un paso, pero fue detenido. -¿Qué haces, Wallace? -¿Sabes quién es ella? –La miró directo a los ojosEsta en la lista de los diez más buscados del FBI. -No… -respondió tratando de mantener la calmaSegún sus analistas, es un joven en los treintas, con obesidad mórbida, caucásico, fanático del porno, especialmente de las páginas de jóvenes rusas. -¿Quién le dio esa información?... Es clasificada. Diseñada por uno de los mejores especialistas del buró. -No es más información que migajas dejadas aquí y allá, ¿adivina por quién? –Katia se señaló a sí misma, complacida- Y no puedes hacer nada al respecto. -¡Estás encubriendo a una criminal! -¡Estoy encubriendo a mi familia! -se atravesó entre los dos. Guardaron silencio. Wallace pareció calmarse por momentos. Valentina permaneció firme- No puedes Wallace… Piensa por qué estás aún aquí… Wallace comenzó a sentir las piernas como si fuesen de goma. Apoyó su mano en el respaldo de la silla, pero
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esta se deslizó y terminó en el suelo, inconsciente. Valentina le tomó el pulso y le revisó los párpados. Suspiró aliviada. -Está vivo… ¿Qué le hiciste? -Estaba lesionado. Tuve que drogarlo para poder ayudarlo…. –sonrió- Y lo volví a hacer, en la sopa… No creí que resistiría tanto antes de caer, aunque no le di mucho. -¿De dónde sacaste la droga? -Se la quité a un colega que estaba en desintoxicación… Pensé que en algún momento sería de utilidad – cambió su actitud aparentemente relajada, mostrando preocupación- Valentina, ¿qué vamos a hacer? -Primero que nada, ayúdame a llevarlo a mi departamento… Wallace abrió los ojos. Estaba en una cama. No se movió hasta cerciorarse de que no estaba atado y que su cuerpo y su mente funcionaban como debía ser. Miró la mesita de noche. Allí reposaba su Glock, sus credenciales y sus tres cargadores. Tomó el arma. Olió el cañón y comprendió que no se había imaginado lo de los disparos. Se sentó en la cama. La habitación no estaba tan fría, por lo que entendió que se encontraba en otro lado del edificio. -¿Se siente mejor? -¿Qué me pasó? -Casi lo matan y le sacaron el hombro. Katia se lo colocó, per para poder hacerlo, tuvo que suministrarle algo. -No sé si darle las gracias por la “anestesia” -Ahí tiene –Le arrojó una toalla- El baño está allí, tome lo que necesite.
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-Gracias. Dentro del baño, Wallace no pudo evitar el hábito de analizar. Se puede saber mucho de una persona por lo que hay en su baño. En el gabinete había muy poco: Cepillo de dientes, crema dental, champú. Un cepillo empaquetado indicaba que no había más nadie por allí. Era una mujer muy sola, la habitación se lo había dicho, todo en un orden casi militar, sin fotos, nada que indicase un recuerdo, algo que añorar. Luego del baño, se vistió y salió a la sala. En una pequeña mesa había algo de comida china servida. -Supongo que tiene hambre. -Bastante… -¿Le parece si nos ponemos serios durante el café? -Su casa, sus reglas, no hay por qué ser mal educado. Luego de la comida, se sentaron en la sala. Wallace la miró, mientras Valentina servía el café. -No hace mucha vida aquí, ¿cierto? -¿Por qué lo dice? -No hay fotos, nada familiar, ningún recuerdo. Tengo entendido que ha estado varios años en el medio oriente. -No esperará que yo muestre fotos con uniforme de combate en Afganistán o Siria, en un sitio donde se supone que nunca estuve. Pudo haber una buenísima durante un bombardeo. Estamos dentro de unas ruinas. Rastreábamos a un líder tribal que podría inclinar la balanza a favor de las fuerzas de ocupación si este era anulado. Lo irónico era que estábamos bajo bombardeo amigo. Allí pasamos unas seis horas –sonrió- trabajé con un tipo, uno que he visto recientemente… Amanecía. El bombardeo no cesaba.
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El sitio era una especie de semisótano, con una abertura que uno de nosotros vigilaba. El tipo se puso de pie del piso, donde créelo o no, estaba durmiendo. - ¿A dónde vas? -Le pregunté. -Hay un pozo allá afuera -me respondió- voy a buscar agua para hacer café. Si veo algo, se los haré saber. -No podían avisar para alejar el bombardeo... No estábamos allí, ¿entiendes?... Regresó media hora después, con un saco con café, incluso pan, raciones, mantequilla, y sólo dios sabe cómo, huevos. Traía una fea cortada en el antebrazo. Me entregó la comida y pidió al médico del grupo que lo atendiese. Mientras lo cocían, este limpiaba la hoja de su cuchillo de combate con las perneras de sus pantalones. -Un tipo rudo. -Cruel sería una mejor definición. Le pregunté de dónde había sacado todo eso. -¿Qué te dijo? -Que no fue el único que estaba buscando agua. Que tres hombres que estaban alejados de su grupo habían matado a otros hombres, sus propios compañeros, por esos suministros, que se la habían robado a tropas aliadas. Así que decidió que necesitaba algo más que agua. Mató a dos y degolló al último… Me dijo que lo hizo pues no necesitaba que se avisara que nos encontrábamos detrás de las líneas enemigas y tampoco iba a compartir a mitad todo eso. -Un tipo cruel. ¿Dónde lo conociste? -Fue mi primer instructor. Pero me distancie de él. Me acusó de carecer de lo que él llamaba “flexibilidad moral” -Es un término horrible para justificar cualquier cosa.
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-Así es… -Señorita Youngblood… ¿Qué vamos a hacer con su amiga? ¿Sabe que Mokoto es un criminal buscado? -Por el FBI, no por la CIA. Además, le debe la vida. -… Es cierto, pero venían por usted. -Eso no quita que igual lo iban a eliminar. ¿Sabe que son contratistas? -Sí. Uno de ellos me identificó de mis vistas a las prisiones militares de la CIA. -Eso significa que la fuga de información funcionó. -Nuestra fuga de información y contacto con los terroristas dentro del país es alguien de la CIA, solo falta identificarlo y saber por qué. -Y qué relación tiene con los contratistas… Porque no lo sabemos. Estoy seguro que tiene que ver con un detenido en particular… Furkan Demir. -¿Por qué? -Es la persona con menos contactos en ese mundo. Su amistad con Akeem al Massoud es su único perjuicio… Es cómo doblar a la izquierda cuando debiste cruzar a la derecha. -No entiendo. -Un niño fue asesinado en el departamento de su madre. Se acusaba al ex de esta, un entrenador de futbol colegial, afroamericano. No había pruebas, solo el hecho de que la relación había finalizado en malos términos. El lugar era un apartamento en un segundo piso. Hubo personas que juran que vieron a un hombre negro saltar por la ventana a más de cuatro metros de altura, pero nadie lo pudo identificar. ¿Sabes cuál fue la única razón de sospecha? Que al salir de un estacionamiento rumbo a su casa, cruzó
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a la izquierda cuando debió cruzar a la derecha. Se podía ver en las grabaciones del estacionamiento de un centro comercial… Eso hizo Furkan Demir. No había una sola razón real para su detención, pero sucedió. -No es posible, hice el seguimiento y detención en base a la información recibida. -¿De quién? -No lo sé con exactitud, solo recibí la información y órdenes de que coordinara la detención. Se suponía que Akeem al Massoud debía ser detenido. -Pero no fue así. -Según hubo un enfrentamiento. -¿Lo hubo? -Eso dicen los informes. -Pero contradice el carácter de Akeem Al Massoud. Su muerte fue el detonante de que su hermano le declarara la guerra a occidente. Y creo que de alguna forma tiene que ver con esto. ¿Conocías a quienes hicieron el operativo? -Nunca los vi, solo diseñé el operativo según lo que recibí, no podía entrar ni estar allí. -Debería buscar esa información –se puso de pie- yo tengo que ver quién es el contacto de los contratistas, solo cumplen órdenes si ven un fajo de billetes. No hacen esto por centavos… -Le extendió la mano- Nos vemos después, señorita Youngblood. Despídame de su amiga. -¿Estamos a mano? -Totalmente… Quizá yo pueda usar sus servicios – sonrió- no soy un criminal, pero tampoco peco de santo. -Valentina… Llámeme Valentina.
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-Puede decirme Marcellus... Tenga cuidado. Creo que van a volver por usted. -Tomaremos precauciones. Gracias… 9 Hiro Tadaka tecleaba nervioso frente a los equipos de sistemas de Black Hat International. A su lado, su jefe esperaba, acompañado de su enlace de la CIA. -¿Has logrado algo, Tadaka? -Mokoto es todo un personaje, señor G, pero creo que logré algo. -Explícame. -Si quieres encontrarlo, solo sigue el dinero… -Eso hice, señor –señaló en el monitor- esos son los montos que fueron retirados de las cuentas, se fracturaron en montos más pequeños. Busqué las cantidades que permanecían iguales y llegué hasta unas empresas fantasmas ubicadas en Wyoming… Si trabajo con sutileza, es posible que pueda instalar un malware de rastreo… Muy lejos de allí, una alarma intermitente despertó a Verónica. Se negó a moverse de la cama. Entreabrió los ojos y pudo ver el monitor, pues la pared falsa estaba abierta. -Hay gente que no aprende –murmuró- voy a dejar que se lleve la sorpresa –se cubrió la cabeza con la manta- ¡Que se vayan al diablo! -Qué extraño –comentó Tadaka- el rastreo funciona correctamente, pero se desvía y se enruta una y otra vez… -suspiró frustrado- Es inútil, señor G... Es un fantasma. -Veo que necesitan de la vieja escuela… Jovencito,
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búscame una cerveza. -Vamos, Miocik, es medio día. -Nada como una cerveza antes del almuerzo –sonrióPorque me vas a invitar al almorzar y yo te ayudo a encontrar a Mokoto. -Miocik, eres de la vieja escuela como yo. Te guías por la brújula y las estrellas. -¡Exacto! –Le puso el brazo en el hombro, confianzudo¿Qué estás dispuesto a hacer o dejarme hacer para encontrar a Mokoto? -Lo que necesites… No soporto al senador Bishop como un perro mordiéndome los talones. -¡Bien! –Tomó la cerveza que traía Tadaka y bebió un largo trago- ¿Dónde almorzamos? Quisiera un sitio donde pueda probar unas buenas costillas ahumadas. -Sé de un sitio… -Que el joven nos acompañe… Aprenderá una cosa o dos y es clave en mi plan. -Claro que nos va a acompañar… Le toca pagar la cuenta o darle la cara al senador Bishop. -No hay problema, señor G, hasta la cena la pago, con tal de no ver a ese señor. -¡Comienzas a caerme bien!... Vamos. Cuando Katia se despertó, su trabajo estaba hecho. Mientras trataban de detectar su sistema y parecía que estaban a punto de hacerlo, ella ya había entrado al sistema de la empresa sin ser detectada. No tenía mejores equipos, pero sí más especializados y programas diseñados por ella. Katia era hija de un millonario ruso, especializado en ingeniería. Se sintió maravillado cuando vio a su pequeña con apenas cinco años manejando una
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computadora. Al cumplir ocho, le obsequió una tablet de avanzada. Para su sorpresa, la desarmó y utilizó todos sus componentes para integrarla a su equipo. En su niñez, devoró toda clase de libros sobre computación. A los diez diseñó programas que su padre aprovechó en su empresa de ingeniería, pues ella los había realizado para tal fin. A los trece años ingresó a la universidad de Moscú. A la mitad de la carrera, con quince años, abandonó la universidad. Su padre la mandó a buscar. La recibió en sus oficinas. Su respuesta fue simple: -No tienen nada que enseñarme, padre. -Bien… Te daré un año para que descanses. ¿Qué quieres hacer? -Quiero ir a conocer Paris y visitar El Instituto Tecnológico de Berlín, hay algunos cursos interesantes allí. -Pensé que querías un descanso. -Eso es descanso para mí, padre. -Entonces, hablaré con mi hermano para que mi sobrina Irina te acompañe. Katia no expresó emoción alguna, pues sabía que su padre odiaba las demostraciones de afecto, públicas o no. Su prima le parecía la persona más interesante del mundo. Era hermosa, elegante, con una sonrisa contagiosa y los ojos más azules que ella había visto en su vida, la trataba como si fuese de su edad, aunque era tres años mayor. Katia aparentaba más edad, pues a diferencia de su prima, que era delgada, alta y esbelta como bailarina de ballet, ella era pequeña, con un cuerpo muy desarrollado, senos que ya se anunciaban grandes y duros, cintura pequeña, un
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trasero muy llamativo y piernas bien torneadas. -¡Estoy gorda! –Le decía a su prima, envuelta en una toalla, mirándose en un espejo de cuerpo entero en un lujoso hotel de Paris- debo dejar los dulces. -En realidad eres muy hermosa, solo que no lo sabes. -Tú eres hermosa –bajó la vista, apenada- siempre me has parecido una princesa… Una princesa de Kazán*20. -A papá no le gusta que digamos que somos de allí… -se encogió de hombros- Prefiere que digamos que somos de Moscú –sonrió- Es un snob, si no hablas más de tres idiomas y no eres científico, músico, ingeniero o astrónomo, no eres nadie… ¿Qué tiene de malo ser común, una vida simple?... Una vida sin que nadie te vigile, sin que cuestionen lo que piensas, lo que quieres o lo que deseas. ¿Te imaginas? ¿Qué nadie te cuestione lo que tu corazón siente? -Yo sé bien lo que siento… Quisiera ser como tú… -No, no sabes lo que deseas… Papá me tiene arreglada una boda muy pronto, con un gordo baboso de manos grasientas. Su padre no es nada de lo que a papá le gusta, pero tiene una refinería… Lo cual quiere decir que papá es un hipócrita y prefiero morir a dejar que esas manos me toquen… Lo que yo quiero es… Otra cosa. -¿Qué cosa? -No puedo explicártelo, aún eres muy pequeña… -Yo soy grande, aunque no tanto como quisiera… -¿Sabes? Luego de Berlín, tengo que volver. -¡Pero papá me dio un año! -Eso es otro de los problemas de crecer, no siempre obtienes lo que quieres y no siempre te dan lo que te
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ofrecen, solo puedes obtener lo que te ganas o lo que tomas. Esa noche, luego de la cena, Katia se fue a dormir. En realidad le costaba conciliar el sueño. Irina dormía en la habitación contigua. O eso creía ella. Escuchó risas contenidas. Se puso de pie. En puntillas caminó hasta la puerta y la entreabrió. Vio a Irina conversando con alguien entre susurros. Alguien que no podía distinguir por la penumbra. La abrazaba por la cintura, su cabeza buscaba su cuello, besaba su boca. Ella le susurró: -Aquí no, no quiero despertar a mi prima. Irina abrió la puerta y entró a su cuarto, llevando de la mano a su acompañante. Cuando cerraba la puerta, encendió la luz. Katia abrió sus ojos asombrada, sintiendo dentro de ella emociones imprevistas, pues quien cerraba la puerta era una mujer. Verónica se acostó nuevamente, con el espíritu revuelto, entendiendo un poco más a su prima y quizá comprendiéndose un poco más ella misma. Al día siguiente, ambas compartían el desayuno. Una en silencio tenso, sumida en sus pensamientos la otra. -¿Dormiste bien? –Preguntó Katia de la manera más inocente- te ves cansada. -¿Sí? –Respondió en el mismo tono- es qué tardé en dormirme… Me quedé tirada en la cama hasta que me dormí. -Si te estabas aburriendo, bien podías ir a mi habitación a conversar. -¿Y de qué podíamos conversar? –sonrió divertida. -Temas de adultos ´-Irina se le quedó mirando- tal vez tenga solo dieciséis, pero no soy para nada pacata e ignorante, podría hacer lo que quisiera con una
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computadora –la miró retadora- lo que sea, así que trátame con un poco más de respeto. -Tienes razón prima –bajó el tono avergonzadaperdóname… -guardaron silencio por unos momentos. Irina untaba mermelada a su croissant mientras pensaba- ¿Así que tampoco dormías? -No… -¿Nunca has estado con nadie? -No, pero eso no me hace una ignorante del sexo –se mostró apenada- lo que pasa es que he vivido toda mi vida entre gente de más edad que yo –le habló en tono cómplice- cuando cumplí mis quince, logré que me dieran un beso. -¿Quién? –Dijo sorprendida- yo estaba en la fiesta y no me di cuenta. -Vassili… -¿Vassili? –Respondió asombrada- ¿el hijo del chofer? ¡Pero tiene como dieciocho años! -Diecinueve –dijo orgullosa- ¿No es bello? -¿Y cómo pasó? -Estaba paseando por la caballeriza y lo vi allí, cepillando a los caballos. Se detuvo y me dijo que no estaba vestida adecuadamente para montar. Le contesté que me aburría y me había alejado de las conversaciones de negocios de papá y de las chácharas casamenteras de las amigas de mamá. -Algún día va a tener que casarse con un hombre escogido por su padre –me dijo- espero que sea alguien digno de usted. -No me trates de usted en privado, por favor –le sonreí- no me has felicitado por mi cumpleaños. -Es cierto –dijo apenado- felicitaciones. Lamento no
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poder darle un regalo digno de usted, perdón de ti. -Si puedes… Como tú ves, ya soy una mujer y creo que me merezco un beso, quiero saber lo que se siente no solo que te besen, sino besar. Si no quieres decir nada, está bien, y por favor –señaló con el dedo- nada de besos románticos para princesitas, quiero uno de verdad… -… ¡Y me lo cuentas como si fuese la cosa más natural del mundo! -No le veo nada de malo… Me besó y luego YO lo besé... Y me marché… No me puedo quejar de la experiencia, pero tengo que reconocer que puse una vara muy alta, tampoco era lo que yo esperaba –hizo una pausa maliciosa- te vi besarte con alguien en la puerta de tu habitación. -No sé qué decirte prima. Es un asunto muy personal y aunque hemos compartido mucho, creo que es un tema que no debo hablar contigo… No quiero que te sientas confundida y tampoco quiero aprovecharme de tu curiosidad, no sería correcto. -No te preocupes, nadie tiene porqué saber lo que vi. Y por mi edad, no te preocupes, toda la vida no voy a tener esta edad. Irina no supo por qué, pero ese último comentario le erizó la piel. Se quedó mirando a su prima hasta que entendió que se estaba burlando de ella. -¡Eres una idiota! Ambas se echaron a reír y dieron el asunto por terminado. Llegó el momento de regresar. Katia fue una trágica testigo de la situación. Algunas veces fue testigo directo, otras lo supo de pasada.
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Irina fue obligada a casarse con el hijo del petrolero. Era un bueno para nada, idiota y brutal, pero eso no le impidió a su padre tratar de imponerse. Discutieron. Ella se negó y este amenazó con desheredarla. -¡Morirás como una pobre prostituta del Repperbhan*21!, porque si abandonas esta casa y me desobedeces, mejor vete de Rusia. -¡Pues moriré de puta! –el padre le cruzó el rostro de una bofetada. Katia no supo nada de su prima en muchos días, hasta que coincidieron en las oficinas donde ella estaba trabajando para el próximo proyecto de su padre. No fue casualidad. Irina la buscaba, la reconoció apenas: Ahora su rubio cabello era negro, corto y usaba lentillas coloreadas para disimular el hermoso azul de sus ojos. La tomó de la mano y la sacó de allí… Había pasado un año. La llevó a un restaurant. Ordenó para las dos, pero apenas probó bocado. Irina siempre había sido comedida con la comida, pero ahora comía con gran apetito. -Disculpa… Es que no como tan completo para cuidar el dinero. Cada vez que consigo un trabajo y descubren quién soy, lo pierdo. -Pero, ¿y tus ahorros, tus cuentas? -Papá las bloqueó y dijo cuándo discutimos que me fuera a Alemania, pero salí de casa sin un centavo. He tenido trabajos eventuales y ahora vivo en un cuarto rentado. Katia no dijo una palabra. Luego de la comida, se puso de pie y solo le dijo: -Sígueme.
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Tomaron un taxi. La llevó a un centro comercial. Allí le compró un teléfono celular, ropa, una maleta y le entregó todo el dinero que pudo sacar. Salieron del centro comercial. Katia tecleaba algo en su celular, inmersa en la red. -Toma un taxi para el aeropuerto, tienes una reserva en un vuelo de Aeroflot rumbo a Berlín. No te quedes allí, vete a Holanda, o a cualquier parte. Abre una cuenta y cuando puedas, repícame, no me llames, yo lo haré. Si me llamas, que sea de un teléfono público. Le hizo señas a un taxi y este se detuvo. Subió la maleta y se quedó allí, de pie, dudosa. Repentinamente, tomó a Katia por el rostro y la besó en la boca. -¡Ven conmigo! -¡Katia! Su padre gritaba desde su lujoso automóvil, mientras sus guardaespaldas corrían hacia ellas. De un empujón la tiró dentro del taxi. -¡Vete! El taxi se alejó. Ella miraba desde la parte de atrás, con los ojos llenos de lágrimas. Katia no la volvería a ver, pero supo de ella un par de años después. -¿Cómo me encontraste? -Me sorprendió el movimiento inusual de tus cuentas y temí lo peor. No estabas en la oficina y te hice seguir por tu celular –le miró retador- ¿Qué hacías con ella? -Me pidió ayuda. -¡Ella ya no es parte de la familia! –Le reprochóavergonzó a tu tío… ¿A dónde fue? -No lo sé papá –mintió- solo le di dinero y comida, nada más… -Si descubro que me estás mintiendo…
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-No tengo por qué… -Entiende pequeña –dijo preocupado, conciliador- tu prima está enferma, tiene un problema. Tu tío solo quiere rescatarla e internarla en una clínica para ayudar a su rehabilitación. -¿Está en drogas? Porque a mí no me lo pareció. -Su problema está aquí –se señaló la cabeza- ¿Te dijo algo? ¿Sabes algo? -¿De qué? -Nada… Vamos a la oficina. No vuelvas a contactarla. Si llegas a saber de ella, me lo dirás. ¿Entendido? -Sí, papá… Pasaron varios meses. Katia se dedicó en cuerpo y alma a una sola cosa: Prepararse para ser invisible. Se había dado cuenta de su ingenuidad al creer que su padre le daba toda la libertad de la que disponía. Estaba dentro de una jaula de cristal. Se preparó para romperla. Esperaría la señal para accionar. En su cumpleaños dieciocho ya tenía listo todo lo que había buscado. Una tarde sonó su celular. No conocía el número. Era de un teléfono público. -Soy yo –dijo secamente- no te había podido llamar… Me han estado buscando. -¿Tienes el número que te di? -Sí. -Cuando puedas, envíame un número de cuenta. De repente, la llamada se cortó. Katia se quedó mirando el teléfono, sin saber que pensar. Una hora más tarde, apareció su padre. Con el venía un joven de traje, mal encarado, usaba un corte militar y una fea cicatriz desde la mandíbula hasta la mejilla. -Katia, el joven que me acompaña se llama Oleg. De
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ahora en adelante, te hará compañía. Será aquí, en la casa, en las reuniones… No habrá más viajes. -Soy tu prisionera. -Eres un activo importante de la compañía, lo hago por tu seguridad, nada más. Te informo, para que no preguntes más tarde si lo oyes, que tu prima regresó, ahora se encuentra con mi hermano. En una semana la ingresará en una clínica de rehabilitación. -¿Rehabilitación? -Su condición mental es delicada, no la verás más. -¿Un activo? ¿Solo para eso te sirvo? -En el futuro, escogeré algún tipo de relación para ti, algo que convenga a nuestros intereses. -¿Por qué haces esto, padre? -Porque me mentiste, ayudaste a tu prima e ibas a seguir ayudándola, la llamaste por teléfono, me mentiste, Katia. Eso no tiene disculpa. -¿Interviniste mi celular? -No voy a discutir mis decisiones contigo. ¿Necesitas distraerte? Bien, pero continúa con tu trabajo. Y Oleg no se apartará de ti, para nada. Katia guardó silencio, pareciendo sometida a los designios de su padre. Silencioso y siempre formal, Oleg la seguía a todas partes. A veces, por diversión, entraba en algún local y se colocaba en un lugar no visible. Con toda facilidad, el joven la encontraba. Decidió descansar, disfrutar más de la vida. Oleg seguía allí. Todas las noches le informaba en privado a su jefe sobre los movimientos de la joven. A veces escuchaba las conversaciones de este con su hermano sobre sus respectivas hijas. Si había algo que Oleg aprobase o no, jamás lo demostraba.
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Katia fue una par de veces a centros nocturnos. Se sentaba entre amigas con las que solía conversar y beber. Si se acercaba cualquier joven con pretensiones, Oleg aparecía de la nada, invitándolo a alejarse. Si este se volvía insistente o grosero con las jóvenes, lo sometía con facilidad, lo sacaba del local y le propinaba una paliza. Un buen fajo de billetes de su bolsillo al personal de seguridad del club garantizaba la discreción. Cuando nada ocurría, Oleg se quedaba mirándola bailar con sus amigas, manteniendo la distancia. Una tarde, Katia insistió en ir a un lujoso centro comercial de la ciudad. Era un sitio fabuloso para pasear: Una piscina decoraba el área central, rodeada de un amplio pasillo y grandes tiendas de deportes. Funcionaban también cines, teatros y restaurantes. Al entrar, seguida por Oleg, miró el enorme reloj antiguo que decoraba colgando en el centro del lujoso edificio. Faltaban cuatro horas para el cierre de la piscina. Admiró a las jóvenes del nado sincronizado, luciéndose ante los paseantes, al ritmo de la música. Estaban también los niños que se divertían en una piscina más pequeña, ante las miradas atentas de los salvavidas. Entró a una tienda de deportes. -Voy a medirme unos trajes de baño –dijo a Olegespera aquí –sonrió coqueta- a menos que desees verme en traje de baño… O probarte alguno. Oleg permaneció en la entrada, luego de cerciorarse de que no había salidas. La joven permaneció un rato adentro. Al salir, le echó una mirada al reloj. -Quiero ir al cine… Quiero reírme. Seleccionó una sala donde exhibían una comedia.
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Compró un tarro enorme de palomitas de maíz, algunos chocolates y entró. No podía verlo, pero estaba segura de que Oleg no le quitaba los ojos de encima. A él le parecía que ella estaba embebida en el film. Reía, mientras devoraba las golosinas. Al terminar, salió del cine. Oleg le esperaba a la salida. Ella caminó a su lado. Las salas se encontraban en el quinto piso. Se asomó por la baranda y le dijo a Oleg sin mirarlo: -No sé tú, pero yo tengo mucho apetito… Caminó por el pasillo, mirando los restaurantes del tercer piso. De vez en cuando, le echaba una oteada al centro del edificio y al reloj del techo. Revisó su celular. Escogió un restaurante italiano. Pidió unos fetuchini Alfredo. No podía ver a Oleg. El lugar era un amplio salón, con muchas mesas y cuatro salidas, con baños adyacentes. Pidió postre y café. Revisó las redes sociales en su celular. Parecía cualquier joven rica y mimada, protegida y segura. Luego de un rato, se puso de pie y caminó hacia los baños. Entró a un privado. Miró el cronómetro de su celular. Quedaban dos minutos. Abrió la tapa del wáter y lo arrojó allí. Se detuvo. Se sentó a pensar. No solo era el teléfono. Varias veces lo había dejado a propósito y Oleg la había encontrado. Se quitó el saco. Revisó las costuras con cuidado. Notó que en algunos puntos el hilo era más nuevo que en el resto de la ropa. Se quitó la camisa, la falda, los zapatos. Todos tenían detalles. Sentía un pequeño bulto entre las costuras en cada una de las prendas, incluso los zapatos. Lo pensó un poco y revisó el sostén. Igual. Lo pensó unos segundos. Esos últimos momentos definieron a Katia y dieron origen
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a Mokoto. La habilidad de tomar decisiones a gran velocidad. -Mierda –dijo arrojando el minúsculo biquini. Toda la ropa estaba plagada de rastreadores- ¡mierda, mierda y mierda! Había escogido el baño que sabía que estaba fuera del campo de visión de Oleg. Durante unos segundos no causó ninguna impresión, pues los comensales tardaron en reaccionar. Una joven completamente desnuda salía del restaurant, caminando por el pasillo, con la mirada en alto, sonriente. El personal de seguridad del centro comercial se quedó petrificado. Solo reaccionaron cuando la joven se subió a la baranda del pasillo y se arrojó al vacío. Eran casi seis metros, pero a Katia le parecieron milésimas de segundos. El frío le cortó la respiración al chocar con el agua. Hacía rato que la piscina estaba cerrada, por lo que estaba vacía. Salió de allí, tomando un bolso que estaba junto a una silla y se lo colgó del hombro, buscó el pasillo de servicio hasta los vestuarios. Se vistió con ropa nueva, usando gorra y lentes. Caminó hasta la salida, con el bolso en el hombro. Cuando había entrado a la tienda de deportes, no solo pagó por la ropa, le dejó una suculenta propina al empleado si este dejaba el bolso en la piscina. En el momento que se asomó para ver los restaurantes, se cercioró de que el bolso ya estaba allí. Pasó por un cajero automático y sacó efectivo hasta su límite. Miró en varias direcciones. Comenzó a teclear hasta entrar en el sistema del equipo. Afortunadamente no había nadie cerca. Mantuvo la cabeza gacha para que la cámara del cajero no la identificara tan fácilmente
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mientras lo vaciaba por completo. Con cuidado guardó el dinero entre sus ropas y se marchó. La gente seguía buscando a la joven desnuda que se había arrojado en la `piscina. Preocupado, Oleg entró al baño de damas. Encontró la ropa tirada en el privado. Avisó de inmediato a su jefe y se trasladó al área de seguridad del centro comercial. El fajo de billetes y su tarjeta de presentación fueron suficientes para poder entrar a las áreas restringidas. Al ver el video, quedó asombrado al verla salir del restaurant, completamente desnuda y mayor fue su asombro cuando ella saltó al vacío y entró limpiamente en el agua. Katia había calculado el tiempo justo para que la piscina estuviese completamente vacía. La vio tomar el bolso deportivo y desaparecer dentro de las instalaciones. -¿Hay cámaras allí? -No, son vestidores. Miró las otras grabaciones. Por el modelo bolso le pareció ver a una mujer de la misma estatura y contextura de Katia, pero no estaba seguro. Desapareció. Sabía que iba a tener un gran problema, pero no le importó… Sonrió satisfecho. -Buena suerte, muchacha… El padre de Katia notificó a la policía sobre el “secuestro” de su hija. Ofreció una fortuna por cualquier información sobre su paradero. Toda información que recibió fue contradictoria. Estaba frustrado. Pasaron dos meses. En algún momento sonó el número privado de su oficina. Atendió sin mirar. -Hola, padre… -¡Katia! –Dijo sorprendido- ¿Dónde estás? ¿Sabes cuantos proyectos dejaste sin terminar?
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-No te preocupes padre, estoy muy bien. Si tratas de rastrearme, perderás el tiempo. Seré breve: Hay cuatro proyectos por terminar, hice las proyecciones... El primer año cada uno te hará ganar más de doscientos millones, te haré llegar los programas, pero hay una condición: Sé que me estás grabando, no voy a repetir, esta oferta tiene límite. Si no cumples mis demandas, estos proyectos serán vendidos a tus competidores. Te haré perder millones y entregaré nuevos proyectos que te pondrán en aprietos… A menos que… -¿A menos qué? -Quiero que tu hermano libere a mi prima, que ella pueda disponer de su herencia, salir de Rusia. Además, lo arruinaré si ella vuelve a ser recluida… Destruiré la compañía de tu hermano, padre. -No te atreverías… -la retó.- Yo… -Revisa tus cuentas, padre. Acabas de perder cincuenta millones, solo por contradecirme. ¿Quieres ver tus proyectos terminados?, has lo que te pido, te doy una semana. Por cada vez que trates de ubicarme, perderás cincuenta millones y al finalizar la semana, tus proyectos serán entregados no a uno, sino a cuatro de tus mayores competidores, por una fortuna. Adiós padre, espero jamás saber de ti…. Nunca. Cuando sus pérdidas llegaron a doscientos millones, dejó de buscarla. Tuvo fuertes discusiones con su hermano, pero Irina salió de la “clínica”. Apenas podía creer que era libre, con una fortuna para desaparecer. Katia nunca la buscó. Sabía que si la encontraba, ellos la encontrarían a ella. Salió del país con documentos falsos. Viajó a Estados Unidos, donde no solo se residenció, sino que consiguió
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la nacionalidad, varias en realidad. Ahora en este momento, cuando en Black Hat International estaban tratando de rastrearla, ella había entrado en su sistema y hurgaba en sus entrañas, sin saber que era el blanco de una cacería. 10 Valentina Youngblood bebía una taza de café. Había pensado mucho. Sobre la mesa reposaba el expediente que había sacado en secreto. En todo ese tiempo no lo había leído. No se había atrevido. No sabía por qué. Sin darse cuenta, la taza de café había resbalado de sus dedos y terminó en el piso, rompiéndose. Se quedó allí, mirando los pedazos y la forma que el charco de café se iba formando en el piso de madera. Suspiró agotada y buscó un trapeador para comenzar a limpiar. Cuando tiró los pedazos de la taza, se sirvió otro café. Fastidiada, abrió el sobre y sacó el expediente. Volvió a leer el nombre, en letras grandes, mayúsculas: DEMIR FURKAN. En el ángulo superior derecho estaba su fotografía. Comenzó a pasar las primeras páginas. Eran sus informes y propuestas para la incursión, los informes de los operativos que habían entrado a la mezquita. Allí fue donde quedó sorprendida. Muchos de los párrafos estaban cubiertos de líneas negras, con un sello que decía “clasificado”. Eso quería decir que nunca sabría qué sucedió allí, ni porqué Akeem al Massoud había muerto. ¿Se resistió realmente?... Nunca lo sabría. Solo se podría de una forma. Fue hasta el departamento de Katia, con el expediente bajo el brazo. La encontró en posición de meditación,
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totalmente concentrada. Sería normal de no ser por el hecho de que lo único que usaba era un hilo dental, medias cortas y un gorro de invierno. -¿Qué harías si tuvieses que salir de emergencia porque te ubicaron? –ella abrió un ojo para mirarla. -Tengo más oportunidades así que vestida, aunque tengo ropa para esas emergencias. Además, mis equipos están listos para ser desactivados. -¿Sí? -Cada equipo tiene adherido un magnetrón con carga propia, además de una carga especial diseñada por uno de mis amigos –la miró con picardía- ¿Qué necesitas? -Las habilidades de Mokoto. -Es raro que necesites a Mokoto, porque jamás aceptas mi ayuda. Por cierto, hay una conspiración, de esas que corren por la web oscura. Involucra… -Esas teorías conspirativas no son lo mío –Valentina le arrojó el expediente- necesito esto, sin filtros. Katia se deshizo su posición, se puso de pie y se puso una bata, sin atársela. Valentina se dijo a sí misma que no sabía que era peor: Que meditase prácticamente desnuda, la manera en que se puso de pie o que usar la bata abierta la hiciera ver más pornográfica y que no le importase en absoluto. Revisó los documentos y se echó a reír. -Hacía semanas que tuviste en tus manos este expediente y lo dejaste aquí. -¿Sin clasificar? -¿Eres tonta? –se burló- Hablas con Mokoto. Soy cuatro de los diez hackers más buscados por el FBI y quiero que permanezca así… No quiero a otros
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idiotas haciéndome la competencia –le arrojó un expediente, por mucho más pesado que el originalhay una información que “alguien”, o sea yo, ha hecho correr por el mundo de la red: Aparentemente, un grupo en el congreso quieren repetir el experimento Irán-Contras*22, pero a nivel global. Un grupo de contratistas se están encargando de la negociación… Eso evita que los políticos se ensucien las manos. -Si me disculpas, voy a mi departamento para leer esto. -Bien. -Una pregunta: ¿No sientes frío? -Mientras mantenga cubierta mi cabeza y mis pies, puedo proteger mi temperatura corporal. ¿No has leído nada sobre supervivencia? ¡Me encanta ver supervivencia al desnudo! –Pensó por un momentoaunque yo jamás andaría por la selva desnuda, acompañada de un tipo. -Quien te vea en un programa de esos, lamentaría que no fuese porno. -Seguramente… Ya en la sala de su departamento, Valentina Youngblood se sentó a leer. Se quedó asombrada, era evidente que esto jamás debió caer en sus manos. La muerte de Akeem al Massoud no fue un accidente, era un objetivo. ¿Dónde entraba Furkan Demir en todo esto? ¿Por qué se ordenó su detención y quién dio la orden? Revisó los códigos que identificaban a los operativos, pues algunos le eran conocidos. Identificó a uno plenamente, su primer instructor. Entre los números se encontraban sus iniciales VM. -Víctor Miocik… Eras el líder del grupo de choque…
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Creo que tú y yo tendremos una entrevista… En las oficinas de Black Hat International, Miocik sonreía satisfecho. Hiro Tadaka había logrado una entrada en la dark web. En vez de tratar nuevamente de localizar a Mokoto, revisó la lista de los contactos que regularmente cruzaban información con este. El más frecuente era “Thunder 127”, especialmente por el área de video juegos. No era un hacker del nivel de Mokoto. Logró establecer comunicación con este, haciéndose pasar por una chica. Cuando le pidió una fotografía, hubo dudas, pero no en Tadaka, quién le envió la foto de una amiga, con su verdadero nombre, para que cuando investigase, fuese cierto. Lo que Thunder 127 no sabía era que mientras conversaba con “Melissa”, era rastreado hasta su guarida. Un pequeño paseo en helicóptero hasta la ciudad vecina bastó y sobró para localizarlo. Su espacio era una habitación en el departamento de sus padres. SWAT irrumpió allí, llevándoselos. Luego Miocik, Hiro Tadaka y el señor G lo rodearon en su asiento, frente a los computadores. Al principio se comportó de manera estoica, tanto como lo podía ser un hombre en sus treinta, con principio de obesidad mórbida, tratando de mirarlos con firmeza a través de sus gafas correctoras para mitigar su miopía. -¿Qué es lo que quieren de mí? -Eres un hacker reconocido. -Falso –dijo con calma- soy un gamer*22. Es la primera vez que tengo encuentros con la ley, cualquiera puede decírselos. Vivo de esto... Ustedes abusan solo porque trabajan para el gobierno.
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-Nop –Dijo Miocik- Estás equivocado… No te niego la colaboración del gobierno, pero somos una empresa privada, no te voy a mentir… -Su mirada curiosa paseo por los escritorios. En uno de ellos descansaba un cautín, estaño y otros materiales para soldadura¡Pero que tenemos aquí! -Tomó el aparato- Un cautín inalámbrico… Siempre quise uno de estos… Sujétenlo. Tadaka y el señor G no se hicieron de rogar, sometiéndolo. Miocik tomó el estaño y lo acercó a la punta del cautín. La gota de estaño caliente aterrizó justo sobre la pierna de Mark Wilbur, nombre real de Thunder 127. Esta devoró la tela y alcanzó la piel. Cuando iba a comenzar a gritar, Miocik atravesó un marcador en su boca. -Noooo, no vayas a gritar –Lo señaló- Apenas comienzo. Escucha: Ya tengo el agujero, ahora voy a usar el cautín para perforar tu pierna hasta dónde pueda –este lo miró aterrorizado- A menos que nos ayudes, por lo que yo podría pagarte, digamos unos… ¿Cuánto fue lo último que ganaste en una competencia? Y por favor, no vayas a mentir. El joven que tienes al frente es un experto como tú y sabrá si estás mintiendo, además que va a supervisar todo lo que hagas. ¿Entiendes? –este asintió- responde. -Dos… dos mil quinientos dólares. Lo juro –Hiro Tadaka asintió. -Bien. Si colaboras, te daré, digamos unos cinco mil, ya justo ahora, en efectivo. ¿Te parece? -¿Qué garantía tengo? -Tienes la garantía de que te abriré el estómago con esto, hasta encontrar tu hígado para quitarte un pedazo, pero no te preocupes... Un tipo inteligente
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como tú sabe que es un órgano del cuerpo humano que se regenera, por lo que no te haré daño, pero sufrirás una enormidad, así que no te niegues… -¿Qué desean? -Algo que tú sabes hacer… Queremos que juegues, digamos, por solo una hora. No puedes negar que cinco mil por hacer lo que te gusta, ganes o pierdas, es una ganga. -¿Cuál es el truco? -Ninguno… Solo una cosa. Nosotros escogeremos el oponente y no puedes negarte. -¿Con quién? -Mokoto… Si le das a entender o le haces notar lo que ocurre aquí, te abriré un agujero nuevo para cagar ¿Entendiste? –Sonrió- ¡Buen chico! ¡Comencemos! Katia leía interesada la información extraída en Black Hat International, mientras bebía un chocolate caliente y decidía si lo hacía público por la red o solo lo guardaba para su protección. Se decidió por un híbrido: La información por la web sería parcial y guardaría lo más importante para su seguridad. En ese momento le llegó la invitación al juego. Era su viejo amigo Thunder 127, quién hacía la invitación. -¿Vienes por la revancha? ¡Bien! –Entrelazó los dedos y los hizo crujir- ¡Comencemos! Mientras jugaban, Hiro Tadaka tecleaba furiosamente en paralelo. Era un fantasma. Mientras el gamer jugase, rastrearía a Mokoto. No necesitaba introducirse en su sistema, cosa que lo delataría. Solo necesitaba ubicarla. Cuando lo logró, luego de una hora que se antojó eterna, le mostró el pulgar a Miocik. Escribió las coordenadas en un papel y lo puso a su alcance.
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No pudo disimular su sorpresa. Sacó su celular e hizo una llamada. Luego de la llamada, le dijo al señor G: -Ustedes irán allí por Mokoto. Yo tendré una reunión que puede ser de nuestro interés, quizá no sea nada, pero podría ser importante… Una cosa antes de irme, señor G -este sacó el dinero de un bolso y lo tiró sobre las piernas del jugador, quien abrazó el dinero como si quisiese proteger con este- nuestro técnico hizo un poco de su magia –toda la energía eléctrica desapareció- te quedarás sin energía por unas horas, así no podrás comunicarte con Mokoto. No puedes acusarnos de nada, pues recibiste el dinero. Si tratas de comunicarte de cualquier forma, no solo perderás el dinero, sino que terminarás en una prisión militar, acusado de terrorismo. Y te prometo que te buscaremos un buen compañero de celda… ¿Entendiste? Este asintió, apretando más el dinero, queriendo sentirse seguro. Moralmente se sentía reprobable, pero ya no podía hacer nada más. Miocik llegó a un galpón abandonado en las afueras de la ciudad. Había tardado más de una hora en llegar. Varios vehículos abandonados ocupaban espacio. Algunos parecían correr mejor suerte, pues estaban protegidos por lonas. Levantó una. Era un antiguo camión militar modificado, con blindaje y protección en los neumáticos. Se imaginó que el motor sería un hemy. -Tengo rato esperando… Miocik se volteó. Valentina Youngblood dejó caer su bolso sobre el capó del vehículo. Avanzó hacía ella. Valentina se protegía del frío con una cazadora militar. -Tenemos que hablar chica, es importante.
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-Más que lo mío, no lo creo. -Veremos. ¿Sabías que un pirata informático vive en tu edificio? -¡Ni idea! –Dijo sin inmutarse- Quiero saber una cosa: ¿Por qué no me dijiste que participaste en la incursión que planifiqué en la mezquita? -Es clasificado… -¡Clasificado mi culo! –avanzó hacia él, mientras notaba que la mano de Miocik buscaba su arma. Un movimiento hábil e imprevisto congeló al hombre en el acto. Con gran rapidez, Valentina había desenfundado un enorme cuchillo de caza. Hábilmente, rompió la pernera del pantalón, llevando la hoja hasta la cara interior del muslo. -¿Qué demo…? -Si te mueves y sacas tu arma, es posible que dispares, puede que me mates, puede que no, pero te cercenaré la femoral y morirás en dos minutos, así que aleja la mano del arma y súbelas –este obedeció- Háblame de la muerte de Akeem al Massoud –este guardó silencio. La hoja subió unos centímetros. El único sonido que se escuchó fue el rasgar de la tela. -Valentina, ten cuidado –dijo con temor- eso está muy filoso. -No tienes idea… ¿Te conté que viví toda mi infancia con mi padre en una reservación india? Papá era un excelente cazador. Una vez le disparé a un jabalí, era enorme, mi primer disparo –se encogió levemente de hombros- no fue muy bueno, el animal agonizaba. Papá lo degolló con este cuchillo –la hoja subió un poco más y Miocik apretó el esfínter- con el que te voy a desgraciar la vida si siento que me mientes. La
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muerte de Akeem al Massoud, ¿fue accidental? –Hizo un poco más de presión con la hoja. -No lo fue… -Valentina no redujo la presión- Akeem al Massoud debía ser asesinado. La idea era inclinar la balanza de odio de su hermano, luego, alguien lo contactaría, le daría recursos, este se encargaría del reclutamiento y entrenamiento. Primero se había contactado a su hermano y esta reunión fracasó. Su muerte fue el detonante de que su hermano le declarara la guerra a occidente, pero Abdullah Al Massoud se volvió incontrolable, lo perdimos en manos de un agente del gobierno, uno que se hace llamar Roberts. -Pero eso no detuvo los ataques, ¿verdad? -No… No lo hizo… ¿Podrías quitar esa cosa de allí?... Me pone muy nervioso. -¿Por qué se está haciendo todo esto? -¡No lo sé! –Ella apoyó más el cuchillo- ¡Te juro que no lo sé!... Recibí órdenes, me pagaron, sé que Black Hat International está involucrada, además de un senador, un tal Bishop. -Furkan Demir… ¿Por qué él? -Me pidieron un chivo expiatorio. Me sugirieron su nombre, no sé qué vio, pero acepté. -¿Porqué…? -Te vi –había dolor en su mirada- mientras lo espiabas, te reunías con él, te gustaba, más de lo que quieres admitir… -Esa no era razón para escogerlo… -dijo evasiva. -Parece que vio a alguien, no sé a quién, pero ese alguien es la mano derecha de Bishop. Lo único que sé es que está haciendo de durmiente interno, mientras
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el plan continúa. -¿Qué más sabes? -No sé… Te juro que no sé más nada. -Todavía sigo sin entender por qué Furkan Demir… -Te hiciste su “noviecita” para conocer su medio… Creo que te involucraste demasiado… Aún recuerdo los momentos que pasamos… -Cambiaste mucho, Miocik, esa es la verdad, te volviste algo parecido a un mercenario… No eres ni la sombra del hombre que conocí. -Y tú –le reprochó- ¿qué puedes decirme? ¿Cómo es posible que un pirata cibernético viva en tu entorno y no lo notes? -No sé a qué te refieres… -Eso no importa… Los muchachos de Black Hat se van a encargar de Mokoto esta noche. Valentina le quitó el arma y le apuntó, mientras guardaba el cuchillo en su funda. En cierta manera, se mostró aliviado. Lo hizo caminar hasta el camión blindado. De su bolsillo sacó un par de esposas. La sujetó al pasamano. Lo señaló con el arma. De mala gana, Miocik se esposó a la puerta del camión. -¿Vas a dejarme aquí? -Sabrás qué hacer… Si me disculpas, hay cosas que tengo que resolver. Miocik la alcanzó con su brazo, sujetándola. De un movimiento rápido, Valentina giró su cuerpo, golpeándolo contra la pesada puerta del vehículo. Dos veces. -Para ser un hombre que dice sentir algo por mí, tu comportamiento es bastante bizarro. Mientras caminaba, Valentina desarmaba la pistola,
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tirando las piezas en todas direcciones. Tomó la autopista, conduciendo a gran velocidad, mientras marcaba el número de Katia una y otra vez. Esta no respondía. -¡Maldición! Golpeó el volante furiosa. Sabía que estaba muy lejos para llegar a tiempo. Esperaba que Katia pudiese valerse por sí misma. Solo quedaba una opción, además de correr. 11 Katia se encontraba inmersa en un juego online, mientras pensaba aún que iba a cenar. Era el día del desorden, después de seis estrictos días de dieta y ejercicio. Era el día en que se permitía una comida fuera de cualquier menú atlético. Llevaba sus audífonos mientras jugaba, moviendo su cabeza al ritmo de la música de Ramstein. No se percató de las camionetas que se estacionaban en la parte posterior del edificio. Ya el equipo estaba organizado. Uno de ellos sacó un lector térmico y escaneó el edificio, piso por piso. -Solo en el último piso hay una persona… -¿Y el mayor consumo de energía? -Justo allí. -Prepárense. Uno de ellos se arrodilló y comenzó a forzar la cerradura de la puerta con un par de ganzúas. Esta cedió y entraron sigilosamente. Un grupo tomó el ascensor y otro las escaleras. En el departamento, Katia continuaba con su música, hasta que esta se detuvo automáticamente. Miró los
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monitores de las escaleras el ascensor. -¡Mierda! Tomó su celular, se puso unas botas de piel, minifalda, un suéter cortado a la altura del ombligo, además de un chillón gorro de color rosa. De un gabinete extrajo un bolso que le hacía juego, se lo colgó al hombro y salió rápidamente del departamento, entrando en el departamento contiguo, cerrando con llave. Respiró profundamente para controlar sus nervios. Marcó una clave en su celular, guardándolo de inmediato. Las alarmas de incendios se activaron, junto con los aspersores. Una gran cantidad de agua comenzó a manar del techo. La gente trataba de salir en orden, aún desconcertada. Katia comenzó a avanzar a través de las puertas disimuladas entre estos, hasta que llegó al del final del pasillo, al que estaba contiguo a las escaleras y el ascensor. Tenía mucho frío. El agua debía estar a unos dieciocho grados, por lo menos. Miró por el visor de la puerta, sin encender la luz. Pudo ver las siluetas uniformadas por el pasillo. Esperó. El agua no cesaba. Oyó que alguien gritaba: -Los que están abajo, ¡corten el agua, demonios! ¡Vamos a morir congelados antes de llegar! Katia esperó con paciencia, recordando las enseñanzas de Valentina: -“No corras, camina. Si corres, te verán, compórtate con naturalidad, así no llamarás la atención” “No hagas movimientos bruscos, muévete con soltura, sentirán tu presencia, naturalmente, pero será algo como un presentimiento” Esperó que los pasos se alejaran. Debía salir antes de que cortaran el paso del agua. Abrió la puerta
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con cuidado. Se enderezó y comenzó a caminar. Lentamente. Aunque la dominaba el miedo y lo que en realidad deseaba era echar a correr, sin mirar atrás ni hacia adelante, pero las palabras de Valentina resonaban en su cabeza. El último hombre de la fila volteó, pues le pareció oír algo. El agua había dejado de salir por los aspersores. El pasillo se encontraba vacío. Bajó por las escaleras hasta la planta baja. Allí había una especie de embudo de personas en la salida la retrasaban. Se desvió hacia la parte de atrás, por donde ellos habían entrado. Lo que los hombres que custodiaban la salida vieron fue a una jovencita calada hasta los huesos, sosteniendo su bolso. Parecía estar totalmente desvalida. -¿Se siente bien señorita? -… Yo venía para un baile –dijo asustada- de repente, oí una alarma y comenzó a caer agua. Miren mi ropa… ¡Está emparamada! Los dos hombres no podían apartar sus miradas de aquel cuerpo, aquellos senos dibujados en la tela húmeda, revelando que no usaba sostén, con esos pezones endurecidos por el frío. -¡No te le quedes mirando así idiota! –Dijo el mayorsaca una manta, ¿No ves que se puede resfriar? La cubrieron con la manta, ofreciéndole un asiento en la camioneta, con la puerta abierta. Una enorme llamarada salió por las ventanas del último piso, extendiéndose a los demás departamentos. Mientras los dos hombres miraban, no podían ver la sonrisa de satisfacción de Katia. Momentos antes, en los pisos superiores, los hombres habían llegado a la puerta y sacaron el ariete, golpeando con fuerza. Esta
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cedió con facilidad. A pesar del agua, las computadoras seguían funcionando. Avanzaron. Las luces de la habitación se encendieron de golpe. Sobre la pantalla aparecieron dos números: -08. Miraron en todas direcciones, apuntando. -07. El líder de equipo se percató del conteo. -06. Ordenó la retirada inmediata. -05. Retrocedieron. -04. Corrieron por el pasillo -03. Comenzaron a bajar por las escaleras. -02. Detrás de cada equipo electrónico se activó un enorme magnetrón, más grande que el que se usan en los microondas. Su descarga quemó cada uno de los equipos. Luego, la carga especial de fósforo, adosada con un detonador, hizo ignición. La llamarada ocupó toda la habitación, generando un incendio. -01. La reacción en cadena se extendió en cada uno de los departamentos del piso, pues cada uno tenía cargas de fósforo. La explosión hizo caer a los hombres por las escaleras. Afortunadamente, todos los inquilinos habían salido, pero miraban con curiosidad a esos hombres de uniforme, mientras se escuchaba a lo lejos el ruido de una sirena. Eran los bomberos. -¡Hey! –Gritó alguien- ¡ustedes no son policías! -¡Cállense! -gritó el mayor, mientras el joven se encargaba de proteger a la jovencita, al tiempo que sacaba la radio- ¡Adelante grupo uno! ¿Qué carajos está pasando? -¡El objetivo no está! –Gritó alguien- ¡Mokoto se escapó! ¡El último piso está hecho mierda! ¿Han visto a alguien sospechoso por ahí? ¡Alguien que no esté
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vestido como un inquilino que dormía y lo sacaron de la cama! El hombre mayor comenzó a voltear para mirarla. Un grito desvió su atención. -¡Oigan! ¿Qué demonios hacen con mi mujer? -¿Quién es usted? –Preguntó el más joven- ¿Qué quiere con ella? -Puede ser suya por el monto apropiado, pero si no tiene dinero, no moleste. -¡Jefe! –Le gritó el joven- ¡Venga! -Esos servicios especiales cuestan el triple, cuádruple si me dañan la mercancía. -¿No te da vergüenza usar una joven así para esto? -A ti no te da vergüenza mirarla, no lo niegues. -¡Hola cariño! – Katia saltó colgándose de su cuello, envuelta en una manta- ¡Perdón!... Perdí al cliente. Le propinó un empujón que casi la hizo caer. Ella lo miró sorprendida. -¿Y quién carajos me va a pagar entonces? ¡Camina! ¡Ya verás cuando lleguemos a casa! -¡Un momento! –Dijo el de más edad- ¿No te he visto en algún lado? ´ La radio se dejó oír, rompiendo el silencio, pero no la tensión. -¡Grupo dos, responda si hay alguien sospechoso! -¡Envíen respaldo! –gritó el viejo. Todo ocurrió en cámara lenta. Comenzó a sacar el arma, apuntando al proxeneta. El más joven, bien entrenado, levantó el cañón de su fusil de asalto, pues había notado que ya este sostenía una pistola cuarenta y cinco. Una patada en el rostro lo atontó y el arma cayó al suelo. Le dio un empellón a Katia y ella
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calló al piso, se puso de pie y retrocedió. Un fogonazo de luz los encegueció, junto con la explosión. Al caer, Katia había arrancado la espoleta de una granada de choque colocada en el chaleco del joven. La onda le arrancó un pedazo del rostro, matándolo en el acto. La gente que se encontraba relativamente cerca, corría en todas direcciones. El viejo y el chulo estaban en el suelo, aturdidos. El viejo trató de disparar, pero la cuarenta y cinco detonó, atravesándole la frente. Katia, de la impresión, se desmayó. Abrió los ojos. Era un lugar bien iluminado, fresco. Se incorporó de golpe. No tenía idea de dónde se encontraba. En su cabeza, la noche era una serie de imágenes sin sentido. Levantó la sábana. Llevaba una camisa de pijama que le quedaba enorme, al igual que los calzones. -Disculpa la ropa. No conseguí nada de tu talla. -¿Me quitaste la ropa? -Lo siento –dijo apenado- pero estabas empapada y te podías resfriar. -¿Dónde conseguiste la ropa de anoche, el saco de cuero, ese sombrero y ese diente de oro? -Disfraz de Halloween… -ella hizo una pausa. -Lamento la muerte de esos hombres –dijo apenadalo del muchacho no fue mi intención… Y la muerte de ese hombre. Me salvaste. -Solo al principio… Que la granada de choque estallase fue un evento afortunado, porque dudé cuando no se debe, en contra de mi entrenamiento, ese hombre tenía más oportunidades que yo. Hombres como esos tienen esos tipos de misión, no te digo que no se
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merecían lo que les pasó, pero estaban preparados para algo como eso, para eso los entrenan… Tengo un cepillo extra en el baño. Aséate y ven, el desayuno está listo. Cuando llegó al comedor, Marcellus la esperaba. -No digas nada y come –le sacó la silla para que se sentase- ¡Buen provecho! Lo primero que le extendió fue una taza. Ella lo miró extrañada, mientras que el olor le hacía agua la boca. -¿Qué es esto? -Mi abuela me lo servía en cada desayuno, cuando me mojaba bajo la lluvia, para combatir el resfriado. También cuando estaba en la universidad y regresaba de alguna juerga, es su sopa de pollo, receta de familia… -Katia probó un sorbo y luego otro. -Delicioso. Aunque nunca había bebido sopa en el desayuno. -Es una vieja receta familiar, servida solo en ocasiones. -¿Y qué más tienes? -Café, por supuesto, pan de maíz recién hecho, tocino, como a mí me gusta, crujiente, seco y sin aceite, jamón a la plancha, queso americano. Como no sé cómo te gustan los huevos, te los preparé término medio, un par bien cocidos, otros benedictinos y revueltos, para beber Jugo de naranja. Te recomiendo que rellenes un pan con todo eso. -¡Qué pena! –Marcellus se le quedó mirando- Soy vegetariana. Se quedó sin saber que decir, mientras ella se servía jugo de naranja. Katia tomó un plato. Colocó dos tiras de tocino, una porción de huevos revueltos, rebanadas de jamón y queso y comenzó a reír.
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-Me alegro que mantengas el sentido del humor… Come. -Ayer era mi día del desorden, el único día en que puedo comer cualquier cosa, pero ayer no cené. ¡Estoy hambrienta! ¿Tú hiciste todo esto? -Mi abuela me enseñó, viví muchos años con ella. Papá aún vive en Alabama. Perdí a mi abuela el año pasado, era alguien muy importante en mi vida, me cuidó, me crío… No temía regañarme, aun de adolecente, hablaba sin pelos en la lengua… Una vez sorprendió a una chica en mi habitación –se echó a reír- la dejó vestirse, la alimentó y solo se limitó a escucharla. Cuando se marchaba, la chica le dijo: “Usted es una ancianita muy dulce” -¿Y qué le dijo tu abuela? -“Niña, espero que solo seas un revolcón de mi muchacho, porque eres hueca como un barril de pepinillos” Katia lanzó una carcajada. Era una risa melódica, que la hacía brillar. Marcellus la miró encantado. -Creí que eras como los demás policías… -No soy policía, niña. -¿Qué haces, digo, realmente, qué haces? -Soy psicólogo. Hago estudio de ciertas personas bajo condiciones especiales, luego hago mis informes a mis superiores al FBI. -¿Y me has investigado? -No, no lo he hecho…. -¿Piensas entregarme? -Estás en mi casa, nadie ha venido a mi casa, jamás. -¿Y cómo me fuiste a buscar? -Valentina me llamó, sabía que no podía llegar a tiempo,
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por eso acudió a mí… No soy un mal agradecido, tú me salvaste, pudiste no hacerlo. El hecho de ser quién eres lo hizo más valioso para mí. -Eres un tipo curioso, Marcellus Wallace –sonrióCurioso como tú nombre. -Culpa a papá por mi nombre –Y le contó la historia. Katia no dijo nada, pero ya conocía la anécdota. Cuando lo conoció, lo primero que hizo fue conseguir su historial. Sabía de su profesión, de su trabajo como perfilador, de sus antecedentes familiares, tan diferentes a los suyos: Familia pobre de Alabama. Su padre, con diecisiete años, se enroló en el cuerpo de marines en la segunda guerra mundial. Regresó de la campaña Italiana con una herida, una estrella de plata y una bella esposa. Pero un matrimonio mixto no era bien visto y menos en una ciudad como aquella. Se fueron a Paris, donde había hecho excelentes relaciones con la resistencia. Trabajó muy duro, se graduó en la universidad, especializado en arte. Cuando su esposa Concetta salió embarazada, con más de cuarenta años, Demetrius Wallace regresó a Estados Unidos para que su hijo naciese allí. Debido a lo avanzado de la edad, Concetta murió en el parto. El padre de Marcellus se quedó y comenzó a dar clases en la universidad de Siracusa en Nueva York, así quedó en las manos de su abuela. Katia decidió no decir palabra, no quería ofenderlo. -Eres un hombre enchapado a la antigua, Marcellus Wallace, un caballero de armadura… Yo tengo un poco de psicóloga. -¿Cómo es eso? -Moviste la silla para que me sentara, me preparaste
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un fabuloso desayuno, has sido amable, educado, no me has tratado como un objeto sexual, me cuidaste, me mimaste. Eres un hombre interesante… ¿Cuántos años tienes? -Cuarenta. -No parece… -¿Y tú? -Veintiséis… -Te ves muchísimo más joven… Katia separó las piernas y se echó con lentitud hacía atrás. Su pie descalzo acarició el zapato de Wallace. Este sonrió y no dijo nada, por unos momentos. -No lo hagas pequeña… -¿Hice algo malo? -No te burles de mí. Sabes que lo que haces es o por burlarte o por probarme, no ofendas mi inteligencia. -Lo siento –recuperó su postura- creo que hice un mal chiste. -Termina tu desayuno, pronto vendrán por ti –alguien tocó la puerta. Marcellus se puso de pie, arma en mano, colocándose a un lado de la puerta- ¿quién? -¡Valentina Youngblood! Abrió la puerta. Al verla, Katia dio un salto y se colgó de su cuello. Ella tomó su rostro y la miró. -¿Estás bien? -Sí, gracias a Marcellus… -Te traje ropa –dijo mientras miraba su aspecto. -Usa mi cuarto, muchacha. -¿Desayunaste? -Con café estará bien, muero por uno. -Ven a la mesa… Valentina comenzó por el café, pero terminó por no
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resistirse a la comida. Katia regresó con un traje deportivo y se sentó a escuchar lo sucedido. -…Por lo que me vi obligado a disparar. Esa gente tenía intención de usar fuerza letal. No estaba en sus planes arrestar a Mokoto. -¿Usaste material incendiario para quemar el piso? -No quedó evidencia de nada… -dijo seria- aunque reconozco que se me fue la mano. -¿Por qué te querían muerta? -No me querían muerta a mí, querían muerto a Mokoto. -…Bien –dijo Valentina impaciente- ¿Por qué querían matar a Mokoto? -Ley Shield. -¿Ley Shield? -En vista del estado de cosas, el grupo conocido como “América Fuerte” o “América para los Americanos” o uno de esos nombres rimbombantes con los que pretenden demostrar que todos fuera de ellos no son nada, hace presión en el congreso para la aprobación de esa ley. Según la constitución, las fuerzas armadas no pueden actuar dentro del país, la fuerza policial es insuficiente y está supeditada a las leyes federales. La ley escudo permitirá que empresas privadas funcionen libremente dentro del país. La ley patriota será poca cosa comparado con esto. Sin preguntas, sin juicios… Una versión moderna de la noche de los cuchillos largos.*24 -¿Y el senador Bishop está involucrado? -No solo él –Dijo Katia- hay alguien más, pero es invisible para mí. -Pero hay alguien que si lo ha visto. -¿Quién?
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-Furkan Demir… -¿Por qué no está muerto? -Porque necesitan quien pague los platos rotos, por eso, alguien que es ignorante de lo que sabe, sin nadie que lo defienda, nadie que lo reclame, ni notifique su desaparición. -Yo podría hacer escándalo por las redes sociales y la prensa. Sería muy efectivo. -Pero insuficiente… -dijo Wallace- Invocarán la ley patriota y todo quedará en el olvido. -Solo hay una forma… -¿Cuál? -Sacarlo de la prisión. -¿Estás loca? –Wallace miró su rostro impasiblepodrían fusilarte por traición o, si tienes suerte, terminar en una prisión militar, Leavenworth tal vez. -No es tan difícil. Cárcel de la CIA, Agente de la CIA, solo necesito una identificación con el nivel adecuado. -Déjenme eso a mí… -dijo Katia - Yo me encargo… -¿Tienes cómo hacerlo? -Tengo un lugar de respaldo… Claro, que ahora será mi casa y tendré que fabricar otro lugar de respaldo… Tendrás el nivel de autorización que necesitas. -Yo hablaré con alguien… Necesito saber algo… Al hombre que le disparé. Me reconoció. De algún lugar… Necesito saber qué hacía con un grupo de contratistas, creo que sé donde trabajaba y alguien de allí me dará las respuestas… Lo haré hoy, porque presiento que vamos contra reloj. Valentina, debes cuidarla –señaló a Katia- no saben quién es, pero intensificarán la búsqueda de Mokoto. -No te preocupes… Si algo he aprendido es que si
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quieres ocultarte, permanece donde nadie te vea. En público… Las acompañó hasta la entrada del elevador. -Wallace… -¿Sí? -¿Te gustaría cenar conmigo? ¡No comida casera, por supuesto! Soy pésima cocinera… Me encantaría devolverte la atención. -Sería un placer. ¿Cómo te llamo? -Yo te ubico. Adiós… En el elevador, Valentina la miraba sonriente. Ella alzó la mirada. -¿Qué? -Nada –dijo con su sonrisa. -¡Idiota! -¿Por qué? -¿Por qué, de qué? -Nada… Esa tarde Wallace conversaba con Frank Roberts por teléfono para ver en qué podía ayudarlo. -Entonces, ¿no sabes nada de tu amigo? -No Wallace... Sé que trabajó aquí con mi grupo, pero me hablaba de otros negocios. -Estaba trabajando para Black Hat International, casi me asesina. ¿Qué relación tiene con el senador Bishop y sus proyectos? -¡No lo sé, diablos!... Solo te recomiendo algo, ten cuidado, esa gente es de temer. ¿Qué haces ahora? -Conduzco por la interestatal voy a entrevistarme con un amigo. -Adiós Wallace, avísame, si puedes… -Colgó. El viaje de regreso era bastante largo. Lamentó no
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haberse ido de una vez con Valentina. Ahora tendría que detenerse en algún lugar y comer algo, tal vez dormir en algún sitio. Solo... Quizá era mejor así. Parecía tener una idea clara de Katia, pero lo hacía sentir un poco confuso, era evidente que en su papel de Mokoto era terrible, implacable, veloz. Parecía disfrutar de una imagen sexual que solo era la superficie. En realidad era una joven muy sensible, solitaria, pero no indefensa, con un coeficiente de inteligencia superior, quizá por encima de ciento cincuenta. Cenó cualquier cosa y se detuvo en un motel de carretera, donde tomó una habitación. Compró unas cervezas y se tiró en la cama, a ver un viejo western de Clint Eastwood, de su época de los llamados “espagueti western”*25 Bebía su cerveza confiado. Nadie conocía su casa de las afueras, lo cual quería decir que estaba fuera de sus radares. Decidió que al terminar la película se echaría a dormir, mientras pensaba que quería conocer un poco más a aquella joven.
12 Valentina Youngblood leía una nueva parte del expediente de Furkan Demir. En su carpeta encontró varias anotaciones en hojas sueltas, arrancadas por los investigadores, tomadas de los libros que le facilitaban, donde escribió a lápiz… “Tiempo… Una invención del hombre para medir
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los días, los meses, los años. En la cotidianidad nos permite la convivencia con el mundo, entre estas cuatro paredes, esto ni siquiera puede compararse con el reo de una cárcel. Se sabe acusado de un delito, culpable o no, por el que paga una pena, sumergido en un sistema que, si tiene suerte, le permite salir, estigmatizado, pero libre. Esa esperanza es inexistente para los que estamos aquí, porque no hay un delito, una sentencia, una existencia, sino una sucesión de días, noches, regidas no por las reglas del tiempo, sino por las rutinas impuestas por nuestros carceleros. Ahora estoy en mi celda de dos por dos. Conozco cada rincón, cada grieta en la pared, cada porosidad en mi cama de cemento, sé que mii única pertenencia no es mía, mi esterilla de oración... Curioso. Era musulmán por crianza, no por convicción y aquí me he reencontrado con mi fe, pues es lo único que me pertenece”… Pasó varios informes, hasta que encontró otra nota: “Tengo un pedazo de cielo. Puedo verlo a través de mi ventana que no tiene barrotes, pues no los necesita, los muros son gruesos y el agujero no es más grande que una caja de zapatos, además que está casi pegado el techo, pero es mi pedazo de cielo… Puedo ver las nubes pasar, puedo ver la lluvia, las tormentas que a veces enfrían las paredes de mi celda. Entonces me cubro con la estera para pasarlo lo mejor que puedo, a veces sé que es verano o es otoño, cuando veo las ramas de un árbol que supongo cercano desde mi cama. También ocurre que no olvidan cortarla y vuelvo a perder la noción del tiempo y el espacio, hasta que veo la nieve caer. Cuando salgo al patio, tampoco
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tengo noción del tiempo, pues está techado… Pero tengo mi pedazo de cielo. Quizá algún día desaparezca, solo porque alguien decidió que fuese así, pero mientras esté allí y pueda verlo y respirar el aire que por allí entre, será mío… A veces imagino que estoy en Marmaris*26, en la casa que era de mi abuelo y paseo por sus calles y me detengo en algún café con terraza, donde puedo ver el mediterráneo a la sombra de una higuera, mientras saboreo un Menengic Kahve,*27 quizá leyendo poesía, escribiendo, o solo allí, disfrutando en la compañía de la soledad. Hay gente ajena a nosotros. Actúan con furia, sin odio, solo con un motivo, esparcir el miedo, no temen morir, ninguno lo teme. Solo puedo ver el fuego en sus ojos, el fuego en los ojos del hombre que mató a Akeem Al Massoud, un hombre justo que trataba de que su hermano, otro hombre con diferentes creencias, pero el mismo fuego en sus ojos no hiciese arder el mundo. Ese es el fuego de aquellos que se inmolan en nombre de Alá el todopoderoso, Alá el piadoso, no el que dicen los líderes del nuevo orden musulmán” Valentina solo sabía dos cosas: Furkan Demir era clave para identificar al enlace del senador Bishop, que proveía de explosivos y entrenamiento al personal y Furkan Demir era más útil afuera que adentro. Los informes de los interrogadores eran de lo más básico: Sus nexos con grupos terroristas, conexiones, conocimiento de los atentados recientes, no había nada de sus conversaciones con Akeem Al Massoud, pues este era un filósofo y muy poco podía aportar a la investigación. El único interés era que permaneciese
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allí. Ahora se encontraba en las nuevas instalaciones de Katia. Ambas compartían un té de hierbas, mientras Valentina le exponía los hechos. -Entonces, lo único que necesitas es un acceso nivel cinco. -Pero no lo tengo ni lo voy a obtener… -Déjame eso a mí –dijo con su risa infantil- yo me encargo… Valentina caminaba por los pasillos de la cárcel clandestina, bajo la custodia de contratistas y militares. Podía observar las cámaras y los puestos de control. Recordaba las palabras de Katia: -“Las tarjetas de acceso que ustedes usan, son también tarjetas de proximidad. Esto permite que su portador sea rastreado en ciertos puntos, donde con solo cinco o diez centímetros son suficientes para identificar al portador, posee también una banda magnética. Estas poseen valga la redundancia, partículas magnetizadas en ciertas direcciones para contener la información… Ahí es donde entro yo” Mientras avanzaba por el pasillo, sacó su tarjeta. Ya había entrado a las zonas de acceso restringido. -“He hecho algunos arreglos en los códigos magnéticos de tu tarjeta –le había dicho Katia- no solo realizará una lectura de la tarjeta, notificando a los ordenadores de la oficina central –le entregó la tarjeta- sino que ingresará un código que te dará acceso a los niveles más restringidos de acceso… No la ocultes, deja que te registre cada punto de control, así cada ordenador ratificará tu nivel de acceso. Cuando llegues a dónde quieres, puedes deshacerte de la tarjeta.
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-“¿Y los puestos de control?” –Le había preguntado. -“No detendrán tu paso, pues los controles indicarán que tienes el nivel adecuado” Llegó a las celdas, escoltada por un guardia, ya que eran las de los reos en aislamiento. Los goznes de las puertas chirriaron. Y luego de más de dos años, Valentina Youngblood pudo ver a Furkan Demir. Ahora marchaban por los pasillos, en busca de la salida. Furkan no había dicho palabra alguna, con la vista fija en el suelo, parecía no reconocerla. Detrás del rostro de la dura profesional, Valentina Youngblood se sentía acongojada. Aquel hombre era poco menos que una sombra del hombre que había conocido en Turquía, en la universidad, conversando en los cafés, con el que visitó Capadocia, mientras admiraban el festival de globos aerostáticos o paseó por los puertos de Marmaris o la visita al Tahmis Kahvesi, que la sorprendió gratamente al ver esa antigua cafetería, la primera del mundo, funcionando desde 1635. Ahora caminaba arrastrando los pies, con la mirada gacha, sin hacer preguntas. El guardia lo llevaba del brazo y este no ofrecía resistencia. Estaba extremadamente delgado, con la barba y el cabello muy largo. Así llegaron a la salida. El guardia responsable del punto de control miró con suspicacia al prisionero y a Valentina, cuyo rostro no reflejaba nada. Diez... Diez metros la separaban del estacionamiento y de su vehículo. -¿Va a llevar sola al prisionero? -Qué pasa, ¿me cree incapaz? -¿En realidad tiene el nivel cinco?
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-No responderé lo evidente, pues me parece una franca estupidez… -¿Qué sucede aquí? –apareció alguien. Aunque no lo demostró, Valentina sintió pánico. Era Miocik, acompañado de dos hombres. Hizo sus cálculos. Tal vez podría abrir fuego. ¡Estaba tan cerca! Pero entendió que la vida de Furkan podría verse comprometida, era demasiado riesgo. -Están trasladando al prisionero, señor… Presentó el nivel cinco de acceso. -¿De veras? –preguntó sorprendido, con algo de humor- interesante. Valentina no pudo evitar cruzar miradas con él, que tenía un ojo semicerrado, con unos puntos de sutura sobre la ceja. Se dijo que lo había golpeado con fuerza excesiva contra la puerta del blindado. -¿Señor? –Preguntó el oficial- ¡señor! Miocik la miró directo a los ojos. Sonrió con suavidad y retiró su mano de la empuñadura de su arma. -…A mí me parece que está bien –le cedió el pasoseñorita… Valentina no lo podía creer, mientras cruzaba mirada con él, había un brillo triste en su ojo semicerrado. Sobre su ceja destacaba el color amarillento del impacto. Aún estaba bastante inflamado. Mientras se alejaba, Valentina pudo escuchar: -¿qué le pasó, señor? -Una perra me dio una paliza, eso es todo, nada más… Ahora el automóvil se desplazaba por la autopista a toda velocidad. Furkan no había pronunciado palabra, levemente acurrucado en el asiento del acompañante. Tampoco Valentina había hecho comentario alguno.
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Buscó una salida y entró en una calle de servicio. Se bajó del vehículo, abrió la puerta y sacó al hombre casi a empellones. -¡Camina! Subieron a otro vehículo, una camioneta de una floristería. Esta vez Furkan se sentó en la parte trasera. Se acostó en el mueble y se durmió. Ella se puso un suéter con el logo de la compañía, una gorra, lentes oscuros y salió de allí, mientras el otro automóvil comenzaba a incendiarse... Así desaparecieron del lugar. Miocik revisaba los monitores en el cuarto de control. Podía ver claramente la entrada de la mujer a las áreas restringidas. Sonrió. -¡Y yo que creí que era solo pura osadía! –Dijo para sí- supongo que el tal señor Robinson tendrá que ver en esto… -¿Haremos el reporte? -¿De qué? -Es que esto es… -No veo que esté pasando otra cosa fuera de lugar, solo es un traslado autorizado… ¿O sí? -No es mi intención contradecirlo señor, pero… -Aténgase a los hechos, tenía la autoridad y se llevó al detenido, lo que sea que haga, es clasificado. La camioneta entró en un autolavado. A medida que iba pasando por los gruesos cepillos con el jabón y el agua, los logos de la camioneta se desvanecieron. El azul dio paso a un negro intenso. Valentina se despojó de la camisa del uniforme de la floristería. Se soltó el cabello y se colocó unas gafas muy femeninas. Furkan continuaba acostado en el asiento trasero, dormido.
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-“Es mejor así –pensó- me va a costar hacerlo reaccionar. Debo cambiar su aspecto” Al salir de allí, se internó en los suburbios. Sacó su celular, cambió el chip, encendió de nuevo e hizo la llamada: -¡Ya estoy afuera! -¿Cómo quieres manejar esto? -Total discreción… Alguien sabe. Aparentemente no dirá nada, pero no me confío. Espera mi llamado. -¿Quieres que le diga a ojos lindos? –Se refería a Wallace. -No, no quiero comprometerlo. -Oki doki –Colgó, sacando el chip del aparato y destruyéndolo. Entró al estacionamiento del hotel. Luego de pagar en efectivo, sacó a Furkan y lo introdujo en una habitación con dos camas. Este se dejó hacer, sin oponer resistencia. -Furkan –le hablo- soy yo… Alzó la mirada. Hubo reconocimiento en su mirada, aunque con cierto temor. -¿Samira? –Musitó- Samira, ¿eres tú? -Soy yo… ¿Tienes hambre? -No me llevaron la comida a la celda, creo que me perderé el almuerzo. -No te preocupes, yo compraré algo para ambos. ¿Qué quieres? -Cualquier cosa, no teníamos oportunidad de escoger. -¿Te gustaría algo en particular? -Agua… Agua fría… Hace mucho que no bebo agua fría. -¿Algo de comer en particular?
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-… ¿Puedo pedir papas fritas? -Veré que hay por aquí… Regresó con comida comprada de una fuente de soda cercana. No tenía hambre, pero sabía que si no comía con él, perdería la poca confianza que le estaba demostrando, sabía que esa confianza iba a ser crucial para lo que venía. Además de la comida, había sacado un bolso que tenía guardado para este tipo de casos. Era muy de novatos comprar estas cosas luego de una fuga, era la forma más fácil de ubicar a alguien. Claro que el efectivo facilitaba hacerse invisible. Acercó una mesa y sirvió todo: Piezas de pollo, papas fritas, una soda. Puso hielo en un vaso, lo llenó de agua. Fue lo primero que Furkan Demir tomó. Bebió poco a poco, en sorbos cortos. Vació el vaso y lo extendió. Ella lo llenó y él musitó un “gracias”. Volvió a vaciarlo. Valentina la extendió las papas y este tomó una con timidez, ella le imitó, no pronunció palabra alguna, mientras estaba pendiente de su comportamiento. -¿Quieres ver televisión? -¿Televisión? –Preguntó extrañado- No, no creo necesitarla, la veía muy poco y hace no sé cuánto tiempo que no la he visto. -Furkan, tenemos que hablar… -No de lo evidente. Me sacaste de la prisión, una de la que nadie sabe nada. Eso quiere decir que cuando me conociste, no fue por casualidad… Comencé a entender muchas cosas cuando vi que me estabas trasladando… Supongo que no te llamas Samira. -Valentina. Valentina Youngblood. -Casi como Bond. James Bond. -No quise sonar así… Pero hay otra cosa… Esto no fue
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un traslado, fue una fuga. -No sé si eso es una buena noticia. ¿Corremos peligro? -No por ahora, pero hay que tomar acciones para evitarlo, necesito que sigas mis instrucciones. -¿Por qué? –Ella se le quedó mirando sin responder¿Por qué me ayudaste luego de tanto tiempo? -No sabía de ti… Luego, el informe de tu detención cayó en mis manos. No fue lo que yo esperaba, eras inocente…. Yo creo que eres inocente. -¿Se supone que debo agradecerte? -Soy yo la que tiene que resarcirte. Aunque te suene absurdo, fue lo mejor, de otra forma, estarías muerto, o lo estarás pronto… Alguien tiene planes para ti. Una muerte desagradable que beneficie a alguien o a muchos particulares y solo hay una manera de que sobrevivas y que recuperes tu libertad… Que hagas exactamente lo que yo te indique. -¿Puedo regresar a mi celda? -Solo para morir, y no rápidamente… ¿No te gustaría volver a ver Marmaris otra vez? ¿Ver el mar? ¿Cruzar el océano y visitar la casa de tu padre? -Eres la última persona que esperé leyera mis notas dentro de los libros… -Ahora, por favor, déjame hacer mi trabajo, en lo que soy buena. Si lo hacemos, hay personas con las que cuento para salir de esta situación. -Supongo que no tengo opción… Valentino colocó el bolso sobre el lavabo del baño. Lo abrió. Había un equipo de barbería, tintes para el cabello de varios colores, Observó el rostro del hombre unos momentos. Escogió un color castaño claro. Tomó unas tijeras y comenzó con la barba,
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dejándola muy corta y con forma. Después el cabello. Un corte casual, un tanto juvenil. Allí mismo aplicó el tiente. Lamento no poder usar lentes de contacto para él, pero unos lentes falsos de lectura bastarían. Siguió con ella. Se untó una crema en el cuerpo y utilizó una lámpara de mano de rayos UV, acentuando el color de su piel. Tomó una banda para el cabello y se hizo un moño justo en el centro de su cabeza. Afeitó el resto del cabello. Miró al resultado al soltárselo. Según el peinado, se veía diferente. Pero tenía otra cosa en mente. -Es mejor que nos vayamos a descansar… Allí tengo algo de ropa, para despojarte de ese uniforme. -¿Tienes algún libro? Quisiera leer algo. -No tengo nada, por ahora. Es más seguro no conectarse a la red, es más difícil ubicarlo si uno no lo hace –sonrió- aunque tengo una cuenta especial para emergencias. Pronto coordinaré tus documentos nuevos. Si tenemos suerte, podremos conseguir boletos para Europa, Francia tal vez… Es más fácil por barco, pero es el primer lugar que buscaran. -¿Francia? -Tal vez Italia. Nos buscarán en los vuelos directos a Turquía, tal vez debamos esperar un par de meses. Inspeccionarán toda alcabala o frontera, por ahora, hay que descansar. ¿Deseas algo antes de la cena? -Agua fría… -Bien… Trataré de comprar algo más nutritivo para la cena que pizza. -Lo que sea, está bien. Trajo sándwiches de jamón de pavo, queso, mayonesa y tomate. Jugo de frutas y pensando en el gusto por
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lo frío de Furkan, helado de pistacho. -Tu favorito… -Gracias, Samira, quise decir Valentina. Gracias… -No es nada, solo es helado. -Por sacarme... Estuve pensando que ahora eres tan prófuga como yo. Ahora compartes mi suerte. -Es lo menos… Anda, vamos a dormir. Eran las cinco de la mañana cuando abrió los ojos. Miró la cama. No había nadie. Se incorporó rápidamente, arma en mano, una pistola con silenciador. Miró el baño. La puerta estaba abierta… Nada. Lo encontró del otro lado de la cama, tendido en el suelo, envuelto en una manta, durmiendo profundamente. Evidentemente, no se había podido acostumbrar a un colchón. Valentina se duchó, se vistió y salió a comprar el desayuno. Al salir, era una persona totalmente diferente: Además de la ropa y el bronceado, Valentina usaba una peluca de grandes rizos, gafas de sol y chaleco de cuero. No se le podía reconocer con facilidad. En la tienda, un televisor estaba emitiendo las noticias. De acuerdo al protocolo, ya la CIA había activado el procedimiento de búsqueda. En la pantalla aparecía una foto de ella y otro de Furkan, relacionándolos con los últimos atentados. -“Se solicita información por parte de las autoridades sobre el paradero de estas dos personas. Las mismas, presuntamente, guardan relación con los últimos atentados ocurridos recientemente. Se consideran armados y peligrosos” -En eso tienen razón –pensó Valentina. -“Cualquier persona que los identifique, no se acerque
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y notifique de inmediato a las autoridades” El dependiente de la tienda pasó la mercancía por la caja. Valentina pagó el importe en efectivo. Compró café y unos panecillos. Debían comenzar a moverse, hasta que se comunicase con Katia. Sus miradas se cruzaron. Hubo total indiferencia por parte de ambos. Se sintió satisfecha. Cuando llegó a la habitación del hotel, ya Furkan se había aseado y vestido. Ella le extendió un saco de cuero para que no se notase tanto su delgadez. -Toma –le extendió una placa policial- mantenla oculta, muéstrala solo si yo muestro la mía. Y no hables, solo la usaremos de ser necesario. ¿Entiendes? ¿Qué miras? -Te ves muy diferente. -Nos mezclaremos. Hay ayuda que estoy esperando, pero debo llegar a cierto lugar antes de contactarla. Buscaremos otro vehículo, vamos a hacer el viaje por carretera. -¿Dónde vamos? -A Virginia. A la boca del lobo… No será un viaje directo. 13 Robinson se encontraba en espera en una calle estrecha de una zona industrial abandonada. Se había citado con Marcellus Wallace. Llegó hora y media antes, como costumbre: Aunque conocía el lugar, siempre había tomado medidas de precaución, ese era el secreto de una larga supervivencia, ninguna precaución era poca. Como solía decir uno de sus primeros instructores:
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“Medidas contra las contramedidas y contramedidas para las medidas” Wallace llegó en un carro de la agencia, estacionándose justo donde Robinson sabía que lo haría. Había dejado ese espacio libre, cómodo, a la sombra de unos árboles, junto a un muro. El esperó a unos diez metros, mostrando una sonrisa confiada. ¡A veces la gente es tan ingenua! -¡Amigo Wallace! –le extendió la mano- siempre tan puntual… -¿Por qué me citaste aquí, Robinson? -Nunca te gusta perder el tiempo… -Algo debe haberse presentado para que me citaras aquí… -Pasó algo grave… Valentina Youngblood ha desaparecido. -¿Cómo es eso posible? ¿No estaba haciendo trabajo de analista? -Creo que eso fue lo que desencadenó todo, se extravió un expediente, el expediente de Furkan Demir. Estaba clasificado, censurado, solo se podía leer en parte. De alguna manera supo más de lo que debía… Aún tengo que descifrar el cómo. Wallace guardó silencio por unos momentos, seguro de que Katia estaba involucrada en ese punto, pero prefirió omitir eso, aunque no supo explicar por qué. -¿Qué es lo que sabe de ella? Digo, antes de que desapareciera. -No mucho… Hace unos días, por razones que desconozco, un grupo de choque atacó el piso donde ella vivía. Tal vez hubo un error, pues no se encontraba, no pude averiguar mucho, pues todo se marcó como
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clasificado. Sospecho que de alguna forma, el senador Bishop está involucrado aunque no tengo pruebas de nada. No hay nada que me dé una pista de Valentina. Todo el piso se quemó, hay dos hombres muertos. No aparecen en ninguna base de datos. -¿Contratistas? -Puede ser… Pero eso no es lo peor. Valentina Youngblood se introdujo por la puerta del frente de una casa de seguridad. -Bonito nombre para no decirle cárcel. -Cierto –sonrió- no solo entró con un nivel de autoridad cinco que no tenía, sino que además salió con un detenido; Furkan Demir. -¿Está hablando en serio? –Su sorpresa era genuina¿y ahora, dónde está? -Nadie sabe… Pero ya se emitieron boletines con sus fotografías,,, -¿Servirán de mucho? -¡Diablos, no! –Se echó a reír- eso es improbable. Esa mujer ha estado detrás de líneas enemigas, en lugares donde la vida de una mujer es menos valiosa que boñiga de camello y ha sobrevivido meses... Aquí, es más que invisible. Está bien entrenada, es evidente que tiene recursos, está motivada por motivos que desconozco. Usted puso en sus informes que Furkan Demir era clave para la identificación del enlace entre los terroristas y gente de poder, que en este caso es el senador Bishop y el personal de Black Hat International. Esos tipos son de cuidado. -¿Usted cree? -Sí, pero yo también. No se llega a mi edad en este negocio si no se es un verdadero hijo de puta.
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-No me gustaría tenerlo de enemigo, Robinson. -A nadie le gusta, solo que lo descubren cuando es muy tarde. Dos camionetas aparecieron en la calle. Robinson ni se inmutó. Wallace se mostró inquieto. -¿Confía en mí, Wallace? –Este se le quedó mirando, sin saber que responder- la confianza es algo curioso. Si se usa de manera apropiada, cimenta buenos amigos, pero si uno se equivoca, le puede salir caro. Wallace… ¿Confía usted en mí? Wallace se le quedó mirando. Ya era tarde para responder. Los hombres habían bajado de los vehículos. Vestían de negro. Solo uno de ellos tenía el rostro descubierto. -Señor Robinson, no lo esperaba por aquí… -Señor G. Parece que Black Hat International le hace honor a su nombre.*28 -Queremos que ese señor que está junto a usted nos acompañe, nada más. ¿Tiene algún problema con eso? -Ninguno –se llevó las manos a la cintura, para demostrar que no representaba algún peligro- pero, ¿qué gano yo con eso? -En primer lugar, seguirá vivo… ¿Qué le parece? -Odio la amenazas, G. -Y odio perder el tiempo –los hombres le apuntarondígale que venga. -Odio el protocolo. La explosión ocurrió justo debajo del automóvil de Wallace. Este se levantó por los aires, cayendo justo sobre la camioneta, que explotó en unos segundos apenas. Varios de los hombres fueron arrojados por
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los aires, algunos muertos. Robinson corrió en sentido opuesto. Wallace tardó un poco más en responder. -¿Qué coño esperas? –Le gritó- ¡sígueme! Corrió detrás de este, desenfundando su arma. Había una pequeña loma, la subieron y Robinson se arrojó al suelo. Wallace lo imitó. Vio sorprendido que sobre una lona reposaba un fusil de asalto y granadas, Pudo reconocer unas de choque y explosivas. Los sobrevivientes se dieron cuenta que estaban en una trampa. No había muchos sitios donde parapetarse. Se organizaron y comenzaron a disparar, en ráfagas cortas, para evitar el contragolpe. El señor G tenía una fea herida en el rostro y cojeaba, pero seguía disparando. Dos objetos cayeron entre los hombres. Las explosiones de las granadas de choque los habían arrojado al suelo, aturdidos. Robinson apuntó con cuidado antes de disparar. Dio directo a aquellos que estaban de pie. Los que estaban en el suelo, se arrastraban para evitar un disparo. Sobre ellos cayeron las granadas, liadas en un cordel. La explosión fue enorme. Luego, solo hubo silencio. Robinson comenzó a caminar hacia los cuerpos. Wallace cambiaba el cargador de su pistola. Ya estaba en dominio de sus actos, pasada la sorpresa inicial. Caminaron entre los muertos. Encontraron a Gerson jefe recostado de un muro. Le faltaba un brazo. Su piel era color ceniza y tenía los ojos vidriosos. Quiso levantar el arma, pero fue tan lento que Robinson le quitó la pistola con facilidad. -¿Así que esta es la forma? –Musitó- tantos países,
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tantas guerras para terminar así. -Pensaste que solo sería un sicólogo evaluador. Alguien fácil de arrastrar. ¿Para qué lo querían, G? -¿Voy a salvarme si te lo digo? -No, pero será un pecado menos. Y te prometo una muerte rápida, sin ese dolor. -Lo único que sé es que lo iban a utilizar para tratar de localizar a la india… -¿Youngblood? –Dijo Wallace- no sé nada de ella. -Ahora le creo, pero si hubiese ido con nosotros, no… Robinson… Un solo disparo en la frente fue suficiente. Wallace lo miró asombrado. -¿Pero qué hizo? -Lo convenido, ahorré su sufrimiento, no me mire así… Le aseguro que no la iba a pasar muy bien si no se hubiese reunido conmigo, y eso no es todo. -¿Qué más? -Que lo estaban siguiendo a usted. Alguien lo traicionó, amigo Wallace. -¿Tenía que volar el auto? -Pudo ser peor… Si fueses un traidor, te habría volado dentro de él -comenzó a recoger el resto de las armas, que reposaban en una lona en el suelo- tenemos que irnos. -¿Siempre cargas arsenal para una guerra? -¿Tú no?... Deberías. Te vienen tiempos difíciles, Wallace, ten cuidado. Ahora, vámonos, antes de que llegue el equipo de limpieza. No te preocupes por estos, nadie volverá a saber de ellos y se crearán nuevos empleos –se encogió de hombros- política de la compañía.
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En la sede de Black Hat International, el senador Bishop echaba pestes al saber el resultado de la captura de Wallace. -¡Es un simple sicólogo, un perfilador! –Gritó en su oficina a sus interlocutores- ¿qué tan difícil puede ser? -Al parecer, no estaba solo –comentó- toda la emboscada fue bien planificada. -Quiero a ese tipo aquí, sin escándalos. Dos hombres serán más que suficientes… -Los escogeré personalmente. -¿Qué pasó con los próximos contactos para el trabajo? -Están casi listos. Estoy esperando un material nuevo, capaz de activarse con gran poder de expansión, poco tamaño y que apenas deja trazas químicas para su detección. -¿Quién te ayudará con el entrenamiento? -El asistente de G, Hiro Tadaka. -Solo soy un técnico, señor. -Harás lo que yo te diga –dijo autoritario, sin alzar la voz- tú y tu desaparecido jefe son los causantes de este embrollo. Si quieres llegar a una edad aceptable y superar la pubertad, más te vale que hagas lo que te digo. Antes yo daba las órdenes a través de tu jefe, ahora me ahorraré ese trámite… Pronto les haré saber dónde buscar al señor Wallace… Solo es cuestión de días…Y tú ¡Has tú trabajo! –Gritó- trata de localizar a Youngblood y asegúrate de que Wallace no se ha comunicado con ella. -Voy a necesitar recursos, señor… -El dinero no es problema…Con la próxima aprobación en puerta de la ley escudo, los contratos para la seguridad privada con el gobierno serán la era de oro
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para los contratistas… ¡A trabajar! Tadaka tecleó furiosamente, mientras su mente funcionaba a toda velocidad. Ya no quería estar allí, no era como estar con los marines o el ejército, siendo parte de algo, la pérdida de su antiguo mentor solo le demostraba que eran prescindibles. Quería pedir ayuda, pero no sabía cómo…. Hasta que sonrió. Había alguien, pero no podía hacer contacto directamente, así que se buscó la forma… Thunder 127, alias de Mark Wilbur estaba ganando el nivel más difícil del juego “Mortal Combat” en un torneo privado entre varios jugadores. El premio era apenas de dos mil dólares, muy por debajo del nivel que estaba acostumbrado, pero lo hacía por dos razones: La primera, mantener el “brazo caliente”. La segunda razón, mantener el bajo perfil después de la visita que había recibido por parte de aquellos desconocidos. El hecho de que le pagasen cinco grandes no mitigaba que se sintiese un traidor… Estaba ganando el juego, hasta que leyó el mensaje. Se desconectó automáticamente al leer las primeras líneas. No solo se le hablaba de dinero, sino que era la oportunidad de reivindicarse. -¡Por supuesto, maldita sea! –Gritó- ¡Claro que lo voy a hacer!... Y comenzó a trabajar en lo que le habían encomendado. 14 La tijera se movía con pericia en sus hábiles manos. El cabello estaba más largo y dócil, lo que facilitaba su trabajo. Ya tenía nuevamente su color natural. Ella había mantenido la peluca y el bronceado, pues le
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había funcionado bien. -¡Ya está! –Dijo satisfecha, sacudiendo el cabello- creo que te ves muy bien. La barba te da elegancia. Los kilos recuperados le sentaban bien. Estaban tratando de evitar las pizzas y la comida chatarra en lo posible, visitaban restaurantes vegetarianos, italianos y alguno que otro de comida china. Ambos convinieron en que no les gustaba el sushi. No contaban con recursos ilimitados, pero no les faltaba ayuda. Aun así, seguían apareciendo en los noticieros, aún con sucesos de los que no tenían parte. Los controles policiales no cesaban, pero ella conocía los caminos rurales entre los condados. Faltaba mucho para llegar a Virginia, pues no tenía planeada una ruta directa, menos con la información recibida. Afortunadamente, la ayuda estaba llegando. Aparecían reportes de su presencia en lugares tan lejanos como Florida y Alaska, todos de “fuentes confiables” Ahora pasaban por un control policial en un condado. El hombre era un viejo policía cansado, en los sesenta y tantos, que deseaba un millón de veces estar en cualquier otro lugar que allí. -Buenos días comisario, ¿qué se le ofrece? -Identificación, por favor La joven al volante le mostró su placa, al igual que su acompañante. -Detective Monique, oficial Samad. Policía de Boston. -¿Qué hacen tan lejos de su ciudad? -Ya sabe cómo es comisario, uno va a dónde lo mandan y hace lo que no quiere. -¡Y que lo digan muchachos! –Dijo encantado de desahogarse- hay un boletín de unos prófugos que
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podrían estar en cualquier parte, pero usted sabe cómo es… Hasta el alcalde me llamó para asegurarse que pusiera los controles. -Lo entiendo. Vamos a la prisión estatal, donde parece que están unos detenidos que encajan con la descripción de los solicitados. -¡Qué le parece! –Se quejó- ¡y yo aquí, cuando pudiese estar pescando en el lago! -Lo envidio, de la pesca, quiero decir… ¿Y qué se pesca? -Truchas… Enormes –sonrió- estamos en temporada. -¿Hay un sitio donde podamos comerlas? -Dejaron el pueblo atrás –dijo orgulloso- solo den vuelta y busquen la avenida principal. Díganle a Margot que el comisario Longod los envió. -Gracias… Estamos hambrientos. -¿Crees que es correcto llamar la atención así? – preguntó al dar vuelta el automóvil. -Al contrario… Es la mejor manera de ser invisible. Gánate la simpatía de quien tiene la autoridad, pregúntale antes de que te pregunten. Es como la hipnosis. -Entiendo… -Además, se me antoja pescado. No es de mar, pero la trucha me encanta. En el restaurant se les apareció el comisario en pleno almuerzo. Se veía satisfecho. -Muchachos, perdieron su viaje. Nos llegó un reporte de que los fugitivos fueron detenidos en la frontera con Canadá. -Bueno, comeremos tranquilos y luego seguiremos… -¿No se van a regresar?
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-Iremos a la prisión estatal y luego, nos daremos vuelta, pero sin prisa. -Entiendo… ¡Buen provecho! ¡Margot! –Gritó- ¡La comida de los oficiales corre por mi cuenta! -Gracias comisario…. Espero que pesque la mejor trucha de la temporada. -¿Sabes de pesca? -Pescaba con mi padre cuando niña… Pero no lo he vuelto a hacer. -Entiendo… Me retiro. -¿Es cierto? –Preguntó cuándo estuvieron a solas¿Hacías eso? -Sí… Un poco de verdad ayuda a conectarse -Me doy cuenta de que en realidad sé muy poco de ti… -Tienes razón… Me he preocupado demasiado por mantenernos en movimiento y no me he preocupado por nosotros… Esa noche se detuvieron en un motel de carretera. Cenaron liviano y conversaron hasta la media noche. Ella inició la conversación extendiéndole la mano, con un apretón firme y cálido que él correspondió. -Mucho gusto señor –sonrió- Valentina Youngblood. Tengo mucho que contarle de mí. ¿Qué quiere saber? -Lo que quieras… Comienza por tu infancia… La conversación se extendió hasta las dos de la mañana y no estuvo falta de preguntas. Para Furkan, esa mujer seguía siendo Samira, ese interior, esa sonrisa, ese desamparo que estaba escondido debajo de esa mujer dura, práctica y decidida. Cada uno buscó su cama y se durmió. Una hora más tarde, Valentina se sobresaltó al
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escuchar unos ruidos. Arma en mano, se incorporó con lentitud. Ya Furkan no estaba en su cama, sino en el piso. Ella no le había dicho que sabía que así era que él podía dormir, porque a una hora determinada, este regresaba a la cama. Se inclinó… ¿Rezaba?... Parecía estar llorando, con el cuerpo en posición fetal, abrazado a sus rodillas. ¿Qué cosas murmuraba?... Ella lo escuchó. Pudo oír su historia, en aquellas celdas, durante los interrogatorios, ante aquellos hombres de uniforme, que trataban de rebajarlo como hombre, solo para sacarle una confesión que jamás oyeron. Valentina Youngblood no pudo sentir sino pena, vergüenza y culpa. Se acostó con lentitud a su lado y lo abrazó suavemente, hasta que su cuerpo dejó de temblar y ambos lloraron juntos, en silencio, hasta que se durmieron. Decidió que Furkan Demir sería libre y que ella lo abandonaría todo por él, porque había aceptado una verdad que se negaba a admitir: Que siempre estuvo enamorada de ese hombre. Y que lo que comenzó alguna vez como un trabajo, dejó de serlo cuando se involucró con él, aquella tarde en la universidad, en aquella falsa casualidad. -¿Entonces, esto no es solamente una invitación a cenar? –Wallace le entregó una botella de vino- espero que sea de tu agrado… -Gracias… Pero, lamentablemente, sí, pasa… Katia le cedió paso mientras le mostraba las nuevas instalaciones. Wallace volvió a mirar el mismo poster de la película “La chica del dragón tatuado”*29 -¿Te gusta la película? -Los libros…
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-Tal vez te lo pida alguna vez… -Tendrás que esperar un poco. La encomienda no ha llegado. Se sentaron frente a frente, sobre dos enormes muebles que semejaban más almohadones que asientos. Wallace admiró la decoración: Afiches de comics, carteleras de cine, arte pop. Una combinación extraña, pero con gusto. -Tienes un agradable sitio aquí… -Sonrió- ¿Y tú baticueva? -Detrás de una pared falsa, como siempre. -¿Y volarás todo si te vienen a buscar? -Si es necesario… Pero eso es parte de nuestra conversación. Podemos tenerla ahora, o luego de la cena, si te parece. Ya que vienes de traje… ¿Puedes esperar un momento? Es para vestirme apropiadamente –usaba unos breves shorts y una franela cuatro tallas más grandes- creo que la cena, la compañía y la conversación lo merecen… En ese momento sonó el timbre. Katia observó por una pequeña pantalla y suspiró fastidiada. Por el monitor pudo ver al joven alto y musculoso colocar las cajas con la comida para arreglarse el cabello, ajustarse la franela para resaltar su musculatura y chequear su aliento. -¿Qué sucede? -Es el tipo de las entregas –dijo fastidiada- he estado tentada a partirle la cara dos veces por pesado, parece que no entiende las indirectas… -sonrió con malicia¿me puedes ayudar con algo? -¡Hola princesa! –Sonrió el mensajero, mientras levantaba las cajas- ¡llegó la cena!
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-¡Gracias, cariño! Al hombre se le congeló la sonrisa. Wallace se había despojado de su ropa, quedando solo en calzones. No era corpulento en exceso, pero sí lo suficiente para ser intimidante. Marcellus extendió sus brazos, quitándole los envases. Katia apareció a su lado luciendo un hermoso vestido de noche en verde esmeralda, abrazándolo. -¡Ay gracias! –Dijo complacida- ¡estoy hambrienta! -¿Este es el chico que te trae la comida, del que me has hablado? -Si amorcito… Pero déjalo ir… Tengo hambre. Marcellus le pasó los paquetes a Katia, se introdujo la mano dentro del calzón, donde sacó un billete de cinco dólares. Tomó la mano del joven y le colocó el dinero, cerrándosela. -Que te aproveche… -Gra… gracias… Cerraron la puerta, dejándolo allí, parado en la entrada. Ambos se reían a más no poder, mientras Wallace se ponía sus ropas. -¡Eso estuvo fantástico! –Dijo ella- lo de la propina fue increíble. -Déjame decirte que te ves hermosa con ese traje – dijo admirado, mientras se ajustaba la corbata- eres la elegancia personificada. -¿Solo por el traje? –dijo haciendo un puchero de niña. -Bueno, siempre has sido hermosa, pero ese traje resalta tu belleza… Algo muy diferente de Mokoto. -Bueno… Ayúdame a servir la mesa, en verdad tengo hambre. Wallace comenzó a llenar las copas, mientras Katia
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servía los platos. Comenzaron a comer. Katia gustaba de comer y conversar, igual que Wallace. -¿De qué quieres hablar, negocios o personal? -Comencemos por lo personal… Recientemente, murió mi padre. -Lo lamento… -Yo no –bebió un trago- No había contacto entre él y yo. Era muy joven cuando me alejé de mi familia. Y dios sabe que me costó desaparecer. Cuando lo hice, nació Mokoto. Para lograr mi salida, dejé las bases de lo que perpetuó la supremacía de su empresa en el mundo de la tecnología. -¿Y por qué no lo lamentas? -No hay nada que valga la pena. Para mi padre, las demostraciones de afecto eran signo de debilidad – vació su copa de un trago y Wallace le sirvió- ¿Sabes cómo se despidió de mí? -No… -Por un correo de la empresa. ¿Te imaginas?... Allí me dijo que lamentaba no ser el padre que yo aspiraba, pero que yo no era la hija con el nivel que el merecía recibir, pero que lo lamentaba, que mi pérdida afectaba notablemente a lo que pudo llegar el consorcio, las empresas, la compañía familiar… No era más que un activo. -Pero dijo que lo lamentaba, algo sentía. -Estaba muriendo cuando la escribió. La recibí mucho después. El valor de cualquier gesto, por muy pequeño que fuese, sería cuando estuvo pleno, no después. -¿Hay algo que lamentes de todo? -No. Yo no podía influir anímica ni afectivamente sobre los pensamientos ni emociones de mi padre, solo me
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quedó esperar para salir de ese mundo. Y como te dije, dios sabe que me costó, solo quería poner distancia. Y aquí estoy. Y aquí comienza el tema de negocios. -¿De qué se trata? -En el correo, mi padre me informó que me nombró heredera de la compañía, de todo en realidad… Voy a tomar el control de todo, haré realidad muchas cosas. -¿Y Valentina? -Ese asunto será resuelto en la brevedad… Hay varios reportes en todo el país hasta la frontera con Canadá de que están en custodia, mientras se dirigen aquí. Quiero que hables con alguien para darle información sobre Black Hat international y el senador Bishop. También requerimos algún tipo de apoyo táctico… ¿Qué tal la comida? -Excelente. -Hay otra cosa, una oferta. Creo que la empresa privada puede ofrecerte mejores oportunidades de trabajo. -Tendría que pensarlo. -Hay otra cosa… Algo vital. -¿Qué será? -Necesito que me ayudes a asesinar a alguien… 16 -Con el señor Robinson, por favor… -Un momento… ¿Quién le llama? -Nadie que llama a este número tiene porque decir quien es –dijo molesta- si tengo el número, es por algo… -Un momento… Valentina Youngblood hablaba desde un teléfono
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público. Al lado estaba el vehículo estacionado, un Dodge Crown negro con vidrios ahumados. Con la ventanilla abajo, Furkan Demir parecía indiferente, pero estaba pendiente de los alrededores. Solo Valentina sabía que estaba asustado. Mucho. -Robinson… -Soy yo. -Es un gusto saber que está bien… Por favor sea breve, estoy de acuerdo con lo que hizo, pero el riesgo ya casi le costó a un amigo en común. Tenemos que vernos. -Bien. Una persona se va a comunicar con usted, escuche lo que tenga que decir. -No tengo por qué si no sé qué es de confiar. -Confiará. -¿Recuerda el sitio donde llegan todos después de trabajar, pasando por sus puestos cada quince minutos?... El que hemos conversado. -¿La oficina principal? -El sitio de trabajo. Acondicionamiento. -Entiendo. -Yo le aviso… -¿A dónde vamos a ir? -Busquemos una habitación… Luego iremos a la estación de trenes… -El aire está muy húmedo –dijo Furkan- pronto va a llover… En la casa de Katia, Marcellus conversaba por teléfono con Frank Roberts, bajo la mirada atenta de esta.. -Necesito de tu ayuda con un pequeño equipo táctico. Es una medida de seguridad. Y hay algo más… Un vehículo corría a toda velocidad por la avenida
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principal en una zona industrial abandonada, perseguido por una camioneta negra. El velocímetro subió de ciento veinte a ciento cincuenta. Con una pericia increíble, recortó velocidad en una curva, cruzando a la derecha. Desde allí, una lluvia de disparos arropó la camioneta, que tuvo que arrojarse a un lado, estrellándose contra un vehículo estacionado para evitar los disparos. Arrancó y aceleró y se alejó a todo lo que daba. El chofer sacó un radio transmisor, con lentitud, adolorido, mientras miraba a su compañero que se sacaba dos proyectiles del chaleco blindado. -Unidad dos –Dijo con voz entrecortada- El objetivo sigue por la calle Dover. No hay posibilidad de continuar… -Recibido –respondió alguien- ya tenemos un bloqueo… Dos camiones de carga hacían una especie de callejón. Al fondo, dos vehículos cerraban el paso. -¿Por qué tarda? –Preguntó alguien- ¡ya debería haber llegado! -¡Allí viene! El vehículo se detuvo. El rugido del motor resonó en el aire. Por la ventanilla del auto se podía ver el cañón del fusil de asalto. El sonido del motor iba en crescendo. Los neumáticos sacaron humo del asfalto, al tiempo que este se arrojaba contra la barricada. El fusil comenzó a disparar. La gente de la barricada tuvo que responder. El automóvil no disminuyó la marcha. El impacto de los disparos no lo hizo aminorar la velocidad. Todos tuvieron que arrojarse a un lado para no ser arrollados. El impacto fue tan fuerte que los dos vehículos de la barricada quedaron destrozados. Wallace se encontraba entre los hombres
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de la barricada y disparaba con una escopeta calibre doce. La explosión del automóvil los sorprendió. Este rodó unos metros más por la inercia, envuelto entre las llamas. Un enorme camión de carga hizo sonar el claxon de manera ininterrumpida, imposibilitado de detenerse. El amasijo de hierro salió disparado en todas direcciones… Frank Roberts miraba la escena decepcionado. Realmente no se esperaba ese resultado. -¡No es posible! –gritó- ¡no es posible que un hacker haga esas cosas! -¡Y qué esperabas! –Respondió Wallace- ¿sabes cuánto me costó conseguir esa información? -Me parece muy conveniente –dijo alguien. -¿Qué tratas de decir? -Wallace le propinó un empujón¿qué carajos tratas de decir? Los ánimos se caldearon. El otro hombre trató de atacar a Wallace, que era retenido por otros compañeros. -¡Calma! –Gritó Roberts- ¡Calma carajo! -propinó empujones a diestra y siniestra, llamando a la calma¡Ya está!... Nosotros lo jodimos… Pudimos usar cientos, cientos de formas, pero como siempre, preferimos romper huevos con un martillo… -Se acomodó el saco y la corbata- ¡Vamos! Uno de los hombres hizo una seña y todos subieron a los vehículos, saliendo en todas direcciones. -¿Y los restos? -Con todo respeto Wallace –dijo Roberts, tratando de controlarse- ¿Qué caras nos ve, de policías acaso? -Tiene razón. En el interior de su automóvil Roberts hizo una llamada telefónica. Esperó un momento.
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-No le creí ni un poco, síguelo. Cualquier acto extraño, notifícame. Wallace caminó varias cuadras hasta que el sonido de un claxon llamó su atención. -¿Vas a algún lado, guapo? Katia conducía una camioneta nada discreta, con grandes neumáticos, de color blanco, con detalles en negro. Wallace subió y esta salió de la zona industrial rumbo a la ciudad. -¿Cómo le hiciste? Temí un poco al principio… -Conduje hasta la curva y usé el control remoto el resto del viaje… ¿Dónde los veremos? -En la estación de trenes… En los talleres. ¿Llevas todo lo que necesitas? -¡Por supuesto! Los talleres de la estación de trenes de la ciudad estaban solos. Las áreas principales guardaban los vagones recién trabajados. Caminaron más allá, entre los vagones abandonados y aún más allá, donde se encontraban los que alguna vez funcionaron hace más de cincuenta años. Ya no tenían pintura. Las paredes de los vagones eran de metal y madera, con los vidrios rotos, con un color grisáceo y sucio. Incluso habían vagones de carga, con paneles de madera, vigas de metal rojo óxido y ojos de buey desvencijados. Llegaron a un cruce de vías, una especie de plaza, con algunas bancas y toldos. Comenzó a llover, al principio era una tenue cortina que se transformó en un diluvio que calaba los huesos. Entraron a un vagón sin puertas, a ras del suelo, para resguardarse de la lluvia, que parecía no ceder. -Te dije que iba a llover –dijo entre volutas de humo
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por el frío. -Sabes que debes hacer lo que te diga en todo momento. -Está bien… De su chamarra, Valentina Youngblood sacó una gorra, se lió el cabello en un moño y se la caló, para protegerse del aguacero. Furkan Demir cerró su chaleco para resguardarse. Sentía frío. -¡Señorita Youngblood! –Gritó a modo de saludo- hace rato que le esperaba… -¿Recibió la información, señor Robinson? -Sí… -dijo sosteniendo su paraguas con fuerza para resguardarse de la lluvia- pero, francamente, no sé qué pretende que haga yo con semejante cosa. -Hacerlo público, llevarlo a los medios. -¿Con qué fin? –Dijo desdeñoso- ¡estamos hablando de un senador! -¿Qué más podemos hacer? -¡Es un maldito senador! –Dijo molesto- hará lo que cualquier político… Aceptará la verdad y los convencerá: “Lo hice en nombre de la libertad, nuestros derechos a defendernos de los terroristas, niego mi participación intelectual o material en los ataques, bla, bla, bla…” ¿Saben lo que pasará después? Usará sus influencias para encabezar una investigación. Saldrá a la luz que sacaste a un peligroso terrorista de una prisión, legal, por supuesto, y te endosará todo lo que pueda y te aseguro que no te atraparán con vida, eso te lo prometo… Uno no se enfrenta así a un senador de los Estados Unidos. -¿Y qué hacemos? -Yo me encargaré de eso, ese tipo solo quiere que la
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ley escudo se firme, darle a la empresa militar privada un poder político sin alcances medibles… Quiere ser el próximo candidato presidencial, esa ley le proveerá de todos los fondos. Como presidente, conseguirá más contratos, etcétera, etcétera, etcétera. -Entonces, lo dejamos así, nada más –dijo Valentina con amargura. Dos personas se acercaban bajo la lluvia, Marcellus Wallace caminaba bajo la lluvia, acompañado de Katia, que se protegía de la lluvia con un paraguas de color amarillo chillón de buen tamaño, llevando un gracioso morral con cara de gato.. -¡Señor Wallace! –Dijo complacido- pensé que no iba a venir… Y veo que viene con una curiosa acompañante… -Es una amiga, me ayudó con el asuntó de Mokoto. -Lo de su muerte fue lamentable… ¿Sabe cuánta utilidad nos hubiese reportado? -Bueno, no puso las cosas fáciles y las personas que me ayudaron no fueron muy sutiles que digamos. -Le prometo que yo lo seré, ahora lo que importa es ayudarlos a salir de aquí. -¿Y por qué quiere ayudarnos? -¡Señor Furkan! –Sonrió- tengo que reconocer que se le ve bastante recuperado. Le diré que usted y la señorita Youngblood tienen de cabeza al senador Bishop y a Black Hat International. Con ustedes afuera, estoy seguro que cometerá un error. Si no puedo con él, desmantelaré esa empresa y la llevaré a la quiebra, les haré la vida tan imposible que no podrán cuidar ni el cruce de un transporte escolar en la escuela. Quiero que venga conmigo, no puede estar en mejores manos que las mías. Y mi protección se extiende a la señorita
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Youngblood, por supuesto. Ambos me necesitan, pues están fuera de la ley en una situación precaria. -Creo que no estoy de acuerdo con usted –dijo mientras avanzaba un paso, descubriendo la funda del arma de su cintura- Furkan Demir no volverá a una celda ni nada parecido. -No hay necesidad de ser hostil, todos aquí somos amigos, solo quiero protegerlo a él y a usted… -Se cómo piensa, la respuesta es no. Espero que no sea por las malas, por su bien. -Creo que lamentablemente ya no podemos decidir… observen… Tres hombres se acercaban bajo el torrente que parecía no amainar. Usaban uniformes sin insignias y estaban armados con fusiles AR-15 Armalite. Robinson no dejaba de sonreír mientras hablaba. -No hagan movimientos bruscos –dijo fingiendo indiferencia- estoy seguro de que debe haber un francotirador por ahí. -Espero que haya sido tan previsivo como la última vez… -dijo Wallace. Todos esperaron, hasta que llegaron hasta ellos. El cabecilla se despojó del pasamontañas. -¡Que nadie se mueva ni haga movimientos bruscos! -¡Roberts! –Exclamó sorprendido Wallace- ¿qué demonios haces aquí? -Te hice seguir, por supuesto. Dejaste de ser útil y te transformaste en una molestia, y no me gustan las molestias. -¿Trabajas para Black Hat International? -¿No has entendido nada, verdad? -¿Qué te pasa, Furkan?
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-Conozco a ese hombre –lo señaló, pálido- es el hombre que entrevistó a Akeem al Massoud, es uno de los responsables de su muerte en la Mezquita en Irán. -Ese hombre trabaja para el senador Bishop… -¿Y tú quién eres, niña? .-Nadie que te importe, Roberts. -¿Eres Frank Roberts?... –preguntó Robinson- hasta donde sé, Frank Roberts murió en una incursión en Vietnam en el sesenta y cuatro. -Quizá era mi padre –sonrió- O quizá es una identidad muy útil, hasta ahora. -Se quién eres –dijo Katia- te dicen el fantasma. Eres el ejecutor de un grupo de políticos y trabajas para los fabricantes de armas. Eres una “leyenda urbana” -¡Quién lo diría! –Se echó a reír- cuando me levanté esta mañana y desayuné, jamás imagine que encontraría a Furkan Demir y el famoso Mokoto juntos… Y menos que se vería así. -¿Cómo sabe que ella es Mokoto? -Solo alguien que se mueve en la dark web sabría de mi existencia… Y yo no existo. -No se te ocurra ponerle las manos encima. -No tienen opción. Ustedes vendrán con nosotros. Robinson avanzó un paso, moviendo su paraguas hacia adelante. Frank Roberts hizo una seña. Solo sintieron el zumbido. El proyectil atravesó el paraguas y Robinson cayó como un fardo, quedando debajo de este. Un charco de sangre comenzó a rodar por los ladrillos del suelo. -¡Robinson! –gritó Wallace. -Solo tengo que dar una señal y el que no me obedezca
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perderá la vida –señaló- ustedes dos –arrojó unas esposas de plástico- se pondrán esto. Tú, niña sexi, vendrás con nosotros –hizo un gesto de vergüenzaWallace, tú, por el contrario, no me eres de utilidad. Lo lamento, porque, en verdad, me caes bien. El disparo había sido desde una torre cercana. Del otro lado estaban los talleres de servicio, un par de edificios de cuatro pisos. Luego del disparo, el estallido producido por un rifle NTW, más poderoso que un calibre cincuenta*30 les causó un sobresalto. Un enorme agujero se abrió en una pared. Del otro lado, el francotirador había sido lanzado a través de un pasillo, atravesado por el impacto del proyectil expansivo. Luego estalló la cabeza de uno de los hombres. Frank Roberts corrió en dirección contraria, tratando de no ofrecer un blanco fijo. Del otro lado, Hiro Tadaka se colgaba el pesado rifle en la espalda, empuñaba un fusil de asalto HK MP5 y corría por las escaleras. El otro hombre se había puesto a cubierto detrás de un vagón, pistola en mano. Dos disparos le dieron en el abdomen, Perdió el pie y cayó sentado, mientras la pistola se le resbalaba de los dedos. Robinson se incorporó, tirando la sombrilla a un lado. El disparo había atravesado un brazo. Como pudo, se incorporó, corriendo detrás de Wallace y Katia. Se introdujeron en uno de los talleres. Wallace avanzó, pistola por delante, en postura de combate. Se parapetaron detrás de unos estantes. Como pudo, Robinson se despojó del saco y revisó su herida, deteniendo el sangrado con un torniquete, empleando su corbata. Sacó un micrófono táctico, colocándoselo en el cuello. -¡Estoy herido! –Musitó apretando el conmutador-
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ubícame con el rastreador. -Copiado. -Vienen a sacarme. ¿Me acompañan? -Wallace –dijo Katia asustada- hay que ayudar a Valentina. -Separémonos… Robinson, tengo que ayudarlos. -Esperemos un poco. Se oyeron unos disparos. Como pudo, Robinson sacó su arma de la funda. Escuchó una voz: -¡Robinson! -¡Aquí! –Contestó- ¡Estamos aquí! -No me vayan a disparar… Apareció, cambiando el cargador de sus armas. Miró extrañado a la pareja que acompañaba a su nuevo jefe. -Este es Hiro Tadaka, antiguo empleado de Black Hat, me buscó a la muerte de su anterior jefe – captó la mirada de Wallace- sí, sabe que se enfrentó a mí, pero desde Black Hat no puede vengarlo y su situación allí era muy precaria. Era el responsable de comunicaciones, sistemas y respaldo tecnológico. -¿Eres el técnico de Black Hat? -Era. -Yo era Mokoto… -¡Mierda! –dijo entre sorprendido y admirado- ¡Me dijeron que Mokoto había muerto! -Ya no existe… -Perdonen que interrumpa su admiración mutua, pero debemos irnos. ¿Cuántos hombres hay? -Conté veinte… Menos el tirador, el que le volé la cabeza y el que usted eliminó, además de dos que acaban de caer.
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-¿Hacia dónde vamos? –preguntó Wallace. -Necesito un sitio donde pueda conectarme. -Hay un elevador de servicio dos pisos más arriba – dijo Tadaka- comunica con la estación y un centro de servicios, pero hay que recorrer un pasillo muy largo antes de llegar. Es riesgoso. -Bueno –dijo Robinson, frotándose las manos con cuidado- parece que seguiremos juntos un rato más… -Andando… Aprovechando su lugar cerca de los vagones, Valentina Youngblood empujó hacia atrás a Furkan cuando comenzaron los disparos. Sabía a qué clase de lugar tenía que llegar si quería seguir con vida y salir de allí. Tomó su arma y le colocó un silenciador, haciéndole señas a su compañero de guardar silencio. Señaló en una dirección y apenas susurró: -Camina en esa dirección. No corras, veas lo que veas, oigas lo que oigas, mantente pegado a los vagones, debajo del techo, para que no seas visto tan fácilmente. -Está bien… Avanzó con pasos lentos, mirando en todas direcciones, tratando de no hacer ruido, esquivando herramientas oxidadas, maquinaria abandonada y basura. Pasado unos momentos, se dio cuenta de que estaba solo. Estuvo a punto de regresar, pero recordó las instrucciones de Valentina y siguió adelante. Pasó a través de un vagón sin puertas, a fin de evitar una montaña de herrumbe. Ya estaba por cruzarla cuando los vio. Dos hombres se acercaban en silencio, apuntando con sus fusiles. No lo habían visto aún. Quedó petrificado. Retrocedió un paso apenas cuando sintió su presencia. Escuchó casi en su nuca la voz
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conocida, pero que en este momento sonaba muy diferente. -No te muevas… El silenciador pasó muy cerca de él. Escuchó apenas un “plop, plop, plop” casi inaudible. Los dos hombres cayeron. Se adelantó y Furkan siguió detrás de ella. Pasó al lado de uno de los hombres, le quitó el fusil, el chaleco antibalas, los cargadores y una granada de choque. Eran eficaces en lugares cerrados, pero Valentina sabía que frente a personal entrenado no eran tan eficientes como la gente creía. Le entregó todo a Furkan, que la miraba impávido, tratando de no mirar el rostro de los cadáveres, inútilmente. Uno tenía un agujero limpio justo debajo del ojo izquierdo. El otro tenía dos, uno justo debajo de la nariz y uno en la frente. Le quitó el chaleco al otro y lo sostuvo al caminar. -Busquemos un lugar seguro… Entraron a un baño abandonado. El hedor era insoportable, lo que significaba que alguien lo pensaría para acercarse. Ella le quitó todo el equipo a Furkan y le hizo señas para que vigilase la puerta. Se quitó la camisa. Se puso el chaleco y volvió a vestirse. Se puso el cinturón con los cargadores y revisó el arma. Se la colgó en el pecho y mantuvo la pistola con el silenciador. Tocó a Furkan por el hombro, haciéndolo dar un pequeño salto. -Colócate el chaleco debajo de la camisa y vuelve a ponerte la chamarra. Ciérrala. No pienses en el calor. -¿No me darás un arma? -No sabes disparar y si te armo y lo haces, te responderán… Sigamos.
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Retomaron el pasillo. Estaban muy cerca de donde habían entrado. A Furkan se le antojó una distancia mucho más larga. Un disparo golpeó a Valentina justo en el pecho. Cayó al piso, soltando la pistola, que se deslizó por el suelo. Sin levantarse, apuntó con el fusil directo a los tobillos, arrancándoles un grito, silenciado por los disparos al rostro. Dos muertos. Se levantó como pudo, apoyándose en Furkan y recogiendo la pistola. Caminó a trompicones sofocada por el dolor. -Salgamos rápido –dijo entre jadeos- los disparos los atraerán… Doblaron en el pasillo, escuchando gritos cada vez más cercanos. El lugar estaba a oscuras. Valentina se arrodilló frente a la puerta, con una pequeña linterna sujeta en el hombro. Sacó un pequeño paquete de su bolsillo. Era un juego de ganzúas. Comenzó a manipular el candado. -Se están acercando –susurró Furkan- puedo oírlos – ella seguía tratando de abrirlo- ¡Valentina! -¡Yo también los oigo! –Musitó sin perder la concentración- ¡Cállate! El crujido del metal le indicó que el candado había cedido. Abrió la puerta y entró, cerrando de inmediato. Pudieron ver los halos de luces de sus linternas por debajo de la puerta. Pasó el seguro muy lentamente, soltando el picaporte como si quemara en el justo momento en que alguien trataba de abrir la puerta. La luz se alejó, mientras ellos aguardaban, petrificados, él con los nervios a flor de piel, ella cambiando muy lentamente el cargador de su pistola, sintiendo como si el ruido del “clic” fuese gigantesco.
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Avanzaron a tientas por la penumbra del salón, rozando con cuidado los muebles y paredes, apoyados con el pequeño halo de la linterna, hasta otra puerta, fácil de abrir. Salieron de allí con cuidado. En el pasillo pudo ver un pequeño gráfico de las instalaciones. Lo arrancó de la pared y lo estudió unos segundos, guardándolo entre sus ropas. Calculó donde habían estado y la ruta para llegar a donde tenía planeado. No tenía intenciones de irse en silencio, dejando hombres pisándole los talones. Ahora sabía a dónde ir y dónde podría encontrarlos. Una cosa era ser inferior numéricamente y otra cosa era la ventaja táctica. Caminó por varios pasillos hasta un viejo taller de pintura. Revisó varios envases de disolvente. Casi todos vacíos. Furkan no tenía idea de lo que ella iba a hacer, pero ayudó, hasta que encontró dos llenos. Ella seguía sacando cosas de las gavetas y los estantes, emocionada. Tomó un envase con tapa a presión de boca ancha. -Justo lo que buscaba… -¿Qué haces? -Una granada que de verdad haga daño. Llenó con cuidado el envase un poco más arriba de la mitad, dejando una cuarta parte vacía. Arrojó un puñado de clavos, tuercas, tornillos y arandelas de acero que estaban en una caja. Luego, con cuidado, metió una bolsa plástica con la granada de choque en su interior. -¿No es eso una granada? -Pero solo para aturdir… Una fuerte luz y un fogonazo de luz… Las ondas sonoras viajan a mayor velocidad en el líquido que en el aire… Y si este es inflamable…
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Se aseguró de el borde de la bolsa quedara completamente afuera. Había abierto un pequeño agujero en el centro de la tapa. Por allí pasó una pieza de alambre muy delgado que había sujetado a la anilla de la espoleta de la granada. Cerró con cuidado. Revisó el pequeño plano que había arrancado de la pared. Le mostró un punto a Furkan. -Estamos aquí. Quiero que te vayas por este pasillo y me esperes justo aquí. Si luego del ruido pasan diez minutos y no aparezco, te vas por aquí. Katia te encontrará, en ella puedes confiar. -Eres muy eficiente para esto. -Si es un reproche te digo que esta eficiencia podría sacarnos de aquí con vida, si nos agarran, te aseguro que no te matarán, pero preferirás estar muerto si eso llega a ocurrir. -¿Entonces? Ella tomó su rostro y beso suavemente sus labios, con ternura. Lo miró al rostro por un momento. En ese momento volvió a ser Samira para él. -Te amo, Furkan Demir, es todo lo que te puedo decir ahora… Vete. Lo vio irse en silencio. Salió al pasillo un momento y abrió todas las puertas que pudo. Después que todo quedó listo, entró en la última oficina. Era hora de esperar un poco. Cambió el cargador del fusil y lo puso en ráfagas. Sacó su celular, sentada en el piso, cubierta por un archivo de metal, invisible desde la ventana. Podía ver el pasillo desde el reflejo de un diploma que se encontraba en la pared. Avanzaron por el pasillo. El que iba al frente era respaldado por el que venía detrás, mientras que
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los dos últimos apuntaban su retaguardia mientras avanzaban. Con sus linternas apuntaban las oficinas abiertas y chequeaban las puertas cerradas. El que iba adelante levantó su puño y todos se detuvieron de inmediato. El zumbido llegaba claramente a sus oídos. Lo apuntó con la linterna de su arma. Sobre un escritorio un celular vibraba constante. Miró a su alrededor. Nada visible. Entró a la habitación. Nada fuera de la normal. Escritorios, muebles, archivos, cubiertos de polvo. Nada inusual. Giró para salir y pudo ver la ventana de la oficina abierta. Se preguntó si sería in error. Se acercó hasta allí. Pudo ver las huellas de unos dedos en el aluminio del marco. Hizo señas al grupo y se colocó a un lado de la puerta. A su señal, uno de ellos pateó la puerta, mientras dos abrían fuego. Valentina salió de su escondite, sosteniendo el envase de plástico en una mano y el extremo del alambre en la otra, arrojándoles el envase y tirando del alambre con todas sus fuerzas. La tensión lo dejó caer justo en medio de los hombres. Dos segundos. Solo pasaron dos segundos. La tensión del alambre estaba medida para desprender la espoleta, pero no para quitar la tapa del envase. Cuando el jefe iba a advertir, la explosión de la granada de choque causó no solo una bola de fuego, sino que arrojó la metralla en todas direcciones. Un par murió de inmediato. Dos se revolcaban en el suelo tratando inútilmente de apagar las llamas, heridos por la metralla. Los dos restantes cayeron bajo los disparos de Valentina, resguardada en la oficina. Uno de ellos se había arrancado el chaleco humeante, recogido el fusil
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y comenzado a disparar contra Valentina, parapetada en la entrada de la oficina, detrás del archivo de metal que arrojó contra el suelo. A diferencia de ella, el hombre no tenía mucho donde resguardarse. El cruce del pasillo no estaba cerca. Pero no dejaba de disparar, cubriéndose apenas con archivos pequeños y algunos muebles, ni ella de responderle. Valentina sentía los golpes muy cercanos del impacto de los proyectiles contra el metal. Interiormente agradeció su peso. Sabía por experiencia que esa gran cantidad de carpetas era un escudo más o menos eficiente contra las balas. Mientras este retrocedía dando pasos hacia atrás sin dejar de disparar, haciendo una rápida pausa para cambiar el cargador, solo de segundos. Valentina logró en ese momento alcanzarlo en el hombro. El hombre solo hizo un gesto y comenzó a disparar en cortas ráfagas con un brazo. Cuando no pudo hacerlo, dejó el fusil colgando del correaje y desenfundó su pistola, sin dejar de disparar. Valentina contuvo la respiración solo un segundo y disparó. El proyectil entró limpiamente justo debajo del brazo, atravesando el pulmón y el corazón. Este perdió el paso y cayó en el suelo, boca arriba, tratando de respirar, mientras que era rodeado por un gran charco de su propia sangre, con la vista fija en el techo… Hasta que ya no vio nada… Luego hubo un silencio, impregnado con el olor de los cadáveres en llamas y muerte. Varias de las piezas de metal estaban clavadas en las puertas y en las paredes. Avanzó rápido, luego de tomar el celular del escritorio y apagando la alarma que aún no había dejado de zumbar. Se alejó de allí rápidamente,
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mientras se activaba el sistema antiincendios, arrojando agua desde el techo, empapando todo. Se apresuró nerviosa, temerosa por Furkan. El hombre temió estar en una película de terror de esas a las que era tan aficionado. Un paraguas amarillo estaba abierto y parecía ocupar todo el pasillo. No se dejó intimidar y apuntó con su arma, avanzando. Le pareció oír una risa femenina. -¿Qué diablos?... Apartó el paraguas y se encontró a una joven vestida solamente con una minúscula minifalda, unas piernas de infarto y unos senos grandes, con pequeñas aureolas y rosados pezones. -Adivina si cargo o no ropa interior… Bajó el cañón del arma, con la boca abierta. Una gran mano sujetó su cabeza y lo estrelló contra la pared, dejándolo fuera de combate. Lo despojó de sus armas, y las desarmó. Wallace no pudo evitar mirarla por un momento. -Tienes que dejar de hacer esto… -¿Funcionó, no? -Vamos… Creo que es por allá… -¿Ya vamos a llegar? –preguntó luego de un rato. -Creo que sí… Hemos corrido con suerte. -Hasta ahora pequeña… La suerte es algo con lo que no quisiera depender ahora. De una patada, Marcellus Wallace rompió limpiamente la cerradura de una puerta que daba acceso a un área de servicios. Podía ver los letreros en amarillo chillón con letras en negro que rezaban: “NO FUMAR” “MANTENGA SU CELULAR APAGADO EN ESTA ÁREA” Caminaron por un pasillo hasta un pequeño elevador
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de servicio, usado para llevar los pesados cilindros de metal hasta los pisos superiores. -Por aquí llegaremos hasta un área donde pueda conectarme –dijo mientras palmeaba su pequeño bolso con el equipo que necesitaba- con esto ayudaremos a Valentina. -Es mucho mejor que las escaleras… -dijo mientras apretaba el botón para hacer bajar el elevador. -¡Quietos allí! –Gritó alguien- ¡suelten las armas! Tres hombres le apuntaban con sus rifles de asalto. Wallace les apuntó, al tiempo que le servía como escudo a Katia. -Si no sueltas esa arma, abriremos fuego… Wallace alzó el arma con el cañón hacía arriba, al tiempo que les señalaba a los demás la hilera de cilindros de acetileno y oxígeno que estaban ordenadas. -Si abren fuego, yo le dispararé a los cilindros… De todas maneras van a matarnos ¡Tiren las armas al suelo, sin cargadores y descargadas! –Los hombres dudaron por un momento- ¡Ya! Los tres hombres titubearon antes de obedecer. Sacaron las cacerinas de los rifles y las pistolas y los proyectiles de las recámaras, colocándolas en el piso. Uno de ellos se ajustó sus guantes. -Si no podemos disparar, tú tampoco. Somos tres y tú solo vienes con esa mocosa… -Yo me cuidaría de llamarla así… Las puertas del elevador se abrieron. Todos cruzaron miradas, guardando un tenso silencio. Wallace empujó a Katia, que cayó dentro de este. Uno de ellos se lanzó detrás de ella, mientras los otros le obstaculizaban el paso a Wallace. Apenas pudo cruzar una última mirada
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a Katia, que seguía sentada en el piso, mientras las puertas se cerraban. Miró a los dos hombres. Uno era grande, musculoso, el otro más pequeño, pero evidentemente, mucho más rápido. Se arrojó sobre el más corpulento, sin saber cómo iba a terminar todo aquello. -…Ven acá, pequeña perra -la tomó por los brazos y la levantó por los aires, tratando de subirla a su pecho, mientras su mano trataba de introducirse bajo su falda- ¡Que culo tan duro tienes! El thai clinch es una parte importante del muay thai. Son golpes cortos con los codos, rodillas y puños al rostro, cuello, cabeza, abdomen, y piernas del oponente, mientras se le sujeta para mantener la distancia más corta posible, imposibilitando a un contrario de mayor tamaño de moverse y atacar. Katia trabó con su pierna el brazo de su oponente, mientras golpeaba con los codos directo a la mandíbula de este, mucho más grande que ella. El hombre sacudió la cabeza para despejarse y bloqueó con su brazo, lo que ella aprovechó para hacerle una palanca de brazo para rompérsela, haciéndolo caer de rodillas. El hombre giró sobre sí mismo para destrabarse, pero sus piernas chocaron con las paredes del elevador. Katia lo soltó, solo para propinar un golpe a la garganta, ahogándolo. Aun así, la separó de él de un fuerte empellón y un golpe con el antebrazo, subiéndose sobre ella. Comenzó a golpearla. Katia se cubrió con los brazos como guardia. Evitó varios golpes, pero no todos. Algunos le dieron en el rostro. Como pudo, apoyó sus pies en las caderas, empujándolo hacia atrás.
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-No es como en las prácticas, ¿verdad, perra? -en ese momento las puertas del elevador se abrieron. Este tuvo que apoyarse con una mano- este es el mundo real. -Cierto… Katia agarró su brazo libre con las piernas y sujetó sus dedos anular y el índice con una mano y el medio y meñique con la otra, separándolas con todas sus fuerzas. Pudo sentir el crujido de los tendones y huesos al desgarrarse, arrancándole un grito. Retrocedió un paso, mirando su mano deforme. Su mirada se transformó en odio asesino. Sacó su cuchillo de combate de su funda. Katia pudo ver el final de su vida en aquella mirada. -Te voy a desollar viva… Avanzó un paso. Katia se sentía totalmente indefensa, sin saber cómo reaccionar, como salir de esa situación. La bala que lo mató entró por la nuca y salió por la frente, manchando las paredes del elevador con su sangre y sesos. Katia alzó la mirada. Un Wallace jadeante sostenía una pistola humeante. Ella apenas pudo musitar: -¿Cómo te fue? -Algo difícil -Marcellus Wallace le sonrió, mostrándole que le faltaban dos dientes, mientras le extendía la mano para ayudarla a levantarse. Tenía los nudillos llenos de sangre seca y estaban rotos e inflamados, sangre en el rostro de una herida en la cabeza, que aún goteaba- ahora, salgamos de aquí. La abrazó, mientras pasaban por encima del cadáver. Ella habló, adolorida: -Creo que me rompió la nariz… Me duele mucho y
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respiro con dificultad… -Lo arreglaremos después… -Ahora, busquemos lo que necesitamos, antes de que sea tarde… -Tuvimos suerte. -¿A qué te refieres? -A pesar de lo ocurrido, encontramos poca gente. -Porque no éramos el objetivo, lo son ellos… -Hay que apurarse… 17 Se encontraba detrás de un escritorio, entre unas cajas de documentos, sentado en el piso. El sitio que le había indicado Valentina había era un archivo de los talleres: Gran cantidad de planos de rutas se encontraban enrollados, llenos de polvo. En una pared, un gran plano mostraba todas las rutas que salían de la estación central. Pudo observar la fecha en el borde del plano: 1940. Fuera de allí, sería un objeto de gran valor. Allí no era más que una pieza que algún día terminaría en la basura. Eso era lo que diferenciaba sus culturas. Una abrazaba su pasado para llevarlo al presente. La otra despreciaba lo que no tuviese valor económico alguno. Miró hacía el fondo, hacia la oscuridad del depósito. No se le había ocurrido llegar más allá. Solo esperaba. Hacía tiempo que no escuchaba nada, ningún ruido, solo silencio. Le pareció escuchar algo, pero no se atrevió a moverse, ni a decir nada. Escuchó la puerta ubicada frente a él. Había olvidado pasar el seguro a la puerta o la había dejado así para que Valentina entrase, no estaba seguro.
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Escuchó las pisadas. No eran los mocasines de cuero de Valentina, eran botas militares, duras, pesadas, dos hombres tal vez. Conocía ese sonido desde hacía más de dos años, cuando llegaban a su puerta para llevarlo a conocer lugares oscuros de alma humana, cuando trataban de llevar a un ser humano a su límite y quebrar su espíritu. Podía sentir su presencia, el peligro que emanaban, sabía que su vida estaba a punto de terminar. Su mente le gritaba: ¡Reacciona!, pero su cuerpo se negaba a obedecer. Recordó las instrucciones de Valentina. Se puso de pie con cuidado y casi agachado comenzó a caminar hacia esa oscuridad, entre estantes de metal y muebles. -¡Alto! Se detuvo por un momento. Eso le salvó la vida. La ráfaga de disparos llegaron justo donde se suponía que él debía estar. Apuró el paso. Los disparos no cesaban. De repente, callaron. Silencio. Siguió avanzando. Tropezó con una pared. Estaba acorralado. A su derecha había una ventana. Estaba abierta. Gateó hasta ella y comenzó a treparla. -¡Furkan! Se volteó. Era Valentina. En una de su empapada mano derecha empuñaba un cuchillo de caza, más grande que la palma de su mano. Estaba goteando una sangre, roja y espesa. Este se le quedó mirando. -No es mía… Salgamos por la ventana… Caminaron por varios pasillos, hasta que encontraron lo que Valentina estaba buscando. Era un andén de pasajeros. Estaba cerrado, pero su limpieza y orden le indicaban que se mantenía en servicio. Buscó el baño
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de damas. -Ven… Furkan entró con cierto nerviosismo. La vio lavarse las manos y la hoja. Se le quedó mirando. -¿Qué? -También necesito el baño… -Úsalo. -Pero es el de damas… -Ya nos hemos visto desnudos –sonrió- ¿Qué más da? -Bueno, nunca haciendo nuestras necesidades… -No le conocía ese lado pacato, señor Furkan, prometo no voltearme. Lo escuchó orinar mientras se lavaba la cara. Cuando alzó el rostro vio que tenía las manos alzadas. Movió su mano, pero una voz la detuvo: -Ni se te ocurra tomar tu arma, déjala sobre el lavabo, y tú cuchillo también. Como dejaste a esos hombres no es algo muy sano. -Ellos también usaron cuchillos… Se habían quedado sin munición disparándole a un hombre desarmado. -Sácalo con todo y funda… Déjalo allí y retrocede… Te dispararé en las rodillas si intentas algo. Vamos, fuera del baño, ¡ya! Afuera esperaban tres hombres, con las armas listas. Uno de ellos le arrojó tiras de plástico para que los ataran. -Imagino que es la señorita Youngblood. Imagino que son personal de Black Hat… -Luego de su juicio, Black Hat va a desaparecer. Se transformará en una corporación industrial armamentística internacional, seremos amos en nuestra propia casa, como debe ser, seremos los que
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llevemos el destino de esta nación –sonrió- no se podrán quejar, no nos importará su clase, color o preferencia sexual, solo deberán obedecer las nuevas leyes y pagar sus impuestos a tiempo. Ahora, colóquense eso y no se les ocurra hacer ningún movimiento brusco. Solo tenemos que llevarlos con vida. Katia tecleaba con toda la velocidad que le era posible. Sentía mucha frustración, pues no podía ingresar con la habilidad con la que era capaz por naturaleza. -¡Mierda, mierda, mierda! -¿Qué sucede? -No puedo sostener los brazos. ¡Me duelen demasiado! Es frustrante… No puedo trabajar con mi velocidad habitual, y de eso depende la vida de Valentina y de su amigo. -Ten fe en ti… -Por favor, mira los monitores y dime cuando los veas… -¡Anden! –Gritó- ¡Están en el andén 123! Está fuera de servicio. -Abre en dos horas –dijo mientras sonreía más confiada- ahora verás… Las luces del andén comenzaron a titilar una y otra vez, igual que las luces de las cámaras de seguridad. -¿Qué mierdas? En ese momento, todos los celulares que se encontraban en el andén comenzaron a sonar. Todos los hombres de Black Hat se miraron confundidos. -Creo que deberían contestar –dijo Valentina- voy a sacar el mío, solo con dos dedos… -Hazlo con cuidado –advirtió uno de ellos. -¿Alo?... Dice que contesten, por favor. Todos lo hicieron. Para su sorpresa, la comunicación
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se extendió a través de los parlantes del andén. -Buenas tardes caballeros, quisiera que le echaran una ojeada a las pantallas de sus celulares. Cada uno de ustedes está mirando sus expedientes clasificados, además están siendo filmados en este momento. -¡Maldición! –dijo uno de ellos, mientras el cañón de su fusil subía y bajaba, indeciso. -Si alguno de ustedes abre fuego o trata de secuestrar, porque se trata de eso, a mis amigos o evita su salida, sus expedientes irán directo a los órganos de seguridad de estado, la fiscalía general, y todas las redes sociales que existan… Además, les juro que les enviaré sus expedientes y casos a cada una de sus familias, esposas, hijos, padres, madres, no habrá lugar donde nadie sepa quiénes son ustedes… Pero hay una oferta: -¿Qué? –Preguntó uno de ellos. -Veinte millones, libres de impuestos, para cada uno. Solo tienen que salir de aquí, dejando a mis amigos allí, por supuesto. -¿Cómo sabemos que nos darás lo que ofreces? Un pitido en sus celulares los hizo mirar sus pantallas. Cruzaron miradas y guardaron sus armas, partiendo en varias direcciones. Furkan suspiró aliviado. -Vámonos. -Un momento. Voy al baño. -¿A qué? -Usarlo. Y buscar mi cuchillo. -¿Vas a regresar allí por un cuchillo? -No uno cualquiera, era de mi padre, fue forjado en la reservación donde nací –le puso una mano en el hombro- vámonos, nuestros amigos nos están
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esperando. Debemos permanecer alertas todavía, porque no hemos visto a Frank Roberts. Y ese… Ese es un hombre peligroso. Llegaron al sitio de reunión nuevamente. Robinson estaba sentado sobre un muro, fumando un cigarro, con cara de agotamiento. -¿Qué pasó con Tadaka? -No lo logró… Tenemos que irnos… Frank Roberts desapareció –se puso de pie- tenemos que irnos, antes de que ocurra una retaliación. Wallace: Es hora de que recuerde para quien trabaja, usted es un funcionario del gobierno, hizo un juramento. Mokoto es una persona buscada por su organización. Wallace miró alternativamente a Valentina y Robinson. Sacó su arma y se interpuso entre Katia y Robinson, con la pistola pegada a su pierna. -Le debemos la vida, Robinson. Sin ella, no lo contaríamos. -Se lo concedo. ¿Y en el caso de la Señorita Youngblood? -¿Qué con ella? -Aún es una prófuga buscada por el FBI, entre otros organismos. -Ella es inocente. -Lo sabemos, pero corre peligro en la calle, estará más segura, junto con el señor Furkan bajo nuestra protección, en nuestras instalaciones. -De ninguna manera –dijo Valentina- les recomiendo que se vayan por su lado y nosotros por el nuestro –retrocedió sin darles la espalda, llevando a su acompañante, que miraba todo expectante- no me gustaría ver cómo puede terminar todo esto. -Wallace –Katia le puso su mano sobre su hombro-
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¿Serías capaz? Este no respondió, revuelto entre sus dudas. Ella lo soltó, retrocediendo lentamente, evidentemente decepcionada, mirando a Valentina. -Creí que eras diferente… Me retiro. No te preocupes por mí –dijo a Valentina- Yo te encontraré. -Nos vemos… -Valentina levantó lentamente el cañón de su fusil, de manera aparentemente casual, mientras protegía a Furkan con su cuerpo- les recomiendo que se vayan ustedes primero. -No quiero que me tome a mal, señorita Youngblood. Mi deseo de protegerlos es sincero, de verdad –hizo una pausa- Hagamos algo: Tengo a mi disposición un helicóptero. El piloto la llevará a donde usted lo desee, dentro del país, por supuesto. -Acepto. -Entonces, daremos la espalda y los dejaremos irse – sacó su celular, hizo una llamada y giró instrucciones¡listo!... En diez minutos tocará en el estacionamiento que está en la salida, solo estará por un minuto, así que le recomiendo que se mueva rápido. Robinson puso sus armas en el piso y Wallace le imitó. Ambos le dieron la espalda y se quedaron allí, sin moverse. -¿La cree capaz de dispararnos por la espalda? – preguntó en voz baja. -¿Qué si la creo capaz? –Respondió Marcellus Wallace, mirando a la nada- sí, es capaz. El ruido de un helicóptero los hizo darse vuelta. Valentina Youngblood y Furkan Demir se habían marchado. Marcellus Wallace se preguntaba si había tomado la decisión correcta, pensando en Katia…
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Días después sostenían una reunión en la sede de la NSA. Robinson ya no confiaba ni en la CIA ni el FBI. -¿Sabe dónde están? -Señor Wallace, hasta donde tengo entendido, el helicóptero los dejó en las afueras de Wyoming. Hay una reservación india. Es un lugar seguro, no vale la pena buscarla, nadie nos dirá que está allí… Se requiere una orden federal para allanar –sonrió- Es mejor no hacerlo, porque sabemos dónde están… -¿Cómo va la situación con el Senador Bishop? -Parcialmente controlada… Su amiga Mokoto o como quiera que se llame se apropió prácticamente de todos los fondos de Black Hat International, cosa que mantienen en un estricto secreto. Aún aspiran la aprobación de la ley Shield, lo que les reportaría prácticamente fondos ilimitados. Con mis contactos, hice que se abriese una investigación por la compra de armas en el exterior para apoyar a los grupos y ejércitos de países que estén en contra de nuestros intereses. -¿Y qué sucedió? -En el senado se recordó el caso Irán Contras y sus ridículos resultados… Están bajo perfil, por ahora… -Por ahora… -Hay que tener cuidado, el senador Bishop sigue siendo un peligro y Black Hat International una fuerza considerable. Y nadie sabe nada de Frank Roberts. -¿Cómo piensa solucionar lo de Bishop? -He desarrollado un plan de respuesta, pero tomará tiempo, por ahora, ganaron el juego, pero no la partida –se rascó la cabeza, mostrándose incómodo- pero no le niego que no está nada fácil, ¿verdad?
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-Cierto… -Aunque tampoco niego que está fácil tenerme de enemigo… Medidas contra las contramedidas y contramedidas para las medidas. Furkan Demir aspiró con fuerza el fresco de la mañana. Podía escuchar con claridad el sonido de las alas de las libélulas al chocar con la superficie del agua, el ruido de la corriente del rio al transitar entre las rocas. Un ave cantó desde una rama. Una enorme trucha voló por los aires, atrapando una libélula y cayendo al agua con un ruido de chapoteo. La brisa le trajo el perfume de las flores, el olor a vegetal y musgo. Hacía frío. Era muy temprano y el sol apenas comenzaba a cobrar fuerza. El olor y el chirriar del tocino llenaron sus sentidos. Caminó hasta la fogata. Valentina estaba colocando sobre el tocino el pescado, tiras de pimentón y cebolletas. Le colocó una tapa a la sartén de hierro y esperó, mientras le tendía una taza de café. -Gracias… Nunca había dormido en el bosque, no resultó como esperaba... Es una experiencia agradable. -Me alegro te guste… El desayuno está casi listo. Comieron bajo la sombra de unos árboles. Las ardillas corrían entre los árboles, los pájaros cazaban insectos y ambos disfrutaban del lugar. -¿Esta fue tu infancia? -Papá me llevó a cazar ciervos desde que pude empuñar un arco y luego un arma. Después me enseñó a usar el cuchillo, fue mi madre y mi padre. -Tuviste una infancia muy particular… -Ciertamente… Supongo que fue lo que me definió como persona, pero no era “la chica popular” del
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colegio. -No fui muy popular tampoco… Era el típico come libros, mi padre amaba la poesía, la música. Yo pinto. -¿Verdad? –Dijo sorprendida- no lo hubiera imaginado. -Hay cosas que desconocemos el uno del otro… ¿Cuánto tiempo vamos a seguir en el bosque? -Unos días más… Uno o dos, es una medida de precaución… Un jinete apareció entre los árboles. Era un anciano corpulento. Usaba cazadora de cuero y un sombrero para proteger su rostro. Bajó de su caballo y avanzó hacia ellos, llevando al animal de las riendas. -Buenos días. -Hola tío… Joe Youngblood estaba en los ochenta años, pero ni había perdido su porte ni su fortaleza, a raíz de toda una vida en la montaña, viviendo de la caza y el comercio de pieles. Era el producto de un tiempo perdido ya. Se estiró para desperezarse, despojándose de su sombrero. Tenía su largo cabello en una gruesa cola de caballo en color gris casi blanco, lo que contrastaba con su fortaleza y su rostro surcado de profundas arrugas y unos ojos negros como pozos. -¿Disfrutando del lugar? -Estoy encantado, señor Youngblood. -Dígame Joe, en confianza. -¿No hemos recibido visitas? -Vinieron un par de federales hace unos días –sonríono pudieron disfrutar mucho de nuestra hospitalidad… -¿Quieres acompañarnos? -Ya desayuné, gracias… Estoy de paso. Sigo el rastro de un ciervo de ocho puntas que vi hace un par de
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días… -Mañana iré a la casa de papá… -Pasa por la casa, para darte las llaves –se colocó el sombrero y saludó con un gesto, a modo de despedidaseñor Furkan… Y continuó a pie, llevando al caballo de las riendas. Lo vieron internarse entre los árboles. -¿Un ciervo de ocho puntas? -Es un ciervo adulto, un macho, cuya cornamenta tiene ocho puntas en sus astas. Tomará la carne, arreglará la piel, la cornamenta y las guardará para comerciar con ellas... Es una forma de vida. -Interesante forma de vida… -No hay muchas oportunidades en las reservaciones. Hay un casino, pero no es un estilo de vida que le guste a gente como Joe Youngblood. -Ni a ti… -Ni a mí… Pero podría conseguir trabajo como personal de seguridad allí… Mañana iremos a casa. Es bueno tener un techo bajo la cabeza, para ir pasándola… Joe Youngblood se dejó caer en su butacón de cuero. Encendió la lámpara y tomó un libro, junto al vaso de whisky. Era una vieja edición de la “Guerra y la Paz” del Tolstoi. Buscó la página marcada y comenzó a leer. Un ruido llamó su atención. Colocó el libro a un lado y buscó su arma. Escuchó como amartillaban una pistola. -No se atreva… -eran tres hombres, uniformados de negro, con el rostro tiznado de hollín- ¿dónde está? -¿Quiénes son ustedes y qué quieren? –Dijo sin perder la calma- no tengo nada que pueda interesarles aquí… -¿Dónde está?
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-¿Dónde está, quién? -No se haga el imbécil –le mostró el arma- tenemos maneras de hacerle hablar o de callarlo para siempre… -Si disparan, en menos de cinco minutos los van a llenar de agujeros y les arrancarán las cabelleras, aquí no somos muy corteses con los extraños. -¿Dónde está Valentina Youngblood? -No veo a mi sobrina desde hace años. La última vez que supe de ella fue cuando mi hermano murió en el hospital de veteranos. -Miente –terció uno- ella está aquí. -Pues sabe más que yo. Si ya sabe todo, sabe que la casa de mi hermano está vacía desde hace años, así que si va a disparar, hágalo o váyase a la mierda –los miró con desprecio- se hacen llamar soldados y se portan como maricas –escupió a un lado- yo pelee en la segunda guerra, en la campaña del pacífico, entre verdaderos hombres… No unos tipitos como ustedes. ¡Atrévanse a disparar! -Habla o despídete de este mundo, anciano. Uno de ellos comenzó a colocarle un silenciador a su arma, con rostro satisfecho. Joe Youngblood lanzó una carcajada. -Son tan hombres que arremeten a un anciano… Pero no se confíen. Se puso de pie. Lentamente sacó su cuchillo de caza, forjado por sus propias manos, casi tan ancho como un machete. Los hombres retrocedieron y el aprovechó su ventaja -Demuéstrenme su hombría y peleen conmigo en silencio, si es que son hombres… Valentina Youngblood le mostraba el porche de su
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antigua casa a Furkan Demir esa mañana, mientras le contaba anécdotas de su infancia, caminando hacia la casa de su tío a unos doscientos metros. De repente, comenzó a bajar la marcha, hasta hacerse una lenta, aparentemente despreocupada. Furkan lo notó. -¿Pasa algo? -No lo sé… Este silencio… Es extraño, no veo a los vecinos. Llegó hasta la casa de su tío, encontrando la puerta entreabierta. Desenfundó su arma y abrió con el pie la puerta, muy lentamente. Pudo ver detrás de esta por la rendija. No había nadie. Entre las sombras pudo ver a Joe Youngblood, sentado en su butaca. Sus ropas, su rostro y su cabello estaban bañados en sangre. Una gruesa costra de la misma estaba apelmazada entre sus cabellos, dándole un aspecto tenebroso. En sus piernas reposaban su cuchillo y su revólver, un colt de seis tiros. Parecía estar muerto, pero Valentina tomó precauciones. -¿Tío Joe? –Preguntó en baja voz, mientras se acercaba- soy yo, Valentina. Repentinamente se movió, empuñando su arma. Pero se detuvo al ver que era ella, dejándola caer. -Perdona pequeña –sonrió- es que tuve una mala noche. -¿Qué te pasó tío? ¡Furkan, trae agua del fregadero! Este trajo una jarra y una toalla. Valentina comenzó a limpiar el rostro con cuidado. Entre la sangre seca pudo ver los puntos de sutura. Llenó un vaso con agua y le dio de beber sorbos al anciano. Este comenzó a hablar. -Eran tres… Venían por ti. Me iban a disparar con
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silenciador y los convencí de usar cuchillo contra mí –sonrió con el rostro contraído por el dolorlamentablemente para ellos, me hicieron caso… Ahora los muchachos están desapareciendo los cuerpos, por lo que apenas tuvieron tiempo de sutrurarme. Iba a cambiarme y ducharme, pero me quedé dormido. No soy lo que solía ser –se disculpó. Valentina limpió sus heridas con cuidado. Entre ella y Furkan lo desnudaron, asearon y vistieron, no sin dificultad. Consiguió un par de calmantes en un botiquín militar y una ampolleta inyectable y no dudó en usarla, colocándosela en un brazo. -¿Qué es eso? -Morfina. Esto lo usan los cuerpos médicos en combate. -¿Se va a poner bien? -Eso espero… Es fuerte y supo evitar las estocadas en lugares claves como órganos vitales o arterias, pero es un anciano, al fin y al cabo… Nos quedaremos aquí. Hay que cuidarlo y quemar esas ropas y esperar a los muchachos. -¿Los muchachos? -Sus compañeros, los que fueron con él a la guerra. Estoy segura que se refería a ellos con lo de la ayuda… Escucharon ruidos en el porche. Tres ancianos esperaban, armas en mano. Uno era muy bajo, el otro muy corpulento y el tercero usaba una gran barba. -Valentina… ¿Cómo está Joe? -Vi que lo atendieron bien… -Lo pusiste en peligro y en riesgo a todos nosotros. -De verdad lo lamento… Fue mi culpa. Vinieron por mí. -No es así –todos miraron a Furkan, que había salido
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al porche- no es la única culpable. -¿Das la cara por ella? -Soy responsable, así es… -¿No eres blanco? -No… Guardaron silencio. A la final, uno de ellos se encogió de hombros y dijo: -Pudo ser peor… Se echaron a reír y guardaron sus armas. Uno de ellos le tendió la mano a Furkan y este le correspondió. -Dile a Joe que ya el asunto está resuelto. Nos da envidia que se haya divertido solo… Durante días Valentina cuidó a su tío, mientras ancianos aparentemente despreocupados se turnaban con sus perros para dormir en el porche o sentarse allí a conversar en baja voz, fumando pipa o cigarros, hablando un dialecto del que Furkan no entendía. -¿Qué dicen? -Uno de ellos recuerda sus días de infancia, pescando truchas en un lago, antes de que estas tomaran río arriba. Dice que el sol llenaba el cielo, las nubes eran muy blancas y el agua tan clara que era imposible no verlas y querer tomarlas con las manos en vez de usar la caña y el anzuelo, que el águila de las montañas volaba majestuosa con todas sus alas extendidas, lanzando su grito, mientras estaba de caza, que le gritaba que dejase de tomar peces, que era algo para niños allí y que fuese a cazar ciervos o al gran oso, que era una caza mayor –sonrió- y él le dijo que era muy viejo para jugar con niños y muy joven para jugar a ser un hombre, así que lo mejor era seguir pescando.
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-Interesante… Joe Youngblood descansaba en el porche ahora que podía caminar. Furkan estaba asombrado por su fuerza y recuperación. -Quiero que me acompañes a cazar conmigo muchacho. Aún no he atrapado el ciervo de ocho astas que estuve siguiendo… Estoy casi seguro que encontré el sitio donde le gusta pastar… -Nunca he disparado un arma… -Eso no importa –se encogió de hombros- yo tampoco sabía cuando salí con mi padre. No sabes cuándo tendrás que disparar, ¿verdad? -¿Qué hacía en la guerra? -Infantería de marina, grupo de franco tiradores, todos esos muchachos y yo… Unos niños a quienes los oficiales no les tenían fe, pero éramos cazadores. A diferencia de los demás, no pasábamos hambre, o no tanta. Alguna que otra ave, serpientes, pequeños antílopes… Nos la compraban carne seca por cigarros, dulces, lo que fuera. Hubo mucho dolor, pero no estuvimos faltos de risas. -Fuego en sus ojos. -No entiendo… -Había fuego en sus ojos, como Valentina. Fuego en los ojos de nuestros enemigos, en los ojos de los suicidas que se inmolaron solo por la violencia, fuego en los ojos de los familiares de las víctimas… -Entiendo… Guardaron silencio. Valentina escuchaba atenta, Joe Youngblood sacó si pipa, la encendió y le dio un par de caladas… -Espero que no haya sido ofensivo…
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-¿Aún tengo ese fuego? -Si le soy sincero, sí… -Me alegro. Significa que estoy vivo… Aquellos que murieron, tuvieron ese brillo en sus ojos, aún en la inutilidad de su muerte… Uno de los hombres le hizo una seña a Valentina y le habló en secreto. Esta se acercó hasta su tío y le colocó una mano en el hombro. -¿Crees que puedan salir esta tarde hasta el bosque? -Seguro –se le quedó mirando, entendiendo- los muchachos arreglaran los caballos. -¡En seguida Joe! –gritó uno. -¿Qué tan rápido quieres que me lo lleve? –dijo en baja voz a su sobrina. -Lo antes posible, quizá para el amanecer, hombres armados lleguen a tocar la puerta de tu casa… -Déjalos que vengan… Los muchachos te ayudarán. Un pequeño bosque era un muro natural antes de llegar al poblado. Servía para proteger de las fuertes brisas heladas durante el invierno y como protección al fuerte sol de la mañana durante el verano, además de brindar cierta privacidad. Luego se recorrían unos doscientos metros hasta la casa donde Valentina esperaba. Cuatro vehículos negros sin insignias se estacionaron frente a la casa. En uno de ellos venía el señor Robinson, acompañado de Miocik. -¡Señorita Youngblood! –Saludó en alta voz, con las manos en alto- ¡me alegro de verla bien! -No es gracias a ustedes. -Yo se lo dije… La gente de Black Hat es un peligro potencial, ¿Han venido por ustedes?
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-No lo sé… Pero aquí, no correrán con suerte, se lo aseguro, igual que ustedes, según sus intenciones. Uno de los ancianos se colocó en la puerta del porche, con un rifle Winchester llevado flojamente en la mano, otro estaba sentado en su porche, abrigado con una manta, resguardándose del frío. -Nuestras intenciones no son malas, señorita Youngblood, solo le pido que venga con nosotros, debemos desmantelar una red de terrorismo. ¿Dónde está su sentido del patriotismo? -Se quedó en la estación de trenes. -¿Dónde está Furkan Demir? -Murió. Está enterrado en el bosque… -No le creo. -Ese es su problema… Le advierto que no voy a responder a amenazas. -Te recomienda subas a la camioneta –Dijo Miocik, llevando su mano a la culata de su pistola. El ruido del Winchester al cargar llamó su atención. Los hombres empuñaron sus fusiles. Valentina sujetó su arma en su funda. El anciano dejó caer su manta. En sus piernas reposaba una ametralladora Thompson. -Ten cuidado con ese armatoste abuelo –se burló uno de los hombres- podría explotarle en las manos. -Te aseguro muchacho que esta cosa funciona muy bien… -dijo para luego escupir una bola de tabaco mascado y se limpiaba con el dorso de la mano. -Hay un franco tirador como a unos ciento ochenta metros de aquí… Les recomiendo que no se volteen. El primero que lo haga, perderá la cabeza. -Nadie se mueva –dijo Robinson en alta voz- dejen las armas en su lugar…
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-La mujer está blofeando –dijo uno de los hombresNo se puede ser tan bueno a esta distancia. -Te puede disparar a esa distancia y arrancarte los testículos por detrás sin tocarte las nalgas… Así que no te muevas… -dijo el de la mecedora. -Señorita Youngblood –dijo Robinson tratando de ser persuasivo- le aseguro que mis intenciones con el señor Furkan eran buenas… Si caía en otras manos, quién sabe hasta dónde hubiesen llegado. Acompáñenos, a la final, usted trabaja para mí, no lo olvide. Si Furkan Demir murió, usted no tiene a nadie a quien proteger. Pone a los suyos en riesgo. Y a nosotros –sonrióluego que resolvamos nuestros asuntos, puede ir a cualquier lado, nuestro asunto aquí habrá terminado y no tendremos porqué volver… Valentina lo pensó por unos momentos. Alzó la mano a modo de saludo. Caminó hasta ellos y entregó su pistola y su cuchillo a Miocik. Robinson le abrió la puerta de la camioneta. -Vamos, Valentina –dijo Miocik. -Agradezco su colaboración, señorita Youngblood. -Díganle al mi tío que volveré pronto. -Así se hará niña… Desde el fondo del bosque, sobre un árbol, cubierto de un denso follaje, uno de los amigos de Joe Youngblood guardó su rifle de largo alcance, decepcionado. -¡Lástima! Los vehículos se alejaron, atravesando la arboleda, mientras los amigos de Joe Youngblood esperaban a su amigo para informarle de la decisión de su sobrina. Los vehículos en caravana tomaron la autopista, alejándose de la reservación. Valentina iba sentada
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entre dos hombres. Robinson iba sentado junto al conductor. -¿Soy una prisionera? Como respuesta, Robinson le devolvió su pistola y su cuchillo. Ella los colocó en su regazo. -¿Hacia dónde vamos? De un movimiento rápido, Miocik puso una pistola hipodérmica en su cuello e inoculó un sedante muy poderoso que funcionó de inmediato. Sujetó su cabeza. Le dio un beso en la frente y acarició su cabello. -Lo siento pequeña… -miró a Robinson- ya puede hacer la llamada. Tomó el arma y el cuchillo de la mujer y se acomodó en su asiento, mientras miraba el paisaje por la ventanilla, mientras su jefe hacía la llamada. El único sonido que se podía escuchar era el del río, entre meandros y rocas. El zumbido de las abejas desde un panal cercano. La hierba movida por la brisa. El arma no temblaba entre sus manos. Su mirada era firme, al igual que su respiración. Podía verlo por el lente del teleobjetivo. Justo en el punto indicado. -Si haces lo correcto, no sufrirá, esto no es por placer, es lo que hacemos para sobrevivir, para alimentarnos, ganarnos el sustento, no es para ufanarnos en las redes sociales ni para demostrar hombría… La hombría está en mantener una familia y sacarla adelante… -Y un poco de ego. -Cierto –sonrió- pero solo entre amigos, nada más… El disparo del rifle rompió el silencio. Una parvada de aves levantó vuelo, asustada. El disparo entró limpiamente justo en el cuello. Sea por precisión o
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suerte, atravesando la espina. El animal perdió la sustentación de las patas y quedó justo allí, tendido en el suelo. Joe Youngblood se despojó de su sombrero, se secó el sudor y miró el resultado, admirado. Furkan le pasó el rifle, -¿Qué tal lo hice? –Parecía no tener idea del logro- sé que le di… -¡Muchacho, ni en mis tiempos de joven! Caminaron por el sendero hasta llegar al cuerpo del animal. Sus ojos eran unas esferas negras y enormes. El disparo atravesó limpiamente la espina. Joe Youngblood desenfundó su cuchillo. -Creo que esta parte no te va a gustar… Lo vio inclinarse sobre el vientre del animal. La fina hoja abrió desde la base del vientre, con mucho cuidado. -El secreto es no romper la vejiga ni abrir las vísceras para no dañar la carne –comenzó a retirar los intestinos- acá pondremos –amontonó unas hojas secas- el hígado, los riñones y el corazón. -Creo que esta parte no es lo mío –dijo con desagrado ante el olor. -Cierto –sonrió- esto no es nada glamoroso. Allí puedes ver las pulgas abandonando el cuerpo a medida que se enfría. El llenarte los brazos de sangre, ese es el olor del vientre al exponerse al aire, pero esa carne nos alimenta, sus restos los dejaremos para otros animales. Cortó los cuartos traseros del animal y separó las patas. Las dobló y las ató con un cordel hecho con un tendón del animal. Trajo unas ramas y armó un
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triángulo que sujetó a una cuerda amarrada a la silla del caballo, que los había seguido como si fuese un perro, evidentemente acostumbrado. -¿Qué hace? -Nos vamos… Los osos pueden oler carroña a tres kilómetros… Y el venado es muy apetecible, volvamos a casa. Fue un buen día. Atardecía al llegar. Uno de sus amigos lo esperaba en el porche, sentado en la mecedora, con la metralleta Thompson reposando en su regazo, cubierta con una menta. -Ya está –Dijo a modo de saludo. -¿Algún problema? -No, lamentablemente… -¿Qué sucede? -Amigo Furkan, creo que debo decirle que Valentina no está aquí. Mientras cazábamos, un grupo vino por mi sobrina. -¡Usted sabía que eso iba a pasar! -¡Por supuesto, ambos lo sabíamos! –Sonrió- ella no quería ponerlo en peligro… -Pero lo hizo por mí. -No la subestime, lo hizo también por ella, tiene que recuperar su vida para poder seguir adelante. -Pero ella está en sus manos. -Ese es el riesgo a correr… Solo nos queda esperar… Y por favor, no trate de irse. Mis amigos aquí no van a permitírselo, por su bien. ¿Sabe cocinar? -Sí –dijo de mala gana- comida al estilo del país de mis padres. -¡Perfecto! –Dijo el anciano- veremos que tal nos queda ese venado. No se preocupe por mi sobrina,
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estoy seguro que fuerzas más grandes que nosotros están en juego. -Eso es precisamente lo que me asusta… La fuerte luz hirió sus ojos, haciéndola despertar. Miocik le acercó un vaso con agua fría a sus labios. Muy a su pesar, bebió. Se sentía sedienta y le dolía la cabeza. Una toalla con agua fría pasó por su cara. Quiso moverse, pero sus muñecas estaban sujetas por gruesas tiras de lona. Sabía que su función era que no dejaran marcas de su aprisionamiento. Cuando pudo reaccionar lo miró con odio. -¡Me engañaste! -Solo sigo órdenes. -Debe disculparme, señorita Youngblood, soy víctima de las circunstancias… Como sabe, hay una ola de terrorismo y planeo que se terminé ahora –era el señor Robinson. -¿Cómo? ¿Entregándome a los de Black Hat? -Usted está siendo buscada por terrorismo… Igual que Furkan Demir -Furkan Demir está muerto. -Perdóneme si no le creo, pero eso no importa. Usted es pieza fundamental de los planes de quien es la cabeza de todo esto. La puerta se abrió y el senador Bishop hizo su aparición. Se le veía muy satisfecho, seguro de sí. Estaba acompañado de Frank Roberts. -¿Así que esta es la mujer? -Ella es, senador -Dijo Roberts. -¿Y su compañero de crímenes? -Dice que murió, pero no le creemos –intervino Miocik. -No importa –dijo confiado- usaremos a otro, total,
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uno de ellos es igual a los demás. -¿Van a silenciarme? -No voy a engañarla, mujer, usted se metió donde no debía, liberó a un peligroso terrorista. -Furkan Demir era inocente… -La gente creerá lo que nosotros digamos, y si decimos que usted y ese tipo murieron cometiendo un atentado terrorista, asesinando cientos de inocentes, lo creerán. Ese mismo día daré una declaración presionando al senado para que se apruebe la ley Shield. La opinión pública y los medios harán el resto… ¡Tráiganlo! Miocik trajo un paquete no más grande que un bloque de arcilla. Incrustado, se le podía ver un contador y un teclado. -Le presentó lo nuevo en explosivos desarrollados por la empresa privada. La idea original de este artilugio es ser detonada a grandes profundidades para sellar derrames de gas en plataformas petroleras a fin de apagarlas. Su conformación emite pocas emanaciones químicas y deja muy pocos trazos de explosivos, pero tiene un gran poder de expansión. Si se coloca en el lugar adecuado, puede ser devastador. ¡Imagínese! -¿Va a matar a cientos de inocentes para que se apruebe una ley, solo para hacerse rico? -La riqueza no es lo importante, la historia... La historia lo es… Acabar con el terrorismo doméstico, controlar a los enemigos internos, desarrollar una industria que nos llevará a enviar tropas sin comprometer al estado gracias a la industria privada. -Y en el proceso usted se enriquece y alcanza la presidencia a costa de unos cientos de muertos. -No hay logros sin mártires, ni esfuerzos sin premios.
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-¿Y dónde encaja el “señor Robinson” en todo esto? -Seré el jefe de la CIA y la NSA al unísono por mandato presidencial. Alguien tiene que cuidar el sistema y poner el orden en casa. -¿Y a ti que te ofrecieron, Miocik? -Un camión de dinero… -¿Qué más podría ser? –dijo con amargura. -Por favor –dijo el anciano- ¿Podrían explicarme como se activa esta cosa? Valentina dio un respingo, pero disimuló. Su celular vibraba en su bolsillo. Le parecía extraño que a alguien como a Miocik se le olvidase ese detalle. Guardó silencio, expectante, mientras observaba como conectaban el artefacto a una laptop por medio de un cable y un técnico activaba el sistema. El senador puso una clave, cuidando que los que lo acompañaban no vieran y se frotó las manos con gusto. -¡Ya está! -Ahora solo usted podrá activar el aparato desde cualquier teléfono desechable por un mensaje de texto que solo usted conoce. -He escogido uno que a nadie se le ocurrirá y que me recordará mii futuro inmediato. Ahora, vamos a mi oficina –tomó el aparato con las manos, ya libre de la laptop- mientras mis amigos aquí presente se encargan de esta mujer. -Yo no –dijo Robinson- nunca estuve aquí… Señorita Youngblood. -¡Hijo de puta! -A su orden. Fue amordazada y le colocaron una capucha. A empellones fue arrastrada por dos hombres. Cuando
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la libraron de esta, estaba en un estacionamiento techado, arrodillada sobre una alfombra de plástico. Las tiras de lona estaban sujetas a otras tiras de plástico. Uno de ellos sostenía un picahielos de plexiglás. -¿Y las huellas? -¿Cuáles? –Dijo Miocik- enterrarán esto en tu corazón y lo dejarán allí. Morirás lentamente. La explosión generará tanto calor que este se desintegrará junto con tus ataduras… No quedará mucho de ti. Amarrarán el artefacto a tu pecho, solo quedará lo suficiente para que te puedan identificar. -¡Desgraciado! Uno de los hombres avanzó con el picahielos en la mano. Miocik lo detuvo poniendo una mano en su hombro. Este lo miró con desconfianza. -Si hay alguien que quiere tener el gusto de hacerlo, soy yo –se señaló la cicatriz de la frente- ¿recuerdas lo que pasó después de esto, Valentina? De un solo golpe hundió el afilado punto en el ojo de aquel hombre, al tiempo que desenfundaba su arma, disparando en la cabeza a los otros dos, que cayeron armas en mano, sorprendidos por el ataque. Un tercero lo alcanzó en un costado, pero el disparo de Miocik fue justo en la barbilla, saliéndole por la nuca. Valentina lo vio sacar su cuchillo sin dejar de apuntarle y cortar sus ataduras. -¡Camina! -¡Pero…! -¡Camina te dije! –Dijo dándole un empellón, sin dejar de apuntarle- ¡Avanza! Salieron por una puerta lateral. Caminaron media
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cuadra, saliendo de las instalaciones de Black Hat International hasta que una camioneta se atravesó en su camino. De ella bajó Marcellus Wallace y este se la entregó. -Vamos, llévatela –le entregó la pistola y el cuchillono hay mucho tiempo… Wallace notó la herida en el costado del chaleco. Sabía que ese era un sitio grave para un disparo así. -Podemos ayudarte. -Si no me quedo, de nada valdrá su fuga. Marcellus sacó el fusil y dos cargadores y se los extendió. Este le quitó el seguro y puso una bala en la recámara. Miró a Valentina y le guiño un ojo. Esta lo miró sin comprender, mientras el vehículo se alejaba. Avanzó apuntando hacia la salida. A medida que se asomaban, les iba disparando, sin detenerse. Frank Roberts esperaba cubriéndose con el marco de la puerta. Desde allí se arrodilló, apuntó y disparó a las piernas de Miocik, alcanzándolo en una, haciéndolo caer. Un segundo disparo lo dejó allí, jadeando, mirando al cielo. Comenzó a llover. Una lluvia gruesa, fría, que calaba sus huesos y lo hacía castañetear sus dientes, no sabía si era por el shock al desangrarse o por la forma en que caía la temperatura. El agua escurría por sus ojos como fuentes de lágrimas. Tosió, escupiendo agua y sangre. Una sangre rosada y burbujeante. El disparo había atravesado un pulmón. Pronto colapsaría y le produciría un paro respiratorio. Frank Roberts se puso de pie, más tranquilo. Caminó hasta el cuerpo, empapándose de la lluvia. Un halo de vapor salía de su boca.
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-¡Que maldito frío! Miró el rostro de Miocik. Agonizaba. La camioneta patinó en una curva. Wallace mantuvo el control y evitó que derrapara. La lluvia había reducido notablemente la visibilidad. -Sería bueno que redujera la velocidad, Robinson. -Lo siento, pero hay que alejarse lo más posible. -¿Alguien quiere explicarme que está pasando aquí? -Salvarla, señorita Youngblood, por si no lo ha notado. Marcellus Wallace hizo una llamada desde su celular, mientras Robinson bajaba la velocidad hasta lograr detenerse en un comedero en la carretera. -Sí… Ya está conmigo. ¿Lo tienes? ¡Bien!... Envíame el mensaje. El mensaje llegó y Marcellus se lo pasó a Robinson. Este miró la pantalla y escribió en su celular. Hizo una llamada. El senador Bishop bebía un whisky añejo de Kentucky complacido. Todo se estaba ordenando de acuerdo a su plan. Ya la mujer debía estar muerta. Solo necesitaban que le instalaran la bomba en el pecho y la trasladaran hasta el sitio donde se ejecutaría el atentado. Él se encargaría de lo demás. Su celular sonó. No conocía el número, pero por ser el privado, decidió contestar. -¿Sí? -¡Senador Bishop! Un gusto hablarle. -¿Robinson? ¿Cómo diablos consiguió este número? -Como conseguí otra cosa…. Espero que se pudra en el infierno. -¿Usted no sabe con quién está hablando? -Ni usted tampoco… Adiosito. Bishop observó aterrado como titilaba el teclado y la
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pantalla del sistema de la bomba y aparecía el mensaje de texto: BISHOP PRESIDENTE. La explosión fue tan fuerte que voló por completo esa ala del edificio. Unos segundos antes Frank Roberts miraba a Miocik morir, hasta que la explosión lo arrojó por los aires, estrellándolo contra el parabrisas de un automóvil, dejándolo inerte. En varias cuadras se activaron las alarmas de los vehículos. No hubo más daños ni heridos además del personal de las instalaciones por lo aislado del edificio. Valentina Youngblood bebía un café recostada de la camioneta. Ya el aguacero se había tornado en una fina llovizna. Escuchaba atentamente a Robinson y a Marcellus que trataban de explicarle como se había desenvuelto todo. -Quiero disculparme señorita Youngblood. Como le dije una vez, si tenía que desollar el diablo, no dudaría en hacerlo. -Aun no entiendo que tenía que ver yo con el plan. -Usted fue mi entrada por la puerta grande a Bishop, de otra forma, no me dejaría acercarme… Y sin usted, no me prestarían ayuda. -Cuando Bishop me dijo que tendría que dejarte en manos de los de Black Hat, hice hasta lo imposible por localizar a Katia. Por eso Miocik dejó el celular encendido y con ciertos arreglos indicados por ella. -Así ella se conectó con la laptop de la bomba y leyó el código secreto del senador… Luego… Solo tuve que enviarle el mensaje de texto al detonador… Y explotó. -Fue lamentable que Miocik muriese, sin él, esto no su habría logrado.
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-¿Y ahora? ¿Es todo? -Lamentablemente no –dijo Robinson avergonzadoapenas mi trabajo comienza. Nadie puede saber lo que sucedió, ni de los planes del senador ni del complot de Black Hat. -Entonces, ¿todo esto fue por nada? -Le dije que mi trabajo apenas comienza. Usted debe seguir bajo custodia… Lo siento mucho. -Solo quiero dos cosas… -¿Qué desea, señorita Youngblood? El puñetazo fue tan fuerte que Robinson termino sentado en el frio y húmedo asfalto del estacionamiento. Marcellus Wallace trató de levantarlo y ambos se encontraron con Valentina apuntándoles con su arma, cubriéndola con un impermeable que había tomado de la camioneta. -No se muevan, o les volaré las rodillas… Quiero que me den la espalda y se bajen los pantalones, mirando a la carretera. Ya. -¿Está usted loca? -¡Dije que ya! ¡Pantalones y calzones hasta los tobillos! Ambos obedecieron sin mirarse. -Señorita Youngblood, lo del puñetazo me lo merezco, pero esto es demasiado. -Usarme como carnada es demasiado, y si alguno se mueve, les haré un agujero nuevo para limpiarse. Les despojó de sus armas y las arrojó a unos arbustos. Antes irse, miró con aprobación el trasero de Marcellus y no pudo evitar la tentación de propinarle una nalgada que lo hizo dar un salto. -¡No te muevas!... Con razón le gustas a Katia. Quédense así y no se muevan, o les juro que les
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disparo. Subió a la camioneta. Encendió el motor y esperó unos momentos, mientras miraba por el retrovisor a algunos mirones ubicados dentro del merendero. Las luces de una patrulla policial la alertaron. Salió hasta coincidir con ellos en la entrada. -Buenas tardes oficiales. Allí están dos hombres en unos actos muy raros… -No se preocupe señorita –dijo el de más edad y rango- nos encargaremos… -¿Crees que nos dispare? –preguntó Robinson. -Sí, es capaz… Fue un invierno muy duro, con una visibilidad mínima que imposibilitaba trasladarse por el vasto territorio de las montañas. Pasó el tiempo, hasta que comenzó a ceder, pero no sin defenderse. -Jaque mate… Joe Youngblood se echó hacía atrás, retirándose las gafas de lectura. Valentina miró a Furkan y a su tío, enfrascados hacía días en varias partidas de ajedrez. Miró por la ventana. La ventisca había disminuido y la claridad dominaba el cielo. Se encontraban en una cabaña en las montañas donde su tío solía pasarla cuando había regresado de su servicio. De algunas ramas se desprendían rosarios de cuentas de gotas congeladas, producto del deshielo. El invierno finalizaba. Entre los bancos de nubes se podían notar como se colaba el sol, reclamando espacios perdidos. Una liebre de las nieves escarbaba buscando los primeros brotes. -Creo que almorzaremos conejo… ´-dijo mientras
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miraba por los binoculares. El animal alzó las orejas, como si oyese que se referían a él. Escarbó un poco más hasta que la trampa se disparó, rompiéndole el cuello, matándolo en el acto. Ella dio un salto, emocionada. -¿Qué sucede hija? -¡Tendremos conejo para el almuerzo! -¡Genial!... Es bueno variar la dieta de comida enlatada, comida deshidratada y trucha salada al sol. -No te quejes… También hemos comido otras cosas... Voy a buscarlo y a revisar las trampas. Salió al frente de la casa y tomó el sendero. Podía sentir como crujía la nieve bajo sus pies. Llegó hasta el animal y lo sacó de la trampa. Lo ató a su cintura y tomó el sendero hacia el bosque, en busca de las otras. Las dos primeras estaban vacías. En la tercera encontró otra liebre. La sujetó a su cintura. Mientras caminaba, disfrutaba el sonido de la nieve, producido por sus pisadas, le gustaba mirar el largo vaho de vapor al respirar y el aire de sus pulmones entraba en contacto con esa atmosfera, pues el frío seguía imperando, negándose a retirarse ante el verano que comenzaba. Vio un pequeño destello entre unos montículos entre los árboles, a unos cien metros. Sin pensarlo dos veces, se arrojó entre la nieve, cubriéndose con ella mientras se arrastraba. Sintió el zumbido del proyectil al pasar, acompañado por el eco del disparo, con una diferencia de segundos. Dentro del cúmulo de nieve, tomó un puñado y se lo introdujo en la boca antes de asomarse, para que el vaho de la condensación no la delatase. Lamentó no haber traído el rifle. Contaba
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con la ayuda de su tío, experimentado en esas lides. Continuó arrastrándose, asomando la cabeza apenas. Sabía que el tirador la estaba buscando con la mira telescópica del arma, o desde el punto de disparo, o moviéndose a una mejor ubicación. Se dijo para sí que si fuera ella, se movería, buscando un sitio más ventajoso para volver a disparar. Eso significaría tener que acortar la distancia, por lo menos a unos ochenta metros. La mejor estrategia era que ella acortase la distancia, pues solo contaba con su glock calibre .40. Llegó hasta la base de un abedul de largas y bajas ramas y se asomó. No trataba de buscarlo, pues desde el camino no lo veía. Escupió la nieve derretida y volvió a llenarse la boca, mirando el lugar apropiado para emboscarla. -No está fácil subir esa pendiente sin ser vista –dijo para sí- pero es allí donde me va a disparar de nuevo… Siguió arrastrándose, cubriéndose con los árboles, tratando de no acercarse a la vereda natural y permaneciendo entre estos. Trataba de controlar la respiración para no agotarse ni hacer ruido. Se detuvo detrás de la saliente de una raíz. Sacó su arma y la apoyó allí. Cerró un ojo y apuntó. El instinto, el entrenamiento y la experiencia hicieron el resto. En lo que captó un movimiento extraño, imaginó una silueta humana, apuntó y disparó varias veces, pues sabía que a esa distancia era muy difícil hacer blanco. El cuerpo rodó por la pendiente, enredado en el rifle. Pudo verlo pasar a su lado y cruzar, por un segundo su mirada con ella. Estaba llena de sorpresa. No se esperaba lo sucedido, seguro de la ventaja que llevaba. Un árbol lo detuvo más abajo. El sonido del
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golpe fue bastante fuerte, quedando allí, inerte. El rifle había quedado en el camino. Caminó hasta allí y lo tomó. Era un fusil de francotirador M40, 31 tirado entre pequeñas flores de sangre que manchaban la alba nieve. Arrojó el arma luego de revisarla, pues el cerrojo se le había torcido. Comenzó a subir. Un disparo pasó a pocos centímetros de su cabeza, obligándola a correr. Otros disparos pasaron muy cerca. Pudo esconderse en un recodo, mientras tomaba acciones. El hombre iba alerta, con la pistola a punto. Al igual que su compañero, vestía un uniforme de camuflaje de invierno, blanco y gris. Seguía el rastro de las pisadas, hasta que vio las gotas de sangre. Evidentemente trataban de alejarse del camino, pero era un elemento muy capacitado. Unas gotas aquí… una línea allá. La mujer quería que perdiese el rastro. Cuando su pie tocó el conejo destripado en el suelo, comprendió que se trataba de una trampa. Verónica apareció a un costado, golpeándolo con una roca. Pudo escuchar el hueso al romperse. Golpeó directo al antebrazo y la pistola voló por los aires. Miró a su alrededor. Seguía sola. Se maldijo a sí misma, pues en su carrera se había alejado demasiado del camino. A pesar de su lesión, aquel hombre seguía siendo una amenaza, pues le llevaba más de veinte kilos de diferencia. Su única ventaja era la velocidad. Su cuchillo apareció en su mano y lanzó una estocada. El sonido del choque del acero le indicó que el hombre había desenfundado el suyo. Sintió un fuerte golpe que la arrojó hacía atrás, causándole un profundo dolor en el pecho. Al bloquear el lance, había respondido
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con una patada, que para ella se antojó como si un automóvil la hubiese atropellado. Se puso de pie lo más rápido que pudo. Pudo escuchar el silbido de la hoja al cortar el viento a milímetros de su pecho. Giró sobre si misma a su alrededor, semejante a una bailarina y le hizo un corte profundo en el hombro. Este giró en sentido contrario quedando frente a ella, pero la cercanía le quitaba espacio para mover el cuchillo a ambos. Con la mano libre la sujetó por el cuello, levantándola, para apuñalarla. Valentina se apoyó en el antebrazo de aquel gigante para tratar de zafarse del cuello y para impedir que pudiese usar el cuchillo. Este trataba de quitarle el suyo y su única defensa fue arrojarlo hacia abajo con todas sus fuerzas para tener ambas manos sueltas. El hombre lanzó un grito. La hoja había atravesado su bota limpiamente, saliendo por la suela. No la soltaba. Se prendió de su brazo y le hizo una palanca de brazo, apoyándose en sus piernas, pero le faltaba fuerza, este no solo no la soltaba, sino que la golpeaba en un costado como si de un saco se tratase. Le mordió la muñeca con todas sus fuerzas, hasta sentir el sabor de la sangre en su boca. Al aflojar la presión, extendió el cuerpo con todas sus fuerzas, hasta que sintió el crujido del hueso en el antebrazo, donde la roca lo había golpeado. Se sintió flotar cuando este la arrojó por los aires. Aun en un umbral de dolor, lo vio allí, sosteniéndose el brazo con la cazadora, para luego avanzar hacia ella, cojeando. Trató de sacarse el cuchillo, pero estaba trabado. Desesperada miró en todas direcciones. La pistola estaba al alcance de su mano. La tomó, apuntó y haló el gatillo. La bala entró por el pecho. Pero este se
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quedó allí de pie, unos segundos, hasta dar un paso. El sonido del disparo de un rifle la hizo mirar y apuntar, pero se detuvo. Era Furkan Demir, que había dejado a Joe Youngblood atrás para disparar. La cabeza de aquel hombre estalló como un melón ante el impacto de un proyectil de calibre 7,62. Ahora ambos estaban a su lado, auxiliándola. Respiraba con dificultad. Tomó el rostro de Furkan y apoyó su mejilla contra este. Luego lo miró a la cara y sonrió, aunque con dificultad. -No sabía que pudieses disparar así… -Tu tío me enseñó… Un disparo lejano los asustó, pero no dio ni de cerca en el blanco. El francotirador al que Valentina le había disparado había recuperado la conciencia y corría colina abajo, mientras les disparaba con su pistola. No podía hacer blanco, pues uno de sus brazos colgaba en una postura extraña y tenía el rostro lleno de sangre. Furkan hizo dos disparos, pero falló. Joe Youngblood le quitó el arma y se tomó unos segundos para disparar… Siguió al hombre en su carrera. En un breve momento, el cañón trazó un pequeñísimo arco y disparó. La bala interceptó al hombre que huía en su carrera. Se derrumbó allí mismo. -Hay un par de cosas que tienes que aprender, muchacho… La llevaron hasta la cabaña en una camilla improvisada con ramas. Joe la revisó. -Creo que tiene un par de costillas rotas. -Casi me mata…-dijo ella, apretando los dientes. Luego de asearla y vendarla, Valentina caía bajo un profundo sueño, inducido por un calmante intravenoso.
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-No podemos moverla, por ahora… Debe descansar... Nosotros tenemos que hacer. -¿Qué?... -No me mires así –sonrió- esos cuerpos no se van a enterrar solos… -Nunca en mi vida había matado a nadie –dijo reflexivoNunca… -Pero si no lo hubieras hecho, Valentina estaría muerta. -Y nunca sentí tanto odio como en ese momento, cuando ella se encontraba en peligro. -Vamos... Luego hay que preparar la cena. Ella necesita alimentarse. Así pasaron los días. En las noches hacían guardia para vigilar el único sendero por el que podían llegar. En el día, Furkan cuidaba de Valentina mientras su tío salía de caza. Cuando la nieve cedió por completo comenzó el descenso. Valentina se apoyaba en Furkan. Iban aparentemente solos, pero Joe Youngblood vigilaba desde cierta distancia, rifle en mano. Avanzaban con lentitud, pues aún a Valentina se le dificultaba respirar. Al llegar, Joe habló con sus antiguos compañeros de armas, que tomaron sus posiciones encantados. Días después, luego de pensarlo mucho, Valentina habló con Katia desde una línea segura. Su tío escuchaba sin decir palabra hasta que ella colgó. -¿Vas a pasar a la ofensiva, verdad? -No pienso esconderme más… No sé quién me busca, si el senador Bishop está muerto. -Los muchachos me informaron que no hay nada de él en las noticias… -Es extraño… Pero ya veremos, salimos de inmediato.
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-No pensarás dejarme aquí esta vez, ¿verdad? -Furkan, yo… -La última vez que enfrentaste esto sola, casi no lo cuentas. Si vas a salir de esta o vas a morir, será conmigo allí, justo a tu lado. -No estaré sola… Te lo prometo. -De eso estoy seguro… En el hangar de un aeropuerto privado un jet gulfstream era revisado por el piloto, mientras ultimaba detalles. Revisó su reloj y vio que aún había tiempo. Fue hasta la pequeña cocina de la aeronave y se sirvió un café. El ruido de unos vehículos al estacionarse lo hizo asomarse. Eran sus pasajeros. -¡Mierda! –dijo al dejar caer el vaso de café al quemarse, pues casi se mancha la camisa. Se metió a la cabina y comenzó a poner todo en orden. El copiloto lo miró sorprendido, cerrando el libro que sostenía en sus manos. -¿No dijiste que había tiempo? -Para ellos, les gusta que cuando suban, se enciendan motores y salir de una vez. De uno de los vehículos bajó el señor Robinsón. Del otro, Frank Roberts, acompañado de dos hombres. -¡Veo que es hombre de palabra, señor Robinson! -Así es… Tengo aquí un indulto con su nombre. -Y yo las pruebas contra Black Hat International… Intercambiaron los sobres y los revisaron. Satisfechos, cada uno dio media vuelta para irse. Robinson se detuvo. -Hay una cosa, señor Roberts… -¿Qué será? –dijo este mientras le hacía un gesto a uno de sus hombres, que desenfundó su arma con
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disimulo. -Si sale del país, ese indulto no tendrá validez… -Y si no salgo, seré obligado a declarar, cosa que no me interesa… -Entonces, tenemos un problema. -No. Usted tiene un problema… El hombre le apuntó. Robinson, con toda calma, alzó los brazos. -Creo que debería pensar esto un poco mejor… -No lo creo, usted eliminó a muchos de mis compañeros. -No, eso lo hizo la señorita Valentina Youngblood. -Que era parte de su equipo, si la memoria no me falla. -Vamos, Frank. ¿Cree que soy idiota? –Bajó los brazos¿qué me iba a dejar matar, así como así? -Conozco sus habilidades… Tengo un tirador escondido, apuntándolo. Una orden mía y se muere. -Lo pongo en duda, según oí. Frank Roberts hizo un gesto. Nada ocurrió. El hombre que apuntaba a Robinson levantó su arma. El disparo lo fulminó en el acto. -Creo que no me conoces lo suficiente… Les recomiendo que no se muevan. -¿Qué piensas hacer, matarnos? -No. Pero vas a “colaborar” con nosotros, te guste o no. -Lo haré –dijo de mala gana- tus métodos de interrogación son legendarios… En ese momento apareció Marcelus Wallace, apuntándoles con el fusil del tirador. Frank Roberts lo miró con cierta simpatía. -¡Señor Wallace, es un gusto verlo!
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-No lo es tanto, recuerdo que dijo que tendría que matarme. -Pero también le dije que lo lamentaba. -Yo no lo lamento, si tengo que hacerlo. Valentina Youngblood hizo su aparición, seguida de Furkan Demir. Esta empuñaba dos pistolas con silenciador, mientras Furkan usaba una escopeta calibre doce, semiautomática. Valentina apuntó a Wallace y Robinson con una y con la otra a Frank Roberts y su acompañante. -Señorita Youngblood… Debo decir que estoy sorprendido. -Señor Robinson, no sé si se alegrará de verme. -No le niego que se trata de una situación un tanto incómoda. -Wallace… -Valentina… -respondió al saludo con una leve inclinación de la cabeza- es sorprendente verlo con un arma, señor Demir. -Y espero que sea la última vez, después de esto. -Vamos Valentina, no seas estúpida… El señor Robinson no te permitirá hacerme daño, me necesita. Además, ¿no eres de los buenos? –Ironizó- Se supone que deberías atraparme, no matarme. -¡Ey, tú! –le gritó al acompañante de Frank Roberts¿Nos conocemos? -No –dijo indiferente. Un disparo en el pecho y uno en la frente lo dejaron allí, mientras la sangre comenzaba a formar un charco debajo de su cuerpo. -Yo tampoco te conozco –apuntó a Roberts- a él no lo conocía, a ti sí, que trataste de matarme… ¿Por qué
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no voy a dispararte? -Señorita Youngblood –dijo Robinson, conciliador- me es más útil vivo que muerto, deje este asunto en mis manos. -Valentina, no quiero enfrentarme contigo –seguía apuntándole también, pero no le quitaba la vista de encima a Frank Roberts- las cosas no deben ser así. -Señorita Youngblood… -Esto no se terminará, si no termina aquí… -interrumpió- mientras usted trata de hacer política, mientras Wallace trata de hacer lo correcto, los secuaces de este tipo han tratado de matarme y van a seguir intentándolo. Voy a salir de aquí en ese vuelo… Luego que termine esto. -Aunque para eso tenga que enfrentarnos, supongo. -No, si ustedes entregan sus armas y salen de aquí. Ya alguien ha estado borrando mi rastro de todos lados. -¿Katia está aquí, contigo? -Sin mí, estarían ciegos… La Katia que vio llegar Marcellus Wallace era una muy diferente a la que lo había abandonado. Ahora vestía de saco y corbata, usaba gafas redondas de lectura, con un aire muy femenino. En una de sus manos portaba una pistola teaser de descargas eléctricas. Su nariz se notaba ligeramente ladeada por la fractura, pero le daba un aire de encanto curioso, pues se había negado a operársela. -¡Katia! -Hola, Marcellus. –Respondió secamente- ¿todavía de perro faldero? -Tienes que entenderme… Tengo un deber. -Y yo tenía mis reglas, sin embargo, aquí estás, vivo –le
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habló a Frank Roberts- si estás esperando a tu segundo hombre, déjame decirte que le metí descargas con esto hasta que se cagó en los pantalones… No tienes segundo tirador… -Eso me tiene sin cuidado –sonrió- Robinson, me extraña, sabes que con dos hombres no iba a contar. En un momento entraran a este hangar, en un vehículo de respaldo. -Si estás muerto –alzó al arma- no tendrán a quién cumplirle las órdenes. -¡Valentina, no! –Dijo Wallace, apuntando- ¿qué pasará contigo después? -Ya no importa… Solo quiero salir de aquí y desaparecer… Permanentemente, no quiero que nadie nos busque más. -Si me dejan abordar el avión, les daré la orden de que regresen… -miró su reloj- Tienen unos… Cinco minutos. -No tenemos cinco minutos –dijo Valentina- te vienes conmigo o te mueres aquí, tú eliges. -Los elijo a ellos –los miró- vamos, no sean así. ¿Van a dejar que me dispare? ¿Dónde está su sentido del deber? -Mi sentido del deber está en que me debes dar toda la información sobre la red que has entrenado –miró a Valentina- para eso, lo necesito con vida. El saber de esa red nos permitirá salvar más vidas. -Menos la nuestra –dijo Valentina- y no voy a dejar que nos maten... Tú, tú te mueres aquí. -Valentina, no lo hagas –seguía apuntando- sabes que no puedo permitirlo. Furkan se interpuso y lo amenazó con la escopeta.
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Marcellus Wallace sintió un poco de pena por él. -Señor Demir, vea lo que es usted ahora –vio unos segundos de indecisión en sus ojos- usted no es así. -No, pero personas como usted, como ese hombre mi hicieron así, no culpe a Valentina, no culpe a esos jóvenes que se inmolaron, culpe a personas como este hombre, o como ese senador que murió en la explosión, a ellos debe culparlos, culpe a mis carceleros, a mis torturadores. Si alguna vez les llegasen a preguntar, le dirán que eso nunca pasó, eso soy… Algo que nunca pasó. Dos vehículos entraron al hangar a toda velocidad con un chirrido de frenos, uno justo detrás del otro. No pudieron avanzar más, ya que el Gulfstream les bloqueaba el paso. Sin dudarlo, Valentina les apuntó y comenzó a disparar con las dos armas al mismo tiempo. Marcellus Wallace la secundó, al igual que el señor Robinson, pues sabían que aquellos hombres no harían distingos. Furkan tardó un poco en reaccionar. Comenzó a disparar cuando Valentina le gritó: -¡Ve retrocediendo! Frank Roberts aprovechó la circunstancia para arrastrarse por debajo de la aeronave y buscar una puerta de servicio del hangar, maldiciendo, pues su automóvil se había quedado adentro y un disparo de Furkan lo había alcanzado en un hombro. Los pilotos se echaron al suelo, solo por el sonido de los disparos. Tres de los hombres del primer vehículo murieron sin bajar, ya que el fusil de franco tirador era de alta potencia y este no les ofrecía protección. Dos se resguardaron detrás, uno de ellos herido por las balas de Valentina. Los del segundo automóvil se protegían
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detrás de las puertas abiertas. Dos de ellos corrieron a un lado, buscando un mejor ángulo para disparar. Katia se había quedado en shock, pues esto le parecía irreal, y no estaba preparada para eso. De repente, alguien la cubría con su cuerpo. A pesar de eso, pudo sentir los impactos de las balas, aunque no la tocaron. Marcellus Wallace había recibido tres disparos en la espalda. Afortunadamente, llevaba chaleco blindado. Arrojando a la joven a un lado, giró sobre sí mismo y tendido en el piso, repelió al ataque, vaciando el arma. Valentina se había colocado una de las pistolas debajo de la axila para recargar y pudo observar a Marcellus recibiendo los disparos por Katia. Aprovechando los tiros de la escopeta de Furkan, sujetó a Katia por el saco y la arrastró, mientras disparaba, para que ambas quedaran a cubierto. -¡Furkan! Al oír su nombre, este corrió hacía ella con la cabeza gacha. Marcellus había recargado el fusil y hacía fuego de cobertura para salir por la puerta de servicio. Encontró unos bidones de aceite que le sirvieron para apoyarse. Controló su respiración e hizo un esfuerzo por calmarse, aunque sentía como si le amartillaran la cabeza y un terrible dolor en la columna. La salida del hangar estaba a tiro. Esperó… Dejó salir al primer auto, que retrocedía, esperó a ver el segundo que giraba en u para iniciar la persecución. En ese momento, disparó. Pudo ver con claridad al conductor caer a un lado. Disparó sobre el otro hombre que salía del vehículo. Murió en el sitio. Robinson apareció con una escopeta automática.
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Wallace reconoció una AA-12.*32 automática. Sin dudar, vació la mitad de su carga contra el otro auto. Nadie sobrevivió a la andanada. Frank Roberts avanzaba a media marcha, con la sangre corriéndole por el brazo, volteando de cuando en cuando. No veía a nadie siguiéndole, pero podía escuchar el silencio luego de una gran andanada de disparos, entendiendo que todo había terminado. Quería entregarse, pero sabía que en manos de Valentina, sería hombre muerto. Repentinamente, Valentina le salió al paso. Por instinto, Roberts sacó su arma e hizo un disparo, fallando. El arma quedó con la corredera retraída, señal de que se había quedado sin munición. Valentina accionó la suya y se oyó un leve “clic”. Tampoco tenía balas. -Parece que las cosas se complican, mujer. -Eso parece. Pero, no creas que vas a poder irte. -Vamos, no seas ilusa, aunque estoy herido, no eres rival para mí. -Tienes razón… Estoy cansada, asqueada y no quiero ni planeo seguir con esto. Antes de que pudiese decir nada, Valentina sacó la otra pistola y le disparó, justo en la frente. Revisó el cuerpo y de sus bolsillos extrajo dos celulares. En ese momento Furkan Demir le dio alcance. -Eso fue por Miocik… -le habló al cuerpo. -¿Estás bien?... -Ya estoy mejor. -¡Quietos! Marcellus Wallace les apuntaba con el fusil. Valentina tiró sus pistolas y Furkan Demir dejó la escopeta en el suelo.
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-No debiste hacerlo… -Tenía que hacerlo… -Ahora tienes que venir conmigo… Ambos, los dos… Valentina avanzó y él retrocedió un paso, sin dejar de apuntar. Ella le extendió lo que sostenía en la mano. -Si eres inteligente, sabrás que hacer con esto… Marcellus Wallace tomó los celulares, sin dejar de apuntar. Katia acababa de llegar y miraba todo, sin atreverse a decir palabra. -Deben quedarse hasta que se aclare todo… -¿Y quién le va a creer a una ex militar, una renegada, indígena americana, calificada como terrorista y a un turco, acusado de terrorismo?... No somos nadie. ¿Cómo nos califican, los débiles étnicos?, personas que tomaron todo lo que era importante para nosotros y nos arrinconó en nuestra propia tierra, o a él, que por su raza, es sin lugar a dudas, un terrorista… -¿Me vas a venir con el discurso de las minorías? –dijo Wallace, indignado- ¿a mí? -bajó el arma y los miró, furioso, retrocediendo un paso- Váyanse a la mierda… Sí, no me miren así… Lárguense… Los pilotos siguen en el hangar… Los vio alejarse, uno detrás del otro. Furkan terminó por darle alcance y caminar a su lado, hasta que ella le extendió la mano y él le correspondió. Katia saltó a los brazos de Marcellus y este la recibió como pudo, adolorido. -¡Calma muchacha! –Sonrió- creo que debo ir al médico… -¿Te duele? -Bastante… -se le quedó mirando- pero pasará. -Me salvaste la vida…
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-No podía permitir que te pasara algo… -Gracias… ¿Por qué los dejaste ir? -La gente prefiere hacer lo políticamente correcto que hacer lo que realmente es correcto. ¿Sabes quién lo dijo? –Ella negó con la cabeza- Demetrius Wallace, mi padre. -¡Marcellus! –Ambos se voltearon al escuchar el grito¡Wallace! -¿Dónde están? –preguntó Robinson, evidentemente agotado- Demir y Youngblood… -Creo que se escaparon –dijo sonriente. -Se escaparon… -dijo incrédulo. -Así es… -Así es… -repitió él- ¿y quiere decirme cómo vamos a detener la red terrorista? -Usted es el genio… -Señorita Dovachenko… -¿Sí? -¿Dovachenko? –Preguntó Wallace, sorprendido- ¿Ese es tu apellido? -Sip… -¿Podrían prestarme atención? –Dijo molesto- Wallace, esto es serio… Sé que la señorita aquí presente es una solicitada por el FBI… Debería colaborar. -No hay nada que respalde sus acusaciones, sin embargo, como una respuesta al tiempo disfrutado aquí –tomó los celulares- deme veinticuatro horas… -Gracias… -dijo conforme, aunque de mala gana. Marcellus Wallace miró todo a su alrededor. Le dolía la espalda, le latían las sienes y se sentía muy cansado. Con lentitud sacó su arma y sus credenciales, entregándoselas a Robinson.
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-Renuncio… -No debería –dijo sorprendido- le corresponde obtener un merecido reconocimiento por este trabajo. -Por mí, quédese con todo el mérito. Yo terminé con todo –abrazó a Katia- acabo de aceptar una oferta de la empresa privada. No sé si me acostumbraré, pero me gusta lo que me ofrecen… ¿Usted qué va a hacer? -Lo que mejor sé hacer… Arreglar todo y nunca estar… El hombre entró al metro, abarrotado de gente. Lo primero que le impresionó fueron las escaleras eléctricas, a las que comenzó a fotografiar. Había leído sobre ellas, pero mirar los setecientos cincuenta escalones moverse y la gran cantidad de tiempo que le tomó recorrer los ochenta y cuatro metros de profundidad, la sensación era indescriptible. Al llegar al final se quedó con la boca abierta. Cualquiera que lo mirase, lo tomaría como un turista americano, con su cazadora de beisbol de los yanquis, gorra de los orioles de Baltimore y una cámara fotográfica. No era la hora pico, pero estaba bastante lleno. Miraba admirado las paredes de mármol pulido, los techos altos, las lámparas majestuosas, las esculturas, los mosaicos y las vidrieras. -Esto parece una galería de arte… -dijo, mientras tomaba fotos del techo y los detalles de las paredescon razón dicen que son como los palacios europeos. Un hombre alto, bien vestido caminaba entre los pasajeros. De cerca, de manera muy muy disimulada, le seguían sus guardaespaldas. Se encontró con la persona que buscaba: Una mujer no muy alta, pelirroja, sobriamente vestida, que se abrigaba con una gabardina amarilla.
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Ella lo miró con cierto temor, pero hizo acopio de valor y se quedó allí, de pie. A unos metros de ella, para hacer la escena más surrealista, un hombre tocaba hermosas melodías en un piano que habían instalado allí para la recreación de los transeúntes y pasajeros, que se entretenían con él, mientras esperaban el metro. -Irina… -dijo él- Pensé que me harías perder el tiempo. -No avances más de allí –le dijo, tratando de controlar el temblor de su voz- y dile a tus perros que no se muevan. -¿Crees que porque estoy en un lugar público no puedo arrastrarte conmigo? -¿Vas a arrastrarme ochenta pisos hacía arriba? ¡Son como tres minutos en esas escaleras! –Alzó la barbilla, retadora- ¡hazlo y verás el escándalo de mierda que voy a armar! -¿Y qué puedes hacer tú aquí, sola? –Se burló- en algún momento tienes que salir de aquí, solo tengo que indicarle a alguien que te siga. -Quiero mis papeles, Viktor. -¿Para qué te lleves a mi hija? -Ella no te importa… Lo que quieres es mantenerme aquí, bajo tu capricho. -Te irás cuando yo lo diga… Cuando me aburra de ti. Y si te resistes, te haré sufrir. -¿Me vas a sacar delante de todas las cámaras de la estación más vigilada de Moscú, en verdad? –Lo miró con desprecio- no te quedarás con mi hija. El turista con la cámara giró sobre sí mismo, quedando frente a frente con el hombre de negocios. Le regaló su mejor sonrisa, mientras le mostraba un folleto
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escrito en ruso y el inglés. -¡Disculpe amigo! –dijo palmeándole la espalda, mientras este lo miraba con evidente desagrado, ante lo que consideraba un grosero abuso de confianza¡este lugar es fantástico! Pero… No sé si es la estación, la estación Mayakovskaya –El hombre de negocios los miraba pretendiendo no comprender- ¿No entiende inglés? -palmeó su pecho- ¡vamos, soy un turista americano que le dice que su país es fantástico… Viktor se mostró desagradado, propinándole un empujón y arreglándose las solapas del traje. Los guardaespaldas lo tomaron por los brazos. Le desagradaba su falta de clase, su poca sutileza social, su evidente poco mundo y sobre todo, el color de su piel. El turista se mostró ofendido, zafándose de sus captores. -Si no saben dónde queda la estación Mayakovskaya, no es necesario que sean tan groseros –le señaló con el dedo- mi abuelo luchó en la segunda guerra mundial con los rusos en contra de los alemanes –se acomodó la cazadora- debería mostrar más respeto. Viktor le soltó un montón de frases y este retrocedió un paso, tratando de comprender las palabras -¡A mí no me hable así “tovarich!”*33 –lo señaló- no hablo su lengua, pero se perfectamente cuando me están ofendiendo, ¡en mi país lo hubiese demandado! En ese momento Viktor se dio cuenta de que su esposa ya no estaba. Le hizo señas a dos de sus guardaespaldas y comenzaron a mezclarse con los pasajeros, buscándola. Iba a marcharse, pero el turista se le atravesó, empujándolo. -¿A dónde cree que va?
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Viktor lo empujó y musitó unas palabras de desprecio. Sus guardaespaldas lo arrojaron al piso y corrieron tras su jefe. El turista se puso de pie, se arregló la ropa y comenzó a caminar. En una esquina vio a dos jóvenes que miraban sus ropas uno de ellos le gritó, señalando: -¡New York, Yanquis! -¿Te gusta? –se la mostró orgulloso, afirmando con la cabeza- ¿en verdad te gusta? -¡Babe Ruth! -¡Sí! –Le mostró su mejor sonrisa- el babe… -Se despojó de la cazadora- ¡Toma! Este gritó emocionado, colocándosela, causando el asombro de sus compañeros. Uno de ellos se mostró un poco triste. -Lamento no tener otra… -le extendió la gorra- es original -Spasibo… Muchas gracias. -¡Que la disfrutes! -¡América! –gritaron a modo de despedida, haciendo al “V” de la victoria. Al cruzar en una esquina y buscar la larga escalera de salida, se colocó unos guantes de cuero y unos gafas de sol. En una esquina, Irina lo esperaba, entregándole un sobretodo negro. Ella ya había arrojado la gabardina amarilla en un cesto de basura. Comenzaron a caminar juntos. -¿Cree que esté bien? –preguntó en ruso y luego pasó a un pésimo inglés- ¿amiga, bien? -Sí, señora Irina –respondió en un ruso perfectocompadezco al pobre diablo que la moleste… En la estación, uno de los guardaespaldas había
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estado siguiendo a la mujer pelirroja que usaba un impermeable amarillo. Al poner una mano sobre su hombro, esta se volteó y el levantó las manos, entre sorprendido y avergonzado. -Lo siento… El puñetazo colocado con toda precisión y fuerza directo a la mandíbula lo tendió en el suelo. La joven le tiró su bolso y comenzó a gritar: -¡Policía! ¡Policía! El personal de seguridad de la estación actuó rápidamente. Sin darle oportunidad de nada, lo esposaron allí mismo y lo arrastraron por los pasillos por las áreas de servicio. El hombre de negocios se quedó allí, mientras su personal corría a socorrer a su compañero. Miraba a la mujer alejarse. Esta se volteó y le arrojó un beso, empleando la punta de su dedo medio. Una hora después, estaba reunida con el “turista” y la señora Irina. Le entregó lo que le había quitado el americano. Se había despojado de la peluca pelirroja y del impermeable amarillo. -Esta es su agenda electrónica. Ya en su cuenta reposa una bonita suma para que pueda moverse con libertad, también tiene la posibilidad de desaparecer a voluntad una fuerte suma de dinero, si su esposo no le entrega sus documentos y la deja salir legalmente del país… -¿Y cómo me comunicaré con él? –Dijo un poco nerviosa- es un hombre vengativo y perverso. -Para un hombre con esa mentalidad, solo la crueldad absoluta funciona… Deje eso de mi parte. Le aseguro que él se encargará de llamarla, váyase tranquila con
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su hija y espere a que él le llame. -No tengo como pagarle… -No se preocupe… Su esposo donó una generosa suma a diferentes fundaciones de protección a las madres adolescentes y mujeres maltratadas… -Gracias… -La abrazó- Y a usted, señor Wallace. -Fue un placer… Días después recibían la confirmación de que la mujer había salida del país. Katia firmaba unos documentos. Marcellus Wallace entraba con otros papeles en la mano. -¿Viste las noticias? -Sí. En verdad el señor Robinson es un Fouché*34 Sacó su celular y marcó un número. La conocida voz atendió, lleno de curiosidad. -¿Quién demonios es? -Soy yo… -¡Señor Wallace! –Dijo sorprendido- imagino que me está llamando por una línea segura. -Totalmente… Supe la lamentable muerte del senador Bishop en un accidente aéreo. -Sí, muy lamentable. -No puedo imaginar la logística que eso significó. -¡No tiene idea!... Lo más engorroso fue conseguir en las morgues una gran cantidad de John y Jane Doe*35 que sirvieran de pasajeros, además de los pilotos… Tuve que estrellar un Gulfstream, pero, a la final, es dinero bien gastado de los contribuyentes. La ley Shield ni siquiera se discutió, el jefe de la CIA se llevó el crédito por el desarme de la red terrorista y algunos hombres de Black Hat International fueron a prisión… y algunos hombres buenos consiguieron su libertad,
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bajo vigilancia, claro está. Lamento que entre los muertos esté la señorita Youngblood, el señor Furkan Demir fue declarado como un colaborador nuestro, infiltrado para desmontar la operación. Claro, que esta información es clasificada y no puedo ni afirmar ni negar los hechos. -Katia le envía saludos. -Dígale que espero contar con su ayuda en otra ocasión. -Adiós, Robinson –colgó- les avisaré… Creo que ella merece saberlo. -Deberías… -El asunto de la señora Irina… -Se resolvió a satisfacción –dijo Katia- consiguió el divorció y el tipo ese le dio una bonita pensión. Ahora lo pensará dos veces antes de guardar los videos de sus proezas sexuales con hombres muy jóvenes y bien dotados. -Cierto… -Marcellus… -¿Qué, Katia? -Quiero agradecerte. Me hiciste darme cuenta de Mokoto solo vivía para la diversión, era una egoísta, soñando ser como Lisbeth Salander –mostró sus oficinas- ahora soy una empresaria, rica, puedo darme la vida que quiero y puedo ser como mi personaje favorito… Aunque debo confesar una cosa, -¿Qué? -Creo que eres mi personaje favorito. ¿Salimos a comer? ¡Te invito! -Gracias… Por decir eso, de que soy tu personaje favorito.
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-Es tanto así, que estoy a punto de probar algo un día de estos… -¿Qué será? -¡Sin sicoanálisis! –se puso de pie- ¡a comer!... El hombre se bajó del taxi. Pagó el importe y comenzó a caminar. Era simplemente feliz, alimentándose de los sonidos del mar, el bullicio de los vendedores y de la vida cotidiana. Esperaba encontrarla. El sol estaba firme en el horizonte. A pesar de eso, había humedad en el aire. Se encontraba en Marmaris y no podía ser más feliz. El restaurant estaba instalado en una pequeña terraza, con vista al mar, relativamente cerca del muelle. Podía ver los veleros surcando el agua, a los pescadores recogiendo o reparando sus redes a lo lejos, a los fanáticos del equipo Galatasaray de fútbol, celebrar su victoria sobre el Fenerbahçe, agitando las banderas del color de su equipo. Allí estaba, sentada, mirando el mar. El mesonero le servía café y un platillo de lokum, un dulce local que le gustaba mucho, elaborado con goma densa, mezclada con avellanas y pistachos cortados en cubos, recubiertos con azúcar en polvo, se habían vuelto sus favoritos. En la mesa de al lado un hombre pedía kalamar tava, calamares fritos. Se acercó, apreciando esa mirada soñadora, esa sonrisa reposada, ese cabello largo, suelto, muy negro, acariciado por la brisa. Se le acercó y ella sonrió, sin mirarlo. -Buenas tardes, señorita. ¿Está usted sola? -Debe ser más original, si desea seducir a una mujer. -Solo deseo observarla y admirarla. ¿Puedo sentarme? -Pero no sé cuál es su nombre… Señor…
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-Furkan. Furkan Demir, soy profesor en la universidad. Y también poeta. -¡Que dulce! -¿Y cómo se llama? -Samira –Sonrió, con ojos húmedos- Me llamo Samira…
FIN
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NOTAS DEL AUTOR *1: Little Big Horn. Batalla donde tribus Lakota, Cheyennes y Arapajó derrotaron al 7mo.
munición de largo alcance.
Regimiento de Caballería el 25 y 26 de Junio de 1876, bajo el mando de Toro Sentado y
*14: Mokoto: Personaje del animé japonés “Gosth in the Shell”
Caballo loco, derrotando al General Custer.
*15: Shield: Escudo en inglés.
*2: Marcelus Wallace es uno de los personajes principales de la película “Pulp Fiction”, de
*16: Antes de ser presidente de Rusia, Vladimir Putin fue jefe de la KGB, luego FSB.
Quentin Tarantino.
*17: Aeropuerto Jhon Fitzgerald Kennedy.
*3: Pollo frito, waffles y pan de maíz. Comida típica afroamericana del sur de los Estados
*18: DEI: Dispositivo Explosivo Improvisado.
Unidos, una alusión ofensiva a los afroamericanos.
*19: El Salvaje Bill: Bill Wild Hickok. Famoso pistolero del lejano oeste que fue tiroteado al
*4: Cuello rojo (Redneck): Alusión ofensiva a los blancos que viven en el interior del país
sentarse de espaldas a la entrada de una cantina en Deadwood, Dakota del Norte en 1876.
y cuentan con bajos ingresos económicos. Incluye también el racismo, el comportamiento
*20: Kazan: Ciudad de Rusia, antes de la caída de la URRSS, famosa por sus rosas y
grosero y la oposición a las formas modernas.
bellos jardines. Es una ciudad del suroeste de Rusia, a orillas de los ríos Volga y Kazanka.
*5: Fester: Enconado. Alusión con su nombre a su mal carácter.
Actualmente es capital de la República de Tartaristán y una región semiautónoma. Debe su
*6: Según la costumbre, los musulmanes comen con la derecha y se asean con la izquierda.
fama al centenario Kremlin de Kazán,
Era tradición cortar la mano derecha a los ladrones para que muriesen de hambre, pues
*21: Repperbhan: Calle del Barrio de San Pauli, del Distrito Hamburg-Mitte en Hamburgo.
nadie comería con una persona que se ve obligada a asearse y limpiarse con la misma mano.
Famosa por sus tiendas de sexo, bares y prostíbulos.
*7: Cámara de Gessel: Salón dividido por un muro, donde se encuentra un espejo de una
*22: Gamer: Término que se aplica a los jugadores profesionales de video juegos.
sola cara, donde se puede observar, pero no ser observado
*23: En los 80, Contratistas de la CIA, con apoyo del congreso compraban armas iraníes para
*8: Ley Patriota: Ley contra el terrorismo, puesta en práctica por el congreso de los Estados
ser entregadas a los contras nicaragüenses, para enfrentarse a la izquierda revolucionaria. A
Unidos después del once de septiembre de 2001, que restringe las libertades y garantías
raíz de una investigación, el Coronel Oliver North se vio obligado a declarar ante el congreso.
constitucionales tanto de nacionales como extranjeros.
*24: Noche de los cuchillos largos: Purga ocurrida en Alemania entre el 30 el junio y 01
*9: NSA: (National Security Agency): Organismo de inteligencia interna de los Estados
de julio de 1930, donde Hitler aprovechó la circunstancia para acabar con sus enemigos
Unidos, responsables de la seguridad de la información. Fundada en diciembre de 1952.
políticos.
Han recibido críticas y acusaciones de espionaje indebido, violación de derechos civiles e
*25: Espagueti Western: Sub género particular del western, creado y desarrollado por lo
intromisión en otras agencias.
directores italianos ente los años 1968-70, transformándose posteriormente en cine de culto.
*10 Lisbeth Salander: Personaje de la colección de libros del escritor danés Stieg Larsson. De
*26: Marmaris: Ciudad costera de Turquía. Un sitio turístico y de retiro. Famosa por sus cafés,
sus novelas se han realizado varias películas.
comida y vida cultural.
*11 Deep Web: Red que engloba toda la información a la que no puedes acceder públicamente.
*27 Menengic Kahve: Café hecho en Turquía, con una base de pistacho que le da su
Puede tratarse de páginas convencionales protegidas por un paywall, pero también archivos
característico sabor.
guardados en Dropbox, correos guardados en los servidores de tu proveedor,
*28: Black Hat: Sobrero negro. Alusión a los “hombres malos” de las películas del oeste,
*12 RPG: Arma capaz de disparar cohetes antitanque estándar (HEAT) y de carga en tándem,
donde se suponía que el héroe usaba sombrero blanco.
de alto poder explosivo/fragmentación y termobáricos, con ayuda de una mira telescópica
*29: “La chica del dragón tatuado“. Película basada en la novela “Los hombres que no
UP-7V (empleada junto a la mira telescópica estándar PGO-7 de 2,7x) para poder usar
amaban a las mujeres” de Stieg Larsson, donde el protagonista, Mikael Blomkvist, editor
*13: Compañía: Forma de llamar a la CIA, por sus siglas en inglés.
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de la revista “Millenium” se hace ayudar por una hacker justiciera llamada Lisbeth Salander, quien es fundamental para la historia. *30: NTW: Fusil para francotirador antimaterial y antipersonal, que emplea tres tipos de municiones: 14.5 x114 (Más poderoso que el calibre 50, el 20x82 Vulcan y el 20x010 Hispano.
Agradecimientos:
*31 Fusil de Francotirador M 40: Arma estándar del cuerpo de marines de los Estados Unidos. Calibre 7,62 mm. Posee un rango de mayor distancia, pero menor precisión que los fusiles policiales. *32: AA.12: Escopeta totalmente automática con un cargador de 32 cartuchos, con capacidad de realizar 360 tiros por minuto. *33: Tovarich: Camarada en ruso *34: Fouché: José Fouché. (1759- 1820) Prefecto de policía de París antes y durante la revolución francesa. Famoso por su habilidad de mover el poder desde la sombras. Recibió el título de Duque de Otranto. Fue llamado “El Genio Tenebroso” por su biógrafo, Stefan Zweig. *35: Jhon y Jane Doe: Nombre que se le dan a los sujetos sin identificar en las morgues y organizaciones policiales.
Primero que nada, a Nancy, mi Nani. Sin su apoyo, paciencia y comprensión, sobre todo en estos tiempos de pandemia, me ha permitido escribir, me ha dado mi espacio y me ha ayudado a distribuir mi tiempo. A mi hijo Johann, por darme parte de su tiempo para documentarme. A Cesar Ruiz, amigo, corrector eterno y crítico de mi trabajo, que me impulsó a no desviarme por caminos más cómodos en lo que a escribir una historia se refiere. A Carlos Acosta, que leyó mis primeros borradores y dio sus opiniones y críticas sobre la historia, alentándome para terminarla.
Colección El Libro Hecho en Casa Serie: novela
Jesús Leonardo Castillo Nace en Maracay el 24 de septiembre de 1968, estudió en el liceo “Oswaldo Torres Viña” de Maracay. Egresado en estudios jurídicos de la Misión Sucre. Ha sido productor teatral y conducido dos programas de radio y escribe desde su adolescencia. Actualmente se dedica en el área de seguridad de la aviación civil. Sus títulos son “Olegario y Otros Relatos” “Jesús vino a cobrar el alquiler” y “La Tata cumple 100 años”.
Versión digital abril 2021 Sistema de Editoriales Regionales Yaracuy - Venezuela
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